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Mensaje por Zigrin 04/09/13, 04:56 pm

La isla tenía toda la apariencia de un lugar de muy mala muerte.

Sigmund había sospechado que se trataba de un puerto pirata bastante antes de que encontrasen piratas de verdad. Era imposible que el patrón no se hubiese dado cuenta, pero lejos de estar alterado por el detalle, al señor Zigrin ni siquiera parecía molestarle. Una vez que se hubieron bajado del barco, habían caminado durante un largo rato por la avenida contigua al puerto, como si vivieran en la ciudad de toda la vida; levantando la voz - bueno, Zigrin la levantaba - y señalando groseramente con el dedo a un lado y a otro cuando encontraban algo gracioso. Durante un buen rato, el enano estuvo lleno a rebosar de agudas acotaciones sobre barcos y la gente que los tripulaba.

En opinión de Sigmund, de hecho, la cosa se había torcido en el momento mismo en el que Zigrin había dejado de hablar.

Cedric, el otro ayudante contratado por el enano, había aprovechado aquel momento para expresar su nerviosismo con palabras bastante poco acertadas: "Eh, patrón", había dicho, "¿Y si nos enteramos un poco de en qué sitio estamos? Preguntamos y eso". Un plan que al enano le había parecido sólido. "El mejor sitio para aprender cosas nuevas es una taberna", replicó en primer lugar, y luego, muy serio, les dió un consejo: "Cuando estéis en un sitio que no conozcáis, buscad cerveza. Lo primero que hay que hacer son amigos. Luego ya te contarán de qué va la cosa."

Y allí estaban.

Las dos jarras de barro, llenas de cerveza hasta el borde, permanecían intactas hasta el momento. Los dos muchachos estaban pálidos, callados como muertos, contemplando con gran atención la escena que tenía lugar en la mesa contigua.

Llegados a este momento habría que aclarar que tanto Sigmund como Cedric no eran hombres de mundo. No solo que apenas si tuviesen barba, sino que eran hijos de granjero y carpintero respectivamente. No sabían leer ni escribir, no habían salido de su aldea en su vida, y hasta el momento en que el enano les había prometido una suma modesta (pero aun así más grande de la cantidad de dinero que ninguno de los dos podía decir que había visto junto en su vida) no se les había ocurrido que hubiera un mundo mas allá de sus pequeñas vidas. Eran hijos de gente formal y temerosa de los Dioses, que trabajaban de sol a sol para traer pan a casa y procuraban que sus hijos aprendieran cosas como la honestidad y la rectitud.

Para ellos, una isla pirata era una especie de cenagal donde sus gargantas estaban expuestas a cada momento. Dentro de su percepción honesta y recta del mundo, los piratas eran criaturas hostiles y desagradables, propensas a asesinar a los que eran como ellos sin más motivo que las pocas monedas que pudieran llevar en el bolsillo. Así, cuando el enano había tomado la aproximación de chocar frontalmente con aquella barrera cultural, ambos se habían sentido profundamente inseguros, invadidos por un miedo atroz. Los hombres que en aquellos momentos estaban sentados alrededor del enano les parecían pavorosos ogros, aterradores con sus barbas ralas, sus manchas de grasa en las camisas, sus caras comidas de viruela y cicatrices y sus ruidosos ercutos. El instinto de la gente como Cedric y Sigmund, a la vista de este tipo de personas, era meterse en casa y buscar ventanas que cerrar.

- Y entonces llega la ladrona - la potente voz de barítono del maese Zigrin se alzaba muy por encima de la de los piratas, siendo casi la única que se escuchaba con claridad en la taberna – y nos quita a tós de enmedio y dice: Que no, que no tenéis ni puta idea, que con la llave na más no sirve. Dejarme echar un vistazo. Y va y saca un cuchillo y empieza a hurgar en la tapa del cofre. Y le digo: Muchacha, que lo que sea que estés haciendo no está bien hecho, que me dejes a mí. Y se gira con to lo chula que era y me dice: Que te calles, renacuajo, que la experta en esto soy yo.

Se tomó una dramática pausa en la narración para vaciar lo que quedaba de su tercera jarra de cerveza, un acto que no le llevó más que un par de segundos. Luego eructó tan ruidosamente como los piratas, se limpió las barbas con la manga de la camisa y siguió hablando, conteniendo la risa que le producía su propio relato con dificultad.

