Cambio de domicilio

La claridad del día recién despertado la hizo abrir los ojos. Gradualmente fue tomando conciencia de la luz que se colaba por la ventana, del canto de un pájaro que tenía instalado su nido en un árbol cercano, del calor del cuerpo de su amado junto al suyo.

Sonrió al sentir su presencia y se acurrucó un poco más junto a él. Estar así, a su lado, sintiendo su calor, escuchando los latidos de su corazón, el compás de su respiración, era una bendición renovada cada amanecer.

Una bendición que creyó le sería arrebatada al poco tiempo de haberle sido concedida. Porque a la maravillosa noche del jardín de hielo y a los venturosos días posteriores, les siguió, demasiado pronto, un tiempo aciago.

Un tiempo breve pero tan lleno de miedo, angustia y dolor que le había dejado una huella indeleble en el alma. Una huella que la hacía estremecerse de horror cada vez que recordaba. Había estado tan cerca de perderlo… Sus ojos se oscurecían al pensar en eso.

La conciencia del peligro que los amenazaba constantemente, como fiera agazapada en su escondite dispuesta a saltar sobre su presa al menor descuido de ésta, le hacía dar gracias, cada amanecer, a aquellos dioses en los que no creía, por tenerlo aún a su lado. Por cada día juntos, por cada noche compartida.

Suspiró y se dio vuelta sobre un costado, irguiéndose sobre un codo para mirarlo. Su cabello de plata cubría como un manto de seda sus hombros y su espalda. Suponía que Akira estaba ya despierto. Solía despertar antes que ella. Se perdió unos momentos en la mirada de esos desiguales ojos azules que tanto la fascinaban, antes de sonreírle y besarlo.

- Buenos días, amor mío – susurró - ¿Cómo amaneciste?

Si, estaba despierto. Nunca había necesitado dormir demasiado, aunque últimamente lo hacía por el simple placer de descansar junto a su amada. No era raro que se despertara antes que ella, sin embargo, y hoy no era la excepción. Hacía ya una o dos horas que había abierto los ojos de par en par, ahogando una exclamación de horror con la almohada, debido a una recurrente pesadilla, en la que…

…

…no valía la pena pensar. Los sueños eran suficientes, no había motivo para ocupar su tiempo despierto en eso. Además, ni siquiera estaba seguro de poder considerarlo como una pesadilla…

“Déjalo”

Si, mejor dejarlo. La tranquila respiración de Lis, la suave caricia que le había dedicado, aun en sueños, al despertarse él tan de repente, su corazón latiendo tan cerca del suyo… no, un sueño no podía ser tan importante.

Así pues, se giró con cuidado para quedar boca arriba y poder abrazar a la semihada con un brazo, atrayéndola delicadamente hacía sí. Lis parecía estar acostumbrada a esto, pues no tardó en acomodarse contra él y usar su pecho como almohada… y todo esto sin despertarse. Que hermosa se veía, que bella sensación sentir su aliento sobre su pecho, su blanca cabellera sobre su brazo…

Normalmente le costaba mantenerse quieto, fuera cual fuera la situación. Sin embargo, durante las horas que compartía de ese modo con su amada, esas pacíficas mañanas en las cuales velaba por sus sueños, podía quedarse tan inmóvil como…

“Como una estatua de hielo” pensó con una sonrisa.

Lis se giró entonces, y él con ella. La besó suavemente en la espalda, sin poder contenerse… quizá eso la despertó. El semielfo sonrió, enternecido, al notar cómo su amada se acurrucaba más contra él, y correspondió al gesto abrazándola suavemente.

Cuando se levantó sobre su codo, con el sol haciendo brillar su cabello y con nada más que la sábana ocultando su desnudez… ¿pesadilla? ¿Cuál pesadilla? ¿Existía esa palabra?

-Buenos días cielo… amanecí a tu lado. -Le sonrió entonces, mientras le acomodaba un mechón de pelo detrás de la oreja. -Así que… perfectamente bien.

Se incorporó un poco para besarla con ternura, y sin separar sus labios de los de ella la abrazó para volver a recostarla. Así, inclinado sobre ella, se separó apenas lo justo y necesario para poder mirarla a los ojos.

-¿Qué tal dormiste tu?

- Dormí maravillosamente. Eres una almohada muy confortable – rió.

No podía dormir mal cuando lo hacía junto a él, acunada por su ternura, resguardada por su fuerza. Estando juntos, podía creer que toda la oscuridad, el miedo y el dolor quedaban fuera del pequeño cuarto que era su hogar.

Le acarició el cabello, jugueteando con los largos mechones color azabache. Le gustaba ver los reflejos azulados que aparecían en ellos cuando eran tocados por la luz.

