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Mensaje por Perseus 12/04/11, 03:09 pm

Hacía varias horas que la noche había caído sobre la ciudad de Adysium, y miles de rutilantes estrellas relucían en el cielo como un manto cuajado de pedrería. Era un día de fiesta en la ciudad, y las celebraciones prometían durar hasta bien entrada la mañana siguiente. Todas las calles estaban engalanadas, si bien un poco deslucidas debido a las largas horas de festejos que habían sufrido. Sin embargo, lejos de todo el bullicio y las luces, en los estrechos callejones de la ciudad, una figura encapuchada se movía tambaleándose.

Perseus había bebido mucho. Sentía que sus extremidades no respondían a sus órdenes, y todo el sonido del exterior llegaba hasta él como si estuviera encerrado en una habitación forrada de corcho. Y por si eso fuera poco, su brebaje de hierbas había reaccionado mal con alguno de los exóticos licores mágicos que vendían por las tabernas del lugar, y tenía la sensación de que su estómago era un volcán a punto de explotar.

Hacía varios días que la compañía había recibido un encargo de un particular que consistía en ir a buscar un artefacto mágico en las profundidades de una caverna de la isla de Adysium. En el mensaje se advertía que podía haber criaturas peligrosas viviendo en la caverna (Perseus supuso que esa sería razón para contratar mercenarios), pero la paga era buena por lo que Achille decidió aceptarla, y, dado que no había contratos muy importantes a la vista, sugirió a su hermano que fuera él. Sin embargo, la misión no era lo suficientemente importante como para mandar uno de los barcos, así que Perseus escogió cinco hombres y compraron un pasaje para Adysium.

Iban poco armados, tan sólo llevaban las espadas y alguna armadura ligera, ya que nadie esperaba que la misión fuera de demasiada dificultad. Lo fue. El artefacto (una especie de prenda de ropa interior sin ningún poder mágico aparente) fue recuperado sin problemas, pero a la hora de salir de la cueva, las cosas se complicaron. A la entrada de la caverna les esperaban un nutrido grupo de matones fuertemente armados que les exigieron la entrega de los calzones. Uno de los "hijos" lanzó alguna palabra ofensiva, quizás relacionada con la falta de virilidad del líder de aquellos rufianes, y el grupo de Perseus se vio obligado a refugiarse cueva adentro bajo una lluvia de flechas.

Por suerte sus perseguidores era unos gañanes mas acostumbrados a peleas tabernarias que a una lucha de verdad, y, amparados por el abrupto relieve de la caverna, los mercenarios de Perseus consiguieron acabar con algunos, forzando la retirada del grupo. Al ver que no tenían nada que hacer, los matones derrumbaron la entrada de la cueva (probablemente contaban con un mago entre sus filas), y los "Hijos" quedaron atrapados dentro. Horas mas tarde consiguieron encontrar otra salida y se dirigieron sin demora a la ciudad, sólo para descubrir, por medio de un mensajero de Achille, que habían sido el blanco de una broma de mal gusto, probablemente un aburrido vástago de la nobleza al que le apetecía ver un poco de sangre y no tenía dinero para la Arena.

Cansados y decepcionados, los mercenarios se disponían a embarcar de nuevo hacia Moramaile, pero, debido a las celebraciones, no pudieron encontrar ningún barco que saliera hasta el día siguiente. Con una resignación bastante agradecida, decidieron pernoctar en la ciudad y disfrutar de las fiestas y salir al día siguiente.

Perseus había recomendado encarecidamente a sus hombres que no se separaran, dado que habría gran cantidad de grupos de borrachos con ganas de bronca, que bebieran con moderación y que permanecieran en las calles principales, dado que había oído hablar de lo retorcidas que eran las callejuelas de Adysium. Pues bien, él había incumplido todas sus recomendaciones, y ahora se encontraba vagando sin rumbo en una ciudad desconocida con toda la creación danzando a su alrededor.
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Mensaje por Vera 14/04/11, 11:41 am

FDI. Que raro que nadie te haya contestado aun. Por la poca actividad en general parece que esta semana andamos todos en otras cosas. Si me permites, me meto yo.

