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Inercia
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Inercia
[F.D.I.: Continuación de Creer en el Infierno]
Y el amanecer saludó al barco.
Los primeros rayos del Sol se encontraron, haciéndolas brillar, con las olas reminiscentes de una tempestad que ya se extinguía, a lo lejos; y con las pieles plateadas de los delfines que hacían, curiosos, la escolta del barco tiznado de sangre que se adentraba en el alta mar.
A bordo, había silencio.
Los ocupantes de la embarcación, mal que mal, eran supervivientes. Supervivientes de dos batallas complicadas; una, en las ruinas de la vieja ciudad, y otra en la mansión de la hechicera, Ethel, el escenario del que ahora escapaban... a regañadientes.
Poco había que decir al respecto. La noche había sido ajetreada; había heridos en el barco, y uno de ellos había sido la misma mujer que ahora, desoyendo cualquier tipo de consejo al respecto, contemplaba el amanecer junto al castillo de popa, sentada en las escaleras que conducían a la plataforma del timón. Un puñado de vendas manchadas de sangre eran los testigos mudos de la situación por la que había pasado... por la que habían pasado.
No era un momento dulce. El silencio de a bordo era incómodo, el silencio de quien lame las heridas, la caricia de la derrota. Yshara no estaba satisfecha, pero aun así, se lo había tomado, o eso creía, mejor que Ethel. Mal que mal, la elfa estaba acostumbrada a huir.
Y el amanecer saludó al barco.
Los primeros rayos del Sol se encontraron, haciéndolas brillar, con las olas reminiscentes de una tempestad que ya se extinguía, a lo lejos; y con las pieles plateadas de los delfines que hacían, curiosos, la escolta del barco tiznado de sangre que se adentraba en el alta mar.
A bordo, había silencio.
Los ocupantes de la embarcación, mal que mal, eran supervivientes. Supervivientes de dos batallas complicadas; una, en las ruinas de la vieja ciudad, y otra en la mansión de la hechicera, Ethel, el escenario del que ahora escapaban... a regañadientes.
Poco había que decir al respecto. La noche había sido ajetreada; había heridos en el barco, y uno de ellos había sido la misma mujer que ahora, desoyendo cualquier tipo de consejo al respecto, contemplaba el amanecer junto al castillo de popa, sentada en las escaleras que conducían a la plataforma del timón. Un puñado de vendas manchadas de sangre eran los testigos mudos de la situación por la que había pasado... por la que habían pasado.
No era un momento dulce. El silencio de a bordo era incómodo, el silencio de quien lame las heridas, la caricia de la derrota. Yshara no estaba satisfecha, pero aun así, se lo había tomado, o eso creía, mejor que Ethel. Mal que mal, la elfa estaba acostumbrada a huir.
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Inercia
Ethel no estaba acostumbrada a perder, a huir como un acto fuera de su control y previsión, a que la traicionaran y no tomar acciones inmediatas al respecto, ni a que sus chicas se desbandaran cuando aun quedaba mucho por hacer con ellas.
Su animo estaba por el suelo, su ego mas adolorido que cualquier otra cosa. No había dormido, simplemente no había podido conciliar el sueño pese al cansancio. Mecida por el barco, había contemplado en silencio las tablas que hacían de techo en su improvisado camarote.
Las chicas se defendían en el barco, acataban las ordenes del capitan y hacían que la conviviencia fluyera. Solo uno había objetado alguna vez su presencia, en el transcurso de la madrigada y ese mismo uno se había convertido en hombre al agua, degollado. La hechicera no se había enterado de eso, estaba demasiado ensimismada.
