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Cosas inesperadas
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Cosas inesperadas
A medida que el Sol se acercaba a la línea del horizonte, el cielo hacía un esfuerzo creciente por volverse rojo. Tarea difícil; el atardecer marcaba las últimas horas de un día gris y frío, con un viento insidioso que no dejaba de soplar, y el gorgoteo sordo de los truenos allá a lo lejos. Aunque todavía se veía con claridad, las nubes no dejaban adivinar cuánto tiempo más duraría eso.
Con independencia de la visibilidad, la Gaviota se aproximaba decididamente a la costa. La Gaviota era un barco grande, una urca de tres mástiles con varias bodegas de carga que, aun así, tenía un aspecto decididamente militar. No era exactamente un barco de pasajeros, pero en esta travesía en concreto llevaba unos siete, la mayoría atraídos por la rigurosa política del capitán de coger el dinero y no hacer preguntas.
Una parte de las mercancías del barco tenían por destino aquella costa, pero la mayor parte del pasaje no. La excepción eran los dos que, apoyados en la baranda de la cubierta de proa y bajo la muy inquietante vigilancia de un búho real que dormitaba posado en el bauprés, miraban en dirección a la tormenta que se avecinaba sin que pareciera importarles mucho el inminente fin del trayecto.
- La verdad es que me alegro mucho de llegar – decía Seratón en aquel momento. – No me gustaría estar en ningún barco que esté en el mismo sitio que todos esos truenos.
Seratón era un hombre muy peculiar. Vestía una larga túnica de color azul claro, sonreía siempre bajo su desastrada barba y hacía crujir con frecuencia los huesudos dedos de las manos. Lo único que parecía poseer era una carreta.
Me la había enseñado con una mezcla de orgullo y alegría en una de esas ocasiones en las que bajábamos a la bodega, porque no hay mucho que hacer en la cubierta de un barco cuando el sol pega fuerte. Se había descrito a sí mismo como “un comerciante de todo aquello que pudiese encontrar”, y la carreta le hacía una justicia increíble a esta definición. Lámparas de aceite y suelas de bota convivían alegremente con cuerdas de arco, cuchillos de caza y baratijas en lo alto de aquel sueño con ruedas. Seratón quería llegar a tener su propio barco algún día; lo había querido durante los últimos veinte años, desde que era un crío. No era un mal comerciante, ni era pobre, pero parecía difícil que fuese a conseguirlo en algún momento; no sin un golpe de suerte importante de por medio. Cuando cerraba un negocio, sonreía como un niño y palmeaba distraídamente el cuello de “Sardina”, la mula gris que tiraba normalmente de la carreta. Te hacía pensar en lo alegre y triste que era la historia.
La muchacha con la que Seratón conversaba había sido su único cliente a lo largo de la travesía; una semielfa pelirroja un tanto reservada a la que no parecía importarle demasiado que fuera el comerciante el único que hablara la mayor parte del tiempo. Viajaba ligera de equipaje, y se le había acercado con la idea de cambiar una hermosa espada ancha que llevaba colgada del arreo de su caballo – una bestia magnífica que el mercader habría intentado comprar si hubiese creído tener dinero suficiente – a cambio de la cual Seratón le había dado el mejor arco que tenía, tantas flechas como había podido encontrar y un par de monedas de plata. La espada valía bastante más, pero no había parecido importarle a la pelirroja; en algún momento, Seratón se había sentido culpable y había tratado de regalarle unas botas, pero no había encontrado dos que fueran iguales.
Ahora el barco se estaba adentrando en una cala, y deteniéndose. Había una especie de muelle improvisado, difícil de ver, a un lado del sitio, y los marineros se esforzaban en plegar las velas y preparar el barco tanto para atracar como para resistir la tormenta. Había una hoguera en la playa, y gente con antorchas haciendo señas, como indicándole al barco dónde se encontraba el muelle. Una vez que estuvo detenido, el intercambio fue rápido; a través de la pesada puerta de carga de la bodega ambos viajeros pudieron sacar tanto la carreta de uno como el caballo de la otra. Para cuando atravesaron la pasarela, ya había varios marineros esmerados en mover cajones de un lado para otro, con tanta rapidez como cuidado. Nadie les dirigió la conversación al cruzarse con ellos. Seratón conducía a sardina con cuidado por el entarimado mientras hablaba alegremente de lo bonitas que eran las islas del Triskel, pero se detuvo abruptamente cuando llegaron al final de la pasarela y miró por primera vez a su alrededor.