Si hubiera dependido de ella, Vera se habría refugiado en su habitación muchas horas atrás y desde su ventana, con la seguridad de la distancia, habría observado la vida nocturna y el ambiente festivo. La noche había caído sobre la isla y aquel no era momento para que una jovencita de alta alcurnia se paseara por las calles de una ciudad desconocida.

¿Pasearse? ¿A quién quería engañar? ¡Estaba perdida! Y tenía ganas de llorar. Las callejuelas de Adysium eran estrechas y traicioneras, todas iguales bajo la luz de la luna y su monótono color plateado. Eran pocas las luces de llama que se veían en el exterior, como también eran pocas las gentes con las que se cruzaba y a las que hubiera podido pedir indicaciones que, por contra, en ningún momento pidió: El enemigo de la joven no era solo la oscuridad, sino ella misma. Después de todo, habría podido crear una bola de luz en el aire para distinguir el camino -¡para algo había aprendido!-, y aquello habría sido muy útil a la hora de evitar dar vueltas en círculos como llevaba un tiempo haciéndolo... pero tenía miedo de llamar la atención, de que alguien la viera. Vera se esforzaba por caminar en silencio, y se escondía en un callejón cada vez que escuchaba voces.

¡No podía evitarlo! Habría querido quedarse quieta y pedir ayuda a algún transeúnte, pero su miedo era mayor, y por mucho esfuerzo de voluntad que amasara siempre acababa huyendo. Sospechaba que era de esta forma como se había acabado hundiendo más y más en el laberíntico amasijo callejero de Adysium.

Se mordió el labio inferior, cada vez más preocupada, y de nuevo se prometió parar al primer desconocido con el que se cruzara para pedirle ayuda. Sin miedo. Como una auténtica aventurera, y no la niña miedica que se estaba mostrando.

Se estaba recriminando nuevamente su actitud cuando escuchó voces, y su respiración se congeló. Las piernas le flaquearon, como queriendo detenerse para correr en la dirección contraria, pero esta vez Vera supo controlarlas. Haciendo gala de lo que suponía una enorme fuerza de voluntad, prosiguió su trayectoria, y al doblar una esquina se topó de cara con tres hombres que se encontraban riendo. Cuando ella apareció de golpe, se quedaron en un silencio sorprendido.

- Perdonad, ¿sabéis cómo se llega desde aquí a las calles principales?

Su voz sonó débil y algo temblorosa - y les había dicho "perdona" en lugar de un más educado "disculpad, no quisiera imponerme pero..." -, pero al menos había preguntado. Sólo con aquello, sintió en aquel momento que todo saldría bien. Los hombres se miraron entre ellos, y uno alzó una ceja, recorriendo la calle a la espalda de Vera con la mirada.

- ¿Estás sola? - preguntó, y Vera respondió afirmativamente sacudiendo la cabeza, preguntándose por qué le interesaba saberlo. Él, al comprobarlo, sonrió con picardía -. Y parece que te has perdido. Una chica sola en una calle de Adysium. En un día festivo.

Sus dos amigos rieron, y él se aproximó de golpe, asiendo con fuerza la muñeca de Vera.
Sin darle un segundo más, Vera comenzó a gritar con fuerza.
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Mensaje por Perseus 17/04/11, 04:32 pm

Un grito rasgó la cálida atmósfera de la noche, sobresaltando al mercenario borracho que deambulaba por los intrincados callejones. Sorprendido Perseus dio varias vueltas sobre si mismo, incapaz de identificar su procedencia. A pesar de que apenas era capaz de mantenerse en pie sin ayuda de las paredes, su embotado cerebro fue capaz de reconocer la voz de una mujer en él, y su arraigado sentido de la caballerosidad puso en marcha las tambaleantes piernas que apenas podían sostener el resto del cuerpo.