Antes del amanecer se había colado en la bodega de carga para visitar a su invitado. Ante él, lució siempre una sonrisa de triunfo, de satisfacción y auto-complacencia, sentada en un taburete mirándolo fijamente sin decirle nada, mientras decidía por donde iniciaría por él. Lo dejó gritar, decirle cuantos improperios se le ocurrieron y ella nunca abrió la boca, solo hacía cambiar los matices de su sonrisa, probando su resistencia al silencio hasta que el desespero de no entender lo que se proponía en el momento, venció al hombre y su mala educación. Solo entonces se levantó de donde estaba y con la fuerza de frustración le soltó una bofetada con el dorso de la mano.
Solo al recibir el golpe, aun acompañado con esa sonrisa siniestra de placidez, el Comandante percibió la fuerza de la mujer, fuerza que le sacó un hilito de sangre por el labio.
Los gritos del hombre, de nuevo insultándola, fueron recibidos por las cajas. Le dejó solo y se fue a su camarote, en donde de nuevo, acostada , trató de conciliar el sueño.
Su animo estaba por el suelo, su ego mas adolorido que cualquier otra cosa. No había dormido, simplemente no había podido conciliar el sueño pese al cansancio. Mecida por el barco, había contemplado en silencio las tablas que hacían de techo en su improvisado camarote.
Las chicas se defendían en el barco, acataban las ordenes del capitan y hacían que la conviviencia fluyera. Solo uno había objetado alguna vez su presencia, en el transcurso de la madrigada y ese mismo uno se había convertido en hombre al agua, degollado. La hechicera no se había enterado de eso, estaba demasiado ensimismada.
Antes del amanecer se había colado en la bodega de carga para visitar a su invitado. Ante él, lució siempre una sonrisa de triunfo, de satisfacción y auto-complacencia, sentada en un taburete mirándolo fijamente sin decirle nada, mientras decidía por donde iniciaría por él. Lo dejó gritar, decirle cuantos improperios se le ocurrieron y ella nunca abrió la boca, solo hacía cambiar los matices de su sonrisa, probando su resistencia al silencio hasta que el desespero de no entender lo que se proponía en el momento, venció al hombre y su mala educación. Solo entonces se levantó de donde estaba y con la fuerza de frustración le soltó una bofetada con el dorso de la mano.
Solo al recibir el golpe, aun acompañado con esa sonrisa siniestra de placidez, el Comandante percibió la fuerza de la mujer, fuerza que le sacó un hilito de sangre por el labio.
Los gritos del hombre, de nuevo insultándola, fueron recibidos por las cajas. Le dejó solo y se fue a su camarote, en donde de nuevo, acostada , trató de conciliar el sueño.
Ethel- Cantidad de envíos : 308
Re: Inercia
Había sido una noche ajetreada, incluso para Kirill. Era él el que tenía el ánimo más elevado en todo el navío, y aunque en un principio se había sentido casi ofendido con todos los demás por no compartir su visión, poco a poco el sentimiento había cambiado para convertirse en una cierta culpabilidad. Pretendía esconderla, pero no podía ignorarla del todo y esto, así como la sensación de deuda y admiración que sentía hacia Ethel, lo llevaba a actuar ayudando a las Flores.
Había visto a la bruja en el transcurso de la noche; fugazmente, pero lo suficiente como para sentirla dolida y frustrada... ella también veía una derrota en lo ocurrido. Kirill podía comprenderlo, pero le habría gustado transmitirle su forma de ver aquello. No solía hablar con nadie de lo que había ocurrido en Tarazed, de cómo se había visto vencido, depuesto y obligado a huir sin poder vengarse jamás, pero aquella vez habría hecho una excepción... si hubiera sabido cómo atreverse a acercarse a Ethel. Incapaz de aquello, ahora se dedicaba solamente a observar a Nadyssra desde la distancia, considerando qué más estaba en su mano hacer en aquel momento sin llegar a concluir nada.
Había ayudado a las Flores y los soldados con los heridos, transportando, sujetando, yendo incluso a por lo que fuera necesario como un chico de los recados; comprobó los víveres y la presencia de agua potable, investigó el navío en busca de vendas, armas, utensilios médicos. Aún a la luz de las lámparas, una vez estuvo la borda en orden, lanzó cubos al mar para llenarlos de agua y limpiar la cubierta de sangre.
