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Mensaje por Zeiss Ethesian 15/09/10, 08:49 am



Última edición por Zeiss Ethesian el 10/06/14, 11:58 pm, editado 4 veces
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Mensaje por Zeiss Ethesian 15/09/10, 08:55 am

Tentador último golpe...

Bueno, podía decirse que todo aquello… había sido un éxito. ¿No?

Hacía un par de días que tenía aquel pequeño antojo… o aquella gran necesidad. Después de todo, viendo la casa, así de bonita, así de lujosa, con lo más seguro grandes habitaciones con grandes camas y mullidos cojines, era inevitable que su afición al robo se revolviese tímida pero incansablemente. Sentía desde hacia un tiempo que se estaba limitando a una vida demasiado… cómoda. Y eso había que solucionarlo.

Nadie conocía el lugar en el que dormía Zeiss. Algunos habitantes de la ciudad se habían acostumbrado ya a verle rondar por las calles, comentando con algún tendero lo malo de la cosecha, o haciendo evidente su falta de conocimiento técnico mientras discutía con un herrero, pero nadie había sentido la imperante necesidad de seguirle por la noche y descubrir su escondrijo. Su capa raída les contaba ella sola una historia... y de todas formas, tan poco tiempo no bastaba para que le tomasen interés a un extranjero entre tantos, uno que parecía haberle tomado afición a aquella zona de la ciudad. Un par de posaderos habían presupuesto que se alojaba donde la competencia; nada más. Pero pasase las noches donde las pasase, colándose por una ventana en casa ajena, al descubierto sobre un tejado o simplemente en vela dando vueltas por la ciudad como fantasma en pena, era evidente que su condición no podía compararse a la de los inquilinos de aquella casa que observaba. Una casa en la que, si había buenas camas, también debería haber un buen par de riquezas.

Antes de nada, Zeiss hizo cuentas. Aunque no es que lo necesitase; una vez se había decidido, sólo quedaba esperar a la noche. Robar por las calles era divertido en principio, todo un arte a la hora de pillar a alguien desprevenido para hacerse con su bolsa de monedas sin que lo note… pero monótono a la larga: bastaba con pillarle el tranquillo, y aunque lo había hecho varias veces en el mismo lugar nadie se había quejado. Además, quizás por mala suerte, quizás porque todos los que caían bajo su guante estaban igual, las bolsas contenían generalmente una cantidad de monedas que le llegaba para la comida, pero no para pasar la noche en una posada, algo que de verdad le apetecía aquellos últimos días.

Por ello, tras un día observando disimuladamente, asintió con aprobación ante la temprana llegada de la noche.


Colarse dentro tampoco supuso dificultades. La eterna puerta trasera en la que nadie se fija, pero que cede fácilmente a las ganzúas, estuvo más que dispuesta a abrirse ante el, dejándole pasar sin mas dificultades a la cocina. Durante toda esta primera etapa en su periplo, Zeiss se fijó sólo en que no había perro; el resto de datos resultaban irrelevantes, mientras que aquella comprobación era tranquilizadora.
Seleccionó una de las puertas cercanas y acertó en encontrarse con el comedor, en el que, aunque no había venido buscando aquello en especial, encontraría la cubertería de plata. Lo reconoció fácilmente – y se congratuló por ello - por la gran mesa rectangular, de madera pulida, sobre la cual pendía una lámpara de araña. Araña. Reflexionó brevemente sobre lo curioso del nombre y siguió adelante.
Avanzó sin hacer ruido, abriendo la puerta principal hasta el vestíbulo, y desde allí subió por las escaleras recubiertas por una agradable moqueta. No sabía qué buscaba exactamente, ni por qué no se había contentado con alguna de las decoraciones varias que se veían en todos lados… pero algo buscaba. Siempre que cometía uno de sus robos a mayor escala, sus favoritos, le invadía una cierta excitación, que se traducía por un cosquilleo en la punta de los dedos. Pero mantenía la calma, se movía con cuidado, con la cabeza serena y permitiéndose incluso gestos exagerados o de parodia propia, tal era su tranquilidad.

