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Mensaje por Perseus 22/03/12, 03:34 pm

La isla de Valanderiel atraviesa momentos difíciles. El aroma de la guerra se masca en el aire y todas las facciones que ostentan algo de poder en la isla se encuentran en permanente tensión, esperando a que su rival de un paso en falso.

Los reclutadores del rey viajan por todos los pueblos y aldeas dejándolas prácticamente deshabitadas, por lo que la actividad económica de la isla ha quedado prácticamente paralizada. En los campos crecen las malas hierbas, las aldeas de pescadores están desiertas y las pocas caravanas de buhoneros que hacían ruta por la isla han emigrado a lugares mas poblados. Los únicos trabajadores a los que la leva ha respetado ha sido a los leñadores, tanto a los trabajadores de los gremios locales como a los de las grandes cofradías (a pesar de la presión que éstas ejercieron para obtener el monopolio de la tala). La madera es uno de los recursos más necesitados por el ejército real, ya sea para construir campamentos de adiestramiento para la milicia o para la construcción de embarcaciones; la madera es vital. Por toda la isla se afilan las hachas y cientos de hombres se adentran en el bosque al amanecer para salir cuando anochece arrastrando tras de si varios de los milenarios árboles.

Viendo el enorme potencial económico de la isla en estos momentos, las tres grandes cofradías comerciales se han abalanzado sobre Valanderiel como aves de presa, intentando, al mismo tiempo que tratan de echar a los pequeños gremios locales, desplazar a sus mayores competidores. Esta competición ha provocado el desplazamiento de grandes masas de trabajadores extranjeros a la isla, lo que ha provocado la indignación de los leñadores nativos; y el aumento de bocas que alimentar, ha provocado una falta generalizada de alimentos. En muchas aldeas de leñadores han estallado conflictos entre trabajadores de distintos patrones; y las cofradías se quejan al gobierno de la isla de que los gremios locales entorpecen su trabajo y atacan a sus trabajadores.

Y mientras tanto en el interior del bosque los elfos no esperan de brazos cruzados. Cualquiera que entre en el bosque con un hacha en la mano se arriesga a sufrir un flechazo que, si bien no suele ser mortal, casi siempre acarrea la pérdida de un brazo o una pierna; pero en los últimos tiempos el número de "accidentes" mortales ha aumentado de manera alarmante, e incluso ha habido algunos ataques a varias aldeas cercanas al linde del bosque. A pesar de parecer élficos, muchos piensan que estos ataques son parte de la guerra que mantienen las distintas facciones interesadas en los recursos madereros.

Todo este clima de violencia e inseguridad es lo que ha llevado a muchos de los gremios locales que hasta el momento nunca habían necesitado protección militar contraten diversos mercenarios que, en muchos casos, acaban agravando el problema.

En estas circunstancias es cuando la compañía de Perseus es contratada por Hovstad, el patrón de un gremio de leñadores de cierto renombre que pretende explotar una nueva zona del bosque, más profunda y peligrosa. Ha citado a todos los mercenarios, así como al grupo de leñadores escogido para el trabajo, en la plaza de una aldea lejana a los bosques (ahora desierta) al amanecer para explicarles detalladamente el trabajo.

______________________________________

Perseus aspiró profundamente el fresco aire del amanecer, hasta que ya no le cupo una sola gota más en los pulmones, y luego lo soltó todo de golpe. Hacía algo de frío, pero seguro que a mediodía haría un calor infernal. Era todavía temprano, pero debía faltar poco para la hora convenida. A Perseus siempre la había gustado llegar temprano.

Todavía no sabía a quiénes de sus hombres habría mandado su hermano, ya que él se encontraba cumpliendo otro contrato en Moramaile cuando le llegó el aviso, así que no pudo elegir personalmente a sus acompañantes. Sabía que serían pocos, porque Achille no consideraba que escoltar a unos leñadores fuera una misión suficientemente importante como para mandar más efectivos.

"Y sin embargo si es lo suficientemente importante como para enviarme a mí." pensó con fastidio. En los últimos tiempos su hermano se había vuelto cada vez más hermético y hacía mucho que no salía de la finca de Moramaile, dejándolo todo en manos de los oficiales.

Con una sacudida de cabeza Perseus alejó esos pensamientos de su mente y comenzó a fantasear con lo que haría una vez terminada esta absurda misión. Con un tintineo de metal contra metal se sentó en un pequeño poyo de piedra que había bajo un árbol seco en medio de la plaza y se quitó el yelmo.

Así, vestido con toda su parafernalia militar se quedó observando como el cielo se iba aclarando cada vez más, mientras esperaba a que llegaran el resto de sus acompañantes.
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Mensaje por burdalesa 22/03/12, 04:29 pm

Las islas andaban alborotadas y yo no tenia dinero. Había arribado a Jaspia en el puerto de Kuzueth, pero en este lugar el trabajo poco abundaba. Alimentandome de la caza de pequeños animales, la recoleccion de los escasos frutos que daba esa tierra y bebiendo el de pequeños y mohosos rios (agua que no creo que estuvieras nada limpia) sobrevivia.
Mientras hacia uno de mis pequeños viajes a la ciudad pensando en que gastar mi ultimas monedas vi un cartel cerca del puerto que ofrecia trabajar de leñador a cambio de buena paga y abundantes comidas. Yo sabia gracias a conversaciones en la taberna del pueblo que era un trabajo sumamente cansador para el cuerpo, peligroso a causa de los ataques y que frecuentemente los gremios pagaban con especias en vez de dinero liquido. Bajo esta forma de trabajo cualquier persona normal no las aceptaria, pero los leñadores asalariados tenian bocas que alimentar y mi estomago no paraba de gruñirme, asi que decidi enlistarme.
El mismo dia de noche me presente en el muelle indicado en el cartel donde subiriamos al barco que nos llevaria a Valendriel.
Eramos alrededor de treinta, de los cuales solo quince pasamos el apto fisico. los que apenas podian caminar solo eran peso para el barco. Mientras viajabamos yo aproveche para acolchonar mi armadura por dentro con las pieles de los animales que habia cazado. Esto lo hacia porque era extraño que un leñador emitiera sonidos de metales rechinantes, proveninetes de una armadura. Un dia antes del desembarco habia terminado mi tarea, no se escuchaba ningun metal tintineante y gracias a que la armadura era fina y liviana y mis ropas bastante anchas, se disimulaba bien.
Lo unico que no podia disimular era la espada, ya que mi ballesta no era muy grande y cabia en el bolso, pero no importaba demasiado puesto que no era raro que cualquier persona llevara una espada por proteccion. A mi favor tambien estaba la funda tan corroida y sin inscripciones, que no revelaba el poder de mi preciada arma, echa con mis propias manos.

