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Historias en la humareda
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Historias en la humareda
Los densos olores de la atmósfera que les rodeaba a penas eran percibidos por sus embotados sentidos. Fuerte licor, música y el suave narcótico se habían convertido en un cómodo asiento en el cuál reposar mientras las historias se entretejían en el imaginario de los presentes. Urkulu, el hombre negro, acababa de narrar (o Maldoror le había imaginado narrando) una breve leyenda de su pueblo, una historia sobre dos hermanos y la envidia que suscitaba en uno la preferencia de su dios por el sacrificio de su hermano frente al suyo. Asentimientos y breves aplausos se habían sucedido entre aquellos hombres cuyas facultades y estado mental aún les permitían llevar a cabo ese tipo de gestos. Maldoror destacó que hallaba en aquél mito ciertos paralelismos notables con una leyenda del libro sagrado de los rahabitas, allá en la lejana Shambhala. Luego, afirmó haber recordado una historia de aquél pueblo que a su juicio, era propicia para la ocasión. Cuando tomó la palabra, se hizo silencio en el viciado ambiente del cuarto.
- Durante las campañas militares del reino del que provengo- dijo el uqbari dejando escapar una bocanada de humo y pasando con parsimonia la pipa al hombre junto a él - hubo una temporada que pasé perdido en el desierto. Fui encontrado por los soldados del reino llamado de Rahab. No entraré en detalles sobre mi tiempo como huésped de los Sabios del Reino de Rahab, más les hablaré de una historia que me fue confiada por uno de sus místicos, Abu Ben-Natani.
"Entre los Sabios de Rahab, existe una práctica que permite la comunión de los hombres justos de este mundo con lo divino. Luego de entrar en un estado de trance ectásico, no muy distinto del que muchos de nosotros experimentamos en este momento... salvo por la inclusión de himnos religiosos, tal vez. Pero quién sabe, quizá nosotros lleguemos a eso más tarde.
"Pero volvamos a la historia. El Sabio que desea ver a la entidad divina (que yo identifico con el Iavdresec de los sihirianos), una vez que ha entrado en el trance, penetra en los siete palacios celestiales. Según la mística rahabita, cada palacio está custodiado por un Poder. Estos Poderes son seres de fuego y luz, siervos del Dios que impedirán la entrada del hombre que no esté armado con los conocimientos necesarios sobre el mundo divino. Cada Poder solicita respuestas secretas, palabras mágicas, gestos e himnos de gloria para permitir el paso del viajante celestial a su palacio. El más pequeño error anula el viaje por completo, y todo el recorrido debe realizarse nuevamente en una segunda ocasión.
"Un viajante legendario entre los Sabios Rahabitas es el Sabio Akhaba. El Sabio Akhaba, según cuentan, fue uno de los más grandes sabios en la historia del Reino de Rahab y sin ninguna dificultad pasó por cada uno de los palacios del cielo y llegó hasta el séptimo, donde pudo contemplar a su dios sentado en su Trono Divino, rodeado por ríos de fuego y coros de Poderes Celestiales cantándole alabanzas.
"Ahora, todo esto está bien, pues coincide con el saber religioso de los rahabitas, que niegan rotúndamente la existencia de cualquier otra entidad divina. Pero, grande fue la sorpresa del justo Akhaba cuando vio que, junto al trono de su dios innombrable había un segundo trono. Aquello no encajaba con nada de lo que había aprendido a lo largo de numerosos años de estudio y tradición religiosa. Heréticamente, según las creencias de los rahabitas, el viejo Sabio exclamó:
- ¡Era cierto pues, que había más de una deidad en el cielo!"
Sobre el segundo trono, reposaba la criatura más hermosa y terrible que el Sabio Akhaba hubiera visto nunca (salvo quizás por el dios de Rahab). Una criatura de pestañas como relámpagos eléctricos y ríos de fuego en lugar de sangre corriendo por sus venas. Cuando Akhaba pronunció sus profanas palabras, los cantos de los Poderes cesaron (pero no cesaron, según se dice; los sentidos del Sabio Akhaba percibieron la turbación y el aire de terrible crimen que ahora pesaba sobre el salón del trono divino tal como nosotros los mortales percibimos un grave silencio, mas las alabanzas al Señor de Rahab no pudieron detenerse, porque estas mueven el mundo). Entonces, en sus oídos, solo se escuchó la voz del dios que le dijo:
- Aquí en el cielo solo gobierna un dios, y es el dios de Rahab. Samael, Primero entre los Poderes Celestiales, sentado a mi izquierda, sigue siendo solo un Poder en este reino. Y como tal, puede ser castigado- dijo la voz de Dios.
Aquí Maldoror hizo una pausa. Recibió la pipa una vez más, le dio algunas caladas antes de rotarla. Contó cómo el Dios de Rahab hizo azotar siete veces con un garrote, ante los ojos de un arrepentido Akhaba, al glorioso poder Samael. Y por cada azote que recibía Samael en la historia, Maldoror rasgaba sin demasiada delicadeza una de las cuerdas de su lira (siempre procurando no dañarla de forma irreparable, aún en su actual estado de idiotismo).