Pero aquella vez era diferente. A medida que subía los escalones, notaba que se le aceleraban los latidos del corazón, e incluso le invadió un extraño sudor que, a pesar de carecer de motivo, no se alejó de él por un momento.
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Mensaje por Zeiss Ethesian 16/09/10, 12:15 pm

... y consecuencias




Dejó escapar una risita de entre sus labios, curvados en una sonrisa satisfecha.
- Heath se lo pierde…
Había una razón por la que pensaba en su hermano en aquel momento. Una razón un tanto egoísta… Recordó superpuestos varios robos organizados, en los que Heath había sido siempre cómplice, generalmente suplantando a un soldado que vigilaba la casa en la que Zeiss se colaba a robar.

Recordó aquella vez, cuando se infiltro en una mansión para robar mientras Heath se metía con el guardia de la entrada, haciéndose pasar por el relevo que llegaba tarde. En realidad el relevo estaba en su casa dormido con las hierbas que Zeiss le había puesto en el té… Fue gracioso. Mientras Heath discutía con el guardia, en lo que, de no ser por la increíble y casi celectial paciencia del soldado, hubiese llevado a un duelo alí mismo por el descaro de Heath, Zeiss había terminado dándole un golpe en la cabeza a la mujer que residía allí para dejarla inconsciente con tal de que le dejase robar sus joyas. Todo porque había abierto lo que resultó ser una caja de música, y la hasta entonces durmiente se había despertado… Lo mejor era que a la hora de venderlas terminó resultando que eran joyas falsas…

Muchas cosas habían salido mal en los planes con Heath. Pero estaba seguro que aquello no habría pasado. Se apoyó en una esquina del callejón oscuro, deslizándose hasta caer al suelo. Sólo entonces hizo lo que llevaba un rato evitando: apartó la mano de su cadera y volteó hacia sil.

- Qué mala pata…

Aquello era lo que menos le gustaba: aquel color en su palma. El rojo debería limitarse a los rubís... Volvió a presionarla contra si y sonrió tristemente.

Todo por aquella joya que ahora sentía, casi palpitante, a salvo en su puño izquierdo. Aquella extraña joya…

Escuchó pasos acelerados. Una voz imperiosa. Guardias. No podía quedarse quieto… tenía que huir, esconderse, salir de la ciudad o meterse en el alcantarillado… Con cierta dificultad se puso en pie, apretando los dientes. Pero no, no podía hacer aquello solo. Necesitaba a Heath. Necesitaba a su hermano.

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Mensaje por Zeiss Ethesian 23/10/10, 01:27 pm

Una historia cualquiera de dos cómplices.

Con los pies ligeros como si alados fuesen, ambos hermanos llegaron a Rivamar avanzada la mañana tras su robo nocturno en una hacienda situada bien a las afueras. Sabían lo que tenían que hacer con los recientemente adquiridos bienes; no era desconocido para ellos aquel local con una puerta trasera en un callejón poco transitado, en el que el comprador nunca hacía preguntas indiscretas. A pesar de que el silencio habría bastado, Zeiss entró cantando en voz alta la pena que le causaba la reciente muerte de sus abuelos, y que debía deshacerse en cuanto antes de su legado, para no ser atormentado por fantasmas del recuerdo cada noche. Con gesto afectado como si fuera a desmayarse de un momento al otro, dejó caer en manos del dependiente una bolsa con sortijas, pulseras, pendientes y collares. Éste, impresionado por el contenido, se las llevó un momento a la trastienda para que el dueño, más experto que él en aquello, les fijase un valor. Volvieron ambos pocos minutos después.

- ¡Oh, mi querido amigo...! No sabéis lo que es para nosotros dos, ahora pobres huérfanos, saber de la muerte de nuestros únicos familiares en vida, aunque constituya tan esplendoroso legado... Es una triste historia... Como sabréis, nuestros padres...

Pero el dueño del negocio le respondió con mala cara, y esto congeló a Zeiss en su sitio. Hubo un incómodo minuto de silencio.

- ¿Sabes que cada vez vienes aquí con la muerte de un familiar, y que es la tercera vez que se os mueren los abuelos?
- ¿Nunca ha considerado usted que mi hermanito y yo podríamos ser en realidad hermanastros, aunque no nos guste hablar de ello? – respondió Zeiss inocentemente.
- No. Pero me da igual – retomó rápidamente el dueño al ver que el ladrón volvía a abrir la boca -. Cogeos vuestras niñerías y largo de aquí, anda. Estoy cansado de vosotros y de que os consideréis ladrones para luego traerme esto.
- Perdone su señoría: mi hermano no ha robado un plato en su vida, sólo unas pocas monedas. Y yo no he dicho que sea ladrón, ¿eh? No vayamos difundiendo falsos rumores por ahí...
- Pues aun mejor. Todo esto no tiene valor, no se lo colaría al cliente más tonto. Podéis venderlo en el mercado a algún niño pequeño que pretenda regalarle alguna baratija a su madre enferma. Pero aquí esto no sirve ni de decoración en las vitrinas para atraer a ciegos... Sí, no me pongas esa cara, porque os lo estoy dejando claro. Tomad- gruñó tirándole la bolsa a Zeiss, quien la atrapó al vuelo sin comprender muy bien- llevaos eso y volved cuando poseáis algo de valor. Ya hablaremos entonces. ¿No os enteráis? Esas joyerías son falsas. ¡Fuera!