Descendimos del barco antes del amanecer y nos trasladaron en una carreta con olor a heces de vaca hasta una plaza. Ya habia amanecido bajamos y nos unimos a un grupo de otros veinte leñadores y unos cuantos soldados, seguro que nuestra guardia. Un hombre subido a un caballo blanco dio la orden a dos mozos que nos entregaran un hacha, una cantimplora de cuero vieja y una racion de comida que consistia en unos pocos trozos de carne seca y un mendrugo de pan que tenia hongos, esta era su supuesta abundante comida.
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Mensaje por Lohengrin 22/03/12, 05:01 pm

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Lo'hen había estado taciturno todo el camino, y apenas había cruzado dos o tres palabras con sus acompañantes, una decena de mercenarios que Achille había escogido. Hablaban demasiado rápido para el, y no comprendía la mitad de las palabras, ni se esforzaba en hacerlo. Este era su primer trabajo con la compañía, y solo quería reunir cuanto antes la bolsa de monedas que se le había prometido. Tenía una maldita deuda que pagar, y ni siquiera estaba seguro de cómo la había contraído.

El camino hasta aquella aldea perdida había sido largo, pero Lo'hen no mostraba el más mínimo signo de cansancio, y aunque la mañana era fresca, no había hecho nada por cubrirse. Gracias a sus tatuajes mágicos, para Lo`hen, tener frío significaba estar casi completamente cubierto de nieve. De vez en cuando bajaba la cabeza para mirar con altivez a los demás miembros de la compañía. Aunque todos ellos parecían bastante duros de pelar, no podía evitar sentirse el único hombre en una caravana de señoritas. Había rechazado el equipo que se le había proporcionado en favor de sus propias armas, y solo llevaba el yelmo de la compañía, ridículamente pequeño para su cabeza. Finalmente, con un gruñido, lo arrojó a un lado del camino mientras entraban en el pueblo. En la plaza, se habia reunido una zarrapastrosa tropa de hombres con hachas, que parecían un grupo de trabajadores, o algo así.

Los hombres de Achille corrieron disciplinadamente a presentarse a su capitán, así que hizo lo propio, aunque a su propio ritmo. Entendía la idea básica del asunto. El tal Perseus mandaba, y Lo'hen tenía que obedecer para cobrar. Cuando la disciplinada fila de hombres formó ante Perseus, Lo'hen se colocó en uno de los extremos, precisamente junto al hombre más bajo de la compañía, de manera que se encogió un poco para no destacar tanto. Cuando todos presentaros sus armas a una, el sorprendido bárbaro tomó en sus manos la enorme hacha de batalla, y la miró confundido.
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Mensaje por Léa 23/03/12, 12:16 am

La muchacha caminaba a paso lento por la desierta aldea, muy poco después del amanecer, en busca del punto de reunión. Arrebujada en su capa élfica, el frío matutino hacía muy poca mella en el ánimo de Léa; lo que sí la afectaba y mucho, era haber tenido que aceptar un trabajo muy distinto al que le era habitual.

El ambiente de guerra que vivía el archipiélago había vuelto su oficio de mensajera y escriba una ocupación de rentabilidad bastante inestable. Al comienzo de las tensiones había existido un período de bastante trabajo, pero luego las cosas habían cambiado; enviar y recibir mensajes y encomiendas había pasado a ser un lujo del que la mayoría había decidido prescindir para guardar su dinero en previsión de los malos tiempos que ya asomaban en el horizonte. Así, la mensajera había visto sus arcas vaciarse sin poder hacer nada para evitarlo.

La chica había tenido esperanzas de que las cosas mejoraran un poco cuando había llevado aquel mensaje a Hovstad en Valenderiel y, en cierto sentido así había sido, aunque no de la manera en que ella esperaba. El mensaje que había llevado no requería respuesta y nadie más en aquella isla desangrada por las levas necesitaba sus servicios de mensajera y escriba, pero Hovstad le había ofrecido oficiar de exploradora y guía para un grupo de leñadores que, escoltados por guardias, iba a iniciar la explotación de una nueva zona del bosque. Viejos conocidos por motivos de trabajo, el patrón del gremio de leñadores sabía que Léa conocía en profundidad el bosque porque nunca se había amilanado en llevar mensajes a los mismísimos elfos de Valanesti, a lo cual se sumaba el que la muchacha no tenía remilgos en dormir donde la pillara la noche y en comer lo que tuviera a mano.

A la mensajera no la había enloquecido la oferta, pero a caballo regalado no se le mira el diente, a buen hambre no hay pan duro, más vale pájaro en mano que ciento volando etc., etc., y una bolsa de monedas sirve lo mismo si se gana escribiendo y repartiendo mensajes que guiando a leñadores a talar el bosque y, hela aquí que ya llegaba a la plaza del pueblo, el punto de encuentro, a pie porque era ilógico llevar un caballo a un bosque y Silfo descansaba tranquilo en una pesebrera en la que se había gastado su última moneda de plata.