Caminando pesadamente sobre los callejones sin pavimentar, el mercenario atravesó con sus pasos vacilantes lo que a él le pareció una infinita sucesión de esquinas iguales. Su cuerpo cada vez respondía con mas lentitud a sus órdenes, y sentía que su estómago estaba entrando en ebullición. Cuando llegó al lugar del que procedía el grito, hacía tiempo que había comenzado a arrastrar los pies, y apareció rodeado de una nube de polvo. La luz de la luna, situada a su espalda, le daba una apariencia casi divina, recortando su silueta y haciendo relucir las motitas de polvo que revoloteaban a su alrededor. Perseus, haciendo un esfuerzo de voluntad, consiguió que su cuerpo no se bamboleara, y permaneció firme, con las dos piernas separadas. Su llegada había sorprendido a los dos hombres, que lo miraban de hito en hito, sin saber a que atenerse . El mercenario levantó su brazo derecho, en un ademán acusador y abrió su boca para condenar a aquellos dos rufianes.

Entonces el hechizo se rompió. El cuerpo del mercenario se arqueó violentamente y, girándose hacia la derecha, vomitó violentamente entre el desagradable sonido de las arcadas. Los dos hombres que sujetaban a la mujer que había gritado decidieron que sólo era un borracho mas, y que no suponía ninguna amenaza, por lo que siguieron a lo suyo. Los vómitos de Perseus se prolongaron mas de lo esperado, obligándole a apoyarse por completo en la pared. Sin embargo, el sonido del forcejeo le hizo reincorporarse.

-¡Eh! ¡Vofogrohh!...- su lengua de trapo era incapaz de articular correctamente las palabras, pero había conseguido llamar de nuevo la atención de los hombres. Tras un leve carraspeo, prosiguió.- Dejad en... paz...- las palabras surgían entrecortadas de sus labios.- A... esa mu... musa... muca... ¡A esa!

Para reforzar el efecto de su orden, su mano derecha se aferró a la empuñadura de su espada y tiró con fuerza de ella, pero su cuerpo parecía estar hecho de un material endeble y flojo, y la espada se le escurrió de entre los dedos sin llegar a salir del todo de la vaina, cayendo en el polvo con un ruido sordo.

"Joder, joder, joder, joder..." Perseus era incapaz de pensar otra cosa. Su mente le instaba a adelantarse y pelear, pero el adormecido cuerpo tan sólo lograba mantenerse en pie gracias a un soberano esfuerzo de voluntad. "Vamos a ver... ¿Que hago? Con los puños. ¡Si, eso es! Seguro que están tan borrachos como yo... bueno, quizás menos pero... ¡¡Joder, vómito otra vez!!"

Otra arcada dobló el cuerpo del mercenario, pero ésta no consiguió doblegarle, y se mantuvo en pie a duras penas. Con movimientos lentos y vacilantes, llevó su puño izquierdo hasta la palma abierta de la mano derecha e hizo crujir los nudillos, operación que repitió con el derecho. Acto seguido levantó ambos puños a la altura de los ojos y, tambaleándose como si se encontrara en un barco en alta mar, lanzó un desafío.

-¡Enfrentaos con alguien de vuestro ta...!- una arcada interrumpió la frase.- ¡Tamaño!
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Mensaje por Vera 17/04/11, 07:09 pm

Vera forcejeó para apartar de sí al hombre, pero fue una reacción inútil. Casi toda su energía la había gastado en gritar tontamente, y ahora tiraba de su brazo con toda la fuerza de sus enclenques músculos con la esperanza de liberarlo del rufián. El pánico impedía que la muchacha pensara o actuara con coherencia; no tenía ni idea de qué estaba pasando o qué querían esos hombres, pero tenía claro que debía alejarse de ellos o podría acabar desvalijada, o muerta, o...

En aquel momento no pensó que nadie fuera a acudir en su ayuda. Por ello, la entrada en escena de una figura varonil recortada contra la luz de la luna, entre las lágrimas que enturbiaban la mirada de la joven, fue para ella como la aparición de los caballeros andantes en sus novelas. Sintió que la fuerza alrededor de su muñeca disminuía por un momento, pero ella misma estaba tan sorprendida por aquella entrada, tan cautivada por la magia de la situación, que no se le ocurrió aprovechar aquella oportunidad para escapar. Su corazón dio un vuelco ante la figura que con tanto poder levantó aquel brazo condenatorio. Era la encarnación de la justicia y del orden, del bien y de la salvación, de la seguridad de los justos, de...

