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Ex Catedra [+18]
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Ex Catedra [+18]
[F.D.I.: No querría empezar sin decir un par de cosas, la primera de ellas que, en efecto, éste tema está terminado desde que empieza, porque fue posteado en su totalidad en RdC. Sin embargo ponerlo es una obligación para que puedan entenderse algunos temas posteriores, "La visita" y "Creer en el Infierno". Lo colgaré poco a poco porque tengo que arreglar el formato. La segunda advertencia es que se va a tratar de un tema que, aunque no vaya a tener escenas explícitamente sangrientas ni sexuales, va a ser muy duro, por lo cual recomiendo leerlo con madurez y a sabiendas de lo que nos vamos a encontrar.
Una cosa más: Marcaré los posts que haya tenido que cortar a causa del sistema de foroactivo, ya que el relato está hecho para darle una gran importancia a los cortes entre mensaje y mensaje. Gracias y siento extenderme.]
Los sótanos de la Fortaleza eran una miríada desordenada y laberíntica de túneles y pasadizos de piedra.
A lo largo de la construcción del edificio, aquellas catacumbas se habían ido ampliando progresivamente. Muchas zonas habían dejado de usarse, otras habían pasado a tener propósitos muy diferentes de los que originalmente eran los suyos. A través del tiempo, las catacumbas habían acabado albergando secretos. Algunos mejor guardados que otros. Algunos ni siquiera guardados en absoluto.
Uno de los lugares más relativamente fáciles de acceder en aquel laberinto era una pequeña serie de salas que se extendían a lo largo de un pasillo. Cuando uno entraba desde las galerías, a través de una puerta de madera reforzada con metal, lo primero que veia ante sí era media docena de puertas a cada lado de un largo pasillo enlosado. Aquellas puertas conducían a pequeños habitáculos lóbregos y húmedos, cada uno de ellos provistos de un alto y pequeño ventanuco a través del que se colaba la exigua luz. En tiempos de Elithird, debieron ser calabozos.
Era una función que seguían cumpliendo, pero habían cambiado mucho. El último de los Siete Pecados - la mujer a la que llamaban Nadyssra y que se hacía pasar por su propia sirviente, sin que nadie pudiera identificar realmente al Pecado - le había dado al sitio un toque sutil pero contundente. Normalmente, los calabozos son un lugar en el que poner a alguien, para que pase de forma intencionalmente incómoda una temporada. Elithird, al parecer no muy amigo de las privaciones, había hecho aquellos calabozos un lugar donde se podía estar; no eran cómodos, no eran agradables, pero tampoco eran lo contrario. Con una serie de pequeños cambios, como sustituír las puertas de madera por gruesos enrejados metálicos, deshacerse de las camas, dejando en su lugar el frío suelo y un montón bastante reducido de paja seca, o la incorporación de grilletes a la estructura, aquellos calabozos se habían convertido en mazmorras.
Algunas personas ya las habían saboreado.
De hecho, todavía había una persona que languidecía en el fondo de una de las celdas, un hombre ya entrado en la madurez cuyo aspecto físico era terrible, deplorable. Se acurrucaba en un rincón de su celda, huyendo de la luz y reaccionando al sonido de los pasos que se acercaban con un lloriqueo cargado de temor mientras se echaba las manos a la cabeza. Pero el dueño de los pasos ni siquiera le prestaba atención.
No le daba miedo la persona. Aunque, por supuesto, en los pocos instantes en los que vio su silueta alta y encapuchada, recortada contra el brillo exiguo y anaranjado del fuego de una antorcha, tembló de pies a cabeza y sus lloriqueos se hicieron todavía más amargos. Pero más que la persona, el objeto de su miedo era la cámara. La cámara que podía verse desde el pasillo de las mazmorras, la puerta que estaba directamente enfrente de la que se usaba para entrar al pequeño recinto, al final del corredor, al otro lado de una puerta metálica oxidada cuyo chirrido era como el grito de un animal, molesto, clavándose en los oídos hasta que hacía que dolieran.
Al otro lado, aquella sala cavernosa y prácticamente vacía.
Pero, si se lo hubieras preguntado al hombre que gimoteaba en su celda, o a cualquiera de las personas que la habían visitado alguna vez, aquella sala prácticamente vacía era un pasadizo al mismo Infierno. Tras cerrarse la puerta, el crujido de los huesos de unos finos nudillos resonó como si alguien hubiera disparado un cañón.
La cámara tenía una acústica impresionante, reforzada por el vacío de su interior, que hacía que cada sonido encontrase reverberancia en forma de eco. Una serie de hendiduras inteligentemente practicadas en el muro que separaba la cámara de las mazmorras hacía que hasta el más mínimo de los susurros se escuchase perfectamente en todas y cada una de las celdas de afuera. No era algo tan natural como parecía, y había, por supuesto, algo de magia en el efecto. Pero era escalofriante.
La elfa guardó algún rato de silencio después de estirar los dedos y hacer lo propio con los codos, que también emitieron un sonoro crujido. En la cámara, aparte de ella, había otroas dos personas.
A la primera de ellas le lanzó una mirada muy larga, inquisitiva, una mirada de examen. Recorrió cada milímetro de su cuerpo, como si quisiera aprendérselo. En sus ojos... falso era decir que no había un deje de lascivia, pero lo que más brillaba en ellos era una profunda y sombría malicia. Igual que ella, era una elfa. Sus pies descalzos tiritaban en contacto con el charquito de agua helada que se le colaba entre los dedos; sus tobillos estaban firmemente sujetos por sendos grilletes, a su vez unidos éstos a la fría losa del suelo. Estaba casi de puntillas porque los otros grilletes, que le apresaban las muñecas, nacían de la pared y doblaban en una argolla para tirar de ella hacia el techo, de un modo que, además de separarle los brazos, hacía que apenas llegase al suelo. La elfa - una expresión que debemos desterrar aquí de éste relato al haber dos personas en él que se correspondían con aquella descripción - tenía la piel pálida, los ojos cerrados, la cabeza gacha. era hermosa, como lo suelen ser los elfos, proporcionada y esbelta, su cuerpo apenas cubierto por una especie de túnica de un tejido basto e incómodo que le dejaba brazos y piernas al descubierto. En la breve mirada que le lanzó a la recién llegada, ésta pudo ver que tenía los ojos de color gris, a juego con sus cabellos blancos como la nieve, que le caían sueltos como una cascada hasta la media espalda.
- ¿Cómo está nuestra invitada? - le dijo la elfa pelirroja a la tercera figura de la sala, la discreta efigie de un hombre alto y delgado, pero fuerte, que se cubría con una túnica casi por completo. - ¿Está todo... a su gusto?
- Completamente, señora. Se ha dispuesto todo tal y como lo pedísteis.
- Gracias, Vithail. No sé qué haría sin tí.
La figura no contestó, pero no hacía falta. Desde que servía a aquella peculiar mujer, a aquella elfa pelirroja de ojos carmesíes en los que relucía la llama de la crueldad y la malicia más profundamente arraigadas, había aprendido que cuando le agradecía algo no era por emplear una fórmula de cortesía, y por tanto daba igual si le contestaba con una como "De nada" o "Es un placer serviros", pues no estaba poniendo a prueba sus modales. En cierto modo, aquella sombría mujer era horriblemente sincera. Simplemente practicó una leve inclinación de cabeza.
- ¿Preferís que os deje a solas?
- No particularmente - respondió la pelirroja mientras se acercaba unos cuantos pasos hasta quedar junto a ellos. - Si tienes algo que hacer, puedes irte. Si prefieres ver...
- Me quedaré un rato - dijo el hombre. - Intentaré no estorbar.
- Eres un cielo.
La mujer le sonrió, mientras él daba un paso atrás y se fundía con las sombras que inundaban la sala hasta que casi parecía no haber estado nunca allí. Entre el hatajo de desgraciados y malnacidos que componían el ejército de Zergould, era todo un privilegio el haber encontrado a un hombre de confianza como era Théorn Vithail; serio, discreto, diligente, silencioso, leal. Yshara le tenía un gran aprecio, aunque jamás se lo había dicho en voz alta. A cambio, Vithail también tenía a su señora en alta estima. En cualquier caso, fue como si desapareciera; y en apenas unos instantes, no era difícil creer que las dos elfas estaban a solas en la habitación.
- Eres una chica muy guapa - dijo la pelirroja, acercándose a ella hasta tenerla casi al lado. - ¿Cómo te llamas?
No hubo respuesta, pero lo cierto es que tampoco pareció esperar que la hubiera. Había empezado a quitarse la oscura capa que cubría su figura, sujeta a su cuello mediante un broche ingeniosamente situado. Extrajo de la tela la larga aguja metálica, y la prenda cedió revelando su cuerpo. No era menos atractiva que la muchacha que tenía enfrente, si bien la suya era una belleza algo más... salvaje. Había algo en ella que gritaba peligro, pero resultaba difícil concretar qué. Su piel era muy morena, más de lo que era normal entre los elfos, y estaba cubierta de toda una suerte de tatuajes y símbolos que no parecían simples adornos.
No vestía más que una especie de body - si había que ponerle un nombre a aquella prenda - de color negro, que le vestía el torso. Si la prenda estaba hecha con un objetivo en mente, ése era la comodidad. Aunque muchas personas - especialmente humanos - lo habrían considerado simple impudicia, lo cierto es que el motivo de que ése fuese su atuendo no era ni mucho menos lo revelador o incitante que resultase, sino lo práctico de su forma. Primero, no le estorbaba para nada en absoluto, al ser como una segunda piel, y segundo, no había un punto de la ropa por el que alguien pudiera haberla agarrado. Incluso, por hoy, había prescindido del peto metálico que solía llevar en torno a la caja torácica. Su escaso atuendo lo completaban unas botas que terminaban por debajo de sus rodillas, y un guante de tela basta con remaches de cuero, sin dedos, en la mano derecha. En la izquierda...
Tal vez fue la visión del objeto lo que hizo que la chica abriera los ojos con un quejido. Eso... y lo que encontró al mirar de pronto en dirección al rostro de la mujer, aunque primero se posaron sus ojos sobre su brazo izquierdo. Desde el codo hasta los dedos, lo protegía un brazalete metálico, que refulgía a la luz de la pequeña antorcha que había abandonado, al entrar, en un soporte colocado en uno de los muros de la sala. Tal vez por ser elfa, la cautiva supo con la primera mirada que el metal que formaba ése brazalete era plata de luna, plata élfica como la llamaban los humanos. Era un trabajo increíble; una serie de placas bruñidas en el antebrazo protegían éste como si fueran un pequeño escudo, y las coronaba en la mano un guante perfectamente articulado de metal, en el que cada uno de los dedos acababa en una larga y delgada garra estremecedoramente afilada.
Y si aquel arma ya de por sí resultaba impresionante, era imposible no preguntarse qué fue lo que vio la elfa de pelo plateado en el rostro de la pelirroja, para que su visión le resultase todavía más sorprendente.
- «Ésas marcas» - comenzó a decir, en perfecto élfico. - «E-eres...»
Tragó saliva. La interfecta dejó de quitarse la capa por un segundo para mirarla a los ojos, que vibraban como si lo que no había dicho fuese algo que le inspiraba cierto miedo. La sonrisa de la pelirroja era casi invitadora, sus ojos le decían: "¿Qué?, dime. ¿Qué soy?"
- «Na'kari» - dijo con voz trémula. - «Asesina de elfos. Vendida de demonios.»
Lo que pasó justo a continuación seguramente la Na'kari en cuestión no se lo esperaba. La chica de pelo plateado le lanzó un sonoro escupitajo en la cara, que la pelirroja no acertó a esquivar. Cerró los ojos justo a tiempo para que la saliva no se le metiese dentro del izquierdo, y se quedó quieta un momento, con la cabeza ladeada, mientras la cautiva seguía hablando con la voz ahora teñida de un impresionante desprecio.
- «Traidora de tu Sangre.» - gruñó. - «Puta de los Infiernos.»
Los ojos de la pelirroja se encontraron otra vez con los suyos.
Aunque tenía la cara manchada de saliva, su mirada no fue menos imponente. Ni siquiera fue una mirada de odio, ni siquiera una mirada de asco o de un desprecio contrario al suyo. Nada salvo aquel brillo malsano de sus iris, que valió para que la joven - pues era una elfa joven - comenzase a tiritar de nuevo.
La pelirroja miró al broche que tenía en la mano durante un segundo.
- ¿Me sostienes ésto? - preguntó sin mirarla.
En ése momento Vithail dio un paso adelante, tal vez porque pensó que hablaba con él. Pero enseguida se hizo patente que no era así: La Na'kari levantó la mano tan rápido que casi no hubo tiempo de verla. Apenas se escuchó un gemido, y la aguja desapareció. Ya con la mano derecha libre, la pelirroja utilizó su capa para limpiarse del rostro el salivajo, tras lo cual dobló cuidadosamente la tela, y la depositó a unos pasos de distancia, sobre una pequeña mesilla de madera que era casi el único mueble que había en la estancia. Luego, se volvió para mirarla.
Lo hizo largamente mientras, con toda parsimonia, se quitaba cada una de las cuchillas de su brazalete, desmontándolas dedo a dedo y después el soporte que mantenía todos los dedos unidos dentro del guante. Era un mecanismo bastante complejo, pero también bastante ingenioso. La chica gimoteó débilmente una o dos veces en el minuto largo que tardó en liberar su mano, hasta que por fin volvio a ponerse junto a ella y estiró la diestra para ponerla sobre el broche.
- Gracias - dijo.
Retorció el asidero bruscamente antes de proceder a sacarlo de golpe.
La chica bufó entre dientes, y un diminuto hilillo de sangre le resbaló a través del muslo. Le temblaban las rodillas cuando la mujer cogió un pellizco del grueso jubón que la cubría para limpiar los restos de sangre que habían quedado sobre la aguja, que antes se había llevado a los labios. Normalmente, la pelirroja no lo hacía, lo consideraba antihigiénico; pero es que normalmente sus víctimas eran humanos. Y la Na'kari pensaba en los humanos más o menos de la misma forma en que éstos piensan en las ratas. Pero la sangre de elfo era limpia y dulce. Le gustaba.
Dejó el broche sobre la mesilla.
[- Continúa el mismo mensaje -]
Una cosa más: Marcaré los posts que haya tenido que cortar a causa del sistema de foroactivo, ya que el relato está hecho para darle una gran importancia a los cortes entre mensaje y mensaje. Gracias y siento extenderme.]
#1
Los sótanos de la Fortaleza eran una miríada desordenada y laberíntica de túneles y pasadizos de piedra.
A lo largo de la construcción del edificio, aquellas catacumbas se habían ido ampliando progresivamente. Muchas zonas habían dejado de usarse, otras habían pasado a tener propósitos muy diferentes de los que originalmente eran los suyos. A través del tiempo, las catacumbas habían acabado albergando secretos. Algunos mejor guardados que otros. Algunos ni siquiera guardados en absoluto.
Uno de los lugares más relativamente fáciles de acceder en aquel laberinto era una pequeña serie de salas que se extendían a lo largo de un pasillo. Cuando uno entraba desde las galerías, a través de una puerta de madera reforzada con metal, lo primero que veia ante sí era media docena de puertas a cada lado de un largo pasillo enlosado. Aquellas puertas conducían a pequeños habitáculos lóbregos y húmedos, cada uno de ellos provistos de un alto y pequeño ventanuco a través del que se colaba la exigua luz. En tiempos de Elithird, debieron ser calabozos.
Era una función que seguían cumpliendo, pero habían cambiado mucho. El último de los Siete Pecados - la mujer a la que llamaban Nadyssra y que se hacía pasar por su propia sirviente, sin que nadie pudiera identificar realmente al Pecado - le había dado al sitio un toque sutil pero contundente. Normalmente, los calabozos son un lugar en el que poner a alguien, para que pase de forma intencionalmente incómoda una temporada. Elithird, al parecer no muy amigo de las privaciones, había hecho aquellos calabozos un lugar donde se podía estar; no eran cómodos, no eran agradables, pero tampoco eran lo contrario. Con una serie de pequeños cambios, como sustituír las puertas de madera por gruesos enrejados metálicos, deshacerse de las camas, dejando en su lugar el frío suelo y un montón bastante reducido de paja seca, o la incorporación de grilletes a la estructura, aquellos calabozos se habían convertido en mazmorras.
Algunas personas ya las habían saboreado.
De hecho, todavía había una persona que languidecía en el fondo de una de las celdas, un hombre ya entrado en la madurez cuyo aspecto físico era terrible, deplorable. Se acurrucaba en un rincón de su celda, huyendo de la luz y reaccionando al sonido de los pasos que se acercaban con un lloriqueo cargado de temor mientras se echaba las manos a la cabeza. Pero el dueño de los pasos ni siquiera le prestaba atención.
No le daba miedo la persona. Aunque, por supuesto, en los pocos instantes en los que vio su silueta alta y encapuchada, recortada contra el brillo exiguo y anaranjado del fuego de una antorcha, tembló de pies a cabeza y sus lloriqueos se hicieron todavía más amargos. Pero más que la persona, el objeto de su miedo era la cámara. La cámara que podía verse desde el pasillo de las mazmorras, la puerta que estaba directamente enfrente de la que se usaba para entrar al pequeño recinto, al final del corredor, al otro lado de una puerta metálica oxidada cuyo chirrido era como el grito de un animal, molesto, clavándose en los oídos hasta que hacía que dolieran.
Al otro lado, aquella sala cavernosa y prácticamente vacía.
Pero, si se lo hubieras preguntado al hombre que gimoteaba en su celda, o a cualquiera de las personas que la habían visitado alguna vez, aquella sala prácticamente vacía era un pasadizo al mismo Infierno. Tras cerrarse la puerta, el crujido de los huesos de unos finos nudillos resonó como si alguien hubiera disparado un cañón.
La cámara tenía una acústica impresionante, reforzada por el vacío de su interior, que hacía que cada sonido encontrase reverberancia en forma de eco. Una serie de hendiduras inteligentemente practicadas en el muro que separaba la cámara de las mazmorras hacía que hasta el más mínimo de los susurros se escuchase perfectamente en todas y cada una de las celdas de afuera. No era algo tan natural como parecía, y había, por supuesto, algo de magia en el efecto. Pero era escalofriante.
La elfa guardó algún rato de silencio después de estirar los dedos y hacer lo propio con los codos, que también emitieron un sonoro crujido. En la cámara, aparte de ella, había otroas dos personas.
A la primera de ellas le lanzó una mirada muy larga, inquisitiva, una mirada de examen. Recorrió cada milímetro de su cuerpo, como si quisiera aprendérselo. En sus ojos... falso era decir que no había un deje de lascivia, pero lo que más brillaba en ellos era una profunda y sombría malicia. Igual que ella, era una elfa. Sus pies descalzos tiritaban en contacto con el charquito de agua helada que se le colaba entre los dedos; sus tobillos estaban firmemente sujetos por sendos grilletes, a su vez unidos éstos a la fría losa del suelo. Estaba casi de puntillas porque los otros grilletes, que le apresaban las muñecas, nacían de la pared y doblaban en una argolla para tirar de ella hacia el techo, de un modo que, además de separarle los brazos, hacía que apenas llegase al suelo. La elfa - una expresión que debemos desterrar aquí de éste relato al haber dos personas en él que se correspondían con aquella descripción - tenía la piel pálida, los ojos cerrados, la cabeza gacha. era hermosa, como lo suelen ser los elfos, proporcionada y esbelta, su cuerpo apenas cubierto por una especie de túnica de un tejido basto e incómodo que le dejaba brazos y piernas al descubierto. En la breve mirada que le lanzó a la recién llegada, ésta pudo ver que tenía los ojos de color gris, a juego con sus cabellos blancos como la nieve, que le caían sueltos como una cascada hasta la media espalda.
- ¿Cómo está nuestra invitada? - le dijo la elfa pelirroja a la tercera figura de la sala, la discreta efigie de un hombre alto y delgado, pero fuerte, que se cubría con una túnica casi por completo. - ¿Está todo... a su gusto?
- Completamente, señora. Se ha dispuesto todo tal y como lo pedísteis.
- Gracias, Vithail. No sé qué haría sin tí.
La figura no contestó, pero no hacía falta. Desde que servía a aquella peculiar mujer, a aquella elfa pelirroja de ojos carmesíes en los que relucía la llama de la crueldad y la malicia más profundamente arraigadas, había aprendido que cuando le agradecía algo no era por emplear una fórmula de cortesía, y por tanto daba igual si le contestaba con una como "De nada" o "Es un placer serviros", pues no estaba poniendo a prueba sus modales. En cierto modo, aquella sombría mujer era horriblemente sincera. Simplemente practicó una leve inclinación de cabeza.
- ¿Preferís que os deje a solas?
- No particularmente - respondió la pelirroja mientras se acercaba unos cuantos pasos hasta quedar junto a ellos. - Si tienes algo que hacer, puedes irte. Si prefieres ver...
- Me quedaré un rato - dijo el hombre. - Intentaré no estorbar.
- Eres un cielo.
La mujer le sonrió, mientras él daba un paso atrás y se fundía con las sombras que inundaban la sala hasta que casi parecía no haber estado nunca allí. Entre el hatajo de desgraciados y malnacidos que componían el ejército de Zergould, era todo un privilegio el haber encontrado a un hombre de confianza como era Théorn Vithail; serio, discreto, diligente, silencioso, leal. Yshara le tenía un gran aprecio, aunque jamás se lo había dicho en voz alta. A cambio, Vithail también tenía a su señora en alta estima. En cualquier caso, fue como si desapareciera; y en apenas unos instantes, no era difícil creer que las dos elfas estaban a solas en la habitación.
- Eres una chica muy guapa - dijo la pelirroja, acercándose a ella hasta tenerla casi al lado. - ¿Cómo te llamas?
No hubo respuesta, pero lo cierto es que tampoco pareció esperar que la hubiera. Había empezado a quitarse la oscura capa que cubría su figura, sujeta a su cuello mediante un broche ingeniosamente situado. Extrajo de la tela la larga aguja metálica, y la prenda cedió revelando su cuerpo. No era menos atractiva que la muchacha que tenía enfrente, si bien la suya era una belleza algo más... salvaje. Había algo en ella que gritaba peligro, pero resultaba difícil concretar qué. Su piel era muy morena, más de lo que era normal entre los elfos, y estaba cubierta de toda una suerte de tatuajes y símbolos que no parecían simples adornos.
