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Wilhelm Beck
Página 1 de 1.
Wilhelm Beck
Aquí comienza el diario de mi personaje, sé que no ha sido aceptado aún, pero no me cuesta nada ir escribiendo (tengo ganas, de hecho estoy ansioso, ansia escritora). Y si luego no fuese aceptado, o lo que sea, pues bueno, ya me tocaría modificar lo que sea. Por cierto, sé que los comentarios están por lo general prohibidos en este tema, pero si cualquiera desea hacer alguno, tampoco me importaría, si a los admin no les molesta, siempre y cuando se oculte el contenido con un Spoiler, para no "cortar" el hilo de la trama a los posibles lectores.
1- Echándole una carrera al viento.
2- El extraño hombre del bosque.
1- Echándole una carrera al viento.
2- El extraño hombre del bosque.
Última edición por Beck el 01/12/09, 01:54 pm, editado 6 veces
Beck- Cantidad de envíos : 694
Echándole una carrera al viento.
Su cuerpo era joven, estaba bien desarrollado para sus cortos catorce años, y su mente era ágil. Y le arrastraba el miedo, le empujaba a correr, con el corazón en la boca y la sangre repicando en las sienes con el redoble de los tambores de un ejército. Pronto llegaría a la pequeña Hlamar y allí podría buscar a su tío Aldrin. Él le ayudaría, explicaría que no era ninguna diabólica criatura... le haría ver que esto no estaba pasando y volvería a casa seguro y a salvo. O al menos eso era lo que el joven Aldwin quería creer. Pero había otra voz que le recordaba que su tío había aceptado sin luchar que su padre, y abuelo de Aldwin, fuese internado en una triste y vieja casa para locos, pues este había caído en el alcoholismo tras la muerte de la abuela. No podía dejar de recordar como él y la tita Ma habían dicho que era lo mejor, porque el abuelo se había vuelto un pecador y se estaba haciendo daño a sí mismo. ¿Y si también creían que él debía ser encerrado en una gris casucha o en alguna cárcel, hasta que dejasen de pasarle las cosas raras que seguro le pasaban por haber sido un mal muchacho?
No estaba muy seguro de qué era lo que había provocado el castigo que ahora sufría, tenía ganas de llorar, de correr a casa y preguntar a mamá por qué sucedía aquello, como siempre preguntaba cualquier cosa que se le ocurría, con sus grisáceos e inquietos ojos atentos a todo. Pero no había posibilidad de volver atrás, a no ser que quisiese ver a aquellos terroríficos hombres de la plaza del pueblo. No quería que le cogiesen, hace un par de años había visto como ajusticiaban a un salteador de caminos mediante la pena de saeta al fuego y aún soñaba con aquello a veces. No quería acabar así, quería jugar y ver a la bonita Mir bañarse en el río, aunque le diese vergüenza y acabase siempre marchándose sonrojado, pensando en sus rubios rizos, y lo bella que estaba cuando nadaba. Quería ir a jugar con sus amigos. Pero no podía, quizás podría descansar en Hlamar, no quería quedarse a oscuras en el bosque y faltaba poco para que la fría noche cayese sobre los bosques y matorrales de la zona.
Siguió caminando y finalmente reencontró el camino. Vio a un grupo de peregrinos que viajaban dirección a Bergnor y aunque deseaba poder caminar por el sendero transitable y dejar el cobijo de la vegetación, por la que su camino se hacía mucho más lento, temió que hubiesen visto su rostro en los bocetos hechos con carboncillos y le reconociesen. Porque los malditos bocetos estaban por todas partes y el artista era bueno, contando con que Aldwin no lo había visto en toda su vida.
Durante un par de horas, el chico siguió paralelo al camino, hasta que en la lejanía escuchó un ruido de cascos y de caballos que podían provenir de Bergnor, y temeroso de que fuesen sus perseguidores, el niño se alejó del camino. Se perdió y acabó haciéndosele de noche, en un bosque desconocido para él, con las estrellas como única compañía y el ulular lejano de un búho. El pequeño Aldwin comenzó a sentirse asustado y desorientado, la luna, por suerte llena, iluminaba su camino, siempre y cuando no se metiese en las zonas más espesas. Un par de veces escuchó algo moverse entre las hierbas y matojos y apresuró el paso, corriendo un trecho y perdiéndose más, mientras la voz de lo que sonaba como un chico mayor de la aldea se reía y le decía "Correr es de cobardes, los valientes luchan". Pero al adolescente asustado no le aptecía luchar, y menos en un sitio tan oscuro y que se le antojaba terrible, tan salvaje y despoblado, se sentía cansado pero no podía parar de correr, ¿qué iba a hacer?
