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Yukino entre nosotros
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Yukino entre nosotros
Era un día primaveral el que acontecía. El cielo estaba despegado de nubes, pero el viento fresco impedía que el calor azotara con fuerza. Se podría decir que era un día normal para cualquiera, no habían muchas cosas especiales aquel día.
Después de un paseo, ambas fueron al bosque que estaba detrás de la taberna. El camino no parecía muy transitado, y además de algunas energías espirituales que rondaban el lugar, en parte debido a la presencia de una kitsune la cuál había hecho su hogar en aquel lugar, no habían más almas rondando a esa hora.
Había sido mucho tiempo de la última vez que Satsuki había ido a ver a su madre.
El recuerdo para ella todavía seguía fresco. Podría haber pasado un año, dos o diez fácilmente... pero era una de aquellas experiencias que jamás podría olvidar. A veces le apenaba tanto el hecho de que el último recuerdo que tenía de ella fuera en aquellas circunstancias, como su muerte. Era inevitable para ella el pensar en todas esas cosas que piensan los vivos cuando alguien se va de este mundo: "Si hubiera sido más fuerte, ¿lo habría evitado?"
Pero también estaba la otra cara de la moneda: Yuki. No quería hostigarla con preguntas o situaciones ilusorias, pero cada día se preguntaba si estaría mucho mejor con su madre que con ella.
Cuando pensaba en ello, pensaba en su infancia...
Su primer recuerdo era de, justamente, su madre. Era un recuerdo angelical... le daba la espalda a Sat, envuelta en sus blancas ropas llevadas por el viento, mientras su cabello se movía al compás de este. No recuerda cuándo fue de esa imagen, pero a veces sentía incluso que era uno que había adquirido en el vientre de su madre, como si quisieran mostrarle aquel regalo que recibiría en vida.
En todos los recuerdos que tenía Sat... siempre sonreía.
Cuando tenía 3 años, tenía una fijación por los libros. Le gustaban animados y con muchos dibujos, lo que a veces era lo contrario de lo que esperaba Yukino. Jovén y activa, siempre pensó que tendía una niña, o un niño, activo y alocado con quién compartir sus juegos, por lo que el caracter de Sat era algo que no se esperaba. Aún así, siempre estaba detrás de ella, mirando cómo se absorbía en su mundo, viendo ilustraciones e imaginando mundos y aventuras por doquier. Pero no solo eso. También le encantaba cuando la adulta Celestia le contaba cuentos y le inventaba historias de caballeros y dragones, princesas y reinos. Incluso de seres imaginarios y aventuras que nadie más conocía.
Cada vez que la veía, comprendía un poco más lo que significaba ser realmente una madre. Incluso en momentos en que las cosas inesperadas salían a brote.
Era fácil recordar una situación en particular: el nacimiento de Ragnell. No fue un nacimiento como los humanos u otros seres. Más bien, apareció entre las sábanas de su cama, mirandola fijamente con una sonrisa de oreja a oreja. Sin embargo, debido a que Sat no se esperaba en lo absoluto a Ragnell, no pudo evitar salir disparada de la cama a buscar a su madre, quién estaba en la cocina, preparando el desayuno de la familia. Los Celestias tenían a su acompañante a los 4 años en muchos casos, y Sat no fue la excepción. La excepción fue que Yukino no preparó a la pequeña para ello.
En aquel entonces, la abrazó fuerte para tranquilizarla, y le dijo que no debía tener miedo. Que aquella persona que había aparecido era una amiga que estaría con ella toda su vida. Aún cuando los Celestias eran un caso especial de seres que sabían controlar la energía espiritual, su mente se desarrollaba al ritmo normal de los humanos. Explicarle sobre cómo había nacido de un extracto de su alma era algo innecesario. Más bien, le dijo que era alguien que la había venido a visitar desde un lugar muy hermoso, y que lo único que quería era ser su amiga.