No vestía más que una especie de body - si había que ponerle un nombre a aquella prenda - de color negro, que le vestía el torso. Si la prenda estaba hecha con un objetivo en mente, ése era la comodidad. Aunque muchas personas - especialmente humanos - lo habrían considerado simple impudicia, lo cierto es que el motivo de que ése fuese su atuendo no era ni mucho menos lo revelador o incitante que resultase, sino lo práctico de su forma. Primero, no le estorbaba para nada en absoluto, al ser como una segunda piel, y segundo, no había un punto de la ropa por el que alguien pudiera haberla agarrado. Incluso, por hoy, había prescindido del peto metálico que solía llevar en torno a la caja torácica. Su escaso atuendo lo completaban unas botas que terminaban por debajo de sus rodillas, y un guante de tela basta con remaches de cuero, sin dedos, en la mano derecha. En la izquierda...
Tal vez fue la visión del objeto lo que hizo que la chica abriera los ojos con un quejido. Eso... y lo que encontró al mirar de pronto en dirección al rostro de la mujer, aunque primero se posaron sus ojos sobre su brazo izquierdo. Desde el codo hasta los dedos, lo protegía un brazalete metálico, que refulgía a la luz de la pequeña antorcha que había abandonado, al entrar, en un soporte colocado en uno de los muros de la sala. Tal vez por ser elfa, la cautiva supo con la primera mirada que el metal que formaba ése brazalete era plata de luna, plata élfica como la llamaban los humanos. Era un trabajo increíble; una serie de placas bruñidas en el antebrazo protegían éste como si fueran un pequeño escudo, y las coronaba en la mano un guante perfectamente articulado de metal, en el que cada uno de los dedos acababa en una larga y delgada garra estremecedoramente afilada.
Y si aquel arma ya de por sí resultaba impresionante, era imposible no preguntarse qué fue lo que vio la elfa de pelo plateado en el rostro de la pelirroja, para que su visión le resultase todavía más sorprendente.
- «Ésas marcas» - comenzó a decir, en perfecto élfico. - «E-eres...»
Tragó saliva. La interfecta dejó de quitarse la capa por un segundo para mirarla a los ojos, que vibraban como si lo que no había dicho fuese algo que le inspiraba cierto miedo. La sonrisa de la pelirroja era casi invitadora, sus ojos le decían: "¿Qué?, dime. ¿Qué soy?"
- «Na'kari» - dijo con voz trémula. - «Asesina de elfos. Vendida de demonios.»
Lo que pasó justo a continuación seguramente la Na'kari en cuestión no se lo esperaba. La chica de pelo plateado le lanzó un sonoro escupitajo en la cara, que la pelirroja no acertó a esquivar. Cerró los ojos justo a tiempo para que la saliva no se le metiese dentro del izquierdo, y se quedó quieta un momento, con la cabeza ladeada, mientras la cautiva seguía hablando con la voz ahora teñida de un impresionante desprecio.
- «Traidora de tu Sangre.» - gruñó. - «Puta de los Infiernos.»
Los ojos de la pelirroja se encontraron otra vez con los suyos.
Aunque tenía la cara manchada de saliva, su mirada no fue menos imponente. Ni siquiera fue una mirada de odio, ni siquiera una mirada de asco o de un desprecio contrario al suyo. Nada salvo aquel brillo malsano de sus iris, que valió para que la joven - pues era una elfa joven - comenzase a tiritar de nuevo.
La pelirroja miró al broche que tenía en la mano durante un segundo.
- ¿Me sostienes ésto? - preguntó sin mirarla.
En ése momento Vithail dio un paso adelante, tal vez porque pensó que hablaba con él. Pero enseguida se hizo patente que no era así: La Na'kari levantó la mano tan rápido que casi no hubo tiempo de verla. Apenas se escuchó un gemido, y la aguja desapareció. Ya con la mano derecha libre, la pelirroja utilizó su capa para limpiarse del rostro el salivajo, tras lo cual dobló cuidadosamente la tela, y la depositó a unos pasos de distancia, sobre una pequeña mesilla de madera que era casi el único mueble que había en la estancia. Luego, se volvió para mirarla.
Lo hizo largamente mientras, con toda parsimonia, se quitaba cada una de las cuchillas de su brazalete, desmontándolas dedo a dedo y después el soporte que mantenía todos los dedos unidos dentro del guante. Era un mecanismo bastante complejo, pero también bastante ingenioso. La chica gimoteó débilmente una o dos veces en el minuto largo que tardó en liberar su mano, hasta que por fin volvio a ponerse junto a ella y estiró la diestra para ponerla sobre el broche.
- Gracias - dijo.
Retorció el asidero bruscamente antes de proceder a sacarlo de golpe.
La chica bufó entre dientes, y un diminuto hilillo de sangre le resbaló a través del muslo. Le temblaban las rodillas cuando la mujer cogió un pellizco del grueso jubón que la cubría para limpiar los restos de sangre que habían quedado sobre la aguja, que antes se había llevado a los labios. Normalmente, la pelirroja no lo hacía, lo consideraba antihigiénico; pero es que normalmente sus víctimas eran humanos. Y la Na'kari pensaba en los humanos más o menos de la misma forma en que éstos piensan en las ratas. Pero la sangre de elfo era limpia y dulce. Le gustaba.
Dejó el broche sobre la mesilla.
[- Continúa el mismo mensaje -]
Última edición por Yshara el 24/08/09, 05:26 am, editado 1 vez
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Ex Catedra [+18]
- «Me llamo Canción-del-Caos» - dijo, en élfico, aunque su acento era distinto del de ella. "Canción del Caos" se pronunciaba algo así como is-cha-rah, algo que con su acento quedaba en i-sha-ra. - «Yshara Nadyssra. ¿Puedo saber tu nombre?»
La chica le dirigió una sonrisa torcida, burlona, ligeramente deformada por el dolor que todavía sentía a causa del pinchazo, pero no por ello menos desafiante.
- «Bonito nombre para una zorra» - bufó entre dientes, sin perder la sonrisa. - «Entonces... yo soy... Nadhara.»
Yshara sonrió, sombría.
- «Nazhara» - repitió. - «Muy... graciosa.»
Nadhara - convertido en Nazhara por el acento de Yshara - era un retruécano, una burla. Básicamente era la misma conjunción de palabras élficas que había usado la pelirroja como nombre, pero cambiando una palabra. Nadhara, entonces, significaba algo así como el antónimo de Yshara, [i]"Canción de Orden". La pelirroja se acarició los labios.
- «Creo que te llamaré simplemente "Canción"» - dijo.
... y de nuevo, el nombre tenía sus connotaciones. Para no extendernos, dejémoslo en que la palabra que Yshara usó para darle nombre significaba tanto 'canción' como la persona que emite la canción, y entre los elfos era usada de forma despectiva para referirse a los seres humanos, que eran como una canción, intensa pero breve, y tan frágil que una nota fuera de lugar puede distorsionar su esencia.
Se hizo un breve silencio entre ellas. Pese al tono despectivo, aparentemente Canción aceptó su nuevo nombre sin rechistar. De nuevo desafiante, fue ella la que reanudó la conversación cuando se hubo cansado de la mirada de la pelirroja.
- «Y dime, is-shar-rah» - dijo. - «¿Qué piensas hacer conmigo?»
Yshara ni siquiera pareció escucharla.
- Hmmm - masculló la pelirroja.
La estaba mirando de nuevo, con aquel descaro que brillaba en sus ojos en los que parecían mezclarse a partes iguales la malicia y la lascivia. Más que observada, la cautiva se sintió humillada por los ojos de su captora. El color ya se le había subido a las mejillas, y la altivez con la que todavía se atrevía a tratar a aquel monstruo tatuado no era reflejo de lo que sentía por dentro. El corazón le latía con fuerza, y temía la respuesta. Pero Yshara se limitó a dar una vuelta en torno a ella, observándola con fijeza desde todos los ángulos.
Tardó casi dos minutos enteros en responderle. Lo hizo cuando estaba a su espalda, acercándose a ella hasta que pudo sentirla pegada a su cuerpo, sus labios junto a la oreja. El susurro que fue su contestación le hizo sentir un escalofrío, que la sacudió de pies a cabeza.
- «Si te lo dijera» - siseó - «perdería gran parte de su gracia.»
- «¿Y por qué no...?»
Un grito involuntario cortó la frase.
El dolor no fue tan intenso, pero la pilló por sorpresa. Unamos ésto a la sensibilidad natural que tenía la zona que Yshara eligió para dar el pellizco - la fina y esbelta oreja, en cuyo extremo había un finísimo y casi imperceptible vello que era casi un órgano sensorial más - y no resulta tan difícil entender que perdiera súbitamente la concentración.
- «Además» - siguió diciendo la elfa pelirroja, sin apartarse de su lado - «Se da la circunstancia, y harás bien en tenerlo presente, de que las preguntas las hago yo».
Se apartó.
Canción siseó entre dientes cuando las afiladas uñas de la otra elfa le soltaron la oreja. Pudo notar perfectamente como una diminuta gota de sangre se le deslizaba a través del lóbulo. Curiosamente, mientras las uñas de la mano derecha de Yshara no eran demasiado largas, las de la mano izquierda eran tan puntiagudas como las garras de su brazalete. Nunca había sentido la necesidad de llevarlas cortas. Cuando te acostumbras a vivir con una garra de plata en la mano izquierda, tus uñas dejan de molestarte.
- Por el momento - siguió Yshara, volviendo a emplear el idioma humano, que hablaba de forma más fluída que el elfo sin que ésto de pie a pensar que no hablaba bien éste segundo - Lo que tengo en mente ahora mismo es... que nos divirtamos.
Hizo sonar, deliberdamente, un cacharro de metal justo donde Canción no podía verlo. No obstante, la elfa de pelo plateado adivinó de inmediato que había una mesa tras ella. No podía verla, y en ella seguramente había algo que no le iba a gustar nada. Decir que se le aceleró el corazón sería falso, porque ya lo tenía a mil por hora, pero sí diremos que por un momento contuvo el aliento. Hubo un chirrido muy desagradable de madera contra piedra, súbito y tan fuerte que le hizo entrecerrar los ojos y doblar las orejas contra el cráneo. Su captora había empujado la mesa para apartarla, arrastrándola. Una fugaz mirada hacia atrás y hacia la derecha le reveló que lo que había sobre ella era...
- Seguramente sea mucho más divertido para mí que para tí - dijo Yshara interponiéndose en su campo visual mientras volvía a ponerse delante de ella, llevando una especie de pértiga. - Pero te sorprendería saber cuántos elfos son receptivos a éste tipo de diversiones.
Mientras hablaba, dejó la pértiga metálica - que tenía tres patas abajo - de pie, a la izquierda de la prisionera, y se llevó las manos a la cintura para desabrochar el cinturón que llevaba.
No había traído su espada, pero aun así la colección de armas que pendían del cinto de cuero no era desdeñable. Al menos había cinco puñales, y Canción no era tan necia como para no darse cuenta, a través de las formas que tenían las vainas, de que no eran armas normales. La distinta hechura pero la inconfundible hermosura de la manufactura élfica eran testigos mudos de que probablemente cuatro de las dagas hubieran sido fabricadas por la misma elfa pelirroja, que colgó con cierta parsimonia el cinturón en un pequeño garfio de la pértiga de metal. Le dio un escalofrío porque supo a ciencia cierta que la pértiga - la percha, más bien - estaba ahí para ésa función específica. Para que la Na'kari tuviera sus cuchillos a mano.
Por último, se desabrochó una correa que llevaba en el torso, y que habría sido invisible de haber llevado puesto su peto, como era costumbre. La correa sostenía en su sitio la hombrera metálica que le protegía el brazo izquierdo, el del brazalete, y además - ahora se daba cuenta de ello - era el soporte en el que, a su espalda, estaba la vaina de un arma que le hizo sentir un escalofrío. Ignoraba el nombre que le daba la pelirroja, Colmillo de Lobo, y saberlo seguramente habría valido para enervarla más aún; era una daga, como las demás, pero pronunciadamente curva y con una hoja que llegaba sin problemas a los cincuenta centímetros. La siniestra elfa dejó la hombrera sobre la otra mesa, la pequeña, junto con los dedos de su brazalete, pero se llevó consigo a Colmillo de Lobo, desenvainándola mientras se aproximaba a Canción.
La hoja dió un par de vueltas en su mano, reflejando la luz de la antorcha y Canción se dio cuenta de que su captora le prestaba más atención al arma que a ella misma. Pareció admirar el reflejo de la mortecina luz sobre su superficie, y cuando finalmente alzó los ojos para posarlos sobre los suyos, se llevó la hoja a los labios, mojando de saliva una parte de la curvatura externa del filo. Daba miedo verlo. Estaba afilado hasta lo enfermizo, como los dedos del brazalete, y le dio un escalofrío.
- «No entiendo qué puedes querer de mí» - casi gimió Canción, nerviosa. - «Por favor, is-sha-ra, no te he hecho nada. Te diré lo que quieras saber. No me hagas daño.»
Yshara la miró con atención mientras hacía girar la hoja en horizonal sobre su mano. No se le pasó que la mirada de la chica oscilaba entre la hoja de la daga y el brillo de sus ojos. Su sonrisa era tenue, pero conseguía su propósito; la muchacha tenía miedo. Lo habría tenido aunque aún no hubiese habido sangre de por medio. Cierto que le escocía el pinchazo del broche, en un lugar tan delicado como había sido, pero era algo menor que se ahogaba frente al miedo que sentía.
Gimió, cerrando los ojos.
La chica le dirigió una sonrisa torcida, burlona, ligeramente deformada por el dolor que todavía sentía a causa del pinchazo, pero no por ello menos desafiante.
- «Bonito nombre para una zorra» - bufó entre dientes, sin perder la sonrisa. - «Entonces... yo soy... Nadhara.»
Yshara sonrió, sombría.
- «Nazhara» - repitió. - «Muy... graciosa.»
Nadhara - convertido en Nazhara por el acento de Yshara - era un retruécano, una burla. Básicamente era la misma conjunción de palabras élficas que había usado la pelirroja como nombre, pero cambiando una palabra. Nadhara, entonces, significaba algo así como el antónimo de Yshara, [i]"Canción de Orden". La pelirroja se acarició los labios.
- «Creo que te llamaré simplemente "Canción"» - dijo.
... y de nuevo, el nombre tenía sus connotaciones. Para no extendernos, dejémoslo en que la palabra que Yshara usó para darle nombre significaba tanto 'canción' como la persona que emite la canción, y entre los elfos era usada de forma despectiva para referirse a los seres humanos, que eran como una canción, intensa pero breve, y tan frágil que una nota fuera de lugar puede distorsionar su esencia.
Se hizo un breve silencio entre ellas. Pese al tono despectivo, aparentemente Canción aceptó su nuevo nombre sin rechistar. De nuevo desafiante, fue ella la que reanudó la conversación cuando se hubo cansado de la mirada de la pelirroja.
- «Y dime, is-shar-rah» - dijo. - «¿Qué piensas hacer conmigo?»
Yshara ni siquiera pareció escucharla.
- Hmmm - masculló la pelirroja.
La estaba mirando de nuevo, con aquel descaro que brillaba en sus ojos en los que parecían mezclarse a partes iguales la malicia y la lascivia. Más que observada, la cautiva se sintió humillada por los ojos de su captora. El color ya se le había subido a las mejillas, y la altivez con la que todavía se atrevía a tratar a aquel monstruo tatuado no era reflejo de lo que sentía por dentro. El corazón le latía con fuerza, y temía la respuesta. Pero Yshara se limitó a dar una vuelta en torno a ella, observándola con fijeza desde todos los ángulos.
Tardó casi dos minutos enteros en responderle. Lo hizo cuando estaba a su espalda, acercándose a ella hasta que pudo sentirla pegada a su cuerpo, sus labios junto a la oreja. El susurro que fue su contestación le hizo sentir un escalofrío, que la sacudió de pies a cabeza.
- «Si te lo dijera» - siseó - «perdería gran parte de su gracia.»
- «¿Y por qué no...?»
Un grito involuntario cortó la frase.
El dolor no fue tan intenso, pero la pilló por sorpresa. Unamos ésto a la sensibilidad natural que tenía la zona que Yshara eligió para dar el pellizco - la fina y esbelta oreja, en cuyo extremo había un finísimo y casi imperceptible vello que era casi un órgano sensorial más - y no resulta tan difícil entender que perdiera súbitamente la concentración.
- «Además» - siguió diciendo la elfa pelirroja, sin apartarse de su lado - «Se da la circunstancia, y harás bien en tenerlo presente, de que las preguntas las hago yo».
Se apartó.
Canción siseó entre dientes cuando las afiladas uñas de la otra elfa le soltaron la oreja. Pudo notar perfectamente como una diminuta gota de sangre se le deslizaba a través del lóbulo. Curiosamente, mientras las uñas de la mano derecha de Yshara no eran demasiado largas, las de la mano izquierda eran tan puntiagudas como las garras de su brazalete. Nunca había sentido la necesidad de llevarlas cortas. Cuando te acostumbras a vivir con una garra de plata en la mano izquierda, tus uñas dejan de molestarte.
- Por el momento - siguió Yshara, volviendo a emplear el idioma humano, que hablaba de forma más fluída que el elfo sin que ésto de pie a pensar que no hablaba bien éste segundo - Lo que tengo en mente ahora mismo es... que nos divirtamos.
Hizo sonar, deliberdamente, un cacharro de metal justo donde Canción no podía verlo. No obstante, la elfa de pelo plateado adivinó de inmediato que había una mesa tras ella. No podía verla, y en ella seguramente había algo que no le iba a gustar nada. Decir que se le aceleró el corazón sería falso, porque ya lo tenía a mil por hora, pero sí diremos que por un momento contuvo el aliento. Hubo un chirrido muy desagradable de madera contra piedra, súbito y tan fuerte que le hizo entrecerrar los ojos y doblar las orejas contra el cráneo. Su captora había empujado la mesa para apartarla, arrastrándola. Una fugaz mirada hacia atrás y hacia la derecha le reveló que lo que había sobre ella era...
- Seguramente sea mucho más divertido para mí que para tí - dijo Yshara interponiéndose en su campo visual mientras volvía a ponerse delante de ella, llevando una especie de pértiga. - Pero te sorprendería saber cuántos elfos son receptivos a éste tipo de diversiones.
Mientras hablaba, dejó la pértiga metálica - que tenía tres patas abajo - de pie, a la izquierda de la prisionera, y se llevó las manos a la cintura para desabrochar el cinturón que llevaba.
No había traído su espada, pero aun así la colección de armas que pendían del cinto de cuero no era desdeñable. Al menos había cinco puñales, y Canción no era tan necia como para no darse cuenta, a través de las formas que tenían las vainas, de que no eran armas normales. La distinta hechura pero la inconfundible hermosura de la manufactura élfica eran testigos mudos de que probablemente cuatro de las dagas hubieran sido fabricadas por la misma elfa pelirroja, que colgó con cierta parsimonia el cinturón en un pequeño garfio de la pértiga de metal. Le dio un escalofrío porque supo a ciencia cierta que la pértiga - la percha, más bien - estaba ahí para ésa función específica. Para que la Na'kari tuviera sus cuchillos a mano.
Por último, se desabrochó una correa que llevaba en el torso, y que habría sido invisible de haber llevado puesto su peto, como era costumbre. La correa sostenía en su sitio la hombrera metálica que le protegía el brazo izquierdo, el del brazalete, y además - ahora se daba cuenta de ello - era el soporte en el que, a su espalda, estaba la vaina de un arma que le hizo sentir un escalofrío. Ignoraba el nombre que le daba la pelirroja, Colmillo de Lobo, y saberlo seguramente habría valido para enervarla más aún; era una daga, como las demás, pero pronunciadamente curva y con una hoja que llegaba sin problemas a los cincuenta centímetros. La siniestra elfa dejó la hombrera sobre la otra mesa, la pequeña, junto con los dedos de su brazalete, pero se llevó consigo a Colmillo de Lobo, desenvainándola mientras se aproximaba a Canción.
La hoja dió un par de vueltas en su mano, reflejando la luz de la antorcha y Canción se dio cuenta de que su captora le prestaba más atención al arma que a ella misma. Pareció admirar el reflejo de la mortecina luz sobre su superficie, y cuando finalmente alzó los ojos para posarlos sobre los suyos, se llevó la hoja a los labios, mojando de saliva una parte de la curvatura externa del filo. Daba miedo verlo. Estaba afilado hasta lo enfermizo, como los dedos del brazalete, y le dio un escalofrío.
- «No entiendo qué puedes querer de mí» - casi gimió Canción, nerviosa. - «Por favor, is-sha-ra, no te he hecho nada. Te diré lo que quieras saber. No me hagas daño.»
Yshara la miró con atención mientras hacía girar la hoja en horizonal sobre su mano. No se le pasó que la mirada de la chica oscilaba entre la hoja de la daga y el brillo de sus ojos. Su sonrisa era tenue, pero conseguía su propósito; la muchacha tenía miedo. Lo habría tenido aunque aún no hubiese habido sangre de por medio. Cierto que le escocía el pinchazo del broche, en un lugar tan delicado como había sido, pero era algo menor que se ahogaba frente al miedo que sentía.
Gimió, cerrando los ojos.
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Ex Catedra [+18]
#2
Si le hubiese dado un corte con aquella daga, seguramente no habría sentido nada.
No era un instrumento de tortura. Era una daga de batalla, un arma hecha para penetrar el cuero y la cota de mallas, para llegar al hueso y producir daños fatales. De haberle cortado con ella, no lo habría sentido hasta que fuera tarde. Pero atacarle con ella no era lo que Yshara pretendía.
La hoja no se deslizó sobre su piel como Canción esperaba, sino sobre el jubón que la cubría; si bien la forma en que cedió la tela le hizo estremecerse ante la idea de cómo cedería la carne. La cortó en vertical, desde abajo hasta arriba, haciendo una mínima presión con la hoja, y después cortó un poco más para que la prenda cayese al suelo. Debajo de ella, Canción estaba desnuda a excepción de los paños menores. El hilo de sangre que ya se secaba en su muslo contrastaba de forma vívida con la blancura inmaculada de su piel.
- Realmente eres una chica muy hermosa - dijo la pelirroja mientras envainaba la daga.
No resultó tranquilizador que lo hiciera. A Canción no le cupo la menor duda de que aquella hoja no había terminado su función. Sin embargo, su captora la dejó a un lado momentáneamente, colgándola de otro de los ganchos de la percha mediante una argolla metálica asida al cuero de la vaina. Ya con las manos libres, sin apartarse de ella, le puso los dedos de la mano derecha sobre el abdomen, cerca del ombligo, y Canción sintió un escalofrío.
Que aquello iba a tener algo de sexual no era difícil de imaginar, como tampoco lo era la idea de que a la otra elfa le iba a gustar.
