Visita conjunta

La anciana Iara llevaba ya un par de años sin salir de Trinacria. Ya empezaba a ser demasiado vieja para seguir haciendo los viajes que tanto le gustaban cuando era más joven, y se sumaba el hecho de que sus huesos se empezaban a hacer notar en los días de frío. No es que a ella no le gustara el frío, mucho menos si había nieve y podía ver a los niños jugar y reír divertidos con ella, pero eran situaciones que su anciano cuerpo ya no pasaba desapercibidas.

Sin embargo, días atrás había decidido hacer un viaje hacia la ciudad de Adysium. Conocidos y amigos que allí vivían más de una vez le habían pedido una visita suya, pero Iara no había aceptado hasta ahora. La anciana había esperado un día soleado, en el que frío no se hiciera notar ni tampoco el calor. Colin la había acompañado, por supuesto, y apenas se había alejado de su lado, por lo que se sentía protegida y acompañada por el perro.

Las gentes que la conocían de Adysium habían sido muy amables con la anciana, la cual llevaba solamente dos días en la ciudad y ya había pasado la noche en dos hogares distintos. Era cierto que a muchos de los que querían ofrecerle algo, Iara los había ayudado en el pasado, por lo que tampoco era capaz de negarse a recibir nada de su parte. Iara sabía muy bien cuán malo podía ser negar un agradecimiento a alguien, la gente se sentía en deuda con aquellos que le ayudaban y sentían la obligación y el deber de compensar esos favores. Y además, a la anciana le encantaba la compañia de la gente. Se sentía mucho más viva.


Y allí estaba ella, en la plaza grande de la ciudad de Adisium, esperando que alguien la necesitara o al menos poder encargarse ella de algo. Mientras tanto, se limitaba a esperar, sentada en una roca junto a una pared, mientras observaba a los niños jugar a su alrrededor. Colin descansaba junto a la roca en la que anciana estaba sentada.

Desde mi llegada a las islas, habían pasado ya tres semanas. Tres semanas sin el rastro de mi amado Talin. Había decidido navegar un poco más al norte, a una pequeña isla que podía verse en un mapa que obtuve. Realmente los humanos apreciaban muchísimo el oro, y de momento, eso me venía bien. Sólo esperaba no ser atacada por personas que me creyeran rica por haber comprado una pequeña embarcación (que obtuve al negociar la otra, mucho más grande) y algunas cosas más, entre las cuales estaba ese mapa y una brújula. Nunca hubiese conseguido llegar de no haber sido por la mucha atención que le prestaba a Talin cuando hablaba, y él amaba navegar, a pesar de que nunca le interesó conocer las palabras usadas para denominar las cosas. Él sólo quería estar al mando de una embarcación y surcar el océano.

Los bandidos no me asustaban por el hecho de ser bandidos, sino porque Salket no dudaría dos veces al momento de actuar. Decidí que lo mejor sería conseguir algo de información por las islas. Kara había mencionado conocer a Talin, y eso me daba la esperanza de encontrarlo. Cierto que esa isla que parecía apartada del resto no se veía como un lugar prioritario en una búsqueda, pero suponía que eso era justamente lo que haría de ella un buen lugar para vivir. Raznet detestaba las multitudes, e imaginé que Talin ya tomaría mayor consideración a su guardián. No era desagradecido, pero sí debía reconocer que a veces Raznet se irritaba demasiado por el comportamiento de mi amado.

Luego de unas pocas horas de navegación, llegué a esa isla apartada, descendiendo en un puerto de aspecto importante, y luego me dispuse a subir a través de una curiosa estructura que algunos llamaron "Muralla de la Ascensión".

"Esto es agotador... Detesto caminar tanto..." "Pero así tendrás las piernas bonitas para cuando encuentres a Talin. Aunque de seguro esas barandas han sido tocadas por mucha gente. Gente que quién sabe dónde pusieron sus manos. No creo que las hayan lavado desde que hicieron esto. Piénsalo, podrías estar tocando tripas de pescado ahora mismo, o quizás pedazos del cerebro de un pobre tipo que fue asesinado..."