Durante su marcha errática se desvió mucho del camino hacia Hlamar, pero él no lo sabía, y cuando vio una luz a lo lejos pensó que quizás estaba en el camino correcto. Finalmente, llegó a una pequeña casa en lo alto de un monte, quizás la casa de un cazador o un ermitaño. Aldwin se dispuso a llamar en la pequeña aldaba de la puerta, que tenía forma de zarpa de gato, pero las dudas acudieron a su mente. A buen seguro no habría llegado noticia alguna de su marcha a este buen hombre, razonó el niño, viviendo tan apartado, mas su padre siempre había insistido que no era bueno confiar en aquellos que vivían lejos de la civilización, a menudo, decía, eran bandidos y a veces casi bestias. Temeroso de estar llamando a la puerta de un hombre malvado, que le haría trabajar cual esclavo en este oscuro bosque, Aldwin dio una vuelta a la casa, encontrando un pequeño cobertizo donde había guardada madera y pieles de alguna bestia. El niño, acurrucándose en un rincón para pensar, comenzó a plantearse qué hacer, pero en cuanto se detuvo comenzó a notar que el frío y el miedo eran desplazados por un cansancio pesado como nunca había sentido. Eran más de las tres de la mañana, aunque el chico no lo sabía, y llevaba huyendo casi doce horas. El chico resistió en vano, temeroso de quedarse dormido y que algún animal lo encontrase, o que el dueño del lugar despertase y lo viese allí escondido, sin embargo, su cabeza pesaba más y más, y sus ojos no parecían centrarse. Finalmente, tras dar varias cabezadas, su nuca encontró apoyo sobre un leño y el chico cayó en el más profundo de los sueños.
No estaba muy seguro de qué era lo que había provocado el castigo que ahora sufría, tenía ganas de llorar, de correr a casa y preguntar a mamá por qué sucedía aquello, como siempre preguntaba cualquier cosa que se le ocurría, con sus grisáceos e inquietos ojos atentos a todo. Pero no había posibilidad de volver atrás, a no ser que quisiese ver a aquellos terroríficos hombres de la plaza del pueblo. No quería que le cogiesen, hace un par de años había visto como ajusticiaban a un salteador de caminos mediante la pena de saeta al fuego y aún soñaba con aquello a veces. No quería acabar así, quería jugar y ver a la bonita Mir bañarse en el río, aunque le diese vergüenza y acabase siempre marchándose sonrojado, pensando en sus rubios rizos, y lo bella que estaba cuando nadaba. Quería ir a jugar con sus amigos. Pero no podía, quizás podría descansar en Hlamar, no quería quedarse a oscuras en el bosque y faltaba poco para que la fría noche cayese sobre los bosques y matorrales de la zona.
Siguió caminando y finalmente reencontró el camino. Vio a un grupo de peregrinos que viajaban dirección a Bergnor y aunque deseaba poder caminar por el sendero transitable y dejar el cobijo de la vegetación, por la que su camino se hacía mucho más lento, temió que hubiesen visto su rostro en los bocetos hechos con carboncillos y le reconociesen. Porque los malditos bocetos estaban por todas partes y el artista era bueno, contando con que Aldwin no lo había visto en toda su vida.
Durante un par de horas, el chico siguió paralelo al camino, hasta que en la lejanía escuchó un ruido de cascos y de caballos que podían provenir de Bergnor, y temeroso de que fuesen sus perseguidores, el niño se alejó del camino. Se perdió y acabó haciéndosele de noche, en un bosque desconocido para él, con las estrellas como única compañía y el ulular lejano de un búho. El pequeño Aldwin comenzó a sentirse asustado y desorientado, la luna, por suerte llena, iluminaba su camino, siempre y cuando no se metiese en las zonas más espesas. Un par de veces escuchó algo moverse entre las hierbas y matojos y apresuró el paso, corriendo un trecho y perdiéndose más, mientras la voz de lo que sonaba como un chico mayor de la aldea se reía y le decía "Correr es de cobardes, los valientes luchan". Pero al adolescente asustado no le aptecía luchar, y menos en un sitio tan oscuro y que se le antojaba terrible, tan salvaje y despoblado, se sentía cansado pero no podía parar de correr, ¿qué iba a hacer?
Durante su marcha errática se desvió mucho del camino hacia Hlamar, pero él no lo sabía, y cuando vio una luz a lo lejos pensó que quizás estaba en el camino correcto. Finalmente, llegó a una pequeña casa en lo alto de un monte, quizás la casa de un cazador o un ermitaño. Aldwin se dispuso a llamar en la pequeña aldaba de la puerta, que tenía forma de zarpa de gato, pero las dudas acudieron a su mente. A buen seguro no habría llegado noticia alguna de su marcha a este buen hombre, razonó el niño, viviendo tan apartado, mas su padre siempre había insistido que no era bueno confiar en aquellos que vivían lejos de la civilización, a menudo, decía, eran bandidos y a veces casi bestias. Temeroso de estar llamando a la puerta de un hombre malvado, que le haría trabajar cual esclavo en este oscuro bosque, Aldwin dio una vuelta a la casa, encontrando un pequeño cobertizo donde había guardada madera y pieles de alguna bestia. El niño, acurrucándose en un rincón para pensar, comenzó a plantearse qué hacer, pero en cuanto se detuvo comenzó a notar que el frío y el miedo eran desplazados por un cansancio pesado como nunca había sentido. Eran más de las tres de la mañana, aunque el chico no lo sabía, y llevaba huyendo casi doce horas. El chico resistió en vano, temeroso de quedarse dormido y que algún animal lo encontrase, o que el dueño del lugar despertase y lo viese allí escondido, sin embargo, su cabeza pesaba más y más, y sus ojos no parecían centrarse. Finalmente, tras dar varias cabezadas, su nuca encontró apoyo sobre un leño y el chico cayó en el más profundo de los sueños.
