El Vals de los Enmascarados

La fantasma vio subir a Luthys por las escaleras después de dudar un poco. Demasiado poco para las costumbres del demonio, cosa que no le agradaba demasiado.

No entendía por qué subía a una habitación vacía, ¿No pensaba que quizá era una trampa? ¿Por qué no recelaba? Alma no creía, por lo que había visto, que el hombre que estaba arriba tviera tratos con demonios, seguramente ni siquiera sabría la naturaleza real de Luthys, pero ¿por que aquel demonio siempre desconfiado dejaba a un lado sus constantes precauciones y seguía a und esconocido a una habitación aislada?

QUería subir tras él, pero no se atrevía a acercarse de masiado. DEsde qeu llegaran a la taberna se había dedicado a observar los movimientos del demonio y del extraño con su percepción fantasmal desde detrás de la puerta de la cocina de la taberna, para evitar que su amigo la viera. Tuvo que obligarse a mantenerse quieta durante unos cinco minutos antes de flotar escaleras arriba. Traspasó la pared de la habitaciónd e al lado donde se habían reunido e intentó percibirlo todo desde allí. No quería arriesgarse a que Luthys la viese, pero a la mínima señal de trampa o peligro para el demonio pensaba dar la voz de alarma. No iba a dejar que le pasara nada.

Antes de que se asomase a la puerta ya sabía que era él, porque los pasos eran lentos, casi como si estuviese dudando si asomarse o no. Beck lo comprendía, las personas prudentes se acostumbraban a actuar como si todo pudiese tener truco, pero también comprendía, o creía comprender, por qué el tal Luthys había acudido a pesar de no conocerle. La curiosidad y el aburrimiento eran una curiosa mezcla que resultaba explosiva cuando se juntaban con la posibilidad de hacer algo excepcional que normalmente le está vedado a las personas de cierta condición. Total, que Beck estaba de lo más satisfecho aquel día, la expectativa de infiltrarse en una fiesta tan glamourosa le subía el ánimo, y el hecho de que cada vez estaba más confiado en que había topado con el compañero de viaje perfecto por puro azar terminaba de alegrarle el día. Porque era obvio que era curioso, y eso es necesario para lo que iban a hacer, tanto como prudente, con lo cual no lo estropearía haciendo alguna estupidez.

Total, que cuando Luthys llamó preguntando con leve timidez, se encontró con que el hombre con quien debía encontrarse acababa de arrastrar la mesa que estaba en una esquina del cuarto hasta ponerla delante de la cama, y ante ella había dejado una silla para él. En el otro lado, él se había sentado sobre la cama y buscaba en un zurrón una pluma con la que escribir sobre el pergamino que había dejado sobre la mesa junto a un pequeño tintero. Ante la pregunta, aquel hombre alzó la cabeza y sonrió:

- Bueno, podría decirse que sí, que soy yo. Pasa, tú debes ser Luthys, ¿no? - le echó un vistazo de arriba a abajo y luego asintió, como si fuese la primera vez que lo veía y aprobase su aspecto general.- Se puede decir muchas cosas de Bill, pero desde luego sabe dar una descripción acertada. Si te quieres sentar, ahí tienes la silla.- con un gesto le señaló la que había dejado en su lado de la mesa, invitándolo a acomodarse.- Lo suyo sería que cerrases la puerta tras pasar.

Justo en ese momento, pareció encontrar lo que sea que buscaba en aquel zurrón y depositó una pluma de aspecto viejo pero hermoso junto al pergamino. Luego volvió a mirar a Luthys.

- Perdona mis modales, yo soy Guillermo de Maglavar. No es mi verdadero nombre, eso es cierto, pero si quieres parecer noble, más o menos tienes que tener un nombre que lo parezca.- dijo encogiéndose de hombros con un gesto sencillo y campechano que desmintió toda la pose que había adoptado, y que se potenciaba por las ropas de aspecto cuidado que vestía.

Tal y cómo había intuído, sí era la habitación del amigo del sucio Bill. El demonio actuó como simpre a la hora de saludar, haciendo una reverencia, aunque con el tiempo cada vez parecía mas un asentimiento con la cabeza que una reverencia. Luthys carraspeó mientras el señor se presentaba y comentaba algo cortésmente. Sin embargo, el demonio no escuchó mucho más que el nombre del señor, aunque se dió cuenta de que le había ofrecido asiento. En un primer momento, quiso permanecer de pie, siempre era mejor si había que huir o algo por el estilo. Pero sabía que era una situación violenta, y siendo sinceros, ese hombre parecía ser simplemente un señor de clase media, a juzgar con sus ropas.

Eso era algo a reflexionar. Si ese hombre quería meter las narices en un lugar no apto para los de su clase, ¿de dónde había sacado unas ropas tan decentes? ¿Y ese nombre? ¿Le había robado el nombre a alguien o era invento propio?

Luthys sacudió la cabeza, de manera bastante disimulada, y volvió a intentar prestar atención al tal Guillermo de Maglavar. "Gente con nombres parecidos son los favoritos de los demonios para corromper", pensó Luthys en sus adentros.

Echó una ojeada alrededor, y la habitación no era muy distinta a las de una posada cualquiera, por lo que no le dió más importancia. Sin embargo, al señor sí, ¿qué quería de él?

- Está bien, Guillermo, mi nombre ya lo sabes. Ahora hablemos claro. ¿De qué va todo esto?

Inevitablemente, en su tono asomó algo de nerviosismo y preocupación, aunque a la vez curiosidad. Sin embargo, eso solo podía notarlo alguien que lo conociera bien, no ese señor, alguien que supiera distinguir cada uno de sus tonos de voz y sus gestos... Alguien como Alma.

Efectivamente, al otro lado de la pared, Alma notó la preocupación y el nerviosismo en la voz del demonio. Y también la curiosidad, y por alguna razón aquello no le gustaba.

¿Qué podía estar pensando aquel hombre que se hacía pasar por dos personas cuando en realidad era el mismo que había citado allí a Luthys? ¿A qué venía tanto misterio? Esperaba que la curiosidad del demonio no le hiciera bajar la guardia, porque ella no se fiaba de aquel Bill, o Guillermo, o como diablos se llamase.

Le hubiese gustado atravesar aquella pared y contárselo todo al demonio, ponerlo sobre aviso y hacer que aquel hombre dijera la verdad. Pero no podía. No si el peligro no era manifiesto, porque si no el demonio podría no creerla. A fin de cuentas se había ido sin decirle nada.. ¿Qué podría querer apareciendo ahora de repente? SEguro que su orgullo le impediría perdonarla... y ahora que sus esperanzas de conseguir su objetivo eran prácticamente nulas, no creía poder enfrentarse a él y decirle la verdad.

La fantasma siguió atenta a la conversación, acercando la mano a la pared. Aquella pared que podía atravesar fácilmente pero que se alzaba ante ella en su mente como un muro infranqueable, porque Luthys estaba al otro lado.