- Y no ha terminao de decir eso la zorra estúpida cuando de pronto suena clac y le salta un cepo. ¡Un puto cepo! ¡En tó el brazo! - los piratas empezaron a reírse a carcajadas de inmediato, aunque Sigmund no estaba seguro de dónde estaba la gracia. - Y empieza la muchacheja a llorar y a pedir ayuda, y le digo, ¿Pos qué te estaba diciendo, tonta de las pelotas? Que me dejaras a mí que lo estaba viendo de venir. Y el cepo, sabéis, estaba de herrumbre y de mierda como el ojete de un troll. Pa sacarla de allí tuvimos al final que cortarle el brazo. Pero al menos ya no le fue a nadie más con las ínfulas de lo buena saltatrampas que era.

Ruidosas carcajadas de nuevo. La imagen mental debía resultar terriblemente cómica para los piratas, aunque a Cedric le daba ganas de vomitar. Le hizo pensar qué sería de su vida si a él le tuvieran que cortar un brazo. Por alguna razón fue un pensamiento que no quiso tener en la cabeza demasiado tiempo.

- Pero bueno, los gnomos saben hacer más cosas aparte de trampas - siguió el maese Zigrin, cogiendo de la mesa el otro vaso, el que era pequeño y de madera, y moviéndolo brusca y ruidosamente. Luego lo estrelló violentamente sobre la mesa, lo retiró de manera que solo él podía ver lo que había dentro y soltó una carcajada. - Puta madre otra vez. Tres doble. Venga, capitán, la plata.

- Mentira puta – respondió el marinero, que no era capitán ni de broma y que además tenía vergüenza cada vez que el enano lo decía, porque su capitán de verdad, un tío enorme con unas barbas de miedo, estaba dos puestos a la derecha. Echó una moneda de cobre al montoncito en el centro de la mesa. – Plata pongo, pero te veo el farol. A ver, enseña.

El enano levantó el cubilete con una sonrisa. Los dados, efectivamente, mostraban dos treses.

- Hijo de mala puerca - maldijo el marinero en voz alta, tirando sus dados al otro lado de la mesa. - Ya está, no juego. Me queda una puta mierda de dinero y me lo pienso gastar en tragos y putas. Capitán. Señores.

- Vaya maricón - observó el enano. - Pero bueno, los tragos y las putas, como decía mi abuelo, son sagraos.

Se puso de pie en la silla. Las tres cervezas que llevaba no habían hecho la menor mella en el enano. Era como si hubiera tomado un chupito de agua.

- ¿Alguien juega? - llamó.
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Mensaje por Tchik 08/09/13, 02:21 pm

La indignación de Tchik no tenía ni nombre ni medida. Su mala fortuna no parecía tener fin, era como si un Trascendido estuviera poniendo al Nezumi a prueba o un mujina estuviera siguiendo sus pasos. Primero, estuvo el triste incidente con la barca-con-vela que debía traerle a Tres-Islas-que-son-Una; después, la siguiente que había tomado con el mismo destino había tropezado en su camino con tormentas que la habían dañado y obligado a buscar refugio en aquel lugar...

¡Y el no-tan-amable Capitán (Curioso que todos los Jefes de las barcas-con-vela se pusieran el mismo nombre siempre. ¡Humanos y su manía de usar nombres en lugar de Nombres!), además, había decidido culpar a Tchik de atraer el mal fario, sólo porque el chamán le había indicado que el Nombre del viento indicaba que se acercaba la tormenta!

Ni siquiera le escuchó cuando intentó explicarle el malentendido (un vicio común entre los Humanos, en la opinión de Tchik); se limitó a devolverle sus cristales-de-colores y dejarle en el puerto donde habían recalado para las reparaciones, prohibiendo al nezumi volver u ordenaría que lo arrojaran al mar.

El chamán era un buen nadador, pero si pudiera llegar a Tres-Islas-que-son-Una a nado, sin duda hubiera optado por esa opción, habida cuenta de que su especie había aprendido hacía mucho a sólo lidiar con los Humanos lo mínimo imprescindible. ¡Aún así, Tchik agradecía la fe que ponía el no-tan-amable Capitán en sus habilidades!