Una vez de patitas en la calle, con los pies pesados como el plomo, Zeiss se giró súbitamente hacia su hermano y cómplice.

- ¡Heath! ¡Has reunido información falsa! ¿Qué pretendes? Podría haber muerto en aquella incursión, y tú vas y... ¡Argh!

Su hermano, más joven, más alto, más esbelto que él, de rasgos similares a los de su madre y un rostro inocente sólo desmentido por su mirada traviesa (pero no maliciosa, nunca maliciosa; traviesa, no pícara, suave y bromista), frunció el ceño y le dedicó una mirada indignada.

-¡Pero a mí de qué me hablas! ¡Mejor dejas de echarme la culpa, que eres tú quien ha echado mano a joyas falsas! A lo mejor había un cofre lleno de piedras preciosas a tres palmos de tus narices y no te diste cuenta. ¡No sería la primera vez! Como cuando te equivocaste de saco y robaste el de hierbajos en lugar del de plata.
- ¿Hace falta recordarte que me confundí básicamente porque, gracias a que entretuviste a la persona equivocada, cinco guardias estaban corriendo tras de mí en ese momento con intenciones poco caritativas? No sé tú, pero yo en ese caso cojo el saco más a mano, que el otro constituía dejar que me alcanzasen... ¿Como podía saber que era de hierbajos? Noté que pesaba menos de lo normal, pero pensé que sería eso de la fuerza que te da el miedo...

Se le acababa allí el hilo de razonamiento, así que decidió rebatir rápidamente el argumento y devolver el turno de palabra mediante un giro inesperado.

- Aunque no sé si recuerdas que eso no viene a cuento porque era cuando teníamos poco más de diez años. ¡Nuestros inicios, y ahora estamos mucho más avanzados! ¡No es excusa! ¿Cómo te atreves a darme información falsa? Que si había muchas riquezas en esa casa, que si por eso era la vigilancia... Nada de valor ahí dentro, falsas esperanzas, ¿y por culpa de quién...? ¡So pelícano!
-¿Pelícano? ¡Serás pulpo! ¡¡Cacho pingüino!!

Hubo un momento de silencio, cargado hasta tal punto de fingido rencor que a pesar de lo falso y los extraños insultos, un observador ajeno podría haber creído que los dos hermanos estaban realmente peleados.

-Papagayo - zanjó Heath de forma concluyente. Pero aquello pareció desencadenar alguna idea en su mente: -... Espera un segundo... ...¿papagayo?... ¡Ajá! ¡Papagayo! ¡Acabo de recordar que en la Alta Cordillera yace una cueva hasta arriba de tesoros!

Zeiss pasó por alto la última frase, y se quedó anclado, algo pensativo, en el tema de Papagayo. Le costó unos segundos comprenderlo.

- ¡Ah, claro, Papagayo! – se exclamó entonces - ¿Te refieres a Papagayo, nuestro amigo de la infancia? ¿Ése que se pasaba el día haciendo garabatos en los libros en lugar de leerlos? ¿O hablas de Papagayo, su hermano? Por cierto, hablando de Papagayo, ¿qué tal está su primo, Papagayo?
-Pues sigue en la clínica Papagayo, a cargo de su padre Papagayo, que es médico. Su abuelo Papagayo va a visitarle todos los días junto a su tío Papagayo y sus primos, Papagayo y Papagayo.
- En realidad, todos los Papagayo son médicos, así que no hacía falta decirlo, es saber común... Por cierto, ¿qué tal está la cantante calva? O mejor: ¿qué decías de un tesoro en las Altas Cordilleras? ¿Te refieres a aquél custodiado por un dragón, del que nos habló Papagayo?
-No, no, te estás confundiendo - le corrigió Heath, a lo que Zeiss se disculpó rápidamente por la confusión -. No nos lo dijo Papagayo, nos lo dijo Papagayo, ya sabes. Bueno, dejemos a los papagayos en paz, y centrémonos en el tessssssorooooo....... ¡Vamos a las Altas Cordilleras, cogemos lo que nos quepa en los bolsillos y nos largamos! ¿Te parece?
-Bien, entonces éste es el plan: vamos, pasamos del dragon que Papagayo nos dijo que había en esa cueva llena de tesoros, le robamos todo antes de que pueda mover una pestaña y salimos por patas... En caso en el que estemos cercanos a la muerte, pasamos a la última parte directamente... A mí me parece buen plan, no le veo ningún fallo y tiene todas las eventualidades cubiertas.
-¿Pues a qué estamos esperando? ¡Vamos allá!

