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Con buena letra y mejores alimentos...
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Con buena letra y mejores alimentos...
Tras un par de ciclos lunares, finalmente parecía que vislumbraba vestigios de alguna civilización. El cálido sol del mediodía calentaba las aguas superficiales donde nadaba Mohl, asomando parcialmente la cabeza sobre las olas. Resultaba ser un cambio agradable después de haber estado tanto tiempo viajando sólo, ya que no había sido posible acercase a los escasos barcos que navegaban por aquellas aguas; estaba bastante seguro de que, en más de un caso, se trataban de corsarios nada amistosos, y entre los piratas y los pescadores asustadizos y supersticiosos (que por si fuera poco, llegaban a confundirlo con un monstruoso naga), llevaba demasiado tiempo escuchándose a sí mismo.
Se sumergió tanto como pudo y siguiendo la corriente, se acercó más a las construcciones de madera que se erguían sobre el lecho de la arenosa playa. Cunado pudo contemplarlas más de cerca pudo contemplar familias de distintas razas trajinando de aquí para allá. Le agradaba el ambiente relajado que se respiraba, las aguas eran limpias y las risas de los infantes se escuchaba en las inmediaciones.
Confiado se decidió a echar un vistazo antes de buscar un lugar donde descansar y nadó entre los gruesos troncos que, atados entre sí, formaban los pilares sobre los que se sustentaban las construcciones flotantes. Mientras cruzaba aquel laberíntico bosque podía alzar la mirada hacia la superficie y apreciar la silueta de esas personas a contraluz, caminando por las pasarelas completamente ajenas a su presencia.
No era la primera vez que se entrometía en poblaciones costeras y tenía cierta gracia para mantenerse oculto bajo las aguas. Mientras nadaba, prestaba atención a los sonidos de la superficie, sobretodo cuando se encontraba debajo de una choza; el suelo de alguna de ellas crujía bajo los pies de sus ocupantes, otras en cambio se encontraban en completa calma y eran las que seleccionaba para inspeccionarlas más detenidamente. Cogiendo impulso saltaba del agua sin hacer demasiado ruido y se escurría con rapidez por la pasarela de madera para ocultarse tras el hogar. Pegado a la pared, echaba un vistazo fugaz al interior por una de las ventanas para comprobar si estaba desocupada.
Ese día había tenido suerte, en la primera estaba completamente desocupada así que pudo regalarse la vista sin problemas; incluso tuvo tiempo de realizar algunos bocetos en sus pergaminos de las aves de corral y pescados que colgaban de una biga. La segunda vivienda sin embargo, hervía en actividad; una mujer de mediana edad se dedicaba a preparar la comida mientras canturreaba en una lengua que Mohl desconocía, lo que más curioso le pareció fue ver dormido placidamente a un niño pequeño en una especie de tela reforzada con una red de pescar que se encontraba suspendida entre dos columnas de madera, como si de un gordito insecto en una tela de araña se tratara. Se pasó más tiempo del que era sensato contemplando al pequeño que al rato, empezó a despertarse con el olor de la comida.
Dio un largo bostezo y como sabiéndose observado, clavó sus ojitos marrones en el merrow dando un respingo. Mohl no pudo evitar sonreír y le hizo la seña que creía universal para pedir silencio, con su dedo índice levantado frente a sus labios. Para cuando el niño terminó de frotarse los ojos medio dormido, Mohl ya había vuelto a sumergirse, dejando como testigos de su presencia un sorprendido chiquillo y un charco bajo la ventana.
Satisfecho con la exploración se alejó de las casas buscando un lugar donde descansar sus aletas. Pronto llegó al muelle y pasado este, a un taller donde se reparaban las embarcaciones. A esas horas se encontraba desierto, pues los trabajadores parecía que habían acudido a sus casas para disfrutar de la comida. Mohl hizo otro tanto y saliendo a la superficie se adentró en el taller, pocas veces tenía la oportunidad de comer rodeado de embarcaciones a medio construir. De su bolsa extrajo un cangrejo bastante malhumorado y algunas almejas.
- Podría haber cogido alguno de aquellos pollos, me pregunto a qué sabrán.
No podía negarlo, estaba de bastante buen humor. La excitación de conocer nuevas tierras le embriagaba.