Independientemente de aquello, el nezumi estaba en una situación bastante incómoda, de nuevo varado en otra isla llena de Humanos (algunos con Nombres bastante desagradables a su juicio) distinta a Tres-Islas-que-son-Una. Empezaba a cuestionar si de veras el Jefe estaba en lo cierto en cuanto al valor que los Humanos otorgaban a los cristales-de-colores.

- No, no tiene-tiene sentido pensar en cosas de Ayer.- se dijo, colocándose el sakkat en la cabeza por costumbre, sacando un puñado de frutos secos de su bolsillo para comer mientras caminaba.- Tchik tiene-tiene que encontrar pasaje a Tres-Islas-que-son-Una para encontrar la Vela-de-Sangre. ¡Es-es misión del Chamán!

Una cosa que había aprendido, era que el sitio donde uno encontraba Capitán (normalmente después de una pelea, en su experiencia) era la Cueva-Humana más ruidosa y apestosa que pudiera encontrar; empezó a seguir su nariz y no tardó en encontrarse en la puerta de uno de esos edificios.

- Correr-correr hacia Mañana. - se dijo, y el nezumi entró en la taberna.
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Mensaje por Zigrin 11/09/13, 01:16 am

- ¿Nadie?

La respuesta de la posada fue un bullicioso silencio. Todo el mundo hablaba ruidosamente con todo el mundo, y no parecía que nadie fuese a permear el ambiente general con juegos o dados. Tres marineros que, junto con el que se acababa de ir, habían estado a la mesa con ellos, ahora bebían animadamente en una mesa mientras se contaban algo divertido y reían a carcajadas. La figura que entró en la taberna pasó completamente desapercibida en ese momento. El enano se sentó de nuevo, dejándose caer de culo sobre la silla, que crujió con pena.

- Pos que os den por culo bien daos a tós - siguió. - Vamos, capitán, tu turno.

- Ea, ellos se lo perderán - el capitán alargó la mano en dirección al enano y agarró el cubilete, en el que metió los dados que había tirado el marinero. - Pero toavía somos bastantes pa jugar. Ir echando, furcias.

Cada uno de los presentes echó una moneda en el centro de la mesa. El capitán golpeó el cubilete con fuerza después de agitarlo y le echó un discreto vistazo.

- Venticinco.
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Mensaje por Tchik 12/09/13, 01:55 pm

El nezumi dejó ir un suspiro. Cuántos Humanos, todos juntos, apelotonados y rodeados del ruido de la conversación, por incomprensible que le resultara al Nezumi. Se sentía como en casa, en cualquiera de los Refugios de la Tribu; era reconfortante pensar que en algunos aspectos, los Humanos no eran tan incivilizados como con frecuencia le parecía a Tchik.

Si fuera Recordador tal vez no pensara lo mismo; pero sus anteriores problemas en este tipo de Cuevas-Humanas era algo que no estaba en su memoria inmediata.

Su preocupación inmediata era buscar un sitio en la curiosa tribu que estaba allí reunida. Casi todas las mesas estaban ocupadas y sin asientos libres. -¿Cómo podría-podría Tchik empezar-empezar a buscar-buscar un nuevo miembro de la tribu Capitán? - pensó para sus adentros rascándose la barbilla, mirando a su alrededor buscando un sitio donde sentarse.

-Pos que os den por culo bien daos a tós. Vamos, capitán, tu turno.

Las orejas ratoniles se erizaron en cuanto escuchó esa frase y se giró para buscar con la mirada la fuente. ¡Una mesa con asientos libres! ¡El chamán no podía creerse su suerte! Se sacó el sakkat y sin prestar atención al curioso silencio que empezó a llenar la taberna, ocupó un asiento en aquella mesa, justo al lado de un Humano pequeño. ¿O era esta vez sí una cría con más pelo que la media humana?¿Tal vez sus crías nacían cubiertas de pelo y lo iban perdiendo a la inversa que los Nezumi? ¡Tenía que recordar preguntar eso!

Miro a su alrededor en la mesa y estaba a punto de presentarse cuando recordó una curiosa tradición Humana. A los Humanos no les gustaba que la gente hablara sin permiso, y más de una vez, miembros de la Tribu habían enfadado a Humanos por eso. Criaturas irritables los Humanos.