- No me cabe la menor duda de que me dirías lo que quisiera saber - susurró muy despacio, mientras se desplazaba lentamente en torno a ella, los dedos siguiendo su movimiento sin separarse de su abdomen, desplazando una curva en torno a su vientre. - Con un poco de tiempo, lo harías aunque no estuvieras tan predispuesta a hacerlo. Pero ahora mismo lo que quiero de tí no son palabras.
Según había ido girando en torno a ella, había quedado justo a su espalda. Los dedos de su mano izquierda acariciaban la línea de su columna vertebral, desde la parte más baja de la espalda hasta la zona entre los omóplatos. La chica se sacudió de forma incómoda, sintiendo un profundo escalofrío; por extraño que pareciera, el toque de la elfa le hacía cosquillas, pero al sacudirse dejó de sentirlas.
Habiendo apartado la mano, Yshara se alejó un paso, en dirección a la mesa. Canción escuchó un sonido como de madera, y a punto estaba de girar la cabeza para ver qué estaba haciendo su captora cuando el chasquido resonó por toda la sala y las mazmorras de fuera, donde fué recibido con un lloriqueo por parte del anciano que se acurrucaba en su celda. Gritó, no lo pudo evitar, y el hombre se llevó las manos a la cabeza por instinto nada más escuchar el gemido de dolor y de sorpresa de Canción de Orden.
- Lo que quiero de tí - dijo Yshara, haciendo girar la delgada vara de madera en sus manos - son gritos.
Una lágrima se le escapó a Canción por la mejilla. Las piernas casi le fallaron por un instante, y se agarró a las cadenas que le sostenían las manos para evitar que el hierro le hiciese polvo las muñecas. Afortunadamente, no podía ver la rojiza marca que el palo había dejado en su piel a la altura de la parte superior de las nalgas, pero no era difícil imaginarse que la tenía. El dolor, el escozor, era enorme.
- «¿Por qué...?» - preguntó, con los ojos cerrados.
Yshara se desplazó, detrás de ella, con parsimonia. La pregunta no le tomó por sorpresa. La mayoría de la gente se preguntaba por qué. La verdad es que era una pregunta bastante frecuente, no era para nada un símbolo de debilidad como se podría pensar. Preguntar el por qué del dolor no era el principio de la doblegación, aunque implicaba una cierta predisposición. Yshara no creía que aquella muchacha tuviese mucha tolerancia, a pesar de parecer una guerrera. El "Por qué" es sólo debido a que la gente, incluso los elfos, a menudo necesitan saber cuál es el motivo del dolor, creer que lo hay. Yshara saboreó la pregunta antes de ofrecer una respuesta.
- Has cometido un error - dijo simplemente.
Canción abrió los ojos para seguirla con la mirada. En su mente se agolparon un montón de pensamientos; de pronto tuvo la idea de que tal vez conocía a ésa mujer de antes, que le había hecho algo pero no se acordaba. Pero eran pensamientos erráticos, dominados por encima de todo por la sensación de dolor y la de humillación.
- «¿Un error?» - gimió, apenada, sin entender. - «Jamás he oído hablar de tí ni te he visto. No se qué te he hecho, pero no ha podido ser aaaAAAHH!!»
De nuevo la pilló por sorpresa.
El golpe fue dirigido más o menos al mismo lugar, si bien en distinto ángulo, pero ésta vez el restallido de la madera contra la piel fue tan sonoro que casi ahogó el grito. Canción volvió a agarrarse a las cadenas con las manos, fuerte, sintiendo que las piernas no la sujetaban. Apretó los dientes con fuerza, sorbiendo ruidosamente por la nariz, y se sacudió como para quitarse de encima el dolor que le recorrió el cuerpo. De nuevo, escuchó el ruido de la vara cortando el aire al girar rápidamente entre las manos de la pelirroja.
- No, no me conoces - dijo. - Tu error no es una afrenta pasada. Tu error es asumir que hay un motivo para ésto.
La chica se volvió con un gruñido de sorpresa mezclado con sobresalto y una deliciosa pizca de desesperación, sólo para encontrar la siniestra sonrisa de Yshara. Buscó sus ojos, encontró en ellos solo la promesa de más dolor, aquella llama fría y desapasionada de crueldad. En cambio, en los suyos... Yshara encontró justo lo que buscaba. Incredulidad, incomprensión, las primeras grietas en su corazón.
Era mentira, por supuesto. Había un motivo muy claro, un propósito, pero la peliblanca no lo sabía. Y pensar que todo ésto era pura malicia aleatoria, diversión, como quisiera llamarlo, alimentaba ésa sensación de impotencia, ésa desesperación ciega que se la acabaría por comer. Era su arma. Blandiéndola, podía llegarle hasta el alma. Canción comenzaba a plantearse algunas cosas, pero no era el momento de que empezase a hacerse preguntas.
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Ex Catedra [+18]
#3
Yshara tamborileaba con los dedos sobre la madera del taburete.
Tenía los antebrazos apoyados sobre las rodillas, y la ténue luz de la antorcha volvía su piel anaranjada, haciéndola brillar al reflejarse en el sudor que la cubría. Los rojos cabellos, recogidos en una larguísima trenza que le llegaba por debajo de la cintura, le caían ahora por encima del hombro, balanceándose como un péndulo en la oscuridad, al ritmo de su respiración desigual. El cuarto estaba en silencio, pero lleno de ruidos: El gorgoteo incesante del agua que, en algún lugar de la sala, había encontrado el camino para penetrar desde fuera; el crepitar de la antorcha, el chillido breve y agudo de una rata que se asomaba entre las sombras de vez en cuando y se retiraba cuando la elfa le devolvía la mirada a sus ojillos rojos. Se escuchaba el balanceo de las cadenas, que chirriaban suavemente contra los grilletes y las argollas que las mantenían en el techo, en tensión.
Todos ésos sonidos eran un aderezo, un rumor de fondo que no llegaba a interferir en lo que para un observador externo habría sido el espeso silencio de la cámara. Ninguno de ésos sonidos atraía en lo más mínimo el interés de la pelirroja, pero sin embargo, escuchaba atentamente esa cacofonía de pequeñas melodías bajo el umbral del espeso silencio, cautivada sobre todo por el suave lloriqueo de la chica.
Muy suave, muy poco, pero lloriqueaba. No lo podía evitar, por mucho que lo intentara. Todos los torturados, al menos cuando tienen un mínimo de fuerza de voluntad, pasan por una etapa en la que desean callar y ser fuertes, simplemente para no darle a su torturador la satisfacción de oír sus gritos. Por supuesto, la gente que opina que ésta situación puede sobrellevarse con estoicismo hasta el final... nunca ha sido torturada hasta tal extremo. Al final, el dolor físico y el mental se conjuran para hacer que la fuerza de voluntad se extinga. Ella todavía no lo había comprendido, pero lo comprendería.
Había pasado algo más de una hora. Pero ése era un dato irrelevante entre ésas cuatro paredes a las que no llegaba ni el sol ni la sombra. Desde luego - guiada por una especie de morbo personal - Yshara seguía escrupulosamente la cuenta del tiempo que empleaba para cada prisionero, encontrando satisfacción no cuando el tiempo era más corto, sino cuanto más conseguía prolongar la agonía de uno. Pero éso lo hacía comparando la posición del Sol o de las estrellas cuando entraba, con la que mantenían cuando salía. Dentro de la celda, el tiempo no existía. Dentro de la celda, aquel su feudo personal, el tiempo, por ahora, se medía en golpes. Habían pasado, pues, guiándonos por la ley de aquella particular diosa del tiempo que dictaba las leyes por las que éste se regía en sus dominios, sesenta y nueve golpes.
Y si: Eso significaba que la visión del cuerpo de Canción era impactante. Yshara había distribuido meticulosamente los golpes en pequeñas tandas de doce, siempre castigando un lugar en concreto, para luego pasar a otro, de forma esmerada. No dejaba pasar un minuto sin un golpe, y no se permitía a sí misma dar más de dos en el mismo minuto. El proceso era lento, pero el dolor se magnificaba, y la mente estaba demasiado anonadada como para comprender que había un sistema. Los primeros doce golpes, como parecía obvio, fueron simples azotes en el trasero, no tan dirigidos a causar dolor como a sentar la base de humillación que tendría que acompañarla durante todo el castigo. Las otras tandas habían ido respectivamente al vientre, a los muslos, a la media espalda, a la parte superior de los pechos y, por último, a los omóplatos, donde todavía le quedaban golpes por dar.
En las zonas mencionadas de su cuerpo, la piel estaba devastada. Por supuesto, Yshara estaba poniendo muchísimo cuidado en no hacerle heridas que fuesen a dejar cicatrices demasiado feas, porque después de todo tenía planes para ella, incluso si no se lo había dicho. Pero aun y asi, presentaba fuertes contusiones, surcos enrojecidos y cubiertos de pequeñas ampollas, amoratados en el centro, ennegrecidos y a veces adornados por pequeños desgarros a través de los que sangraba de forma demasiado miserable como para que Nadyssra se preocupase todavía por su integridad física. Y es cierto que el castigo había sido predominantemente físico, pero no obstante, su mente también había sufrido una parte de la tortura.
Yshara solía decir que toda tortura que se precie de serlo tiene que tener... un componente sexual.
¿Por qué...? Visto desde una perspectiva psicológica, uno podía pensar que la raíz de aquel comportamiento era una necesidad por parte de la pelirroja de buscar dolor. Dolor como fuente y meta de la vida, no solo como fuente de excitación sexual, sino también como una forma de realizarse. No en vano, y por poner un ejemplo, habría costado mucho encontrar a un hombre que pudiera relatar cómo era Yshara en su ámbito más íntimo. Y ésto no se debía a que la elfa se abstuviera de relacionarse, ni - como alguno podría pensar - a una cuestión de homosexualidad. Se debía a que, para ella, el dolor formaba parte del placer; pero no el suyo, sino el ajeno. A Yshara muy pocas veces le sobrevivía su pareja, especialmente si era del sexo masculino.
Pero, aunque ella disfrutara con la mezcla del dolor y la sexualidad, la excitación no era el objetivo que perseguía en aquellos momentos. De acuerdo, tal vez una parte del trasfondo de aquella situación era un cruel juego erótico; pero la naturaleza de aquella atrocidad, de su idea de que la tortura debe ser en parte sexual, no era esa. La idea subyacente - que seguramente Yshara no se habría avergonzado de admitir que había nacido sin duda en alguna cama - era que la gente normal sentía aversión hacia el sexo.
"Aversión"... Tal vez fuera una palabra que necesitase matices, pero si, aversión. Tanto los hombres (aunque menos) como las mujeres, cuando son educados en una sociedad en la que hay una religión primaria, enraizada en la cultura, aprendían pronto que el sexo era un tabú. Muchas religiones llegan enseguida a ése razonamiento; ¿Por qué?, por la simple idea de que el instinto sexual es peligroso para la continuidad de un culto. En cualquier caso, muchos hombres y mujeres, humanos en su mayoría, estaban acostumbrados a crecer en un mundo en el que la sexualidad era un pecado; en el que criaturas como Yshara - que gustaban de infligir dolor, de matar a su compañero de cópula, que se metían en la cama sin importarles el sexo de quien estaba al otro lado de las sábanas - eran desviados, pecadores, simples engendros despreciables, abandonados a sus depravadas perversiones sexuales.
Pero, en cierto modo, es algo natural. Seguramente más de uno se habrá sorprendido a sí mismo aplicando ésos mismos términos a la pelirroja. No hay que avergonzarse de éso; después de todo, forma parte de la educación que se desprende de nuestra cultura, y aunque a veces está soterrado, casi siempre está presente.
Ésa era la base que tenía su modus operandi: Empleaba ésa debilidad contra ellos mismos, atacándoles a través de la sexualidad, haciendo que ésta estuviera implícita en la tortura para que el dolor causase un daño colateral, una vergüenza profunda que la elfa podía moderlar hasta que casi acababa conduciendo a la enajenación, que sondeaba los límites de la locura. Volviendo a examinar ahora lo que había hecho Yshara, uno podría entender el patrón por el que había elegido los lugares donde golpear.
Primero, un lugar como las nalgas, con una más que evidente connotación sexual y de castigo de infancia. Después el vientre, donde la connotación no era tan fuerte; y a continuación los muslos, que se acercaban a otra zona que presentaba el mismo cuadro que las nalgas. Desde ahí, se había ido a la media espalda, un lugar muy doloroso, pero de poco simbolismo. Acto seguido, los pechos, de los que nos sobran las palabras. Y por último, los omóplatos, un lugar particularmente doloroso. El esquema era obvio: Primero un lugar en el que se provocaba más vergüenza que dolor, después a la inversa, un lugar en el que se producía un dolor muy fuerte sin un componente de humillación tan extremo. Pero, al fin y al cabo, los azotes no eran más que el preludio. Solo que eran un preludio muy estudiado.
La chica se había orinado encima dos veces, y había roto a llorar tres. En todos los casos, la pelirroja le concedió una tregua muy magra, de setenta segundos contados mentalmente, los suficientes como para que su mente se revolcara en la vergüenza, se humillase sin necesidad de que fuera ella quien la humillara, sintiese la desesperación y el autodesprecio, pero nunca permitiéndole empezar a recuperarse de ellos. Enseguida llegaba el siguiente golpe, y después el siguiente. No había más. Llegados al sexto o séptimo azote, la chica ni siquiera había continuado hablando, su consciencia ya obnubilada por el punzante dolor. La sensación de culpa por haberle dado a Yshara la satisfacción de llorar llegaba entre golpe y golpe, y su efecto era mucho más poderoso. De igual forma, la profunda vergüenza de haberse orinado encima le calaba entre golpes, haciéndola sentirse todavía más humillada, todavía más derrotada. El objetivo de los azotes ya estaba cumplido de sobra: La primera de las barreras de su psique profunda, el orgullo, había saltado en pedazos.
Sonrió mientras se levantaba del taburete, haciendo girar la madera entre sus dedos. Sesenta y tres, sesenta y cuatro, sesenta y cinco, la chica sorbió ruidosamente los mocos y las lágrimas cuando la oyó acercarse, a su espalda, y sus ojos se humedecieron todavía más al entender que la breve tregua se había terminado. Sesenta y ocho, sesenta y nueve, setenta, el chasquido de la madera contra los omóplatos restalló de nuevo, un grito, más lágrimas. Yshara se detuvo a contemplar el magnífico verdugón que le cruzaba a la elfa de un hombro al otro, profundo y ennegrecido. Incluso se permitió pasarle un dedo por la carne recién maltratada para acariciarlo, arrancándole un espasmo a su piel maltrecha e hipersensible.
- «No» - gimoteó la chica, revolviéndose al sentirla tan próxima. - «Ya no más, por favor. No más.»
- «¿Por qué?» - preguntó Yshara con suavidad.
Le hablaba en élfico. No porque, como antes, quisiera preservar la diferencia entre su nombre y el que todos conocían de los oídos de Vithail, sino porque estaba segura de que su mente no estaba trabajando lo suficientemente bien como para entenderla si le hablaba en cualquier otra lengua que no fuese la materna. La chica apenas pudo levantar la cabeza para dirigirle una mirada. No contestó; al menos nada que Yshara entendiera. Las palabras se murieron en su garganta, dejando paso sólo a un gorjeo apagado entre sollozos. Nadyssra se acarició los labios.
Las cadenas chirriaban. Sus manos ya no tenían fuerzas para sujetarse de ellas, el dolor que le causaban los golpes entre los omóplatos habían tenido ése efecto; y la gravedad hacía el resto del trabajo sucio. Todo su peso recaía sobre sus muñecas. El hierro de los grilletes le había hecho heridas en ellas, pero no eran graves, solo molestas. El dolor que pudiera sentir se veía ensombrecido por el que le causaba Yshara. Todavía tenía lágrimas en los ojos cuando la miró. La verdad es que hacía muchos golpes que ya no le importaba estar llorando. El orgullo, como se dijo, había caído. Canción sólo quería que aquello parara.
- «No puedo más» - murmuró. - «Yo...»
Otro chasquido. Al recibir el nuevo golpe, todo su cuerpo se sacudió. Yshara seguía encontrando formas de pillarla por sorpresa, de golpear cuando menos se lo esperaba, y aquello parecía divertir sobremanera a la Na'kari. Las palabras que no había terminado de pronunciar Canción se convirtieron en un lamento de genuina amargura, en un aullido, en un lloriqueo. Tenía la cara roja por el contínuo llanto, y las mejillas empapadas. Volviendo a colocarse delante de ella, la pelirroja le colocó los dedos de la mano en torno a la barbilla, haciéndole levantar la cabeza. Le costaba enfocar la mirada, y su cuerpo se sacudía en súbitos espasmos.
- «¿No puedes más?» - preguntó.
Canción se limitó a mirarla desde aquel mundo aparte de dolor y sufrimiento en el que tenía puestos los ojos. La contestación, si es que lo era, se quedó en un murmullo lastimero. Un hilo de saliva le cayó por la comisura del labio. Su respiración era tan rápida que casi rozaba la hiperventilación. Incluso si no tenía heridas sangrantes ni puntos vitales de su cuerpo heridos, Yshara sabía bien que diez golpes más y la chica se moriría por el mismo shock del dolor. Afortunadamente, no quedaban tantos.
Yshara giró sobre sí misma con una agilidad envidiable, tomando impulso con las manos para, en el momento en el que sus pies se colocaron al costado de Canción, descargar un golpe más, el golpe número setenta y dos que cerraba aquella tanda de golpes. Aquel golpe final fue asestado con ambas manos, aplicando las considerables fuerzas de la asesina, que si bien no era una mujer hercúlea sí que tenía brazos fibrosos y bien entrenados producto de una vida empuñando armas. El chasquido fue tan brutal como los demás, y la chica gritó de todo corazón, con toda la fuerza de sus pulmones, gritó y pataleó de pura impotencia, de pura desesperación, de puro dolor enloquecedor del que quería librarse a toda costa. Una persona con cierta sensibilidad habría sentido un vuelco en el corazón de ver cómo la chica de pelo blanco se retorcía en sus cadenas, haciéndose daño con los grilletes, expulsando salivajos de dolor por los labios hasta, finalmente, quedar otra vez quieta, derrotada, silenciosa, suspendida por sus ya doloridas muñecas que comenzaban a sangrar.
La elfa hizo girar la vara en su mano una vez más, justo donde la chica podía verla, y volvió a acercarse a ella desde delante. Le agarró el pelo con la mano, tirando para levantarle la cabeza, obligándole a mirarla a los ojos. No, más bien observando ella en sus ojos. Viendo el dolor, el resultado de su tortura, el sufrimiento provocado. Cuando la soltó, la cabeza cayó a plomo, sin fuerzas para sostenerse erguida por sí misma.
- Vithail - llamó la elfa. - ¿Sigues ahí?
Algo se agitó en las sombras.
- Por supuesto, señora.
- Llévatela a una de las celdas.
Por ahora, había terminado con ella. De nada servía seguir presionándola. Tenía que recuperarse un poco para que el sufrimiento le calase hondo la próxima vez. No iba a dejarla descansar más que unas horas. En ningún caso se recuperaría, pero recobraría algo de lucidez. Mientras tanto...
La elfa se acarició el pelo. Estaba empapada de sudor, y lo cierto es que estaba muy cansada. Por el momento no tenía nada que hacer, así que decidió que emplearía el tiempo en darse un buen baño.
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Re: Ex Catedra [+18]
#4
Aire.
La mezcla entre gañido y jadeo - medio asfixiado, medio distorsionado - que salió de la garganta de Canción no tuvo precio. Yshara sonrió sin poder evitarlo, y los ojos grises de la otra elfa se clavaron en los suyos con una mezcla de dolor, angustia y delicioso odio.
- «Espero que no esté demasiado fría» - comentó en tono burlón.
Canción jadeaba pesadamente, y no contestó.
Sus cabellos, pegados a la frente, chorreaban abundantemente. El agua, de hecho helada, añadía pequeños escalofríos a la colección de síntomas que ya presentaba, como la tos, la respiración alterada, los ojos hinchados. La mano enguantada de Vithail, de dedos delgados pero fuertes, estaba férreamente cerrada en torno a los cabellos de su nuca, haciéndole daño. Yshara le pasó un dedo por la barbilla, haciéndola estremecerse.
Poco a poco, Canción recuperaba el ritmo normal de su respiración. El desquiciado jadeo se iba convirtiendo solo en una irregularidad parcial, que no podía controlar. Su cuerpo pedía a gritos aire, y lo tomaba lo quisiera ella o no, a grandes bocanadas, con el corazón latiendo a mil por hora para bombear a toda prisa el oxígeno. Yshara se deleitaba sintiendo su pulso alterado y la expresión de su rostro enrojecido.
Canción intentó decir algo. Sus labios comenzaron a formar una sílaba, con dificultad. Yshara le interrumpió bruscamente chasqueando los dedos.
Apenas tuvo tiempo de tomar aire. La mano de Vithail la empujó violentamente, haciéndola gimotear un momento, y sumergiéndola casi hasta el cuello en la turbia agua del barril de madera frente al que estaba inclinada. El gemido se convirtió en un gruñido burbujeante cuando la cabeza quedó sepultada bajo las aguas, e Yshara no pudo evitar sonreír ante lo cómico que resultó.
Ya no estaba encadenada al techo, por supuesto, pero sus pies seguían encadenados en el mismo lugar en el que lo habían estado antes. Sus manos estaban sujetas por los antebrazos con una gruesa abrazadera de metal, de forma que tenía ambas en la espalda, paralelas la una a la otra. Sin apenas mover los brazos, y con las piernas además encadenadas entre sí, Canción estaba a merced de la férrea presa de Vithail, sin poder hacer nada por evitar que la empujase, inclinándola, hasta hacerle meter la cabeza en aquel tonel de agua sucia y helada que habían puesto frente a ella.
Al sufrimiento provocado por los ahogos se unía, irremediablemente, el profundo asco que le daba el saberse sumergida en las puercas aguas que contenía el barril. No era el agua podrida y maloliente que puede encontrarse en algunas charcas estancadas, sino un agua llena de moho, en cuyo fondo se adivinaba una especie de vegetación viscosa que le daba un tono verdoso. Olía extraña, y sabía a orines. Era repugnante, y si no estaba estancada solo era, y lo peor era que ésto Canción lo sabía, porque la elfa pelirroja no habría consentido bajo ningún concepto que la plateada se muriese por una intoxicación. No había podido evitar respirar agua más de una vez; en esas ocasiones, sintiéndose ahogada, vencida por la asfixia, pataleaba con violencia, haciéndose sangre en los tobillos, con los pulmones ardiendo, hasta que Vithail tiraba de su pelo con fuerza y la sacaba para que jadeara y tosiera en paz.
