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Mensaje por Yshara 19/12/09, 02:23 am

[F.D.I.: Bueno, ésto debería venir de una historia previa, pero no, no lo hace.]

Duele.

Durante unos instantes, lo único que puede hacer, lo único para lo que le llegan las fuerzas, es pestañear.

Abre los ojos, vuelve a cerrarlos. No consigue enfocar las pupilas, pero no vería nada aunque lo hiciera. La luna está alta en el cielo, pero las nubes hacen un denso sudario. Chispea con suavidad, pero ella no lo nota. Sus sentidos aún no se han activado.

No recordaba un despertar tan pesado desde hacía muchos, muchos años.

Sus ojos se vuelven hacia arriba mientras deja escapar un quejido y una tos débil. Comienza a sentir, lentamente, cómo su cerebro vuelve a percibir lentamente su cuerpo, embotado por completo, y cómo el dolor comienza a aparecer de forma paulatina. Trata de respirar hondo, por la nariz, y tose con fuerza.

Se vuelve, mareada, y escupe arena húmeda de saliva sobre la arena húmeda de marea que moja con insistencia la playa. El agua está fría, pero todavía no lo nota. Le hormiguean las extremidades. Aún no enfoca los ojos. No tiene nada en el estómago, pero vomita a la primera arcada, sin que pueda hacer nada por evitarlo. Durante unos instantes, se plantea donde está, quién es siquiera. Pero los recuerdos y los conocimientos no la han abandonado.

Sólo se siente como si le hubiese pasado una recua de caballos por encima, y luego hubiesen dado marcha atrás.

Las aguas de la playa están tan grises como el cielo, y se pregunta: ¿No era de noche hace un momento?. Hay niebla, y no sabe si es que aún lloviznea o que la humedad que siente le cala hasta los huesos. Hacía mucho que no sentía tanto frío, y la marea que hace subir y bajar las pequeñas olas que se estrellan contra la costa le empapan de agua helada las piernas.

Hace un esfuerzo supino por incorporarse. Clava los dedos, y las garras, en la arena, y abre un surco. Pero apenas es capaz de ponerse a cuatro patas. El pelo, mugroso, lleno de arena mojada, le cae en confusas cascadas en todas direcciones. La boca le sabe a arena, y a sangre. No sabe cuánto tiempo ha estado inconsciente, ni durante cuánto tiempo ha estado a merced del mar.

No sabe dónde se encuentra, y por un momento, duda - otra vez - incluso de quién es, y se avergüenza profundamente del estado en el que se encuentra. Todo son pensamientos confusos, preguntas que no encuentran respuesta. No puede concentrarse. Le duele demasiado la cabeza. Todo le da vueltas. Se arrastra un puñado de metros, creyendo que puede reunir las fuerzas necesarias para ponerse de pie.

No lo logra.

Yshara cae de bruces al suelo, y vuelve a perder el conocimiento con un ronco y ahogado quejido.
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Mensaje por Narrador 29/12/09, 08:41 pm

Una flauta dejó escuchar su música. Alegre, rápida, desubicada y estridente, pero por milagro y talento innato del músico, entonada. Una flauta que se asomó entre los árboles, seguida muy de cerca por el pequeño gnomo que la hacía sonar. El pequeño ser del bosque saltaba y giraba y saltaba de nuevo sin dejar de tocar, con ninguna otra preocupación que la de comparar su música con la ninfa que había conocido el día anterior. Alegre, rápida, desubicada y estridente, pero entonada.

La música, los erráticos saltos y los no menos erráticos pensamientos del gnomo lo conducían ahora por la playa, lejos de su país pero no tanto como para tener que preocuparse. Aunque hay que admitir que para preocuparse uno necesita sentido común, y a este gnomo en particular aquello no le sobraba.

Hubiera sido interesante ver a alguien intentando interpretar las huellas que el ser feérico iba dejando sobre la arena mojada, pues entre los saltos y volteretas que daba a medias, los casuales tropiezos (que no interrumpían la música, eso jamás) y sus idas y venidas sin motivo, su rastro más parecía el de tres enanos borrachos que salían del mar caminando como cangrejos que cualquier otra cosa.

Daba igual, pronto se acercó al agua y las olas cubrieron las marcas como con vergüenza ajena.

-¡Una foca flaca! -fue lo primero que surgió de sus labios sin pasar por la flauta. La música se detuvo y su improvisado baile también, cuando entre la niebla matutina pudo ver a un animal desparramado en la arena unos cuantos metros más adelante. -Una foca flaca, una foca flaca~ -canturreó alegremente, mientras corría hacia su descubrimiento tan rápido como sus cortas piernas se lo permitían.

Era raro, ese tipo de juguetes no duraban mucho sin que las gaviotas los reclamaran. ¡Debía de ser su día de suerte! Bueno, al llegar junto al animal, notó que no tanto.

-Tu no eres una foca flaca… ¡eres una elfa ahogada! Eso no suena tan bien.

El gnomo se dejó caer al lado de la cabeza de su nuevo juguete, y la zamarreó por el hombro con brusquedad… o con toda la brusquedad que sus cincuenta centímetros de estatura le permitían.

-¿Oye, estás muerta? Si te giras un poco quizá pueda revivirte con mi Elixir Mágico de Uva Fermentada.

La picó en la mejilla con su flauta, pero pensó luego que no podría revivir a un muerto siendo tan sutil. Así pues, marcó la nota más aguda que su pequeño instrumento permitía y la sopló con toda la fuerza de sus pulmones en la puntiaguda oreja que tenía a su alcance.
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Mensaje por Yshara 31/12/09, 11:31 am

Casi.

La pregunta del gnomo bien podría haber tenido una respuesta afirmativa, pero para su desdicha, la foca flaca se revolvió casi imperceptiblemente, dejando escapar un quejido, cuando la zarandeó. Pero no fue suficiente para despertarla.

En la mente de Yshara, en aquellos momentos, no había nada. Ni siquiera los delirios se atrevían a entrar en ella, y los sueños se perdían sin que los fuera a recordar. Volvió a quejarse cuando la flauta le acarició la cara, pero fue porque su cerebro hacía un esfuerzo por reactivarse, por comenzar de nuevo a percibir estímulos.

Y de pronto, percibió un estímulo.

Yshara volvió a revolverse, echando atrás las orejas involuntariamente, cerrándolas para evitar el paso del estridente sonido; pero aquello no era posible. La elfa dejó escapar un agudo y prolongado gemido, al tiempo que giraba la cabeza, apretando los dientes. A continuación, su instinto y su cuerpo reaccionaron por ella, y la elfa dio un respingo, abriendo los ojos, aunque no veía nada.

En apenas una milésima de segundo, su cuerpo, que no entendía bien lo que estaba sucediendo, identificó un sonido tan estridente que hacía daño a sus finos oídos de elfa, y una figura, inidentificada, que lo producía. En apenas una milésima de segundo, sin ser consciente, sin estar del todo despierta, Yshara atacó sin pensárselo dos veces. Sus instintos se ocuparon de todo. Los dedos de su mano izquierda, envueltos en una garra de metal, dibujaron un arco en el aire, en dirección al origen del sonido, y aunque estaba débil, le imprimió la suficiente fuerza al movimiento como para que pudiera hacer daño.

Pero enseguida necesitó la mano para no desplomarse, y clavó los dedos en la arena, repentinamente consciente de su debilidad, mientras sus sentidos comenzaban a tomar, muy lentamente, noción y conciencia de la realidad que le rodeaba. En aquellos instantes, trató de decir algo, pero sus palabras quedaron en un gorjeo apagado.
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Mensaje por Narrador 02/01/10, 01:36 am

Los movimientos de la elfa muerta ante el zarandeo fueron demasiado sutiles como para que el gnomo los notara, pero su reacción ante el estridente sonido, lanzado a mansalva en su oreja, fue más que evidente.

¡Resultó!, pensó el pequeño ser, extasiado al ver el resultado de su maniobra, pero no tuvo mucho tiempo para regocijarse en ella. Casi antes de que pudiera darse cuenta, una extraña mano metálica salió disparada hacia él. Si la elfa caída había atacado sin pensárselo dos veces, el gnomo no lo pensó siquiera una para saltar hacia atrás, impulsado por el instinto, el pánico y unas piernas muy vigorosas.

Lejos, no mucho, apenas lo suficiente, del alcance de la garra metálica, permaneció un instante inmóvil y expectante, como un conejo asustado, que se paraliza ante su depredador. Pero el depredador en esta ocasión se encontraba muy a mal traer… de hecho se había despatarrado sobre la arena, incapaz de continuar su ataque.

La presa, sorprendida, permaneció ante el depredador caído sintiendo como, a medida que su miedo disminuía, también lo hacía el respeto que instintivamente había sentido ante su atacante. Y la disminución del respeto llevó a la burla, ¡qué ridícula se veía la foca flaca, así tan humillada! Ese estado de ánimo no duró mucho, sin embargo. Era un gnomo de buenos sentimientos y la patética imagen de la elfa, débil, cansada, balbuceante, ablandó su espíritu y lo movió a compasión.

Se acercó con pasos cortos, cauteloso, todavía podía ser una trampa para atraparlo, pero a medida que se acercaba se le hacía cada vez más evidente que la elfa estaba imposibilitada de atacarlo y eso lo hizo recuperar toda la confianza en si mismo.