Última edición por Beck el 24/11/09, 11:39 am, editado 1 vez
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El extraño hombre del bosque
Cuando despertó el sol acababa de desperezarse y de decidirse a hacer despuntar el alba. No había dormido mucho y el cuerpo le dolía. El frío se le había filtrado dentro de los huesos y ahora danzaba por su interior. Un ruido pesado y repetitivo se escuchaba más cerca que lejos, y Aldwin se dio cuenta de que la puerta de la casa estaba abierta, y que, por tanto, su morador estaba ya despierto y debía rondar cerca si no había vuelto a cerrar. Temeroso, el jovencito se asomó a la esquina del cobertizo bajo el que había dormido y pudo ver como a apenas cinco metros un hombre vestido con pieles grises se esforzaba en cortar pequeños leños hasta hacerlos astillas más apropiadas para utilizar en una pequeña hoguera.
Sabiendo que probablemente el hombre no vería con agrado que él estuviese tan cerca de su casa sin haber siquiera saludado ni anunciado su llegada, y temiendo el hacha que el hombre usaba con brío, se dispuso a marcharse en dirección opuesta, temiendo hacer demasiado ruido al pisar el suelo lleno de maderos ante el cobertizo. Apenas dos pisadas después, una voz rasgada a su espalda le hizo dar un brinco.
¿Has dormido bien ahí? - Aldwin al oir esto se quedó levemente paralizado y le costó verdadero esfuerzo algo tan sencillo como darse la vuelta para mirar a su interlocutor mientras este continuaba.- Te he visto tan cómodo que no he querido despertarte cuando te he visto.
El chico se quedó sin palabras y durante unos momentos miró el suelo a sus pies, avergonzado. Sabiendo que sería de mala educación no dar su nombre, pero incapaz aún así de responder nada coherente, se aclaró la garganta y miró al dueño del hogar cercano. Su mirada subió desde el suelo, viendo que era un hombre fuerte y musculoso, y que se había arremangado para partir una enorme cantidad de leños, que había arrastrado hasta allí con un saco bien grande. Ya se disponía a decir que pedía disculpas por no haberse presentado cuando vio el rostro del leñador: Era extraño, su mandíbula notablemente hundida en su lado derecho, dándole a su cabeza una leve deformidad, y a su rostro una expresión extraña, indescifrable y espantosa para el pequeño Aldwin, que se quedó con la boca a medio abrir y comenzó a tartamudear.
- Se... Señor, le le le pido... disculpas – tomó aire y trató de tranquilizarse, forzándose a mirar el ancho pecho del hombre, en vez de su extraña cara, pues temía que se enfadase.- No quise molestar, sólo me he perdido en el bosque, yendo de camino a Hlamar.
El solitario habitante de la casucha del bosque cogió el hacha y partió el trozo que había dejado sobre el tocón y se agachó para colocar otro, con una mecánica cogida por años de práctica, mientras gruñía a modo de respuesta. Tras partir el siguiente tocón puso otro, y aprovechó el momento para apuntillar
- Si te hubieses perdido más al norte, podrías haber llegado a las montañas, un sitio muy peligroso - gruñó y dejó caer el hacha, que partió el trozo de tronco por la mitad y se clavó profundamente en el tocón de debajo, de donde la liberó con facilidad antes de continuar.- especialmente para niños como tú.-Aldwin contuvo un escalofrío al pensar en unas montañas peligrosas donde podría perderse
- Señor, gracias por su amabilidad. He de marcharme, pues me esperan- notable mentira, se dijo a sí mismo el niño. Esperaba no hacer muy evidente su deseo de alejarse de aquel hombretón de aspecto descuidado, mirada profunda y mandíbula deforme. No es que el bosque le atrajese más, pero al menos era de día, y con la luz no parecía nada terrorífico, todo lo contrario, lleno de tonos verdes.
- Podría llevarte al camino, al sur hay una aldea y podríamos pedirle al alguacil que te dirigiese.
- No - la respuesta fue tajante, en exceso. Lo último que quería Aldwin era volver al camino, donde aquellos hombres a caballo no le tardarían en encontrar. Quería ver a su tío, pero no quería ver a un alguacil que a buen seguro tendría una copia del cartelito donde salía su cara y se le acusaba de graves delitos. Pero no quería que este hombre sospechase, maldita sea. Así que, temblorosamente, y de manera nada convincente, continuó, tras una larga pausa.- No quiero ser ninguna molestia, señor, yo mismo llegaré al camino si me indica por donde está.
Sólo recibió una extraña y prolongada mirada como respuesta. Sus extraños ojos oscuros se fijaron en los suyos y Aldwin no pudo sino temer que le hubiese descubierto. Justo cuando empezaba a pensar que quizás debería salir corriendo, el tipo se encogió de hombros y le señaló una pendiente hacia abajo.