Sólo cuando hubo acabado con esto se dio cuenta de que a la sangre que le había manchado los cabellos y la ropa a lo largo de las batallas y huida del día anterior se había añadido más en aquellas últimas horas, y lanzó un último cubo para limpiarse la cara, el pelo, la ropa en la medida de lo posible. Comprobó el buen estado de su espada y conjuró una voluta de oscuridad solamente por sentir que todo seguía en orden.
Estaba agotado, cierto: aun no había dormido, pero tampoco encontraba las fuerzas para hacerlo. Sentía los ojos cansados, pero el viento que intentaba despegarle de la cara los mechones empapados se sentía frío en aquella madrugada, y de alguna forma le despertaba. El amanecer despuntaba, y a Kirill casi le pareció una señal... que de alguna forma le indicaba que era hora de que se fuera a dormir, como si todo lo malo hubiera pasado ya.
Había visto a la bruja en el transcurso de la noche; fugazmente, pero lo suficiente como para sentirla dolida y frustrada... ella también veía una derrota en lo ocurrido. Kirill podía comprenderlo, pero le habría gustado transmitirle su forma de ver aquello. No solía hablar con nadie de lo que había ocurrido en Tarazed, de cómo se había visto vencido, depuesto y obligado a huir sin poder vengarse jamás, pero aquella vez habría hecho una excepción... si hubiera sabido cómo atreverse a acercarse a Ethel. Incapaz de aquello, ahora se dedicaba solamente a observar a Nadyssra desde la distancia, considerando qué más estaba en su mano hacer en aquel momento sin llegar a concluir nada.
Había ayudado a las Flores y los soldados con los heridos, transportando, sujetando, yendo incluso a por lo que fuera necesario como un chico de los recados; comprobó los víveres y la presencia de agua potable, investigó el navío en busca de vendas, armas, utensilios médicos. Aún a la luz de las lámparas, una vez estuvo la borda en orden, lanzó cubos al mar para llenarlos de agua y limpiar la cubierta de sangre.
Sólo cuando hubo acabado con esto se dio cuenta de que a la sangre que le había manchado los cabellos y la ropa a lo largo de las batallas y huida del día anterior se había añadido más en aquellas últimas horas, y lanzó un último cubo para limpiarse la cara, el pelo, la ropa en la medida de lo posible. Comprobó el buen estado de su espada y conjuró una voluta de oscuridad solamente por sentir que todo seguía en orden.
Estaba agotado, cierto: aun no había dormido, pero tampoco encontraba las fuerzas para hacerlo. Sentía los ojos cansados, pero el viento que intentaba despegarle de la cara los mechones empapados se sentía frío en aquella madrugada, y de alguna forma le despertaba. El amanecer despuntaba, y a Kirill casi le pareció una señal... que de alguna forma le indicaba que era hora de que se fuera a dormir, como si todo lo malo hubiera pasado ya.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Inercia
No había sido una noche agradable.
Pero éso no era ningún misterio. Tal vez a Kathrina se le escapaba lo mucho que a sus compañeros de travesía - término al que seguramente aún no se había enfrentado - les dolía lamerse las heridas; para ella era algo determinante.
Dejar la vida atrás.
Se dice tan rápido. Apenas parecen contener, cuatro palabras vagas, todo el peso de lo que significan. Dejar la vida atrás. Cambiarlo todo...
Había pasado la noche a solas, acompañada tan solo de vez en cuando por el teniente, su fiel mano derecha, que compartía con ella el peso que transportaban. Los soldados aún no se habían hecho a la idea; o más bien, habían delegado en ella la idea. Podía verlo cada vez que uno la miraba; no sabían qué estaban haciendo. Pero Kathrina tenía que haberles conducido por el buen camino.