Beck esperó hasta que la puerta se cerró para volver a mirar a Luthys. Era obvio que no había reconocido el disfraz, de momento. Pero todo disfraz tenía sus límites, y si seguían hablando un rato, y si se fijaba en él de pie, vería que tenía una altura y una figura muy similar, incluso cuando todo eso quedaba disimulado por las muy distintas ropas, por la pose recta de Guillermo y la encorvada de Bill. En fin, qué más daba.

- Luthys, - ahora, con la puerta cerrada, se sentía algo más tranquilo- esto va de que hay una fiesta privada, un baile de máscaras donde se reunirá la nobleza de la zona. Dicen que es algo exclusivo y digno de ver. Y yo quiero verlo, y tengo un plan para que me inviten. Bueno, a mi y a un colega.- Beck lanzó una guiño cómplice a Luthys.


Luego echó un vistazo por la sala, que era bastante cutre, las paredes estaban algo desconchadas, los muebles eran viejos y relativamente destartalados. Y en teoría, para el barrio en el que estaba, la cosa andaba medio bien. En aquella posada no se solía robar y no había peleas, era una posada respetable. Así que imagínate como debía andar la cosa en las posadas de mala muerte de la zona. Como todas, allí no había servicio en la parte de atrás de la pensión, no, sino que junto a la ventana había un pequeño balde para hacer las necesidades y luego poder arrojarlas a una zanja en la calle trasera, donde pasarían unos chicos con borriquillos, encargados de llevárselo a las afueras. En otros barrios, eso ni existía, y los excrementos se apilaban hasta que los aún más pobres se los llevaban para venderlos como abono. Con un amplio gesto lo señaló todo a Luthys, suponiendo que entendería su curso de pensamiento.


Si comparabas el lujo que debía de haber en el palacio del mayorazgo, todo aquello quedaba lejano y extraño. ¿Quien no querría ver un mundo tan distinto y tan cercano? ¿Quien no sentiría curiosidad? Pues Beck sabía que había quien no sentía curiosidad alguna. Él no era de esos, era un curioso nato. Además, el colarse le permitiría saber algo sobre la zona, y siempre es útil cuando juegas continuamente una lucha a muerte por la supervivencia. Además, tenía un último motivo, obtener una vía de escape de la isla mientras camuflaba su rastro. Si todo salía bien dejaría un rastro tan frío como una noche de invierno.


- Puedes llamarme cotilla, pero el caso es que a mi me encantaría ver esa fiesta. ¿A ti no?- Tras pensarlo un momento añadió- Y además, si puedo ganar algo de todo ello, aún mejor. Quizás haya algunas jovencitas casaderas, si son guapas y con dinero sería para mi como ganar una mano a todo o nada apostando toda mi fortuna.- durante un momento se hizo el silencio.- Bueno, ¿te apuntas? Te prometo que no hay riesgo alguno. ¿Te cuento mi plan?


Justo cuando terminó, Beck experimentó una extraña sensación de soledad y añoranza. Recordó a algunas de las personas que había amado y había perdido. Esta repentina emoción le golpeó de improviso, y se vio obligado a parpadear y apartarlo de su mente. No era el momento para distraerse ni ponerse melancólico. Y sin embargo, la imagen de una mujer que le había amado en una tierra lejana persistió inoportuna en el fondo de su mente.

Desgraciadamente, el demonio estaba ya practicamente convencido de ir a esa fiesta. Sí, era mayor la curiosidad que la preocupación porque algo le pasara. Además, aún podría usar su forma espiritual para escapar, ¿no?

Meditó unos instantes sobre esa cuestión y se dio cuenta de que no podría estar seguro de ello. Principalmente, porque ya no le era tan fácil usarla como lo había sido muchos años atrás, así como tampoco podía estar seguro de que eso le salvara el pellejo, alguien podría seguirle, algun demonio podría andar por allí.

Sin embargo, lo que este hombre le proponía tampoco le parecía demasiado peligroso. Aunque no descartaba, por supuesto, algun encontronazo con las autoridades si resultaban descubiertos.

- No me interesan las mujeres, señor, no dan más que problemas.- Aunque bien sabía que con unas copas de más y unas cartas sobre la mesa, cualquier mujer podría satisfacer sus necesidades masculinas y él estaría gustoso de ello. Carraspeó e intentó desviar su mente a otros pensamientos - Está bien. Aún no voy a aceptar firmemente, hasta no haber escuchado el plan. Y sólo entonces decidiré si acepto o no.

Se recolocó en la silla, dejándose caer sobre el respaldo y observando la habitación. Decididamente había visto cosas mucho peores que esa habitación, por lo que no sentía nada incómodo en aquel lugar. Aunque sí algo nervioso.

Se maldecía a sí mismo por ser un demonio, porque tanto la curiosidad como las ganas de vicio, podían con él. Era incapaz de resistirse, y mucho menos sin alguien que le obligase a pensar más sobre ello, o sin nada mejor en lo que gastar su tiempo. Sabía que, si el plan que ese hombre iba a proponerle era asequible y no exigía apenas riesgo, él iba a aceptarlo. Al fin y al cabo, no tenía mucho que perder, porque no tenía nada. Y, si no tienes nada, no tienes nada que perder. No era un pensamiento propio de un demonio, pero a éstos siempre les quedaba pertenecer a su raza, lo que siempre era un orgullo. Sin embargo, a Luthys no le quedaba ni eso: era un desterrado, el amor de su vida había fallecido, no tenía amigos, no tenía nada. Siempre acababan abandonándole. Todos. "Incluso los fantasmas me abandonan...", pensó, "Soy patético".

- No me interesan las mujeres, señor, no dan más que problemas.

Alma sonrío. Una sonrisa nerviosa. Una sonrisa llena de tristeza, que reflejaba su culpabilidad.

Sonreía por no llorar.

Aquellas palabras, su tono de voz... de repente lo que había hecho con toda la confianza, sabiendo lo que quería, pensando que era lo mejor, le parecía un acto egoísta y sin sentido. ¿Merecía la pena encontrar un cuerpo, a costa de haberse marchado sin decir nada? ¿Merecía la pena si Luthys se echaba las culpas, si pensaba que había sido culpa suya? ¿O si la acababa odiando por aquello?

"No, no merece la pena." - pensó. - "Pero ahora ya no puedo hacer nada."

Nada.

El mal estaba hecho. No había forma de arreglarlo, la única forma de compensarle era llevar a cabo su búsqueda. Conseguir algo de todo aquello, porque si no nunca se atrevería a volver a aparecer delante del demonio. Nunca se perdonaría a sí misma si no conseguía darle a Luthys lo que necesitaba, y no era un fantasma incorpóreo y que se iba a la primera de cambio. No.

Ya sólo podía seguir adelante.