- No es difícil llegar.- El chaval respondió con un tímido agradecimiento y se giró para marcharse. Entonces, el hombre continuó con un tono de conversación, completamente neutro e indiferente.- En ese camino hay muchos hombres a caballo, parecen hormiguitas atareadas buscando alrededor de su hormiguero. Podrías pedirles que te echasen una mano.
Aldwin se giró, con los ojos abiertos como platos, y justo tras hacerlo se maldijo. Rápidamente fue consciente de que había caído en la trampa, al ver la sonrisa en la boca torcida, y el brillo astuto en los oscuros ojos.
Sabiendo que probablemente el hombre no vería con agrado que él estuviese tan cerca de su casa sin haber siquiera saludado ni anunciado su llegada, y temiendo el hacha que el hombre usaba con brío, se dispuso a marcharse en dirección opuesta, temiendo hacer demasiado ruido al pisar el suelo lleno de maderos ante el cobertizo. Apenas dos pisadas después, una voz rasgada a su espalda le hizo dar un brinco.
¿Has dormido bien ahí? - Aldwin al oir esto se quedó levemente paralizado y le costó verdadero esfuerzo algo tan sencillo como darse la vuelta para mirar a su interlocutor mientras este continuaba.- Te he visto tan cómodo que no he querido despertarte cuando te he visto.
El chico se quedó sin palabras y durante unos momentos miró el suelo a sus pies, avergonzado. Sabiendo que sería de mala educación no dar su nombre, pero incapaz aún así de responder nada coherente, se aclaró la garganta y miró al dueño del hogar cercano. Su mirada subió desde el suelo, viendo que era un hombre fuerte y musculoso, y que se había arremangado para partir una enorme cantidad de leños, que había arrastrado hasta allí con un saco bien grande. Ya se disponía a decir que pedía disculpas por no haberse presentado cuando vio el rostro del leñador: Era extraño, su mandíbula notablemente hundida en su lado derecho, dándole a su cabeza una leve deformidad, y a su rostro una expresión extraña, indescifrable y espantosa para el pequeño Aldwin, que se quedó con la boca a medio abrir y comenzó a tartamudear.
- Se... Señor, le le le pido... disculpas – tomó aire y trató de tranquilizarse, forzándose a mirar el ancho pecho del hombre, en vez de su extraña cara, pues temía que se enfadase.- No quise molestar, sólo me he perdido en el bosque, yendo de camino a Hlamar.
El solitario habitante de la casucha del bosque cogió el hacha y partió el trozo que había dejado sobre el tocón y se agachó para colocar otro, con una mecánica cogida por años de práctica, mientras gruñía a modo de respuesta. Tras partir el siguiente tocón puso otro, y aprovechó el momento para apuntillar
- Si te hubieses perdido más al norte, podrías haber llegado a las montañas, un sitio muy peligroso - gruñó y dejó caer el hacha, que partió el trozo de tronco por la mitad y se clavó profundamente en el tocón de debajo, de donde la liberó con facilidad antes de continuar.- especialmente para niños como tú.-Aldwin contuvo un escalofrío al pensar en unas montañas peligrosas donde podría perderse
- Señor, gracias por su amabilidad. He de marcharme, pues me esperan- notable mentira, se dijo a sí mismo el niño. Esperaba no hacer muy evidente su deseo de alejarse de aquel hombretón de aspecto descuidado, mirada profunda y mandíbula deforme. No es que el bosque le atrajese más, pero al menos era de día, y con la luz no parecía nada terrorífico, todo lo contrario, lleno de tonos verdes.
- Podría llevarte al camino, al sur hay una aldea y podríamos pedirle al alguacil que te dirigiese.
- No - la respuesta fue tajante, en exceso. Lo último que quería Aldwin era volver al camino, donde aquellos hombres a caballo no le tardarían en encontrar. Quería ver a su tío, pero no quería ver a un alguacil que a buen seguro tendría una copia del cartelito donde salía su cara y se le acusaba de graves delitos. Pero no quería que este hombre sospechase, maldita sea. Así que, temblorosamente, y de manera nada convincente, continuó, tras una larga pausa.- No quiero ser ninguna molestia, señor, yo mismo llegaré al camino si me indica por donde está.
Sólo recibió una extraña y prolongada mirada como respuesta. Sus extraños ojos oscuros se fijaron en los suyos y Aldwin no pudo sino temer que le hubiese descubierto. Justo cuando empezaba a pensar que quizás debería salir corriendo, el tipo se encogió de hombros y le señaló una pendiente hacia abajo.
- No es difícil llegar.- El chaval respondió con un tímido agradecimiento y se giró para marcharse. Entonces, el hombre continuó con un tono de conversación, completamente neutro e indiferente.- En ese camino hay muchos hombres a caballo, parecen hormiguitas atareadas buscando alrededor de su hormiguero. Podrías pedirles que te echasen una mano.
Aldwin se giró, con los ojos abiertos como platos, y justo tras hacerlo se maldijo. Rápidamente fue consciente de que había caído en la trampa, al ver la sonrisa en la boca torcida, y el brillo astuto en los oscuros ojos.
