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Devin A. Hayraa
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Chelsie- Cantidad de envíos : 1022
Re: Devin A. Hayraa
El Comienzo.
- ¡Estás bobo! ¿Pero te estás escuchando? ¿Qué te has tomado hoy en la taberna?- La mujer lo miraba de forma severa, con los brazos en jarras completamente incrédula.
- Nada, mujer, estoy bien sobrio. Cállate y escúchame; ese niño no es normal- El hombre lo señalaba temeroso de que en cualquier momento se girara clavándole aquellos brillantes ojos-. Míralo; se pasa el día buscando gusanos, estudiándolos con detenimiento antes de matarlos. ¡Ni se inmuta! Parece que disfrutara con ello… - Un escalofrío le recorrió la espalda.
- ¡Tonterías! ¡Es solo un niño! Está explorando, como lo haría cualquier otro chiquillo de su edad. ¿O que hacías tú de pequeño? ¿Ibas por ahí poniéndoles lacitos de colores a los sapos o te dedicabas a cazarlos para meterlos en un tarro?-.
- No es lo mismo… No es lo mismo-.
- ¿Ah, no? ¡Tú los torturabas! ¿Crees que no me acuerdo de cómo inyectabas formol a los lagartos del río para que se quedaran tiesos? Los pobres, vaya muerte les esperaba… ¡Y lo peor de todo es que había que soportar como se pudrían sobre cualquier tablón del puerto! ¡Cómo si fuera una exposición! No sé que es peor…-.
El hombre, resignado, cerró la boca sin saber que más decir para convencer a su mujer. En el fondo tenía razón, quizás solo fueran imaginaciones suyas. El comportamiento del muchacho no salía de lo normal en un niño de su edad; se dedicaba a descubrir el mundo que le rodeaba.
Pero esos ojos… La inquietud no desaparecía, solo aumentaba a cada día que pasaba. Y el niño seguía creciendo. ¿Cómo iba a pararlo cuando tuviera veinte años y se hubiera convertido en un hombre hecho y derecho? Él ya era viejo y más lo sería para entonces.
No, tenía que acabar con aquello cuanto antes.
Una noche se despertó sobresaltado. Un frío sudor le recorría todo el cuerpo y sus extremidades temblaban. Sentía un irracional pánico en su interior, producido quizás por alguna pesadilla que no era capaz de recordar, y su respiración era entrecortada.
Plantó los pies sobre la madera, que crujió por el peso, frotándose la cara con una mano. Al retirarla de su campo de visión, se quedó helado en una absurda postura; durante unos segundos vio como desde un rincón oscuro, el niño lo miraba fijamente con una sonrisa malvada. Cuando fue capaz de enfocar la mirada, descubrió que en aquel lugar solo bailaban las sombras de los árboles del exterior.
Se frotó de nuevo la cara con ambas manos, dándose unos golpecitos con las palmas para desvelarse del todo. ¿Había sido real o sólo producto de la duermevela en la que todavía se encontraba? No digas tonterías, es un niño como otro cualquiera, le repetía la voz de su mujer en la cabeza. Pero su agitado corazón no se calmaba y otra voz le repetía que aquel niño no era como los demás.
Decidió levantase y comprobar, ahora que el sueño se había alejado de él, que el niño se encontraba dormido en su cama. Con todo el sigilo que fue capaz de conseguir se asomó a la habitación del crío escrutando la oscuridad. Sobre el lecho de paja el niño parecía dormir plácidamente murmurando extrañas palabras en sueños.
Su corazón se tranquilizó y decidió que empezaba a hacerse mayor; era mejor que volviera a la cama para conciliar de nuevo el sueño.
Mientras se arropaba con las sábanas dirigiendo una mirada a su mujer y meditando lo que pensaría de él, un nuevo escalofrío le recorrió la espina dorsal de parte a parte. Sus ojos se abrieron como platos cuando descubrió como el brillo del metal se elevaba sobre su cabeza dispuesto a clavarse sobre su piel. En un último intento por salvar su vida, giró sobre si mismo en la cama para descubrir los ojos negros de Devin sosteniendo uno de los cuchillos serrados que guardaba en el establo y bajándolo a toda velocidad hacia su torso, con la decisión y precisión de alguien que hubiera hecho aquello más de una vez. Su sonrisa malévola le dio a entender que no pensaba fallar pero, justo cuando el cuchillo estaba a punto de atravesar su piel, consiguió esquivarlo haciendo que éste pasara por uno de sus costados produciéndole solo un rasguño.