A pesar de todo no se movió, permaneció quieta en el sitio. Tenía miedo de irse, porque si no encontraba lo que estaba buscando no sería capaz de volver. Y le daba miedo irse y no volver a verle nunca más. No tenía el valor suficiente para marcharse, y tampoco para encararse a Luthys y contárselo todo.

"Cobarde".

Beck sonrió. Si ya le había dicho que lo que le proponía era algo delictivo e inmoral, y se había insinuado como un casanova sin escrúpulos, deseoso de encontrar una dama joven e incauta a la que engañar y Luthys no se había mostrado hostil es que obviamente su moralidad no llegaba hasta el punto de rechazar dichos actos, o al menos no de forma concluyente, y contando con que su plan no tenía muchos riesgos... Sin embargo, las palabras de su posible compañero relativas a las mujeres le hicieron dudar una pizca: Ese rechazo a las mujeres, o significaba que tenía una sexualidad dudosa, y Beck no gustaba de los hombres de dichos gustos, le hacían sentir muy incómodo: No podía usar los trucos que habitualmente usaba con hombres, ni los que usaba con mujeres; o bien significaba que Luthys había tenido una situación traumática y reciente con alguna mujer.

"Y quizás de eso huye, ¿un amor prohibido? ¿Quizás algo más oscuro, alguna traición?". Jugueteó con la idea un segundo, observando que Luthys empezaba a ponerse nervioso, mientras él fingía estar recopilando mentalmente su plan para exponérselo, aunque en realidad se lo sabía de memoria. Un par de segundos carraspeó, listo para presentar su plan a su probable camarada.

- Cobarde...- La palabra se le escapó de los labios y le sorprendió absolutamente, ¿por qué había dicho eso? Durante una décima de segundo, estuvo a punto de bloquearse, pero mantuvo la compostura e improvisó corriendo.- No se es por reconocer un peligro. Y las damas lo son, brindo por tu prudencia.- alzó su copa de vino y se la llevó a los labios, bebiendo un único sorbo, más para darse tiempo que por brindar por nada.- En fin, al tajo.

Hay una señorita de edad casadera en la ciudad, de una familia adinerada, aunque no poderosa. El caso es que la chica es tan terriblemente desagradable, tanto en aspecto, como por su personalidad melindrosa y arrogante, que nadie parece pretenderla. La madre está deseando casarla con quien se pueda, aunque sea algo de menor casta, pero su padre, que en mucho la adora y yo diría que tiene la culpa de la actitud malcriada de la chica, se empeña en que no se case sino con alguien de un muy buen rango. Y pocos hombres adinerados y de buena posición están dispuestos a sufrir semejante castigo por el resto de su vida. En fin, el caso es que me da algo de pena la chica, pero se lo ha buscado, si la conoces lo entenderás. Además, tiene derecho a llevar acompañantes, y puede ser nuestra llave a palacio. Sólo hay que encontrarse con ella de un modo oportuno, mostrarse amable, darle a entender que tiene posibilidades con uno de nosotros y poco más, quizás, mostrarse curioso por el baile, y con suerte se comportará como una "excelente anfitriona" y nos invitará a acompañarla. Por lo demás, sólo hace falta preparar una coartada para nuestra presencia en la ciudad, había pensado en que quizás podríamos ser dos nobles. Yo había pensado en que quizás podría ser, si no te molesta, el encargado de los negocios de tu padre, y tú, el joven y apuesto hijo de una familia lejana y exótica. Tu padre te habría mandado conmigo para... qué se yo, temples tu espíritu, aprendas de negocios, veas puertos lejanos... lo que sea.

Beck miró a su interlocutor, que aún apenas sí había tocado su copa de vino (o quizás ni eso, no se había fijado). Parecía serio y algo abstraído, aunque era su pose normal, por lo que había visto cuando "era" Bill. A veces casi parecía que no le escuchaba...

- ¿Qué me dices? Casi no hay manera de que nos dé problemas, más allá de que no le caigamos bien a la chica, que le caeremos, o de que una vez allí, la fiesta nos parezca un soberano aburrimiento.

Se mantuvo bien colocado en su silla, esperando alguna respuesta por parte de ese hombre, el cual parecía pensativo y algo ausente, pero que no dejaba de mirarle. Aunque eso no le ponía nervioso, más bien le resultaba indiferente.

Cuando notó cambiar el gesto del hombre que tenía justo delante de él, se preparó para escuchar el plan. Sin embargo, lo que salió de la boca de ese hombre no fue un plan sino una palabra que desconcertó a Luthys: "cobarde". Por unos instantes, el mismo hombre pareció desconcertado por haber dicho eso, pero se avivó de nuevo y continuó como si nada.

Pero el demonio no se fiaba demasiado. ¿Cobarde? ¿Un simple humano le había llamado cobarde? ¿Por qué? Bien, quizá ese hombre estaba loco, quizá no debería ir con él a ningun lado, igual ni siquiera existía ese baile...

Aun así, Luthys se calmó interiormente e intentó prestar atención al plan que Guillermo le relataba. En general, no parecía un plan difícil de ninguna forma, aunque sí iba a resultar ridículo si esa joven se negaba a ser acompañadaa por ellos dos. Aunque, a decir verdad, a él nunca le había rechazado una mujer. Claro, que se trataba de un demonio, y además, un demonio apuesto, guapo y atractivo, ¿qué mujer iba a resistirse a sus encantos? Por no hablar de lo que lo extremadamente bueno que era satisfaciendo las necesidades más íntimas de las mujeres...

De pronto alejó esos pensamientos de su cabeza. Si hubiera podido sonrojarse, ahora mismo estaría tan rojo como la sangre humana. Pero era una suerte ser un demonio, menos mal.

Hizo un gesto a Guillermo, para darle a entender que había escuchado todo y que estaba pensando si aceptar o no, aunque aún no había alojado en su mente ningun pensamiento referente a eso...

- Eh, bueno, Guillermo, lo cierto es que su plan no representa riesgo alguno, no. Pero, ¿qué se supone entonces qué hacemos dentro? ¿Qué gano yo con tal cosa? Hay algo que no me está contando... - Por no hablar de que me ha llamado cobarde..., agregó para sí mismo.

Tenía muy claro que al final acabaría aceptando el plan de ese hombre, aunque solo fuera por aburrimiento y curiosidad. Al menos con mujeres, juego o alcohol pasaría un buen rato...

Alma se asustó cuando escuchó al desconocido decir lo que ella estaba pensando. Estaba dejando que sus pensamientos sobrepasaran la barrera. Se preguntó si Luthys lo habría notado, aunque no lo parecía. Detectaba desconfianza en el, pero nada que le diera a entender que él la había oído.

Entonces, ¿Por qué aquel hombre sí la había escuchado? No, no podía haberlo hecho. Tenía que haber sido otra cosa, otro tipo de percepción, como... como si la fuerza de sus pensamientos hubiese instalado una idea en la mente del hombre de forma inconsciente. Pero ella no podía hacer eso... ¿o sí?