- Me gusta como refulge tu cabello bajo la luz.

Suspiró con deleite, acomodándose entre sus brazos. Amaba esos minutos tranquilos del amanecer, cuando parecía que en el mundo sólo existían ellos. Un momento de pausa, luego del descanso nocturno, para saborear la dicha de estar vivos y juntos, antes de iniciar la jornada cotidiana.

Por ella se hubiera quedado siempre así. Solos los dos, lejos del mundo, olvidados de fatigas y trabajos. Pero era una quimera. Pertenecían al mundo y tenían obligaciones y deberes que habían aceptado y que eran parte de cada uno de ellos. Y el mundo no se detenía y los reclamaba.

Siempre le parecía demasiado pronto el momento en que debían responder a ese llamado. Pero justamente, debido al descanso y a esa pausa, se sentía con más fuerzas para enfrentar lo que el día deparara. Porque, tal como estaban los tiempos, un día sin incidentes ni preocupaciones, era como una gema rara, difícil de encontrar.

- Es hora de levantarnos ya ¿no crees? – comentó con acento remolón.

Le rodeó el cuello con los brazos y lo miró con picardía.

- Voy a soñar un baño exquisito. ¿Qué prefieres? ¿Dos tinas o una tina para dos?

-Gracias, intento mantenerme lo más blando posible para ti -sonrió, respondiendo a la broma y dedicándole una suave caricia a su cintura.

Esa clase de comentarios lograban hacerle olvidar que sus músculos estaban endurecidos por horas y horas de ejercicio, por la enorme cantidad de golpes recibidos. Lograba dejar de lado las múltiples cicatrices que cubrían su piel, algunas recientes, otras apenas visibles… recuerdos (por así decirlo) de su pasado aún olvidado.

Un placentero escalofrío recorrió su espalda al sentir los dedos de Lis sobre su cabello, normalmente atado o trenzado para que no le molestara durante sus peleas… las cuales se estaban haciendo bastante frecuentes últimamente. Que ahora estuviera suelto, recibiendo las atenciones de su amada, le hacía sentir agradecido por esos momentos de paz en los cuales no tenía que pensar en la practicidad necesaria para el combate.

Sonriendo ante el comentario de la semihada, estiró la mano para tomar un mechón de su blanca cabellera y hacerle cosquillas en la nariz con él.

-Pues el tuyo parece tener luz propia… -comentó en voz baja, embelesado, intentando mantener la quietud de la mañana el mayor tiempo posible.
Una quietud que acabaría pronto, pues ambos tenían cosas que hacer. Gente que contactar, lugares que revisar…

“Plantas que regar…”

El vivero. Hoy le tocaba ir al vivero del extraño anciano sin nombre… bueno, quizá pidiera salir antes, o algo por el estilo. Como fuera, ya se las arreglaría. Después de todo, su jefe era una persona extraña, pero comprensiva.

Daba igual, aún era temprano para pensar en eso.

-Si… -respondió simplemente, con tono ligeramente resignado aunque sin perder la sonrisa. Le devolvió entonces el abrazo con ternura, y la miró de manera igualmente pícara.

-¿Bañarme solo o dedicarle toda mi atención y mis cuidados a tan hermosa mujer…? -preguntó al aire, mientras miraba hacia el costado con una exagerada expresión de duda. -Creo que prefiero la tina para dos.

Una enorme sonrisa adornó su rostro ante la elección de él. Una tina para dos. Sería la más espléndida tina del mundo y el más deleitoso de lo baños.

- Tomaré una pequeña siesta – advirtió, recostándose mimosa sobre el pecho del semielfo. Tras darle un beso en el hombro, cerró los ojos y se durmió.

A poca distancia de la cama, por el lado en que estaba Akira, surgió una gran tina rectangular revestida de azulejos bellamente decorados. Llaves de bronce en forma de delfines dejaban caer el agua caliente. En un reborde, se alineaban frascos con jabones, champúes, sales de baño y perfumes, esponjas y cepillos. En un taburete, esponjosas toallas prolijamente dobladas esperaban el momento de ser usadas.

Soñó varios minutos, para asegurarse que la tina y los accesorios permanecieran el tiempo suficiente y abrió los ojos.

- El baño esta listo, milord- anunció sonriente.

Vestida tan sólo con su cabellera a modo de púdico velo, salió de la cama y se dirigió a la tina que había creado, moviéndose con gracia casi felina. El amor que sentía por Akira había despertado su latente sensualidad, su dormido erotismo. Estando con él, la seducción surgía espontánea, ajena a todo cálculo y premeditación, tan natural y tan inevitable como su propia respiración.

