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Un encargo peligroso
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Un encargo peligroso
Layla se sentó a la sombra de uno de los árboles de aquella espesa jungla. Necesitaba pararse y pensar un rato, además de que era casi la hora de comer. Mientras sacaba una de esas galletas que valían por una comida entera y la masticaba lentamente repasó los últimos días.
Había llegado a aquel reino hacía tan solo un mes, pero no había tenido mucha suerte. Un ladronzuelo le había robado la bolsa de monedas en un descuido algo tonto y eso la había obligado a buscar algún trabajo a la desesperada. Lo malo es que allí nadie la conocía, no se fiaban de ella y nadie parecía necesitar ni un alquimista joven ni un exploradora con cara de inocente. Finalmente un tipo algo misterioso la había ofrecido un encargo un tanto extraño.
Le había ofrecido un montón de dinero por explorar cierta zona de una de las islas de aquella zona. Demasiado dinero por ir a una isla que ya estaba descubierta y, suponía, más que explorada. Aquello era demasiado sospechoso y el tipo demasiado ansioso. Pero era lo único que tenía. El encargo se volvió aun más extraño cuando el tipo le dijo que era lo que buscaba... o más bien no se lo dijo. Solo quería una localización exacta de todas y cada una de las cuevas de aquella isla.
Aun así, no teniendo nada más y no viendo nada más que el deseo de un excéntrico, decidió aceptar el encargo. Las malas noticias llegaron poco a poco a medida que se informaba sobre la isla. Había muchas leyendas sobre gente que jamás volvía, el pueblo que allí vívía parecía estar esclaviado en las minas... entonces empezaba a entender los deseos de aquel hombre, quizá quería buscar sus propias riquezas y tesoros sin tener que depender del mercado existente, o montar su propio negocio. Empezaba a entender el porque aquella ingente cantidad de dinero cuando empezó a oir historias sobre el pueblo que habitaba en el interior de la isla. Y entnedió el por qué la había contratado a ella, una total desconocida y desconocedora de las islas, cuando supo que los multiples peligros de aquel lugar.
Se llevó una mano al collar de oro, esta vez no había sido la causa de sus problemas, pero igualmente se había metido en uno. No le gustaba romper sus promesas y mucho menos inclumplir un contrato, menos aun cuando el adelanto había sido sustancioso. Sin embargo allí estaba, en una isla desconocida y llena de peligros, sentada tranquilamente a la sombra de un arbol mientras disfrutaba de la suave brisa que soplaba y tomaba algo de alimento... esperaba que menos de la mitad de las leyendas e historias que había oido fueran ciertas.
Había llegado a aquel reino hacía tan solo un mes, pero no había tenido mucha suerte. Un ladronzuelo le había robado la bolsa de monedas en un descuido algo tonto y eso la había obligado a buscar algún trabajo a la desesperada. Lo malo es que allí nadie la conocía, no se fiaban de ella y nadie parecía necesitar ni un alquimista joven ni un exploradora con cara de inocente. Finalmente un tipo algo misterioso la había ofrecido un encargo un tanto extraño.
Le había ofrecido un montón de dinero por explorar cierta zona de una de las islas de aquella zona. Demasiado dinero por ir a una isla que ya estaba descubierta y, suponía, más que explorada. Aquello era demasiado sospechoso y el tipo demasiado ansioso. Pero era lo único que tenía. El encargo se volvió aun más extraño cuando el tipo le dijo que era lo que buscaba... o más bien no se lo dijo. Solo quería una localización exacta de todas y cada una de las cuevas de aquella isla.
Aun así, no teniendo nada más y no viendo nada más que el deseo de un excéntrico, decidió aceptar el encargo. Las malas noticias llegaron poco a poco a medida que se informaba sobre la isla. Había muchas leyendas sobre gente que jamás volvía, el pueblo que allí vívía parecía estar esclaviado en las minas... entonces empezaba a entender los deseos de aquel hombre, quizá quería buscar sus propias riquezas y tesoros sin tener que depender del mercado existente, o montar su propio negocio. Empezaba a entender el porque aquella ingente cantidad de dinero cuando empezó a oir historias sobre el pueblo que habitaba en el interior de la isla. Y entnedió el por qué la había contratado a ella, una total desconocida y desconocedora de las islas, cuando supo que los multiples peligros de aquel lugar.
Se llevó una mano al collar de oro, esta vez no había sido la causa de sus problemas, pero igualmente se había metido en uno. No le gustaba romper sus promesas y mucho menos inclumplir un contrato, menos aun cuando el adelanto había sido sustancioso. Sin embargo allí estaba, en una isla desconocida y llena de peligros, sentada tranquilamente a la sombra de un arbol mientras disfrutaba de la suave brisa que soplaba y tomaba algo de alimento... esperaba que menos de la mitad de las leyendas e historias que había oido fueran ciertas.
Layla Ellis- Cantidad de envíos : 39
Re: Un encargo peligroso
El ambiente de la jungla era como de costumbre, asfixiante a esas horas del día; los árboles retenían la humedad y el calor haciendo que el aire se espesara lleno de olores. Hacía horas que caminaba por la selva, antes de que amaneciera ya había emprendido su particular periplo; cuando en esas horas en las que el calor no era demasiado cargante y algunos animales se encontraban todavía adormecidos. Conocía aquella jungla, aunque nunca se había alejado tanto de su poblado y cuanta mayor era la distancia, más aumentaban los peligros desconocidos y ocultos que podían estar acechándola.