Alma suspiró. Deseaba que ellos se marcharan de allí pronto para poder dispersarse mejor entre la gente.

Pensó en el baile para distraerse. ¿Así que el hombre quería "conquistar" a una dama de alta clase? Eso encajaba. La fantasma dudaba que fuera conde, y conocía demasiado bien la codicia humana para saber qué se escondía tras aquella operación. Pero al parecer Luthys pensaba que había algo más...

Se dispuso a escuchar de nuevo, evitando pensamientos que tuviesen mucha carga emocional apra que no volviese a pasar lo que había pasado.

Aún tenía el regusto del vino en la boca, y lo paladeó un segundo. Es curioso como en una décima de segundo algo que nada tiene que ver con el presente nos viene como una fugaz imagen, llamada a escena por cualquier cosa guarde o no alguna relación, como una nota de memoria que se resiste a que olvidemos el pasado que ya fue, y que como fue no se puede cambiar. Así, justo así, aquel vino le recordaba a su pequeña Ginebra. Siempre le había parecido que aquel nombre era demasiado recargado para una chica pueblerina sencilla, amable y obediente, como era ella. Tenía la sabiduría y la paciencia de una madre, más que de una muchacha, y hubiese sido más justo para ella un nombre que no recordase a tan contundente bebida, sino más bien, a otra más suave. Quizás alguna con regusto afrutado.

Paseó la yema de su dedo índice por su copa, ensimismado mientras Luthys pensaba sobre lo que le había propuesto. En su boda habría servido vino en copas como aquella, aunque hubiese tenido que traerlas de algún otro pueblo cercano. ¿Estaría ella bien? Se sentía tan arrepentido de haberse marchado sin explicaciones. Pero era lo mejor, estaría mejor sin él. Podría tener una vida tranquila y hermosa, la vida que se merecía. Con otro hombre. Por un segundo, Néstor Fenth suspiró en la boca que compartía con Wilhelm Beck. Luego el segundo retomó el control de la situación, mientras Luthys le hablaba. Conforme le escuchaba, Wilhelm abandonó la tristeza de Fenth como un fardo pesado, y lo sustituyó por una dosis de la jovial y levemente socarrona actitud de Guillermo de Maglavar.

- Pues... déjame repasar.- Extendió la mano frente a sí mismo y contó con los dedos mientras repetía.- Damas ricas, un copioso festín, codearse con la nobleza, entrar en una fiesta prohibida para nosotros... - Tras repetir la tanda tres veces Guillermo sacudió la cabeza, bromista.- Pues no, creo que no me dejo nada por contar, la verdad. No sé qué harás tu dentro, pero yo pienso disfrutar de este pequeño placer prohibido.

De repente, se le ocurrió una idea. Una idea bastante molesta que no pudo apartar de su cabeza. Si Luthys venía de vagabundear por los caminos... ¿habría él visto a sus perseguidores? Tenía el terrible presentimiento de que hayarían su rastro. Aunque en parte, siempre tenía esa impresión, y esa pequeña "paranoia" (porque no es paranoia si de verdad te persiguen) le había permitido estar a salvo más de una vez, sin dejar de enfriar su rastro.

Se tomó su tiempo para pensar sobre si aceptar la propuesta o no, tras haber hablado el señor Guillermo.

El demonio estaba consfuso. Una parte de él nunca hubiera dudado en ir a una fiesta como esa, aunque no hubiera sido invitado formalmente, allí iba a ver vicios, muchos vicios por todos lados, ¿qué demonio podía resistirse a eso? Estaba claro que él. Hacía mucho tiempo que no se dejaba llevar por los vicios, ni siquiera por uno de todos lo que había en el mundo, desde que la conoció a ella... Y cuando ella se fue, tampoco volvió a hacerlo. Y luego llegó Alma... ¡Alma! ¿Qué pensaría ella de todo esto? La echaba de menos, era como tener una conciencia, o una segunda opinión flotando a su alrededor. Si ahora estuviera ahí podría preguntarle qué le parecía a ella la propuesta. Aunque, igual los vicios a las chicas humanas no les gustaban del mismo modo que a él, que a los hombres, que a los demonios...

- ¡Está bien! - dijo de pronto, sobresaltándose a sí mismo. El por qué de la decisión repentina habían sido precisamente sus últimos pensamientos: estaba solo, no había nada que hacer, ni nadie que le impidiera hacer lo que ese hombre le proponía. Igual le sentaba bien volver a ser un demonio, o al menos a comportarse como un demonio normal. Y Alma... estaba convencido de que ella le hubiera puesto pegas a esa propuesta, y precisamente por eso aceptaba: si ella no lo había tenido en cuenta para desaparecer sin más, él tampoco iba a tenerla para irse a esa fiesta. - De acuerdo, iré a esa fiesta – extendió su mano para que Guillermo la estrechara y añadió: - ¿Cómo vamos a hacerlo?

La fantasma había pasado los últimos minutos imaginándose cómo sería aquella fiesta, para evitar pensar en cualquier otra cosa. Se imaginaba a mucha gente, todos vestidos de forma elegante y colorida, con la cara tapada con máscaras delicadas y ricamente adornadas y realizando los bailes solemnes y coreografiados que tanto le gustaba admirar cuando estaba viva.

Siempre se había imaginado llegando allí, con un bonito vestido verde poco recargado y flores trenzadas en el pelo. Y una máscara con forma de alas de mariposa decorada de azul y dorado.

Este pensamiento la tranquilizó un tanto, olvidándose de lo que se fraguaba en la habitación de al lado. Las palabras de Luthys la devolvieron a la realidad, sobresaltándola tanto como al propio demonio.

Aunque la idea de salir de allí y de mezclarse con al gente le resultaba atractiva, le empezó a preocupar el demonio, sus motivaciones y, sobre todo, su seguridad. Parecía que ya no se preocupaba tanto de su mortalidad como cuando lo conoció... ¿Qué pasaría si los descubrían? Alma no sabía qué podían hacerles a dos impostores que intentan conquistar a una mujer rica...

Sacudió la cabeza. No podía hacer nada. De hecho ni siquiera sabía por qué seguía allí...

bueno, sí lo sabía. Aunque no tenía mucho sentido haberse ido para buscar algo y que dejara su búsqueda sólo por miedo a no verle de nuevo...

- ¡Así me gusta!- celebró jovial Guillermo, mientras le gastaba una sutil broma a Luthys, que para cualquiera (menos para el bromista o para alguien muy quisquilloso y atento) pasaría desapercibida. Se frotó la mano en sus ropas tres veces, como si la tuviese sucia, antes de tenderla hacia la de Luthys y estrechársela con una radiante sonrisa. No le importaba que se diese cuenta de que él era Bill, ahora que había aceptado, quizás hasta eso le diese alguna idea sobre sus "habilidades" y le motivase a entender que no era un simple maleante sin un plan concreto.