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Re: Wilhelm Beck
El hacha cayó y se clavó de nuevo. El golpe había sido fuerte, pero no lo suficiente como para partir el tocón, que se resistía a convertirse en astillas. Secándose el sudor de la frente, el joven Aldwin se preparó para descargar de nuevo el hacha, afianzando los pies y subiéndola por encima de la cabeza. A su alrededor había varios montones de leña, unos sin cortar y otros ya convertidos en astillas y leños de menor tamaño, perfectos para las chimeneas y hornos de la ciudad. El muchacho se veía sucio y cansado, su camisa llena de sudor, aunque debía dar las gracias de que no hubiese llovido ese día. No había sido así el anterior y había tenido que permanecer bajo la lluvia durante horas.
Y aún así, Aldwin se consideraba un chico afortunado. Porque estaba allí, cortando leños, y no en una maloliente celda, pudriéndose, ni siendo azotado o mutilado en la plaza del pueblo de Bergnor o de cualquier otro. Mientras pensaba esto, colocó un nuevo leño, afianzó las manos en el pomo del hacha y la dejó caer de nuevo, cortándolo limpiamente, esta vez. Le estaba cogiendo el tranquillo a eso de recoger leña, ya que el trato a cambio de que Brom no le denunciase a la guardia había sido la promesa de trabajar dos semanas sin ver un cobre ni cobrar ni una paga. El leñador le daba una insulsa sopa y alguna seta o fruto que hubiese recogido en el bosque y eso era todo lo que obtenía para mantenerse otro día. A Aldwin le había parecido un buen trato, y todo había sido gracias a que el imbécil de Brom había pensado que era un delincuente común, un simple ladronzuelo del tres al cuarto. El muchacho se reconfortaba al pensar que quizás ya se estarían olvidando de él en la ciudad, dándole por muerto quizás, pronto podría ir a ver a su tío y ocultarse allí unos cuantos días más, hasta que todo pasase al fin y pudiese volver a casa. Ultimamente no dejaba de darle vueltas a qué habría sido de su padre, ¿lo habrían condenado? ¿Lo habrían dejado libre? ¿Seguiría en una oscura celda a la espera de que decidiesen qué hacer con él?
Con estas elucubraciones, Aldwin terminó de cortar la cantidad de leña que debía, y mirando a su alrededor para asegurarse que Brom no estaba cerca, decidió que podría dar un descanso y curiosear un poco. Primero, y antes de nada, se acercaría a la cabaña, para asegurarse de que Brom no andaba por allí. Esperaba que hubiese ido a buscar setas y se hubiese despeñado, era un hombre mezquino, asqueroso y lamentable, y había quedado claro que la única razón de que lo hubiese dejado libre, en vez de avisar a la guardia, había sido que para él era más rentable el que le hiciese su trabajo sucio en vez de entregarlo a las autoridades, pues no habría recompensa alguna por su captura. El chico hizo una mueca de asco, pero luego reconsideró, pues al fin y al cabo, si hubiese topado con un hombre de ley habría acabado con los hombres de las túnicas oscuras. Finalmente, llegó hasta la cabaña y echó un vistazo. Parecía que no había nadie. Un poco preocupado, llamó a la puerta, pero nadie respondió, así que intentó abrirla de un empellón, pero estaba trabada con una muy burda cerradura. Eso significaba que había salido, y Aldwin sonrió, más animado, mientras decidía que iría a ver a los animales de Brom.
Porque Brom tenía una pequeña congregación de ovejas y una mula, apenas a diez minutos a pie, en un claro donde las primeras se ponían las botas a base de hierbajos. No serían más de una decena, pero eran agradables de ver, y a Aldwin le parecían más divertidas que los leños que se había dedicado a cortar. Además, desde el claro se veía montes abajo, hasta el camino, y podría curiosear. Hacía varios días que no veía ninguna pequeña comitiva de hombres uniformados, lo que significaba que ya no le estaban buscando, suponía Aldwin, y era algo que le tranquilizaba. Había comenzado a relajarse, incluso. Sin embargo, a pesar de ello, cuando llegó junto a los animales sintió que algo no iba bien. Repentinamente nervioso, echó un vistazo en derredor mientras algunas ovejas se le acercaban balando. Se permitió sonreír y acariciar la enmarañada lana de una de las ovejas, que baló alegremente en respuesta, antes de darse cuenta de qué era lo que le había puesto nervioso: la mula de Brom no estaba allí. Eso quería decir que se había ido al pueblo, pero no tenía qué vender, no se había llevado leña, pues no había suficiente cortada para hacer una buena venta y aun así, no era normal que se hubiese marchado sin encargarle de vigilar a los animales.
Aquello le daba mala espina, así que el muchacho corrió el centenar de metros que le separaban de una elevación en la que vería el camino. Cuando llegó, su corazón latía con la fuerza de un tambor en su pecho, pero todavía latería mucho más fuerte, como toda una horda de tamborileros, cuando al llegar a lo alto del montículo pudo ver a Brom, que ascendía senda arriba, de vuelta a su choza, acompañado por tres hombres. Los tres llevaban ropas cómodas y oscuras, y tenían aspecto de cazadores, guerreros o asesinos, no podía distinguirlo desde tan lejos. El joven Aldwin no tardó ni un segundo en entenderlo, todavía no se habían olvidado de él. Solo tardó unos cuantos segundos más en comenzar su huida, llevándose consigo poco más que un zurrón con queso y pan y el hacha con la que había estado cortando tocones.