Y partieron alegremente soñando despiertos con tesoros grandiosos. Cómo terminara la aventura… es ya otra historia.

Pero, de alguna forma, eran felices.

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Mensaje por Zeiss Ethesian 21/11/10, 01:56 pm

Orígenes I
(historia de Zeiss)


Era una noche aciaga y tormentosa en la que el agua se colaba por los agujeros del techo de madera del pequeño refugio.

La mujer intentaba enfrentarse a las inclemencias del clima y hacer entrar en calor a sus dos hijos. De moral elevada, pero de una pobreza total, se había negado a venderse a cambio de cobijo y era incapaz de encontrar un empleo por no abandonar a sus hijos. Cada día mendigaba con ellos cogidos de la mano por la ciudad, aguantaba los insultos y aceptaba las limosnas con total agradecimiento. Decían de ella que cargaba con los niños para infundir piedad, pero la realidad era que no se habría atrevido a separarse de ellos, a dejarlos abandonados e indefensos en aquel lugar. Aquella mujer había sido una dama y jamás dejaría de ser una madre. Por cómo aferraba a sus hijos, cualquiera se daría cuenta de que habría sacrificado su vida por ellos, que se privaría de lo que fuera con tal de que ellos lo tuvieran.

No podían llamar a aquellos cuatro tablones mal colocados entre los que vivían casa, no. Pero sí era un hogar, un hogar desgraciado, triste, y ante todo profundamente frío. En el exterior se escuchaba aullar el viento entre los cipreses; la lluvia caía helada, y los despojos de lana que les cubrían estaban ya empapados. Zeiss intentó reprimir el frío y el hambre, pretendiendo mostrarse fuerte al ver cómo su hermano Heath tiritaba contra su madre. Aquella noche, con el viento como música de fondo, ella les cantaba una canción de esperanza, de prados verdes y castillos rodeados de manzanos en flor, de aventureros y reyes y tesoros. Jamás dejaba que los insultos y el frío rompieran su voz, y cuando la enfermedad hacia mella en ella, la combatía con toda la fuerza de la esperanza. La mujer tenía la cabeza caliente por la fiebre, pero a pesar de todo se centraba en abrigar a sus pequeños.

Hasta aquel momento, ésta podría ser la descripción de una de las muchas noches que pasaron juntos.

La improvisada puerta cayó hacia un lado. Podría haber sido el viento; todos pensaron en un primer momento que se trataba de eso. Pero aquello fue rápidamente desmentido al asomar una figura encapuchada, oscura en aquella noche sin luna. El extraño les observó, inmóvil en el marco de la puerta.
Zeiss estaba asustado, y buscó en la oscuridad la mano de su madre. Ella respondió con seguridad, apartándole con cuidado del alcance del hombre.

- ¿Qué queréis? Aquí no tenemos nada que daros – respondió, valiente, casi amenazadora a pesar de su aspecto sucio y extenuado.

Una mano conciliadora asomó por debajo de los ropajes. El extraño avanzó tan seguro como ella se había apartado.

- El, cariño… Soy yo. He vuelto.

Hubo algo en aquellas palabras, en aquella voz, aquel gesto. Algo que atravesó a su madre hasta lo más hondo. En aquel momento, por primera vez en años, su madre tuvo que reprimir un sollozo. Las piernas le fallaron, y tuvo que sostenerse en Zeiss para recuperarse. Insegura, débil como no había querido mostrar hasta aquel día, dejó a sus dos hijos que intentaban agarrarse a su falda, y avanzó hasta el hombre. Le retiró la capucha, y al hacerlo rompió a llorar y se lanzó a sus brazos.
Él correspondió al abrazo con lentitud. La mano de Heath, asustada, buscó la de su hermano mayor, que la asió con fuerza. En aquella oscuridad Zeiss observó los ojos de aquel extraño, refulgentes, brillantes, apuntándole a él directamente. Insistentemente.
El hombre le susurró algo a su madre, y ella asintió.