Cada vez que recordaba aquella escena, donde le explicaba, le sacaba una sonrisa. Pero también es cierto que no todo siempre fue hermoso en su vida, aún cuando Yukino lo intentó.
Uno de sus recuerdos más tristes con ella fue cuando atendió el funeral de su padre. Sus familiares velaron sus restos como debía ser, siendo la Celestia la que llevaba las riendas de aquella ceremonia, como correspondía. Pero por más que lo intentó, no pudo sacar a Sat de su habitación.
Cuando la visitó, vestía su vestido de luto: un vestido negro que llegaba a sus rodillas, con unos zapatos blancos y un moño oscuro que se asomaba en su rojiza cabeza. Se encontraba en su cama, arrinconada. Lloraba la mayor parte del tiempo, y su cama estaba tan húmeda que parecía que un accidente con una olla con agua había sucedido. Su madre la abrazó por largas horas, pero solo podía sentirse culpable, lo que conseguía que llorara aún más.
Solo pedía perdón, por haber "matado" a su padre...
Yukino jamás la culpó. Siempre se mostró comprensiva ante lo que había sucedido. Pero Sat jamás se pudo sacar eso del corazón.
Probablemente por eso entrenó mucho desde ese entonces. Era una promesa de hacer valer su vida, por la de su padre. A veces se sentía con bríos cuando superaba la muerte de su padre, pero así como había altos en su vida, también había bajos.
Uno de ellos fue Hope... No recordaba cuánto había llorado por la muerte de su única hija. Fue otra situación en su vida que jamás logró superar tampoco, aún cuando no fuera su culpa. Pero siempre sintió que, si se hubiera preocupado, si se hubiera hecho los exámenes, si hubiera existido alguna forma, le habría evitado el sufrimiento a un alma inocente que vino a este mundo.
No pasó mucho tiempo cuando existió una invasión que separó a Sat y su madre. Y no se reencontrarían hasta después de 8 años después, cuando Sat sufrió la maldición de un demonio que anidó en su ojo, y que quedó sin tratar.
Desde ese entonces, Yukino no dejó Jaspia hasta el fin de sus días. Pronto se ganó un cariño muy especial entre los habitantes de la taberna. Sobre todo con dos personas, las cuales compartía un montón: Otto y Lohen. Debido a que tenían hábitos más sedentarios que los demás, pasaba muchas tardes conversando con ellos, como lo hizo su hija Sat cuando llegó al lugar. Pero no solo conversaba con ellos: Pasaba de los ojos desconfiados de Cyrian, así como le daba muchos abrazos a Dulfary. También compartió mucho con la pirata Sophitia, así como animaba como una madre a Lisandot, la que incluso era considera como la madre del grupo. Incluso algunos que pasaban, como Sam y Miyuki, contaban entre sus encuentros.
Fue quizás la mejor época de su vida. Compartió todo con aquellas maravillosas personas, y lo mejor es que compartió con su hija Satsuki. Siempre sintió que le debía algo en vida a su primera hija. Siempre sintió que le debía el hacer su vida más feliz, pero no sabía cómo. A veces peleaban, como cuando los habitantes de la taberna la malinterpretaron y les hizo entender erróneamente que eran seres inferiores. Pero también se arreglaban, como cuando ambas ayudaron a viajar al mundo de los sueños a Lohen y Lis.
Eran como una familia, al final de cuentas. Podían pelear, discutir y estar en desacuerdo... pero siempre estaban juntas y confiaban una a la otra. Sat siempre la alegró de tenerla como madre, mientras que Yukino siempre sonreía.
Incluso en su último recuerdo, ella sonrió... cuando Sat, sujetada por Lohen, intentaba desesperadamente el no dejarla ir, Yukino le sonrió dulcemente mientras expulsaba su energía para eliminar a la infernal bestia de los más profundos infiernos...
Cuando pensaba en ello, y abrazaba a Yuki, pensaba si alguna vez estaría al nivel de su madre. Si, alguna vez, podría sonreír dulcemente en el momento de su muerte... pensando en que el sacrificio que hace, lo hace porque vale la pena y ayudará a los seres que más quiere.