- Un momento - vaciló. - ¿Qué es esto? ¿Dónde estamos?
- Bueno, parece una cala - observó ella. - Al otro lado, parece un pantano.
El mercader miró a su alrededor.
- Pero esto no son los muelles de la ciudad, señorita - dijo, a la desperada. - Esto... ni siquiera está cerca de la ciudad. He oido hablar de este sitio, señorita. Aquí viven bichos lagarto. Es peligroso.
- Bueno, sería más peligroso si desembarcásemos en la ciudad.
Hubo un breve silencio.
- No entiendo.
La chica, que iba delante, giró la cabeza hacia él. Por un momento pareció considerar que bromeaba, pero no dejó de estar seria cuando constató que no lo hacía.
- Son contrabandistas, señor Seratón - explicó. - No pueden atracar en los muelles de la ciudad.
- Oh.
Caminaron durante unos instantes por la playa, en silencio. La chica detuvo a uno de los contrabandistas, un muchacho de piel oscura y ojos almendrados. Hablaron rápido en un idioma que Seratón no entendía, y parecieron intercambiar indicaciones. Pasaron unos instantes antes de que la pelirroja se volviese hacia él. También ella conducía a su caballo con la mano; Seratón se había dado cuenta de que ahora el búho estaba posado sobre la silla, y le miraba con esa curiosidad con la que solo saben mirar los búhos. El comerciante tragó saliva.
- Uhm...
- Bueno, ha sido un viaje interesante - dijo ella. - Por lo que me dicen, la ciudad está a dos o tres horas de camino hacia el norte, al otro lado de los pantanos.
Oh, oh, oh. Aquello sonaba peligrosamente a una despedida. Seratón se puso pálido, y sonrió nerviosamente. Sentía la frente perlada de sudor, lo que no le gustaba, pero no era su principal preocupación en aquel momento.
- Uhm, ¿Señorita? - había debido perder el hilo de la conversación, porque la chica había dado un par de pasos en dirección al pantano, alejándose de él. Consiguió que se detuviera y se volviese a mirarle. - Vos, eh, vos sois una especie de guardaespaldas, ¿Verdad? ¿Os importaría, uhm, acompañarme?
Ella sonrió.
- Ah - dijo, como si se acabara de dar cuenta de algo. - No veo por qué no, pero tendremos que darnos prisa.
- Oh, gracias, gracias, gracias. Estoy justo detrás de vos, señorita.
Sonreía con alivio, más seguro de sus posibilidades que hacía un minuto. Seratón, su mula y su carreta. Deshaciéndose en agradecimientos, parecía una persona muy poco acostumbrada a que le hicieran favores de ningún tipo. La muchacha le dirigió una media sonrisa, pero lo siguiente que dijo lo hizo completamente seria.
- En marcha. Ya hablaremos de dineros en la ciudad, si nos metemos en líos. ¡Venga!
Seratón perdió un poco del alivio que sentía con esas palabras. Pero como hombre de mundo, entendía que al fin y al cabo todo tiene un precio.
Y de esta guisa se pusieron en marcha, hacia Trinacria, a través de los peligrosos pantanos.
Con independencia de la visibilidad, la Gaviota se aproximaba decididamente a la costa. La Gaviota era un barco grande, una urca de tres mástiles con varias bodegas de carga que, aun así, tenía un aspecto decididamente militar. No era exactamente un barco de pasajeros, pero en esta travesía en concreto llevaba unos siete, la mayoría atraídos por la rigurosa política del capitán de coger el dinero y no hacer preguntas.
Una parte de las mercancías del barco tenían por destino aquella costa, pero la mayor parte del pasaje no. La excepción eran los dos que, apoyados en la baranda de la cubierta de proa y bajo la muy inquietante vigilancia de un búho real que dormitaba posado en el bauprés, miraban en dirección a la tormenta que se avecinaba sin que pareciera importarles mucho el inminente fin del trayecto.
- La verdad es que me alegro mucho de llegar – decía Seratón en aquel momento. – No me gustaría estar en ningún barco que esté en el mismo sitio que todos esos truenos.
Seratón era un hombre muy peculiar. Vestía una larga túnica de color azul claro, sonreía siempre bajo su desastrada barba y hacía crujir con frecuencia los huesudos dedos de las manos. Lo único que parecía poseer era una carreta.