Era un viaje de búsqueda de poder y conocimiento, sus primeros pasos en pos de una justa venganza. No sabía dónde la iban a conducir los acontecimientos futuros, pero sabía que los espíritus de sus antepasados y su madre, velarían por su bienestar y la ayudarían a superar las dificultades.
Por lo pronto, tanto su padre como las ancianas de la tribu la aconsejaron que se dirigiera hacia los poblados de los kigeni (extranjeros ajenos a la selva), para buscar nuevas maestras chamanes que la adoctrinaran en la magia necesaria para vencer a la bruja araña. Upanaya lo desconocía prácticamente todo sobre los kigeni, pero llevaba consigo los secretos de la selva y el comercio era un idioma universal.
No supuso la suerte que tenía aquel día (de hecho, no creía en la suerte, sino en los designios de los espíritus), hasta que encontró el rastro de Layla. Agachada de cuclillas examinaba con detenimiento las extrañas pisadas de la muchacha. Ya le habían advertido que los kigeni usaban unas pezuñas falsas para cubrir sus pies, volviéndose lentos y teniendo dificultades para trepar a los árboles. Las pisadas eran recientes, estaban perfectamente marcadas en el suelo blando y lleno de hojas secas el bosque tropical, cualquiera hubiese podido seguirlas y eso, muy a su pesar, no podía ser bueno.
Ella misma estaba dejando un visible rastro tras de sí sacrificando el sigilo por la rapidez a la hora de cruzar aquella zona; había contemplado las señales que emplazaban aquellas tierras como propiedad de otra tribu y no tenía la menor intención de cruzarse con esas gentes, sobretodo después de comprobar que los monolitos contenían restos humanos.
Sin embargo ahí estaban esas pisadas, ligeras y fuertes, propias de alguien joven que parecía moverse por aquel territorio sin ninguna compañía. Era una buena ocasión para tomar contacto con un kigeni, así que sin prisa pero sin pausa, Upanaya siguió las huellas mientras ocultaba el rastro que ambas dejaban a su paso, mejor no tener compañías indeseables.
Al cabo de un par de horas, encontró a la propietaria de tan curiosas marcas y la verdad es que su aspecto le pareció aún más extraño… su piel, pelo y ojos eran de unos colores completamente distintos a cualquier persona que hubiese conocido jamás ella; mientras la observaba agazapada entre la vegetación, llegó a plantearse si acaso no se habría equivocado y lo que estaba contemplando era un demonio o espíritu extraño. Se fijó en sus pies-pezuñas y en su juventud, parecía que descansaba y se disponía a comer…
La cuestión es que quedarse eternamente oculta no iba a servir de mucho, así que comprobando que su cuchillo estaba a mano y se dispuso a descubrir su presencia. Se encontraba terriblemente nerviosa al no saber si sería atacada o la muchacha huiría. Era todo un misterio.
Se desplazó alejándose un poco para que la oyera venir y la viera de frente, se ayudaba a caminar y a apartar la vegetación con una rama retorcida que le servía de cayado. La miraba directamente a los ojos, en estado de alerta y tratando de mostrar su cuerpo, tratando de parecer pacífica, se detuvo a varios metros de distancia y sonrió sin mostrar los dientes.
- Saludos – empezó a decir en el idioma más abundante del reino con un marcado acento. Tenía algo de miedo, pero no iba a dejar que eso la detuviera -, mi nombre es Upanaya, ¿Quién eres tú y de dónde vienes? Este lugar no es seguro para los extraños.
Para ella eso era lo más parecido a una presentación educada y amable… su pose se adivinaba a todas luces tensa pues la dureza de su mirada contradecía su sonrisa.
Era un viaje de búsqueda de poder y conocimiento, sus primeros pasos en pos de una justa venganza. No sabía dónde la iban a conducir los acontecimientos futuros, pero sabía que los espíritus de sus antepasados y su madre, velarían por su bienestar y la ayudarían a superar las dificultades.
Por lo pronto, tanto su padre como las ancianas de la tribu la aconsejaron que se dirigiera hacia los poblados de los kigeni (extranjeros ajenos a la selva), para buscar nuevas maestras chamanes que la adoctrinaran en la magia necesaria para vencer a la bruja araña. Upanaya lo desconocía prácticamente todo sobre los kigeni, pero llevaba consigo los secretos de la selva y el comercio era un idioma universal.
No supuso la suerte que tenía aquel día (de hecho, no creía en la suerte, sino en los designios de los espíritus), hasta que encontró el rastro de Layla. Agachada de cuclillas examinaba con detenimiento las extrañas pisadas de la muchacha. Ya le habían advertido que los kigeni usaban unas pezuñas falsas para cubrir sus pies, volviéndose lentos y teniendo dificultades para trepar a los árboles. Las pisadas eran recientes, estaban perfectamente marcadas en el suelo blando y lleno de hojas secas el bosque tropical, cualquiera hubiese podido seguirlas y eso, muy a su pesar, no podía ser bueno.
Ella misma estaba dejando un visible rastro tras de sí sacrificando el sigilo por la rapidez a la hora de cruzar aquella zona; había contemplado las señales que emplazaban aquellas tierras como propiedad de otra tribu y no tenía la menor intención de cruzarse con esas gentes, sobretodo después de comprobar que los monolitos contenían restos humanos.