Ya en el agua, se recogió el cabello hasta formar un moño sobre su nuca y miró al semielfo, coqueta, seductora. Para ella, en esos momentos, las preocupaciones del mundo y todas las personas que lo habitaban, estaban en una dimensión muy, muy lejana. En aquel lugar, sólo había sitio para ellos dos.

- El agua está exquisita. ¿Vienes ya? – preguntó extendiendo sus brazos hacia él.

-Dulces sueños -le susurró al oído, a pesar de que ya había caído dormida.

Observó con una relajada sonrisa en el rostro como iban apareciendo las cosas que su amada soñaba. Y su sonrisa se hizo más amplia al distinguir, entre las botellas de perfume y sales de baño, una que le daría al agua un agradable aroma a violetas.

El agua…

Acarició distraídamente la espalda de su amada, mientras le daba vueltas en la cabeza a la idea que acababa de ocurrírsele. Y para cuando Lis despertó, minutos después, una pícara sonrisa adornaba el rostro del semielfo.

La recibió con un fugaz beso en los labios cuando regresó de su pequeña visita al mundo de los sueños. Y se quedó en la cama cuando ella se levantó, viéndola caminar hacia la bañera, contemplando sus medidos y a la vez espontáneos movimientos… deseando que un pequeño descuido de su amada le hiciera mover su cabellera lo suficiente como para ver la figura que tan bien conocía y que sin embargo jamás se cansaría de admirar.

Dejó escapar una risita entre divertida y resignada cuando por fin se recogió la blanca cabellera, pues era ahora el agua la que cubría su desnudez. Solo entonces se levantó de la cama, dejando que la sábana cayera a un lado. Caminó hacia Lis con tranquilidad, superada la timidez que esa misma escena le había producido en ocasiones anteriores, sin ser consciente (como nunca lo había sido) de su atractivo, de la sensualidad que era capaz de desprender.

-Cómo esperar… -respondió ante la invitación de la semihada.

Acomodándose el oscuro cabello detrás de la oreja, en un gesto tan galante como inconsciente, entró a la bañera y correspondió al abrazo con el que Lis lo había invitado. Acercó su rostro al de ella hasta que sus frentes se tocaron, y le sonrió con renovada picardía.

-¿Sabes? Se me ocurrió algo, mientras soñabas este exquisito baño para dos…

Observó con una sonrisa complacida como él dejaba la cama y avanzaba hacia la tina sin timidez alguna, pese a su desnudez. Esa timidez, que tanta veces la conmoviera y la confundiera, era una compañera cada vez menos frecuente del semielfo. En su intimidad, al menos.

Con ojos embobados, admiró las líneas de su vigoroso cuerpo y la seguridad de sus movimientos, mientras caminaba hacia ella. La cautivaba la mezcla de fuerza y delicadeza que eran parte de la esencia de su amado. ¿Tendría él una idea de lo atractivo, de lo seductor que era? ¿De cómo hacía que su pulso se acelerara y un cosquilleo recorriera su cuerpo con tan sólo una mirada o una sonrisa?

La visión de las cicatrices que surcaban su piel hizo que sus ojos se oscurecieran ligeramente. ¿Cuantas veces había intentado, vanamente, borrar aquellas huellas de viejas y nuevas heridas a fuerza de besos y caricias? Muchas. Y seguiría intentándolo, sin duda alguna. Era un cometido delicioso.

- Ya estás tardando mucho – reclamó, en un susurro, ante su respuesta a su invitación.

La sensualidad que exudaba por cada uno de los poros de Akira, la envolvió como el anticipo del abrazo de su amante, erizando los vellos de su nuca, acelerando el compás de su corazón.

Con un profundo suspiro se acomodó entre lo brazos del semielfo apenas éste entró en el agua y se quedó muy quieta, disfrutando de su calor, de su aroma, del tacto de su piel.

- ¿Se te ocurrió algo? ¿qué cosa es? – preguntó intrigada, los claros ojos brillando de curiosidad ante la picardía de su sonrisa y de su mirada.

Recorrió bajo el agua las líneas del cuerpo de la semihada, invadido de repente por el sencillo deseo de consentirla. Guardó silencio unos momentos sin perder la pícara, casi juguetona sonrisa que adornaba su rostro, dejando que la curiosidad la picara un poco más, mientras subía y bajaba por su espalda rozándola con la punta de los dedos.

Luego, mientras que con una mano masajeaba suavemente el cuello y los hombros de Lis, estiró la otra para tomar la botella que había visto antes. Aún en silencio, vació parte del contenido en la tina y la dejó a un lado. Comenzó a mover el dedo en círculos sobre la superficie del agua, y sólo entonces habló.