Y aún así, Aldwin se consideraba un chico afortunado. Porque estaba allí, cortando leños, y no en una maloliente celda, pudriéndose, ni siendo azotado o mutilado en la plaza del pueblo de Bergnor o de cualquier otro. Mientras pensaba esto, colocó un nuevo leño, afianzó las manos en el pomo del hacha y la dejó caer de nuevo, cortándolo limpiamente, esta vez. Le estaba cogiendo el tranquillo a eso de recoger leña, ya que el trato a cambio de que Brom no le denunciase a la guardia había sido la promesa de trabajar dos semanas sin ver un cobre ni cobrar ni una paga. El leñador le daba una insulsa sopa y alguna seta o fruto que hubiese recogido en el bosque y eso era todo lo que obtenía para mantenerse otro día. A Aldwin le había parecido un buen trato, y todo había sido gracias a que el imbécil de Brom había pensado que era un delincuente común, un simple ladronzuelo del tres al cuarto. El muchacho se reconfortaba al pensar que quizás ya se estarían olvidando de él en la ciudad, dándole por muerto quizás, pronto podría ir a ver a su tío y ocultarse allí unos cuantos días más, hasta que todo pasase al fin y pudiese volver a casa. Ultimamente no dejaba de darle vueltas a qué habría sido de su padre, ¿lo habrían condenado? ¿Lo habrían dejado libre? ¿Seguiría en una oscura celda a la espera de que decidiesen qué hacer con él?
Con estas elucubraciones, Aldwin terminó de cortar la cantidad de leña que debía, y mirando a su alrededor para asegurarse que Brom no estaba cerca, decidió que podría dar un descanso y curiosear un poco. Primero, y antes de nada, se acercaría a la cabaña, para asegurarse de que Brom no andaba por allí. Esperaba que hubiese ido a buscar setas y se hubiese despeñado, era un hombre mezquino, asqueroso y lamentable, y había quedado claro que la única razón de que lo hubiese dejado libre, en vez de avisar a la guardia, había sido que para él era más rentable el que le hiciese su trabajo sucio en vez de entregarlo a las autoridades, pues no habría recompensa alguna por su captura. El chico hizo una mueca de asco, pero luego reconsideró, pues al fin y al cabo, si hubiese topado con un hombre de ley habría acabado con los hombres de las túnicas oscuras. Finalmente, llegó hasta la cabaña y echó un vistazo. Parecía que no había nadie. Un poco preocupado, llamó a la puerta, pero nadie respondió, así que intentó abrirla de un empellón, pero estaba trabada con una muy burda cerradura. Eso significaba que había salido, y Aldwin sonrió, más animado, mientras decidía que iría a ver a los animales de Brom.
Porque Brom tenía una pequeña congregación de ovejas y una mula, apenas a diez minutos a pie, en un claro donde las primeras se ponían las botas a base de hierbajos. No serían más de una decena, pero eran agradables de ver, y a Aldwin le parecían más divertidas que los leños que se había dedicado a cortar. Además, desde el claro se veía montes abajo, hasta el camino, y podría curiosear. Hacía varios días que no veía ninguna pequeña comitiva de hombres uniformados, lo que significaba que ya no le estaban buscando, suponía Aldwin, y era algo que le tranquilizaba. Había comenzado a relajarse, incluso. Sin embargo, a pesar de ello, cuando llegó junto a los animales sintió que algo no iba bien. Repentinamente nervioso, echó un vistazo en derredor mientras algunas ovejas se le acercaban balando. Se permitió sonreír y acariciar la enmarañada lana de una de las ovejas, que baló alegremente en respuesta, antes de darse cuenta de qué era lo que le había puesto nervioso: la mula de Brom no estaba allí. Eso quería decir que se había ido al pueblo, pero no tenía qué vender, no se había llevado leña, pues no había suficiente cortada para hacer una buena venta y aun así, no era normal que se hubiese marchado sin encargarle de vigilar a los animales.
Aquello le daba mala espina, así que el muchacho corrió el centenar de metros que le separaban de una elevación en la que vería el camino. Cuando llegó, su corazón latía con la fuerza de un tambor en su pecho, pero todavía latería mucho más fuerte, como toda una horda de tamborileros, cuando al llegar a lo alto del montículo pudo ver a Brom, que ascendía senda arriba, de vuelta a su choza, acompañado por tres hombres. Los tres llevaban ropas cómodas y oscuras, y tenían aspecto de cazadores, guerreros o asesinos, no podía distinguirlo desde tan lejos. El joven Aldwin no tardó ni un segundo en entenderlo, todavía no se habían olvidado de él. Solo tardó unos cuantos segundos más en comenzar su huida, llevándose consigo poco más que un zurrón con queso y pan y el hacha con la que había estado cortando tocones.