Y aunque sea desagradable relatarlo, si honramos al relato en su veracidad hay que decir que Canción no pudo evitar acabar vomitando después de alguna inmersión. No había gran cosa en su estómago que pudiese expulsar, pero debido a la posición en la que se encontraba, adivínese dónde había terminado el contenido de sus tripas. Y, por supuesto, nadie se había molestado en cambiar el agua del tonel.
Cuando la sacaban, sentía arcadas. Se sentía sucia, vejada, y tenía que ver la sonrisa de aquella desgraciada pelirroja que estaba al otro lado del tonel, donde ella podía verla, donde podía sentir cada burla silenciosa, cada sonrisa humillante que la mortificaba, cada risita cuando tosía o se atragantaba, emitiendo sonidos que para ella debían ser cómicos, mientras que para Canción rayaban en lo agónico. Cada tos, cada respiración, la percibía como si fuera un estertor. La cabeza le martilleaba, y apenas podía enfocar la vista en ella, pero había llegado a aborrecer la sonrisa de la Na'kari.
Si sólo hubiera sabido, aunque fuera un atisbo de idea, lo falsa que era su sonrisa.
Desde luego que había cosas que encontraba cómicas, pero Yshara no era una persona propensa a reir. Por supuesto, sabía lo que su risa le provocaba a la joven elfa, y se forzaba a sí misma a burlarse de ella de la forma más humillante posible. Pero no era una risa sincera, aunque eso fuera algo que Canción no tenía forma de saber. La elfa seguía tocada por el cansancio, algo más pálida que de costumbre. Hay que tener en cuenta que llevaban largo rato haciendo aquello.
Si Canción había sido rebelde al principio, la tortura había acabado por suavizarla. Sus lágrimas se perdían en la sucia agua que le recorría las mejillas, pero sus sollozos la delataban. Roto su espíritu, humillada y forzada, la mirada de desesperación de sus ojos a medida que comprendía poco a poco la poca escapatoria que tenía y lo mucho que disfrutaba la mujer que tenía delante torturándola eran un poema. E Yshara sabía leerlo, y adoraba ése tipo de poesía. La poesía del dolor, del sufrimiento, de la vergüenza. Al principio, tal vez en la segunda inmersión, había intentado escupir contra Yshara, pero ya ni siquiera le quedaban fuerzas ni ganas para hacerlo, además de que había visto con qué facilidad la asesina esquivaba el sucio salivajo. Aquella rendición, aquella deposición de la capacidad de resistirse, era como la rima del poema. Para la retorcida mente de la pelirroja, era la canción del sufrimiento, muy acorde con el nombre con el que había rebautizado a su nueva amiga.
Transcurrió el tiempo en aquella oscura rutina, buscando el punto intermedio entre el ahogo y la consciencia, haciéndola perder el contacto con la realidad, en un silencio absoluto que sólo adornaban sus cada vez más débiles quejidos, jadeos, ahogos, gorjeos. Para Yshara y Vithail debieron pasar dos horas y media.
No existe una medida de tiempo para expresar con palabras cuánto debió pasar para Canción.
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#5
Yshara cerró pesadamente la puerta de madera tras de sí.
La galería, oscura y lóbrega, estaba desierta salvo por su presencia y la de Vithail. El hombre la miró en silencio durante un rato, quedándose siempre detrás de ella, a pesar de que la elfa no avanzó más que unos cuantos pasos. Parecía distraída. Su trenza, sudorosa, se bamboleaba de un lado a otro a medida que daba cortos y pesados pasos. Al final, se detuvo, y Vithail no pudo evitar romper su silencio.
- Deberíais descansar - sugirió.
Yshara no pareció hacerle demasiado caso. Al menos, al principio. Pero de hecho el cansancio se le notaba mucho, incluso físicamente.
Pero no tenía nada que ver con cansancio... Si no descansaba ella misma, no era más que por no dejar descansar a Canción. Estaba obsesionada. El dolor que le causaba era casi una fuente de inspiración para ella. Se acercó a la pared contraria, y apoyó la espalda sobre las losas. Después apoyó la nuca, y se dejó caer lentamente, resbalando por la piedra hasta tocar el suelo con el trasero, abatida. Afortunadamente, a diferencia de lo que ocurría al otro lado del pasillo, gracias a la estudiada acústica de la cámara de torturas, lo que se decía en el corredor no se escuchaba a través de los gruesos muros de la prisión.
- Su cuerpo ya está suficientemente castigado - dijo. - Ahora debo torturar su mente.
- ¿Cómo haréis éso? - preguntó Vithail.
Yshara suspiró.
¿Cómo se tortura la mente? A veces es ridículamente fácil. A través de las convicciones, a través de las debilidades. Yshara se sonrió. Tenía una idea que, de hecho, incluso le podía brindar la oportunidad de descansar algunas horas, con la seguridad de que la destrucción de la mente de Canción seguiría su lento e inexorable camino. La elfa miró a Vithail, y se rió débilmente, como si la pregunta le hiciese gracia.
- Tengo una idea - dijo.
Se levantó pesadamente, todavía con una sonrisa divertida en los labios. Estaba agotada, simplemente agotada. Pero no por éso iba a dejar de lado lo que se había tomado como su obligación personal.
- Pero tendrá que esperar un poco - dijo. - Hazme un favor, Vithail.
Tragó saliva ruidosamente mientras se volvía hacia él. El hombre no pudo evitar preguntarse si con ésto no se torturaba a sí misma casi más de lo que torturaba a la otra elfa. Pero Yshara era así, y él no sería quien se interpusiera entre ella y sus obsesiones.
- Busca unos cuantos grilletes y encadénale los brazos a la espalda - pidió. - Luego llévala a su celda, y búscale un grillete para el cuello. Que no le den de comer. Estáte por aquí dentro de, digamos, una hora y media. Necesito que me acompañes a un sitio.
- Sí, señora.
Vithail sabía que, por excéntricas que pudiesen parecer sus órdenes algunas veces, Yshara rara vez hacía algo que no respondiera a un propósito. Se preocupó de que quisiera no darle de comer, aunque lo entendería más tarde. La elfa asintió con la cabeza, y volvió la espalda lentamente para comenzar a alejarse a través de la oscuridad de la galería.
Vithail se aclaró la garganta.
- Deberíais descansar - repitió.
Yshara se detuvo.
Sabía que estaba sonriendo incluso a pesar de que la pelirroja no le volvió la espalda. También supo exactamente cuál iba a ser su respuesta, tanto que los dos dijeron la palabra al mismo tiempo, Yshara de viva voz y él solo delineándola con los labios.
- Luego.
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#6
La luna creciente brillaba, pálida, en lo alto del cielo nocturno.
La Fortaleza estaba en silencio. Durante la noche, el único ruido que se dejaba escuchar en sus inmediaciones era el de las pisadas de los soldados, ataviados con botas metálicas, que recorrían una y otra vez los aburridos circuitos de patrulla a través de los angostos corredores y las estrechas pasarelas sobre las murallas, ataviados con sus pesadas armaduras y los largos arcos de tejo con los que, cuando uno de ellos divisase una amenaza, tratarían de combatir a los agresores mientras se daba la voz de alarma.
En general, la Fortaleza era uno de los lugares más seguros del Reino de las Cascadas.
Ya de por sí, había sido un lugar concebido para defenderse de un ataque. Ese es el concepto de una Fortaleza, por definición; el de un lugar erigido como un bastión en un punto estratégico, y que está concebido desde la colocación de su primera piedra para hacer inexpugnables el punto y el lugar. Aunque, por supuesto, "inexpugnable" es una palabra a menudo demasiado grande. Después de todo, ésta misma Fortaleza había cambiado de manos no hacía demasiado tiempo.
Un sonido horadó el silencio de la noche. Los tres toques de una campana, cortos y concisos. El cambio de guardia.
El cambio de guardia suele ser el momento más vulnerable de la vigilancia de un lugar. Tal vez, por éso, alguien en el ejército de Zergould había sugerido que se probase el siguiente método: Al sonar la campana, que era precedida de forma interna aproximadamente quince minutos antes por un toque de diana en la sala en la que dormía el relevo, cada hombre acudía de inmediato a su posición. Los guardias no se retiraban hasta que llegaba el relevo. Si éste no encontraba a sus previos, o si los previos no veían llegar al relevo, se daba la voz de alarma, necesaria aunque fuera falsa alarma, y la Fortaleza quedaba en alerta.
Ni que decir tiene que si ésto significaba simplemente que un guardia se había quedado dormido o que se había 'escaqueado' de sus funciones, dicho guardia era encarcelado sumarialmente durante un período entre una semana y a veces hasta un mes. En consecuencia, los guardias solían actuar de forma muy ordenada en lo que respectaba a los relevos y cambios de guardia. Como todas las noches, el cambio se llevó a cabo de forma rápida, ordenada y diligente, sin que en ningún punto de la Fortaleza el relevo diese lugar a un solo minuto sin vigilancia. Los soldados que acababan de quedar libres saludaron a sus compañeros, y después se marcharon hasta las habitaciones de los barracones, en los que ahora les tocaría a ellos dormir.
El sargento Nolok, un hombre alto que estaba entrado en años y en carnes pero que aún manejaba bastante bien su espada, caminaba por el pasaje entre las almenas de la muralla Oeste de la Fortaleza cuando escuchó una voz familiar, a su espalda, que le saludaba; como todas las noches en las que compartía guardia con él el cabo Sboon, el hombrecillo bajito y entusiasta que después de todo era su mejor amigo en la guardia. Sboon había estado algo más de una semana de permiso; era la primera vez en todo ése tiempo que el sargento le veía. Esperó a que le alcanzara, saludándole con la mano mientras venía de camino, y tras el saludo de rigor comenzaron a caminar hacia los barracones, mientras se ponían al tanto cada uno de la vida del otro.
No era una conversación entre intelectuales, ni mucho menos, pero tampoco era tan insustancial como las que suelen llevarse a cabo entre personas que comparten un oficio tan aburrido como es el de soldado; Qué tal estás, hace mucho que no te veo, Estuve en casa, mi mujer se había puesto enferma y pedí algunos días, Y qué pasó, cómo se encuentra, Está mejor, la atendió el doctor Andrzej, El doctor quién, Un tío que vive en la vieja clínica del Huerto, Pero éso sigue existiendo, Hombre claro, pero lo lleva otra gente distinta, No lo sabía, Yo tampoco, me lo dijo el capitán Huller, Ése engreído, No hables así de él, me cae bien, Es cuestión de opiniones, Y tú qué tal estás, Yo estoy como siempre, de patrulla, Y de mal humor, veo, Es por culpa del teniente Graarag, Qué te ha hecho ésta vez, El muy imbécil le ha ido otra vez a Malzeth con el cuento de que quiere irse a la Guardia de la Ciudad, Y qué hay de malo en éso, Pues que el idiota sigue diciendo que se lo he recomendado yo, Y qué pasa con éso, Que yo le he dicho que se aparte de la Guardia, que la llevan cuatro imbéciles, Pues es problema suyo, No, es mío, Por qué, Porque el idiota se lo ha dicho a Malzeth, El qué, Que he dicho que la dejé por culpa de cuatro imbéciles, Y qué pasa con éso, no ha mencionado a nadie, No, Entonces, Es que Malzeth sabe que me fui por su culpa, porque van por ahí fingiendo que son un ejército y cada cual hace lo que le sale de los cojones, Como en todos lados, Sí, éso es verdad, pero en la Ciudad unos pueden hacer lo que quieran y otros no, No te entiendo, Si vas por ahí pegando a la gente nadie te dice nada, a mí me solía gustar molestar a los porteadores del mercado del norte, Qué cabrón eres, Igual que tú, como que no te gustaba propasarte con las jovencitas, Entonces no estaba casado, Y ahora tampoco, Estoy casado, Vives en la misma casa que ella porque le hiciste una barriga, ni ella te quiere ni tu la quieres a ella, Bueno, pero eso no es para irlo aireando por ahí, Estamos solos, no nos oye nadie, Qué mas da, no me gusta que lo digas, Ni a mí que no lo aceptes, Ése es mi problema, Como quieras, el tema lo has sacado tú, Venga, sigue y deja de fastidiar, Pues lo que te contaba, que a nadie le molesta si robas un poco aquí y allá, de todas maneras cobramos poco, Y que lo digas, Tú cobras menos, Por qué lo dices, Porque estás casado, Vete a la mierda, Pero te has reído, Sí, pero vete a la mierda, Pues unos ingresos extra no venían mal, Y te pasó algo, Cómo que algo, Dices que unos pueden hacer éso y otros no, Ah sí, pero es que tuve mala suerte, Qué pasó, Me transfirieron a la unidad de Aileen, De quién, De una puta frígida que lleva una unidad de la Guardia, No será una morena que lleva una lanza, La misma, Ésa qué va a ser frígida, yo creo que se la chupa a Malzeth a escondidas, Pues no me extrañaría porque está siempre con él, el caso es que se las da de paladín, no aguanta que la gente de su unidad tenga vicios, Robar no es un vicio, Robar es lo que a mí me salga de los cojones, todo el mundo lo hace, no veo por qué los de su unidad no, Te echó, No, me metió en el calabozo, Una semana, Qué dices, un puto mes, deja de reírte, a tí te querría yo ver en ésa situación, Venga, no te enfades, es que me ha hecho gracia, Bueno, baja la voz, ya estamos aquí, Tengo hambre, Todavía falta una hora para el rancho, Dirás el desayuno, Qué mas da, es la misma mierda.
Los soldados abrieron la puerta que conducía a los aposentos del relevo, donde ya había un puñado de soldados quitándose las pesadas corazas. Durante media hora, después del turno de guardia, tenían tiempo para sí mismos, aunque la mayoría lo aprovechaba en sestear momentáneamente hasta la hora del "desayuno", como lo llamaba el sargento. Poco a poco, todos los soldados iban llegando, con los pies doloridos y cansados; se quitaban la coraza, el casco y las botas, las guardaban en el cofre al pie de sus camas y se ponían ropa limpia, o tal vez no tan limpia, pero más cómoda. Sólo faltaban tres o cuatro soldados por llegar cuando la puerta del barracón se abrió, sin que nadie le prestase la menor importancia, y entraron tres figuras.
- Atención - dijo una grave voz masculina.
De repente todo el mundo se puso erguido, e incluso los hombres que tenían los pantalones a medio poner se dieron prisa en subírselos y ponerse firmes. Más de uno pospuso una visita a las letrinas que había al fondo de la habitación ante la repentina presencia de un hombre al que la mayoría de ellos conocía, al menos los que eran soldados cuando él era uno de los comandantes del Ejército de Zergould. Su figura, larga y delgada, pero fuerte, iba cubierta por los pliegues y las sombras de una capa negra cuya capucha se retiró. Daba igual, por la voz casi todo el mundo había reconocido de inmediato a Théorn Vithail. Todos le respetaban, y era lógico que hablase él y no la mujer que tenía al lado, que no era baja pero lo parecía cuando estaba junto a él. Sólo algunos la conocían a ella; la llamaban Nadyssra. Sabían que ahora era la jefa de Vithail, una especie de agente de uno de los Pecados, aunque no sabían muy bien de cuál. Llevaba una cadena en la mano, cuyo extremo se perdía en la tercera figura, que iba cubierta al igual que las otras dos por una capa negra, siendo la única que llevaba puesta la capucha.
- Soldados - llamó Vithail. - Atended. Zergould os envía un presente.
Algunos de los soldados se miraron entre sí, incrédulos, mientras la mujer - Nadyssra - se adelantaba hasta el centro de la cámara y tiraba violentamente de la cadena, haciendo avanzar a la otra figura con el estruendo del metal. Dejó que la sobrepasara, y luego le tiró de la capucha con brusquedad, arrancándosela. Obviamente, bajo la capa no había otra que Canción, a la que Nadyssra pateó violentamente en la base de la espalda para hacerla caer de rodillas al suelo. Casi de inmediato, tiró otra vez de la cadena, haciendo que la chica levantase la cabeza con un quejido de asfixia, a la par que le ponía la pierna derecha sobre el lugar recién pateado.
Canción presentaba un aspecto terrible.
Los verdugones de la tortura eran bien visibles en su cuerpo pálido y desmejorado, igual que los pequeños cortecitos y los moretones de más de un golpe. Estaba desnuda, ésta vez sin siquiera los paños menores para tapar sus vergüenzas, y apenas se debatía. Tenía los brazos encadenados a la espalda, y un grillete en torno a la garganta, del que partía la cadena de la que tiraba Nadyssra. La pelirroja miró a todos los soldados, aunque la mayoría de las miradas, cargadas al mismo tiempo de incertidumbre, de lascivia y - algunas - de un deje de lástima se le escaparon para ir a mirar al cuerpo de Canción. La elfa, sin duda, era muy atractiva, incluso en el estado en el que estaba. Tenía la piel sucia, el pelo enmarañado y mugroso, y los cardenales la afeaban, pero aun así era una elfa, hermosa aunque fuera por su exotismo.
- Estará con vosotros hasta el final de la guardia de mañana - dijo Nadyssra, lentamente, saboreando cada palabra.
Los guardias pensaron que hablaba con ellos. Y se lo anunciaba a ellos, desde luego, pero se equivocaban: Hablaba con Canción. Lo decía con lentitud, segura de que la chica escuchaba cada palabra, y cada una destrozaba un poco más su espíritu.
- Podéis hacer lo que queráis con ella durante éste tiempo - siguió. - Lo que queráis EXCEPTO - y al decir ésto levantó un dedo, uno de los dedos de su mano derecha, tan amenazadores como las garras que, invisibles para los soldados, le decoraban la izquierda - dos cosas.
Tiró un poco más de la cadena. La cara de Canción era un poema. Era más que evidente el sufrimiento que le causaba la situación, y en su piel se notaba lo que había pasado con ella de antemano, pero apenas estaba expresiva. Respiraba deprisa, y la presión del pie de Yshara la arqueaba ligeramente, haciendo que sus pechos quedaran a la vista de todos los soldados.
- Se os prohíbe herirla - dijo Nadyssra tajantemente, y casi se hacía evidente la literalidad de la palabra en la forma que tenía de pronunciarla. No decía nada de golpearla, sólo de herirla. - Y se os prohíbe hablar con ella. Si alguno de vosotros le dirige la palabra, tendrá su siguiente conversación con el látigo. Si alguno de vosotros la hiere, tendrá su siguiente conversación conmigo. Tú.
Su dedo señaló a Sboon, y el soldado no pudo evitar tragar saliva ruidosamente.
- ¿S... señora?
- Acércate - dijo, tendiéndole la cadena a la par que bajaba el pie de la espalda de Canción. También le ofreció un candado bastante grueso, que recogió del zurrón que tenía bajo la capa. - Átala.
- Sí, señora.
Diligente, Sboon agarró el cabo de la cadena y le dió varias vueltas en torno a una argolla que había en el suelo. No estaba ahí por casualidad; a menudo, se habían atado perros y animales de guardia a ésa argolla. Se tomó un instante para colocar el candado, del que no había recibido la llave, mientras escuchaba - como todos los demás - la voz de Nadyssra, que seguía dando instrucciones.
- Si alguno de vosotros le habla o la hiere - dijo - daré una recompensa sustanciosa a quien me lo diga. Si alguno de vosotros acusa a otro y descubro que es mentira, compartirá la suerte de quienes le dirijan la palabra. ¿Ha quedado lo suficientemente claro?
- Sí, señora - dijeron los soldados casi al unísono.
- ¿Alguna pregunta?
Nadie respondió.
Yshara aguardó unos instantes. Sabía que nadie preguntaría nada porque todos tenían suficientemente claro lo que había dicho. Ya casi ninguno de los soldados la miraba a ella. Ver el brillo del deseo en sus ojos era casi satisfactorio para la elfa. Los guardias de Zergould no se caracterizaban precisamente por su piedad y sus escrúpulos. Si les ofrecían carne, la mordían hasta el hueso, sin preguntar de qué animal era. Iba a ser una noche muy larga para Canción, y también un día muy largo. De repente, los planes de un montón de soldados que pretendían dormir durante aquella media hora antes del rancho habían cambiado sustancialmente. No había ni una sola cara en la que no hubiera una sonrisa, aunque algunos de ellos presentaban un deje de escrúpulos. Daba igual. Yshara se había asegurado de que no pudiese pasar nada. Para empezar, el candado no era simplemente normal. Y si alguno de ésos idiotas intentaba hablar con ella, o se enamoraba y trataba de sacarla de ahí, o si se propasaba y le daba algo más fuerte que un azote, el resto de los buitres hambrientos de recompensa se lo haría saber. La amenaza sólo servía para asegurarse de que todo el que le advirtiera de algo lo haría porque era la verdad.
A menudo, los colectivos de personas malignas están más equilibrados consigo mismos que los colectivos de personas buenas. Yshara sonrió para sí misma un instante, pero sus labios no perdieron la mueca de severidad que, admitámoslo, era lo único que había evitado que algunos de los soldados avanzasen ya hacia el... regalo.
- Repetidle mis palabras al próximo relevo - advirtió antes de dar un paso atrás.
Luego se volvió, y salió de la sala apresuradamente. Vithail les dirigió un escueto "descansen" y luego la siguió, cerrando la puerta tras él. Ya fuera, y a través de una de las ventanas del ala Norte de la Fortaleza, Yshara miró al cielo. Amanecía.
La elfa se volvió hacia Vithail.
- Ahora ya puedo descansar - dijo, con una voz que, ahora sí, denotaba su cansancio. - Que gente de tu confianza vigile los barracones durante todo el día. No me busquéis hasta dentro de seis o siete horas si no es urgente.
Iba a dormir, sí. Y para Yshara, seis o siete horas de sueño eran como quince o veinte para un humano.
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Re: Ex Catedra [+18]
#7
El gorgoteo del agua no cesaba. Segundo a segundo, con la precisión de la Madre Naturaleza, marcaba el paso de los minutos, de las horas, con una cadencia tan exacta como la de cualquier reloj.
La gotera provenía del exterior, filtrándose a través de las grietas en la piedra con la destreza que sólo el agua conoce, abriéndose paso a través de la roca cuando no encontraba por dónde salir; a veces quedándose a pasar el invierno, para que el frío la hiciese hielo, y poder romper un poquito la piedra al llegar la primavera. A veces el agua tarda siglos en atravesar la roca, pero siempre lo consigue. Porque el agua es paciente, persistente; no le importan los días, las horas, los años. Si quiere llegar a un sitio, lo hace.