No podía ser otra cosa, ¿Verdad? Kathrina, la vieja Kathrina que todos conocían, la niña jugando a ser general que hasta ahora tan buenos resultados había tenido. ¿Cómo decirles que no sabía si ésta vez había tomado la decisión correcta...?
Solamente había una cosa que pudiera hacer.
Había tomado la decisión durante la noche, y había escrito el trozo de papel manchado de lágrimas que ahora sostenía con fuerza en el puño. A solas en el camarote que había hecho suyo, a oscuras - los restos de una vela aún humeaban sobre la espartana mesa - el teniente la encontró cuando abrió la puerta del cuartucho. Sus ojos, brillando húmedos a la ténue luz del amanecer que se filtraba por el marco, le miraron con desinterés.
- ¿Milady? - preguntó, súbitamente preocupado por el estado de la mujer.
- Pasa - dijo ella. - Siéntate.
Pero éso no era ningún misterio. Tal vez a Kathrina se le escapaba lo mucho que a sus compañeros de travesía - término al que seguramente aún no se había enfrentado - les dolía lamerse las heridas; para ella era algo determinante.
Dejar la vida atrás.
Se dice tan rápido. Apenas parecen contener, cuatro palabras vagas, todo el peso de lo que significan. Dejar la vida atrás. Cambiarlo todo...
Había pasado la noche a solas, acompañada tan solo de vez en cuando por el teniente, su fiel mano derecha, que compartía con ella el peso que transportaban. Los soldados aún no se habían hecho a la idea; o más bien, habían delegado en ella la idea. Podía verlo cada vez que uno la miraba; no sabían qué estaban haciendo. Pero Kathrina tenía que haberles conducido por el buen camino.
No podía ser otra cosa, ¿Verdad? Kathrina, la vieja Kathrina que todos conocían, la niña jugando a ser general que hasta ahora tan buenos resultados había tenido. ¿Cómo decirles que no sabía si ésta vez había tomado la decisión correcta...?
Solamente había una cosa que pudiera hacer.
Había tomado la decisión durante la noche, y había escrito el trozo de papel manchado de lágrimas que ahora sostenía con fuerza en el puño. A solas en el camarote que había hecho suyo, a oscuras - los restos de una vela aún humeaban sobre la espartana mesa - el teniente la encontró cuando abrió la puerta del cuartucho. Sus ojos, brillando húmedos a la ténue luz del amanecer que se filtraba por el marco, le miraron con desinterés.
- ¿Milady? - preguntó, súbitamente preocupado por el estado de la mujer.
- Pasa - dijo ella. - Siéntate.
Kath Vance- Cantidad de envíos : 41
Re: Inercia
Es difícil saber qué hacer después de un momento así.
Un barco pequeño, una derrota grande. Caras desconocidas, invadidas todas del mismo pesar, la misma sensación deprimente y oscura de irredención. Los pensamientos de Yshara eran turbios e iban todos en direcciones muy contrapuestas. Aún no había tomado una decisión.
A lo largo de la mañana, y de la tarde, a medida que las horas iban pasando, la elfa adoptó distintas posiciones en distintos lugares del barco; pero siempre pensativa. Siempre mirando al horizonte.
Hasta que alguien le transmitió la difícil pregunta.
- Señora - dijo el capitán.
Yshara le miró de reojo.
No estaba segura de por qué seguía allí, de por qué había cambiado lealtades tan rápidamente. Si puede hacerlo una vez, pensaba, puede hacerlo más. Pero ahí estaba. Ella no sabía dirigir un barco, ni sabía de ningún barco que se dirigiera sin un capitán, así que era necesario. Al parecer, él también lo sabía.
- ¿Sí? - preguntó, y la respuesta fue exactamente la que temía.
- ¿Adónde nos dirigimos?
Y Nadyssra se quedó callada, mirando primero al capitán y después al horizonte, de nuevo. Se mordió el labio inferior, y pensó que necesitaba una respuesta. Que, en el fondo, sabía.