Me la había enseñado con una mezcla de orgullo y alegría en una de esas ocasiones en las que bajábamos a la bodega, porque no hay mucho que hacer en la cubierta de un barco cuando el sol pega fuerte. Se había descrito a sí mismo como “un comerciante de todo aquello que pudiese encontrar”, y la carreta le hacía una justicia increíble a esta definición. Lámparas de aceite y suelas de bota convivían alegremente con cuerdas de arco, cuchillos de caza y baratijas en lo alto de aquel sueño con ruedas. Seratón quería llegar a tener su propio barco algún día; lo había querido durante los últimos veinte años, desde que era un crío. No era un mal comerciante, ni era pobre, pero parecía difícil que fuese a conseguirlo en algún momento; no sin un golpe de suerte importante de por medio. Cuando cerraba un negocio, sonreía como un niño y palmeaba distraídamente el cuello de “Sardina”, la mula gris que tiraba normalmente de la carreta. Te hacía pensar en lo alegre y triste que era la historia.
La muchacha con la que Seratón conversaba había sido su único cliente a lo largo de la travesía; una semielfa pelirroja un tanto reservada a la que no parecía importarle demasiado que fuera el comerciante el único que hablara la mayor parte del tiempo. Viajaba ligera de equipaje, y se le había acercado con la idea de cambiar una hermosa espada ancha que llevaba colgada del arreo de su caballo – una bestia magnífica que el mercader habría intentado comprar si hubiese creído tener dinero suficiente – a cambio de la cual Seratón le había dado el mejor arco que tenía, tantas flechas como había podido encontrar y un par de monedas de plata. La espada valía bastante más, pero no había parecido importarle a la pelirroja; en algún momento, Seratón se había sentido culpable y había tratado de regalarle unas botas, pero no había encontrado dos que fueran iguales.
Ahora el barco se estaba adentrando en una cala, y deteniéndose. Había una especie de muelle improvisado, difícil de ver, a un lado del sitio, y los marineros se esforzaban en plegar las velas y preparar el barco tanto para atracar como para resistir la tormenta. Había una hoguera en la playa, y gente con antorchas haciendo señas, como indicándole al barco dónde se encontraba el muelle. Una vez que estuvo detenido, el intercambio fue rápido; a través de la pesada puerta de carga de la bodega ambos viajeros pudieron sacar tanto la carreta de uno como el caballo de la otra. Para cuando atravesaron la pasarela, ya había varios marineros esmerados en mover cajones de un lado para otro, con tanta rapidez como cuidado. Nadie les dirigió la conversación al cruzarse con ellos. Seratón conducía a sardina con cuidado por el entarimado mientras hablaba alegremente de lo bonitas que eran las islas del Triskel, pero se detuvo abruptamente cuando llegaron al final de la pasarela y miró por primera vez a su alrededor.
- Un momento - vaciló. - ¿Qué es esto? ¿Dónde estamos?
- Bueno, parece una cala - observó ella. - Al otro lado, parece un pantano.
El mercader miró a su alrededor.
- Pero esto no son los muelles de la ciudad, señorita - dijo, a la desperada. - Esto... ni siquiera está cerca de la ciudad. He oido hablar de este sitio, señorita. Aquí viven bichos lagarto. Es peligroso.
- Bueno, sería más peligroso si desembarcásemos en la ciudad.
Hubo un breve silencio.
- No entiendo.
La chica, que iba delante, giró la cabeza hacia él. Por un momento pareció considerar que bromeaba, pero no dejó de estar seria cuando constató que no lo hacía.
- Son contrabandistas, señor Seratón - explicó. - No pueden atracar en los muelles de la ciudad.
- Oh.
Caminaron durante unos instantes por la playa, en silencio. La chica detuvo a uno de los contrabandistas, un muchacho de piel oscura y ojos almendrados. Hablaron rápido en un idioma que Seratón no entendía, y parecieron intercambiar indicaciones. Pasaron unos instantes antes de que la pelirroja se volviese hacia él. También ella conducía a su caballo con la mano; Seratón se había dado cuenta de que ahora el búho estaba posado sobre la silla, y le miraba con esa curiosidad con la que solo saben mirar los búhos. El comerciante tragó saliva.
- Uhm...
- Bueno, ha sido un viaje interesante - dijo ella. - Por lo que me dicen, la ciudad está a dos o tres horas de camino hacia el norte, al otro lado de los pantanos.