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Re: Wilhelm Beck
"¿Estoy muerto ya?" fue la primera idea que vino al muchacho al despertar en la mañana, pero descubrió que no, pues seguía tiritando de frío, encogido en el hueco que un árbol enorme había dejado al caer, demacrado y hambriento. Era el tercer día desde que había abandonado el hogar de Brom robándole un hacha y un poco de pan y queso. De éstos últimos ya no quedaba nada, ni migajas en el zurrón, la primera aún la portaba, y era lo único que le reconfortaba ante el creciente temor de que alguna bestia del bosque le atacase. Tenía sed y se sentía terriblemente débil, de hecho, esperaba colapsar en cualquier momento y morir de agotamiento, hambre y sed. Sin embargo, el cuerpo es capaz de soportar muchas más penalidades de las que un muchacho cree, y al suyo aún le quedaban muchas por soportar.
Tenía suerte de que no le hubiesen cogido, aunque ahora empezaba a dudar si no hubiese sido mejor la muerte por horca, y solo se había librado por azar al caer el segundo día de su huida al río, cuando sus perseguidores habían acortado el margen hasta tal punto en que a veces podía oírlos. Así, más por fortuna que por otra cosa, había conseguido borrar su rastro, al salir del agua casi un kilómetro más al sur. Lo malo era que había perdido el rumbo, y no sabía ni donde se encontraba. ¿Qué diablos iba a hacer ahora? Por suerte, al atardecer recuperó su sentido de la orientación: el sol se pone por el oeste, y pudo continuar su camino hacia su dirección aproximada. Pero ello no quitaba que se hubiese desviado mucho, posiblemente internándose en áreas deshabitadas y no sabía cuantas fuerzas le quedarían. No tenía ninguna cantimplora, sin embargo, el zurrón era de cuero y si lo llenaba de agua aguantaba unas horas, hasta vaciarse gota a gota, ya por las costuras, ya por su abertura cuando bebía con ansiedad su contenido. Tomaba nuevas aguas en cada pequeño riachuelo, que por suerte abundaban, y cada vez temía que le sentase mal y enfermase, cosa que aún no había sucedido.
Así, agotado, desnutrido y deshidratado, continuó su viaje – vagabundeo – en busca de un tío que a estas alturas, quizá por el pesimismo que le comenzaba a inundar, temía que no podría ayudarle en mucho. Bajó por una fuerte pendiente, llena de hojarasca resbaladiza, prestando atención a cada paso, y luego le tocó subir de nuevo en la siguiente pequeña loma, agarrándose como podía en los troncos para ayudarse a alcanzar la parte más alta sin resbalarse y deslizarse pendiente abajo. Cuando llegó arriba se sentó a descansar, pues estaba agotado, y para su alegría vio un pequeño árbol frutal, cargado de algo similar a las moras entre sus ramas. Se acercó y probó una con precaución, descubriendo con ello que si bien no eran de gran sabor, al menos parecían comestibles y eran jugosas. Olvidando toda reserva comenzó a engullir los frutos de la planta sin mesura ninguna hasta que se sintió parcialmente satisfecho primero, y luego extrañamente mareado, de forma similar a las pocas veces que había probado la cerveza en las tabernas. El árbol era un madroño y él había comido una buena cantidad de un fruto que portaba una pequeña cantidad de alcohol, y sintiéndose levemente reconfortado y adormilado se tendió a dormir una siesta. Durante un rato podríamos decir que, si bien no fue feliz, al menos no se sintió desgraciado.
Todo cambió al día siguiente. Al fin, el agua (o quizás el exceso de aquella fruta, pues había acabado saqueando todo el arbol frutal) le había sentado mal. Seguramente algún animal había muerto río arriba, o dios sabe qué, el caso es que todo empezó como un leve malestar en la boca del estómago, y dos horas después vomitaba hasta que temió echar sus alma por la boca. Encogido por el dolor de las sacudidas con cada arcada se tumbó y se acurrucó buscando una protección que no hayó. Durante una hora trató de continuar en la dirección que debía, pero cuando encontró una pequeña cueva decidió descansar. No podía más, estaba agotado y dolorido. El sol caía ya verticalmente, pues debía de ser casi mediodía, y los pájaros piaban alegres. El cielo estaba despejado y una save brisa refrescaba el ambiente, trayendo olores a lilas y pinar. Habría sido un día maravilloso, sí, lo habría sido de haber estado en casa, pero no lo estaba, como le recordó un nuevo pinchazo en el estómago. No vomitó nada, porque no había nada más que vomitar. Enfebrecido y débil, el joven Aldwin sintió como le pesaban los párpados, como insistían en cubrir sus doloridos e hinchados ojos, y finalmente nisiquiera fue consciente de haberse quedado dormido.
Quizás por eso fue tan particular el despertar. Todo el ambiente había cambiado, ahora, el cielo estaba completamente oscuro y el constante repiqueteo de la torrencial lluvia había sustituído al piar de los pájaros. La brisa ya no era tal, sino un vendaval que hacía que el agua entrase de vez en cuando en la pequeña cuevecita, y ya el olor que traía no era sino el del barro reciente. Cuando se movió sintió unas fuertes punzadas de dolor, pero después se mitigaron, y se dio cuenta de que estaba bastante mejor. Tal vez había vomitado todo lo que estaba siendo dañino para él, o tal vez había pasado más tiempo dormido del que pensaba, a juzgar por cuan seca sentía la boca. Haciendo un esfuerzo abrió su zurrón cuanto pudo y lo sacó para que estuviese bajo la lluvia. Quizás así podría hacerse con algo de beber sin tener que mojarse, cosa que sabía no le convenía.