Pero la alegría dio paso pronto a una renovada desesperación. Primero Vera pensó que aquel ideal de justicia estaba envenenado, pero en cuanto habló quedó evidente cual era el origen de sus males. ¡Un hombre ebrio! Como todos ellos. Los hombres solo saben beber y jugar, y ni siquiera un miembro de la guardia de patrulla estaría dispuesto a ayudarla, porque también estaría bebiendo y jugando en aquel momento, en alguna de esas sucias tabernas en las que se hacen sucios tratos. No: sólo un hombre ebrio iba a venir a salvarla.

Ante aquella idea, Vera reprimió un gemido y volvió a tirar con fuerza para desasirse, y aunque esta vez estuvo a punto de conseguirlo el intento volvió a quedarse en nada.

De todas formas, el hombre en aquel momento no la miraba a ella. Su atención se había desviado por un momento hacia el recién llegado, y se dedicó a reírse de él hasta que vio que alzaba los puños en posición de ataque.

- Qué espectáculo más patético, en serio - volvió a reír -. De verdad que da pena cuando alguien tan borracho viene con ganas de pelea y se cree sinceramente el hombre más poderoso del mundo.

A Vera no le gustó escuchar aquello. La mano que tenía libre se movió sola para propinar una muy femenina bofetada en aquella cara sonriente. Tenía lágrimas en los ojos, pero en aquel momento se sintió indignada, más poderosa, más mujer de alguna forma. Cuando el hombre reaccionó y consiguió agarrar el otro brazo de la muchacha, ella siguió forcejeando, obligándole a concentrarse en ella.
Quizás así se olvidarían del otro hombre. Aunque estuviera tan ebrio, había venido a salvarla y se lo agradecía; no iba a dejar que otra persona se llevara golpes por un intento de rescate fracasado. De repente resistía en nombre de dos personas, y eso le daba más fuerza; consiguió tocar con una de sus manos el brazo del hombre, e invocó una fugaz llama para que la soltara.
Vera
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Mensaje por Perseus 18/04/11, 02:04 pm

Seis figuras se movían caóticamente ante los ojos del mercenario, que luchaba por enfocar correctamente su mirada. Apenas oyó la burlona risa de aquel rufián, y ni siquiera pudo discernir su expresión, pero lo que si vio fue un breve fogonazo que iluminó fugazmente la callejuela, con el consiguiente alarido de dolor que brotó de los labios del hombre que estaba sujetando a la muchacha.

Ese fue el pistoletazo de salida. Cuando aquel chillido hirió sus oídos, Perseus saltó, como impulsado por un resorte, y acompañado por su propio grito de guerra (que se quedó en un aullido gutural), cargó contra aquel desagradable individuo. Toda la calle se volvió una mancha borrosa; los hombres que tenía delante, unas figuras difuminadas; incluso las estrellas se transformaron en luminosas líneas mientras él corría hacia su objetivo. Apenas podía discernir nada entre todo aquel caos de luces y colores, así que optó por fiarse de su instinto de soldado. Tras recorrer una corta distancia saltó, con tanta suerte que golpeó algo blando, un cuerpo humano, aunque no sabía si era el hombre que estaba atacando a la muchacha o uno de sus amigos.

Ambos cayeron al suelo, rodaron unos pocos metros, y, tras unos segundos de indecisión, en los que el mercenario se cercioró de que el cuerpo sobre el que se encontraba era demasiado grande como para tratarse de una mujer, Perseus comenzó a golpearlo con los puños cerrados. Por las sensaciones de percibía a través de los nudillos, pudo constatar que estaba golpeando alrededor de la cara; en el pecho, los hombros, algún puñetazo en el rostro y otros tantos en el arenoso suelo. Aparentemente había tomado por sorpresa al rufián, que apenas podía defenderse. Eufórico por su fácil victoria (y por el alcohol), el mercenario comenzó a reírse alegremente mientras el sonido sordo de sus puños golpeando a su rival llenaba sus oídos, risa que se cortó bruscamente cuando la planta de un pie impactó bruscamente en uno de los lados de su cabeza, lanzándole hacia la pared.