- ¡Foca mala! – gritó indignado, dándole un golpe en la cabeza con la flauta - ¡qué modales tienes! Tratar así a alguien que te estaba reviviendo, ¡y bien que lo logré!, pero, ¿me lo agradeces? No, señor, me atacas. Tienes suerte de estar toda debilucha y de que yo tenga un corazón muy bondadoso, que no guarda rencor y que ayuda al caído, por que te daré un poco de mi Elixir Mágico de Uva Fermentada.

Para sacar de su cantimplora el precioso Elixir necesitaba ambas manos libres, así que dejó su flauta convenientemente apoyada en la frente de la foca flaca y se dio a la tarea. Una vez que la hubo descolgado de su hombro, la destapó aspirando con fruición su aroma, ¡qué maravilla!, y miró decidido a la desfalleciente elfa.

- ¡Abre la boca! – le ordenó.
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Mensaje por Yshara 05/01/10, 12:16 pm

Qué demonios.

Yshara no estaba escuchando cada palabra que decía aquella criatura, y su voz era más bien un ruido que burbujeaba en su mente a medida que iba recuperando la consciencia.

Por supuesto, la elfa estaba desorientada. No sabía, para empezar, dónde estaba, ni lo que estaba pasando, pero tenía aquella sensación de que el sitio en el que abría los ojos no se correspondía con el lugar en el que los había cerrado. Pero, ¿Dónde había sido éso? No estaba muy segura de cómo había llegado hasta allí. Tenía la mente embotada, igual que los sentidos. La sensación general era la de tener una capa de algodón alrededor del cerebro.

Sintió un golpe en la cabeza, y se revolvió como respuesta. Cualquiera que hubiese tenido el dudoso placer de conocer a la pelirroja estando despierta habría estado de acuerdo en que el gnomo tuvo suerte, tanto de no haberle dado demasiado fuerte, como de que ella no se hubiera dado cuenta. Yshara dejó escapar un quejido.

Los ojos no le respondían como debían. No conseguía mantenerlos abiertos, y lo veía todo borroso, como si no consiguiera enfocarlos. Aparte, comenzaba a notar las extremidades, primero como un hormigueo punzante a medida que se le despertaban, luego como un dolor penetrante, pero demasiado disperso como para localizar sus heridas. Su nariz estaba taponada, y sus oídos eran quizás lo único que estaba funcionando, aunque el gnomo la había dejado momentáneamente sorda.

Gruñó débilmente, y clavó las garras en el suelo con saña, haciendo un grave esfuerzo por incorporarse, sin que todo funcionase, todavía, como era debido. Se dio cuenta de que tenía algo, cerca, algo que estaba hablando, y que - le pareció - le estaba ofreciendo algo. No estuvo segura, sin embargo, de si era un sueño o realidad.

Se volvió ligeramente para quedar boca abajo, y medio escupió, medio vomitó, un cuajarón de algo muy desagradable que parecía sangre y arena mezcladas a partes iguales, y que parecía lo que le había impedido hablar antes. Tampoco es que tuviera mucha prisa por hacerlo. Tosió débilmente, varias veces, para quitarse el sabor de aquello de la garganta, y luego volvió a mirar a la... lo que quiera que fuera aquello a lo que aún no distinguía bien.
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Mensaje por Narrador 11/01/10, 08:11 pm

Y cualquiera que tuviera el, también, dudoso placer de conocer al gnomo, sabría que se consideraba a sí mismo un gnomo de la buena suerte, o leprachaun. Que los leprachaun fueran duendes zapateros le importaba más bien poco al pequeño gnomo de la buena fortuna.

Por cierto, que él se sabía traedor de la buena suerte. Como mínimo, se la traía a sí mismo. Por ejemplo ahora... hacía semanas que buscaba una excusa para entrar al claro de las dríadas, y de la nada, caído del cielo (traído por el mar, se entiende) se encontraba con la ofrenda perfecta para la Señorita Kraneia.

La pobre foca flaca estaba mal del estómago, debía de haberse comido a las gaviotas que el gnomo no había tenido que espantar para reclamar su premio. Ah, cierto, era una elfa muerta, no una foca flaca. Tenía que recordar eso. No tenía sentido que una foca estuviera tan flaca si se había comido a las gaviotas con las que él, valientemente y sin preocuparse por su propio bienestar, había luchado para rescatarla.

-¡Estas despierta! La elfa muerta despertó, la elfa muerta despertó~ -Se puso a saltar a su alrededor, cantando y gritando hasta que recordó que el veneno de las gaviotas zombis era muy dañino si uno no bebía pronto el antídoto que casualmente él llevaba encima.

Se arrodilló frente a la cabeza de la elfa y le ofreció su bota de vino... después de todo, no había forma de hacerla beber si ella no lo ayudaba. La suerte de un leprachaun no alcanza para mover a una elfa miles de millones de veces más pesada que uno, sin importar lo muerta que estuviera.

-¡Bebe, bebe! Te sentirás mejor. -Agitó la bota frente a ella, para que le llegara el aroma del vino tinto. -Es una vieja receta gnoma, lleva en mi familia casi dos generaciones. ¡Curará todos tus males! Sobre todo el veneno de las gaviotas de Valeska...

Dijo esto último en tono grave y serio, lo cual en su voz aguda sonaba casi tan mal como el pitido con el que había intentado despertarla antes.
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Mensaje por Yshara 24/01/10, 01:24 am

Pensar se hacía complicado.

La elfa tardó un rato más en reaccionar. Su siguiente acción fue la de mantener la cabeza sobre la arena, fuertemente apretada sobre ella. La cabeza le ardía por la fiebre, y le dolía como si se estuviera restregando contra un erizo. Dejó escapar un gemido, prolongado, y al cabo de unos momentos se volvió hacia el lado, quedando tendida boca arriba.

El amanecer no era suficiente para mantener sus ojos abiertos. La elfa parpadeó unas cuantas veces, mientras su mente volvía a trabajar en términos lógicos. Preguntas como dónde estoy o qué hago aquí estaban todavía lejos de formularse, pero al menos comenzaba a ser consciente de que estaba... despierta. Se sentía vacía, y como si acabase de pasar un siglo dormida.

Además, a su lado había un...

...

Los ojos de Yshara encontraron al lo-que-quiera-que-fuese y, por un momento, su mirada delató sus pensamientos: "Estoy soñando o me he vuelto loca". Pestañeó un par de veces, de nuevo, y luego mantuvo los ojos cerrados un instante. Si era un espejismo, no se desvaneció. Era... un hombre de cincuenta centímetros con una especie de bota. Se la estaba ofreciendo.

Yshara gruñó. Le hubiera gustado articular alguna palabra, pero tenía la garganta rasposa, y le sabía mal. Tosió violentamente, y casi volvió a quedar inconsciente, pero solo apoyó la cabeza en la arena.

- Agh - gruñó de nuevo.

El aroma de aquella bota le llegó a los sentidos. Era... vino. Olía como vino. Lo reconoció; los elfos hacen vino, y a Yshara el vino elfo era una de las pocas cosas que le gustaba de su raza. Miró dubitativamente a la criatura, casi bizqueando, y luego cerró los ojos, volviendo a dejar caer la cabeza.

Su mano derecha buscó la bota a tientas, y se la llevó a los labios. Seguramente, de estar lúcida, jamás lo habría hecho. Pero en aquellos momentos ni siquiera estaba segura de que lo que percibía fuera real. Bebió un trago, un trago largo con el que se atragantó al principio, pero después suficiente como para que comenzase a haber algo de adrenalina en su sistema.

Respiró pesadamente, varias veces, no tanto paladeando el vino, que sabía horrible junto con lo que quiera que fuera que tenía en la boca, sino sintiendo cómo despertaba algo de calor en su cuerpo.

- ¿Q... qué...? - acertó a preguntar, profundamente ronca.

"¿Qué ha pasado?", "¿Qué eres?", "¿Qué estoy haciendo aquí?". Hubo tantas preguntas dibujadas en su mente al mismo tiempo, que no fue capaz de vocalizar ninguna.
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Mensaje por Narrador 13/02/10, 12:58 am

Mientras la elfa intentaba reaccionar, Ysengwen Owwniver Addrenvan, el gnomo de la buena suerte, la contemplaba sin verla. Soñaba despierto con su entrada al claro de las dríades llevando a su trofeo, la elfa muerta, como ofrenda para la señorita Kraneia. ¡Ah, que fiesta sería aquella! Bebida y comida, música y danza y, más que seguro, los favores de las más bellas de las dríades.

Sus ojos brillaban ante tan placentera ensoñación, con la que se solazó durante algunos instantes, pero la impaciencia pronto se apoderó de él. Quería ver su sueño convertido en realidad, ¡ya!, y la condenada foca flaca tardaba mucho en recuperarse. Era sorprendente que el Elixir Mágico no hubiera hecho todavía efecto. Quizás la elfa muerta estuviera realmente casi muerta o quizás era un ser demasiado primitivo como para beneficiarse de un medicamento tan maravilloso como el Elixir.

Como fuera, no iba a gastar ni una sola gota más del precioso líquido en aquella criatura. Tenía otras formas de ayudarla. La foca flaca tenía mucha, muchísima suerte porque él, aparte de ser un leprechaum, era un estudioso de las artes mágicas que había logrado convertir su canto y su baile en poderosos elementos de sanación. El Elixir no había sido suficiente pero su Canción y su Danza Mágicas no fallarían.

Ysengwen había permanecido inmóvil mientras soñaba y mientras pensaba en la forma más eficaz de ayudar a la desventurada elfa, pero en cuanto lo hubo decidido, puso manos a la obra, sin previo aviso, en el instante en que ella formulaba una pregunta, la que, por supuesto, el gnomo no oyó.