A cierta distancia del grupo de hombres que llenaba la plaza, Léa esperó que Hovstad llegara a hacer las presentaciones y dar las instrucciones de rigor.
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Mensaje por Perseus 23/03/12, 06:05 pm

El sonido provocado por un grupo de leñadores acercándose hizo que Perseus saliera de su ensimismamiento y se pusiera en pie. Apenas había cogido el yelmo cuando los trabajadores entraron en la plaza. Iban con la cabeza gacha, arrastrando los pies, sin apenas intercambiar palabras. Hubo un segundo de sorpresa cuando vieron al mercenario en medio de la plaza con la armadura bruñida brillando al sol, pero enseguida adoptaron una actitud apática al comprobar que no pretendía hacerles daños, agrupándose lejos de él e ignorándole, aunque de vez en cuando le lanzaban miradas huidizas, como para comprobar que seguía allí. La actitud de los leñadores inquietó a Perseus, pues no sólo traslucían el cansancio de alguien que ha estado trabajando sin descanso durante semanas, sino también temor, y no sólo hacia él, sino hacia todo los que les rodeaba.

Cuando las sombras apenas habían avanzado unos centímetros en el suelo arenoso de la plaza entraron en el pueblo los Hijos. Nada mas divisarle los hombres, con un trote ligero, corrieron a presentarse ante su capitán, adoptando la posición de firmes: mirando al frente, con las piernas separadas, el escudo levantado ante el cuerpo y la contera de la lanza apoyada en el suelo. Ante la visión de las doradas armaduras y las enhiestas lanzas Perseus apenas pudo contener un suspiro de orgullo; los mercenarios no habían hecho ni un solo ruido al colocarse, más allá del tintineo del metal contra el metal. No eran como los demás mercenarios, siempre gritando , queriendo mostrar su coraje.

"Prefiero mil veces la disciplina de estos soldados que el coraje ciego de cualquier otro"

Con una amplia sonrisa dibujada en la cara, el capitán fue pasando por delante de cada uno de los diez hombres con los que tendría que trabajar, reconociéndolos, dirigiendo un guiño a uno, un movimiento de cabeza cómplice a otro. A todos ellos les conocía personalmente, incluso conocía a las familias de algunos; y había luchado codo con codo con casi todos. Achille había tenido la cortesía de enviarle a los veteranos de la compañía, con los que había trabado amistad, para que al menos tuviera alguien con quien hablar. Y, para variar, también había enviado el estandarte de la compañía, que ondeaba débilmente en la punta de una vara de tres metros, dando la impresión de que el barco de los Hijos era una mancha deforme. Achille siempre le obligaba a portar el estandarte cuando realizaba una misión "oficial". Decía que era necesario que el símbolo de la compañía se viera, que era su carta de presentación. A Perseus esto no le parecía mal siempre que fueran encargos importantes, pero le parecía ridículo enviar a una escolta de leñadores con un aparatoso estandarte (que además era terriblemente incómodo para luchar, pues impedía llevar el escudo y la lanza).

Sumido en estos pensamientos el mercenario se encontró de repente a la altura de su mentón con unos enormes pectorales pintados de azul que subían y bajaban al ritmo de una respiración que, por su profundidad podría ser la de un buey. Con un aire perplejo miró al hombre inmediatamente anterior, que, al percibir la mirada de su capitán, frunció fuertemente los labios para contener la carcajada que pugnaba por escaparse entre ellos. Con un cansado suspiro, Perseus se frotó los ojos con una mano y dirigió lentamente la mirada hacia arriba, teniendo que dar un paso hacia atrás para poder observar al bárbaro en su totalidad. Pasó su mirada por los imponentes músculos, el enorme hacha que blandía y la mirada ceñuda y fija. Tras varios intentos de comenzar a hablar sin conseguirlo, confundido con esa estampa, el mercenario dejó caer los hombros, abatido, y se dirigió hacia sus soldados, que esbozaban todos una sonrisita bajo el yelmo.

-Tom.- uno de los hombres, un rhyliano de aspecto burlón, se adelantó de la fila y dirigió una mirada divertida hacia su capitán.- ¿Se puede saber quien coño es éste?- le susurró, intentando que nadie más escuchara lo que decían- ¿De dónde demonios ha salido? ¿Viene con nosotros?

-Él... Bueno, creo que se presentó en la finca diciendo no sé qué de una deuda, vete tú a saber con quien; que, joder, mira al tipo, el que tenga los cojones para ir a reclamarle una deuda a ese...- al ver la mueca de Perseus el soldado volvió al tema.- El caso es que habló con Achille; que, por cierto, no se cómo, porque el tipo no ha soltado ni media palabra... Pero en fin, que habló con Achille y aprovechando que justo veníamos para aquí nos lo endosó encima.- los susurros del rhyliano parecían el sisear de una serpiente de lo rápido que hablaba.- La verdad es que es un poco inquietante...

Con un gesto, Perseus le indicó que volviera a la fila. Ya sabía que su querido hermano tendría que hacerle la putada de turno de alguna manera. ¡Meter un bárbaro en una compañía en la que lo más importante es la disciplina! Estaba terriblemente molesto con Achille por hacerle esto. Ahora tendría que preocuparse también por que no se metiera en líos y lo echara todo a perder. Apretando fuertemente la mandíbula se acercó al bárbaro, pero al ver su adusta expresión cambió de idea y se dirigió al soldado que portaba el estandarte.

-Karl, mira a ver si tu te entiendes con él. Dile que lleve el estandarte.- el soldado asintió con firmeza.- ¡Y por el velo de la Dama, que no lo deje tirado por ahí! Que entienda que es importante.