Afortunadamente, ese Recuerdo seguía ahí. ¡Qué incómodo sería meter la pata tan pronto con el nuevo Capitán!

- Oh, ¡brillantes! - dijo sin poderse contener, mirando los botoncitos metáicos repartidos por la mesa, tomando uno y mirándolo con fascinación.
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Mensaje por Zigrin 16/09/13, 04:26 pm

El silencio en una taberna es como una explosión en mitad de la noche. Se transmite rápido, apaga las conversaciones a su paso; todo el mundo, que normalmente está intentando activamente hablar más alto que el de al lado, de pronto se calla para prestar atención a qué narices sea lo que ha callado a estos. En una taberna, el silencio es incertidumbre. Es una amenaza de violencia. La gente vuelve la cabeza y se pregunta si hay que golpear a algo.

Pero el silencio tiene serias dificultades para afectar a la gente que está haciendo mucho ruido, y en la mesa donde se jugaba a los dados había mucho ruido. El enano fue el primero que se fijó en el recién llegado, y frunció el ceño nada más hacerlo, movido por un instinto ancestral: "Ah", pensó, "Uno de esos pequeños mierdas que juegan a disputarle a los Clanes los túneles a cada paso". Pero el brazo se detuvo a medio camino del hacha: Que supiera, los hombres rata de los túneles, enemigos inmemoriales de su gente, hacían esfuerzos colosales para que los humanos no supieran de su existencia. Quien sabe, pues; a lo mejor no era uno de esos. Era difícil, de hecho, atraer más atención.

- Ostia, tú - dijo uno de los jugadores, borracho como un lémur, dándole un codazo al que tenía al lado. - Mira qué perro más raro.

Y por supuesto, revuelo. Uno no llega a una mesa de juego y coge las monedas sin armar revuelo. Unas cuantas manos empezaron a buscar torpemente las armas en sus cinturones, pero el enano fue más rápido que los demás: Alcanzando una daga larga, la clavó con bastante estruendo en la madera de la mesa, poniéndose de pie sobre la silla mientras lo hacía. Si había alguna parte de la taberna que no estaba todavía en silencio, ahora lo estaba.

- ¡Las manos quietas, bicho! - exclamó. - ¡Si quieres monedas, se juegan!
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Mensaje por Tchik 03/10/13, 08:52 am

- Oh, no no. Humanos son-son dados a confundir-confundirse con Tchik. - dijo sonriendo con candidez al hombre de la mesa, aunque la sonrisa desapareció por una mueca pensativa mientras se daba un toquecito en la barbilla.- Aunque normalmente Humanos confunden-confunden a Tchik con rata. No, Tchik no es-es rata, ni perro. Tchik es-es Nezumi. - Reprimió un estremecimiento pensando en los cánidos. Siempre tenían una mala reacción a los Nezumi, igual que los perros grandes con pezuñas que a los humanos les gustaba montar en lugar de usar sus piernas. -Humanos irritables hacen amigos irritables.- dedujo para sí, apartando el pensamiento tan rápido como vino.

¡Y qué irritables eran los Humanos! La violenta reacción del Humano pequeño sobresaltó a Tchik que ya andaba vagando en sus pensamientos admirando el brillo del botón metálico. ¡Qué estruendo para llamar la atención del Nezumi para invitarle a jugar! ¡Podía simplemente haberle hablado para invitarle! Por fortuna, el Nezumi había aprendido que esos pensamientos era mejor tenerlos en la cabeza que decirlos en voz alta. Los Humanos eran muy especiales con sus tradiciones y poco propensos a explicarlas con paciencia.

- ¡Brillante! ¡Qué hoja más hermosa! - dijo, dejando el botón metálico que ya casi había olvidado de vuelta en la mesa y tomando la daga entre sus manos tan rápido que parecía haberse desvanecido en el aire, admirando la hermosa manufactura del arma. - ¡Tchik hacía-hacía muchos ayeres que no veía-veía una daga con estas marcas!

Pero de inmediato se amonestó mentalmente. ¡Estaba ignorando tradiciones Humanas! Si seguía así, no iba a encontrar al Humano de la familia Capitán que se había acercado a buscar. Hizo girar con una velocidad pasmosa el cuchillo en la mano y con el mismo estruendo lo clavó en la mesa, entre el pequeño Humano y sí.