Cantando a voz en cuello, con un agudo falsete, comenzó a evolucionar en torno a la elfa, dando pataditas, saltando y batiendo palmas, con una energía, un ritmo y una afinación realmente encomiables. Diez vueltas hacia la izquierda y diez vueltas hacia la derecha. Esa era la fórmula precisa para obtener un óptimo resultado. Las completó sintiéndose profundamente orgulloso de sí mismo, no sólo era un gnomo de la buena suerte, era también un alma noble, generosa y sabia. Realmente, la foca flaca había sido muy afortunada de que hubiese sido él quien la encontrara.

No espero sentado el resultado de su intervención. Seguramente la elfa muerta iba a reaccionar pronto y él tenía muchas cosas que hacer. Básicamente tenía que asegurarse de poder llevarla al claro de las dríades y barruntaba que quizás ella no estuviera muy dispuesta a cooperar cuando se sintiera un poco mejor; después de todo, no tenía porque saber el honor que iba a serle dispensado.

Pero Ysengwen era un gnomo de recursos. Tiempo atrás había conseguido, no vale la pena recordar cómo, los polvos mágicos de un hada. Cuando espolvoreabas a alguien con ellos, ese ser levitaba y podías transportarlo a voluntad; sólo tenías que cuidar que no se lo llevara el viento. Eso le había dicho el hada.

Era la primera vez que los usaba y se sentía tan emocionado cuando espolvoreaba a la elfa con ellos que se le había formado un nudo en la garganta y los ojos se le habían humedecido ¡Era un momento sublime! La emoción inundaba aún su pequeño cuerpo cuando ató a la pierna de su víctima una cuerda que siempre llevaba enrollada en su cintura – nunca sabes cuando vas a necesitar una – y, sujetándola del otro extremo, se dispuso a esperar que ella comenzara a flotar en el aire.
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Mensaje por Yshara 19/02/10, 12:08 am

Estoy alucinando.

Ya está. En el apogeo de lo que estaba viendo, la elfa creyó que los siglos de horrores que había vivido, la sangre derramada, la tortura y el dolor que había dispensado, le acababan de pasar factura.

Conocía la locura. La conocía bien. Se la había infligido a un montón de criaturas vivientes a través del dolor o la pérdida, a menudo sólo para satisfacer su egoísta deseo de caos. Yshara nunca se había arrepentido de ello. Estaba en su naturaleza. Exploraba los sentimientos, exploraba los cuerpos, y eventualmente los llevaba hasta una implosión emocional.

Pero hasta aquel momento, Yshara Nadyssra jamás se había planteado su propia cordura.

Siempre se había considerado en perfecto y completo uso de sus facultades mentales. Después de todos los horrores que ella había vivido, había sufrido, la oscura determinación que la propulsaba siempre había significado un contacto absoluto con la realidad. El horror de la realidad es lo que vuelve locas a muchas personas, que intentan huír de ella; para Yshara, era el vínculo que la unía a la vida.

... sacudió la cabeza.

La elfa se detuvo a pensar. No era tarea fácil, con el dolor de cabeza que tenía. Estaba ardiendo, y supo que era de fiebre; estaba débil. Sabía que estaba herida, gravemente. Podía ser un delirio. Una alucinación. Era demasiado real, pero podía ser. O podía... haber llegado a un lugar extraño.

Pero era muy reticente a seguir el juego de aquella criatura que bailaba a su alrededor. Todo su ser, la terrible majestuosidad de la elfa para quien la vida no significaba nada, le describía aquella situación como... ridícula, patética. Aquella criaturilla era un ser inferior y bufonesco. Y sin embargo, era todo lo que tenía en aquellos momentos. Ignoraba dónde estaba, o cómo había llegado hasta allí. Y estar a merced de aquella bufonada la hizo sentirse oscuramente humillada.

Mientras la criatura daba vueltas a su alrededor, Yshara se llevó los dedos de la mano derecha a los ojos, para limpiárselos. Le costaba mucho enfocar la vista, pero se lo achacó a la fiebre. Pronto, el leprechaun comenzó a cantar. Demasiado cerca de la elfa, cuyo cerebro ardía, y en un tono demasiado agudo para que sus finas orejas de elfa no se viesen resentidas. Cerró los ojos, apretó las largas orejas contra su cráneo, y justo cuando la criatura le espolvoreaba algo que no quería saber qué era y le ataba una cuerdecilla en la pierna, Yshara no pudo aguantarlo más, y reaccionó por fin.

Incluso herida y débil, era rápida como un felino, y su coordinación era magnífica. Extendió la mano en apenas una fracción de segundo, y agarró a la criatura por la pechera de la vestimenta, atrayéndola violentamente hacia sí mientras las cuchillas de su garra emitían un destello peligroso.

- Basta ya - le exhortó, en un tono ronco y profundamente amenazador. - ¿Quién o qué diablos eres tú y dónde estoy?

Su voz, sin embargo, no era todo lo ágil que a la elfa le habría gustado, y balbuceaba ligeramente. Eso sí, no afectó a su tono de "quiero una respuesta y me la vas a dar antes o después de que te corte un brazo, y mírame a los ojos si crees que es un farol". La sensación de fiebre era tan alta que a la elfa le pareció que todo le daba vueltas, pero supo ignorar la sensación estoicamente.

Al menos, no pareció darse cuenta de que levitaba ligeramente.
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Mensaje por Narrador 08/03/10, 12:12 am

Aunque realmente no se lo esperaba, Ysengwen no perdió la compostura ante el ataque de la elfa muerta. Era evidente que la miserable criatura deliraba. ¿De qué otra manera podía explicarse que atacara a su benefactor? Su deber como criatura superior era tranquilizar a la pobrecilla, claro está, ya que por lo visto no sabía nada de nada, pero aún así, no pudo contener un reproche ante su notoria falta de modales.

- Qué lenguaje tan impropio para una dama usáis -
reprochó con toda la dignidad que es capaz de transmitir un ser al que tienen agarrado por la pechera de la camisa - Si os comportáis debidamente, las cosas os irán mucho mejor. Os encontráis en la isla de Pulau- sihir y yo soy el señor Ysengwen Owwniver Addrenvan - intentó hacer una venia al presentarse, pero su no muy cómoda posición se lo impidió - Por cierto, ¡qué joya tan bonita lleváis en vuestra mano! - ponderó, señalando la garra de Yshara - Estoy seguro que a mi Señora le gustará, pero sólo si mostráis un comportamiento apropiado. ¡No deseareis que os echen del banquete que harán en mi honor!

En este punto, la mente del leprechaun comenzó a divagar. Soñaba despierto con ese opulento, magnífico, glorioso banquete con el que estaba seguro su Señora lo agasajaría cuando le llevara a la foca flaca. Música, baile, exquisita comida, hermosas dríades y fascinantes gnómidas. Sin duda alguna, todos su apetitos quedarían satisfechos. Tan embebido estaba el gnomo en sus ensoñaciones que no sólo no le concedió importancia alguna a la garra de Yshara si no que tampoco se dio cuenta cuando ambos empezaron a levitar - él a bordo de ella - ni cuando una fuerte ráfaga de viento procedente del mar los arrastró hacia el bosque.

Aterrizaron, sin un solo rasguño, sobre un frondoso y mullido matorral, en el instante mismo en que Ysengwen se daba cuenta de que para que tan fausto acontecimiento sucediera, tenía que llegar con la elfa muerta al claro en que habitaba su señora. Apenas ese pensamiento había tomado forma en su cabeza cuando notó, a pocos metros de donde estaban, un sendero que se internaba en la floresta.

Eso era sin duda una señal, una señal de su Señora, ya que él estaba SEGURO de que antes no había habido ningún sendero en ese lugar. Radiante, sin percatarse en lo más mínimo de la expresión en el rostro de Yshara, se dirigió orgullosamente a ella.

- Criatura, sois muy afortunada de que os haya rescatado en el momento de vuestra desdicha. Oh, si, sois muy afortunada, no sabéis hasta que punto lo sois. Porque además de salvar vuestra vida, voy a concederos un grandísimo honor: conocer a mi Señora. A todo esto, ¿tenéis algún nombre? - inquirió tras una brevísima pausa - Debo presentaros de alguna manera ante mi Señora.
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Mensaje por Yshara 08/03/10, 01:06 pm

Los ojos de la elfa continuaron observando con detenimiento a la criaturilla, pero su gesto no cambió. No hubo respuesta, quizás en parte a que no le prestó la debida atención a lo que le decía; es decir, lo escuchó, pero en aquellos momentos no tenía sentido, y no hizo nada por dárselo.

En contra de lo que pudiera parecer, el hecho de levitar hizo que la elfa se convenciera finalmente de que estaba despierta y no era un delirio. Un hormigueo en la base del cráneo le decía que aquello no era fruto de su imaginación; era elfa, después de todo, y lo había sentido cientos de veces. Se trataba de magia, podía decir éso sin temor a equivocarse; no se lo estaba imaginando, lo conocía demasiado bien.

A pesar de todo, la cabeza seguía matándola, y lo extraño de la situación sólo servía para que, sin poder enfocar sus pensamientos, la cosa fuera a peor. Ahora tenía un nombre - Pulau-Sihir - pero no le decía lo más mínimo. Podía estar en cualquier parte, e ignoraba cómo había llegado hasta allí. Sus recuerdos... sus recuerdos terminaban en un barco, con Ethel y una mujer a la que no ponía nombre. Y una especie de ave. Y... no estaba segura.