- Heath, Zeiss – les dijo volviéndose hacia ellos para abrazarlos fuertemente - … Éste es vuestro padre.

La figura se mantuvo inmóvil, ominosa, indistinguible en la oscuridad salvo por aquellos dos ojos brillantes.

- Éste es vuestro padre – repitió ella –… y va a llevarnos a un lugar mejor.

La figura en el umbral seguía mirándole fijamente, y Zeiss ya no pudo mantener su mirada. Reprimiendo un escalofrió, se refugió contra el hombro de su madre, que se sacudía levemente al ritmo de sus lagrimas.[strike]
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Mensaje por Zeiss Ethesian 08/02/11, 04:45 pm

Oh, su padre.

Zeiss casi nunca piensa ya en aquella figura que, siendo ellos pequeños (¿qué edad tendrían? No lo sabe, pero eran niños, y dependientes), apareció en el marco de la barraca que era su casa... Y, en cambio, fue una figura que cambió su vida. Les sacó de la miseria.

Aquella noche de lluvia, su padre les resguardó a los tres bajo la amplia tela de su capa y les llevó a una carroza, en la cual llegaron a la hacienda del hombre: una casa en el campo construida a base de enormes trozos de piedra de montaña, de varios pisos repletos de rincones oscuros en la que habitaban no sólo dos tías de aspecto desagradable y rencoroso, sino varios sirvientes educados en la docilidad. ¿Por qué su padre había abandonado a su madre? ¿Por qué sólo la había buscado años más tarde? ¿Había sido ella en realidad la que le dejó, o todo lo contrario? ¿Estaban casados, o era él, Zeiss, producto de lo que otros habrían señalado como una unión pecaminosa? Zeiss no lo sabía, ni llegó a saberlo jamás.

Los bienes de su padre eran heredados, y él los mantenía alquilando sus tierras a granjeros y formándose un buen nombre en círculos sociales... Pero era un hombre piadoso, y también donaba a la iglesia y reunía colectas de la comunidad. Era bien apreciado por estos gestos y sus discursos, en los que a pesar de su tono calmado se adivinaba el fervor de la verdadera fe.

Sin embargo, pronto Zeiss aprendió a odiarle. Aquellos ojos fríos, aquellas dos tías que pretendían limitarle. Aquellas supuestas reglas que debían seguirse por el bien del protocolo. Y su padre, sobretodo su padre, su padre en si y solamente por lo que era, por las reprimendas que siempre le dedicaba, por la falta absoluta de un gesto de acercamiento, de cariño. Desde el primer día le recitó las leyes del que sería su nuevo hogar, y Zeiss las aprendió muy pronto de memoria hasta tal punto que cuando su padre le pedía que rezara, el niño cerraba los ojos y en su interior recitaba sólo las normas que aquel hombre le había dictado con todo el desprecio del que era capaz su joven mente.

… ¿Es posible? El Zeiss adulto las ha olvidado. Ha olvidado los mandamientos de su padre, o al menos pretende haberlo hecho. “Debes respeto y amor a tu salvador y a tu progenitor, porque te da la vida. La moralidad lo es todo, y exige sinceridad a tus superiores en este reino carnal como al último de los mortales; pero ante todo al que te dio la vida, el mayor regalo, debes obediencia. El asesino es el enemigo de Dios, porque roba una vida. Aquel que roba es el enemigo de Dios. Aquel que miente es Su enemigo, porque roba la verdad. ”