Gritando, haciendo uso de todas sus fuerzas, se incorporó de un salto sobre la cama. Resollando y con el corazón acelerado abrió los ojos, descubriendo sorprendido que allí no había nadie salvo su mujer que lo miraba preocupada. Sintió el reconfortante tacto de su mano en la espalda e hizo lo posible por recuperar el ritmo normal de su respiración.
- Vamos, vamos, solo fue una pesadilla. Intenta tranquilizarte… Me has dado un susto de muerte, no hacías más que chillar- La rolliza mujer le dio un par de palmaditas más en la espalda y lo incitó a tumbarse de nuevo empujándolo suavemente. Tras taparlo con las sábanas, empapadas en sudor, le susurró un buenas noches antes de echarse a dormir de nuevo. Él, sin embargo, fue incapaz de conciliar el sueño en toda la noche.
A la mañana siguiente, antes incluso de que el sol acabara de asomarse por el horizonte, el hombre ya estaba en pie observando al pequeño desde el quicio de la puerta.
Sin haber dormido en toda la noche, había ido a despejarse echándose agua fresca en la cara. Frente al viejo espejo del aseo, asombrado y confuso se contemplaba el costado donde el filo del cuchillo le había rozado; allí podía verse una pequeña línea rosada, muy fina, casi imperceptible… ¡Pero ahí estaba! ¡Fue ahí donde notó como el metal del cuchillo rozó su piel!
- No, es un arañazo… Te lo habrás hecho con la uña sin darte cuenta… No es nada, no es nada… - El viejo hombre intentaba auto-convencerse susurrando a su reflejo en el espejo, pero en su cabeza aquella voz le repetía que la próxima vez aquel niño conseguiría matarle. Jamás tendrían que haberlo recogido de la selva.
Pero ahí estaba el pequeño, durmiendo plácidamente, con una sonrisa inocente y con el dedo gordo metido en la boca.
No te confíes, ese niño es hijo del Dios Oscuro, ese niño no debe vivir… Acabará con todo… No es un niño normal… Intenta engañarte… Aquella voz parecía tan sabia, estaba convencido de saber de lo que hablaba, le avisaba antes de que fuera demasiado tarde… Tenía que hacerlo; tenía que deshacerse de él.
- ¡Estás bobo! ¿Pero te estás escuchando? ¿Qué te has tomado hoy en la taberna?- La mujer lo miraba de forma severa, con los brazos en jarras completamente incrédula.
- Nada, mujer, estoy bien sobrio. Cállate y escúchame; ese niño no es normal- El hombre lo señalaba temeroso de que en cualquier momento se girara clavándole aquellos brillantes ojos-. Míralo; se pasa el día buscando gusanos, estudiándolos con detenimiento antes de matarlos. ¡Ni se inmuta! Parece que disfrutara con ello… - Un escalofrío le recorrió la espalda.
- ¡Tonterías! ¡Es solo un niño! Está explorando, como lo haría cualquier otro chiquillo de su edad. ¿O que hacías tú de pequeño? ¿Ibas por ahí poniéndoles lacitos de colores a los sapos o te dedicabas a cazarlos para meterlos en un tarro?-.
- No es lo mismo… No es lo mismo-.
- ¿Ah, no? ¡Tú los torturabas! ¿Crees que no me acuerdo de cómo inyectabas formol a los lagartos del río para que se quedaran tiesos? Los pobres, vaya muerte les esperaba… ¡Y lo peor de todo es que había que soportar como se pudrían sobre cualquier tablón del puerto! ¡Cómo si fuera una exposición! No sé que es peor…-.
El hombre, resignado, cerró la boca sin saber que más decir para convencer a su mujer. En el fondo tenía razón, quizás solo fueran imaginaciones suyas. El comportamiento del muchacho no salía de lo normal en un niño de su edad; se dedicaba a descubrir el mundo que le rodeaba.
Pero esos ojos… La inquietud no desaparecía, solo aumentaba a cada día que pasaba. Y el niño seguía creciendo. ¿Cómo iba a pararlo cuando tuviera veinte años y se hubiera convertido en un hombre hecho y derecho? Él ya era viejo y más lo sería para entonces.
No, tenía que acabar con aquello cuanto antes.
Una noche se despertó sobresaltado. Un frío sudor le recorría todo el cuerpo y sus extremidades temblaban. Sentía un irracional pánico en su interior, producido quizás por alguna pesadilla que no era capaz de recordar, y su respiración era entrecortada.