Oh, oh, oh. Aquello sonaba peligrosamente a una despedida. Seratón se puso pálido, y sonrió nerviosamente. Sentía la frente perlada de sudor, lo que no le gustaba, pero no era su principal preocupación en aquel momento.
- Uhm, ¿Señorita? - había debido perder el hilo de la conversación, porque la chica había dado un par de pasos en dirección al pantano, alejándose de él. Consiguió que se detuviera y se volviese a mirarle. - Vos, eh, vos sois una especie de guardaespaldas, ¿Verdad? ¿Os importaría, uhm, acompañarme?
Ella sonrió.
- Ah - dijo, como si se acabara de dar cuenta de algo. - No veo por qué no, pero tendremos que darnos prisa.
- Oh, gracias, gracias, gracias. Estoy justo detrás de vos, señorita.
Sonreía con alivio, más seguro de sus posibilidades que hacía un minuto. Seratón, su mula y su carreta. Deshaciéndose en agradecimientos, parecía una persona muy poco acostumbrada a que le hicieran favores de ningún tipo. La muchacha le dirigió una media sonrisa, pero lo siguiente que dijo lo hizo completamente seria.
- En marcha. Ya hablaremos de dineros en la ciudad, si nos metemos en líos. ¡Venga!
Seratón perdió un poco del alivio que sentía con esas palabras. Pero como hombre de mundo, entendía que al fin y al cabo todo tiene un precio.
Y de esta guisa se pusieron en marcha, hacia Trinacria, a través de los peligrosos pantanos.
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Cosas inesperadas
A medida que el tiempo pasaba y el atardecer seguía lentamente su curso, los truenos seguían gruñendo a lo lejos. Cada vez menos a lo lejos, sin embargo. Apenas había pasado una hora cuando la lluvia, en principio fina y mansa, comenzó a precipitarse sobre la isla. Aquella noche, parecía ser, ni siquiera la costa se iba a librar de la tormenta.
Para Firavandrei, que lloviese no era una sorpresa, pero tampoco un gran augurio. La tierra que pisaban se volvía un poco más blanda y más oscura a cada paso. Los árboles que crecían desordenados a uno y otro lado de su posición eran un mensaje inequívoco; se estaban adentrando en el pantano. A partir de aquí, la lluvia no podía más que estorbar. Seguía sin haber un camino claro que seguir. La muchacha levantó la vista, sin detener al caballo, que caminaba lentamente, al paso, con cuidado. Ni siquiera sus ojos de medio elfa tendrían mucho que ver de aquí a una hora.
Tal vez no había sido tan prudente como pensaba intentar llegar a la ciudad antes de que cayera la noche. Ahora parecía bastante evidente que era completamente imposible. Se detuvo un momento, mientras miraba alrededor, y el traqueteo de la carreta de Seratón se detuvo justo detrás.
- ¿Algún problema? - preguntó el comerciante, con el miedo a flor de piel, atenazándole la voz.
- Voy a echar un vistazo. Quédate aquí.
Azuzó un poco al caballo en dirección a los árboles de uno de los lados. Estaba más o menos segura de que hacía un rato había una pared de piedra que discurría por allí. Con un poco de suerte, ¿Quién sabe? Un camino, una caverna. Con un poco más de suerte, algo útil. Quizá incluso deshabitado.
A la pelirroja no le hacían mucha gracia los pantanos. Eran, en su opinión, un ecosistema con demasiadas cosas venenosas. Si había que hacer caso a Seratón, además, había algo más, quizá más peligroso que cualquier araña o serpiente que pudieran encontrarse. Cuando encontró la pared de piedra, apretó el paso y recorrió unos doscientos metros de ella al trote, antes de darse por vencida con una maldición. No era el tipo de piedra en el que uno encuentra una caverna. Decidió volver a donde estaba Seratón y probar suerte un poco más adelante. Siempre podían detenerse y montar campamento.
Estaba a punto de llegar adonde Seratón estaba "aparcado" cuando un sonido, al otro lado de los árboles, atrajo su atención. Detuvo a su caballo de inmediato, y se bajó casi de un salto, con el arco en la mano. Se ocultó entre unos arbustos, tan silenciosa como pudo, y esperó que su vista de medio elfa fuese mejor que la de lo que quiera que hubiese allí. Porque fuera lo que fuera, les estaba observando. Desde donde estaba, podía ver a Seratón sentado sobre su carreta, tapándose la cabeza con una gruesa manta, mirando a su alrededor, nervioso, aterrorizado. Deslizó una flecha en la cuerda del arco.