Sobre la mesa aún estaba el pergamino en el que había estado escribiendo, la pluma vieja de su maestro que había conservado contra viento y marea, el tintero, y unos guantes de aspecto elegante, además de las dos copas de vino.

- ¿Cómo, eh?- Beck le dio un golpecito al pergamino y se lo pasó a Luthys por encima de su copa. Era una carta de letra abigarrada y desordenada. Algunas de las líneas estaban un poco dobladas, las letras "o" eran todas casi mayúsculas y con un rabote muy peculiar, que parecía un bigote largo y retorcido.- Es muy fácil entrar en una casa cuando el hermano del padre de familia te ha escrito una carta de recomendación personal.- rebuscando en su zurrón, que estaba en la cama, sacó Beck una carta guardada en un sobre con un sello en cera roto, del que la extrajo. Se la mostró a Luthys. Era del mismo destinatario, con la misma letra.

- ¿Ves? Es indudable que el mismo hombre escribió estas dos cartas, y si te fijas, ambas están firmadas por Don Matías Revansholm, el tío de nuestra joven anfitriona, la joven heredera de Don Fermín Revansholm.- carraspeó y dio otro traguito a su copa.- Al parecer, conociste a su tío muy oportunamente en tus viajes, y quedó encantado contigo, por eso te escribió esa carta de recomendación que tienes ahí, y que, por cierto, tienes que firmar, junto a la firma del "autor" de la carta.

Por encima de la mesa, Guillermo le pasó la pluma a Luthys, mientras le terminaba de explicar.

- Veamos, te explico: con esa carta, se sentirán medianamente seguros de tus intenciones. Si les has caído bien a tito Matías es que eres trigo limpio, y además, explica por qué estás aquí: Para aprender de los negocios locales de una familia bulliciosa e importante como es la familia Revansholm, porque tu padre quiere encomendarte que abras rutas comerciales con Moramaille desde allende los Mares de Jaspia. También explica que soy tu mentor y ayudante, que estás soltero, y que pareces buen partido.- Guillermo hizo una pausa y se le ocurrió una idea- Por cierto, me da un poco de curiosidad, ¿qué nombre vas a escoger para firmar? Tiene que ser exótico, pero no recargado. Luthys estaría bien, pero igual no quieres usar tu verdadero nombre y eso para esta farsa, ¿no?

Cuando Guillermo estrechó su mano con la de Luthys el demonió se sintió satisfecho, iba a hacer algo que le apetecía: rodearse de vicios. Eso conseguiría apartarlo de la soledad y todo lo demás que lo traía de cabeza.

Pero su estado de ánimo cambió cuando el señor Guillermo le empezó a mostrar la falsa carta de recomendación y a explicar brevemente qué iban a decirle a la gente. De repente se sentía un estúpido por meterse en un lío como ese. Por no hablar de la idea de buscarse un nombre apropiado para el baile... Él no estaba para esas cosas, a lo largo de todos los siglos que había vivido ya había sufrido bastante. Sólo faltaba que encima le pillarán y lo tacharan de impostor. Eso sería demasiado arriesgado, esta vez iba a llegar demasiado lejos. Y estaba seguro de que se arrepentiría totalmente por haberse dejado llevar por... ¿por que se había dejado llevar para decir que sí de esa forma tan repentina? No era una buena excusa el que estuviera solo y nadie se preocupara por él. Lo había hecho por despecho. Y era demasiado tarde para decir que no, aunque solo fuera por el hecho de que ese hombre iba a tomarle por un cobarde o algo peor... No quería tener problemas tan pronto.

- Eh... ¿nombre, señor? Pues...- empezó a decir, dubitativo - No soy bueno para ese tipo de... invenciones. Se me dan mejor otras cosas - "¿Otras cosas?". Luthys sabía que la estaba liando, se estaba poniendo nervioso y eso no podía traer más que problemas. - Dejaré el asunto en sus manos, señor Guillermo, confío en su talento para este tipo de asuntos.

Y sin más, seguro de haber salido del paso lo mejor posible, calló rendido en la silla de nuevo, lanzando un suspiro mientras pensaba: ¿Dónde diantres me he metido?

La voz de Luthys sonaba distinta, como si empezara a dudar de todo aquello. Alma podía sentir la inseguridad del demonio, tanto como la suya propia. no sabía si su acompañante lo notaría tanto, pero Alma le conocía.

Aquel repentino arrepentimiento, que intentaba ocultar, no dejaba de resultarle extraño a la fantasma. ¿Si aparecía tan pronto había cerrado el trato, quería decir que lo había aceptado de forma impulsiva? ¿Por qué?

La mente de Alma divagaba de mil maneras, pero ninguno de sus pensamientos tenía por qué ser cierto. Intentó controlarse, porque empezaba a pensar que era culpa suya, que a Luthys le habia afectado demasiado que desapareciese. Y eso le llevaba a pensar cosas que no estaba dispuesta ni preparada para afrontar.

Esperó, nerviosa, escuchando atentamente.

- Pues no sé- respondió "Guillermo" mientras echaba un vistazo a la pose alicaída de Luthys. Era un tipo bastante peculiar, un segundo exaltado y al siguiente suspirando cabizbajo. Le debía de pasar algo, ¿pero el qué? Vete tu a saber. Beck se dio cuenta asombrado de que a pesar de su comportamiento más propio de un adolescente, pensaba en él como si de un anciano se tratase. "Son esos ojos. Son ojos viejos, aunque aún brillen. Sí, como los de...". De golpe se dio cuenta, ya lo tenía, un buen nombre para Luthys.

- ¿Qué te parece "Lum de Baskerville"? Es un nombre apropiado, Baskerville no es un apellido corriente aquí, y Lum... son unas cordilleras tan lejanas que no creo que las conozca nadie. - Se arrepintió de haber dicho esto último conforme pronunció la frase, porque dejaba en el aire la pregunta: "¿Entonces tú como las conoces?", y era una pregunta que no le agradaría tener que responder. Esta vez fue Beck quien suspiró, mientras se agachaba y firmaba con un rapidísimo trazo un casi ilegible: "Lum de Baskerville". Cuando volvió a hablar, su tono de voz era amargo- Te asombrarías lo fácil que es acostumbrarse a cambiar de nombre una vez pierdes el que es verdaderamente tuyo.- Durante un segundo, se hizo el silencio en la sala.- En fin, creo que ya podemos marcharnos, tenemos que darnos prisa no vaya a hacérsenos tarde.

Se puso de pie de un brinco y se movió hasta el saco en que tenía sus pertenencias, y sacó una muda de ropa de apariencia bastante elegante: Tenía dos partes, unos pantalones levemente bombachos y un jubón de buena tela, ambos de un tono jade oscuro. A parte, sacó unos cuantos accesorios, unos anillos, un sombrero de ala ancha adornado con una pluma, un par de cinturones, y se puso el menos elegante, dejando el otro para Luthys. Luego, se colocó un par de anillos que parecían de plata. Cuando terminó, había en el cuarto unas cuantas ropas para Luthys, y él tenía puesta la misma muda de antes, pero con unos cuantos accesorios y una capa, que hacían que tuviese un aspecto algo más elegante, con un colgante de aspecto ambarino pero de nulo valor real. La muda que quedaba para Luthys era obviamente mejor. Era lógico, si Beck iba a ser el fiel subordinado de Luthys.