El cuerpo del mercenario cayó allí, desmadejado. La patada le había dejado en los oídos un zumbido sordo, y el choque contra la pared un penetrante dolor de cabeza, que su experiencia en golpes de diversa índole le advirtió que probablemente fuera una herida. Tenía la boca llena de polvo, y tosió violentamente. Cuando sentía que no le quedaba aire en los pulmones, unas manos le agarraron de los hombros y le alzaron lo suficiente como para recibir un puñetazo en el vientre. Perseus se inclinó hacia delante debido a la violencia del golpe, sin poder evitar escupir violentamente saliva mezclada con sangre. Su visión se había cubierto de una pátina roja y no podía distinguir nada. Aún así, sus reflejos trabajados durante largos años de guerra le ayudaron a cubrirse de los siguientes golpes, aunque apenas pudo disminuir el impacto.
Perseus
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Mensaje por Vera 19/04/11, 07:19 am

Estaba dispuesta a patalear, pegar, herir a aquel hombre hasta que la soltara, pero no fue necesario más que aquella pequeña llama, breve pero sorprendente. Los instintos del ser humano son poderosos, y el rufián apartó en aquel momento la mano para evitar el fuego. ¿Gritó? Vera no estaba del todo segura. Los oídos le zumbaban con el retumbar de su propio sentimiento de decisión – que no enfado o furia; no estaba enfadada, sólo temerosa - así que no llegó a escuchar nada realmente. Y al mismo tiempo se le heló la sangre ante aquel grito que ella, ella había provocado en aquel ser consciente.

Se apartó de un paso, y apenas tuvo tiempo para hacer nada más. El hombre ebrio saltó con agilidad pasando a un solo centímetro de ella y se lanzó contra el rufián, que en aquel momento insultaba, amenazaba y evaluaba su herida por igual. Aquel grito que profirió atravesó la realidad de Vera, y la muchacha retrocedió asustada, habiendo perdido de nuevo su voluntad de herir. Tenía que aprovechar aquel momento para huir, pero ¡no podía dejar a aquel hombre así! Pero si creía que la balanza se inclinaría en su contra desde el principio estaba equivocada: se llevó las manos a la boca cuando vio que el hombre comenzaba a golpear brutalmente al sinvergüenza hasta dejarle completamente fuera de combate.

Cuando comenzó a reír desatendió totalmente lo que le rodeaba, y si había creído que el que era amigo de aquel malnacido iba a alzarse de hombros e irse sin más estaba equivocado. En aquel momento todos se olvidaron totalmente de Vera.
Fue entonces cuando el pobre hombre que había intercedido por ella recibió aquella horrible y sucia patada. La muchacha chilló y estuvo tentada de taparse los ojos con las manos y dar la espalda a aquella situación, pero consiguió contenerse. No estaba segura de si no había dejado de llorar en ningún momento o si simplemente había retomado el llanto ahora, pero apretó los dientes con fuerza para mitigarlo y se lanzó sin saber muy bien qué hacía contra aquel que atacaba al hombre. Sentía algo en su pecho muy similar a la rabia.

No era una chica fuerte o rápida, y había olvidado totalmente hasta aquel momento que existía otro amigo del rufián que ahora estaba en el suelo. El hombre la atrapó por la cadera antes de que pudiera avanzar tres pasos, y fue rápido al pretender sujetar las dos manos de la muchacha para evitar su magia de fuego. Aquello con lo que no contaba era que Vera ya había invocado una pequeña llama en su mano, y al pretender reducirla él solo se quemó. La muchacha tuvo una oportunidad para escapar, y la aprovechó: corrió la distancia que le separaba del otro hombre y le empujó con la poca fuerza que tenía con aquella pequeña llama en su mano. Pero no pudo llegar a hacer más: el segundo amigo del rufián había sufrido más sorpresa que verdadera quemadura, y volvió a alcanzarla por la espalda para reducirla con facilidad con un golpe bien encajado en la boca del estómago.
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