En el mismo momento en que Perseus se dio la vuelta un enorme carromato hizo entrada en la plaza, precedido por un jinete que montaba un escuálido caballo blanco. Del carro comenzaron a bajar hombres descuidados, a los que unos muchachos comenzaron a repartir comida y hachas. El jinete echó una mirada por toda la plaza hasta ver a los mercenarios, hacia los que hizo caminar a su caballo. Mientras llegaba a su destino dirigió un saludo a alguien situado tras Perseus, que resultó ser una joven que aguardaba algo apartada de todo el bullicio. Debía haber llegado cuando el capitán se encontraba ocupado con el asunto del bárbaro, pero aún así, a Perseus le molestó no haberla visto.

-¿Quien de vosotros es Perseus Vial?- dijo el jinete cuando estuvo a la altura de los mercenarios.

-Yo.- Perseus se adelantó al tiempo que levantaba la mano.

Con una mirada de reconocimiento, el jinete descabalgó de su montura y tendió una mano hacia el capitán, que estrechó con fuerza. El interlocutor del mercenario era un hombre maduro, con unos ojos cansados y rodeados de arrugas y ojeras. Todo en él parecía pasar hambre: su cara estaba consumida y todos los huesos se le marcaban dolorosamente bajo la piel, el pelo entrecano comenzaba a retirarse de su frente y una barba rala y descuidada le cubría la cara. Iba vestido con ropas que en otro tiempo debieron ser lujosas, o, al menos, de buen corte, pero que ahora estaban llenas de manchas y remiendos. Cuando habló su voz sonó ronca y rasposa, pero potente.

-Yo soy Hovstad. Encantado de verle por aquí. Nos hace falta la ayuda de hombres como los suyos.- tras estrecharle la mano le cogió de un brazo y le dirigió hacia el carromato. Una vez allí, se encaramó a él e instó al mercenario a hacer lo mismo. Cuando estuvieron los dos bien visibles se aclaró la garganta ruidosamente y comenzó a hablar.- Queridos compañeros: ya sabéis que nuestro gremio está pasando por un momento difícil y que por eso es ahora cuando debemos arriesgar al máximo y hacer los mayores sacrificios. Se que estáis cansados y que muchos incluso preferiríais alistaros en el ejército antes que adentraros más en el bosque, pero os prometo que si conseguimos llegar sólo un poquitito mas profundo las ganancias serán fantásticas y podréis descansar durante una semana.- esta última afirmación despertó un coro de murmullos entre los trabajadores.- ¡Si, una semana! Se que tenéis miedo de los elfos del bosque, pero ¡No temáis! Éste hombre y sus soldados os protegerán de ellos; os aseguro que mientras estén con vosotros no hay nada que temer.

-¿Y si nos perdemos en el bosque?- preguntó uno de los lenadores.

-Ah, por eso no tenéis nada que temer. Lleváis con vosotros a la mejor guía de Jasperia.- mientras hablaba hizo un gesto con la mano señalando a la joven.- Si no os separáis de ella saldréis del bosque por el mismo sitio por el que entrasteis. Su nombre es... eh...- cerró los ojos con fuerza intentando encontrar en su cabeza el nombre adecuado.- ¡Elera!

Mientras Hovstad sonreía triunfante ante sus trabajadores, Perseus suspiró con cansancio. Además de los leñadores, tendría que lidiar con un bárbaro estúpido y una guía que por supuesto se creería con derecho de andar mangoneándole.

"Se avecina una dura jornada." pensó mientras se dirigía hacia sus hombres. "Será mejor que nos pongamos a ello cuanto antes."

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Mensaje por burdalesa 24/03/12, 04:11 pm

Al llegar a la plaza con el resto de los desafortunados. Muchos de mis compañeros empezaron a comerse los medrugos de pan sin darse cuenta que en el bosque se quedarian sin nada, y era necesario el alimento para sostenerse en pie con un trabajo tan duro, pero esta gente no comia bien desde hacia semanas. Asi era la vida de los pobres en el reino de Jaspia, y en cualquier otro estado.

Ademas de los leñadores habia un grupo de diez hombres, sin contar al jefe que iban a ser nuestros guardaespaldas. Todos parecian los clasicos y orgullosos mercenarios, asco me daban. Que tu profesion sea matar por dinero y que lo disfrutes no habla bien de nadie. Todos eran iguales con sus relucientes armaduras y su cara de hombre rudo, salvo uno. El hombre que llamo mi atencion era un barbaro que integraba la compañia, pero su mirada era diferente, este no parecia ser un mercenario. Haciendo honor a su titulo barbarico solo portaba su hacha, nada de armaduras. Acercandome un poco a donde estaban los mercenarios pude oir como se burlaban del Barbaro, al parecer estaba ahi por una deuda, esto hacia que no me diera asco como los demas.

Ademas de este hombre y los demas habia una joven bastante hermosa, que al parecer era nuestra guia. Era realmente extraño que contrataran a una mujer para esta tarea tan peligrosa, pero el gremio andaba mal y la guerra no ayudaba en nada.
Para tener como empleo ser una guia parecia demasiado delicada, pero seguramente era lo que queria aparentar.
La incertidumbre y la esperar por empezar el trabajo me molestaban asi que decidi fumar un poco de lo que me quedaba de las hierbas secas que tenia. Estas me relajaban y las habia obtenido en una taberna a traves de un druida anciano. Enrollé en papel las hojas de planta y me me acerque a una fogata que habia en el medio de la plaza. acerque mi cabeza con el cigarrillo en la boca hacia el fuego para prenderlo y me quede mirando como las llamas jugaban entre si, realizando una danza aleatoria, pero muy hermosa a la vista.
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Mensaje por Lohengrin 24/03/12, 10:20 pm

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Lo'hen formaba en la fila de mercenarios de la mejor manera que sabía, mientras otro hombre pasaba revista, bromeando con alguno de ellos, de manera que el bárbaro dedujo que aquel debía ser el tal Perseus. Cuando lo vió acercarse, se irguió orgullosamente en toda su estatura, esperando que le dijera algo. Cuando escuchó reírse a su compañero de fila, lo miró con sorpresa y estuvo a punto de propinarle un soberano guantazo desde su altura. Pero en lugar de eso, respiró hondo y presento su hacha de batalla a Perseus. Se examinaron mutuamente, y Lo'hen sonrió al ver el penacho en su yelmo.