La primera gota de agua que cayó en la sala de torturas de Yshara había esperado para hacerlo desde que se construyó la mismísima Fortaleza. Las que habían llegado después sólo habían encontrado el camino ya hecho, y se habían convertido en un flujo constante a través de la grieta, que era como el tic tac de un reloj, pero le daba a la estancia aquel aire sórdido y lóbrego que la pelirroja tanto apreciaba. Impedía que llegase a producirse el silencio absoluto, y éso era... cruel, en cierto modo. Aquel incesante goteo podía llegar a hacerse genuinamente demencial, y más de una persona había acabado perdiendo la razón por pasar sus días en cautiverio, rodeado de dolor, con la única compañía de aquel insoportable e interminable martilleo que marcaba los segundos.
El chirrido de la puerta de madera, al otro lado de las celdas, se filtró a través de los enfermizamente tallados canales acústicos de la mazmorra para no detenerse hasta llegar a la cámara de torturas, justo como hacía el agua. Le siguieron una tanda de pasos; firmes, fuertes, decididos. Trece. Luego el sonido paró, reemplazado por un segundo chirrido, metálico ahora, y tras un levísimo silencio, más pasos. El sonido de una cadena, otra vez el sonido del metal, pasos. Al final, la puerta metálica medio oxidada que cerraba la cámara de torturas se abrió con el más espantoso de los chirridos que habían resonado, e hizo su entrada la figura encapuchada de Théorn Vithail, seguida de un cuerpecillo tembloroso y maltrecho que la elfa, sentada en el taburete, a solas en la oscuridad, sonrió al reconocer como el de Canción.
- «Buenos días, querida» - dijo, mientras Vithail le encadenaba los tobillos en los grilletes que había en el suelo. - «¿Qué tal has pasado el día? ¿Te has divertido?»
Canción no contestó. Ni siquiera la miró. Yshara, levantándose para acercarse a ella, estuvo tentada de ponerle los dedos en la barbilla para obligarla a mirarla, pero no lo hizo; no hasta que Vithail acabó de atarla al suelo, y le retiró de los brazos los grilletes que los habían mantenido a su espalda durante las últimas veintiocho horas. Una vez el hombre hubo atado sus muñecas a los grilletes que pendían del techo, ahora un centímetro o dos más bajos, permitiéndole apoyar los pies en el suelo, la elfa finalmente le puso los dedos en la mejilla.
No lo hizo así ni por cobardía, ni por temer una represalia por parte de la elfa, sino porque sabía exactamente lo que iba a pasar. El tacto de su piel hizo que la chica se revolviera violentamente, y no porque fuera a defenderse, sino por sentir un acceso súbito de asco al contacto de su piel. De no haber estado sujeta, habría retrocedido, y habría caído al suelo al tropezar con los grilletes. Yshara la obligó a mirarla, moviéndole la barbilla con los dedos; Canción tenía los ojos ausentes, y no los fijó en ella. La piel estaba un poco más sucia que el día anterior, el pelo más... mugroso, por decir algo. Y ella, más vencida. No encontró luz en sus ojos, y aquello le hizo sonreir.
La mente de la chica no se encontraba en el mismo lugar que su cuerpo. No había reaccionado con asco porque algo en su mente racional le había dicho que debía tenerlo, sino por instinto. Puro instinto animal, que era lo que quedaba cuando su mente se hallaba ausente. Durante veinticuatro horas, aquella muchacha había sido la muñeca de los Dioses sabían cuántos soldados que trabajaban en la Fortaleza. Yshara estaba completamente convencida de que no había habido un solo soldado de la Guardia que no hubiera acudido, como una polilla a la llama, a saborear la dulzura de la elfa una, dos, tal vez tres, a saber cuántas veces. La joven hedía profundamente a sudor, a hombre, y su cuerpo rechazaba instintivamente el contacto no de Yshara, sino de cualquier ser vivo cuya piel estuviera caliente.
La pelirroja podía estar satisfecha: De nuevo, había logrado lo que se proponía. Aun así, todavía quedaba mucho trabajo por hacer, pero ahora tenía una herramienta más para hurgar en su mente, y una, de hecho, muy poderosa. Se había ido acercando a ella muy lentamente, hasta que sus rostros estuvieron el uno al lado del otro y casi pareció que iba a darle un beso. Pero apartó la cabeza sin hacerlo, sabiendo que serviría para que enterrase más su psique. Durante las últimas horas, a Canción la habían besado muchas veces, pero en ninguno de aquellos besos había habido el más mínimo resquicio de amor o de cariño.
Además, algo más había detenido a la pelirroja. Sus dedos volvieron a cerrarse en torno a su barbilla, y le giró bruscamente la cara, con una mueca de decepción.
Le faltaba un diente. Un colmillo, para ser exactos.
No era gran cosa. Los elfos, siendo como son longevos hasta la inmortalidad, nunca pierden del todo los dientes. Claro que no tienen unos dientes tan fuertes como los de los humanos, sino que todas sus piezas dentales son, por así decirlo, "de leche"; a cambio, cuando pierden uno, no tarda más que unas cuantas semanas en volver a salir. Pero Canción tenía todos los dientes cuando la había traído. La prueba era que tenía un leve moretón en la barbilla, y una mancha de sangre reseca en el labio.
- Vithail - dijo la elfa en voz baja.
- ¿Señora?
- No voy a necesitarte durante un rato. Averíguame quién le ha hecho ésto.
- ¿Quién le ha...?
Yshara le hizo girar la cabeza hasta mostrársela a Vithail. El hombre la miró, y entendió de inmediato. Asintió.
- Ya veo - dijo. - Seguramente mordió a alguien donde... no debía.
- Pues ése alguien va a perder lo que no debe - dijo Yshara. - Encuéntrale y arréstale.
Vithail dió un paso en dirección a la puerta, pero no llegó a salir. Al ver que se había detenido, Yshara soltó la barbilla de la chica, y se volvió hacia él.
- ¿Pasa algo? - preguntó.
Vithail se rió suavemente. Oir su risa era un evento muy extraño.
- Creo que voy a mandar a alguien a pasar revista a los hombres. Miembro a miembro - bromeó. - "Arresten al que..."
- Sshh - le calló Yshara.
Estaba de espaldas a Canción, pero estaba sonriendo. Y Vithail guardó silencio de inmediato, cómplice y sabiente a la perfección de que Yshara no podía permitir que la otra elfa la viese reir. Pero le satisfizo ver que la terrible asesina se llevaba la mano izquierda, ya desprovista de las cuchillas de su brazalete, a la boca. Consiguió que solo se le escapara una sonrisa.
- Te odio - murmuró.
Vithail se limitó a inclinar levemente la cabeza, y abandonó el cuarto de inmediato, dejando tras de sí el inevitable chirrido de la puerta metálica y un silencio que sólamente se veía interrumpido a intervalos por el enervante gorgoteo del agua. Yshara tardó unos instantes en volverse hacia Canción, haciéndolo solo cuando estuvo segura de que no quedaba en su rostro el menor trazo de humor, sino aquella mueca inexpresiva de severidad que le caracterizaba, que era lo único que Canción, y tantos otros, habían visto de ella. Su actitud más inhumana, más brutal, inapelable, carente de sentimientos. Sus pasos sobre la piedra fueron como cañonazos, rompiendo de pronto el tenso silencio.
- «Disculpa la tardanza» - susurró suavamente al llegar junto a ella. - «Bueno, al fin tenemos tiempo para nosotras solas. ¿Por qué no me cuentas qué tal has pasado el día?»
No respondió. Yshara sabía de sobra que no lo haría.
Como ya hemos dicho, su mente no estaba ahí. No en la superficie, no donde su voz podía llegarle simplemente. Su mente... se había cerrado. Se había cerrado en rotundo, y éso era bueno, pero aún no era el momento. No estaba donde Yshara quería que estuviese, no había llegado al punto en el que debía dejarla. Ahora era como una especie de títere, fácil de manejar, pero aún capaz de responder por sí misma, aunque fuera por inercia, aunque fuera una posibilidad remota que llevaba dentro. Éso era lo que Yshara quería erradicar; quería un títere sin hilos, una muñeca inmóvil a no ser que otro alguien la pusiera en la posición adecuada.
Y ya quedaba poco. Había roto la segunda y la tercera barreras de su subconsciente profundo: La autoestima y el aprecio a la propia vida. Y ésta vez, no a golpe de vara. Los golpes que le habían dado dejarían terribles secuelas y cicatrices en la chica; cicatrices en forma de traumas.
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Última edición por Yshara el 25/08/09, 06:32 pm, editado 1 vez
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Ex Catedra [+18]
Le acarició el pelo mientras la rodeaba lentamente, para ponerse tras ella. Qué cerca estaba de quebrarle la voluntad. Ahora sólo había dos barreras que romper antes de que fuera suya.
- «¿No quieres hablar conmigo...?» - peguntó, en fingido tono dolido desmentido por una sonrisa que Canción no podía ver. - «¿O es que preferirías hablar con... un hombre?»
Los dedos de su mano derecha bajaron a través de su cuello, acariciándole el hombro y descendiendo hasta el omóplato, donde acariciaron el surco dejado por los golpes de la vara hasta el centro de la espalda. Luego siguió la línea de su columna vertebral, y descendió hasta la siguiente colección de surcos. Allí, sus dedos tomaron la dirección de la cadera, y se posaron sobre la curvatura de la cintura con suavidad, como si fuesen pequeños pájaros que se le posaban. La mano izquierda hizo lo propio, aunque sin llevar a cabo el recorrido intermedio. Por supuesto, Canción se estremeció al sentir su toque. Yshara se mordió el labio inferior, tragándose una sonrisa.
- «Debes habértelo pasado bien» - observó. - «¿Ya no quieres hablar ni dejar que te toque nadie que no vaya a hacerte suya? ¿O no puedes pensar en otra cosa?»
Canción bufó al exhalar entre dientes, el ritmo de su respiración creciendo al ritmo de un rechazo psicológico que su mente consciente no entendía, cuando el cuerpo de Yshara se pegó al suyo por detrás. Notó cómo sus pechos entraban en contacto con su espalda desnuda, y sus dedos le acariciaban lascivamente la línea de las caderas. Puso los suaves labios sobre la curva de su cuello, respirándole en la barbilla, y a la peliblanca se le aceleró el corazón. Estaba demasiado débil como para resistirse, y sólo se revolvió ténuemente. La voz de la asesina, un susurro al lado de su oreja, le dio un escalofrío.
- «Caramba con la elfita» - decían los susurros. - «Parecías toda una señorita. No me hubiera imaginado que fueses a resultar un monstruíto tan hambriento de masculinidad. Hagamos una cosa, ¿Quieres? Ya sé que yo ya no te atraigo, pero éso no significa que no puedas hablar conmigo. ¿Por qué no te portas bien? Si eres buena, te volveré a llevar con tus nuevos amigos ésta noche, ¿Sí...?»
No hubo más respuesta que un murmullo. Canción intentaba apartar la cabeza sin mucho éxito, pero los labios de la pelirroja se paseaban suavemente a lo largo de su oreja, que bien sabía que para ella, igual que para sí misma, era una zona erógena. Las orejas de los elfos son muy sensibles, y los pequeños pellizcos de sus labios la hacían estremecerse, la arrancaban de la profunda ausencia en la que se encontraba.
- «¿Te gustó?» - preguntó tras unos instantes de silencio. - «Sabes que puedes contármelo. ¿Te sentiste bien? ¿Estás ansiosa por volver?»
El tono de las preguntas, el tono de los susurros, eran deliberados. Los labios de la torturadora le repugnaban, le hacían querer apartarse, y sus dedos fríos sobre la piel de las caderas la recorrían con intencionada lascivia, a veces acercándose a la ingle pero nunca llegando a las caricias obscenas, aunque suficiente como para darle escalofríos. Había una lágrima recorriéndole la mejilla; el aliento de Yshara en su cuello, su cuerpo moviéndose sin despegarse del de ella, balanceándose al mismo ritmo que el suyo, el lento vals de los grilletes, la estaban enfermando. Su mente quería esconderse, replegarse sobre sí misma para olvidar lo que le habían hecho y lo que le harían a su cuerpo, quería no estar ahí, pero Yshara no se lo permitía. Cada susurro era como si la viperina lengua de la asesina le entrase por el oído, y escarbase en el fondo de su cerebro para darle un latigazo a su consciencia.
- «Ah, tranquila» - siguió. - «Sólo tienes que esperar unas horas... pronto volverás.»
- «Nnnnnnoooo.........»
Apenas fue un gemido, un gorgoteo, pero la elfa sonrió. Premio.
Lo acompañaron un par de lágrimas, trémulas y fugaces, surcándole las mejillas con rapidez. Yshara no perdió el tiempo en regodearse de su victoria; se adelantó hasta su rostro para recoger la salada agüilla de sus ojos con la lengua, cuyo tacto cálido y húmedo hizo dar un respingo a Canción. Robó la lágrima, recorrió hacia arriba la mejilla con lentitud, acariciándola apenas con la punta de la lengua, y se detuvo al borde del ojo para admirar su tensión. Firmemente cerrados, los ojos eran un reflejo de la repulsión que le causaba su tacto, del dolor que le causaba su lengua, la humillación que era tener su saliva sobre la mejilla. Finalmente, había llegado hasta la consciencia. No la dejaría apartarse del cuerpo. No aún.
- «¿Cómo que no?» - preguntó. - «Pero chiquilla, querida mía, no seas tímida. Si te lo pasaste muy bien.»
- «Nnnnnnnnnooo» - repitió ella. - «Ppppor fffavvvor.....»
- «¿O me vas a decir lo contrario?» - siguió Yshara, ignorándola. - «Puedo verlo en tus ojos, en la forma en que los apartas, en cómo te sonrojas. Te sentiste a gusto siendo un juguete, una muñeca, ¿Verdad? Te gustó cuando te tomaban sin mirarte, cuando te jodían sin hablarte, como si no fueras más que un pedazo de carne.»
La suave risa de la pelirroja apenas horadó el silencio de los susurros, pero la situación cambió enseguida cuando una palmada resonó de pronto por toda la cámara, retumbando como un trueno, los ecos casi ahogando el gemido sobresaltado de la peliblanca cuyos ojos se abrieron de pronto para dar lugar a sendas lágrimas que se derramaron por sus mejillas. Para sacarla de su estupor, la elfa le había dado una fuerte palmada en la nalga.
- «¿Cuántas veces te han hecho ésto?» - preguntó. - «¿Cuántas veces te tocaron así...? ¿Y así...? ¿Cuántas veces te respiraron al oído, cuántas te echaron el aliento en la nuca? Porque es lo que harás a partir de ahora, es el cometido al que vas a dedicar tu vida. Ya verás; dentro de unos meses, te aprenderás de memoria a cada guardia, a cada hombre de ésta fortaleza. ¿Cuántos son? ¿Cien? ¿Tal vez más? Los conocerás por la forma en que jadean, por el tacto de sus dedos, por la cadencia con la que te penetran, por cómo huele su sudor, por cómo corre su saliva por tus mejillas, por el tacto de sus bocas sobre tu cuello.»
Dicen que las palabras son solo palabras, y que no pueden herir.
Quienes dicen eso nunca han estado en manos de alguien que sepa blandirlas. Yshara no era poeta, no era letrada, pero sabía que al igual que la piel impide que el viento cause dolor en la carne desnuda, el ego es lo que impide que las palabras penetren la mente. A las personas les sobra ego; la mayoría de los humanos son orgullosos por naturaleza, aunque solo un triste puñado tiene algo de lo que realmente sentirse orgullosos. Con los elfos es distinto, pero el principio es igual. Desnúdales de su ego, y cada palabra será como un puñal.
Canción estaba llorando, impregnando la habitación de sus débiles sollozos. Murmuraba, como una letanía, sólo dos palabras en voz muy, muy baja: éa nir, "por favor". Lo repetía una y otra vez, una y otra vez, como quien pone los brazos para detener un golpe de espada, y espera que le protejan. Yshara sonrió.
- «Te aprenderás su piel» - siguió. - «Su olor. Sus pasos. Sus voces. Sus nombres. Serás una muñeca; un adorno, un abalorio de la habitación de los relevos, te usarán como si fueras una letrina, sin mirarte, sin importarles quién eres, si eres un ser vivo, sólo serás carne. Serás el ser más sucio y menos valioso del Reino de las Cascadas. Dentro de unos meses nadie recordará tu nombre, ni siquiera tú misma. Te llamarás por los nombres que los soldados te den mientras se divierten contigo. Serás una muñeca de trapo.»
- «No...» - sollozó.
- «Ya eres una muñeca de trapo.»
- «No...»
- «Claro que lo eres. Y te gusta, ¿Verdad? Disfrutas.»
- «No...»
- «No lo niegues cuando tú misma lo sabes» - Canción inclinaba cada vez más la cabeza hacia adelante, huyendo de la voz de Yshara, pero cada vez ella se acercaba más. - «Has disfrutado cuando te han utilizado. Ninguno de ellos te ha hecho el amor, lo sabes; sólo te han usado. Te han tomado. Y te ha gustado; cada vez que sentías su calidez en tu interior disfrutabas, esperabas al siguiente. Cada vez que te ha dolido lo has disfrutado, has querido más.»
- «Nnnno...»
- «Te lo niegas a tí misma, pero no puedes huír de la verdad. Lo has hecho. Lo sabes. Te gusta. Te gusta tu nueva vida, aunque no aceptes lo que eres, muñeca de trapo. Te gusta.»
- «Para...»
- «Oh, no. No voy a parar.»
- «Por... favor...»
- «¿Por favor qué? Sabes que no te estoy mintiendo, que digo la verdad. Sabes que te entregarás voluntariamente a ellos, que es lo que deseas, lo que necesitas. Lo que quieres. Sabes que eres una muñeca de trapo.»
- «Te lo suplico...»
- «Muñeca» - la cadencia de la voz de Yshara era espantosamente lenta. - «Muñeca. De. Trapo.»
...
Silencio, por fin.
Las lágrimas caían como un torrente por su barbilla, y ambas elfas estaban en una postura que rayaba lo ridículo, con Canción inclinada hasta donde le permitían los grilletes e Yshara encima, inclinada sobre ella, maximizando el contacto que tanto le repugnaba, explorando sus muslos con los traviesos dedos de sus manos. Con una sonrisa terrible, Nadyssra le mordió la oreja, arrancándole un quejido.
- «Muñeca...»
Silencio.
- «Muñeca de trapo...»
Silencio. Un sollozo.
Silencio, silencio roto, silencio dolorido, el goteo de las lágrimas. Música para los oídos de Yshara. Silencio para el resto del mundo. Ni siquiera la terrible acústica de las paredes de la celda podían captar los susurros entre sollozo y sollozo, las suaves palabras élficas. "Muñeca de trapo", siguió diciendo, y Canción callaba. Muñeca de trapo. Ni siquiera Yshara contó las veces que se lo llamaba al oído, tantas que las palabras acababan perdiendo el significado, y solo quedaban ahí los sonidos, carentes de significado, repitiendose una y otra vez, clavándosele en la mente.
Muñeca de trapo.
- «Vamos a jugar a un juego, muñeca de trapo...»
Canción siguió sin responder, pero aquella sencilla frase cambió la tónica de los últimos diez minutos. Yshara se apartó de ella, se apartó varios pasos, pero la chica no se movió. No recuperó la posición erguida, no dejó de lloriquear. Y lo cierto es que incluso logró que la elfa cambiara de planes. Los dedos de su mano derecha acariciaban uno de los instrumentos que había sobre la mesa de madera, pero... esperaba que reaccionara. Esperaba que se volviese a erguir.
¿Tan dentro le había llegado?
Sonrió. Bueno, podía esperar. Después de todo, las cosas son más dulces cuando se las deja cuajar.
- «¿No quieres hablar conmigo...?» - peguntó, en fingido tono dolido desmentido por una sonrisa que Canción no podía ver. - «¿O es que preferirías hablar con... un hombre?»
Los dedos de su mano derecha bajaron a través de su cuello, acariciándole el hombro y descendiendo hasta el omóplato, donde acariciaron el surco dejado por los golpes de la vara hasta el centro de la espalda. Luego siguió la línea de su columna vertebral, y descendió hasta la siguiente colección de surcos. Allí, sus dedos tomaron la dirección de la cadera, y se posaron sobre la curvatura de la cintura con suavidad, como si fuesen pequeños pájaros que se le posaban. La mano izquierda hizo lo propio, aunque sin llevar a cabo el recorrido intermedio. Por supuesto, Canción se estremeció al sentir su toque. Yshara se mordió el labio inferior, tragándose una sonrisa.
- «Debes habértelo pasado bien» - observó. - «¿Ya no quieres hablar ni dejar que te toque nadie que no vaya a hacerte suya? ¿O no puedes pensar en otra cosa?»
Canción bufó al exhalar entre dientes, el ritmo de su respiración creciendo al ritmo de un rechazo psicológico que su mente consciente no entendía, cuando el cuerpo de Yshara se pegó al suyo por detrás. Notó cómo sus pechos entraban en contacto con su espalda desnuda, y sus dedos le acariciaban lascivamente la línea de las caderas. Puso los suaves labios sobre la curva de su cuello, respirándole en la barbilla, y a la peliblanca se le aceleró el corazón. Estaba demasiado débil como para resistirse, y sólo se revolvió ténuemente. La voz de la asesina, un susurro al lado de su oreja, le dio un escalofrío.
- «Caramba con la elfita» - decían los susurros. - «Parecías toda una señorita. No me hubiera imaginado que fueses a resultar un monstruíto tan hambriento de masculinidad. Hagamos una cosa, ¿Quieres? Ya sé que yo ya no te atraigo, pero éso no significa que no puedas hablar conmigo. ¿Por qué no te portas bien? Si eres buena, te volveré a llevar con tus nuevos amigos ésta noche, ¿Sí...?»
No hubo más respuesta que un murmullo. Canción intentaba apartar la cabeza sin mucho éxito, pero los labios de la pelirroja se paseaban suavemente a lo largo de su oreja, que bien sabía que para ella, igual que para sí misma, era una zona erógena. Las orejas de los elfos son muy sensibles, y los pequeños pellizcos de sus labios la hacían estremecerse, la arrancaban de la profunda ausencia en la que se encontraba.
- «¿Te gustó?» - preguntó tras unos instantes de silencio. - «Sabes que puedes contármelo. ¿Te sentiste bien? ¿Estás ansiosa por volver?»
El tono de las preguntas, el tono de los susurros, eran deliberados. Los labios de la torturadora le repugnaban, le hacían querer apartarse, y sus dedos fríos sobre la piel de las caderas la recorrían con intencionada lascivia, a veces acercándose a la ingle pero nunca llegando a las caricias obscenas, aunque suficiente como para darle escalofríos. Había una lágrima recorriéndole la mejilla; el aliento de Yshara en su cuello, su cuerpo moviéndose sin despegarse del de ella, balanceándose al mismo ritmo que el suyo, el lento vals de los grilletes, la estaban enfermando. Su mente quería esconderse, replegarse sobre sí misma para olvidar lo que le habían hecho y lo que le harían a su cuerpo, quería no estar ahí, pero Yshara no se lo permitía. Cada susurro era como si la viperina lengua de la asesina le entrase por el oído, y escarbase en el fondo de su cerebro para darle un latigazo a su consciencia.