Para Firavandrei, que lloviese no era una sorpresa, pero tampoco un gran augurio. La tierra que pisaban se volvía un poco más blanda y más oscura a cada paso. Los árboles que crecían desordenados a uno y otro lado de su posición eran un mensaje inequívoco; se estaban adentrando en el pantano. A partir de aquí, la lluvia no podía más que estorbar. Seguía sin haber un camino claro que seguir. La muchacha levantó la vista, sin detener al caballo, que caminaba lentamente, al paso, con cuidado. Ni siquiera sus ojos de medio elfa tendrían mucho que ver de aquí a una hora.
Tal vez no había sido tan prudente como pensaba intentar llegar a la ciudad antes de que cayera la noche. Ahora parecía bastante evidente que era completamente imposible. Se detuvo un momento, mientras miraba alrededor, y el traqueteo de la carreta de Seratón se detuvo justo detrás.
- ¿Algún problema? - preguntó el comerciante, con el miedo a flor de piel, atenazándole la voz.
- Voy a echar un vistazo. Quédate aquí.
Azuzó un poco al caballo en dirección a los árboles de uno de los lados. Estaba más o menos segura de que hacía un rato había una pared de piedra que discurría por allí. Con un poco de suerte, ¿Quién sabe? Un camino, una caverna. Con un poco más de suerte, algo útil. Quizá incluso deshabitado.
A la pelirroja no le hacían mucha gracia los pantanos. Eran, en su opinión, un ecosistema con demasiadas cosas venenosas. Si había que hacer caso a Seratón, además, había algo más, quizá más peligroso que cualquier araña o serpiente que pudieran encontrarse. Cuando encontró la pared de piedra, apretó el paso y recorrió unos doscientos metros de ella al trote, antes de darse por vencida con una maldición. No era el tipo de piedra en el que uno encuentra una caverna. Decidió volver a donde estaba Seratón y probar suerte un poco más adelante. Siempre podían detenerse y montar campamento.
Estaba a punto de llegar adonde Seratón estaba "aparcado" cuando un sonido, al otro lado de los árboles, atrajo su atención. Detuvo a su caballo de inmediato, y se bajó casi de un salto, con el arco en la mano. Se ocultó entre unos arbustos, tan silenciosa como pudo, y esperó que su vista de medio elfa fuese mejor que la de lo que quiera que hubiese allí. Porque fuera lo que fuera, les estaba observando. Desde donde estaba, podía ver a Seratón sentado sobre su carreta, tapándose la cabeza con una gruesa manta, mirando a su alrededor, nervioso, aterrorizado. Deslizó una flecha en la cuerda del arco.
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Cosas inesperadas
Los pantanos parecían un buen sitio. Demasiado tiempo sola, un par de días en la civilización, rodeada de gente y de la posibilidad de que sus miradas atravesasen las sombras de mi capucha era demasiado estresante. Asi que llevaba todo el día buscando un lugar tranquilo. El tiempo parece empeorar con las horas, pero no importa, casi mejor. La gente no se adentra en los pantanos con mal tiempo, y Sish es capaz de guiarme entre sus peligros. Y hay animales pequeños que puedo cazar. No he comprado comida en la última ciudad, todo es demasiado caro y el dinero no me sobra, pero creo que aquí encontraré algo que me pueda servir.
Camino ágil entre los arbustos, con la capucha bajada, disfrutando del aire fresco en la cara y la seguridad que me da estar en el campo, lejos de todo. Camino lo más silenciosamente que puedo, que es mucho, con una flecha presta en el arco para ser tensada y disparada en segundos. Aunque en una hora habría podido tener la comida que necesitaba, decido tomarme algo más de tiempo y espanto a las presas para perseguirlas. Al final, consigo cazar algo bastante deprisa, preparo una fogata y me zampo mi cena con algo de prisa. Huele a tormenta, a lluvia. No es que me importe, pero tengo que encontrar un refugio. Recojo mis pocas pertenencias y echo a caminar buscando un lugar donde poder resguardarme de la lluvia. Encuentro un lugar resguardado que con unos cuantos arreglos es un refugio como debe ser. Para cuando lo adecento, la lluvia ya cala hasta los huesos.