Pero en lugar de dirigirse a el, habló unos momentos con otro de sus soldados, y se marchó del brazo de otro hombre. Se estaba preguntando si podría dejar la fila y sentarse en algún sitio, cuando uno de los soldados se acercó a él. Llevaba una pértiga larga con un pedazo de tela en uno de los extremos. "Escucha, bárbaro." Hablaba despacio para hacerse entender. "Este es el estandarte de los Hijos. Así es como se sujeta." Le enseñó pacientemente, mientras Lo'hen asentía a todo, sin importarle si lo había entendido o no. "No debes perderlo, y debe poder verse desde muy lejos. ¿Lo has entendido? Perseus lo ha ordenado." Asintió de nuevo. "Si", dijo con voz gutural. Creía haber entendido lo que se esperaba de él. Tomó el estandarte con sus manos, y se aseguró de sostenerlo como se le había dicho. Sin embargo, no podía dejar de preguntarse qué utilidad podría tener semejante objeto en lo más profundo de un peligroso bosque. ¿Tendría alguna clase de poder mágico? Desde luego, no lo parecía.

Mientras tanto, los Hijos se habian dispersado. Lo'hen quedó solo, en medio de la plaza, con el estandarte en las manos, y sin saber muy bien qué hacer, se dirigió al grupo de hombres que escuchaba a Perseus y al otro. Entendía la naturaleza del encargo. Entrar al bosque con aquellos hombres, y salir también con ellos. Se quedó muy concentrado escuchando el discurso de Hovstad, sin percatarse de que los leñadores se apartaban a su paso, dejandole un gran espacio. Y allí estaba Lo'hen, en medio de la multitud, con el estandarte en las manos, preguntándose cuándo diablos entrarían a ese maldito bosque. Vió a Hovstad presentar a una joven que habría de acompañarles, y sonrió ampliamente mientras mirada sus caderas, hasta que escuchó a Hovstad decir: "guía". Sabía lo que significaba, así que se desentendió de ella. Se preguntó si sería correcto apoyar el extremo del estandarte en el suelo. Finalmente supuso que sí, de manera que lo bajó unos centimetros hasta que tocó el suelo. Sin embargo, se aseguró de que siguiera bien derecho, como le habían dicho. A saber para qué.
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Mensaje por Léa 26/03/12, 01:02 pm

Léa no alcanzó a escuchar el suspiro de Perseus cuando Horvstad la presentó, con un nombre equivocado, pero su cuerpo también hablaba: la idea no le había parecido nada bien. “Mejor aclarar las cosas desde el principio para no tener problemas”, decidió, y partió tras él cuando se dirigió a sus hombres.

- ¡Capitán! -
llamó en voz alta.

Perseus se giró rápidamente al oír la voz de la guía llamándole. La mujer se dirigía hacia el con un aire de determinación que le hizo ponerse en guardia.

-¿Si?

Léa reprimió un gesto de fastidio ante la evidente desconfianza del hombre, ni que fuera a intentar comérselo.

- Asumo que usted es el jefe de la expedición, así que vengo a ponerme a sus órdenes. Mi nombre es Léa.


La respuesta de la mujer descolocó completamente a Perseus, que no pudo reprimir un gesto de asombro levantando las cejas, aunque éste quedaba oculto por el yelmo.

-Eh... Bueno, no se si jefe es la palabra adecuada. Tan sólo me encargo de la protección.- la voz de Perseus traslucía su extrañeza, y sus ojos verdes escrutaban a su interlocutora con curiosidad.- Soy Perseus.- dijo extendiendo la mano hacia ella.

Una leve sonrisa se dibujó en los labios de Léa ante la extrañeza que mostraba la voz de Perseus; siempre era bueno sorprender a la gente.

- Supongo que no perderse en el bosque es parte de la protección, ¿no? Mi nombre es Léa-
repitió, estrechando con firmeza la mano que el hombre le extendía - Como tenemos que trabajar juntos, supongo que es mejor marchar de acuerdo.

Tras estrechar la mano de la guía el mercenario aún la retuvo unos pocos segundos mientras examinaba el rostro de la mujer con los ojos entrecerrados. Finalmente, sin poder reprimir una carcajada le soltó la mano y asintió varias veces con la cabeza.

-Si, bueno, supongo que si...- aquella mujer había sorprendido gratamente a Perseus. Directa y con determinación, eso era bueno.- Entonces, si te parece, abre la marcha. Mis hombres y yo iremos escoltando a los leñadores.- el mercenario hizo el amago de irse, pero pareció darse cuenta de algo y volvió con su interlocutora.- A no ser que necesites que te asigne un guarda...

La mensajera aguantó a pie firme el escrutinio a que fue sometida, aunque con cierta tensión que se relajó cuando el mercenario soltó por fin su mano y se echó a reír; algo en la actitud del hombre le indicó que no se estaba burlando de ella, lo que impidió que sintiera ofendida.

- Abriré la marcha, entonces - asintió.

Léa estaba satisfecha de como se había desarrollado todo. Para ser una persona que normalmente trabajaba por su cuenta, sentía que se estaba adaptando bien a formar parte de un equipo... hasta el momento.

- ¿Un guarda? -
consideró un momento la propuesta y luego negó con la cabeza - No es necesario por el momento, me mantendré a la vista y no lejos del grupo, pero si me será necesario si tengo que explorar.

Perseus asintió con la cabeza ante la respuesta de la mujer.

-Entonces será mejor ponernos con ello.- dijo mientras se daba media vuelta y se dirigía a sus hombres.