Sin embargo ahí estaban esas pisadas, ligeras y fuertes, propias de alguien joven que parecía moverse por aquel territorio sin ninguna compañía. Era una buena ocasión para tomar contacto con un kigeni, así que sin prisa pero sin pausa, Upanaya siguió las huellas mientras ocultaba el rastro que ambas dejaban a su paso, mejor no tener compañías indeseables.
Al cabo de un par de horas, encontró a la propietaria de tan curiosas marcas y la verdad es que su aspecto le pareció aún más extraño… su piel, pelo y ojos eran de unos colores completamente distintos a cualquier persona que hubiese conocido jamás ella; mientras la observaba agazapada entre la vegetación, llegó a plantearse si acaso no se habría equivocado y lo que estaba contemplando era un demonio o espíritu extraño. Se fijó en sus pies-pezuñas y en su juventud, parecía que descansaba y se disponía a comer…
La cuestión es que quedarse eternamente oculta no iba a servir de mucho, así que comprobando que su cuchillo estaba a mano y se dispuso a descubrir su presencia. Se encontraba terriblemente nerviosa al no saber si sería atacada o la muchacha huiría. Era todo un misterio.
Se desplazó alejándose un poco para que la oyera venir y la viera de frente, se ayudaba a caminar y a apartar la vegetación con una rama retorcida que le servía de cayado. La miraba directamente a los ojos, en estado de alerta y tratando de mostrar su cuerpo, tratando de parecer pacífica, se detuvo a varios metros de distancia y sonrió sin mostrar los dientes.
- Saludos – empezó a decir en el idioma más abundante del reino con un marcado acento. Tenía algo de miedo, pero no iba a dejar que eso la detuviera -, mi nombre es Upanaya, ¿Quién eres tú y de dónde vienes? Este lugar no es seguro para los extraños.
Para ella eso era lo más parecido a una presentación educada y amable… su pose se adivinaba a todas luces tensa pues la dureza de su mirada contradecía su sonrisa.
Upanaya- Cantidad de envíos : 6
Re: Un encargo peligroso
Layla paró su comida cuando le pareció escuchar un ruido cercano, como exploradora había aprendido a escuchar y observa a su alrededor cualquier sonido distinto que pudiera ponerla en peligro, pero como aun no conocía la isla muy bien decidió ignorarlo y seguir con su alimento. Sin embargo, se vio nuevamente interrumpido por otro sonido de alguien (o algo) acercándose.
Aun no había terminado de tragar el último bocado cuando una mujer de piel oscura o cabellos (a juzgar por los cánones de cualquier ciudad “civilizada”) despeinados y enmarañados, se plantó delante de ella con una pose que le pareció bastante tensa y amenazadora. Incluso no siendo especialmente alta, en aquella muchacha parecía más bien una ventaja y no un inconveniente.
Layla se atragantó antes de conseguir ponerse en pie mientras agarraba su cayado para apoyarse en el. Mejor tenerlo cerca por si algo ocurría, y en aquella pose podía parecer una muchacha desvalida que solo necesitaba un apoyo, asique no se tornaba amenazadora. Contraría a todo tipo de violencia, optó por presentarse y ver si solo se trataba de una indígena que pasaba por allí o realmente era alguien amenazador que pretendía echarla de “su territorio”.
- Saludos, el mío es Layla – se quedó dubitativa unos instantes, no sabía si responder a su pregunta o ignorarla, finalmente optó por la primera opción – Procedo de un país muy lejano y he llegado a este archipiélago hace poco. ¿Eres nativa de esta isla?
Esperaba o haber parecido descortés, esperaba no haber sido amenazadora y esperaba que la tribu de aquella muchacha no fueran caníbales fácilmente ofendibles que se zampaban a los desconocidos a la menor provocación.
Aun no había terminado de tragar el último bocado cuando una mujer de piel oscura o cabellos (a juzgar por los cánones de cualquier ciudad “civilizada”) despeinados y enmarañados, se plantó delante de ella con una pose que le pareció bastante tensa y amenazadora. Incluso no siendo especialmente alta, en aquella muchacha parecía más bien una ventaja y no un inconveniente.
Layla se atragantó antes de conseguir ponerse en pie mientras agarraba su cayado para apoyarse en el. Mejor tenerlo cerca por si algo ocurría, y en aquella pose podía parecer una muchacha desvalida que solo necesitaba un apoyo, asique no se tornaba amenazadora. Contraría a todo tipo de violencia, optó por presentarse y ver si solo se trataba de una indígena que pasaba por allí o realmente era alguien amenazador que pretendía echarla de “su territorio”.
- Saludos, el mío es Layla – se quedó dubitativa unos instantes, no sabía si responder a su pregunta o ignorarla, finalmente optó por la primera opción – Procedo de un país muy lejano y he llegado a este archipiélago hace poco. ¿Eres nativa de esta isla?
Esperaba o haber parecido descortés, esperaba no haber sido amenazadora y esperaba que la tribu de aquella muchacha no fueran caníbales fácilmente ofendibles que se zampaban a los desconocidos a la menor provocación.
Layla Ellis- Cantidad de envíos : 39
Re: Un encargo peligroso
La aborigen observó a la muchacha con detenimiento ahora que estaba de pie, sus ropas no eran menos extrañas que su físico, pero al igual que Upanaya, no parecía tener intención de pelear si no era necesario. Le agradó que respondiera tan directamente.