Estoy tranquilamente sentada, hablando con Sish y escuchando la lluvia,dsfrutándola, cuando escucho ruido. Un ruido de gente. Salgo a inspeccionar, calándome la capucha para que mi cara no sea reonocible, con el arco presto para disparar. De lejos distingo un hombre que espera junto a una carreta.Cada músculo de mi cuerpo se tensa, si espera, quiere decir que hay alguien más. Oigo un ruido a mi derecha y me giro más violentamente de lo que esperaba, con la cuerda del arco tensada. No puedo ver a nadie, pero sé que hay alguien cerca.
<< Sish, ve a investigar >> Mi pensamiento llega silencioso a mi compañera, que se desenrosca de mi brazo para deslizarse por el pantanoso suelo en dirección a los sonidos. Si ve algo me avisará con tiempo de preparme. Me agazapo ocultándome lo mejor que sé entre unos empapados y marchitos arbustos, aunque con este tiempo y la oscuridad creciente, dudo que alguien pueda distinguir dónde estoy, envuelta en mi capa.
La pequeña serpiente aparece reptando rauda al poco rato, siseando las noticias, aunque sólo yo la puedo entender.
>> Hay una chica, casi está aquí. <<
Asiento ante la información y Sish se enrosca de nuevo en mi brazo mientras yo contengo hasta la respiración. En apenas un minuto una figura esbelta y ágil, de rasgos élficos pero parcialmente humana aparece a poca distancia y se queda mirando en dirección al carro. Ha debido de sentirme porque tensa la cuerda de su arco. Puedo esperar a que se vaya, pero parece muy alerta y acabará dando conmigo si no se marcha pronto, y si intento deslizarme y desaparecer, seguramente también se de cuenta. Así que la única opción es darse a conocer.
- ¿Estás segura de que sabes usar eso? Yo que tú tendría más cuidado. - Nada más hablar me incorporo y aparto, ya que el sobresalto puede hacerla disparar en mi dirección. Me la quedo mirando de pie, desde el fondo de las sombras de mi capucha, sólo mis ojos visibles a través de ellas.
- ¿Puedo saber qué hace un extraño mercader y su guardaespaldas en un lugar como este, con este tiempo y a estas horas? No es un sitio seguro para nadie...
Camino ágil entre los arbustos, con la capucha bajada, disfrutando del aire fresco en la cara y la seguridad que me da estar en el campo, lejos de todo. Camino lo más silenciosamente que puedo, que es mucho, con una flecha presta en el arco para ser tensada y disparada en segundos. Aunque en una hora habría podido tener la comida que necesitaba, decido tomarme algo más de tiempo y espanto a las presas para perseguirlas. Al final, consigo cazar algo bastante deprisa, preparo una fogata y me zampo mi cena con algo de prisa. Huele a tormenta, a lluvia. No es que me importe, pero tengo que encontrar un refugio. Recojo mis pocas pertenencias y echo a caminar buscando un lugar donde poder resguardarme de la lluvia. Encuentro un lugar resguardado que con unos cuantos arreglos es un refugio como debe ser. Para cuando lo adecento, la lluvia ya cala hasta los huesos.
Estoy tranquilamente sentada, hablando con Sish y escuchando la lluvia,dsfrutándola, cuando escucho ruido. Un ruido de gente. Salgo a inspeccionar, calándome la capucha para que mi cara no sea reonocible, con el arco presto para disparar. De lejos distingo un hombre que espera junto a una carreta.Cada músculo de mi cuerpo se tensa, si espera, quiere decir que hay alguien más. Oigo un ruido a mi derecha y me giro más violentamente de lo que esperaba, con la cuerda del arco tensada. No puedo ver a nadie, pero sé que hay alguien cerca.
<< Sish, ve a investigar >> Mi pensamiento llega silencioso a mi compañera, que se desenrosca de mi brazo para deslizarse por el pantanoso suelo en dirección a los sonidos. Si ve algo me avisará con tiempo de preparme. Me agazapo ocultándome lo mejor que sé entre unos empapados y marchitos arbustos, aunque con este tiempo y la oscuridad creciente, dudo que alguien pueda distinguir dónde estoy, envuelta en mi capa.
La pequeña serpiente aparece reptando rauda al poco rato, siseando las noticias, aunque sólo yo la puedo entender.