-Pues… uno a veces no se da cuenta de las cosas más obvias -comentó en voz baja, mientras mezclaba el perfume de violetas en el agua, la cual iba siguiendo los acompasados movimientos de su mano. -Y hay algo de lo más obvio en esta agradable situación… -el perfumado líquido iba girando ahora alrededor de ellos, saltando sin salpicar, creando más y más espuma -y ese algo -la suave corriente fue cambiando, dirigiéndose ahora hacia el cuerpo de Lis en lo que Akira consideraba que debía ser un agradable masaje, una relajante caricia -es que estamos en el agua.

Ya establecida la correntada, tan solo debía mantener un mínimo de concentración en ella para que siguiera así. No era necesario el movimiento de su mano, la cual por fin pudo llevar al rostro de la hermosa mujer que descansaba ahora en el abrazo de su elemento.

Entonces, tomándola delicadamente de la barbilla y estrechándola por la cintura con su mano libre, levantó con suavidad su rostro para besarla profunda y apasionadamente en los labios.

El agua estaba cálida, pero un escalofrío la recorrió de pies a cabeza cuando las manos de su amado recorrieron su cuerpo. La intensa sensación casi la hizo olvidar la curiosidad que sentía. Casi, porque su pícara sonrisa y el misterio que se empeñaba en mantener le añadían sabor a la situación.

Pensaba ya en atormentarlo con cosquillas para que le confesara sus ocultos propósitos cuando él comenzó a hablar. Disfrutando del masaje en su cuello y en sus brazos, escuchó sus palabras y siguió el movimiento de su mano libre con atención, expectante, como un niño que se apresta a desenvolver un regalo largamente esperado, brillándole los ojos.

Encantada, vio como una perfumada espuma se creaba bajo el movimiento de la mano del semielfo y pronto, muy pronto, se vio abrazada por las corrientes de agua que él había creado. Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro al sentir la líquida caricia. Era una sensación deliciosa.

Pero nada, nada, se comparaba a los abrazos y caricias del hombre que amaba. Suspirando, sintió que la abrazaba y posaba sus labios en los suyos. Respondió al beso con pasión y ternura, rodeándolo con sus brazos y sus piernas, en un abrazo pleno.

Reclinó la cabeza en su hombro por un momento, cuando el beso hubo terminado, mecida por las corrientes de agua, envuelta por los brazos de su amor. En momentos así, junto a él, podía creer que existía el paraíso.

Sintiendo la necesidad de corresponder al regalo que él le había hecho, irguió un poco la cabeza y aproximando los labios a su oído, susurró con dulzura una canción de amor Todo lo que hago, lo hago por ti.

Su cantar era tan delicado, tan melodioso, que no necesitaba música que lo acompañara. El sonido del agua, sus corazones latiendo cada vez con más fuerza, su respiración y sus suspiros entrecortados… eso era más que suficiente.

Quizás Lis no lo supiera, pero su voz también podía hacerlo soñar. Sueños del día, fantasías que nacían de sus recuerdos juntos y que cambiaban para acompasarse a la dulce melodía entonada por su amada.

¿Cómo no se le había ocurrido hacer algo así en el jardín? El hielo y el agua caliente no se llevan bien, pero algo se le hubiera ocurrido… Al igual que los sueños, lo bello de las fantasías es que no tienen porqué tener sentido. Guiado por la voz de la semihada, correspondiendo el abrazo con el que ella lo envolvía, mantuvo apenas la concentración necesaria para no interrumpir su canto con un dulce beso en los labios.

Cuando la canción terminó, el semielfo se permitió unos segundos más de fantasía antes de volver hermosa realidad que vivía junto a ella. Sólo entonces se separó unos centímetros de su amada para mirarla a los ojos y articular con los labios un “te amo” sin llegar a pronunciar las palabras. En algún momento (Akira sospechó entonces que pudo haber sido durante el estribillo) había cubierto la tina con una cúpula de agua perfumada, reflejando su deseo de aislarse del mundo, de crear un refugio para ambos, aunque fuera a durar tan solo unos minutos.

…Minutos que bien podían convertirse en horas, si se dejaban llevar hasta perder la noción del tiempo como tantas otras veces lo habían hecho. ¿Y porqué no? Aquel era su momento, su lugar.