Se sumergió tanto como pudo y siguiendo la corriente, se acercó más a las construcciones de madera que se erguían sobre el lecho de la arenosa playa. Cunado pudo contemplarlas más de cerca pudo contemplar familias de distintas razas trajinando de aquí para allá. Le agradaba el ambiente relajado que se respiraba, las aguas eran limpias y las risas de los infantes se escuchaba en las inmediaciones.
Confiado se decidió a echar un vistazo antes de buscar un lugar donde descansar y nadó entre los gruesos troncos que, atados entre sí, formaban los pilares sobre los que se sustentaban las construcciones flotantes. Mientras cruzaba aquel laberíntico bosque podía alzar la mirada hacia la superficie y apreciar la silueta de esas personas a contraluz, caminando por las pasarelas completamente ajenas a su presencia.
No era la primera vez que se entrometía en poblaciones costeras y tenía cierta gracia para mantenerse oculto bajo las aguas. Mientras nadaba, prestaba atención a los sonidos de la superficie, sobretodo cuando se encontraba debajo de una choza; el suelo de alguna de ellas crujía bajo los pies de sus ocupantes, otras en cambio se encontraban en completa calma y eran las que seleccionaba para inspeccionarlas más detenidamente. Cogiendo impulso saltaba del agua sin hacer demasiado ruido y se escurría con rapidez por la pasarela de madera para ocultarse tras el hogar. Pegado a la pared, echaba un vistazo fugaz al interior por una de las ventanas para comprobar si estaba desocupada.
Ese día había tenido suerte, en la primera estaba completamente desocupada así que pudo regalarse la vista sin problemas; incluso tuvo tiempo de realizar algunos bocetos en sus pergaminos de las aves de corral y pescados que colgaban de una biga. La segunda vivienda sin embargo, hervía en actividad; una mujer de mediana edad se dedicaba a preparar la comida mientras canturreaba en una lengua que Mohl desconocía, lo que más curioso le pareció fue ver dormido placidamente a un niño pequeño en una especie de tela reforzada con una red de pescar que se encontraba suspendida entre dos columnas de madera, como si de un gordito insecto en una tela de araña se tratara. Se pasó más tiempo del que era sensato contemplando al pequeño que al rato, empezó a despertarse con el olor de la comida.
Dio un largo bostezo y como sabiéndose observado, clavó sus ojitos marrones en el merrow dando un respingo. Mohl no pudo evitar sonreír y le hizo la seña que creía universal para pedir silencio, con su dedo índice levantado frente a sus labios. Para cuando el niño terminó de frotarse los ojos medio dormido, Mohl ya había vuelto a sumergirse, dejando como testigos de su presencia un sorprendido chiquillo y un charco bajo la ventana.
Satisfecho con la exploración se alejó de las casas buscando un lugar donde descansar sus aletas. Pronto llegó al muelle y pasado este, a un taller donde se reparaban las embarcaciones. A esas horas se encontraba desierto, pues los trabajadores parecía que habían acudido a sus casas para disfrutar de la comida. Mohl hizo otro tanto y saliendo a la superficie se adentró en el taller, pocas veces tenía la oportunidad de comer rodeado de embarcaciones a medio construir. De su bolsa extrajo un cangrejo bastante malhumorado y algunas almejas.
- Podría haber cogido alguno de aquellos pollos, me pregunto a qué sabrán.
No podía negarlo, estaba de bastante buen humor. La excitación de conocer nuevas tierras le embriagaba.
Mohl- Cantidad de envíos : 10
Re: Con buena letra y mejores alimentos...
-Qui… ¿Quieres hacer qué con quién?
-Oye, si lo dices de esa manera suena a perversión –dijo Matokaw. Estaba bromeando, pero lo dijo muy serio, para fastidiar a Kepesaw, que llevaba un buen rato dándole la tabarra. Tal y como había predicho, Kepesaw se puso todavía más nervioso y adelantó las manos a modo de defensa.
-N… ¡no quería decir eso! –tartamudeó.
-Mira, Kepe –prosiguió Matokaw, ignorando los ademanes histéricos de su compañero-, los negocios son los negocios. Y francamente, preferiría comerciar con esa gente antes que tener que apañármelas con esa gente de Trinacria que ni te imaginas cómo las gasta.