>> Hay una chica, casi está aquí. <<
Asiento ante la información y Sish se enrosca de nuevo en mi brazo mientras yo contengo hasta la respiración. En apenas un minuto una figura esbelta y ágil, de rasgos élficos pero parcialmente humana aparece a poca distancia y se queda mirando en dirección al carro. Ha debido de sentirme porque tensa la cuerda de su arco. Puedo esperar a que se vaya, pero parece muy alerta y acabará dando conmigo si no se marcha pronto, y si intento deslizarme y desaparecer, seguramente también se de cuenta. Así que la única opción es darse a conocer.
- ¿Estás segura de que sabes usar eso? Yo que tú tendría más cuidado. - Nada más hablar me incorporo y aparto, ya que el sobresalto puede hacerla disparar en mi dirección. Me la quedo mirando de pie, desde el fondo de las sombras de mi capucha, sólo mis ojos visibles a través de ellas.
- ¿Puedo saber qué hace un extraño mercader y su guardaespaldas en un lugar como este, con este tiempo y a estas horas? No es un sitio seguro para nadie...
Última edición por Shëa el 28/04/14, 07:34 am, editado 1 vez
Shëa- Cantidad de envíos : 46
Re: Cosas inesperadas
El repentino descubrimiento hizo a Seratón dar un alarido, volviendo la cabeza en dirección a la voz.
También la voz ayudó a la medio elfa a corregir la trayectoria de su arco, aunque ya apuntaba más o menos en la dirección correcta. Lo que provocó el disparo, sin embargo, no fueron las palabras, sino el movimiento. Reflejos de mercenaria. No fue un tiro a dar, sino una amenaza; la flecha se clavó cerca del lugar en el que la recién llegada terminó su movimiento de esquiva, pero antes de que llegase. No obstante, había otra flecha en el arco enseguida. Solo que esta vez no lo tensó, ni le apuntó con él.
- Estoy bastante convencida de que se usarlo, pero gracias por el consejo.
Hay algo más por aquí, decía su cerebro. Algo que no puedo ver, pero que puede verme. No es la muchacha. ¿Viene con ella? Difícil saberlo. ¿Bandidos? ¿Quizá los "bichos lagarto" que mencionaba el mercader? Durante unos instantes, la medio elfa se quedó en silencio, examinando sus alrededores sin quitarle la vista de encima a la mujer que tenía enfrente. Al cabo de un momento pareció relajarse un poco.
- Buscamos una ciudad - contestó, permitiéndose por primera vez apartar la vista. - Al otro lado del pantano. El tiempo y la hora no son, me temo, culpa nuestra.
Hubo un sonido de cacharros en la dirección de la carreta. Seratón, que ante la posibilidad de un enfrentamiento había saltado a la parte trasera del vehículo, asomaba tímidamente la cabeza.
- Nadie va a matar a nadie, ¿Verdad? - dijo.
También la voz ayudó a la medio elfa a corregir la trayectoria de su arco, aunque ya apuntaba más o menos en la dirección correcta. Lo que provocó el disparo, sin embargo, no fueron las palabras, sino el movimiento. Reflejos de mercenaria. No fue un tiro a dar, sino una amenaza; la flecha se clavó cerca del lugar en el que la recién llegada terminó su movimiento de esquiva, pero antes de que llegase. No obstante, había otra flecha en el arco enseguida. Solo que esta vez no lo tensó, ni le apuntó con él.
- Estoy bastante convencida de que se usarlo, pero gracias por el consejo.
Hay algo más por aquí, decía su cerebro. Algo que no puedo ver, pero que puede verme. No es la muchacha. ¿Viene con ella? Difícil saberlo. ¿Bandidos? ¿Quizá los "bichos lagarto" que mencionaba el mercader? Durante unos instantes, la medio elfa se quedó en silencio, examinando sus alrededores sin quitarle la vista de encima a la mujer que tenía enfrente. Al cabo de un momento pareció relajarse un poco.
- Buscamos una ciudad - contestó, permitiéndose por primera vez apartar la vista. - Al otro lado del pantano. El tiempo y la hora no son, me temo, culpa nuestra.
Hubo un sonido de cacharros en la dirección de la carreta. Seratón, que ante la posibilidad de un enfrentamiento había saltado a la parte trasera del vehículo, asomaba tímidamente la cabeza.
- Nadie va a matar a nadie, ¿Verdad? - dijo.