La mensajera, ahora guía, asintió en silencio a las palabras del hombre y mientras él se dirigía a sus hombres, consultó por última vez el plano de ubicación que Hovstad le había entregado; una vez determinado su posición relativa y determinado la ruta a seguir, caminó hasta salir de la plaza, eligiendo una calle que los llevaría en dirección noreste.

- Por aquí – indicó al pasar junto a Perseus.
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Mensaje por Perseus 18/04/12, 05:51 am

Tras hablar con la guía, Perseus se dirigió a sus hombres, que le tendieron su lanza y su escudo, pues los había dejado apoyados en el poyo de piedra en el que se había sentado a esperar. Apenas se había embrazado el escudo cuando la guía pasó junto a él indicando que se pusieran en marcha y caminando con agilidad hacia una de las salidas de la plaza del pueblo.

-Eh... Vale.- el mercenario se encontraba realmente sorprendido con aquella mujer, desde luego que no perdía el tiempo.- De acuerdo: Tom, Kore, Egas, Robret, Haell y Grok protegeréis la retaguardia, ¿De acuerdo? Agios, Clito y Gustav, vais en la vanguardia conmigo.- los hombres asintieron y rápidamente se pusieron en marcha. Perseus se giró hacia el bárbaro, a cuya sombre se hallaba el último mercenario restante.- Karl... Tu irás junto con el bárbaro. Ya sabes, que no se meta en ningún lío. Venís con nosotros, en la vanguardia, pero cerca de los leñadores.

Karl asintió con una cierta resignación y miró al bárbaro con una mirada inquisitiva, como si lo viera por primera vez. Dejando atrás a aquella curiosa pareja, Perseus se acercó al grupo de los leñadores, que ya se estaba poniendo en marcha, lenta y perezosamente. Durante unos segundos el mercenario se quedó quieto observando a las diferentes cuadrillas de leñadores, que poco a poco se iban configurando, de forma que, por un lado quedaron aquellos trabajadores que habían bajado de los carros, formando un grupo heterogéneo y confuso; y por el otro los leñadores que ya estaban allí cuando llegó Hovstad, que estaban agrupados en pequeñas camarillas que Perseus suponía que eran grupos autosuficientes de trabajo.

-¿Alguno de vosotros es el capataz?

La voz de Perseus se hizo oír por encima de las conversaciones que los leñadores mantenían en voz queda. Muchos de los trabajadores giraron sus rostros hacia él y le lanzaron miradas de desconfianza, y hubo algunos que, a pesar de haberse dado cuenta de la pregunta optaron por no hacer ningún caso y seguir hablando como si nada hubiera pasado. El capitán se mantuvo unos instantes observando a los distintos grupos y cuando hubo pasado un pequeño tiempo, volvió a hinchar el pecho y lanzó de nuevo la pregunta al aire, lo que provocó por segunda vez las miradas cargadas de recelo de los leñadores. Sin embargo, esta vez el grito surtió efecto y un hombre, igual de desharrapado que los demás trabajadores, se destacó entre la multitud y avanzó hacia él con paso cansino.

-Si, yo soy el capataz.

Perseus examinó de arriba abajo a aquel tipo. Desde luego que ofrecía una pinta digna de lástima. Vestía unos harapos remendados tantas veces que apenas debía quedar un fragmento de la tela original, y esos remiendos, que en su momento probablemente fueran de mil colores, ahora ostentaban un tono marrón sucio. Iba encorvado y arrastrando los pies, pero si hubiera ido erguido hubiera superado al mercenario en altura, quedándose tan sólo ligeramente por debajo del bárbaro. Tenía el rostro hundido, lleno de cicatrices y arrugas y apenas le quedaba pelo, pero a pesar de todo, en el fondo de sus ojos se podía apreciar una luz de algo parecido a un orgullo desafiante.

-Bien, encárgate de organizar a los trabajadores. Iréis todos detrás de mí y mi grupo y cubriendo la retaguardia irán el resto de mis hombres. No quiero que nadie se salga de la formación, cuida de eso también. Ah, y no haremos ninguna parada a no ser que sea estrictamente necesario.

Aquel hombre le miró con un leve centelleo de sus ojos y asintió pesadamente antes de darse media vuelta y dirigirse hacia los trabajadores. Dirigió unas pocas palabras a un pequeño grupo, y la orden se fue pasando de boca en boca hasta que todo el grupo de leñadores comenzó a ponerse lentamente en marcha. Haciendo a su vez un gesto a sus mercenarios, Perseus encabezó al grupo, echando a andar por el camino por el que había desaparecido la guía.

Con una enorme nube de polvo detrás y la guía convertida en una pequeña figurita al fondo del camino, el grupo marchó durante varias horas por los polvorientos caminos trazados en los campos de Valanderiel. La mayoría de ellos estaban sin sembrar, y las malas hierbas comenzaban a crecer en ellos. De vez en cuando se podía avistar a un par de personas trabajando una pequeña parcela de tierra, pero en cuanto percibían al enorme grupo corrían a esconderse lejos de la vista de los hombres.

El yelmo y la armadura comenzaban a pesarle a Perseus cuando por fin avistaron las altísimas copas del bosque. Un murmullo comenzó a extenderse por entre los leñadores, y el mismo Perseus notó un nerviosismo que no se parecía a nada que hubiera sentido antes. Daba la sensación de que el bosque era más oscuro y siniestro de lo que en realidad era, y, aún sin ningún peligro explícito, parecía prometer una muerte segura a todo aquel que se adentrara en él. El grupo siguió avanzando aunque más lentamente hasta que, a un gesto de Perseus, se detuvo por completo.