Después de un paseo, ambas fueron al bosque que estaba detrás de la taberna. El camino no parecía muy transitado, y además de algunas energías espirituales que rondaban el lugar, en parte debido a la presencia de una kitsune la cuál había hecho su hogar en aquel lugar, no habían más almas rondando a esa hora.
Había sido mucho tiempo de la última vez que Satsuki había ido a ver a su madre.
El recuerdo para ella todavía seguía fresco. Podría haber pasado un año, dos o diez fácilmente... pero era una de aquellas experiencias que jamás podría olvidar. A veces le apenaba tanto el hecho de que el último recuerdo que tenía de ella fuera en aquellas circunstancias, como su muerte. Era inevitable para ella el pensar en todas esas cosas que piensan los vivos cuando alguien se va de este mundo: "Si hubiera sido más fuerte, ¿lo habría evitado?"
Pero también estaba la otra cara de la moneda: Yuki. No quería hostigarla con preguntas o situaciones ilusorias, pero cada día se preguntaba si estaría mucho mejor con su madre que con ella.
Cuando pensaba en ello, pensaba en su infancia...
Su primer recuerdo era de, justamente, su madre. Era un recuerdo angelical... le daba la espalda a Sat, envuelta en sus blancas ropas llevadas por el viento, mientras su cabello se movía al compás de este. No recuerda cuándo fue de esa imagen, pero a veces sentía incluso que era uno que había adquirido en el vientre de su madre, como si quisieran mostrarle aquel regalo que recibiría en vida.
En todos los recuerdos que tenía Sat... siempre sonreía.
Cuando tenía 3 años, tenía una fijación por los libros. Le gustaban animados y con muchos dibujos, lo que a veces era lo contrario de lo que esperaba Yukino. Jovén y activa, siempre pensó que tendía una niña, o un niño, activo y alocado con quién compartir sus juegos, por lo que el caracter de Sat era algo que no se esperaba. Aún así, siempre estaba detrás de ella, mirando cómo se absorbía en su mundo, viendo ilustraciones e imaginando mundos y aventuras por doquier. Pero no solo eso. También le encantaba cuando la adulta Celestia le contaba cuentos y le inventaba historias de caballeros y dragones, princesas y reinos. Incluso de seres imaginarios y aventuras que nadie más conocía.
Cada vez que la veía, comprendía un poco más lo que significaba ser realmente una madre. Incluso en momentos en que las cosas inesperadas salían a brote.
Era fácil recordar una situación en particular: el nacimiento de Ragnell. No fue un nacimiento como los humanos u otros seres. Más bien, apareció entre las sábanas de su cama, mirandola fijamente con una sonrisa de oreja a oreja. Sin embargo, debido a que Sat no se esperaba en lo absoluto a Ragnell, no pudo evitar salir disparada de la cama a buscar a su madre, quién estaba en la cocina, preparando el desayuno de la familia. Los Celestias tenían a su acompañante a los 4 años en muchos casos, y Sat no fue la excepción. La excepción fue que Yukino no preparó a la pequeña para ello.
En aquel entonces, la abrazó fuerte para tranquilizarla, y le dijo que no debía tener miedo. Que aquella persona que había aparecido era una amiga que estaría con ella toda su vida. Aún cuando los Celestias eran un caso especial de seres que sabían controlar la energía espiritual, su mente se desarrollaba al ritmo normal de los humanos. Explicarle sobre cómo había nacido de un extracto de su alma era algo innecesario. Más bien, le dijo que era alguien que la había venido a visitar desde un lugar muy hermoso, y que lo único que quería era ser su amiga.
Cada vez que recordaba aquella escena, donde le explicaba, le sacaba una sonrisa. Pero también es cierto que no todo siempre fue hermoso en su vida, aún cuando Yukino lo intentó.
