Una ciudad a la distancia

Aquella mañana me desperté sin recordar del todo la noche anterior.

Sabía lo que había hecho, pero había un punto a partir del cual mis recuerdos se volvían más y más nebulosos, hasta opacarse casi por completo.

Tenía imágenes desde mi propio punto de vista, corriendo junto a algunos lobos, persiguiendo un jabalí junto a ellos… pero también tenía memorias, mucho más confusas para mi mente ahora humana, de la mente compartida de la manada misma. Me había visto a mí misma, con una etérea forma lobuna a mi alrededor de mi cuerpo humano…

Eso era bueno, pues aunque el cambio no fue físico, me aceptaron como a una loba más.

Las palmas de mis manos estaban sucias, como si hubiese estado corriendo a cuatro patas, y mis uñas aun eran un poco más largas y gruesas… cambio que no tardó en revertirse.

Eso también era bueno, significaba que estaba mejorando y rápido.

En cambio, mi tremendo dolor de cabeza -fruto, seguramente, de mi pequeño "desliz" a la hora de mezclar las hierbas que había usado para meditar la tarde anterior- y el hecho de que me encontrara desnuda y sin mis pertenencias en los lindes de una ciudad… no, eso no era tan bueno.
Fue una suerte que Newén viniera a mi rescate: Normalmente, después de una Caminata -especialmente después de una tan "intensa"- mi lobo guía tardaba uno o dos días en asomar su hocico en mi mente.

Me prestó sus sentidos casi sin decirme nada, pero lamiendo mi mejilla (en sentido metafórico, claro) para demostrar que la noche anterior la habíamos pasado bien, y volvió a ocultarse en algún rincón de mi mente para seguir reponiendo fuerzas.

Olfateé mi camino de regreso al campamento, lo cual me tomó buena parte de la mañana y el mediodía. Para cuando llegué, mi estómago pedía alimento y mi cabeza embotada exigía agua.
Mi cuerpo, sin embargo, me pedía moverse.

Los pies me picaban por acercarme a la ciudad que había visto… y aunque mi corazón temblara de nervios al evocar la imagen de toda esa gente y todos esos edificios, yo sabía que tras el nerviosismo había emoción… Una Caminata como la de aquella noche, más allá de que no pudiera recordarla bien por un error simplemente tonto -"un hongo grande es lo mismo que dos pequeños"… ¿en qué estaba pensando?- era un excelente presagio.

Mordisqueé un trozo de carne de ciervo ahumado mientras me vestía, bebí de mi odre hasta casi vaciarlo mientras levantaba el sencillo campamento, y me encaminé hacia aquella ciudad que había visto al despertar.

Mis pasos, a veces vacilantes, a veces presurosos, no tardaron demasiado en acercarme a la entrada de la ciudad de la que más tarde averiguaría el nombre: Trinacria, capital de Jaspia.

Conversando con alguien en la plaza de la isla que no recuerdo su nombre, me dijo que la, por así decirlo, capital del reino era Tin... Trin-Trincracia.. Ah, Trinacria. Eso, Trinacria ^^U. Recuerdo que me dijo que era una ciudad muy antigüa, en donde podía encontrar un montón de gente con un gran poder económico, político y religioso. A veces me consideraba como una persona muy simple de mente, por lo que no entendía qué clase de poder podía dar esos atributos.

Recuerdo que, cuando vivía en la tribu de los Manaketes de Tierra, las personas sabias determinaban las mejores decisiones para nuestro pueblo, pero nunca vivían en casas muy bonitas o más grandes que las del resto. Ellos decían que un sabio o un chamán debía tener mucha conexión con la gente que confiaba en ellos. Para eso, se necesitaba humildad, según ellos. Pero los humanos eran distintos. Cuando se convertían en sabios, dejaban a las personas que confiaban en ellos y vivían en chozas gigantes, con mucha gente que los atendía. Nunca entendía como eso podía ayudar al pueblo, por que alejaba a los sabios del pueblo, y eso se convertía en que a veces no sabía qué les pasaba.

Quizás por eso la gente estaba descontenta.

Sentir el olor de las lechugas me distrajo. Olían muy bien, algunas estaban siendo cosechadas en su punto, mientras que a otras les faltaba un par de días más para ser deliciosas. A veces, ser vegetariana tenía sus ventajas, podías saber cuándo los vegetales y frutas estaban listos para comerse. Pero no podía distraerme así como así, sino no iba a conocer todo lo que quería conocer ^^U

Caminé por unos prados en donde la gente plantaba muchas cosas. Era mucho más tranquilo que el muelle, que era ruidoso, y mucha gente le quitaba cosas a otras personas. Era un poco lo que pasaba sin que los sabios del pueblo supieran. El prado estaba lleno de cosas muy ricas, y aunque me hubiera gustado intercambiar algunas de esas piedras que usan como objeto de intercambio, no tenía muchas. Y papá decía que no era justo que me regalaran las cosas que los humanos tanto costaban cultivar, así que también podía aprovechar de ver si podía encontrar algo qué hacer para ganar esas piedras de intercambio.

Es por esto que caminé por el prado, adentrándome poco a poco entre las murallas que aparecían para formar los límites de la ciudad...

Un crujido de ropas y hierba húmeda bajo pies livianos hizo que mis orejas tiraran hacia arriba. O al menos así se sintieron, mis orejas humanas no se mueven mucho... digamos que fue un reflejo de mi Caminata nocturna.

Volví la vista hacia un lado, donde una... una... cabellera? Cabellera lila? destacaba sobre el paisaje. El extraño color coronaba la cabeza de una niñita... con alas.

Los Ancianos me habían dicho que abriera los ojos, la mente y el corazón a las gentes de fuera de la aldea, y me advirtieron que no todos ellos se verían como yo. Pero una cosa es que te lo digan, otra imaginarlo... Y otra muy distinta tenerlo en frente.

Mis pasos seguían siendo lentos, pero ya no por vacilantes sino por cautos. Pasos silenciosos de cazadora. Inspiré profundamente, intentando captar el aroma de aquella persona, pero el viento iba en contra y no había forma. Tendría que acercarme...

Lo mio no era miedo, ni siquiera cautela. Era pura costumbre. Mi curiosidad era enorme, el color de pelo de esa niña me recordaba mucho a las flores Dinal, cuyas hojas eran muy preciadas por mi padre. No había nada que le gustara más en una fresca mañana de invierno que un té Dinal para empezar el día...

Cuando estuve lo suficientemente cerca como para distinguir el blanco de sus ojos, los cuales tamién tenían un color de lo más llamativo, recordé para qué había salido de mi aldea: Conocer gentes nuevas.

Acechando como lo haría con un ciervo no conocería a nadie, no?

-...Bu-buen amanecer! -Exclamé, levantando una mano hacia el cielo, saludo típico de la mañana aunque ya era casi mediodía, a la chica de pelo Dinal.