Se frotó los ojos con los dedos, muy cansada, y volvió a mirar a Ysencomosellame. La criaturilla no había parado de hablar. Sobre una Señora. Y un banquete. Y algo sobre su brazalete.

- Escucha - dijo, aún ronca, indiferente a la pregunta sobre su nombre. - No me importa donde estoy. Ni quien eres. Ni tu señora. Llévame a una ciudad humana.

Sabía de sobra que la criatura no iba a hacerle caso.

La empatía es un rasgo interesante para una asesina. Si puedes captar, a grandes rasgos, la forma de pensar de otro alguien en base a cómo actúa un par de veces, tienes ventaja sobre él. La elfa se había dado cuenta de que aquella criaturilla actuaba como si tuviera alguna clase de poder sobre ella. Rebelándose, obtendría dos cosas: Uno - quizás - información sobre una ciudad a la que la criatura no quisiera llevarla. Dos...

Bueno, quiso creer que la criatura se enfadaría si no seguía sus caprichos. Tarde o temprano la amenazaría con algo, y evaluaría el peso de la amenaza que suponía. Yshara era subversiva, pero no era estúpida. Dependiendo de lo que descubriera, se plantearía cómo seguir; pero estaba bastante segura de que no quería acabar en un sitio lleno de bichos como ése. Y menos si tenían una "señora".

Los humanos no le caían especialmente simpáticos, pero prefería alguien con quien se pudiera razonar. Aunque fuera dentro de las limitaciones humanas.
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Mensaje por Narrador 13/03/10, 12:17 am

Sin duda alguna, la pobre criatura debía estar muy conturbada con lo que fuera que le hubiese sucedido. No sólo había olvidado soltarle si no que, además, había sido incapaz de responder a la sencilla pregunta que el gnomo le había formulado.

El corazón de Ysengwen latió de compasión por ella, ¡pobrecita! Era menester tranquilizarla hasta donde fuera posible. Primero atendería a su súplica, explicándole las cosas de una manera calmada y razonable.

- Creo que habéis olvidado soltarme – puntualizó, revolviéndose levemente – Estaremos más cómodos si lo hacéis ahora. Veréis, querida, no puedo llevaros a una ciudad humana – añadió – No, no es que no quiera concederos vuestra petición, jamás haría eso. Es que aquí no hay ninguna ciudad de humanos. Sólo están el bosque de las dríades y el subsuelo de los gnomos.

El gnomo no mentía al decir esto. Al menos, no conscientemente. Su vida era el bosque y sus habitantes, tanto en su superficie como bajo él. Los humanos eran tan ajenos para él que, sencillamente, había olvidado que estos tenían una ciudad llamada Sineidar.

- Comprendo que no queráis presentaros en esta facha frente a la Señora, sois muy delicada al pensar en eso, pero no es necesario que vayamos de inmediato al claro del bosque. Si lo preferís, podemos ir al subsuelo primero. Estoy seguro de que las gnómidas estarán felices de ayudar a arreglaros y hasta podréis disponer de algunas joyas para engalanaros debidamente.

Por supuesto, esto era lo mejor. ¿Cómo había podido siquiera pensar en presentarse ante la Señora con una criatura en ese estado, toda sucia y harapienta? Los ojos de Ysengwen resplandecieron al imaginar a Yshara limpia y perfumado, ataviada de blanco y adornada con alhajas de oro y diamantes. Así estaría incomparablemente mejor, digna de estar ante la Señora. Pero aún subsistía el problema del nombre, ¿sería que la elfa muerta lo había olvidado? O quizás tenía un nombre tan feo que se avergonzaba de decirlo. Como fuera era un asunto que debía solucionar, pero lo haría con mucho tacto y delicadeza; no quería herir los sentimientos de la maltrecha fémina.

- Debo presentaros con un nombre ante mi Señora. Pero no os preocupéis no os obligaré a darme el vuestro, tal vez lo hayáis olvidado o lo consideréis indigno. Yo os daré uno. Os llamaréis Focarina Marbotada. Hermoso, ¿verdad?
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Mensaje por Yshara 16/03/10, 07:04 pm

Bien. La elfa respiró hondo.

Ninguna de las respuestas que había esperado. Aquella criatura era complicada. Parecía estar convencida de tener el control de la situación - y al menos, tenía más control que ella, desde luego - y de que para Yshara sería, sin duda, un placer hacerle caso. No importaba, entonces, lo que la elfa dijera; lo tergiversaría. La elfa chasqueó la lengua.

No le apetecía nada encontrarse con ésa "señora". Aquella palabra, viniendo de un esperpento como la criaturilla, le hacía tener un escalofrío. Le recordaba... a Emalaith. Hacía demasiado tiempo que Yshara no había llamado "señora" a nadie, y jamás volvería a hacerlo. Si aquello era cosa de hadas, duendes u otros seres irracionales, no quería tener nada que ver con ello.

Y sin embargo, estaba cogida por los... ovarios.

¿No había otra ciudad en toda la maldita isla? Entonces estaba jodida. Debía averiguar más del lugar en el que se encontraba, y por extraño que resultase, aquella "señora" parecía la opción más... lógica.

No. No. Yshara había escuchado cuentos sobre aquellas criaturas; y aunque no era muy proclive a creer en las historias de los humanos, sabía que siempre tenían algo de retorcida razón. No estaba segura de poder vencer si se metía en un enfrentamiento con aquellas criaturas, y no le gustaba la idea de caminar hacia una trampa. Por otro lado, no había caso en razonar con el... lo que fuera.

La elfa puso los ojos en blanco. Dios, estaba demasiado cansada para ésto. La cabeza le ardía. Apenas podía poner en orden sus pensamientos. Carraspeó suavemente.

- No puedo presentarme ante tu señora así - dijo, tratando de mantener un tono asequible. - No estoy... presentable. Necesito reponer fuerzas. Y lavarme. ¿Por qué no me llevas a dar una vuelta por la isla y me hablas un poco de ella? Podría buscar un lago, o algo así.

... estaba pensando más en un asentamiento. Pero, daba igual. Si no lo había... algo se le ocurriría. Yshara era una mujer de recursos. Su fachada de inocente complacencia duró unos instantes; cuando el tipo murmuró el nombre que pensaba darle, Yshara frunció el ceño. No se juega con el nombre de una na'kari. Nunca.

- Precioso - señaló, fríamente. - Si se te ocurre emplearlo, te sacaré los testículos. Por la boca. Llámame Nadyssra.

Yshara estiró los brazos, mirando a su alrededor. ¿En qué estúpida isla se había metido?
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Mensaje por Narrador 05/04/10, 01:14 am

Ysengwen Owwniver Addrenvan era un gnomo pragmático, de clase alta, culto y… soberbio. Sí, "soberbio" sonaba bien. Como fuera, un ser de su estatura (hablando figuradamente) no se podía dejar afectar por el grado de "incultez" de los seres que tenían la desgracia de ser inferiores a él.

Por lo tanto, la amenaza de Focarin… Nadyssra le pasó más bien inadvertida. Lo único de toda la escena que se grabó, no en su subconsciente sino en su instinto, fue el nombre de la elfa.

-Como gustéis, joven elfa. De ahora en más se os conocerá en toda la isla de Pulau Sihir como Nadyssra Marb… - instinto de supervivencia - Nada, nada.

Sin embargo, Ysengwen Owwniver Addrenvan era también un gnomo que se aburría con facilidad. Un gnomo que empezaba a cansarse de los malos modales de la elfa, y que empezaba a desear sacársela de encima para volver a su mundo.

¡Su mundo! No había manera de que la llevara a su mundo, perdería todo el status que tanto le había costado conseguir. No todos sus congéneres eran tan altruistas como él, les costaría mucho aceptar la "forma de ser" de la elfa.

Mejor usar su poderosa magia para abrir un portal hacia el lago más cercano. Por suerte su mente era más rápida que su pensamiento, y si bien no había abierto un portal, sí había creado un sendero para ellos.

-Mirad, de nuevo vuestra suerte se hace notar. Abrí un sendero para nosotros, va directo hacia el lago más cercano y allí vos podréis asearos a gusto.


Por encima de la última palabra pronunciada por el gnomo, el aire se llenó de un pitido largo y agudo, parecido al sonido de una flauta soplada con demasiada fuerza: la alarma que avisaba de un intruso en el bosque.

La reacción de Ysen no se hizo esperar. Palideció notablemente, se puso tenso, su rostro perdió todo rastro de frivolidad y tomó una expresión de dedicación tan absoluta que rozaba el fanatismo.

-Señorita Nadyssra, me temo que os tengo que dejar. El lago esta siguiendo el sendero, podéis esperarme allí.


Y sin más, dio media vuelta y se adentró en el bosque sin seguir ningún sendero visible, dejando a la elfa tan sola como al principio. En el silencio que dejó el fin del parloteo del gnomo podía oirse con claridad el murmullo de agua que corría.
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Mensaje por Yshara 06/04/10, 07:11 pm

Para ser francos, lo último que preocupaba a la elfa era si su "forma de ser" molestaba a las criaturas de aquel... mundo.

Yshara era, antes que nada, una superviviente. Y no estaba segura de en qué tipo de pesadilla despierta se había metido; o con qué tipo de criaturas había ido a parar. Pero, antes que nada, pensaba en su propia integridad. No quería seguir el juego del gnomo. Confiar en él iba contra sus principios, especialmente si incluía dejarse meter de lleno en algo que no pudiera controlar. Parecía una criatura tan voluble como caótica, y no quería arriesgarse a que se encaprichara con atraparla para siempre o algo así.