- «Ah, tranquila» - siguió. - «Sólo tienes que esperar unas horas... pronto volverás.»
- «Nnnnnnoooo.........»
Apenas fue un gemido, un gorgoteo, pero la elfa sonrió. Premio.
Lo acompañaron un par de lágrimas, trémulas y fugaces, surcándole las mejillas con rapidez. Yshara no perdió el tiempo en regodearse de su victoria; se adelantó hasta su rostro para recoger la salada agüilla de sus ojos con la lengua, cuyo tacto cálido y húmedo hizo dar un respingo a Canción. Robó la lágrima, recorrió hacia arriba la mejilla con lentitud, acariciándola apenas con la punta de la lengua, y se detuvo al borde del ojo para admirar su tensión. Firmemente cerrados, los ojos eran un reflejo de la repulsión que le causaba su tacto, del dolor que le causaba su lengua, la humillación que era tener su saliva sobre la mejilla. Finalmente, había llegado hasta la consciencia. No la dejaría apartarse del cuerpo. No aún.
- «¿Cómo que no?» - preguntó. - «Pero chiquilla, querida mía, no seas tímida. Si te lo pasaste muy bien.»
- «Nnnnnnnnnooo» - repitió ella. - «Ppppor fffavvvor.....»
- «¿O me vas a decir lo contrario?» - siguió Yshara, ignorándola. - «Puedo verlo en tus ojos, en la forma en que los apartas, en cómo te sonrojas. Te sentiste a gusto siendo un juguete, una muñeca, ¿Verdad? Te gustó cuando te tomaban sin mirarte, cuando te jodían sin hablarte, como si no fueras más que un pedazo de carne.»
La suave risa de la pelirroja apenas horadó el silencio de los susurros, pero la situación cambió enseguida cuando una palmada resonó de pronto por toda la cámara, retumbando como un trueno, los ecos casi ahogando el gemido sobresaltado de la peliblanca cuyos ojos se abrieron de pronto para dar lugar a sendas lágrimas que se derramaron por sus mejillas. Para sacarla de su estupor, la elfa le había dado una fuerte palmada en la nalga.
- «¿Cuántas veces te han hecho ésto?» - preguntó. - «¿Cuántas veces te tocaron así...? ¿Y así...? ¿Cuántas veces te respiraron al oído, cuántas te echaron el aliento en la nuca? Porque es lo que harás a partir de ahora, es el cometido al que vas a dedicar tu vida. Ya verás; dentro de unos meses, te aprenderás de memoria a cada guardia, a cada hombre de ésta fortaleza. ¿Cuántos son? ¿Cien? ¿Tal vez más? Los conocerás por la forma en que jadean, por el tacto de sus dedos, por la cadencia con la que te penetran, por cómo huele su sudor, por cómo corre su saliva por tus mejillas, por el tacto de sus bocas sobre tu cuello.»
Dicen que las palabras son solo palabras, y que no pueden herir.
Quienes dicen eso nunca han estado en manos de alguien que sepa blandirlas. Yshara no era poeta, no era letrada, pero sabía que al igual que la piel impide que el viento cause dolor en la carne desnuda, el ego es lo que impide que las palabras penetren la mente. A las personas les sobra ego; la mayoría de los humanos son orgullosos por naturaleza, aunque solo un triste puñado tiene algo de lo que realmente sentirse orgullosos. Con los elfos es distinto, pero el principio es igual. Desnúdales de su ego, y cada palabra será como un puñal.
Canción estaba llorando, impregnando la habitación de sus débiles sollozos. Murmuraba, como una letanía, sólo dos palabras en voz muy, muy baja: éa nir, "por favor". Lo repetía una y otra vez, una y otra vez, como quien pone los brazos para detener un golpe de espada, y espera que le protejan. Yshara sonrió.
- «Te aprenderás su piel» - siguió. - «Su olor. Sus pasos. Sus voces. Sus nombres. Serás una muñeca; un adorno, un abalorio de la habitación de los relevos, te usarán como si fueras una letrina, sin mirarte, sin importarles quién eres, si eres un ser vivo, sólo serás carne. Serás el ser más sucio y menos valioso del Reino de las Cascadas. Dentro de unos meses nadie recordará tu nombre, ni siquiera tú misma. Te llamarás por los nombres que los soldados te den mientras se divierten contigo. Serás una muñeca de trapo.»
- «No...» - sollozó.
- «Ya eres una muñeca de trapo.»
- «No...»
- «Claro que lo eres. Y te gusta, ¿Verdad? Disfrutas.»
- «No...»
- «No lo niegues cuando tú misma lo sabes» - Canción inclinaba cada vez más la cabeza hacia adelante, huyendo de la voz de Yshara, pero cada vez ella se acercaba más. - «Has disfrutado cuando te han utilizado. Ninguno de ellos te ha hecho el amor, lo sabes; sólo te han usado. Te han tomado. Y te ha gustado; cada vez que sentías su calidez en tu interior disfrutabas, esperabas al siguiente. Cada vez que te ha dolido lo has disfrutado, has querido más.»
- «Nnnno...»
- «Te lo niegas a tí misma, pero no puedes huír de la verdad. Lo has hecho. Lo sabes. Te gusta. Te gusta tu nueva vida, aunque no aceptes lo que eres, muñeca de trapo. Te gusta.»
- «Para...»
- «Oh, no. No voy a parar.»
- «Por... favor...»
- «¿Por favor qué? Sabes que no te estoy mintiendo, que digo la verdad. Sabes que te entregarás voluntariamente a ellos, que es lo que deseas, lo que necesitas. Lo que quieres. Sabes que eres una muñeca de trapo.»
- «Te lo suplico...»
- «Muñeca» - la cadencia de la voz de Yshara era espantosamente lenta. - «Muñeca. De. Trapo.»
...
Silencio, por fin.
Las lágrimas caían como un torrente por su barbilla, y ambas elfas estaban en una postura que rayaba lo ridículo, con Canción inclinada hasta donde le permitían los grilletes e Yshara encima, inclinada sobre ella, maximizando el contacto que tanto le repugnaba, explorando sus muslos con los traviesos dedos de sus manos. Con una sonrisa terrible, Nadyssra le mordió la oreja, arrancándole un quejido.
- «Muñeca...»
Silencio.
- «Muñeca de trapo...»
Silencio. Un sollozo.
Silencio, silencio roto, silencio dolorido, el goteo de las lágrimas. Música para los oídos de Yshara. Silencio para el resto del mundo. Ni siquiera la terrible acústica de las paredes de la celda podían captar los susurros entre sollozo y sollozo, las suaves palabras élficas. "Muñeca de trapo", siguió diciendo, y Canción callaba. Muñeca de trapo. Ni siquiera Yshara contó las veces que se lo llamaba al oído, tantas que las palabras acababan perdiendo el significado, y solo quedaban ahí los sonidos, carentes de significado, repitiendose una y otra vez, clavándosele en la mente.
Muñeca de trapo.
- «Vamos a jugar a un juego, muñeca de trapo...»
Canción siguió sin responder, pero aquella sencilla frase cambió la tónica de los últimos diez minutos. Yshara se apartó de ella, se apartó varios pasos, pero la chica no se movió. No recuperó la posición erguida, no dejó de lloriquear. Y lo cierto es que incluso logró que la elfa cambiara de planes. Los dedos de su mano derecha acariciaban uno de los instrumentos que había sobre la mesa de madera, pero... esperaba que reaccionara. Esperaba que se volviese a erguir.
¿Tan dentro le había llegado?
Sonrió. Bueno, podía esperar. Después de todo, las cosas son más dulces cuando se las deja cuajar.
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Ex Catedra [+18]
#8
La madera chirrió ruidosamente cuando Yshara arrastró el taburete sobre las losas del suelo, valiéndose de un pie.
La pelirroja estiró los brazos, hasta hacer que sus dedos, entrelazados los de una mano con los de la otra, emitieran un seco crujido. A continuación, y tras apartarse de los hombros la rojiza trenza en que recogía sus cabellos, se sentó en el pequeño mueble, sin dejar de mirar a los cansados y enrojecidos ojos de Canción, que apenas le devolvían la mirada. Tosía débilmente, aunque de forma perceptible, y sus labios aún exhalaban agua cuando lo hacía, humedeciendo la tapa de madera del tonel sobre el que reposaba su mejilla. La asesina calculó que habrían pasado otros cuarenta y cinco minutos.
Había estado... "repitiendo ejercicios".
Y tenía que admitir que estaba echando de menos a Vithail en aquellos momentos.
Era cansino, el ejercicio de sumergirle la cabeza en el agua. Cansino porque, como resulta lógico, Canción hacía uso de todas sus fuerzas para resistirse cuando sentía el ahogo. No era sólo la sensación de no poder respirar, sino la de introducir la cabeza en aquella agua embarrada y puerca que se le metía en la boca hasta que tenía que respirarla, y la angustia se mezclaba finamente con el asco, hilando un hermoso tapiz.
No es que Yshara no pudiese hacer aquello sola. Al contrario, de hecho; lo estaba disfrutando bastante. Pero el efecto que habría tenido la presencia de Vithail... habría sido mayor. Aunque el método de Yshara era bastante perturbador, consistente en apoyarse sobre ella, maximizando aquel contacto corporal que sabía que le resultaba tan asqueroso como las turbias aguas mientras sus obscenas caricias la recorrían sin pudor alguno entre inmersión e inmersión, sabía que le habría resultado más incómodo tener a Vithail cerca.
Después de todo, él era un hombre.
Metódica, como siempre, Yshara la sumergía para dejarla salir apenas unos instantes, un tiempo mínimo para que no se ahogase, lo justo para que sintiese el estremecedor tacto de los largos dedos de una de sus manos sobre la piel, de las falanges de la otra entrelazadas en los enmarañados cabellos de su nuca, haciéndole daño cada vez que tiraba, clavándole las uñas en el cuero cabelludo cuando empujaba.
Esta vez era diferente. Ésta vez, no era tan prolongado, y no había nadie al otro lado del bidón para reírse de ella. Pero daba igual; el objetivo que tenía Yshara en mente cuando comenzó a castigarla de aquella forma en concreto no era humillarla. O al menos, no de la misma forma que antes. Su psique despertaba, se recuperaba del hondo trauma causado por la cruenta vejación de las horas pasadas. No le permitía rendirse todavía, no aunque tuviera que mantener su mente funcionando a base de aplicarle dolor, de hacer correr ríos de adrenalina en sus venas cada vez que hacía sobreesforzarse sus pulmones, su corazón. La necesitaba así: Completa, despierta. Para volver a machacar su espíritu. Porque, si la dejaba rendirse ahora, no serviría de nada. Se rompería en lugar de moldearse.
E Yshara creía que las cosas que se rompen, que dejan de ser útiles, se deben destruir.
La miraba con atención. Su rostro, demacrado, reposaba sobre la madera de la tapadera del tonel. Respiraba muy fuerte, desquiciados sus pulmones, la boca abierta para tomar las ingentes cantidades de oxígeno que su cuerpo le pedía. Los ojos entrecerrados le hablaban del asco que sentía. La humedad de sus ojos le hablaba de lágrimas mal contenidas. No le negaba la mirada, aun y a pesar de que Yshara veía el dolor en ella. Veía el odio. Pero también veía la resignación, la rendición. Aquella chica nunca sería otra vez la misma. Empezaba a comprender, a hundirse. Los escombros de las barreras de su mente que ya había roto caían pesadamente sobre las barreras que aún estaban ahí.
Su mente se agrietaba. Se estaba rompiendo. La estaba rompiendo.
Yshara sonrió. Una mente es como una espada en la fragua. Cuando el metal va a romperse, es cuando hay que darle forma.
- «¿Cómo te encuentras, muñeca de trapo?» - preguntó.
No hubo respuesta.
No la esperaba.
- «¿Te gusta?» - siguió. - «¿Quieres que siga?»
De nuevo, silencio.
Por muy estúpidamente obvia que fuera la pregunta, no hubo respuesta. Yshara se puso en pie con deliberada lentitud. Caminó hacia ella uno o dos pasos, después salió de su campo de visión. El sonido de sus botas se detuvo frente a la mesa que, sin haber visto, Canción conocía. Escuchó un sonido leve, después los pies de la elfa al darse la vuelta hacia ella. Un paso. Otro más.
Sintió una caricia terrible sobre la piel de la espalda, pero no eran sus dedos, sino algo que no pudo identificar. Se agitó como acto reflejo, nerviosa y temerosa.
- «¿No te gusta el dolor?» - preguntó Yshara. - «Ya lo sé. Tú prefieres... el placer.»
La fusta de cuero resonó en el aire un instante, y al siguiente un dolor punzante como el de un navajazo recorrió la espina dorsal de Canción. Cerró los ojos con fuerza mientras se le escapaba de entre los labios un gemido, y su cuerpo reaccionaba contorsionándose ridículamente para intentar huír de aquel dolor que la había tomado por sorpresa. Escuchó la suave risa de Yshara, y la odió. La odió con toda su alma, antes de que la oscura resignación se apoderase de ella.
- «¿Qué prefieres, chiquilla? ¿Quieres que te azote? ¿O tal vez prefieras otra vez la vara? ¿Quieres que vuelva a abrir el tonel? ¿O...?» - se permitió un horrible instante de silencio. - «¿O prefieres que vuelva a entregarte a los soldados?»
Canción abrió los ojos bruscamente.
Su voz, enronquecida, comenzó un murmullo sordo que intentó convertirse en una retahíla de palabras. No tuvo ni capacidad ni tiempo para terminarlas. La fusta le cruzó la mejilla en el momento crucial, haciendo que su voz se volviese un aullido de dolor. Un segundo golpe le cruzó los omóplatos, haciéndola estremecerse. Lo bueno de aquella fusta, pensó Yshara, era que casi no dejaba marca. Un látigo con la punta metálica la habría destrozado.
- «Decide tú. ¿Qué es lo que prefieres?» - se llevó un dedo a los labios, pensativa. - «¿O tal vez prefieras las dos cosas...?»
Un gañido. Una protesta, de nuevo incapaz de transformarse en palabras, de nuevo interrumpida por un oportuno golpe de fusta. Recorrió una nalga, después la otra. Al dolor que suponía cada golpe se le sumó el peso de la humillación. La rojez de sus mejillas hizo sonreír a Yshara; fue una suerte que Canción no lo viera. Empezaba a divertirse.
- «Es una idea, ¿No crees?» - rió. - «Sí, éso será lo que haga. Las dos cosas, ¿Te parece? Hasta que te decantes por una. Te seguiré haciendo daño. Todo el que pueda. Y, cuando quieras que pare, cuando creas que ya no lo puedes aguantar. Cuando pienses que el dolor es insoportable. Cuando quieras ceder...»
Canción dió un respingo.
El chillido fue horrible, desagradable. Que la fusta recorriese con un certero golpe la parte más íntima de su cuerpo le hizo estremecerse, pero el terrible dolor del golpe hizo que enseguida se revolviera. Casi tiró el tonel al sacudirse, incapaz de quedarse quieta, como si pudiera quitarse de encima el dolor con solo hacerlo. Las cadenas chirriaron, su grito se convirtió en un alarido. Una vez más, se orinó encima.
De nuevo, ésto era importante para Yshara. Marcaba una degradación, una vergüenza. Era un indicativo muy importante para la pelirroja: Como saber que había golpeado en hueso. Era una verdadera suerte para Canción no poder ver la diabólica sonrisa que describían los labios de Yshara.
- «Sólo tendrás que decírmelo» - terminó. - «Y te libraré del dolor. Te llevaré con ellos.»
Volvió a inclinarse sobre su espalda, de forma que Canción podía sentir sus pechos sobre ella. De nuevo se sacudió; era justo lo que la elfa pretendía. Sus palabras le evocaban el recuerdo de la terrible noche anterior. El contacto de su cuerpo le hacía sentir el recuerdo tan cercano que casi la quemaba. Por supuesto, Yshara esperó a que terminase de aliviar la vejiga antes de acercarse más, antes de posarle los labios sobre la oreja y de maximizar el contacto de nuevo.
- «Cuando te canses de mí, ellos se encargarán de distraerte. ¿Crees que habrán perdido ímpetu...? No, sabes que no. Les excitas tanto como ellos a tí. No lo puedes evitar... ¿Verdad que no?»
Se separó bruscamente de ella. La fusta golpeó una vez más. Restalló cerca de los omóplatos, y siguió la línea de su columna vertebral para ir a morir donde la espalda perdía su nombre. Después golpeó una cadera; a continuación la otra. Canción se estremeció otra vez, se sacudió de nuevo, hizo sonreír a la perversa elfa una vez más.
Y después, silencio.
Su sonrisa aún no había muerto cuando Yshara arrojó la fusta a la mesa de la que la había cogido, donde la herramienta rebotó para caer al suelo, al otro lado. Pero no le dedicó una segunda mirada. Sus dedos crujieron de nuevo cuando los estiró; y la exigua luz de la antorcha le arrancó un destello malsano a una hoja de metal a medida que la pelirroja la iba desnudando.
El puñal giró una o dos veces entre sus dedos mientras de nuevo se acercaba a ella.
- «Te daré un incentivo» - dijo, ésta vez más suave, mientras los dedos de su mano libre recorrían su columna vertebral, provocándole un respingo. - «Vamos a jugar. A ver cuánto puedes soportar. A ver cuánto tardas en suplicarme que te entregue a los soldados. Vamos a jugar...»
La hoja se detuvo en la palma de su mano.
- «A jugar al dolor» - agregó.
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Ex Catedra [+18]
#9
Dolor.
El juego del dolor podía llegar a ser muy complicado. Y, a éstas alturas, necio sería quien no se hubiera dado cuenta de que Yshara Nadyssra era una verdadera campeona de aquel deporte. Oh, sí; jugaron. Jugaron largo y tendido, con las reglas de la elfa. Una partida muy larga en la que Canción llevó las de perder desde el primer momento.
Comenzó con la sencillez de una línea. Un corte, una simple laceración en la piel, en la carne, suficientemente honda para dejar cicatriz, suficientemente superficial como para no resultar mortal. Pero el dolor. El dolor no se correspondía con lo que la elfa había hecho. El aullido de Canción fué tan largo como agónico, una oda compuesta para el dolor. Un sonido que hizo sonreír de oreja a oreja a la retorcida elfa pelirroja mientras sostenía la daga manchada de sangre entre los dedos para acercarse a ella.
Dejó unos instantes de silencio después de su grito, antes de susurrarle la pregunta al oído.
- «¿Duele?»
Canción apretó los dientes.
La pregunta era absurda, pero ya estaba mucho mas allá del punto en el que era capaz de sopesar la relevancia o no de las preguntas que le hacía aquel monstruo. Las lágrimas le llegaban a las mejillas, le dolía la mandíbula de apretar los dientes. El dolor era tan hondo y terrible que le hacía sentir vacía por dentro. Notaba que le caía un hilo de saliva por la comisura de la boca, pero no había podido hacer nada por evitarlo. Ni siquiera ahora era su principal pensamiento el hacerlo.
El dolor era tan poderoso, tan inenarrable, que obnubilaba el resto de sus percepciones. De igual modo que, en la meditación a través de un chakra, éste acaba por ser lo único que existe, ahora el dolor era un mundo aparte en el que ella se encontraba inmersa. Era un océano, salvaje, terrible, más grande que ella, imposible de remontar a nado. Y se hundía sin poderlo evitar en él, a plomo, como si tuviera pesas atadas a los tobillos.
Yshara hizo girar la daga en su mano. Una gotita densa y viscosa, como de sangre oscurecida con algo, cayó de la punta del arma y se estrelló en las losas del suelo.
Sonreía.
- «Aceite de vyndra» - dijo, acariciando el filo de la daga. La sustancia no necesitaba presentación; casi todos los pueblos elfos empleaban mucho aquella sustancia. - «Es muy fuerte, pero es inofensivo. Hasta que lo mezclas con un poco de shaava.»
De nuevo, Canción sintió la fría y desagradable punzada. Un bufido se escapó de entre sus dientes, aún cerrados a cal y canto. El dolor que le provocaba el contacto de la finísima hoja con su carne no era normal; ni siquiera si ésta estaba untada con aceite, o con lo que fuera. Pero éso, Canción no podía saberlo. No podía pensar. No podía hacer más que exhalar un quejido, hondo y gutural, notando cómo otro hilo de saliva se le escurría por la barbilla.
- «¿A que es divertido?» - preguntó Yshara, con una maravillosa sonrisa rayana en lo dulce. - «El aceite por sí mismo, no hace nada, pero se mezcla bien con la sangre. Por su parte, a la shaava no le gusta el aceite, ni le gusta la sangre. Si lo mezclas todo...»
La losa sobre la que había caído la gotita de sangre mezclada de aceite y shaava humeaba ligeramente. La mezcla no era lo suficientemente potente como para abrir un boquete, pero abrasaba lentamente la piedra. Como un ácido, quemando sin corroer.
- «Abrasa» - narró.
Sus ojos descendieron hacia su cadera, en la que se había hundido la hoja un poco antes. Todo lo que decía era estrictamente cierto: La shaava era una planta muy exótica, de un lugar al que llamaban "la Tierra de Sombras". Poco interés tiene ahora lo que podamos decir del lugar; sepamos sin embargo que el polen de la shaava era un corrosivo natural, diseñado para abrasar el polen de las demás flores y así asegurarse la supervivencia de su especie. El polen y el aceite apenas formaban una película sobre la hoja de su daga, pero en contacto con la sangre, la mezcla burbujeaba. La herida enrojecía enseguida, y el escozor debía ser indescriptiblemente doloroso. Los débiles gemidos que exhalaba Canción eran prueba de ello. La pelirroja miraba cómo la sustancia peleaba contra su cuerpo unos instantes, burbujeando, y luego se calmaba, dejando solo una herida enrojecida, casi pulsante, de la que salía un hilo apenas perceptible de humillo blanquecino.
- «Es una maravilla» - murmuró. - «Pero le falta algo».
Se llevó dos dedos de la mano derecha a la boca, humedeciéndolos, y luego los introdujo en el interior de un saquito de cuero, colgado de la correa que le rodeaba el muslo.