- Te dejo un poco de intimidad para que te vistas. Yo te espero fuera, ¿vale? En cuanto salgas, nos marchamos por la puerta de atrás- dijo Wilhelm mientras salía del cuarto cerrando con educación y mesura. En cuanto salió, sacudió los hombros y agitó la cabeza, para despejarse. La sensación de que le observaban había permanecido, y empezaba a tener la ominosa sensación de que quizás era un mal presagio.

Cuando Luthys quiso darse cuenta, Guillermo salía por la puerta dejandolo en la habitación rodeado de ropas elegantes pero nada normales para su vestimenta corriente. Había elegido un nombre para él, algo así como "Lum de Basckerville", y apenas había podido asentir con la cabeza. Ese hombre iba demsiado rápido para el demonio, el cual se hallaba lleno de dudas, a cuál peor.

Se levantó de la silla tras un breve instante en que le pilló por sorpresa la salida rauda de Guillermo de la habitación. Se acercó a las ropas que había dejado ese hombre para él y las miró colocando los brazos en jarras. Se sentía un estúpido integral. ¿Dónde iba él con esas pintas a una fiesta a la que no había sido invitado?

Se sentó en la cama, apartando un poco la ropa para no pillarla debajo de su cuerpo. Suspiró y se dejó caer hacia atrás sobre la cama. Adoraba el silencio que en ese momento había en la habitación, aunque su mente no estaba igual de silenciosa. Miles de preguntas pasaban por su cabeza, carcomiéndole las ideas...

- ¿Quién me mandó llegar hasta aquí? Luthys, yo, un demonio desterrado a punto de cubrir su cuerpo con ropa ridícula de ricachón... - Se sienta de nuevo en la cama, se agacha, agarra un trapo del suelo, lo mira con cara de asco y vuelve a dejarlo caer al suelo. - Si Alma me viera ahora se estaría riendo del ridículo que estoy a punto de hacer.

Alma... No dejaba de acordarse de ella demasiado a menudo. La echaba de menos. Era uno de los motivos por los que había llegado hasta ese punto, así quizá distrajera su mente y se olvidara más de ella.

Suspiró y comenzó a desvestirse para empezar a colocarse la ropa de ricachón. Le resulta algo desconcertante esa habitación, no deja de sentirse observado, incluso ahora que el señor Guillermo ya no está en ella... Sin embargo, ya tiene bastantes preocupaciones en la cabeza como para añadir otra estúpidez más, por lo que decide vestirse deprisa y salir de allí cuanto antes.

Una vez ha terminado de cambiarse de ropa, busca algún espejo donde verse reflejado, aunque cree que no es buena idea, prefiere saber cuán ridículo va. Tras un par de vueltas por la habitación no consigue encontrar nada mejor que una de las copas de vino que hay sobre la mesa. Coje una e intenta verse reflejado en ella. Tal y como preveeía va demasiado ridículo para su gusto, pero ya no hay nada que hacer. Suspira, vuelve a dejar la copa en la mesa y se dirige a la puerta.

Justo cuando se dispone a abrirla nota detrás de él algo que se mueve. Instintivamente piensa en Alma y, acostumbrado a su presencia no le toma por sorpresa, pero rápidamente recuerda que se marchó y ya no viajan juntos. Es por eso por lo que se gira lentamente, creyendo que así va a impedir que se escape. Pero, cuando se gira, comprueba que todo ha sido, de nuevo, producto de su imaginación y de cuánto la echa de menos.

Así pues, abre la puerta y sale a buscar a Guillermo. Lo encuentra a la entrada de la posada.

- Bien, vayamos a ese baile. Y, por favor, no quiero un solo comentario sobre cómo me quedan estas ropas. - Lo dice en un tono nada agradable, por lo que espera que el hombre lo tome totalmente en serio.

Alma escuchó a GUillermo salir de la habitación. Salió de la habitación y se acercó a él un poco, examinándolo. Sus palabras habían dado a entender que estaba habituado a cambiar de nombre y que venía de lejos. Aunque a Alma le preocupaba lo que estaba haciendo por si ponía en peligro a Luthys, una parte de ella sentía demasiada curiosidad.

<< ¿Quién eres? >> su pensamiento era apenas un susurro, aunque el hombre no podía oirla. << ¿Por qué haces todo esto? >>

Por un momento, le había parecido que no era un vulgar ladrón ni un caza fortunas. Todo lo que había escuchado dentro acerca de él le parecía una fachada, como todo hasta el momento. Pero no podría contestarle, así qeu se giró para encararse a la puerta de la habitación. Luthys estaba allí dentro, solo. Su percepción le permitía saber qué etaba haciendo y donde estaba, pero no pudo evitar el impulso de entrar en la habitación cuando él no mirababa. Flotó a través del suelo hasta quedar oculta debajo de la cama, donde pensaba que no miraría y desde donde podía ver toda la habitación. Observó como Luthys se vestía con las elegantes ropas y sonrió al escuchar su monólogo, pero era una sonrisa triste. Se le habría encogido el corazón de haberlo tenido: Aún se acordaba de ella. Aún le estaba causando daño.... Alma se sentía muy mal. No podía alejar el pensamiento de que el demonio hacía todo aquello porque ella le había dejado solo. Si él supiera por qué lo había hecho...
Cuando el demonio se disponía a salir de la habitación, no pudo evitarlo. Pasó junto a él un instante, para sentirlo cerca, antes de atravesar la pared a la habitación de al lado.

Fue hasta la habitación que había junto a las escaleras, para escapar de él, pero se detuvo y esperó a que volvieran a pasar. Después de haberlo tenido tan cerca no podía, no tenía valor para dejarlo. Y menos sabiendo que se estaba metiendo en un lío... y todo por su culpa.

Había salido corriendo del cuarto, no fuese a ser que Luthys le preguntase cualquier cosa, pero enseguida se había arrepentido. Debería haber vigilado la reacción de su comparsa, por si las moscas. En fin, era un poco tarde para eso. Quizás habría sido más fácil si hubiese continuado con el plan conforme a la idea original, sin compañeros, ni ayudas que podrían convertirse en un estorbo. Suspiró. De repente le llegó una idea a la cabeza. "¿Por qué estás haciendo todo esto?", le preguntaba una voz femenina. "¿Qué sugieres, que me vuelva a esconder en un pueblecito, que me introduzca en una tribu de las montañas, o mejor en un convento... de nuevo? Porque, oye, si tienes una idea mejor, no te cortes" contestó mentalmente, en uno de sus múltiples monólogos mentales. Pero se ve que la chica no tenía ganas de contestarle a ese hosco Beck (debía ser la voz de Niman), y no hubo más que silencio por respuesta.