Retiré la mano lentamente y seguí caminando, con la vista clavada en el suelo, completamente furiosa...

"¿Por qué me dices esas cosas?" "Para ayudarte. Debes dejar de tener esa ambición por estar impecable. De lo contrario cada vez que yo termine de hacer mi trabajo sufrirás un desmayo por la sangre que podría haber en tu ropa. O siquiera cómprate una armadura así me la quito luego de combatir."

Luego de una caminata extensa (realmente extensa) llegué a una ciudad bastante espaciosa, según parecía. Caminé rumbo a una plaza que se veía bastante concurrida. Sólo quería echarme a descansar, y luego darme un baño. Había sido un día largo... muy largo, realmente. Me senté en una banca y suspiré largamente, para luego intentar relajar mis piernas. Sabía que sería inútil, ese poder no funcionaba conmigo, pero tenía la esperanza de poder hacer algo.

FDI: Puff se me fué totalmente la cabeza en el anterior post xD Lo siento, escribí como Iara pero con la cuenta de Luthys... ¡Soy un desastre!

DDI:

Colin abrió su boca en un bostezo, y justo después se levantó y se acercó a la anciana. Iara lo acarició suavemente ya que sabía que era eso mismo lo que el perro andaba buscando. Momentos después, la anciana se levantó y comenzó a caminar hacia la entrada a la plaza. Ya empezaba a necesitar mover sus piernas caminando, no era aconsejable estar tanto tiempo sin moverse, estropeabra los cuerpos.

Caminó a paso lento durante un buen rato. Se alejó de la plaza en la había permanecido y estaba llegando a la entrada de la ciudad de Adysium. Las entradas a las ciudades solían gustarle a Iara. Allí se podían ver nuevas cara que llegaban, viejas caras que se marchaban, comerciantes, viajeros,... Y ella podía pasarse largos ratos observando a toda esa gente.

Esta vez no iba a ser menos. Allí, a la entrada de la ciudad de Adysium se quedó, apoyando su vieja espalda en una pared y observando sonriente a las gentes que por allí pasaban. Vió a un joven moreno, con el pelo brillante acompañado de dos perros que correteaban felices a su lado; una pareja de ancianos caminaban con pasos cortos y lentos cerca de Iara; varias madres con sus hijos hacían un corro entre ellas mientras charlaban; había también un mendigo a las puertas de la ciudad, del cual la anciana sintió lástima y se prometió llevarle algún caldo de los suyos antes de marcharse la Adysium. Justo al lado del mendigo llegó una muchacha. Era bastante alta para ser una chica y lucía una larga cabellera de color verde recogido en una cola de caballo. Parecía cansada y, por sus gestos, Iara imaginaba que no era de allí. Quizá, pensó la anciana, ha venido de visita, igual que yo. Se fijó en que la chica portaba una espada, y la anciana se preguntó si esa chica de rostro hermoso y porte dulce podría ser una gran guerrera. Aunque podría darse el caso de que la llevara por simple precaución.

Siguió observando a la chica, ya que era la persona que había en el lugar que más interesante resultaba a la anciana, y quizá a la que podría servir de ayuda.

Mientras intentaba aliviar mis piernas con mis manos, observé a mi alrededor, con la esperanza de verlo. Sin embargo, resultó inútil, no había concurrido a ese lugar. Y de estar en la ciudad, supuse que no se hubiese quedado mucho tiempo en la plaza. Mi vista recorrió todo el lugar, buscando algo de interés o, quizás, alguna persona de aspecto confiable. Quería asearme, y la experiencia me había demostrado que existía gente que no me dejaría hacerlo en paz. A cada persona que veía como posiblemente apta, Salket lograba encontrarle algo que provocaba su desconfianza. Mi enorme consideración a sus palabras había nacido de la propia vida. Cada vez que Salket me decía algo, notaba que era cierto, y si intentaba demostrar que estaba equivocada su opinión sobre alguien, era como si la vida misma quisiera hacerme ver que la equivocada era yo. Además, ella confió en Talin, y lo cierto es que no se equivocó.