Tenía suerte de que no le hubiesen cogido, aunque ahora empezaba a dudar si no hubiese sido mejor la muerte por horca, y solo se había librado por azar al caer el segundo día de su huida al río, cuando sus perseguidores habían acortado el margen hasta tal punto en que a veces podía oírlos. Así, más por fortuna que por otra cosa, había conseguido borrar su rastro, al salir del agua casi un kilómetro más al sur. Lo malo era que había perdido el rumbo, y no sabía ni donde se encontraba. ¿Qué diablos iba a hacer ahora? Por suerte, al atardecer recuperó su sentido de la orientación: el sol se pone por el oeste, y pudo continuar su camino hacia su dirección aproximada. Pero ello no quitaba que se hubiese desviado mucho, posiblemente internándose en áreas deshabitadas y no sabía cuantas fuerzas le quedarían. No tenía ninguna cantimplora, sin embargo, el zurrón era de cuero y si lo llenaba de agua aguantaba unas horas, hasta vaciarse gota a gota, ya por las costuras, ya por su abertura cuando bebía con ansiedad su contenido. Tomaba nuevas aguas en cada pequeño riachuelo, que por suerte abundaban, y cada vez temía que le sentase mal y enfermase, cosa que aún no había sucedido.
Así, agotado, desnutrido y deshidratado, continuó su viaje – vagabundeo – en busca de un tío que a estas alturas, quizá por el pesimismo que le comenzaba a inundar, temía que no podría ayudarle en mucho. Bajó por una fuerte pendiente, llena de hojarasca resbaladiza, prestando atención a cada paso, y luego le tocó subir de nuevo en la siguiente pequeña loma, agarrándose como podía en los troncos para ayudarse a alcanzar la parte más alta sin resbalarse y deslizarse pendiente abajo. Cuando llegó arriba se sentó a descansar, pues estaba agotado, y para su alegría vio un pequeño árbol frutal, cargado de algo similar a las moras entre sus ramas. Se acercó y probó una con precaución, descubriendo con ello que si bien no eran de gran sabor, al menos parecían comestibles y eran jugosas. Olvidando toda reserva comenzó a engullir los frutos de la planta sin mesura ninguna hasta que se sintió parcialmente satisfecho primero, y luego extrañamente mareado, de forma similar a las pocas veces que había probado la cerveza en las tabernas. El árbol era un madroño y él había comido una buena cantidad de un fruto que portaba una pequeña cantidad de alcohol, y sintiéndose levemente reconfortado y adormilado se tendió a dormir una siesta. Durante un rato podríamos decir que, si bien no fue feliz, al menos no se sintió desgraciado.
Todo cambió al día siguiente. Al fin, el agua (o quizás el exceso de aquella fruta, pues había acabado saqueando todo el arbol frutal) le había sentado mal. Seguramente algún animal había muerto río arriba, o dios sabe qué, el caso es que todo empezó como un leve malestar en la boca del estómago, y dos horas después vomitaba hasta que temió echar sus alma por la boca. Encogido por el dolor de las sacudidas con cada arcada se tumbó y se acurrucó buscando una protección que no hayó. Durante una hora trató de continuar en la dirección que debía, pero cuando encontró una pequeña cueva decidió descansar. No podía más, estaba agotado y dolorido. El sol caía ya verticalmente, pues debía de ser casi mediodía, y los pájaros piaban alegres. El cielo estaba despejado y una save brisa refrescaba el ambiente, trayendo olores a lilas y pinar. Habría sido un día maravilloso, sí, lo habría sido de haber estado en casa, pero no lo estaba, como le recordó un nuevo pinchazo en el estómago. No vomitó nada, porque no había nada más que vomitar. Enfebrecido y débil, el joven Aldwin sintió como le pesaban los párpados, como insistían en cubrir sus doloridos e hinchados ojos, y finalmente nisiquiera fue consciente de haberse quedado dormido.
Quizás por eso fue tan particular el despertar. Todo el ambiente había cambiado, ahora, el cielo estaba completamente oscuro y el constante repiqueteo de la torrencial lluvia había sustituído al piar de los pájaros. La brisa ya no era tal, sino un vendaval que hacía que el agua entrase de vez en cuando en la pequeña cuevecita, y ya el olor que traía no era sino el del barro reciente. Cuando se movió sintió unas fuertes punzadas de dolor, pero después se mitigaron, y se dio cuenta de que estaba bastante mejor. Tal vez había vomitado todo lo que estaba siendo dañino para él, o tal vez había pasado más tiempo dormido del que pensaba, a juzgar por cuan seca sentía la boca. Haciendo un esfuerzo abrió su zurrón cuanto pudo y lo sacó para que estuviese bajo la lluvia. Quizás así podría hacerse con algo de beber sin tener que mojarse, cosa que sabía no le convenía.
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