Un barco pequeño, una derrota grande. Caras desconocidas, invadidas todas del mismo pesar, la misma sensación deprimente y oscura de irredención. Los pensamientos de Yshara eran turbios e iban todos en direcciones muy contrapuestas. Aún no había tomado una decisión.
A lo largo de la mañana, y de la tarde, a medida que las horas iban pasando, la elfa adoptó distintas posiciones en distintos lugares del barco; pero siempre pensativa. Siempre mirando al horizonte.
Hasta que alguien le transmitió la difícil pregunta.
- Señora - dijo el capitán.
Yshara le miró de reojo.
No estaba segura de por qué seguía allí, de por qué había cambiado lealtades tan rápidamente. Si puede hacerlo una vez, pensaba, puede hacerlo más. Pero ahí estaba. Ella no sabía dirigir un barco, ni sabía de ningún barco que se dirigiera sin un capitán, así que era necesario. Al parecer, él también lo sabía.
- ¿Sí? - preguntó, y la respuesta fue exactamente la que temía.
- ¿Adónde nos dirigimos?
Y Nadyssra se quedó callada, mirando primero al capitán y después al horizonte, de nuevo. Se mordió el labio inferior, y pensó que necesitaba una respuesta. Que, en el fondo, sabía.
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Inercia
El sueño, de alguna forma, había sido reparador. Era lo que le faltaba para salir de ese estado de derrota en el que se encontraba. Al abrir los ojos, aun había ese estado de vacuidad que que le restaba fuerza a su mirada, pero al sentarse en lacam y desperezarse, el buen animo amenazó con regresar a ella.
Era un nuvo día, una nueva luz, un nuevo horizonte que alcanzar. Le sabía muymal el tener que empezar de ceros, pero eso no cambiaba las cosas, le gustase o no había que hacerlo, no se quedaría a lamerse las heridas. Más bien lo haría el Comandnte y por ahi derecho, la Condesa.
Aliada en ese momento o no, la perversión de Ethel no la dejaría tranquila, su crueldad no encontraría paz tan solo en el sufrimiento del hombre. Por supuesto no le haría daño fisico, ni mental, solo ayudaría al emocional y tal vez, si no era tan fuerte como aparentaba, a su sanidad.
La perspectiva de esto le dioel animo suficiente para pararse frente al espejo e invocar un vestido más apropiado. Pantalon, camisa, un chaleco, botas de caña alta, levita azul marino. El sol matutino le recordaba cada paso que corrió con el rabo entre las patas, la mirada sombría y expectante de sus flores por saber qué vendría a continuación no fueron muy inspiradoras. Recorrió con la vista la cubierta, detenido su penetrante mirada azul en Yshara y el Capitan que en ese momento conversaban.
Se veía bien, la había visto mucho peor. El animo, bueno, eso era otro cantar.
Luego Buscó a Kirill, siempre con la mirada. Entre tantos rostros cansados no supo reconocerlo en un primer momento.
A una señal reunió a sus Flores. Eran tan pocas, que ni un florero podrían ornar. Estaban cansadas, trsites, ajadas.
- Qué haremos ahora Ethel? - preguntó Teresa, más valiente al abirdar el tema de forma directa. La primera respuesta, se dio en el silencio y a todas les pesó como una orden imposible de cumplir. No lo sabía, descnocía que rumbo tomaría la embarcación y sin ese conocimiento no podía planificar nada.
- Buscaremos en donde desembarcar y cada cual tomará su camino - levantó, delicadamente, la mano para atajar el reclamo - Como se le dijo a las otras, ya las buscaré, si aun quieren continuar en la Orden empezaremos de cero y con cuidado para darle una oportunidad a Sonya - todas asintieron. A la distancia, parecían un grupo de doncellas recibiendo lecciones de su Institutriz, echadas a sus pies, sentadas en barriles prestandole atención, desatendiendo el barco. - Pero primero hay que encontrar puerto, un lugar seguro en el cual puedan buscar su espacio.