Claro que, por otro lado, si lo que decía era cierto, estaba en un aprieto. Y tendría que acabar jugando a su juego, o escapar de aquella isla nadando. Maldita la hora. Bueno, se enfrentaría a cada cosa en su momento. Al menos, ahora parecía que el hombrecillo le había hecho caso; y como para recalcar lo perfecto de la oportunidad, se marchaba, como alertado por algo. A Yshara no se le escapó el sonido, pero lejos de presentir su sentido, creyó que era una señal de alerta. Algo la estaba observando, y se había dado cuenta de que se sublevaba. Cuidado ahora. El sendero podía ser... peligroso.

Por un momento estuvo a punto de no transitarlo. Lo creyó una trampa. ¿Por qué, si no, iba el gnomo a no querer acompañarla? Pero finalmente dio un par de pasos. Aparentemente, no tenía otra salida.

Y bueno, al menos la criatura no mentía.

Era un lago. Demasiado prístino, demasiado... limpio. Yshara había oído cuentos, y aquella paradisíaca belleza no le provocaba más que suspicacia. La hierba era verde, había alguna que otra mariposa. El agua era clara como el cristal, y había un cervatillo bebiendo mansamente de la orilla. Un cervatillo.

Yshara intentó no pensar en lo muerta de hambre que estaba. Ver al animal le abrio el apetito, pero su sensatez, llamémoslo el mismo instinto de supervivencia que había tenido comosellame un minuto antes, le dijo que no debía abatirlo. Seguramente los gnomos, las ninfas o los tábanos se lo tomarían a mal. La vegetación era abundante. Con desánimo, la elfa pensó que cogería algunas bayas.

Pero antes, estaba la cuestión del lago.

La elfa se arrodilló frente a la orilla, cerca de donde estaba el venado (Que, por supuesto, salió huyendo de su presencia). El reflejo de las aguas le devolvió a una criatura deteriorada, sucia; el pelo, suelto, le caía enmarañado y manchado de barro, y las comisuras de los labios estaban negras de aquella mezcla de arena y lodo que había tragado. Se sintió repugnante. Hundió la cabeza en el agua casi con saña, frotándose el pelo, pero la sacó enseguida.

Se quitó lo que quedaba de su manto, que estaba raído, roto y tan sucio como ella. Lo dejó en el suelo. Se desabrochó las cinchas del pequeño peto negro que le ceñía la caja torácica, y lo dejó caer, junto con la hombrera de su brazo izquierdo, sobre la tela. No se quitó el nar'yara, su brazalete de garras, ni tampoco el cinto con las armas. Yshara iba a arriesgarse a que las criaturas que poblaban aquella isla le robasen sus pertenencias, aunque tenía un método para intentar que no fuera así, pero había cosas que no se atrevería a separar de su persona. Se quitó las botas, pero no se desvistió más. Sus ropas también necesitaban agua. Además, la especie de body de color negro que solía conformar su atuendo no le molestaba para nadar.

Anudó la capa como si fuera un hatillo, clavando una daga sobre el nudo tras murmurar una serie de palabras. No sabía si su magia serviría para detener a una de las criaturas de ése lugar, si es que eran como el gnomo. Pero lo intentaría.

A continuación, se zambulló sin pensárselo dos veces en las aguas heladas.
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Mensaje por Narrador 19/04/10, 01:40 am

Nadie en el bosque se hubiera tomado a mal que la elfa cazara al cervatillo para saciar su hambre, excepto el propio cervatillo y su madre. Las criaturas del bosque entendían la necesidad de alimentarse y no castigaban el matar bajo esas circunstancias. Lo que desaprobaban y castigaban severamente era la destrucción vana e injustificada. No castigaban al hambriento que cobraba una presa para alimentarse, pero sí a quien cortara una flor para aspirar su aroma.

De hecho, como si el bosque quisiera hacérselo saber, el mismo cervatillo superó su sorpresa inicial y dio un par de pasos hacia el lugar en el que elfa había entrado al lago. Se detuvo, olfateó el aire, retrocedió un paso y de nuevo, dos pasos más hacia ella. Y más allá de su instintiva inseguridad, el animalito se las arregló para llegar hasta las pertenencias de Yshara.

Pese a su idílica apariencia y a la magia que lo envolvía, el bosque no era un lugar de paz y dulzura. El equilibrio entre sus criaturas se producía a través de los ciclos de la vida y la muerte, lo que por todos era conocido y aceptado. Un fruto ha de morir antes de que la semilla de lugar al nacimiento a una nueva planta, que a su debido tiempo produzca otro fruto. Alimentarse, reproducirse, cazar, evitar ser cazado eran sucesos cotidianos en todos los puntos de la floresta. En este lugar, el león no vive hermanado con el cordero; le da caza para comerlo apenas tiene la oportunidad de ello.

Aquel era un día como tantos otros en la isla, suave y templado pese a la bruma que lo envolvía todo. El bosque parecía mucho más tranquilo que lo habitual, ya que todas las criaturas feéricas, que de ordinario rompían la calma con sus cantos bailes y juegos, habían acudido a la búsqueda del intruso que había dañado el bosque. Sin embargo, aquella calma no denotaba silencio. Todo alrededor bullía de vida y la vida nunca es silenciosa. El cervatillo, que en aquellos momentos masticaba confiadamente la capa de la elfa, escuchaba casi sin darse cuenta, el sinfín de rumores que habian acompañado su corta existencia. Una leve brisa hacía susurrar las hojas de los árboles y cantar a las aguas del lago, mientras que aquí y allá podía oírse el canto de un pájaro reclamando a su compañera y a las abejas zumbando en busca de polen, en tanto que las ramas crujían suavemente al paso de algún mamífero pequeño. Nada fuera de lo normal, nada de que preocuparse.

Aquel cuadro era tan edénico como la elfa podía imaginarse o haber oído contar y, por lo mismo, no iba a durar. Un ruido distinto a otros, más intenso, como de un cuerpo pesado que avanzaba entre los árboles rompiendo las ramas, puso en guardia al cervatillo. Sin embargo, el animalito era demasiado joven e inexpertopara comprender el peligro y, pasado un momento, siguió mordisqueando tranquilamente la capa de Yshara.

En el bosque, un descuido suele ser fatal. De entre los árboles emergió un gran oso gris, que se abalanzó velozmente sobre el desprevenido cervatillo y lo atrapó entre sus zarpas. Paralizado por el terror, el animalito ni siquiera pudo hacer un intento de fuga antes de que el plantígrado lo desnucara y comenzara a devorarlo ahí mismo, manchando con su sangre las pertenencias de la elfa.
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Mensaje por Yshara 02/05/10, 12:09 am

A Yshara le gustaba nadar.

La elfa incluso aprovechó para bucear un poco. A veces, sentirte bajo el agua, aislado del sonido del mundo, con la oscuridad como única compañía, es... reconfortante. No descendió mucho, ni llegó a ponerse en peligro, pero para cuando volvió a emerger, estaba... más despejada.

Se había alejado bastante de la orilla, lo cual fue un problema para cuando se dio cuenta de que el cervatillo estaba olfateando sus cosas. Lo cual le hizo fruncir el ceño, algo molesta. Su precario conjuro de defensa servía para que no pudiesen llevarse sus cosas, pero no decía nada de comérselas. Comenzó a nadar de vuelta.

Lo de matar o no al cervatillo se había convertido en un dilema. Yshara era una elfa, y sabía de sobra, aunque no estaba muy unida a su pueblo, cómo las gastaban algunas criaturas del bosque cuando otras, 'extranjeras', asesinaban a sus habitantes, fuera para alimentarse o no. Por otro lado, cuando se acercaba a la orilla se dio cuenta de que en algún momento del trayecto había sacado, inconscientemente, la daga que guardaba en uno de los costados del nar'yara, por debajo de la placa del antebrazo. "Bueno", pensó. "Eso soluciona..."

... las cosas.

Una daga es útil para matar a un cervatillo, pero no a un oso. Yshara retrocedió, con un respingo, cuando el animal apareció en escena. Un puto oso gris. Ya podía tocar el fondo del lago con los pies, lo que hacía fácil pensar que podía internarse en el lago dándose impulso... Aunque si la bestia estaba hambrienta podía seguirle. Además, corría el riesgo de que dañase sus cosas. De entrada, su manto ahora estaba empapado de sangre. Iba a usarlo como toalla, maldita fuera.

El plantígrado acabó rápidamente con el cervatillo, como cabía esperar, y se encontraba en pleno proceso de devorarlo cuando Yshara, silenciosamente, salió del agua. Le costó un poco volver a hacerse al movimiento en tierra, pero enseguida hubo flanqueado al oso. Seguramente, de haber vuelto a pensar en dónde se encontraba en aquellos momentos, habría procedido de otra forma, pero... en fin, no supo si lo hizo por instinto de defensa, por territorialidad o por necesidad de una presa.

Rápida como un felino, Yshara corrió en dirección al oso que, inclinado sobre su presa, le daba la espalda. Todo hubiera sido un poco más fácil si el oso hubiera estado en pie, o sentado, pero daba igual; la elfa dio un salto, apoyándose con los pies en los cuartos traseros del oso, y se colgó de su espalda. Por supuesto, el oso reaccionó con ferocidad, alzándose y sacudiéndose, rebelándose contra aquello que fuera lo que le molestaba mientras comía.

Yshara fue tan rápida como dicta la prudencia cuando estás en contacto con un oso. Se agarró de la criatura con la mano izquierda, hundiendo sus garras en su carne, tiró de sí misma para avanzar y hundió con saña la daga en el flanco derecho de su cuello, dejándola clavada. Adelantó la mano izquierda y clavo las garras en el otro flanco del cuello, desgarrándolo. Luego se acuclilló y se dio impulso con los pies para saltar todo lo lejos que fuera posible.