Cuando los sacó, estaban cubiertos de un fino polvo blanco que la saliva había adherido a su piel. Se acercó un poco a ella, con terrible parsimonia, y acarició la piel de su espalda con el dedo meñique mientras se aproximaba a la herida, como si quisiese hacerle cosquillas; algo que molestaba a la elfa de pelo blanco, cuya piel ya de por sí estaba sensible, haciendo que incluso ése contacto fuese molesto. Apartó la cadera por instinto, un acto reflejo; pero no podía apartarse lo suficiente como para impedir que los dedos de Yshara, especialmente los que estaban embadurnados de aquel polvillo, encontrasen la herida y la acariciasen casi con ternura.
Canción chilló una vez más.
Era un dolor terrible, parecido al que había sentido antes, en el primer corte. Se unía al tremendo dolor que le provocaba la mezcla de polen y aceite, hirviéndole en el interior de la herida. Abrumada por la sensación, la elfa peliblanca se retorció bruscamente con un gruñido hondo y lastimero, agitándose en las cadenas como si quisiese romperlas para escapar de aquel atroz sufrimiento. Ya no estaba encadenada junto al tonel, sino una vez más con las cadenas perdiéndose en el techo, donde pasaban por el interior de unas argollas antes de dirigirse a la pared, donde se las podía regular con comodidad. Seguía encadenada, en cualquier caso, y las cadenas tintineaban con sus esfuerzos por apartarse. Los ojos le lloraban; los sollozos se entremezclaban con aquel prolongado gemido, que era hermosa música para la otra elfa, aquel monstruo de pelo rojo que se reía suavemente, divertida por su reacción.
- «¿Ves?» - susurró divertida, mientras se llevaba los dedos, manchados con una gota de sangre y los restos de aquel polvillo blanco, a los labios. - «Faltaba sal.»
Sonrió. Canción se estremecía, retorciéndose de dolor, con la respiración hiperventilando. Y sólo llevaba dos cortes...
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Ex Catedra [+18]
#10
El tiempo se deslizaba lentamente a través de la cámara de torturas, cada segundo más largo que el anterior, discurriendo poco a poco tan pesadamente como sólo el padre Tiempo sabe.
Yshara bufó al sentarse en el taburete.
Cuando se apartó el pelo con la mano, descubrió que lo tenía completamente empapado de sudor. Le brillaba la frente y los brazos, anaranjados a la luz de la antorcha. Cansada, apoyó los antebrazos sobre las rodillas, echándose hacia adelante ligeramente para ver cómo pequeñas gotitas de sudor se deslizaban de su barbilla para ir a morir sobre las frías losas del suelo. Se daba cuenta del estado en el que se encontraba, y sonreía, crítica consigo misma. "No tienes moderación", se reprendió. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí...?
No menos de diez horas, a juzgar por el estado en el que se hallaba. Y si tenía que ser honesta, se le habían pasado en un suspiro. Yshara sabía... 'divertirse'. Con una sonrisa satisfecha, alzó la cabeza para contemplar el balanceo del cuerpo de Canción.
La pequeña dama de cabellos de plata se mecía suavemente al son de la gravedad, con el débil chirrido de los grilletes como comparsa cuando éstos rozaban las argollas que la mantenían sujeta... y en pie. En aquellos momentos estaba inconsciente, pero de haber estado despierta no habrían sido sus propias fuerzas las que la habrían mantenido erguida. Aunque ni por un momento habría que pensar que, con ésto, Yshara le estaba concediendo un descanso. No lo había hecho en ningún momento de aquella durísima prueba. No era la primera vez que Canción caía inconsciente en las últimas horas.
No era para menos.
No hay que pensar que Canción fuera poco resistente solo porque el dolor le ganara la partida de vez en cuando. De hecho, a Yshara le sorprendía un poco que la elfa se mantuviera despierta los largos ratos que lo hacía, aguantando con tenacidad, pero con el mismo poco estoicismo con el que cualquier persona en su situación lo habría hecho, el brutal castigo infligido por aquel monstruo de pelo rojo que solo buscaba... ¿Divertirse?
Desde luego, parecía disfrutar. El estado de Canción era simplemente deplorable, y no obstante Yshara la contemplaba con fascinación. Sus ojos recorrían lentamente su espalda, perdidos en cada detalle. En contraste con la blancura inmaculada de su piel se extendía un lienzo de cortes vívidos y pulsantes, que le recorría por completo la espalda enrojecida por los hilos de sangre seca que habían ido goteando poco a poco y secándose sobre su nívea piel. Hemorragias más que suficientes para matar a alguien, de no ser porque Yshara se había tomado su tiempo, y había aprovechado sus períodos de inconsciencia para curar algunas de las heridas más graves.
Irónicamente, la dolorosísima y terrible sal con la que había untado sus heridas había hecho mucho para impedir el sangrado. Su efecto secundario, claro, era provocar un dolor tremendo que parecía burbujear en cada herida, una abrasión extrema que mantenía saturados constantemente los sentidos de la muchacha. Profundo, penetrante, apilándose con cada nueva herida, hasta que el dolor perdía su significado y no se dejaba notar más que por la deliberada lentitud con la que trabajaba aquella pérfida arquitecta del dolor.
Dolor. Humillación. Es fácil imaginar que si el dolor de los varazos había sido suficiente para hacer que Canción se orinase encima, el sufrimiento causado por ésta nueva tortura había sido exponencialmente peor. Terriblemente metódica, como siempre, Yshara había dejado que la elfa bebiese agua cuatro veces, en cantidad más o menos suficiente para saciar su sed. Canción estaba demasiado dolorida, demasiado aterida como para pararse a pensar que no lo había hecho por deferencia, sino para evitar que se muriese deshidratada.
Ésta es la esencia de la tortura.
Jugar con las funciones vitales de una persona, tenerla al límite. Hacerla sufrir, sufrir de verdad, no hacerle sentir un sufrimiento limitado que interrumpe los pensamientos, sino conseguir que el dolor sea la fuente principal, que al final no exista nada más que el dolor, que el sufrimiento se convierta en el único pensamiento. El alma comenzaba a doblegarse cuando lo único en lo que podías pensar era en apagar el dolor, en apagar el terrible dolor del cuerpo, el de la mente. El del espíritu.
Cansina, Yshara se permitió a sí misma dar un largo trago del agua que sacaba, valiéndose de una cazoleta de metal, de la tinaja de barro que había en un rincón de la sala; al tiempo que contemplaba una vez más la espalda desnuda de Canción. Era agua fresca, prístina, traída de la Gran Cascada según le habían dicho. No es que le importase demasiado, pero estaba deliciosa. Cuando acabó de beber, sin más, vertió el resto del contenido de la cazoleta sobre la espalda desnuda de la chica.
Se despertó casi de inmediato, con un gemido y una sacudida, pero lo cierto es que no le hizo el menor caso. Tras rellenar y verterle tres o cuatro veces el contenido de la cazoleta, secándola cuidadosamente con el áspero trapo con el que se limpiaba ella misma el sudor, se apartó un puñado de pasos para volver a contemplara con una terrible sonrisa en los labios.
Al dibujo, ahora limpio, que formaban los cortes le quedaban aún diez o doce trazos, pero era magnífico. Ni qué decir tiene que no había escatimado ni una sola línea para realizarlo; representaba un ave, como un águila, con las alas extendidas de omóplato a omóplato, rodeada de un aura que parecía llamear. La pelirroja dio un par de palmadas sobre el hombro de Canción, mientras se fijaba, aparentemente satisfecha, en los trazos que faltaban. El pico no estaba terminado, y tampoco una de las patas. Había una infinidad de diminutos cortes que representaban las plumas. En general, el dibujo era tan maravillosamente completo y complejo como si fuese un tatuaje o un dibujo en carbonilla. Cualquiera que lo viese tendría un escalofrío con el mero pensamiento de cómo estaba hecho.
- «No te duermas» - dijo con parsimonia. - «Todavía no hemos acabado.»
Un aullido de dolor volvió a recorrer la mazmorra, agudo y terrible.
Siempre era más agudo cuando acababa de despertarse, porque su cuerpo, en cierto modo, estaba desacostumbrado. El primer corte de una serie era el peor. Yshara había procurado, igual que había pasado con los azotes, mantener los cortes en pequeños grupos para maximizar el dolor. Después de todo, el dibujo era precioso, pero sólo era un medio. El objetivo era el dolor. El objetivo estaba en el interior de su mente; el objetivo era...
- «Bas... ta...»
... que se rindiera.
Yshara sonrió mientras aplicaba la sal.
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Ex Catedra [+18]
#11
Qué frágiles son los seres vivos.
Precisamente porque la vida implica la posibilidad de la muerte, de la extinción, los seres vivos son lo más débil que existe. Porque la vida es frágil, como la superficie del agua cuando está en calma: Una película que separa dos mundos diferentes, a la que no le damos la debida importancia, pero que está ahí. Es frágil, la delicada tensión en la que se mantiene puede ser rota de muchas maneras. Y lo único que la diferencia de la vida es que la barrera del agua se puede atravesar en ambas direcciones.
Un poeta describió la vida de la siguiente manera: "Es como cuando un gorrión atraviesa una habitación iluminada en pleno vuelo, en mitad de la noche. Un destello fugaz de luz entre dos grandes masas de oscuridad, la muerte que existe antes y la que existe después de que se produzca". ¿O es acaso distinto dejar de existir que no haber existido todavía?
La vida es fugaz, abstracta, difícil de comprender, insuficiente. A menudo insípida, pese a que nos empeñemos en buscarle nuestro pequeño placebo, nuestra pequeña salida que nos amortigüe el dolor de la realidad.
Acabamos pensando que la finalidad de la vida es el placer inmediato, o que simplemente es el convertirnos en uno más de la manada. O que no tiene finalidad. Y en el primer caso, nos volvemos algo menos que animales. Las bestias no tienen más opción que buscar la satisfacción de sus instintos; pero el ser humano, que se dice inteligente, se distingue de ella porque puede elegir. Y a menudo elige el continuar siendo animal, una elección que es pura cobardía, miedo a enfrentarnos a las responsabilidades y a las posibilidades que implica el hacer una elección. En el segundo caso, todavía es peor: Admitimos que existe en nosotros algo que nos hace diferentes, algo que nos da humanidad, pero lo sacrificamos. Delegamos las preguntas, aceptamos las respuestas de religiones y de ciencias, derogamos nuestra sabiduría para tomar el conocimiento de la masa. Nos convertimos en animales de grupo, que no buscan respuestas, ni siquiera preguntas, sino que piensan que su vida tiene sentido en la medida en que se logra vivirla de acuerdo con los principios marcados por "los demás".
El tercer caso puede ser más interesante, porque requiere de una gran valentía. Requiere de un pensamiento firme, de un nihilismo férreo, de un ateísmo marcado, pero es una llamada al dolor y a la locura. ¿Quién puede soportar la idea de que la vida no tiene propósito, de que somos tal vez un accidente de la Madre Naturaleza, llamados a sufrir desde que nacemos hasta que morimos sin meta alguna para ello? ¿Se puede vivir a sabiendas de que la vida es una mala broma, prescindiendo de todos los mecanismos que los hombres del primer y segundo grupo han creado para deshacerse del dañino pensamiento de que no hay razón para la vida salvo la muerte?
La muerte. La muerte es el epicentro, es de lo que cualquier ideología se deriva. Todos los seres vivos temen a la muerte. Los humanos se inventan formas de no pensar en ella, porque intentarlo les puede doler demasiado. Pero la muerte es inexorable, innegable. Lo que define la vida es la capacidad de extinguirse, y la muerte es la pregunta, la que no podemos responder. Si tenemos un propósito divino, si somos animales que han de entregarse al placer hasta que les llegue su hora, si hay una trascendencia vital que no hemos logrado desentrañar o si no hay propósito en absoluto para la vida. A la hora de la verdad, no importa cómo hayamos abrazado nuestra existencia. Todos abrazamos la muerte. Algunos la temen, otros no. Pero todo el mundo teme al dolor.
Lo que hacía a Canción tan débil era que esperaba con vehemencia la muerte.
Para ella, en su penoso estado, la muerte sería una liberación. La muerte sería el fin de la vida, y la vida para ella no podía seguir su curso normal. Su cuerpo estaba destrozado, su mente destruída, su espíritu quebrado. Jamás se repondría de lo que le había hecho Yshara Nadyssra, y lo sabía. Si bien no lo sabía por medio de su mente racional - ya que ésta había dejado de cumplir su función, como un medio de defensa para no martirizar más a su espíritu - lo sabía a nivel inconsciente.
El estoicismo, por definición, es la capacidad de mantenerse impertérrito ante la adversidad. Mucha gente se cree, o se sabe, invulnerable al dolor, mucha gente piensa que en una situación como la de Canción habría encontrado la fuerza para resistirse a ése dolor infinito y terrible que procuraba con pulso diabólico y metodismo enfermizo la elfa de pelo rojo. Pero siempre se trata de gente que no se ha encontrado nunca en la situación en la que se encontraba ella.
Su voluntad estaba anulada, sus esperanzas también. Como elfa, la edad no la mataría. Ésa inmortalidad, lejos de una promesa, era ahora simplemente la idea de que cada día de su vida sería el mismo tormento que llevaba soportando desde que cayera cautiva de Nadyssra. Si existe la certeza absoluta de que cada día de tu vida será un infierno desquiciante de dolor, ¿Es fácil seguir pensando que no desearías la muerte? ¿Es fácil seguir pensando que te mantendrías en tu estoicismo?
La única que podía responder a éso era Canción. Porque, después de todo, el estoicismo es imposible si no existe la adversidad ante la que asumirlo.
La mente de Canción aparecía más desnuda frente a la terrible elfa pelirroja. El orgullo había caído, ahogado en golpes, en humillación, en un dolor que no era nada comparado con el que, sin que ella lo supiera, le había esperado después. La autoestima había caído, cuando la había entregado a los soldados como si fuera una muñeca sin alma, un trozo de carne de la que habían abusado a placer. De nuevo dolor y humillación, pero ahora con un nuevo componente: La negación de su yo. Después de veinticuatro horas siendo terriblemente maltratada, humillada y abusada, su yo se había sepultado en lo más profundo de su psique para evitar estar en contacto con su dolor.
En las personas normales, ésto es lo que se llama un trauma. Algo se soterra en el alma, algo que no desea recordarse o que simplemente se desea apartar de la realidad. Es la puerta de la locura, porque cuando las personas son incapaces de vivir con un dolor tan grande y tan profundo distorsionan la realidad para seguir adelante. La cambian por una delusión que satisface la necesidad de no estar en contacto, de no tener noción con aquello que es fuente del dolor.
Pero Canción no había tenido la oportunidad de crear una delusión protectora. Yshara no se lo había permitido; no permitía que olvidase nada. Mantenía el dolor en la superficie, recordándoselo constantemente; el dolor, la humillación. Hacía sufrir profundamente a Canción, más de lo que la propia elfa de cabellos plateados se imaginaba. Mantenía a flote la parte de ella que estaba dañada, para que el dolor apagase lentamente sus ganas de vivir. Había conseguido que perdiera el apego a la vida. El grotesco dibujo que Canción no podía ver no era más que un instrumento para ponerla entre la espada y la pared: ¿Un insoportable dolor físico, o ceder a la degradación de su espíritu? ¿Es posible soportar una cantidad exagerada de uno para evitar el otro?
Había habido un momento en el que Yshara supo que había roto sin remisión el espíritu de Canción, y fue cuando ésta le pidió que parara. Y lo hizo a sabiendas de que solo había una forma de hacerlo: Cediendo a la degradación. Ahí, Canción había perdido la esperanza. Había aceptado lo inevitable de su condena. Había elegido volver a los barracones. Ahora su alma estaba casi desnuda, sin nada que la protegiese: Ni esperanza, ni amor propio, ni ego, ni aprecio por la vida.
Cuando Vithail empujó a la elfa gris al interior de la cámara, Yshara estaba sentada en el mismo taburete de siempre. Aunque sólo el hombre se dio cuenta de ello, la pelirroja presentaba mejor aspecto. Se había dado un baño, se había desenmarañado el pelo, que ahora llevaba suelto hasta la media espalda y después cogido en una pequeña coleta. Ante la presencia de sus invitados, la pelirroja se puso lentamente en pie, con una leve sonrisa mientras Vithail sujetaba a la chica a las cadenas que ya había aprendido a soportar.
- Buenos días - saludó. - ¿Qué tal se ha portado nuestra chica hoy?
Vithail casi sonrió bajo la túnica.
- Sin incidentes - señaló. - Ni golpes, ni comunicación.
Yshara acarició la piel desnuda de Canción a medida que Vithail le cerraba los grilletes en torno a las muñecas. Le gustó mucho darse cuenta de que ésta vez no se revolvía. Estaba débil, como si estuviera dormida, pero estaba consciente. Sólo estaba... ausente. Seguramente se revolcaba en el autodesprecio.
- ¿Ha comido? - preguntó Yshara, palpando las costillas de la chica justo por debajo de sus pechos.
No pudo evitar fijarse en que tenía un moretón en uno de ellos, pero no le dio demasiada importancia. En realidad, que los soldados no la hirieran no era más que un parámetro del juego. Canción había elegido los barracones para liberarse del castigo físico, y para que el juego fuese completo, tenía que tener la certeza de que nadie iba a hacerle daño si elegía aquella opción. Pero un azote en un pecho, o en el trasero - a juzgar por su aspecto le habían dado unos cuantos - no era algo demasiado duro. No si lo comparaba con el dibujo.
- Ha habido que darle de comer - respondió Vithail. - Pero sí. Dos veces en los barracones, en los cambios de guardia. Y luego en su celda, hace un par de horas.
La elfa asintió con la cabeza. Había pedido específicamente que le diesen de comer lo mismo que a los soldados. El hambre formaba parte de algunas formas de tortura, pero no de la suya. Era importante el poco alivio que pudiera sentir comiendo algo rico, aunque habría sido poco si, como decía Vithail, ni siquiera tenía la iniciativa de comer por voluntad propia. Y además, quería que estuviera sana.
Si la integridad física de la chica le hubiera dado igual, habría actuado de otra forma desde el principio. Canción habría durado menos, pero el dolor habría sido mucho más excruciante. Habría seguido una metodología diferente, escalando en las magnitudes del dolor, y habría incluído en su sistemática oda al dolor tal vez alguna mutilación. Cortarle poco a poco los dedos, alguna barrabasada de índole sexual. Habría sido una cuestión de imaginación, realmente; pero a éstas alturas parecía obvio que el objetivo de Yshara no era matarla, ni dañarla en exceso. Tampoco obtener nada de ella, ni divertirse, aunque pudiera parecer difícil de creer.
Es decir, se estaba divirtiendo. Mucho. Lo cierto es que hacía mucho que no le excitaba tanto una víctima. Pero ése no era el objetivo por el cual llevar a cabo todo éste juego.
- Señora - musitó Vithail tras un breve silencio.
- Dime.
- Los... - carraspeó. - Los soldados se preguntan si podrán disponer de la... muchacha durante más tiempo.
Yshara sonrió.
- Depende de ella - contestó. - Pero diles, en principio, que no.
Tal vez no fuera prudente permitir así el libertinaje de las tropas. Al final, acababan olvidándose de que eran soldados, y ése tipo de práctica, por ser de índole sexual, podía escandalizar mucho, podía instigar algún intento de rescate por parte de alguna resistencia local. Los soldados eran muy bocazas, en especial en lo referente a lo sexual.
A Yshara no le dejaría nunca de causar gracia que la gente supiese abiertamente que los prisioneros de Zergould se sometiesen a exhaustivas torturas y no encontrase en ello más que "una razón" para rebelarse contra el soberano. Una de igual orden que la de que los soldados robaban a la gente y podían matarte en plena calle si se les antojaba. Una razón de tantas, en general. Pero estaba completamente convencida de que la idea de que entregasen a las prisioneras a la lascivia de los soldados de Zergould era exactamente el tipo de cosa que podía desencadenar una revuelta popular. De nuevo, era gracioso pensar cómo a los humanos les escandalizaba cualquier cosa arraigada en la sexualidad.
Humanos...
Yshara se estiró ruidosamente, haciendo crujir sus codos. Canción ya había aprendido, por pura experiencia, que debía temer todas las expresiones corporales de la elfa, por mínimas que fuesen. Yshara era como un gato: Si se estiraba, no era simplemente por el placer de hacerlo, sino porque había estado esperando. El crujido de sus codos significaba que ahora iba a dejar hablar a su adrenalina.
Y la adrenalina de Nadyssra era muy locuaz.
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Ex Catedra [+18]
#12
Canción abrió lentamente los ojos.
La celda estaba completamente sumida en tinieblas, en las mismas tinieblas de siempre, a través de las cuales se colaba tan sólo una delgada rendija de luz que le incidía sobre la cara.
En su piel desnuda podía sentir el frío de las losas del suelo, atenazador y punzante, pero ni siquiera pareció que le diese importancia. Contempló el techo de la cámara con parsimonia, sin mover ni un ápice los ojos para seguir el sonido de pasos que llegaba de fuera. Estaba tirada como un trapo, en mitad de la celda; no se había movido desde que el carcelero la tirase ahí. Ni siquiera se había acercado al diminuto montón de paja para no tener que dormir con el cuerpo sobre las losas.
Conocía los dedos que la tocaron cuando el chirrido le anunció que la celda se abría. El carcelero había cambiado hacía ya algunos días, ya no era el hombre alto y delgado que acompañaba a la pelirroja, sino un hombre más pequeño, de cara redonda y barriga prominente, cuyos dedos la exploraban siempre un poco más de lo necesario antes de agarrarla por los brazos para ponerla en pie con brusquedad. No opuso la más mínima resistencia. Como de costumbre, el carcelero perdió un rato admirando su cuerpo desnudo antes de...
... no, aquel día fue algo diferente.
Canción esperaba el grillete que se cerraría sobre su cuello en cualquier momento, pero éste no llegó. El carcelero le tiró directamente de la mano, y ella no mostró la menor variación en su actitud. Sumisa, le siguió dócilmente hasta la cámara donde ya sabía que Yshara la esperaba. La elfa siempre la esperaba. Nunca había llegado después que ella, excepto el primer día. La esperaba; tan ansiosa por martirizarla como el carcelero por que la elfa terminara y pudiese reclamar el manjar para sí mismo, una vez que la pelirroja se hubiera marchado. Como si a ella le importase lo más mínimo.
Abrió la puerta produciendo un terrible chirrido, tal y como le habían instruído para que hiciera. Pero no la obligó a pasar; de hecho, le soltó el brazo. Canción ni siquiera volvió la cabeza para mirarle. Sus pies descalzos apenas hicieron ruido al atravesar el umbral y personarse en la pequeña cámara oscura donde los siniestros ojos de la elfa, medio hundida en las sombras, ya le esperaban.
El carcelero cerró la puerta de la celda detrás de ella.
- «Hola» - saludó Yshara.