- ¡Tchik no es-es bicho! Pero tampoco tiene-tiene botoncitos-de-metal para jugar.-¿Adultos jugando? Los Humanos eran muy raros... O aquel pequeño de verdad era una cría- ¿Tchik puede-puede jugar con cristales-de-colores? - dijo sacando una de las pequeñas bolsas que escondía bajo el kimono, dejando caer sobre la mesa un par de cristales rojos como la sangre, otro azul como el océano y otro verde como la hierba en primavera, todos del tamaño de una falange de dedo meñique. La sonrisa de Tchik se fue haciendo más feliz cuando vio el brillo en los ojos de los Humanos de la mesa. -¡Al fin y al cabo, los Humanos no son tan distintos de Nezumi! ¡También miran cosas brillantes!- pensó alegre de que sus pequeñas faltas de etiqueta no fueran a estropear el encuentro.

¿Pero cómo iba a saber cuándo había jugado lo suficiente como para preguntar si el Humano Capitán le llevaría a Tres-Islas-que-Son-Una? La sonrisa del Nezumi se volvió un poco más preocupada. No quería ofender a un tercer Capitán...

- ¿Cómo se juega-juega?- preguntó inocentemente.
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Mensaje por Zigrin 12/10/13, 02:39 pm

Más que ignorar las tradiciones humanas, lo que estaba haciendo el perro, no, la rata - el nezumi, se acababa de llamar a sí mismo - era llamar la atención, muy vivamente, hacia su persona y hacia la mesa de juego.

Eso no era, per se, ignorar las tradiciones humanas. Ignorar las tradiciones humanas es lo que hacen, por ejemplo, los piratas; ricas tradiciones como pedir las cosas por favor y no cortarte la carótida después de que les hagas el citado favor (Que no han pedido). Los piratas son unos maestros en ello. El nezumi simplemente se estaba comportando como un niño de tres años, cosa que no tenía por qué ser enteramente culpa suya. El enano había visto más veces a criaturas que entraban en contacto por primera vez con las complejas normas sociales de la gentuza los humanos. Por eso, ignoró completamente el asunto del cuchillo.

¿Por qué sabía que era la primera vez que trataba con humanos? Bueno, está claro que cualquiera que entra en una taberna pirata y pone piedras preciosas encima de la mesa no conoce a los humanos.

Zigrin sí los conocía. El pastoso silencio y el comedido movimiento de manos muy lentas dirigiéndose a las empuñaduras de sus armas - de nuevo - eran casi una de las convenciones sociales que el recién llegado creía estar saltándose. El enano sabía que nadie se atrevía a atacar primero en estos momentos porque nadie había estado prestando atención a nada fuera de su vaso, de manera que unos no tenían muy claro lo que estaba pasando y otros no estaban seguros de si había más gente de su tripulación o de la de otro barco cerca. Sabía bien que solamente había una cosa capaz de contrarrestar el impulso de la codicia en estas circunstancias.

- Capitán - llamó la atención alzando su poderosa voz de bajo, sobresaltando al marino, que se volvió hacia él interrumpiendo parcialmente el clima general de "solo hace falta que alguien golpee primero". - Vamos a seguir jugando. Se lo que estáis tós pensando, y me vais a dejar que os diga lo que estáis tós intentando no pensar: Si a uno no le da miedo hacer lo que acaba de hacer este bicho, a lo mejor hay que tenerle miedo al bicho.

Bingo, algunas de las manos ya no tenían tanta prisa por llegar a las armas. El enano sonrió de medio lado.

- Amás - agregó rápido - pa quien no conozca la Ley de las Montañas le digo: Cuando un enano invita a jugar a alguien está obligao a asegurarse de que ese alguien juega. Y si se le quita algo tié que ser de manera justa. Así que no jodáis, cabrones. - se volvió hacia el nezumi. - Tú, siéntate y deja de manosear lo que no es tuyo. Darme los dados, que le explique como va esto.

Por supuesto, todo lo relativo a la Ley de las Montañas era mentira. Pero eso los humanos no tenían por qué saberlo. Ahora, que la rata lo supiera y decidiera decírselo al resto ya era otro asunto. Capaz le veía.
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