Plantó los pies sobre la madera, que crujió por el peso, frotándose la cara con una mano. Al retirarla de su campo de visión, se quedó helado en una absurda postura; durante unos segundos vio como desde un rincón oscuro, el niño lo miraba fijamente con una sonrisa malvada. Cuando fue capaz de enfocar la mirada, descubrió que en aquel lugar solo bailaban las sombras de los árboles del exterior.
Se frotó de nuevo la cara con ambas manos, dándose unos golpecitos con las palmas para desvelarse del todo. ¿Había sido real o sólo producto de la duermevela en la que todavía se encontraba? No digas tonterías, es un niño como otro cualquiera, le repetía la voz de su mujer en la cabeza. Pero su agitado corazón no se calmaba y otra voz le repetía que aquel niño no era como los demás.
Decidió levantase y comprobar, ahora que el sueño se había alejado de él, que el niño se encontraba dormido en su cama. Con todo el sigilo que fue capaz de conseguir se asomó a la habitación del crío escrutando la oscuridad. Sobre el lecho de paja el niño parecía dormir plácidamente murmurando extrañas palabras en sueños.
Su corazón se tranquilizó y decidió que empezaba a hacerse mayor; era mejor que volviera a la cama para conciliar de nuevo el sueño.
Mientras se arropaba con las sábanas dirigiendo una mirada a su mujer y meditando lo que pensaría de él, un nuevo escalofrío le recorrió la espina dorsal de parte a parte. Sus ojos se abrieron como platos cuando descubrió como el brillo del metal se elevaba sobre su cabeza dispuesto a clavarse sobre su piel. En un último intento por salvar su vida, giró sobre si mismo en la cama para descubrir los ojos negros de Devin sosteniendo uno de los cuchillos serrados que guardaba en el establo y bajándolo a toda velocidad hacia su torso, con la decisión y precisión de alguien que hubiera hecho aquello más de una vez. Su sonrisa malévola le dio a entender que no pensaba fallar pero, justo cuando el cuchillo estaba a punto de atravesar su piel, consiguió esquivarlo haciendo que éste pasara por uno de sus costados produciéndole solo un rasguño.
Gritando, haciendo uso de todas sus fuerzas, se incorporó de un salto sobre la cama. Resollando y con el corazón acelerado abrió los ojos, descubriendo sorprendido que allí no había nadie salvo su mujer que lo miraba preocupada. Sintió el reconfortante tacto de su mano en la espalda e hizo lo posible por recuperar el ritmo normal de su respiración.
- Vamos, vamos, solo fue una pesadilla. Intenta tranquilizarte… Me has dado un susto de muerte, no hacías más que chillar- La rolliza mujer le dio un par de palmaditas más en la espalda y lo incitó a tumbarse de nuevo empujándolo suavemente. Tras taparlo con las sábanas, empapadas en sudor, le susurró un buenas noches antes de echarse a dormir de nuevo. Él, sin embargo, fue incapaz de conciliar el sueño en toda la noche.
A la mañana siguiente, antes incluso de que el sol acabara de asomarse por el horizonte, el hombre ya estaba en pie observando al pequeño desde el quicio de la puerta.
Sin haber dormido en toda la noche, había ido a despejarse echándose agua fresca en la cara. Frente al viejo espejo del aseo, asombrado y confuso se contemplaba el costado donde el filo del cuchillo le había rozado; allí podía verse una pequeña línea rosada, muy fina, casi imperceptible… ¡Pero ahí estaba! ¡Fue ahí donde notó como el metal del cuchillo rozó su piel!
- No, es un arañazo… Te lo habrás hecho con la uña sin darte cuenta… No es nada, no es nada… - El viejo hombre intentaba auto-convencerse susurrando a su reflejo en el espejo, pero en su cabeza aquella voz le repetía que la próxima vez aquel niño conseguiría matarle. Jamás tendrían que haberlo recogido de la selva.
Pero ahí estaba el pequeño, durmiendo plácidamente, con una sonrisa inocente y con el dedo gordo metido en la boca.
No te confíes, ese niño es hijo del Dios Oscuro, ese niño no debe vivir… Acabará con todo… No es un niño normal… Intenta engañarte… Aquella voz parecía tan sabia, estaba convencido de saber de lo que hablaba, le avisaba antes de que fuera demasiado tarde… Tenía que hacerlo; tenía que deshacerse de él.
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