No quería tener problemas, era consciente de que Salket no dudaría a la hora de actuar, y eso me preocupaba. No quería estar cubierta de sangre, mucho menos si era ajena. De repente, una pequeña ancianita llamó mi atención. Se veía bastante agradable, y... ¿me estaba observando? Desvié rápidamente la mirada de sus ojos y me concentré en el suelo. "¿Qué dices?" "Se ve confiable, y posiblemente sea fácil aniquilarla si intenta algo. Sigue observándote... Quizás se pregunta por qué estás tan sucia." "No puedo evitar estar sucia después de ese viaje... Debería hablar con ella... No soporto mi propio aroma..." "Exageras... no hueles tan mal. Salvo por esas tripas de pescado que tocaste con tus propias manos y el sudor con el que seguramente hiciste contacto al sentarte allí, ni hablar de la mucha suciedad de perro que..." "¡Ya basta!"

Me levanté de mi asiento y lo miré de reojo... Salket podría tener razón... Luego me acerqué lentamente a la ancianita, mirando el suelo.

-Hola -la saludé tímidamente-. Mi nombre es Daliny y vengo de... muy lejos. Acabo de llegar aquí y... no conozco a nadie y... me preguntaba... ¿Conoce algún lugar en donde pueda bañarme?

En ningún momento la miré a los ojos. Mi vista nunca subió de su boca, aunque bajaba y subía constantemente. Yo era muchísimo más alta que ella, pero aún así me las arreglé para no mirarla a los ojos, y al mismo tiempo procuré no parecer soberbia, aunque no estaba del todo segura de que eso resultara posible.

La chica se sentó en un asiento a la entrada de la ciudad. Mientras tanto, Iara no había dejado de mirarla, y lo cierto era que lo estaba haciendo de forma bastante descarada. Solía ocurrirle cuando alguien le interesaba, y en más de una ocasión le había dado problemas. Pero no le importaba. Prefería no perderse un detalle de las personas porque eso ayudaba a conocerlas más y mejor, leyendo el lenguaje corporal. Y además, la anciana no tenía nada mejor que hacer que observar a esa chica.

Y notó que la joven se había percatado de su mirada. Algo que no era de extrañar. Iara notó que estaba dispuesta a acercarse a ella, pero algo la ponía en duda. Quizá fuera algo tímida, o quizá no quisiera molestar, o... Pero la chica se acercaba a ella al fin. Iara no pudo más que mostrar su tierna sonrisa a la joven mientras esta se dirigía a ella. Hablaba de forma tímida y cortada, algo que a Iara le parecía gracioso.

- Querida, yo soy Iara.- sonrió - Ya veo que estás un poco sucia, pequeña - la miró de arriba a abajo, sin borrar la sonrisa de sus labios. - Esta bien, ven conmigo. No tengo un hogar propio donde llevarte pero no dudo en la hospitalidad de quienes me acojen en esta visita que he hecho a la ciudad de Adysium.

Echó a andar de nuevo hacia el interior de la ciudad. Iba a llevar a la chica a casa de Bella, la cual estaba convencida de que no tendría reparos a la hora de dejar que la chica se lavara un poco. La anciana se fijó en que parecía incómoda llena de suciedad. Igual procede de una gran casa y no está acostumbrada a cosas así, pensó Iara.

Colin olfateó a la joven cuando llegaron a su altura y momentos después les siguió el paso a las dos féminas.

- Este es mi perro Colin- presentó la anciana. -No debes temer por él, es un perro dócil, bueno y tranquilo. Nunca ha atacado a nadie. Aunque estoy segura de que lo haría si fuera necesario- soltó una carcajada.