Total, que en un par de segundos, Beck se decidió a bajar las escaleras hacia la sala común de la taberna, pensando que si le cogían allí resultaría bastante complicado de explicar que andase merodeando por el pasillo de los cuartos. Mientras sus talones tocaban las maderas de cada escalón, observó la sala. No estaba muy llena, por suerte, y la mayoría de los comensales prestaban más atención a sus platos y sus jarras que a otra cosa. Total, que se paseó hasta la entrada, y echó un vistazo fuera, entreabriéndola. La muchacha del servicio le llamó la atención, preguntándole si quería beber algo. Negó con la cabeza, y volvió a mirar fuera. Esa sensación ominosa no se le había desprendido aún del pecho, y no se le aflojó ni mucho menos cuando escuchó a Luthys (Baskerville) bajando por las escaleras. Venía directo hacia él, y Beck lamentó no haberse quedado junto a las escaleras para salir por la parte de atrás sin pasearse por medio de la vista de todos los presentes. Para terminar de arreglarlo, fue y dijo:

- Bien, vayamos a ese baile. Y, por favor, no quiero un solo comentario sobre cómo me quedan estas ropas. - en un tono hosco y malhumorado. Pero Guillermo de Maglavar estaba listo, y ya no había Wilhelm Beck, sino a un nivel distinto, así que fue el primero el que respondió, inmediatamente:

- Mi señor, indudablemente siempre podríais estar mejor. Pero dentro de lo posible, estáis...- Y los ojos de Guillermo en este punto se fijaron en los de Luthys, y este último pudo ver que había un poco de broma oculta bajo la pose servil, y bajo la reverencia humilde que Beck le dedicaba.- inmejorable. Que buena elección de prendas, tenéis un buenísimo gusto, os lo aseguro.- Ese brillo peculiar, tan oculto bajo una máscara de actor consumado permaneció incluso cuando señaló para la puerta de atrás, teatralmente, y dijo.

- Deberíamos salir por detrás, señor, que no es propio de hombre de vuestro porte la posada en que habéis dormido y es mejor que se sepa lo mínimo posible.- Y con un gesto, lo acompañó hasta la puerta de atrás, mientras le lanzaba una moneda a la camarera por el servicio. Abrió la puerta para su amo, y le dejó pasar primero, mientras la luz se vertía en la penumbra del interior.- Bueno, y ahora, seguidme. Tenemos que visitar a nuestra anfitriona.

Le alegró comprobar que el señor Guillermo se comportó adecuadamente, demasiado quizá.

Mientras caminaban hacia la casa de la anfitriona, Luthys se paró a pensar, por primera vez, detenidamente, en el señor Guillermo. Había estado tan preocupado en ser descubierto, estar metiéndose en un lío y demás, que apenas había prestado atención al hecho de que estaba metiéndose en un lío con un desconocido. ¿Cómo se había fiado de él tan rápido? Bien es sabido que los demonios no son demasiado inteligentes, pero... debería empezar a plantearse seriamente su grado de inteligencia porque, tarde o temprano, iba a acabarsele la buena suerta. Sólo esperaba que no fuera esta vez.

Una parte de él, deseaba caminar junto a Guillermo entablando una conversación. Luthys no era un ser de muchas palabras, pero así al menos conocería un poco más a ese hombre. Y, un sentimiento de culpabilidad le invadió rápidamente. ¿Por qué no había sopesado adecuadamente los pros y los contras? Ahora iba a camino de hacerse pasar por un ricachón delante de un montón de gente poderosa y quién sabía cómo iba a acabar eso.

Sin embargo, logró controlarse y un rato después, notó un movimiento diferente en Guillermo y preguntó:

- ¿Es ahí?

Se refería a un caserón que se hallaba a apenas quince pasos de donde ellos se encontraban.

Y el demonio empezó a sentirse mejor, más cómodo, imaginando cuánto vicio podría encontrar esa noche.

Mientras esperaba y seguía a ambos hombres a través de la ciudad, Alma pensaba en las palabras de Guillermo, las que había dicho como contestación a sus preguntas, aunque se supone que no podía oirla, y que no había procesado hasta que salió de la habitación, porque había estado demasiado centrada en Luthys. Lo echaba tanto de menos....

Pero ahora, mientras seguí alas alas negras del demonio entre la multitud de la calle, reflexionaba sobre las palabras del hombre.

"¿Qué sugieres, que me vuelva a esconder en un pueblecito, que me introduzca en una tribu de las montañas, o mejor en un convento... de nuevo? Porque, oye, si tienes una idea mejor, no te cortes"

Sonaba a que ya lo había hecho. ¿Por qué? Alma se preguntaba cada vez más por su pasado, por las razones que lo habrían llevado a hacer aquello. Le hubiese gustado entenderlo mejor. Si pudiese oirla, podría intentar evitar que se metieran en aquel embrollo, pero por alguna razón sólo la oía en contadas ocasiones. Si no, le habría dado algunas ideas nuevas sobre qué hacer.

Mientras pensaba llegaron a una enorme casona. Pensando que ese era su destino, Alma se estremeció pensando lo que podría pasar allí dentro.

Tened cuidado - pensó para sí misma, temiendo que un pensamiento lanzado al aire llegara a oídos del demonio y la viera.

Aquella casa olía a viejo. Todo ella desprendía ese elegante de las cosas buenas que han envejecido con dignidad. Las ventanas eran amplias y estaban abiertas de par en par, para que entrase la brisa, y entrase luz al interior, y se podía ver que tenían echadas unas cortinas de aspecto ligero que se movían al unísono de una inaudible música. El tejado era de pizarra negra y bastante puntiaguda, a pesar de que allí no había inviernos en que se acumulase mucha nieve, y no había demasiada razón para ello, a parte de porque era hermoso ver como la casa parecía extenderse para tratar de tocar el cielo. Un gallo coronaba el tejado, apuntando orgulloso con su pico hacia donde el viento le guiaba. Era, en definitiva, una casa hermosa, pero a Beck se le encogía el corazón al verla, porque sabía que esa casa envejecía, como él.

- Sí, es aquí- respondió algo ausente Beck.- A Julia Revansholm le encantará, mi señor, sólo faltan un par de horas para el baile, y seguro que estará deseosa de llevar a una persona, un extranjero exótico, para demostrar su status. Os advierto sire, esta chica sólo vive de puertas a fuera. Sólo piensa en las apariencias.- había un poco de desprecio en la voz de "Guillermo de Maglavar".- Será fácil que nos lleve a donde queremos. Vamos, comparado con el Palacio Ducal, al que iremos hoy, esta casa es una chabola.- y echó a andar hacia la puerta de entrada, que estaba al final de un camino empedrado que pasaba por el jardín, sobre tres escalones que hacían que la casa pareciese algo más grande.