- Podemos... - no se atrevió a hacer su petición - no es justo... toda esa gente debería... - la Flor apretó los puños y, ni la mano de Ethel sobre su cabeza la calmó - Podemos hacer algo con el hombre que trajimos? Por qué trajimos a ese hombre? nunca tomamos prisioneros - protestó.
- No creo que el posea la respuestas que deseo, pero vamos a, pueden interrogarlo - casi todas asintieron. La hechicera sabía que la pregunta que más escucharía el hombre sería "por qué?" , una y otra vez - Saben donde está la Condesa? - preguntó con desgano, abrazando por los hombros a la más joven de ellas.
Cruzaría un par de palabras con ella y luego... luego se dedicaría de tiempo completo al Comandante
Era un nuvo día, una nueva luz, un nuevo horizonte que alcanzar. Le sabía muymal el tener que empezar de ceros, pero eso no cambiaba las cosas, le gustase o no había que hacerlo, no se quedaría a lamerse las heridas. Más bien lo haría el Comandnte y por ahi derecho, la Condesa.
Aliada en ese momento o no, la perversión de Ethel no la dejaría tranquila, su crueldad no encontraría paz tan solo en el sufrimiento del hombre. Por supuesto no le haría daño fisico, ni mental, solo ayudaría al emocional y tal vez, si no era tan fuerte como aparentaba, a su sanidad.
La perspectiva de esto le dioel animo suficiente para pararse frente al espejo e invocar un vestido más apropiado. Pantalon, camisa, un chaleco, botas de caña alta, levita azul marino. El sol matutino le recordaba cada paso que corrió con el rabo entre las patas, la mirada sombría y expectante de sus flores por saber qué vendría a continuación no fueron muy inspiradoras. Recorrió con la vista la cubierta, detenido su penetrante mirada azul en Yshara y el Capitan que en ese momento conversaban.
Se veía bien, la había visto mucho peor. El animo, bueno, eso era otro cantar.
Luego Buscó a Kirill, siempre con la mirada. Entre tantos rostros cansados no supo reconocerlo en un primer momento.
A una señal reunió a sus Flores. Eran tan pocas, que ni un florero podrían ornar. Estaban cansadas, trsites, ajadas.
- Qué haremos ahora Ethel? - preguntó Teresa, más valiente al abirdar el tema de forma directa. La primera respuesta, se dio en el silencio y a todas les pesó como una orden imposible de cumplir. No lo sabía, descnocía que rumbo tomaría la embarcación y sin ese conocimiento no podía planificar nada.
- Buscaremos en donde desembarcar y cada cual tomará su camino - levantó, delicadamente, la mano para atajar el reclamo - Como se le dijo a las otras, ya las buscaré, si aun quieren continuar en la Orden empezaremos de cero y con cuidado para darle una oportunidad a Sonya - todas asintieron. A la distancia, parecían un grupo de doncellas recibiendo lecciones de su Institutriz, echadas a sus pies, sentadas en barriles prestandole atención, desatendiendo el barco. - Pero primero hay que encontrar puerto, un lugar seguro en el cual puedan buscar su espacio.
- Podemos... - no se atrevió a hacer su petición - no es justo... toda esa gente debería... - la Flor apretó los puños y, ni la mano de Ethel sobre su cabeza la calmó - Podemos hacer algo con el hombre que trajimos? Por qué trajimos a ese hombre? nunca tomamos prisioneros - protestó.
- No creo que el posea la respuestas que deseo, pero vamos a, pueden interrogarlo - casi todas asintieron. La hechicera sabía que la pregunta que más escucharía el hombre sería "por qué?" , una y otra vez - Saben donde está la Condesa? - preguntó con desgano, abrazando por los hombros a la más joven de ellas.
Cruzaría un par de palabras con ella y luego... luego se dedicaría de tiempo completo al Comandante
Ethel- Cantidad de envíos : 308
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