“Un país lejano… archipiélago” Repitió mentalmente, sobretodo tratando de memorizar la última palabra. Realmente la única frontera que conocía era la de los distintos poblados y la que la salvaje naturaleza de la jungla marcaba; cualquiera ajena a ella era considerada como extranjera, indistintamente de si procedía de otra isla, país o continente… la falta de conocimiento no permitía mayores distinciones.
No parecía mentir y tras olfatear el aire sin mostrar ningún reparo, la chica de tez oscura supuso que después de todo, por muy extraña que le pareciera, era al menos tan humana como ella.
Con una actitud más relajada, acomodó su mano en la cadera y contestó sin mejorar el tono autoritario de su voz.
- Mi poblado se encuentra a unos cinco días de camino… trato de salir de la selva, quiero viajar a otros “país”.
En parte decía la verdad, la gente de su tribu era bastante diestra para defenderse si ella o cualquier otro osaba atacarles y después de lo sucedido con la bruja, habían aprendido a desconfiar de los extraños. Callaba, sin embargo, que en más de una ocasión se había encontrado dando vueltas en círculos por la laberíntica jungla, así que la distancia no era tan grande como pretendía hacer ver.
La curiosidad brotó en la mente de la impulsiva Upanaya - ¿Qué haces lejos de casa, viajas también?
La posibilidad de conseguir una guía en el confuso mundo exterior empezó a cobrar forma en la cabeza de la joven, igual podían llegar a un trato. Ella conocía la selva y Layla había empezado a moverse por esas islas.
El hilo de pensamientos de Upanaya quedó cortado por el repentino vuelo de una bandada de pájaros no demasiado lejos de allí; algo los había espantado. La chica de la selva se quedó mirando en dirección al lugar donde antes se encontraban posadas las aves, tratando de ver sin éxito a través de la espesa vegetación.
- Me parece que deberíamos movernos… - Dijo en un tono serio y un tanto lúgubre, teniendo en mente algún gran depredador o quizás algo peor.
“Este no es un lugar seguro para nadie”
“Un país lejano… archipiélago” Repitió mentalmente, sobretodo tratando de memorizar la última palabra. Realmente la única frontera que conocía era la de los distintos poblados y la que la salvaje naturaleza de la jungla marcaba; cualquiera ajena a ella era considerada como extranjera, indistintamente de si procedía de otra isla, país o continente… la falta de conocimiento no permitía mayores distinciones.
No parecía mentir y tras olfatear el aire sin mostrar ningún reparo, la chica de tez oscura supuso que después de todo, por muy extraña que le pareciera, era al menos tan humana como ella.
Con una actitud más relajada, acomodó su mano en la cadera y contestó sin mejorar el tono autoritario de su voz.
- Mi poblado se encuentra a unos cinco días de camino… trato de salir de la selva, quiero viajar a otros “país”.
En parte decía la verdad, la gente de su tribu era bastante diestra para defenderse si ella o cualquier otro osaba atacarles y después de lo sucedido con la bruja, habían aprendido a desconfiar de los extraños. Callaba, sin embargo, que en más de una ocasión se había encontrado dando vueltas en círculos por la laberíntica jungla, así que la distancia no era tan grande como pretendía hacer ver.
La curiosidad brotó en la mente de la impulsiva Upanaya - ¿Qué haces lejos de casa, viajas también?
La posibilidad de conseguir una guía en el confuso mundo exterior empezó a cobrar forma en la cabeza de la joven, igual podían llegar a un trato. Ella conocía la selva y Layla había empezado a moverse por esas islas.
El hilo de pensamientos de Upanaya quedó cortado por el repentino vuelo de una bandada de pájaros no demasiado lejos de allí; algo los había espantado. La chica de la selva se quedó mirando en dirección al lugar donde antes se encontraban posadas las aves, tratando de ver sin éxito a través de la espesa vegetación.
- Me parece que deberíamos movernos… - Dijo en un tono serio y un tanto lúgubre, teniendo en mente algún gran depredador o quizás algo peor.
“Este no es un lugar seguro para nadie”
Upanaya- Cantidad de envíos : 6
Re: Un encargo peligroso
No le gustaba nada el tono autoritario que utilizaba la mujer, pero quizá fuera una líder en su tribu y estaba acostumbrada a ese tono para hablar con cualquier. Además, si no había entendido mal leyendo entre líneas, aquella joven no había salido nunca de su poblado y ahora, por algún motivo, deseaba explorar los alrededores. No pudo evitar sonreír, explorar, que bonito sonaba cuando se hablaba de ello sin más, que de bellos lugares tenías el privilegio de visitar, que de cosas aprendías en tus viajes… pero era un trabajo arriesgado, o una afición peligrosa.
Iba a contestar corrigiendo la palabra “país” por “países”, si es que realmente sabía lo que era uno de esos. Además aclararla que no se encontraba muy lejos del puerto donde podría ir a multitud de lugares, le facilitaría la tarea, pero ella habló de nuevo adelantándose; se había pasado demasiado tiempo meditando sobre exploraciones.
- Se podría decir que si
Al fin y al cabo se ganaba la vida viajando, o al menos se ganaba una parte de su sustento así. Aunque este último encargo le parecía cada vez menos interesante… coger un trabajo a la desesperada no había resultado demasiado bien.
Se giró en dirección a la zona donde la bandada de pájaros había levantado el vuelo, tratando de escrutar entre la espesura cual había sido el motivo de tanto ajetreo. Incapaz de ver a través de los árboles torció el gesto y se dispuso a recoger su improvisado almuerzo.