En conclusión, para cuando el oso terminó de alzarse, y pudo dirigir un golpe a donde Yshara debería haberse encontrado, ya no estaba ahí. Cayó en la hierba, rodó y corrió como un gamo en dirección opuesta, consciente de tres cosas: Uno, que un oso herido es un problema muy serio, dos, que podía tardar minutos enteros en morir por desangramiento, y tres, que corría más que ella.

El corazón le latía a mil por hora. Cuando escuchó al oso comenzar a correr, sólo pudo esperar haber tomado suficiente ventaja, y comenzó a correr en dirección a un árbol, maldiciendo a cada paso el condenado instante en el que había considerado oportuno quitarse las putas botas.
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Mensaje por Narrador 22/05/10, 01:01 am

Todo el interés del oso estaba centrado en el cervatillo y en el alimento que éste representaba. La mujer en el agua era para él sólo parte del decorado, como los árboles y las piedras. Desgarraba con sus dientes la tierna y tibia carne del cervato, mientras la sangre chorreaba por sus fauces, cuando lo sorprendió el primer golpe con su compañía de agudo dolor. Estaba completamente desprevenido – en ese bosque sólo otro macho de su especie se hubiese atrevido a atacarlo y no había detectado la presencia de ninguno en las cercanías- y aunque por instinto se levantó y lanzó un golpe, el que cayó en el vacío, tardó un poco en comprender lo que había pasado. Desconcertado y adolorido, lanzó un rugido y miró en rededor buscando a su atacante y cuando vio a la elfa huyendo se echó a correr tras ella, furioso. No es que supiera que era ella quien lo había atacado; simplemente hubiese seguido a cualquiera que hubiera visto correr para descargar su furia en él. El dolor aumentaba su ira y su ira redoblaba su velocidad, ya de por sí considerable para un animal de su tamaño. Inexorablemente, el plantígrado acortaba la distancia que lo separaba de Yshara.

El incidente había roto por completo la paz del bosque. Que un predador cace una presa para alimentarse, es cosa natural. Que el mismo predador sea herido, en un ataque cuerpo a cuerpo, por una criatura extranjera en el bosque, era algo totalmente inusual. El asombro de los animales era compartido por las criaturas feéricas, que ya habían regresado luego de responder a la alarma de un intruso en el bosque.

Un cazador había entrado en la floresta y logrando matar y desollar a una bella nutria antes de ser descubierto. Dada la alarma intentó huir con su botín, pero no pudo contra dríades y gnomos quienes no tardaron en atraparlo. Tan rápida como la captura fue el castigo; el asesinato que había cometido no tenía justificación. Ojo por ojo dictaba la ley del bosque y así se aplicó. En las lindes del bosque, por la zona donde acostumbraban transitar los humanos, se encontraba ahora el cadáver de un hombre desollado, junto a la piel de nutria cuya vida había cobrado, para ejemplo y advertencia de quienes siquiera pensaran infringir las leyes del bosque mágico en el futuro.

Considerando el estado de ánimo con que los seres feéricos habían vuelto de la búsqueda, captura y castigo del criminal, la situación de Yshara podría haber empeorado considerablemente si éstos hubieran juzgado que ella también estaba quebrantando sus leyes. Pero como quiera que no sabían como se había iniciado el incidente – la elfa estaba ya sobre el oso cuando habían comenzado a llegar – y estaba más que claro que la mujer no tenía ventaja sobre el animal, decidieron tomarse las cosas con calma y disfrutar del espectáculo. Acomodados sobre las ramas de los árboles para tener una mejor vista, esperaron el desenlace de la persecución, comentando y cruzando apuestas.

Ellos no eran los únicos que presenciaban como, en ese momento, el oso casi había alcanzado a la elfa y le mandaba un zarpazo. En el corazón del bosque, Kraneia, que siempre sabía todo lo que sucedía en su reino y había observado con curiosidad a Yshara desde que Ysengwen la hiciera entrar, aguardaba expectante el resultado del encuentro.
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Mensaje por Yshara 03/06/10, 07:38 pm

Cuanto menos, era curioso.

De todas las criaturas que podías esperarte que se saltaran de alguna forma el 'protocolo' de la vida en el bosque, seguramente la más sorprendente era... una elfa. Claro que, visto desde cierto ángulo, de todas las criaturas a las que podías llamar elfa, Yshara era la que más sorprendía que pudiera llamarse tal.

En cualquier caso, aquel no era un buen momento para cavilaciones. Si en esos momentos Yshara hubiera tenido que enfrentarse a todo el bosque, no hubiera vacilado en hacerlo. Pero, para ser francos, no era su plan.

De haber tenido sus botas, la elfa habría llegado al árbol bastante más ilesa. No es que Yshara fuese una mujer delicada, pero clavarte cada cosa que hay en el suelo en los pies no es lo mejor cuando estás corriendo. Cuando sintió el aliento del oso demasiado cerca como para seguir estando cómoda, se arrojó bruscamente y sin pensarlo dos veces hacia un lado, rodando por la hierba. Su instinto había sido bueno, y logró esquivar la garra del oso.

Por poco, eso sí. Dejó una pequeña mancha de sangre en la hierba al levantarse. La herida estaba por encima de la cadera, y no era seria. Es decir, sangraba, pero para Yshara "Herida no mortal" era sinónimo de "Herida leve". No le iba a impedir seguir corriendo, especialmente si lo que la había causado seguía de pie, y cada vez más furioso.

Había perdido sangre, pero no brío. Yshara jadeaba con fuerza, empezando a notar los efectos del cansancio. Se estaba forzando a sí misma a ir al límite, y no estaba repuesta del todo. No podía correr más, y de nuevo el animal le ganaría terreno si no hacía algo pronto...

... algo como éso.

Los animales funcionan por instinto. La mayoría de las cuestiones que harían vacilar a un humano, se le escapan a los animales. Pero hay cosas que incluso las bestias pueden experimentar: Sorpresa. Miedo. Yshara no aspiraba a causar miedo sobre seiscientos kilos de oso enfurecido, pero sí que se creyó capaz de sorprenderle. El árbol que acababa de dejar atrás estaba demasiado a la derecha como para alcanzarlo...

Así que se detuvo en seco, y se volvió como una flecha. Y le descargó al oso un garrazo en el hocico, valiéndose de su propia garra, antes de que el animal pudiera levantar la suya. Le hizo girar la cabeza; seguramente no esperaba que su presa se detuviera, y mucho menos que atacara. Por supuesto, la sorpresa duró una milésima de segundo, pero para cuando el oso acertó a reaccionar, la elfa estaba saltando con un gemido de esfuerzo contra el tronco del árbol.

Desesperada, clavó las garras manchadas de sangre en la corteza del árbol, y se alzó con todas sus fuerzas para clavar la daga un poco más arriba y propulsar sus piernas un poco más arriba de donde el oso podía alcanzarlas.
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Mensaje por Narrador 12/06/10, 04:10 am

Ysengwen Owwniver Addrenvan regresaba de la caza del intruso profundamente satisfecho de sí mismo. Quizás algunos pudieran creer que había llegado casi al final del evento y no había hecho nada pero, sin lugar a la menor duda, su presencia había sido determinante para capturar y castigar debidamente al delincuente. Un personaje de su estirpe no tenía porque mancharse las manos con sangre, ¡no señor! Su misión era la de inspirar a los demás y dirigirlos para que hicieran las cosas como correspondía y en eso había estado brillante, aunque su natural modestia lo hiciera ruborizarse al admitirlo.

Ebrio de de autocomplacencia regresó al lugar donde había dejado a la elfa muerta, dispuesto a llevarla sin más tardanza donde la señora, un leprechaum de su alcurnia no podía perder más tiempo en nimiedades, pero al llegar comprobó con sorpresa que la mujer no se encontraba ahí.

Frenético corrió de un lado a otro buscando al trofeo que debía llevarlo a la gloria mientras hilaba una teoría tras otra para explicarse la misteriosa desaparición. ¿Sería que la pobrecilla había muerto de sus heridas y se había disuelto sin más trámite en el polvo? Una lágrima de pena y rebeldía corrió por su mejilla ante un fin tan injusto para sus sueños ¿O acaso le había administrado una dosis excesiva de polvos mágicos y una ráfaga la había arrebatado y ahora volaba por los cielos? Un escalofrío lo recorrió al pensar en esto y casi sufre un tortícolis de tanto mirar al cielo y a las ramas de los árboles en busca de la desaparecida. Pero no, seguramente no era nada de eso. ¡Alguien le había robado su trofeo mientras él luchaba valientemente por la seguridad del bosque! ¡Ah, seres viles e impíos, su justa cólera caería sobre ellos cuando los encontrara!

Sentado en una roca, tramaba exquisitos y refinados suplicios para sus enemigos, los ladrones de su gloria, cuando súbitamente se dio una palmada en la cabeza. ¡Pero claro, eso era! Sólo un genio como él podía ser tan distraído a veces.

Junto al lago un oso cada vez más enfurecido y cada vez más debilitado por la pérdida de sangre, se debatía en torno al árbol en el que se había refugiado la elfa. Rugía, lanzaba zarpazos y sacudía el árbol en un denodado intento por hacerla caer. Los seres feéricos presenciaban el espectáculo con deleite y, cada vez más, las apuestas se inclinaban a favor de la elfa.