Léa, se dirigía hacia ellos rápidamente, y, al mismo tiempo un grupo de aproximadamente veinte personas se acercaba desde los campos que habían dejado a la derecha. Los hombres pudieron ver como el capitán mercenario se acercaba a la guía y ésta le dirigía unas cuantas palabras con gesto preocupado. Aún con el yelmo puesto se podía notar que las noticias que le había traído su guía no eran nada buenas. Durante unos pocos segundos el capitán se mantuvo quieto, pensativo mientras los desconocidos seguían acercándose, lo que hizo que los trabajadores se removieran, inquietos. De repente, Perseus hizo un gesto a dos de los mercenarios, a los que mandó por delante, en la dirección de la que vino Léa e hizo que el resto de sus hombres, incluido el bárbaro, le siguieran al encuentro de los desconocidos, que ya casi estaban encima de su grupo.

-¡Alto! ¿Quién va?

Ante la voz de Perseus, aquel grupo de personas ralentizó el paso, más no se detuvo. Vistos de cerca ofrecían un aspecto lamentable. Cubiertos de harapos y blandiendo garrotes o espadas oxidadas, parecían más unos salvajes de tierras lejanas que habitantes de las islas de Triskel. Algunos de ellos parecían tener algo de ascendencia orca, por su gran tamaño, comparable al de Lo’hen, y sus miradas porcinas con destellos de astucia animal. Uno de estos tipos se adelantó frente al resto, blandiendo un mangual oxidado y con manchas de sangre.

-Eso te lo deberíamos preguntar nosotros a ti, extranjero.- la última palabra la escupió como si le quemara en la boca.- Eres tu quien vienes a nuestra tierra con esas armaduras doradas y esos aires de grandeza, y como si eso no bastara, traes contigo a esta gentuza, que se dedicará a saquear nuestra querida isla como si nada.- a medida que iba hablando parecía mas enfadado, y se iba acercando a Perseus, aunque con buen cuidado de estar suficientemente alejado de su lanza.- Pero tranquilo, no os haremos ningún daño… siempre y cuando nos deis unas cuantas de esas armaduras y espadas tan bonitas y os deis media vuelta para volver por donde habéis venido.

Mientras decía estas últimas palabras una risa nerviosa y malvada se había levantado entre los hombres que le seguían. Unos pocos de ellos se habían acercado a una cuadrilla de leñadores algo separado del grupo principal. Los mercenarios de la retaguardia se habían acercado un poco, manteniéndose a una distancia segura, estoicos y vigilantes. Perseus respiró profundamente, aspirando sin querer el desagradable olor de aquellos maleantes. Prefería evitar la pelea si era posible, y quizás con un poco de intimidación fuera suficiente…

Entonces sucedieron dos acontecimientos que hicieron que el corazón de Perseus se detuviera durante unos instantes, anticipando los acontecimientos. Un enorme semiorco de aspecto tan estúpido como amenazante se plantó ante el bárbaro Lo’hen y, tras mirarlo durante unos segundos, comenzó a reírse de él estruendosamente, mientras decía una larga retahíla de palabras que el capitán no pudo entender, pero que por el tono eran una clara burla; y, al mismo tiempo, uno de aquellos maleantes mal encarados propinó un fuerte empujón a uno de los leñadores, un joven con una ostentosa cresta negra.

El sonido de las risas del semiorco llenó los oídos de Perseus, al tiempo que echó todo el aire de sus pulmones, preparándose para lo que se avecinaba.

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Mensaje por burdalesa 19/04/12, 01:46 am

Habiamos caminado varias horas y por fin llegamos al comienzo de verdadero bosque. Este no daba nada de confianza, mas parecia una tumba echa para unos cuantos leñadores, un rumor salia de el que te llegaba a los huesos. Los soldados se notaban intranquilos y los leñadores estaban todos juntos mirando a su alrededor, casi temblando.
Mientras esperabamos las ordenes del capitan vimos como se acercaba un grupo de seres mas harapientos que nosotros, lo que era raro ya que vestiamos desastrosamente, portando armas bastantes desafiladas y oxidadas, que compensaban con sus voluminosos cuerpos. Debian ser semi orcos.

El que parecia el lider increpo a nuestro capitan a que nos fueramos dejando ellos sus armaduras. Si volviamos sin haber talado un solo bosque no nos pagarian y las familias de los leñadores no comerian esa semana, lo cual no era una opcion. Tampoco a Perseus le hacia mucha gracia irse con las manos vacias. El combate aun podia evitarse pero le di indicaciones a los leñadores mas ancianos que aprovecharan la discusion entre los soldados para esconderse en el bosque.
Uno de los bandidos se rio del barbaro y otro me golpeo y me retroceder unos metros. Hice como que caia al suelo y me quede ahi un breve tiempo, lo suficiente para darle a enteder con mi mirada al barbaro y a Perseus que comenzaria la batalla.
Todos los enemigos se rieron al verme en el suelo lleno de barro, pero sus risas se cortaron abruptamente cuando saque rapidamente de mi morral la ballesta y le aseste una precisa saeta en el pecho al imbecil que me habia empujado. Lance las otras cuatro flechas que tenia cargada el arma contra los primeros enemigos, deje mi arma en el suelo y desenvaine mi espada encantada. Esta al salir de la funda y ser tocada por el sol emitio un hermoso brillo rojo que impresiono a mas de uno. Nadie esperaba a un leñador tambien preparado.

-¡TODOS A LA CARGA!¡DEMOSTREMOS LO QUE VALEMOS!

gritando esto y empuñando mi espada me lance contra las tropas enemigas a lado de varios leñadores inspirados por mi grito y por el odio hacia aquellas criaturas cargue contra los primeros seres, los que parecian los menos fuertes. Se produjo un choque violento en el cual cayeron muchos mas leñadores que oponentes. A pesar de estar concentrado en la lucha pude ver a varios mercenarios que se habian integrado en el combate. Los bandidos peleaban ferozmente, pero no parecian entrenados. a pesar de haber sufrido inicialmente los Semi orcos parecian aturdidos y un poco desmoralizados al haber sido sorprendidos de esa manera por grupo de leñadores.