- Si, te doy toda la razón, mejor vámonos. El puerto está en aquella dirección, aunque yo iba… - giró la cabeza, aun con un brazo extendido en dirección al puerto. Precisamente se encaminaba al lugar del alboroto – ¡bah! Es igual, te acompaño, ya volveré.
Había dado por supuesto que Upanaya se dirigía hacia el puerto, desde luego, la mejor forma de salir de la isla era allí y no imaginaba que quisiera quedarse en aquella isla si quería ir a otros países.
Iba a contestar corrigiendo la palabra “país” por “países”, si es que realmente sabía lo que era uno de esos. Además aclararla que no se encontraba muy lejos del puerto donde podría ir a multitud de lugares, le facilitaría la tarea, pero ella habló de nuevo adelantándose; se había pasado demasiado tiempo meditando sobre exploraciones.
- Se podría decir que si
Al fin y al cabo se ganaba la vida viajando, o al menos se ganaba una parte de su sustento así. Aunque este último encargo le parecía cada vez menos interesante… coger un trabajo a la desesperada no había resultado demasiado bien.
Se giró en dirección a la zona donde la bandada de pájaros había levantado el vuelo, tratando de escrutar entre la espesura cual había sido el motivo de tanto ajetreo. Incapaz de ver a través de los árboles torció el gesto y se dispuso a recoger su improvisado almuerzo.
- Si, te doy toda la razón, mejor vámonos. El puerto está en aquella dirección, aunque yo iba… - giró la cabeza, aun con un brazo extendido en dirección al puerto. Precisamente se encaminaba al lugar del alboroto – ¡bah! Es igual, te acompaño, ya volveré.
Había dado por supuesto que Upanaya se dirigía hacia el puerto, desde luego, la mejor forma de salir de la isla era allí y no imaginaba que quisiera quedarse en aquella isla si quería ir a otros países.
Layla Ellis- Cantidad de envíos : 39
Re: Un encargo peligroso
Por primera vez, medio sonrió con sinceridad cuando la vio recoger sus pertenencias y prestar atención a los movimientos de la selva profunda; a medida que la observaba iba acostumbrándose a su peculiar y exótico aspecto, casi empezaba a considerarla incluso bonita. Pero lo que más le gustó fue ese pequeño gesto, casi automatizado e instintivo de abarcar en un rápido vistazo el entorno.
“¿Eso qué he visto era una chispa de su mnyamamlezi? A pesar de su aspecto, si es humana debe residir en su interior un espíritu animal… me pregunto cual será.”
Si como decía, estaba viajando puede que su acompañante bestial la ayudara a sobrevivir o de algún modo la guiara en su periplo. Las gentes de Upanaya y ella misma tenían la fuerte creencia de que cada persona poseía en su interior un espíritu animal que los vinculaba de forma estrecha a la naturaleza y la vida. Si una persona conseguía enlazar su alma humana con la del animal que vivía en su interior, eran capaces se realizar todo tipo de proezas.
Era tarea de los chamanes descubrir el tótem de cada cual y hacer lo que esté en sus manos para hacerlo aflorar. Su madre era un ave rapaz nocturna, ella (para bien o para mal) estaba tocada por las arañas… quedaba por ver que espíritu habitaba en los corazones de los extranjeros.
- ¿El puerto? Desde allí llegaste a la isla... - Dijo más para sí que para Layla.
Podía sentirse afortunada de que los espíritus se la hubiesen traído, iba a ahorrarse un período de tiempo importante para poder salir de su amada isla.
Recordaba el mar, realmente hacía mucho que no iba hasta la costa, las mujeres de su tribu se encargaban de recoger huevos de tortugas marinas una vez al año mientras los hombres las acompañaban y hacían las veces de guardias y cazadores. Cuando empezó a aprender el oficio de chamán con su madre dejó de acudir a la recogida de huevos, pero desde ciertos picos de las montañas de la isla se podía divisar el vasto mar que los rodeaba.
- Te lo agradezco Layla – no estaba del todo segura de haber pronunciado su nombre como es debido. -, ¿hay alguna forma en que pueda compensarte por mostrarme el camino?
Su instinto no le daba señales de peligro con aquella chica, aunque se fiaba tanto de ella como lo haría de cualquier otro desconocido. El caso era que consideraba que en el mundo no había nada gratis y que un favor debía corresponderse con otro, ya fuera en esta vida o en la siguiente, era obligatorio pagar las deudas a menos que se deseara que los espíritus se las cobraran por su parte; a demás, parecía que la extranjera tenía algo en mente.
“¿Eso qué he visto era una chispa de su mnyamamlezi? A pesar de su aspecto, si es humana debe residir en su interior un espíritu animal… me pregunto cual será.”
Si como decía, estaba viajando puede que su acompañante bestial la ayudara a sobrevivir o de algún modo la guiara en su periplo. Las gentes de Upanaya y ella misma tenían la fuerte creencia de que cada persona poseía en su interior un espíritu animal que los vinculaba de forma estrecha a la naturaleza y la vida. Si una persona conseguía enlazar su alma humana con la del animal que vivía en su interior, eran capaces se realizar todo tipo de proezas.
Era tarea de los chamanes descubrir el tótem de cada cual y hacer lo que esté en sus manos para hacerlo aflorar. Su madre era un ave rapaz nocturna, ella (para bien o para mal) estaba tocada por las arañas… quedaba por ver que espíritu habitaba en los corazones de los extranjeros.