Estaba pensando en especial en los problemas de un conocido de Denkenia, que le había dado parte de sus tribulaciones en algunos mensajes cruzados, si no buscando ayuda cuando menos para ponerle al tanto y alertarle en previsión del futuro de su propio pueblo. Los desvelos de su amigo por abrir Denke al comercio no habían dado los resultados deseados ni mucho menos. Y Matokaw no tenía ninguna intención de llegar al mismo punto, por lo que agradecía la información. En lo que respectaba a su amigo, no había mucho que pudiera hacer para ayudarlo, pero si en su camino se cruzaba alguna forma de aliviar sus pesares mercantiles… bueno… un despiste por aquí… un empujoncito por allí… todo ayudaba aunque fueran pequeñeces, normalmente insignificantes para los gigantes con las que se la jugaban los colegas menos avispados que Matokaw, pero suficiente a veces como para alterar sus objetivos. Aunque aquel amigo suyo necesitaría mucho más que eso.
Kepesaw interrumpió sus pensamientos una vez más.
-Pero… no sé cómo. Está muy lejos.
-Ya verás como encuentro un barco que llegue.
-Pero…
-Bueno, ya está bien. Me estás poniendo nervioso, Kepe.
-Pero…
-¿¿¿PERO QUÉ???
Kepe retrocedió. No era que pensase que Matokaw le fuera a hacer nada, pero no solía perder los nervios y eso lo puso más nervioso a él. Sin embargo, dijo lo que tenía que decir.
-Ma... Mato… ha entrado alguien en el taller de tu primo –gimoteó.
El taller estaba cerrado tras un pequeño accidente relacionado con un clavo enorme, así que no debía haber nadie trabajando. Matokaw se detuvo y observó el panorama detenidamente.
-Yo no veo nada.
Pero se acercó a echar un vistazo y asomó la cabeza con precaución, seguido muy de cerca por el pusilánime Kepesaw, que parecía creer que si utilizaba a Matokaw como escudo nada podría sucederle.
-Oye, si lo dices de esa manera suena a perversión –dijo Matokaw. Estaba bromeando, pero lo dijo muy serio, para fastidiar a Kepesaw, que llevaba un buen rato dándole la tabarra. Tal y como había predicho, Kepesaw se puso todavía más nervioso y adelantó las manos a modo de defensa.
-N… ¡no quería decir eso! –tartamudeó.
-Mira, Kepe –prosiguió Matokaw, ignorando los ademanes histéricos de su compañero-, los negocios son los negocios. Y francamente, preferiría comerciar con esa gente antes que tener que apañármelas con esa gente de Trinacria que ni te imaginas cómo las gasta.
Estaba pensando en especial en los problemas de un conocido de Denkenia, que le había dado parte de sus tribulaciones en algunos mensajes cruzados, si no buscando ayuda cuando menos para ponerle al tanto y alertarle en previsión del futuro de su propio pueblo. Los desvelos de su amigo por abrir Denke al comercio no habían dado los resultados deseados ni mucho menos. Y Matokaw no tenía ninguna intención de llegar al mismo punto, por lo que agradecía la información. En lo que respectaba a su amigo, no había mucho que pudiera hacer para ayudarlo, pero si en su camino se cruzaba alguna forma de aliviar sus pesares mercantiles… bueno… un despiste por aquí… un empujoncito por allí… todo ayudaba aunque fueran pequeñeces, normalmente insignificantes para los gigantes con las que se la jugaban los colegas menos avispados que Matokaw, pero suficiente a veces como para alterar sus objetivos. Aunque aquel amigo suyo necesitaría mucho más que eso.
Kepesaw interrumpió sus pensamientos una vez más.
-Pero… no sé cómo. Está muy lejos.
-Ya verás como encuentro un barco que llegue.
-Pero…
-Bueno, ya está bien. Me estás poniendo nervioso, Kepe.
-Pero…
-¿¿¿PERO QUÉ???
Kepe retrocedió. No era que pensase que Matokaw le fuera a hacer nada, pero no solía perder los nervios y eso lo puso más nervioso a él. Sin embargo, dijo lo que tenía que decir.
-Ma... Mato… ha entrado alguien en el taller de tu primo –gimoteó.
El taller estaba cerrado tras un pequeño accidente relacionado con un clavo enorme, así que no debía haber nadie trabajando. Matokaw se detuvo y observó el panorama detenidamente.
-Yo no veo nada.
Pero se acercó a echar un vistazo y asomó la cabeza con precaución, seguido muy de cerca por el pusilánime Kepesaw, que parecía creer que si utilizaba a Matokaw como escudo nada podría sucederle.
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