Los habiamos echo retroceder y habiamos reafirmado nuestra posicion cuando de atras de sus filas, salido del bosque aparecion un inmenso Orco, mucho mas grande que cualquiera que hubiera visto, cargando en su brazo derecho una gigantesca masa. La cabeza de su arma era grande como el torso de un humano. Este ser entro en el combate asestando brutales golpes que hacian volar leñadores por el aire.
Ahora tocaba el turno de demostrar cuanto valian nuestro capitan y sus mercenarios
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Mensaje por Lohengrin 23/04/12, 05:05 pm

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Lo'hen caminaba junto a los hombres, con aquel aparatoso estandarte en sus manos. Karl no se despegaba de su lado, y hacían una cómica pareja, puesto que Karl era el hombre de más baja estatura entre los mercenarios de Perseus. El bárbaro ponía todo su empeño en que la pértiga de casi tres metros no se balanceara más de lo necesario, lo cual no era nada facil, por culpa de las ráfagas de viento que soplaban de vez en cuando. Cada vez que la bandera de la compañía se inclinaba más de la cuenta, Lo'hen miraba avergonzado a Perseus.

Tras varias horas de camino, el capitán ordenó parar a la compañía. Perseus charlaba con la guía, cuando vio que llamaba a los hombres con un gesto, de manera que acudió, a tiempo de ver una desigual banda de maleantes desharrapados. Lo'hen conocía perfectamente el olor de los orcos, que además era una auténtica ofensa a su olfato. Algunos de ellos eran bastardos hijos de un orco y una desgraciada mujer humana. Lo'hen torció el gesto al verlos. Mientras el lider de estos charlaba con Perseus, uno de aquellos... engendros se acercó a Lohen, y comenzó a reirse estruendosamente, señalando el estandarte, y haciendo otros gestos obscenos con las manos, a la par que profería toda clase de ofensas en la lengua de los orcos. Lengua que Lo'hen conocía bastante bien.

El bárbaro suspiró largamente. Miró a Perseus y a Léa, buscando alguna orden, pero al no recibirla, entregó a Karl el maldito estandarte, casi derribándolo con el empujón. Luego, parsimoniosamente dejó en el suelo su escudo, su espada, y sus dos lanzas. Sopesó en sus manos la enorme hacha de batalla, y miró al semiorco a los ojos un momento, antes de responderle, tambien a gritos: "KHURZGN-ASRH, NGUZ AKSUL-DHUZ!!!"

Spoiler:

Acto seguido, con un grito alzó su hacha, dejandola caer varias veces sobre el cráneo del semiorco, golpeando con toda su fuerza. Cuando el pobre idiota cayó al suelo, Lo'hen puso un pie sobre su cadaver, miró furioso hacia los lados, y con su arma trató de alcanzar a alguno de los asaltantes que aún estaba cerca, tratando de mantener la posición que tenía. Buscaba el modo de herir a sus adversarios, al tiempo que trataba de evitar sus ataques.

FDI: Me tomé la licencia de escamochar al primero, el resto del combate queda a discreción de los dados del Señor Narrador. La acción de Lo'hen es arrearle a todo lo que entre en su radio de alcance, pero sin cargar (aún) contra nadie. No se preocupa demasiado por defenderse, tampoco se dio cuenta de que a sus espaldas también hay combate. Espero órdenes ! ¿El Orco enorme ha entrado de verdad en escena?


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Mensaje por Léa 28/04/12, 12:35 am

Realmente Léa no estaba acostumbrada a caminar tantas horas seguidas, ya que solía llevar los mensajes que le encomendaban montada en Silfo, pero estaba en buen estado físico, llevaba ropa y calzado cómodo y se había provisto de agua y frutos secos que consumía a intervalos, lo que le permitía mantener el cansancio a raya. Ayudaba también el hecho de que le había sacado ventaja al grupo el cual, conformado por los mal alimentados leñadores y los mercenarios con sus pesadas armaduras, marchaba con lentitud, lo que le permitía mantener un paso tranquilo y hasta hacer alguna pequeña pausa para descansar.

Sólo el estado de abandono en que se encontraban los antaño hermosos campos de Valenderiel impedía que la guía se sintiera disfrutado de un paseo conforme se acercaba al espeso bosque, cuyos primeros árboles divisó con un salto de alegría en el corazón. Sin darse cuenta apuró el paso para alcanzar la linde pero, a unos pocos metros de llegar a ella, se detuvo de golpe, ahogando un grito de espanto.

El primer impulso de la muchacha al ver los cuerpos fue salir corriendo de ahí y esconderse tras las armaduras de los mercenarios, pero logró contenerse; para poder hacer su trabajo y recibir el dinero que necesitaba, era preciso que obtuviera el respeto de los hombres a los que guiaba y no lo iba a conseguir echándose a correr como una damisela aterrorizada. Luego de inhalar y exhalar profundamente varias veces Léa logró recuperar el dominio de sí misma y, venciendo los nervios y la repulsión, revisó los cuerpos para ver si quedaba alguno vivo; estaban tan llenos de flechas que parecían alfileteros, pero había que asegurarse. Tal como parecía, estaban todos muertos y, tras rezar por ellos una breve oración a la Dama, Léa rehízo el camino a paso rápido para dar cuenta a Perseus de su hallazgo.

- Hay diez cadáveres llenos de flechas cerca de la linde del bosque –
informó escuetamente y se quedó a la espera de la reacción del jefe de los mercenarios.

Mientras aguardaba, la chica observó como los desconocidos se acercaban; tenían muy mala catadura y todo en ellos hablaba de una inminente pelea y como quiera que no la habían contratado para combatir y presenciar peleas no era su entretenimiento favorito, optó por acompañar a la pareja de mercenarios que Perseus había enviado al sitio del hallazgo.
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