- ¿El puerto? Desde allí llegaste a la isla... - Dijo más para sí que para Layla.
Podía sentirse afortunada de que los espíritus se la hubiesen traído, iba a ahorrarse un período de tiempo importante para poder salir de su amada isla.
Recordaba el mar, realmente hacía mucho que no iba hasta la costa, las mujeres de su tribu se encargaban de recoger huevos de tortugas marinas una vez al año mientras los hombres las acompañaban y hacían las veces de guardias y cazadores. Cuando empezó a aprender el oficio de chamán con su madre dejó de acudir a la recogida de huevos, pero desde ciertos picos de las montañas de la isla se podía divisar el vasto mar que los rodeaba.
- Te lo agradezco Layla – no estaba del todo segura de haber pronunciado su nombre como es debido. -, ¿hay alguna forma en que pueda compensarte por mostrarme el camino?
Su instinto no le daba señales de peligro con aquella chica, aunque se fiaba tanto de ella como lo haría de cualquier otro desconocido. El caso era que consideraba que en el mundo no había nada gratis y que un favor debía corresponderse con otro, ya fuera en esta vida o en la siguiente, era obligatorio pagar las deudas a menos que se deseara que los espíritus se las cobraran por su parte; a demás, parecía que la extranjera tenía algo en mente.
Upanaya- Cantidad de envíos : 6
Re: Un encargo peligroso
Cuando terminó de recoger sus pertenecías se encaminó entre los árboles volviendo sobre sus pasos. Ciertamente había dado un rodeo para llegar hasta allí, como exploradora, el camino recto no siempre era el indicado puesto que podías perderte muchos detalles, o descubrimientos… sobre todo cuando estabas en una misión. Pero por el momento la dirección correcta era aquella.
- ¡Oh! No importa, es de buena educación ayudar al prójimo
Sonrió, realmente no necesitaba nada, ni quería nada a cambio de un simple paseo, no había tiempo límite en la misión encomendada y eso le daba la escusa perfecta para plantearse ciertas dudas que tenía sobre ella.
- Además, me olvidé de comprar un par de cosas que necesito
No era del todo cierto, puesto que podía prescindir de ellas, pero algo la impulsaba a rehuir el encargo aceptado, y ese impulso era más fuerte que su desconfianza por los desconocidos. Quizá se arrepintiera si algo sucedía y volvía a caer bajo el influjo de collar… Desechó esas ideas, había decidido aventurarse para descubrir una cura y no podía hacerlo encerrada en un caparazón, además solo iba a ser un inocente paseo hasta el puerto ¿verdad?
- ¡Oh! No importa, es de buena educación ayudar al prójimo
Sonrió, realmente no necesitaba nada, ni quería nada a cambio de un simple paseo, no había tiempo límite en la misión encomendada y eso le daba la escusa perfecta para plantearse ciertas dudas que tenía sobre ella.
- Además, me olvidé de comprar un par de cosas que necesito
No era del todo cierto, puesto que podía prescindir de ellas, pero algo la impulsaba a rehuir el encargo aceptado, y ese impulso era más fuerte que su desconfianza por los desconocidos. Quizá se arrepintiera si algo sucedía y volvía a caer bajo el influjo de collar… Desechó esas ideas, había decidido aventurarse para descubrir una cura y no podía hacerlo encerrada en un caparazón, además solo iba a ser un inocente paseo hasta el puerto ¿verdad?
Layla Ellis- Cantidad de envíos : 39
Re: Un encargo peligroso
La indígena dejó que las cosas quedaran como Layla disponía, aunque ni por asomo iba a olvidar el favor que le hacía. Caminaron juntas en dirección al puerto, no existían sendas transitables en aquel mar de bosque dado que la vegetación se encontraba en una constante lucha por el terreno y el más leve resquicio de luz; a los pocos días que se talaba un árbol en aquella región, su hueco era cubierto por jóvenes tallos que trataban de crecer lo más rápido posible y el espeso follaje de los árboles más grandes que aprovechaban para extender sus ramas.
Upanaya a pesar de todo, se sentía bastante cómoda caminando entre las raíces centenarias y las enormes rocas quebradas, encaramándose por un nudoso árbol o deslizándose hasta el suelo con suavidad usando las lianas. Cada cierto tiempo, se preguntaba cómo era posible que su acompañante pudiese caminar con esas cosas pegadas a los pies pero, aunque sentía curiosidad, prefirió dejar la cuestión para cuando se encontraran en un lugar más seguro.
Bien era cierto que Layla poseía mejor orientación que la otra muchacha, y eso contribuyó en cierta forma a que se ganara el respeto de Upanaya, a pesar de no terminar de comprender qué hacía una extranjera como ella en la selva. La chica era un completo misterio para ella, más aún, después de su ofrecimiento en apariencia completamente desinteresado. No había conocido a nadie así.
- No sería bueno que siguiésemos por aquí mucho después del medio día, la noche cae rápida a media tarde. – En ese mismo tono seco, carente de afabilidad que usara antes, aunque de forma más queda.
Le comentó sin dejar de prestar atención a lo que tenía en frente, quería memorizar los detalles del entorno para que al menos, esa parte del camino se le quedara grabada en la memoria como un mapa. ¿Cuántos antes que ellas dos habían tratado de atravesar aquella región para descubrir los secretos que guardaba la jungla… sus tesoros? Era imposible saberlo, pero seguro que eran muchos más de los que volvieron.