Cuando Ysengwen llegó al claro y vio a la foca flaca, su foca flaca, en tan apurada situación, sintió que el alma se le caía a los pies. ¡Pobre criaturilla! Había sido un error dejarla sola, estaba visto que no podía defenderse por si misma, necesitaba en todo momento el cuidado de alguien como él ¡Suerte que había llegado a tiempo!

Dispuesto a reparar tamaña equivocación, se lanzó con intrepidez contra el plantígrado y llegó junto a él en el momento en que el animal, víctima de la hemorragia provocada por sus heridas, caía exánime al suelo. El gnomo lanzó un grito de júbilo, ¡su sola presencia había bastado para abatir al oso, tan poderosa era su magia! Ahora tenía que actuar con delicadeza para calmar a la aterrorizada criatura y conseguir que bajara sana y salva del árbol.

- ¡Bajad ya, jovencita! – gritó a voz en cuello - ¡Estáis a salvo! He abatido al oso que os atacaba, ya no seréis su comida. No tenéis nada que temer; yo velaré por vos de ahora en adelante. No volveré a dejaros sola hasta que os encontréis en presencia de la señora, pobre criatura, no tengáis miedo. Ya veréis lo bien que nos recibirán, me rendirán honores por mis servicios y a vos, como protegida mía…

Mientras el gnomo se desgañitaba al pie del árbol, un sencillo pajarillo, muy parecido a un gorrión, se acercaba a Yshara y le hablaba al oído.

- La señora del bosque, Kraneia, quiere hablarte; puede ayudarte a dejar la isla e ir donde tú quieras. Sigue al gnomo, pero no lo escuches. Es bastante molesto.
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Mensaje por Yshara 16/06/10, 10:16 pm

Para la elfa, el resto del combate fue más o menos sencillo.

En cuanto hubo llegado a la primera rama que podía aguantarla, se detuvo. Para entonces, el animal, frenético, daba golpes y garrazos al árbol, esperando derribarla. Y la elfa, desde luego, esperaba que al oso no se le ocurriera trepar, o que ya no pudiera hacerlo. Hay osos que pueden subirse a los árboles.

Aguantó dos o tres embestidas, una de ellas tan violenta que por un momento creyó que la bestia iba a romper el árbol. Pero logró mantener el equilibrio. El oso estaba debilitado, y se notaba; para cuando estaba dando los últimos zarpazos, Yshara se puso en cuclillas, mirándolo desde la rama.

Era un poco fastidioso. Tenía los pies llenos de astillas, y de musgo. Resbalar era fácil en ésas condiciones. Estaba segura de que podía bajarse sin peligro...

... y entonces apareció él.

Yshara escuchó la arenga que el hombrecillo le soltó, bastante perpleja. ¿Que había hecho qué? Por un momento, se sintió tentada de enviarle a buscar a un oso del bosque, a ver cuánto tiempo le duraba con vida. Pero había acabado comprendiendo que no era una criatura con la que funcionaran cosas como el sarcasmo.

- Oh, vas a dejarme sola - comenzó a responder, cerrando los dedos con fuerza en torno a su daga, cuando un ave se posó en su hombro. - Dame solo un momento...

... y le habló.

Yshara miró al pájaro con curiosidad. No podía mirarlo con sorpresa, porque no se la causaba; si aquella criatura que tenía delante estaba ahí, pavoneándose, supuso que no era demasiado extraño encontrar un pájaro avatar. Puso los ojos en blanco, un momento. Soportar la compañía del gnomo casi parecía no ser algo que mereciera la libertad.

Sin embargo, Yshara estaba demasiado cansada como para pensar lateralmente.

- Muy bien - accedió, cansina. - Te seguiré. Déjame asearme un poco.

Se bajó del árbol con una destreza envidiable, y se dirigió hacia el lago de nuevo, hacia la parte en la que se encontraban sus cosas. Ahora no necesitaba el agua para nadar, cosa que le había ayudado mucho. Y tampoco se dejó embaucar por las prisas de la criatura. Caminó hasta donde el agua le llegaba a la cintura, y se puso en cuclillas, quitándose el barro y las astillas de los pies bajo el agua.

- Bastante molesto - repitió, recordando las palabras del pájaro. - Dioses.
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Mensaje por Narrador 10/07/10, 02:56 am

Ignorante de lo cerca que había estado de estirar la pata, Ysengwen observó con complacencia como la elfa bajaba del árbol y se ponía bajo su mando y cuando ésta entró en el lago a asearse, literalmente brincó de alegría.

- ¡Jovencita! Veo que vuestros modales han mejorado mucho. Desde luego, debéis presentaros ante la Señora limpia y arreglada. Hacéis muy bien oyendo mis sabios consejos.

La muerte del oso marcó el momento en que las apuestas debían ser cobradas. Una parte de ellas era referida a oro y piedras preciosa y fueron las más difíciles de cobrar. Pero otras que tenían que ver principalmente con la lujuria, fueron motivo de regocijo tanto para vencedores como vencidos. Un gran alboroto rompió la tranquilidad de ese sector del bosque cuando las criaturas feéricas se entregaron a la festiva tarea de cobrar y pagar las apuestas hechas.

El pájaro mensajero se quedó algunos momentos más para comprobar si su mensaje había sido bien recibido. Cuando oyó que la elfa aceptaba seguir al gnomo, emprendió el regreso al claro donde habitaba Kraneia, no sin antes hacer un gesto parecido a menear la cabeza al ver que Ysen, junto al lago, se había dado a la tarea de instruir a la elfa en el protocolo de la corte de la Señora.

Luego de un breve vuelo, el ave mensajera llegó a un claro amplísimo, en cuyo centro se hallaba una colina sobre la cual se erigía un inmenso cerezo, él árbol más grande y más viejo, no de todo Pulau-sihir, sino de Jasperia entera.

Limitaban el claro versiones más jóvenes y pequeñas del árbol principal, siendo los cerezos los árboles que dominaban sin contrapeso en aquel lugar. Abundaban las hierbas aromáticas y las flores, que perfumaban el claro y sus alrededores. Tímidas ardillas se escondían entre las ramas de los árboles, y a veces se atrevían a bajar para visitar a los igualmente tímidos cervatillos y a los pájaros que descendían para intentar ver a los esquivos unicornios. Mariposas y libélulas ayudaban a engalanar el claro durante el día y, por la noche, eran las luciérnagas las que lo adornaban como diminutas estrellas..

Este claro era el hogar de la hamadríade Kraniea, reina de las hadas y señora del bosque y del gran cerezo de la colina, el árbol al cual estaba ligada su vida y que hacía las veces de trono y, a veces, estrado.

Y sentada sobre la hierba, acariciando distraídamente las frágiles alas de una de las muchas libélulas que revoloteaban por el claro, a la sombra del árbol más antiguo de todo Jasperia y con la mirada perdida en el cielo, se encontraba la reina de las hadas.

Aún en vuelo, el pajarillo escuchó el apesadumbrado suspiro de su reina. Y a pesar de no saber el motivo, la acompañó en el sentimiento. La tristeza de Kraneia era la tristeza del bosque, y el bosque era parte de él como lo era de todos. Las hojas del cerezo caían como si fuera otoño, y aquello no presagiaba nada bueno.

-Entregué la invitación a la náufraga, Hama Kraneia -
pió el ave, posándose frente a ella a una respetuosa distancia e inclinando la cabeza ante su reina -Aceptó venir, en compañía de su… improvisado guía.

-Gracias, pequeño, gracias. -La reina de las hadas bajó la vista desde el cielo hasta su mensajero, observándolo con una infinita tristeza grabada en sus bellos ojos azul verdoso -¿Cómo estaba ella?

-Bien, Hama Kraneia… b-bueno, tan bien como puede estarlo alguien en compañía de Ysen… es decir, del señor… eh… -el pajarillo no podía con sus nervios, piando incontrolablemente entre palabra y palabra.

-Entiendo -lo interrumpió con dulzura, levantando una de sus delicadas manos y ofreciéndosela para que se acercara -¿Qué pasa, pequeño?

-Nada, Hama… -
el ave dudó unos instantes, juntando valor para aceptar la mano tendida de su reina. Le costó un par de aleteos más que de costumbre levantar vuelo, pero pronto estuvo posado en los dedos de Kraneia -Es… es sólo que… -soltó una nota grave, parecida a un suspiro- su tristeza se siente, Hama. ¿Sería muy inapropiado de mi parte preguntar qué le sucede?

-Otro de mis retoños fue secuestrado hace poco. -La hamadríade suspiró, y un viento frío movió las ramas del cerezo madre. Infinidad de pequeños pétalos caían mientras seguía hablando -Usaron el ataque como distracción, y se llevaron a Arce.

El ave guardó silencio, tragándose la angustia que las lágrimas de su reina le causaban a él y al resto del bosque. Hasta que el último pétalo no hubo caído, el pajarillo no logró articular palabra alguna.

-Hama Kraneia… ¿Cree que la náufraga…? -un gorgojeo angustiado fue todo cuando pudo decir, incapaz de completar la pregunta.

-Eso espero, pequeño…
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Mensaje por Yshara 13/07/10, 09:22 am

Ajena a lo que sucedía en aquel otro lugar del bosque, Yshara se concentró, pues, en su problema más inmediato.

Al menos, la criaturilla tuvo la decencia de no acompañarla cuando volvió a introducirse en el agua. Ésta vez, decidió desnudarse por completo. No iba a ser un baño muy largo; simplemente pretendía quitarse la sangre y la suciedad resultantes de su combate. En su experiencia personal, no eran algo que diese una buena impresión. Además, aunque las heridas producidas por el oso eran superficiales, tendría problemas más tarde si no se las lavaba ahora.