Siguieron caminando y dejaron a la derecha la plaza central, ya estaban cerca de la casa de Bella.

- Y bien, Daliny, ¿qué te trae por esta ciudad? No eres de aquí, intuyo.

La adorable ancianita se presentó como Iara y se ofreció a guiarme a una casa donde ella estaba hospedándose. No terminaba de agradarme la idea de meter a terceros, por algo era que Salket y yo la habíamos elegido a ella y no a cualquier otro. De todos modos, decidí seguirla, pues ya no soportaba la suciedad, y confiaba en que ella me ayudaría en caso de problemas, para así evitar que Salket tuviese que intervenir.

-¡Qué bonito! -exclamé cuando Colin me olfateó para conocerme. Me agaché un instante para acariciar al animal antes de continuar nuestro camino.

Eso de que nunca atacó, pero sería capaz de hacerlo, me recordó a alguien. Alguien en quien no había reparado en mi impulso de buscar a Talin. Breigal... ¿Estaría bien? Me sentí inundada de culpa cuando me percaté de que podría estar aún allí. O quizás también había escapado. En ese momento no había forma de saberlo, aunque de todos modos no pensé en eso durante mucho tiempo, ya que inmediatamente después Iara me preguntó sobre el motivo de mi visita.

-Estoy buscando a alguien. Sufrimos una invasión en nuestro hogar hace algunos años, y mi novio huyó de la isla. Casi no estuve en mi casa, así que no nos pudimos encontrar. No tengo dudas de que él sabía que yo estaría bien, así que se fue de la isla. Y yo vine poco después, para buscarlo. Aunque no sé dónde se encuentra.

Luego de contarle brevemente mi historia, hice una larga pausa, pensando, debatiendo con Salket acerca de lo que habría que hacer en esa casa si es que pasaba lo que sucedió un par de veces en Werth.

-Señora Iara... ¿Qué tan confiables son los habitantes de esa casa a la que vamos? No dudo de su hospitalidad, siempre he sido bien recibida, pero... Parezco estar condenada a casi no tener privacidad...

No intenté para nada ocultar mi tristeza, pero aún así no quería que Salket manejara la situación. Después de todo, eso no era tan grave. Nada malo me había pasado, y en Werth mi maldición era algo que se conocía. Sin embargo, dudaba que los humanos fuesen capaces de comprenderlo realmente, que entendieran que si no era en la soledad de mi propia casa, y sin haber mirado a nadie a los ojos, me resultaba casi imposible estar en paz. Por eso quería encontrar a Talin.

La anciana disminuyó el paso para dar tiempo a la chica de contar su historia. La cual pareció muy real, a ojos de Iara. Tenía pensado indagar en ella un poco más, por si estaba en su mano ayudarla, pero la chica sacó otro tema a relucir.

- Disculpa, pequeña- dijo Iara, deteniéndose, quería entender a la joven.- No sé muy bien a qué te refieres cuando dices que estás condenada a no tener privacidad... Puedo asegurarte que Bella es una gran anfitriona, y para serte sincera - dijo bajando la voz y sonriendo - me debe algunos favores...

Miró a ambos lados y se acercó a una fuente en la que podrían sentarse un poquito, antes de continuar hasta casa de Bella. Así lo hizo, se sentó y aguardó hasta que la joven habló. No quiso añadir nada más, quería que la chica hablara sin presiones y le explicara qué le ocurría, pues, a juzgar por su cara, no se trataba de algo muy agradable.

No dejaba de resultarme curioso que una humana me llamara "pequeña", pero no me parecía extraño en absoluto. El cuerpo de Iara ya había pasado su juventud, debido a que los humanos envejecían muy rápido, o quizás era que los reoraf tardábamos muchísimo en crecer, o tal vez ambas cosas eran ciertas. ¿Cuál era el tiempo "normal" para medir el crecimiento y la vejez, para así saber si alguna de nuestras razas se apresuraba o esperaba demasiado?