"Mas fue un castigo justo, al menos según los preceptos rahabitas. Samael había sido el objeto de la ofensa hacia la deidad, y como tal, debía ser castigado para reponer el daño hecho por la herejía del Sabio Akhaba. Cuando el castigo al primero entre los Poderes Celestiales hubo terminado, Akhaba fue enviado de vuelta al mundo de los hombres, donde contó la historia a los demás Sabios de Rahab. No hay pues, para los rahabitas, más dios que Dios, y toda herejía debe ser castigada. Aún aquellas realizadas dentro de un estado de éxtasis.
- Durante las campañas militares del reino del que provengo- dijo el uqbari dejando escapar una bocanada de humo y pasando con parsimonia la pipa al hombre junto a él - hubo una temporada que pasé perdido en el desierto. Fui encontrado por los soldados del reino llamado de Rahab. No entraré en detalles sobre mi tiempo como huésped de los Sabios del Reino de Rahab, más les hablaré de una historia que me fue confiada por uno de sus místicos, Abu Ben-Natani.
"Entre los Sabios de Rahab, existe una práctica que permite la comunión de los hombres justos de este mundo con lo divino. Luego de entrar en un estado de trance ectásico, no muy distinto del que muchos de nosotros experimentamos en este momento... salvo por la inclusión de himnos religiosos, tal vez. Pero quién sabe, quizá nosotros lleguemos a eso más tarde.
"Pero volvamos a la historia. El Sabio que desea ver a la entidad divina (que yo identifico con el Iavdresec de los sihirianos), una vez que ha entrado en el trance, penetra en los siete palacios celestiales. Según la mística rahabita, cada palacio está custodiado por un Poder. Estos Poderes son seres de fuego y luz, siervos del Dios que impedirán la entrada del hombre que no esté armado con los conocimientos necesarios sobre el mundo divino. Cada Poder solicita respuestas secretas, palabras mágicas, gestos e himnos de gloria para permitir el paso del viajante celestial a su palacio. El más pequeño error anula el viaje por completo, y todo el recorrido debe realizarse nuevamente en una segunda ocasión.
"Un viajante legendario entre los Sabios Rahabitas es el Sabio Akhaba. El Sabio Akhaba, según cuentan, fue uno de los más grandes sabios en la historia del Reino de Rahab y sin ninguna dificultad pasó por cada uno de los palacios del cielo y llegó hasta el séptimo, donde pudo contemplar a su dios sentado en su Trono Divino, rodeado por ríos de fuego y coros de Poderes Celestiales cantándole alabanzas.
"Ahora, todo esto está bien, pues coincide con el saber religioso de los rahabitas, que niegan rotúndamente la existencia de cualquier otra entidad divina. Pero, grande fue la sorpresa del justo Akhaba cuando vio que, junto al trono de su dios innombrable había un segundo trono. Aquello no encajaba con nada de lo que había aprendido a lo largo de numerosos años de estudio y tradición religiosa. Heréticamente, según las creencias de los rahabitas, el viejo Sabio exclamó:
- ¡Era cierto pues, que había más de una deidad en el cielo!"
Sobre el segundo trono, reposaba la criatura más hermosa y terrible que el Sabio Akhaba hubiera visto nunca (salvo quizás por el dios de Rahab). Una criatura de pestañas como relámpagos eléctricos y ríos de fuego en lugar de sangre corriendo por sus venas. Cuando Akhaba pronunció sus profanas palabras, los cantos de los Poderes cesaron (pero no cesaron, según se dice; los sentidos del Sabio Akhaba percibieron la turbación y el aire de terrible crimen que ahora pesaba sobre el salón del trono divino tal como nosotros los mortales percibimos un grave silencio, mas las alabanzas al Señor de Rahab no pudieron detenerse, porque estas mueven el mundo). Entonces, en sus oídos, solo se escuchó la voz del dios que le dijo:
- Aquí en el cielo solo gobierna un dios, y es el dios de Rahab. Samael, Primero entre los Poderes Celestiales, sentado a mi izquierda, sigue siendo solo un Poder en este reino. Y como tal, puede ser castigado- dijo la voz de Dios.
Aquí Maldoror hizo una pausa. Recibió la pipa una vez más, le dio algunas caladas antes de rotarla. Contó cómo el Dios de Rahab hizo azotar siete veces con un garrote, ante los ojos de un arrepentido Akhaba, al glorioso poder Samael. Y por cada azote que recibía Samael en la historia, Maldoror rasgaba sin demasiada delicadeza una de las cuerdas de su lira (siempre procurando no dañarla de forma irreparable, aún en su actual estado de idiotismo).
"Mas fue un castigo justo, al menos según los preceptos rahabitas. Samael había sido el objeto de la ofensa hacia la deidad, y como tal, debía ser castigado para reponer el daño hecho por la herejía del Sabio Akhaba. Cuando el castigo al primero entre los Poderes Celestiales hubo terminado, Akhaba fue enviado de vuelta al mundo de los hombres, donde contó la historia a los demás Sabios de Rahab. No hay pues, para los rahabitas, más dios que Dios, y toda herejía debe ser castigada. Aún aquellas realizadas dentro de un estado de éxtasis.
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