¿Cómo podía ser que transformara tanto unas palabras en principio cargadas de moral? ¿Por qué aquel brillo de sus ojos bastaba para marchitar la mayor virtud? ¡Él estaba de acuerdo! Matar, robar, mentir, ¿qué había de bueno en todo eso? Pero no le debía nada a aquel que se empeñaba en ver como su padrastro, no su padre real. A pesar de que a medida que crecía, el parecido se hacía más y más evidente: aquellos ojos ligeramente rasgados, la nariz afilada, el pelo lacio, corto y mantenido severamente en su sitio... nada de aquello le venía de su madre.
Zeiss odiaba aquel sermón, pero lo odiaba sobretodo por lo inmerecido. Siempre había obedecido a su madre, y jamás habían robado nada a pesar de pasar tanta hambre. Y en cambio ahora, con la despensa llena, su padre le acusaba convencido de su criminalidad, y su madre aprobaba aquellas charlas que, decía, eran instructivas.
Heath, al gozar de la inmunidad del benjamín que aun se escuda en su inocencia, tuvo menos problemas, pero también aprendió de memoria aquella serie de ideas que él y su hermano maldecían cada noche, en susurros apresurados entre las sabanas, a cubierto de la mirada de aquel cuadro de su supuesto abuelo que les miraba fijamente desde la otra punta de la habitación.

Y entonces Zeiss decidió un día dar él las excusas.

¿Debía la verdad a todos los seres en aquel mundo carnal? Decidió comprobarlo. Le contó a la sirvienta las mayores mentiras sobre fantasmas de gente muerta a manos de su padrastro, le contó que en realidad “el señor” no era humano, sino un abominable ser sediento de sangre disfrazado... ¿Era necesario el respeto? Adoptó una familiaridad casi insultante con cualquier invitado de la casa. Sonreía y reía tanto como le era posible… Y cada vez que de esta forma agradaba al hijo de alguna visita, éste no volvía a ser invitado a la casa. En su lugar aparecían mas hombres y mujeres de labios fruncidos y espaldas rectas.

En aquel momento reaccionó su madre, quizás motivada por los castigos físicos que recaían sobre Zeiss, o quizás fue algo menor lo que la llevó a discutir con su marido, y él en aquel momento se propasó en las palizas que infligía. Poco importa, porque no podían huir. Enferma y de nuevo embarazada, fue relegada a su habitación, cuya llave pasó a guardarse en el estudio de su padre. Zeiss y Heath no se irían sin su madre, y él lo sabía, como sabía (aunque quizás no conscientemente) que esto no haría más que acrecentar el odio que los dos muchachos sentían hacia él.
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Mensaje por Zeiss Ethesian 05/06/11, 02:51 pm

FDI. Le dedico esta entrada a Auria, para que pueda saber si era cierto lo que Zeiss le conto. =)

Su padre se encontraba frente a él, en aquella biblioteca que era también su estudio; un lugar con ventanas estrechas y un hogar que en invierno siempre estaba encendido. Velas y candelabros en exceso decoraban estanterías y ocultaban libros, y el único mobiliario añadido de la sala eran dos asientos y un escritorio de madera pulida a la que su padre solía sentarse cuando trabajaba o leía. A su espalda un enorme cuadro barroco pretendía recordar la mortalidad de la carne mediante representaciones de esqueletos y relojes, entre los que bailaba la Muerte.
Zeiss estaba de pie delante del escritorio, y por ende mirando al cuadro; su padre estaba sentado, frente a él. Le miró con las manos cruzadas escondiendo la mitad de su rostro, tras las que asomaba aquella mirada, a la espera. Pasaron unos minutos hasta que finalmente alzó la voz:

-¿No vas a decir nada?
Zeiss fingió inocencia y ladeó la cabeza.
-¿Mi tía está enfadada porque he olvidado mencionar lo deliciosa que estaba la comida cuya receta proporcionó ella? Lo siento, de veras, iré corriendo a pedir disculpas.
El tono pretendía ser casual, pero las palabras habían chocado contra un muro de frialdad y se podía adivinar en él un ligero temblor; en el fondo de los ojos de Zeiss, su padre pudo leer el miedo. El chico se dio cuenta de esto y bajó la mirada, aunque demasiado tarde.
- ¿Otra vez, Zeiss? ¿Acaso te tratamos mal en esta casa para que nos lo pagues así? ¿No le debes nada a tu padre?
“Tu no puedes ser mi padre” pensó Zeiss, y sintió ganas de llorar, pero no sabía si de miedo o de rabia.
- El primer paso es la confesión – siguió su padre -. Veo que te arrepientes.
- No tengo nada que confesar – respondió el chico, tajante, e hizo un esfuerzo por volver a levantar la mirada y fingir que no sabía de que le estaban hablando.
-¿No? Muy bien – su padre se levantó, bordeó la mesa, y se irguió con toda su altura frente a él, extendiendo la mano -. Dame la llave, Zeiss. La llave del cuarto de tu madre.