Quizás si esa mujer le debía favores, haría el favor de mantenerse lejos. Estuve a punto de sentarme a su lado para explicar, de la manera que me viniera a la cabeza, a qué me refería con esa "condena". Estuve a punto de hacerlo, cuando recordé lo que Salket dijo en el otro asiento, cosa que me hizo dudar acerca de sentarme o no. Finalmente, decidí que eso no me dejaría más sucia de lo que ya estaba, por lo que me senté y le conté mi historia mirando hacia el suelo.

-Pues... Muchas veces tuve problemas en hogares ajenos... No sé si sea la palabra correcta, pero estoy maldita. -Era mentira que esa palabra pudiese ser equivocada. Lo que yo cargaba era una maldición, aparentemente inofensiva, pero me había provocado bastantes problemas.- Cada vez que alguien me mira demasiado a los ojos, no puede dejar de hacerlo. Y un par de veces, no me han dejado disfrutar de mi privacidad, lo que hizo que tuviese que hacer algo malo para defenderme. Aprendí por las malas a no confiar fácilmente en cualquiera. -No podía explicarle que esa persona que desconfiaba y había hecho "algo malo" no era yo, sino Salket. Hasta donde yo sabía, los humanos no poseían guardianes como los teníamos los reoraf, por lo que Iara podría pensar que le estaba mintiendo, o peor, que estaba loca. -En mi hogar mi maldición es algo que se conoce, y también se sabe que cuando tengo que defenderme soy completamente diferente, como si fuese otra persona la que hace todo por mí. Pero estoy lejos, no creo que si tengo un problema por aquí, crean en mi historia y me dejen en paz... No quiero que eso suceda. Llevo la espada sólo por si acaso, pero no me gustaría tener que usarla. Detesto acabar con una vida, pero cuando paso por situaciones así, siento que no tengo otra opción... Nunca han llegado a hacerme nada, pero no puedo seguir cargando con ese peso...

La anciana escuchó atentamente la narración de la joven. No apartó la visto, ni un instante, de los ojos de la chica. Iara comprendió que no era feliz, que se sentía mal y lo peor es que no estaba segura de si podría ayudarla.

Tal y como la chica había contado su historia, Iara entendía que el problema residía en su origen, en su procedencia, y si la joven no daba más detalles al respecto, ella no podría hacer nada para ayudarla, ni siquiera para intentarlo. Pero también sabía que no podía obligar a nadie a hablar de su pasado, de sus orígenes, y estaba claro que, por el momento, esa chica no iba a decir mucho más sobre sí misma. Por lo que la ancianita no tuvo más que sonreír y decir:

- Bueno, pequeña, no te preocupes, aquí intentaremos que no tengas ningún problema, que estés cómoda y que olvides por un tiempo tus problemas.- puso una mano sobre el hombro de la chica - Ya verás como no estás tan mal por aquí.

¿Qué más podía decirle? De momento, según su parecer, era mejor dejar pasar el tiempo, que la chica se adaptara, que se sintiera cómoda y segura, que comprendiera que allí nadie iba a hacerle daño, y ya habría tiempo para todo lo demás.

Iara se levantó, acarició la cabeza de Colin y miró a la chica con una sonrisa.

- ¿Vamos a visitar a Bella?

Avanzaron a buen paso por la ciudad, la gente se mostraba como cada día, sin tener muy en cuenta a la joven que acompañaba a Iara, exceptuando las típicas mujeres curiosas, claro. La anciana intentaba no preguntar más a la joven, en lugar de eso, comentaba acerca de lo que veían, de la ciudad en la que estaban, de las gentes con las que se encontraban, esperando así una mejor adaptación de la chica al lugar.

- Bien, hemos llegado.- Iara se había parado delante de una portezuela algo pequeña, con una gran ventana a la derecha cerrada con dos puertecitas de madera de color verde.