Él llevaba ya una temporada observando aquella casona, podía ver las señales de la decadencia de la familia Revansholm. Casi podía oír a la hermosa y joven señora de Don Fermín, Elena, mientras reía y hablaba con su apuesto marido mientras arreglaban el jardín, plantando rosas. Ahora, los rosales estaban salvajes, y se agarraban a la valla metálica de la entrada con una suerte de arrogante arrojo; como si dijesen que aunque les abandonasen no se irían de aquel lugar. Podía ver la fuente, que ahora estaba seca, y el palomar sobre aquella; en un tiempo en que ambas estaban muy vivas, y la cantarina agua acompañaba a coro al trino de los pájaros traídos de todas las islas del Triskel. Sí, Wilhelm casi podía oir el ruido de cascos cuando Don Fermín llegaba de cazar con su joven primogénito. "Seguro que se sentían tan felices", pensó, "lo tenían todo". Pero entonces lo perdieron, y Beck también podía oir a las plañideras conforme acompañaban, primero, el cuerpo del ojo derecho de Don Fermín, y años después a la mujer de su vida. Era lógico que la casa hubiese envejecido, como el alma de su dueño había empequeñecido con el tiempo, hasta hacer de quien fue un hombre con mucho porte un anciano anclado en el pasado. ¿Podía culparle por su acidia? ¿Hubiese sido capaz él de soportar perder así lo que amaba? Suspiró profundamente, y trató de volver a concentrarse en lo que tenían que hacer. Pero antes, se giró hacia esa fuente seca y llena de hojarasca que había visto tiempos mejores, y se deleitó con la imagen mental de Don Fermín, Doña Elena y sus dos hijos, alegres, mientras el padre daba de beber a una nueva adquisición para su enorme pajarera, quizás un tucán u otro pájaro vistoso.

Cuando se giró, tenía la puerta prácticamente a un par de pasos, y Luthys le estaba mirando con cara rara. ¿Le habría dicho algo y no se había dado cuenta, ensimismado como estaba, o simplemente es que pensaba en qué demonios estaría pensando para parecer tan distraído? En fin, con un par de pasos subió los escalones y llamó a la aldaba, que repicó en la puerta sólida, con un sonido que debió de oirse en toda la casa. Apenas tuvo que esperar un par de segundos antes de que acudiese a la puerta una mujer mayor de aspecto encorvado. Era la ama de llaves, y desde luego, era obvio que no esperaban visita, porque de lo contrario no habría acudido ella, sino la ayuda de cámara de Julia a abrir la puerta. Les echó un vistazo levemente hosco, y Beck tragó saliva profundamente, porque como Bill le había robado la correspondencia al descuido y había salido corriendo (¡de algún lado tenía que aprenderse la letra de los Revansholm!) y luego otra vez había venido como "el chico del correo" y también le había visto, total, que aunque estaba absolutamente cambiado y no creía que le reconociese, le dio mala espina. Pero bueno, sabía sobreponerse de algo así de sobra.

- ¿Está el dueño de la casa?- consultó educadamente, aunque sabía que no estaría.- Soy Guillermo de Maglavar, y este es mi señor, Lum de Baskerville, y veníamos a hacerle una visita, encomendados por Don Matías Revansholm.- aprovechó para sacar del bolsillo de su jubón la falsa carta de recomendación de Don Matías Revansholm.- Si pudiese recibirnos, nos haría un gran honor.

Con voz cascada, la mujer respondió:

- El señor no está en casa, pero pueden pasar.- Entreabrió la puerta y mostró unas sillas que estaban en el pasillo de entrada, a la derecha. El pasillo no estaba muy iluminado, y en las paredes habían cuadros de tonos ocres. Con un quedo, muchas gracias, Guillermo de Maglavar señaló a Luthys una silla en la que sentarse, y se sentó a su lado, tras esperar a que se sentase su señor, como buen vasallo.- Si no les importa, claro, le llevaré esta carta a la señorita Julia, y que ella decida qué hacer, porque Don Fermín no volverá sino directamente al baile. En fin, vuelvo en seguida.- la ama de llaves, con paso cansado, subió unas escaleras al fondo a la izquierda, y se hizo un segundo el silencio, que Beck aprovechó para echar una mirada cómplice a Luthys. Le daba un poco de pena que el pobre fuese a tener que soportar a la pedante y engreída de Julia Revansholm, ¡pero oye él había preparado el plan, y era lógico que le tocase la mejor parte! Además, no nos engañemos, se estaba haciendo viejo, y ya no era tan atractivo. En cambio Luthys aún era joven...

Sí, Luthys no se había equivocado: aquélla era la casa. Bastante lujosa, aunque los años no había pasado en vano por ella. Sin embargo, algo le decía que allí aún quedaba mucho lujo, mucha riqueza. Y él estaba a punto de colarse dentro y dejarse llevar.

Mientras se acercaban, Luthys permanceía atento al hombre que iba con él. El cual se hallaba ausente, sumido en sus pensamientos, y sin prestarle la mínima atención al demonio. Se preguntaba si iba a tener que andar todo el rato a su lado en el baile, porque esperaba que no fuera así y poder ser libre en lo que a vicios se refería. Le resultaría incómoda la presencia continua de ese hombre, al que apenas conocía de nada, a su lado durante todo el tiempo que durara el baile.

Por fin ese hombre salió de sus cavilaciones y llamó a la puerta, tras la cual, en breve, apareció una señora mayor. Luthys nada más verla supo que no se trataba de nadie importante de la casa, pues la gente rica era así, tenía sus propios sirvientes que hacían todo el trabajo sucio. Saludó de forma cortés con un gesto de cabeza cuando fue presentado a la mujer. Y ésta les invitó a pasar y esperar.

El demonio se mostró callado y mantenía el cuerpo erguido. Se sentó junto con su acompañante en una de las sillas que la señora les había indicado y esperó pacientemente a ser recibidos.

- ¿Conoce a esta familia?- preguntó en voz baja a su acompañante.

Alma los siguió, cruzando la pared por encima de sus cabezas y se refugió detrás de un ostentoso cuadro. Podía oír la conversación y evitar que Luthys la viera. Mientras esperaban la aparición de la tal Julia, Alma recopiló mentalmente la poca información que Guillermo había dado sobre ella. Aunque había hablado de una muchacha desagradable a la vista, Alma se imaginó a Luthys bailando con una hermosa joven morena vestida muy elegantemente. Se estremeció y se obligó a pensar en cómo de desagradable debía ser la mujer a la que esperaban para que ningún hombre la pretendiera. Recordó a una de las mujeres de su pueblo, la vieja matrona, que tenía la cara llena de cicatrices de viruela, además de que sus ojos eran pequeños y juntos, descompensados respecto a la nariz aguileña que parecía demasiado grande. Por alguna razón que no llegaba a comprender, sonrió.

Se mantuvo a la espera hasta que oyó los pasos que se acercaban.