Vida y muerte en su frágil equilibrio tolerable y constante, no había maldad en la supervivencia, excepto cuando entraban en juego los seres humanos y el resto de las razas. Allí encontraban un hogar donde dar rienda suelta a sus instintos y perversiones, al amparo de las danzarinas sombras.
Desde sus escondrijos, ojos oscuros y ávidos de sangre, observaban a la joven pareja cruzar ante ellos. Muchos pares de ojos…
La terrible sensación de estar siendo observada penetró en la nuca de Upanaya como un largo clavo. A medida que avanzaban se hacían más palpables los movimientos entre la vegetación, sus sonidos iban volviéndose menos discretos.
En un vano intento por contar a sus acechadores, la muchacha escrutó el terreno sin volver la cabeza; lentamente se acercó a Layla hasta quedarse a su lado y tomarla por el hombro, dirigiéndole una seria mirada. Con un suave gesto le señaló el arma que prendía de su cintura y se acercó un poco más, casi hasta que sus carnosos labios rozaron su oreja para decirle en un susurro.
- No estamos solas…
Los cazadores conocían de sobra cuando su presa se detiene advertida por sus sentidos, a comprobar si ha llegado una amenaza hasta ella. Los pacientes, esperan, dejan que vuelva a tomar confianza y sigilosos, se mantienen ocultos para pillarla desprevenida.
Pero ellas no eran tan incautas, parecía que les superaban en número y probablemente tratarían de rodearlas.
Con el corazón acelerado y la mano crispada sobre su daga, seguía buscando a sus predadores con la mirada mientras esperaba que Layla comprendiera la situación en la que se encontraban. Esperaba que también se hubiese percatado de su presencia.
Cuando los marrones ojos de Upanaya se cruzaron con los de una sobra agazapada entre los helechos, ya no les quedaron más opciones.
- ¡Corre!
Casi no tuvo tiempo de mirarla a la cara pues mientras pronunciaba esas palabras, la sujetaba por el brazo y emprendía la huida, soltándola poco después, mientras el sonido de los dardos de las cerbatanas pasaban junto a ellas.
Tenían problemas y muy graves.
Upanaya a pesar de todo, se sentía bastante cómoda caminando entre las raíces centenarias y las enormes rocas quebradas, encaramándose por un nudoso árbol o deslizándose hasta el suelo con suavidad usando las lianas. Cada cierto tiempo, se preguntaba cómo era posible que su acompañante pudiese caminar con esas cosas pegadas a los pies pero, aunque sentía curiosidad, prefirió dejar la cuestión para cuando se encontraran en un lugar más seguro.
Bien era cierto que Layla poseía mejor orientación que la otra muchacha, y eso contribuyó en cierta forma a que se ganara el respeto de Upanaya, a pesar de no terminar de comprender qué hacía una extranjera como ella en la selva. La chica era un completo misterio para ella, más aún, después de su ofrecimiento en apariencia completamente desinteresado. No había conocido a nadie así.
- No sería bueno que siguiésemos por aquí mucho después del medio día, la noche cae rápida a media tarde. – En ese mismo tono seco, carente de afabilidad que usara antes, aunque de forma más queda.
Le comentó sin dejar de prestar atención a lo que tenía en frente, quería memorizar los detalles del entorno para que al menos, esa parte del camino se le quedara grabada en la memoria como un mapa. ¿Cuántos antes que ellas dos habían tratado de atravesar aquella región para descubrir los secretos que guardaba la jungla… sus tesoros? Era imposible saberlo, pero seguro que eran muchos más de los que volvieron.
Vida y muerte en su frágil equilibrio tolerable y constante, no había maldad en la supervivencia, excepto cuando entraban en juego los seres humanos y el resto de las razas. Allí encontraban un hogar donde dar rienda suelta a sus instintos y perversiones, al amparo de las danzarinas sombras.
Desde sus escondrijos, ojos oscuros y ávidos de sangre, observaban a la joven pareja cruzar ante ellos. Muchos pares de ojos…
La terrible sensación de estar siendo observada penetró en la nuca de Upanaya como un largo clavo. A medida que avanzaban se hacían más palpables los movimientos entre la vegetación, sus sonidos iban volviéndose menos discretos.
En un vano intento por contar a sus acechadores, la muchacha escrutó el terreno sin volver la cabeza; lentamente se acercó a Layla hasta quedarse a su lado y tomarla por el hombro, dirigiéndole una seria mirada. Con un suave gesto le señaló el arma que prendía de su cintura y se acercó un poco más, casi hasta que sus carnosos labios rozaron su oreja para decirle en un susurro.
- No estamos solas…
Los cazadores conocían de sobra cuando su presa se detiene advertida por sus sentidos, a comprobar si ha llegado una amenaza hasta ella. Los pacientes, esperan, dejan que vuelva a tomar confianza y sigilosos, se mantienen ocultos para pillarla desprevenida.
Pero ellas no eran tan incautas, parecía que les superaban en número y probablemente tratarían de rodearlas.
Con el corazón acelerado y la mano crispada sobre su daga, seguía buscando a sus predadores con la mirada mientras esperaba que Layla comprendiera la situación en la que se encontraban. Esperaba que también se hubiese percatado de su presencia.
Cuando los marrones ojos de Upanaya se cruzaron con los de una sobra agazapada entre los helechos, ya no les quedaron más opciones.
- ¡Corre!