Yshara no era una mujer pudorosa. La posibilidad de que el gnomo la estuviese mirando mientras se desnudaba no le importó lo más mínimo, aunque, no obstante, seguramente Ysengwen era la primera criatura en mucho tiempo que tenía la ocasión de observar el trazado completo de sus tatuajes sobre la piel desnuda.

No sonaba como un gran honor, desde luego, pero había un buen número de humanos que no habían sido capaces de hacerlo. Había un dibujo en la espalda de la elfa que había provocado el pánico de un montón de humanos cuando habían puesto los ojos sobre él. Ninguno de ellos sabría dar una razón lógica para ello, pero tenía ese efecto. Claro que, era posible que al gnomo no le afectase.

Pero para que a Yshara le hubiera importado todo éso, le tendría que haber dedicado algún pensamiento.

Se metió en el agua durante algunos minutos, agradecida por poder estar a solas aunque fuera un rato, y se lavó con cuidado las heridas. Sumergió la cabeza un rato, se quitó la mugre del pelo sin demasiado cuidado, y al fin emergió en dirección a sus cosas. Se echó su manto por encima como si fuera una toalla, y hurgó en su bolsa unos momentos hasta sacar de ella una venda, que se colocó en torno a la cintura, cubriendo la herida de zarpas.

Luego se vistió de nuevo, y se rearmó. Tras lo cual volvió a dirigirse hacia el molesto gnomo, con desgana. Si todas las criaturas del bosque eran como él, le esperaba una prueba muy dura.

- Cuando quieras - murmuró.
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Mensaje por Narrador 30/07/10, 10:47 pm

Si Yshara no era pudorosa, Ysengwen tampoco lo era. Cuando la elfa se desnudó se quedó mirándola atentamente. No había lascivia en su mirada, ante sus ojos la elfa no tenía punto de comparación con las gnómidas y hamadríades del bosque, pero sí había mucha curiosidad. Los tatuajes que cubrían la desnuda piel de la mujer llamaron poderosamente su atención, pero no le inspiraron ningún temor. A su juicio eran sólo una manera de ornamentarse, bastante rara por cierto, pero tal vez fuera común entre las focas flacas.

- Usáis un maquillaje bastante particular, jovencita - le comentó a la elfa cuando esta ya estuvo vestida - - ¿Es tradición entre vuestro pueblo?

¿Cómo harían para poner esos diseños sobre su piel y cuál sería su objetivo? El tema le parecía muy interesante. Si iba a llevar a tan particular invitada donde la Señora, tenía que darle la mayor información posible sobre sus costumbres.

- - Debisteis tener mucha paciencia cuando os pusieron ese maquillaje, ha de demorar mucho. ¿Por qué lo usáis? ¿Es señal de vuestro rango? ¿O lo usáis sólo para veros más bella? ¿Y como os lo podéis quitar si os aburrís de él? Ya he visto que con agua no sale...

La retahíla de preguntas no se interrumpió hasta que llegaron al claro.

El sol brillaba por entre las ramas del cerezo central, dándole un brillo (quizá literalmente) mágico a la escena, arrancando destellos a las pocas gotas de rocío que quedaban a tan avanzada hora.

Pero la escena no era idílica, ni mucho menos.

La luz del sol pasaba porque las ramas se encontraban casi desnudas, el rocío reposaba sobre hojas y pétalos resecos que, por encima del perfume de las flores que aun sobrevivían en el casi invernal claro, daban al aire un molesto olor a humedad.

El viento se dejaba oír con un deprimente ulular condimentado por los quejidos de ramas secas por las que pasaba a sus anchas, pero eso era muy por encima del nivel del suelo. Allí abajo, el aire estaba estático, pesado… triste.

-Bienvenida, joven elfa. - una voz tranquila, suave como las brisas veraniegas que deberían de recorrer el claro y diáfana como el agua de los varios arroyuelos que lo alimentaban, se escuchó de manera antinatural (aunque no incómoda) en todo el claro. -Mi nombre es Kraneia. Si me lo permites y no es demasiado tarde, me gustaría darte la bienvenida a mi bosque.

La voz se apagó, y el silencio precedió a la propia hamadriade. Dando un paso fuera de su recoveco favorito entre las raíces del cerezo del que formaba parte, en el cual podía llegar a pasar inadvertida aun sin proponérselo, Kraneia se adelantó con pasos inaudibles por el colchón de hojas secas, sin pudor alguno por mostrar su atractiva figura cubierta apenas por enredaderas y hojas que, aunque no tanto como su árbol o el resto del claro, se notaban resecas y mustias.

-Sólo permíteme ocuparme de algo antes… - se detuvo a unos metros de Yshara, sin que nada en su comportamiento demostrara un ápice de desconfianza hacia su invitada, y posó su vista en el gnomo. -Acércate, Ysengwen.

-S-si, mi hama - el gnomo, por primera vez mostrándose nervioso e inseguro, hizo un intento de acomodarse su extravagante ropa antes de correr hacia Kraneia, o más precisamente hacia la mano que había extendido en su dirección.

La reina del bosque se inclinó hacia él, y en un susurro que se escuchó con claridad en todo el claro, le habló al oído.

-Eres muy ruidoso, pequeño- cada centímetro visible de la piel del gnomo se coloreó con un intenso tono carmesí, e hizo un par de intentos de disculparse, pero Kraneia lo interrumpió con un delicado beso en la frente. -Gracias por cuidar de nuestra invitada. Puedes retirarte…

El pajarito mensajero, que seguía posado en el suelo cerca del cerezo, soltó un trino muy parecido a una risita al ver al gnomo ponerse prácticamente púrpura al recibir su tan preciado "premio" por el hallazgo hecho en la playa.

Pero no tardó en recuperar la compostura, probablemente sólo por su intenso deseo de no contrariar a su reina. Se inclinó ante ella en silencio, y salió del claro un tanto tambaleante sin acordarse siquiera de despedirse de la "foca flaca".

La hamadríade, aparentemente indiferente a la reacción de Ysen, se acercó a Yshara con una sonrisa que intentaba, sin lograrlo, no verse triste.

-Antes que nada, ¿cómo te sientes?

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Mensaje por Yshara 02/08/10, 11:57 pm

Y en realidad Ysengwen no se estaba equivocando.

No era más que una manera de ornamentarse. Bastante rara, y en absoluto común entre los miembros de su especie; Dibujos sobre cicatrices. Y es que una carrera de siglos como asesina puede dejar su huella.

La mayoría de los tatuajes de Yshara servían para impedir que su cuerpo se pareciese a un mapa, aunque era verdad que unos pocos de los dibujos que recorrían su piel tenían una traza de magia, una funcionalidad diversa. El de su espalda era único en ése sentido; nada especial, al menos en apariencia, pero emanaba algo que podía producir pánico en criaturas de poca voluntad.

... aunque, al parecer, la inconsciencia podía escudarte de ello.

En cualquier caso, Yshara no estaba prestando demasiada atención. Escuchó lo del "maquillaje", y pensó en corregirle, pero cerró la boca de inmediato, corrigiéndose en primer lugar a sí misma. ¿Discutir con aquel engendro de Lucifer? No, ya había aprendido su lección. Masculló un vago "sí" por toda respuesta, y a medida que se internaban en el bosque, se dedicó a examinar sus alrededores minuciosamente, repitiendo cada pocos pasos el "sí" e intercalándolo con "es un secreto", dos contestaciones que parecieron satisfacer a su anfitrión, si es que llegó a oírlas.

Y entonces, llegaron al claro.

Yshara no era el ejemplar más representativo de su raza, pero era una elfa. Tan pronto como entraron en el lugar, pudo sentir que allí había algo diferente. Y el gnomo se calló por primera vez en lo que parecían siglos, lo cual ya de por sí era un cambio sustancial en el ambiente. Pero era... extraño. Aquello le resultaba familiar, pero algo no estaba donde debía, como debía. Una voz resonó entre los árboles, y la elfa no pudo evitar ponerse tensa, pero era para darle... ¿La bienvenida?

En cualquier caso, el gnomo se apartó de ella, y corrió hacia... ¿Una dríade? No, una hamadríade. Todo cobraba un poco más de sentido ahora. Agradecida por tener una voz que no fuera la del gnomo, al que, loados todos los dioses del Cielo y de la Tierra, la hamadríade expulsó de su presencia, Yshara se acercó hasta quedar frente a frente con la aparentemente triste matriarca del bosque.

- Cansada - respondió, con toda franqueza. - Vuestro duende es un custodio indudablemente efectivo. Dudo que mucha gente llegue con su cordura intacta hasta vuestra presencia.

No era del todo una broma. Yshara estaba muy cansada. Mareada, agotada, dolorida, pero el cansancio físico no hacía tanta mella en ella como la mezcla del mareo resultante del naufragio y el de la conversación con la abominación lenguaraz que acababa de retirarse. Tenía la sensación de que el cerebro le iba a saltar del cráneo.

No obstante, Yshara sabía bien dónde estaba. Necesitaba desahogarse, pero no quiso faltar al respeto de la que bien podría ser la anfitriona de aquel lugar. Practicó una muy breve reverencia, y examinó detenidamente a la tal Kraneia. Una idea empezó a formarse en el fondo de su mente, pero las palabras para darle nombre todavía no estaban ahí.

- Viviré - concluyó, un poco más seria. - Os doy las gracias por vuestra bienvenida, aunque admito que me sentiría mejor si supiera dónde estoy.
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