Uno de sus recuerdos más tristes con ella fue cuando atendió el funeral de su padre. Sus familiares velaron sus restos como debía ser, siendo la Celestia la que llevaba las riendas de aquella ceremonia, como correspondía. Pero por más que lo intentó, no pudo sacar a Sat de su habitación.
Cuando la visitó, vestía su vestido de luto: un vestido negro que llegaba a sus rodillas, con unos zapatos blancos y un moño oscuro que se asomaba en su rojiza cabeza. Se encontraba en su cama, arrinconada. Lloraba la mayor parte del tiempo, y su cama estaba tan húmeda que parecía que un accidente con una olla con agua había sucedido. Su madre la abrazó por largas horas, pero solo podía sentirse culpable, lo que conseguía que llorara aún más.
Solo pedía perdón, por haber "matado" a su padre...
Yukino jamás la culpó. Siempre se mostró comprensiva ante lo que había sucedido. Pero Sat jamás se pudo sacar eso del corazón.
Probablemente por eso entrenó mucho desde ese entonces. Era una promesa de hacer valer su vida, por la de su padre. A veces se sentía con bríos cuando superaba la muerte de su padre, pero así como había altos en su vida, también había bajos.
Uno de ellos fue Hope... No recordaba cuánto había llorado por la muerte de su única hija. Fue otra situación en su vida que jamás logró superar tampoco, aún cuando no fuera su culpa. Pero siempre sintió que, si se hubiera preocupado, si se hubiera hecho los exámenes, si hubiera existido alguna forma, le habría evitado el sufrimiento a un alma inocente que vino a este mundo.
No pasó mucho tiempo cuando existió una invasión que separó a Sat y su madre. Y no se reencontrarían hasta después de 8 años después, cuando Sat sufrió la maldición de un demonio que anidó en su ojo, y que quedó sin tratar.
Desde ese entonces, Yukino no dejó Jaspia hasta el fin de sus días. Pronto se ganó un cariño muy especial entre los habitantes de la taberna. Sobre todo con dos personas, las cuales compartía un montón: Otto y Lohen. Debido a que tenían hábitos más sedentarios que los demás, pasaba muchas tardes conversando con ellos, como lo hizo su hija Sat cuando llegó al lugar. Pero no solo conversaba con ellos: Pasaba de los ojos desconfiados de Cyrian, así como le daba muchos abrazos a Dulfary. También compartió mucho con la pirata Sophitia, así como animaba como una madre a Lisandot, la que incluso era considera como la madre del grupo. Incluso algunos que pasaban, como Sam y Miyuki, contaban entre sus encuentros.
Fue quizás la mejor época de su vida. Compartió todo con aquellas maravillosas personas, y lo mejor es que compartió con su hija Satsuki. Siempre sintió que le debía algo en vida a su primera hija. Siempre sintió que le debía el hacer su vida más feliz, pero no sabía cómo. A veces peleaban, como cuando los habitantes de la taberna la malinterpretaron y les hizo entender erróneamente que eran seres inferiores. Pero también se arreglaban, como cuando ambas ayudaron a viajar al mundo de los sueños a Lohen y Lis.
Eran como una familia, al final de cuentas. Podían pelear, discutir y estar en desacuerdo... pero siempre estaban juntas y confiaban una a la otra. Sat siempre la alegró de tenerla como madre, mientras que Yukino siempre sonreía.
Incluso en su último recuerdo, ella sonrió... cuando Sat, sujetada por Lohen, intentaba desesperadamente el no dejarla ir, Yukino le sonrió dulcemente mientras expulsaba su energía para eliminar a la infernal bestia de los más profundos infiernos...
Cuando pensaba en ello, y abrazaba a Yuki, pensaba si alguna vez estaría al nivel de su madre. Si, alguna vez, podría sonreír dulcemente en el momento de su muerte... pensando en que el sacrificio que hace, lo hace porque vale la pena y ayudará a los seres que más quiere.
Satsuki- Cantidad de envíos : 29
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