Casi no tuvo tiempo de mirarla a la cara pues mientras pronunciaba esas palabras, la sujetaba por el brazo y emprendía la huida, soltándola poco después, mientras el sonido de los dardos de las cerbatanas pasaban junto a ellas.
Tenían problemas y muy graves.
Upanaya- Cantidad de envíos : 6
Re: Un encargo peligroso
Caminaba en silencio, Upanaya no parecía una mujer parlanchina y ella prefería centrarse en las rocas, las plantas, los árboles y todo la que la rodeaba para orientarse. Durante temporadas extensas de su vida, su única compañía había sido aquella, la naturaleza, así que allí nunca se sentía sola.
Una vez orientada y en camino, se decidió a dirigir, discretamente, su mirada a su acompañante, fijándose en los detalles de cómo se movía, como iba vestida y peinada… Siempre le resultaba curioso conocer otras costumbres, otras tribus, otras razas; y casi siempre resultaba una experiencia enriquecedora y agradable. Solía observar de lejos y en silencio, su natural desconfianza en cualquier ser vivo con capacidad de raciocinio, hacían que normalmente tardara semanas (a veces meses) en atreverse a mezclarse con una nueva cultura, a entablar relaciones con alguno de ellos. Eso había traído consecuencias negativas cuando, una de esas razas o tribus desconfiadas, la habían descubierto observando sin más, haciendo que se lanzaran en su persecución, busca y captura. Algunas veces había conseguido huir solo por sus conocimientos sobre el terreno y sus dotes como alquimista.
Pegó un pequeño respingo cuando la muchacha de piel oscura se acercó a su oreja para susurrarla que no estaban solas. Se maldijo a sí misma, se había perdido en la memoria y en detalles sin importancia, pasando por alto que, para empezar, habían empezando a caminar evitando un posible peligro.
Gracias a que su cuerpo estaba en forma, no tropezó y cayó de bruces cuando Upanaya empezó a tirar de ella al tiempo que gritaba “¡Corre!”. Igualmente, no pudo evitar soltar un “¡AY!” al sentir la presión de la mano que la sujetaba.
Cuando el primer dardo pasó rozando una de sus orejas, todo su cuerpo se puso en tensión y reaccionó. Había dejado que este actuara por su cuenta y por instinto guiado por lo que le decían mientras trataba de ubicar en su cerebro, lo sucedido en los pocos segundos transcurridos. Todo la maquinaria de neuronas, sinapsis y músculos reacciono al mismo tiempo haciendo que sus piernas se movieran con mayor velocidad.
Se puso a la altura de Upanaya y la indicó con la mano que la siguiera. Había visto en su camino de subida desde Daosh, una pequeña cueva donde podrían refugiarse y defenderse mejor que al aire libre. Acto seguido torció a su izquierda, esquivando árboles, plantas y rocas en su loca carrera. No se paró a mirar si la otra mujer la seguía o no, pero los dardos seguían persiguiéndola con la misma insistencia y su supervivencia estaba por encima de una desconocida que podría estar aliada con sus atacantes.
Una vez orientada y en camino, se decidió a dirigir, discretamente, su mirada a su acompañante, fijándose en los detalles de cómo se movía, como iba vestida y peinada… Siempre le resultaba curioso conocer otras costumbres, otras tribus, otras razas; y casi siempre resultaba una experiencia enriquecedora y agradable. Solía observar de lejos y en silencio, su natural desconfianza en cualquier ser vivo con capacidad de raciocinio, hacían que normalmente tardara semanas (a veces meses) en atreverse a mezclarse con una nueva cultura, a entablar relaciones con alguno de ellos. Eso había traído consecuencias negativas cuando, una de esas razas o tribus desconfiadas, la habían descubierto observando sin más, haciendo que se lanzaran en su persecución, busca y captura. Algunas veces había conseguido huir solo por sus conocimientos sobre el terreno y sus dotes como alquimista.
Pegó un pequeño respingo cuando la muchacha de piel oscura se acercó a su oreja para susurrarla que no estaban solas. Se maldijo a sí misma, se había perdido en la memoria y en detalles sin importancia, pasando por alto que, para empezar, habían empezando a caminar evitando un posible peligro.
Gracias a que su cuerpo estaba en forma, no tropezó y cayó de bruces cuando Upanaya empezó a tirar de ella al tiempo que gritaba “¡Corre!”. Igualmente, no pudo evitar soltar un “¡AY!” al sentir la presión de la mano que la sujetaba.
Cuando el primer dardo pasó rozando una de sus orejas, todo su cuerpo se puso en tensión y reaccionó. Había dejado que este actuara por su cuenta y por instinto guiado por lo que le decían mientras trataba de ubicar en su cerebro, lo sucedido en los pocos segundos transcurridos. Todo la maquinaria de neuronas, sinapsis y músculos reacciono al mismo tiempo haciendo que sus piernas se movieran con mayor velocidad.
Se puso a la altura de Upanaya y la indicó con la mano que la siguiera. Había visto en su camino de subida desde Daosh, una pequeña cueva donde podrían refugiarse y defenderse mejor que al aire libre. Acto seguido torció a su izquierda, esquivando árboles, plantas y rocas en su loca carrera. No se paró a mirar si la otra mujer la seguía o no, pero los dardos seguían persiguiéndola con la misma insistencia y su supervivencia estaba por encima de una desconocida que podría estar aliada con sus atacantes.
Layla Ellis- Cantidad de envíos : 39
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