Silencio. No hubo respuesta alguna. Ya hacía días que Canción no hablaba; ni siquiera la miró. Sus ojos estaban perdidos, ausentes. No percibía la macabra sonrisa de la Na'Kari.
- «Ponte en tu sitio» - le ordenó.
Canción arrastró los pies unos cuantos pasos hacia adelante, a través de las frías y húmedas losas, hasta alcanzar el punto en el que siempre, todos los días hasta hoy, había sido encadenada sin excepción. Había sido ahí donde la elfa le había azotado. Su piel ya parecía haberse recuperado, al menos parcialmente, de aquel castigo. No en vano, habían pasado doce días, aunque ella no podía saberlo, porque el tiempo había perdido su significado para ella. Había sido ahí donde la elfa le había golpeado con una fusta, donde le había aplicado aquel aceite ardiente, donde le había dibujado la espalda a cuchillo, donde le había metido la cabeza en un barril de agua hasta que casi sentía que se ahogaba, donde le había escupido, donde le había... Algunas cosas es mejor no decirlas.
Se detuvo justo ahí, en el lugar de sus pesadillas donde la elfa la había martirizado y había devastado su cuerpo, y su espíritu. Agachó ligeramente la cabeza, como esperando una palabra, una orden. Algo.
Yshara se mantuvo en silencio durante algunos instantes.
Ni dijo nada, ni lo hizo Canción.
Estaba sentada en el mismo taburete de siempre, con la pierna izquierda cruzada sobre la derecha y la espalda recostada en el muro. Estaba fresca y limpia como cada mañana; Canción sabía que la elfa se había presentado a cada sesión de sufrimiento recién aseada e incluso oliendo ligeramente a sales de baño, pero no sabía que el propósito de aquello no era que la elfa demostrase su higiene, sino que la propia elfa plateada se diese cuenta de lo terrible de su aspecto cada vez que estaba en su presencia.
Psicología. Todo era psicología. Los pequeños detalles pueden torturar más que los grandes golpes. Hacerte consciente de tus privaciones. Añorar y saber lo que no te está permitido. Yshara era un monstruo minucioso.
Tardó un rato en ponerse de pie, dando dos pasos hasta salir de entre las sombras que la cobijaban. Ésta vez iba completamente ataviada con su cinto, su garra sin desmontar, su peto. Llevaba un objeto en la mano derecha, largo y oscuro. Extendió la mano hacia Canción.
- «¿Sabes lo que es?»
Silencio.
Para hacer honor a la verdad, Canción ni siquiera logró pensar en el objeto el tiempo suficiente como para identificarlo. Cada día que pasaba, le costaba más trabajo estar en contacto con la realidad inmediata. Todo lo que había a su alrededor le causaba sufrimiento; la respuesta de su alma torturada era hundirse más y más en la inconsciencia, pero Yshara siempre conseguía arrancarla de ahí. Le hacía daño: Daño físico. Daño mental. Luego la dejaba a merced de sus lacayos para que la torturasen a otros niveles, hasta que llegara a creerse ella misma que no era más que un juguete, más que una muñeca. Había aprendido, sin saberlo, a odiarse a sí misma. Incluso su propio cuerpo, vejado y marchito, le causaba sufrimiento. Cuando Yshara se había negado a entregarla por tercera vez a los soldados, por razones que ella no podía comprender - su estado mental le impedía pensamientos mas allá de los más sencillos - le había asignado a aquel carcelero sudoroso y baboso que era mucho peor que los soldados. La hacía sentirse mucho más sucia. La vejaba de una forma mucho más íntima, más personal; era un depravado, un cerdo. Conocía su hedor, la sensación de su tibia saliva sobre la piel. Él sí tenía permiso para herirla, siempre que no le dejase ni una sola cicatriz. Canción no sabía ésto.
Tampoco sabía qué era exactamente lo que Yshara quería y había conseguido. Hacerla permanecer en contacto con la realidad, consciente de lo que sucedía, pero tan anulada, tan rota, que era incapaz de hacer absolutamente nada por evitarla. Atrapada, queriendo huír, sin poder hacerlo, hasta que había llegado el momento en el que ya no lo intentaba y lo aceptaba todo, sin más.
Se había rendido cada vez al dolor y había tomado la alternativa, y al final su mente, su alma, habían quedado en aquello que se encontraba de pie frente a Yshara Nadyssra: La sombra de un ser vivo. Un cuerpo maltratado cuya mente se había retraído a los instintos más primarios. Al principio se había reducido al miedo, pero ahora lo había aceptado. Toda ella aceptaba todo lo que le pasaba como una necesidad, algo que no podía ser de otra forma, algo innegable. Odiaba su propia existencia, y se encontraba tan profundamente lejos de ella que no era más que un cascarón vacío, un cuerpo sin mente ni alma.
Yshara desenroscó el látigo con brusquedad.
- «Es un instrumento tosco y poco elegante» - susurró, examinado el cuero del látigo con cuidado. - «No es un arma, y mucho menos una herramienta. Es...»
Lo extendió de golpe. En el aire, en mitad de la oscuridad de la celda, el arma restalló con violencia. El sonido retumbó largo rato a través de la sala, y afuera, a través de los canales que transmitían el sonido, haciendo que un gemido viniese de la celda del anciano de afuera.
- «Es lo que usa la gente cuando quiere que otros no olviden nunca las heridas que les han infligido.»
Yshara lo sabía. Lo sabía demasiado bien. Cuando sostenía aquella cosa que odiaba, entre los dedos, las heridas del látigo que le surcaban la espalda se encendían, ardían como bañadas en ascuas al rojo vivo. Era un dolor irreal, pero dolor al fin y al cabo.
Elfos. Habían sido los elfos quienes se lo habían hecho. Y ella había aprendido a odiar ésos instrumentos, los látigos. Le causaban asco, nunca los usaba... Excepto contra elfos. Le gustaba devolverles el favor. Pero aquel látigo era un poco diferente.
- «Date la vuelta.»
Canción se volvió, obediente. No estaba encadenada.
Yshara alzó el látigo, lo hizo restallar otra vez en el aire.
- «Aún me duele» - susurró, casi para sí misma, porque Yshara también tenía sus pequeños traumas. - «Me duele cada vez que veo a uno de los tuyos.»
El primer latigazo le cruzó la espalda de un lado a otro, haciéndole apretar los dientes con un horrible gemido. No pudo evitarlo; se cayó de rodillas al suelo, poniendo los brazos delante para no precipitarse al suelo. No hubo sangre, no hubo herida. El látigo no era de cuero bueno, no había una punta metálica en su final. No estaba hecho para marcar. Yshara volvió a hacerlo restallar, y le cruzó la espalda en la dirección opuesta, haciéndola chillar de dolor.
Ésta vez sí le arrancó unas gotitas de sangre. Aunque no tuviera punta metálica ni nudo, el cuero sí que podía desgarrar la piel. Canción se vino abajo como una muñeca de trapo, haciéndose un ovillo y comenzado a llorar quedamente.
Yshara sonrió.
- «Es tosco» - narró. - «¿Verdad que sí? Pero es un instrumento increíble. La tela se enrosca y se desenrosca y araña el aire a una velocidad pasmosa. Es la velocidad lo que te hace daño, no el látigo, ¿Lo sabías? Es el sonido. La velocidad se transmite por todo el cuerpo del arma» - la hizo restallar bruscamente - «Y cuando llega a la punta, rompe la barrera del sonido.»
Se acercó a ella un par de pasos, hasta quedar a su lado. Tan cerca que podía levantar una pierna, y dejar caer una de sus pesadas botas remachadas de metal sobre su espalda, a la altura de la cintura. Canción no se quejó. No más de lo que ya lo hacía, con pequeños gemidos lastimeros que se asemejaban a los de un perro dolorido. Con una oscura sonrisa en los labios, Yshara se inclinó un poco hacia adelante.
- «Tiéndete» - dijo.
Muy despacio, Canción se estiró hasta salir de la posición fetal, y giró - Yshara alzó la pierna un poco para permitírselo - hasta quedar tendida en el suelo, boca arriba. La pierna de Yshara exploró su vientre hasta llegar a su abdomen, justo bajo el valle que separaba sus pálidos pechos de elfa. Recogió un poco el látigo, y lo cogió con la mano: La punta estaba ligeramente manchada de sangre, apenas unas gotas. La herida que le había hecho no dejaría cicatriz.
- Bebe - le ordenó, en humano, una orden clara y concisa mientras deslizaba el látigo hasta que lo tuvo junto a la boca, y una gota de sangre le manchó la mejilla.
Canción obedeció al punto. Había una gran sonrisa en la cara de Yshara. Se mordió ligeramente el labio inferior, y pareció pensarse algo por un momento mientras la plateada lamía el extremo del látigo. Le quitó de encima la pierna.
- Bésame los pies - dijo.
De nuevo, la otra elfa obedeció.
Con lentitud, se dio la vuelta, dolorida y aterida como estaba, y se acercó casi reptando a ella hasta que sus labios estuvieron junto al metal de la puntera de sus botas. Yshara podría haberle partido la mandíbula de una patada, pero no hizo nada. Canción besó con parsimonia primero la puntera metálica de la bota, después el tobillo. Después hizo lo propio con su otro pie.
- Arrodíllate.
Obediencia absoluta.
Yshara le acarició el pelo, como si fuera una recompensa por su docilidad. La mirada de Canción era igual de vacía y ausente que antes. No procesaba la información: Escuchaba, y obedecía. Algo muy satisfactorio para la pelirroja. Aún vinieron unas cuantas órdenes más, sencillas y simples. Yshara le hizo soportar pequeñas cantidades de dolor, mantenerse estoica. También hubo órdenes de índole sexual, desde luego.
Como antes, no respondía a las tendencias sexuales de Yshara, o al menos no por completo. Desde luego que le placía, pero ése no era el objetivo. Las órdenes no buscaban sino probar hasta qué punto había moldeado a aquella mujer, hasta dónde era capaz de doblarse si se lo pedía. El sexo era un instrumento. Canción podría haberlo rechazado, y entonces la pelirroja habría sabido que no estaba lista. Pero no lo hizo. Era su prueba definitiva: Canción había sido maltratada de mil formas, especialmente de forma sexual. Habían abusado de ella, la habían humillado. El sexo era lo que más odiaba en aquellos momentos, y sin embargo bastaba con que Yshara le dijese las cosas una vez. No había resistencia. No había voluntad. No había espíritu.
Y por qué no decirlo, Yshara se abandonó durante unos minutos a saborear el plato que había preparado. Era el momento final, en el que Canción se entregaba porque ya no le importaba. No había dolor de por medio, nadie la pegaba. Nadie la vejaba. Nadie la ataba. Podía haber huído del látigo o de la elfa, pero no tenía la voluntad de hacerlo. Su voluntad estaba quebrada, y ahora no era más que un animal amaestrado.
Yshara gimió.
- Ya vale - dijo.
Canción alzó la cabeza de inmediato, con los labios perlados.
Yshara respiraba agitada, pero la sonrisa que había en su rostro no se debía a la excitación ni al clímax. Había algo más satisfactorio, más profundo. Se volvió hasta su rincón, hasta su taburete, llenó una cazoleta de agua y bebió abundantemente mientras trataba de normalizar su respiración. Canción no se levantó de la posición en la que se encontraba; no le cabía la menor duda - a Yshara - de que el carcelero había estado escuchando, como sabía - o creía - que había hecho cada día desde que fuera asignado a aquella posición. Chasqueó los dedos.
- Carcelero - dijo en voz alta.
[- Continúa -]
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Ex Catedra [+18]
Tardó menos de diez segundos en abrir la puerta. Idiota, creía que así no se daría cuenta de que había estado justo detrás.
- ¿Señora? - preguntó, extrañado.
Era muy temprano para que Yshara le llamase. Pensó, por un momento, que le había sorprendido tras la puerta y le tocaba recibir un castigo. Sus ojos se fueron sin poder evitarlo hacia Canción, aún arrodillada de la misma forma en la que la elfa la había dejado, con un hilo de algo que supo enseguida que no era saliva cayéndole por la comisura del labio. El hombre estaba sonrojado porque no era fácil disimular la reacción más que obvia de su cuerpo.
Yshara no pareció apercibirse.
- Llévatela - dijo. - Pero no la encadenes. Llévatela arriba, a mis aposentos y báñala bien. Dentro de una hora tiene que estar perfectamente arreglada. Después, alguien irá a adecentarla.
- ¿Se... señora?
- ¿No me has oído bien? - preguntó Yshara.
- S... sí, señora. Perdonad.
- Cuando la hayas dejado en manos de la gente que envíe, te darán algo. Vuelve aquí y dámelo.
- Sí, señora.
Hubo aún un instante de silencio antes de que el carcelero se diera cuenta de que la conversación había terminado. De inmediato, con una reverencia, se acercó hasta Canción y la tomó de la muñeca, instándola a seguirle. No obstante, la elfa se puso en pie por si sola, y le siguió con docilidad, sin que tuviera que presionarla.
Una vez se hubo quedado a solas, Yshara se sentó en el taburete y echó hacia atrás la cabeza con un suspiro.
Había terminado.
El hombre la bañaría, no se atrevía a pensar que sería lo único que hiciera, pero la dejaría limpia. Ya había dado órdenes para que, más tarde, fuesen a peinarla y acicalarla. La chica, la elfa, había terminado su prueba: Ya era un perro amaestrado, y ahora la llevaría a conocer a su dueña. Porque no era más que un regalo, una mercadería, pero había disfrutado de cada minuto, de cada segundo de aquellos últimos doce días. Más de lo que nadie podía imaginarse. A un nivel íntimo, privado. Se había abandonado a aquello, descuidando muchas cosas más.
Ahora, debía relajarse. Al menos, durante un rato. En parte, hacer que el largo cautiverio de Canción acabase de aquella forma... había sido, por así decirlo, una manera de liberar la tensión, la excitación, el deseo que había acumulado durante aquellos doce días. Porque, no había que confundirse; cada minuto con Canción había excitado y había obsesionado a Yshara de una forma horrible, enfermiza.
Estaba eufórica, pero sabía que las cosas aún no habían acabado. Ya no para Canción; para bien o para mal, la muchacha había concluído sus pruebas, estaba lista para el que quiera que fuera el objetivo que Yshara tenía para ella. Pero ahora era el monstruo con forma de elfa pelirroja el que necesitaba... rehacerse.
La gente a la que había enviado, siervos del Pecado al que 'servía' - siervos suyos - le daría al carcelero algo simbólico, un sobre lacrado o algo, para que volviera con ella. Porque, si le hubiera dicho simplemente "Vuelve aquí después", habría sabido que su vida tocaba a su fin. Yshara apreciaba lo que había hecho con Canción, pero no era algo que se derivara de su habilidad. Aquel tipo era sólo un humano, que representaba lo peor de su raza. Yshara sonrio al pensar que, precisamente, encontrar un humano que representara lo peor de su raza era realmente fácil. Lo difícil era lo contrario.
En cualquier caso, los cerdos como él eran abundantes. Podía encontrar otro en cualquier momento, y utilizarle. Había necesitado que alguien como él, un cerdo, vejase a Canción, porque necesitaba hacerla dócil. Y había respetado la integridad de la elfa porque era un regalo. Pero el carcelero no era nada.
Canción dormiría un rato, ya no en una celda, sino en una cama, en la de Yshara. Cuando pasasen algunas horas, antes del alba - era de noche - partirían para el Embarcadero, donde las recogería un barco. Ya había dispuesto las cosas.
Pero éso, sería a partir del día siguiente.
A partir de que Yshara acudiese a su habitación y despertase a Canción. Para entonces, la elfa habría liberado toda la crueldad que había mantenido a raya durante los últimos doce días. Cuando llegara a la habitación, Canción la vería exactamente como siempre, deliberadamente radiante. Es posible que durmiesen juntas algunas horas, pero éso no significaba que Canción tuviera que saber que, antes de bañarse con agua, lo habría hecho con sangre de humano.
Yshara se sentó en el taburete, y recogió de entre los instrumentos diseminados por la mesa una larga y delgada pipeta para tabaco. La elfa no fumaba, y lo único con lo que la llenaba era una hierba elfa cuyos vapores ayudaban a relajarse. Pero, en un momento como ése, en el que además necesitaba hacer tiempo, tenía que entregarse a ciertos rituales para que la anticipación no le hiciese perder la paciencia. Yshara era un ser caótico, desquiciado, y un genuino monstruo; pero también sabía esperar y ser paciente.
El carcelero tardó una hora y doce minutos en bajar de nuevo. La puerta de la cámara de torturas se abrió con un prolongado chirrido.
- ¿Se... señora? - preguntó el carcelero.
Yshara sonrió ampliamente mientras dejaba de nuevo la pipeta sobre la mesa.
- Adelante - dijo la elfa, con una sonrisa, mientras se ponía en pie. - Pasa.
[F.D.I.: Bueno, si has llegado hasta aquí, primero de todo déjame darte las gracias por leerlo entero. Es posible que el relato te haya parecido desagradable. Francamente, dudaba mucho si debía o no colgarlo, pero dado que es la 'introducción' a una trama relativamente importante, al final no ha podido quedarse en el tinterio.
Continúa, por supuesto: Aquí]
- ¿Señora? - preguntó, extrañado.
Era muy temprano para que Yshara le llamase. Pensó, por un momento, que le había sorprendido tras la puerta y le tocaba recibir un castigo. Sus ojos se fueron sin poder evitarlo hacia Canción, aún arrodillada de la misma forma en la que la elfa la había dejado, con un hilo de algo que supo enseguida que no era saliva cayéndole por la comisura del labio. El hombre estaba sonrojado porque no era fácil disimular la reacción más que obvia de su cuerpo.
Yshara no pareció apercibirse.
- Llévatela - dijo. - Pero no la encadenes. Llévatela arriba, a mis aposentos y báñala bien. Dentro de una hora tiene que estar perfectamente arreglada. Después, alguien irá a adecentarla.
- ¿Se... señora?
- ¿No me has oído bien? - preguntó Yshara.
- S... sí, señora. Perdonad.
- Cuando la hayas dejado en manos de la gente que envíe, te darán algo. Vuelve aquí y dámelo.
- Sí, señora.
Hubo aún un instante de silencio antes de que el carcelero se diera cuenta de que la conversación había terminado. De inmediato, con una reverencia, se acercó hasta Canción y la tomó de la muñeca, instándola a seguirle. No obstante, la elfa se puso en pie por si sola, y le siguió con docilidad, sin que tuviera que presionarla.
Una vez se hubo quedado a solas, Yshara se sentó en el taburete y echó hacia atrás la cabeza con un suspiro.
Había terminado.
El hombre la bañaría, no se atrevía a pensar que sería lo único que hiciera, pero la dejaría limpia. Ya había dado órdenes para que, más tarde, fuesen a peinarla y acicalarla. La chica, la elfa, había terminado su prueba: Ya era un perro amaestrado, y ahora la llevaría a conocer a su dueña. Porque no era más que un regalo, una mercadería, pero había disfrutado de cada minuto, de cada segundo de aquellos últimos doce días. Más de lo que nadie podía imaginarse. A un nivel íntimo, privado. Se había abandonado a aquello, descuidando muchas cosas más.
Ahora, debía relajarse. Al menos, durante un rato. En parte, hacer que el largo cautiverio de Canción acabase de aquella forma... había sido, por así decirlo, una manera de liberar la tensión, la excitación, el deseo que había acumulado durante aquellos doce días. Porque, no había que confundirse; cada minuto con Canción había excitado y había obsesionado a Yshara de una forma horrible, enfermiza.
Estaba eufórica, pero sabía que las cosas aún no habían acabado. Ya no para Canción; para bien o para mal, la muchacha había concluído sus pruebas, estaba lista para el que quiera que fuera el objetivo que Yshara tenía para ella. Pero ahora era el monstruo con forma de elfa pelirroja el que necesitaba... rehacerse.
La gente a la que había enviado, siervos del Pecado al que 'servía' - siervos suyos - le daría al carcelero algo simbólico, un sobre lacrado o algo, para que volviera con ella. Porque, si le hubiera dicho simplemente "Vuelve aquí después", habría sabido que su vida tocaba a su fin. Yshara apreciaba lo que había hecho con Canción, pero no era algo que se derivara de su habilidad. Aquel tipo era sólo un humano, que representaba lo peor de su raza. Yshara sonrio al pensar que, precisamente, encontrar un humano que representara lo peor de su raza era realmente fácil. Lo difícil era lo contrario.
En cualquier caso, los cerdos como él eran abundantes. Podía encontrar otro en cualquier momento, y utilizarle. Había necesitado que alguien como él, un cerdo, vejase a Canción, porque necesitaba hacerla dócil. Y había respetado la integridad de la elfa porque era un regalo. Pero el carcelero no era nada.
Canción dormiría un rato, ya no en una celda, sino en una cama, en la de Yshara. Cuando pasasen algunas horas, antes del alba - era de noche - partirían para el Embarcadero, donde las recogería un barco. Ya había dispuesto las cosas.
Pero éso, sería a partir del día siguiente.
A partir de que Yshara acudiese a su habitación y despertase a Canción. Para entonces, la elfa habría liberado toda la crueldad que había mantenido a raya durante los últimos doce días. Cuando llegara a la habitación, Canción la vería exactamente como siempre, deliberadamente radiante. Es posible que durmiesen juntas algunas horas, pero éso no significaba que Canción tuviera que saber que, antes de bañarse con agua, lo habría hecho con sangre de humano.
Yshara se sentó en el taburete, y recogió de entre los instrumentos diseminados por la mesa una larga y delgada pipeta para tabaco. La elfa no fumaba, y lo único con lo que la llenaba era una hierba elfa cuyos vapores ayudaban a relajarse. Pero, en un momento como ése, en el que además necesitaba hacer tiempo, tenía que entregarse a ciertos rituales para que la anticipación no le hiciese perder la paciencia. Yshara era un ser caótico, desquiciado, y un genuino monstruo; pero también sabía esperar y ser paciente.
El carcelero tardó una hora y doce minutos en bajar de nuevo. La puerta de la cámara de torturas se abrió con un prolongado chirrido.
- ¿Se... señora? - preguntó el carcelero.
Yshara sonrió ampliamente mientras dejaba de nuevo la pipeta sobre la mesa.
- Adelante - dijo la elfa, con una sonrisa, mientras se ponía en pie. - Pasa.
[F.D.I.: Bueno, si has llegado hasta aquí, primero de todo déjame darte las gracias por leerlo entero. Es posible que el relato te haya parecido desagradable. Francamente, dudaba mucho si debía o no colgarlo, pero dado que es la 'introducción' a una trama relativamente importante, al final no ha podido quedarse en el tinterio.
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Yshara- Cantidad de envíos : 876
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