El beso que ahora le daba a su amada, las caricias que le prodigaba, fueron pasando de la dulzura en la que el canto lo había sumido a la fogosa pasión que Lis tan bien sabía despertar en él. Una pasión que ya no era refrenada por la timidez o por los nervios que una vez sintiera al estar con ella, una pasión que sabía llevar, transmitir, corresponder…

Tras las puertas del hogar que hacía tan poco compartían, ocultos tras la cortina de agua, el mundo y sus problemas parecían algo muy, muy lejano…

En una burbuja. Física y emocionalmente, así se encontraban. Una burbuja hecha de agua y amor; un mundo sólo para ellos.

La cálida corriente de agua que la envolvía intensificaba las placenteras sensaciones que las manos y los labios de Akira le provocaban al recorrer cada rincón de su cuerpo. Se encontraba en un estado de receptividad máxima, cada roce la hacía vibrar. Y anhelar brindar tanto goce como el que estaba sintiendo. No hubo centímetro del cuerpo del semielfo que quedara huérfano de sus besos y sus caricias. Disfrutó del cuerpo de su amado como del más exquisito de los frutos, regodeándose en su aroma, en el dibujo y consistencia de sus músculos, en la textura y el sabor de su piel.

Era una fiesta de los sentidos, cuya música estaba constituida por el loco latir de sus corazones, sus jadeos, sus gemidos, sus suspiros y el suave burbujeo del agua que los acunaba.

Hicieron el amor libremente, sin trabas de ninguna especie, con exaltada pasión y profunda ternura, descubriéndose el uno al otro como si fuera la primera vez, olvidados del tiempo y del mundo. Alimentaron mutuamente su ardor en un juego sensual y lujurioso que fue subiendo de intensidad hasta llegar a la cúspide cuando él entró en ella, consumando nuevamente su unión.

Gimió y se estrechó con fuerza a Akira al alcanzar el clímax, reposando luego lánguidamente entre sus brazos, con la cabeza apoyada en su hombro, felizmente cansada. Se quedó así unos momentos, sin hablar, con los ojo cerrados, mientras los latidos de su corazón y su respiración se serenaban.

- Nunca había sido tan feliz como ahora contigo. A veces tengo temor de despertar y darme cuenta de que todo no ha sido más que un maravilloso sueño – susurró, con la cabeza aún reclinada y sin abrir los ojos.

¿Resistencia? ¿Toque de queda? ¿Qué era eso?

El mundo y sus problemas eran cosas lejanas e intangibles cuando estaba con Lis. Le era físicamente imposible recordar su trabajo cuando acariciaba aquella piel, no podía preocuparse por los soldados de Zergould cuando el aroma de Lis lo extasiaba hasta casi olvidar su nombre…

“…de nuevo.”

Apenas si podía pensar con claridad… ¿Y para qué querría hacer tal cosa? El amor no se piensa, se siente... Y el sexo con el ser amado es algo que simplemente se vive. Desde los castos besos con los que había empezado hasta las atrevidas caricias que había aprendido a brindarle, desde las tiernas miradas hasta los fogosos movimientos de su cuerpo, todo era instinto.

Amor, pasión… el fuego que ardía en su interior, con el que derretía el hielo de los ojos de su amada y caldeaba el agua con la que la abrazaba… todo, todo era instinto. Abría su mente, la acallaba y le dejaba disfrutarlo en el plácido silencio que cubría, como un compasivo velo, los sonidos de la guerra que tendría que salir a luchar… luego.

Llegó al clímax al mismo tiempo que su amada, entrelazando su voz con la de ella durante un momento de dulce tensión y abrazándola después, sintiendo como se relajaba por completo entre sus brazos. Un suave suspiro escapó de entre sus labios, acomodados en una agotada sonrisa de plenitud, y depositó un igualmente agotado beso en el plateado cabello de Lis.

-Tú eres la experta en sueños, cielo… Pero si estamos soñando, le pido a la Luna que no despertemos nunca. -Casi no oye su propia voz por encima de los alocados latidos de su corazón, los cuales lentamente iban recuperando su ritmo habitual.

No, por maravillosos que fueran esos momentos, más allá del descanso que significaba estar con ella de esa forma (“De cualquier forma”) lo que los esperaba al atravesar la puerta demostraba claramente que la vida no era el dulce sueño de nadie. Y con ese pensamiento fue que dejó que la burbuja, con la que había escudado a su amada y a él mismo de la realidad, se disolviera lentamente, con reticencia a volver al mundo verdadero.

Pero el agua seguía tibia, y sus brazos aun no querían responderle del todo. Tan bien estaban alrededor del talle de la semihada… ¿para qué moverlos?

-¿Crees que sea hora de vestirnos, cielo? -preguntó, sin moverse más que para cerrar los ojos y atraer a Lis más contra sí. Después de todo, para eso siempre tendría fuerzas.