Zeiss se congeló en su sitio, mirando fijamente aquella mano. Las palabras que había preparado en caso de que aquello ocurriese se atascaron en su garganta, hiriéndole en un nudo que no conseguía deshacer. La mano seguía extendida, y su padre permanecía inmóvil frente a él… Zeiss levantó la vista. Vio de nuevo aquella mirada, y una palabra salió sola de su boca:

- No.

Entonces su padre suspiró y retiró la mano.

Zeiss no recuerda qué castigo siguió a esto; queda perdido en los muchos que lo precedieron y siguieron. Durante un tiempo Heath se empeñó en meterse voluntariamente en los mismos problemas que su hermano, de los que solía librarse con castigos menores, pero pronto descubrió que podía ser más útil de otra forma: mintiendo. Pero no como Zeiss, sino de forma que pareciese verídico para sacarle a él de problemas. “El arte del engaño”, lo llamó; le resultaba muy fácil ponerle ojitos a la gente y hacer que le creyeran, con aquella expresión tan inocente que tenía. Mientras, Zeiss seguía con sus desafiantes mentiras siempre castigadas y a las que seguían más mentiras que no pretendían ser disimuladas. Entre los dos aprendieron a complementarse para desafiar, mentir y escapar tan indemnes como les fuese posible.

Zeiss aprendió a forzar la puerta del cuarto oscuro, la caja en la que su tía guardaba algunos ahorros, la puerta de la segunda despensa que estaba siempre cerrada… Aprendió a correr hasta la entrada principal sin que nadie le viera, y a escapar a la ciudad a pasar el día… pero siempre tenía que volver. Su hermano no era capaz de seguirle, y no iba a abandonarle... Otro de sus motivaciones a la hora de volver y recibir su castigo había sido su madre, pero murió al dar a luz a una niña muerta y a partir de ese día la situación empeoró.

Y, finalmente, llegó aquel día en la sala de siempre, con la muerte observándole desde el cuadro, el candelabro iluminando de un brillo apagado, el fuego crepitando sosegadamente en la chimenea… Y su padre esta vez dándole la espalda, observando aquel cuadro que siempre le respaldaba. Zeiss vio aquel cuchillo que su padre usaba para romper sellos sobre el escritorio, y miró él también hacia el cuadro. La Muerte asintió despacio, sonriente como siempre, asiendo su guadaña con fuerza entre sus blancos nudillos…

Huyeron esa misma noche, sin apenas llevarse nada y antes de que nadie se diera cuenta de lo sucedido... condenados al mundo de los criminales.

Fin de "Orígenes"
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Mensaje por Zeiss Ethesian 10/06/14, 11:58 pm

Recientemente, tras Shamataw

Debía admitir que estaba un poco ofendido por lo que había pasado en Shamataw.

Cuando Zeiss se encontró solo y supo que nadie podía verle, su expresión cambió. Dio un puñetazo encima de la mesa, una patada a la silla y se dejó caer junto a la puerta, meditativo. Suponía que tenía que calmarse, pero siendo francos no le apetecía en absoluto. Cómo odiaba la fe. Si él tenía una fe, era la religión de la anti-fe, y su cruzada sería destruir cualquier vestigio de creencia. Sólo había una persona a la que había odiado más que a la fe misma…

Zeiss levantó la mirada y suspiró, forzándose a calmarse. Apoyó ambos brazos en las piernas y miró alrededor, a toda la habitación. Todo estaba tranquilo. Echó la cabeza hacia atrás, contra la puerta. Él también estaba tranquilo ahora; sólo había sido un pequeño ataque. Estiró una de las piernas y se quedó mirando al infinito.

Sí. Quizás fuera el momento de mirar atrás, de cambiar. Llevaba muchos años dando vueltas sin rumbo, sin familia, sin verdaderos amigos que le ataran a ningún lugar, sin misión clara. La verdad: comenzaba a aburrirse de aquello y veía dos opciones frente a sí: ir a menos, convertirse en un ciudadano cualquiera, e ir a más.

Salía de un lugar humilde. En su infancia había pasado más hambre y frío que en el resto de su vida junta. Su padre le habría dado un apoyo en la escalera social, pero antes que eso Zeiss había preferido exiliarse. Si consideraba aquel como su punto de partida, era fácil ir a más.

Ir a más… Pensó en Otto. Otto, el contrabandista de magia. Contrabandista… le gustaba cómo sonaba.

Contrabandista. Ir a más.
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