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Cosas inesperadas
La flecha me pasa casi rozando a pesar del movimiento, así me mantengo alerta. Sí que sabe usar su arco, aunque estaba claro por sus rasgos de elfa que era más que probable. Aun con todo, intento mostrarme lo más relajada posible. No quiero problemas con estos extraños. Después de todo la medioelfa tiene pinta de saber lo que hace y la dirección de la que parecen venir... si realmente han tratado con los contrabandistas pueden ser peligrosos. Y lo últmo que necesito ahora son más problemas. Un ruido extraño me saca de mis pensamientos, y al ver la cara del hombre no puedo evitar soltar una carcajada.
- No, no habría razón para ello. ¿cierto?- Miro a la pelirroja como para dejar claro que no tieneque preocuparse, aunque tengo la impresioónd e qeu sigue tan alerta como yo. - La ciudad más próxima se encuentra demasiado lejos como para llegar en estas condiciones. Por aquí el pantano es menos denso, pero si no elegís bien el camino y con esta lluvia, podéis tener serios problemas.
>> ¿Por qué les ayudas? Que sigan su camino, nosotras podemos volver al refugio y continuar cuando pase la tormenta. Déjalos. Que se hundan en la ciénaga si es su destino, lo mismo nos da...<<
El siseo, apenas audible con la lluvia, me llega desde mi antebrazo donde está enroscada mi pequeña amiga.
<< No. Es mejor que nos mostremos amables. Si soy muy brusca me tomarán como alguien hostil. ¿Has visto ese carro? Con ellos puedo conseguir un refugio mejor de la lluvia que el que tenemos. Y además, si vienen de la cala de los contrabandistas quizá peda obtener información >>
Bajand ya por completo el arco en un posición para nada amenazante, me acerco a la pelirroja. Gracias a la lluvia no tienen por qué extrañarse de que lleve la capucha calada, algo que impide que vean mis rasgos.
- Me he construido un pequeño refugio aquí cerca donde pasar la tormenta. No es mucho,pero con vuestra ayuda pdemos hacer que sea un buen sitio dnde pasar la tormenta. ¿Qué decís? En estos sitios es mejor tener aliados en los que apoyarse.
- No, no habría razón para ello. ¿cierto?- Miro a la pelirroja como para dejar claro que no tieneque preocuparse, aunque tengo la impresioónd e qeu sigue tan alerta como yo. - La ciudad más próxima se encuentra demasiado lejos como para llegar en estas condiciones. Por aquí el pantano es menos denso, pero si no elegís bien el camino y con esta lluvia, podéis tener serios problemas.
>> ¿Por qué les ayudas? Que sigan su camino, nosotras podemos volver al refugio y continuar cuando pase la tormenta. Déjalos. Que se hundan en la ciénaga si es su destino, lo mismo nos da...<<
El siseo, apenas audible con la lluvia, me llega desde mi antebrazo donde está enroscada mi pequeña amiga.
<< No. Es mejor que nos mostremos amables. Si soy muy brusca me tomarán como alguien hostil. ¿Has visto ese carro? Con ellos puedo conseguir un refugio mejor de la lluvia que el que tenemos. Y además, si vienen de la cala de los contrabandistas quizá peda obtener información >>
Bajand ya por completo el arco en un posición para nada amenazante, me acerco a la pelirroja. Gracias a la lluvia no tienen por qué extrañarse de que lleve la capucha calada, algo que impide que vean mis rasgos.
- Me he construido un pequeño refugio aquí cerca donde pasar la tormenta. No es mucho,pero con vuestra ayuda pdemos hacer que sea un buen sitio dnde pasar la tormenta. ¿Qué decís? En estos sitios es mejor tener aliados en los que apoyarse.
Shëa- Cantidad de envíos : 46
Re: Cosas inesperadas
Tiene razón.
Ya había considerado que podrían tener problemas si continuaban tal cual el camino; especialmente cargando con la carreta. Pero la amabilidad puede ser tan sospechosa como la hostilidad. Podría pensar que somos contrabandistas, pensó. Estar arrastrándonos a una emboscada. Aun y así, aunque fuera por la necesidad, decidió darle el voto de confianza a la muchacha. Sin dejar de estar alerta, quitó la flecha de su arco, y se lo colgó a la espalda.
- Imaginábamos que la ciudad estaría lejos, pero no tanto - dijo. - No conocemos el lugar.
La lluvia se estaba recrudeciendo, o tal vez sería más adecuado decir que la llovizna se estaba convirtiendo en auténtica lluvia. Ahora parecía bastante claro que iban a tener que pasar la noche allí, fuera como fuese. La idea del refugio no sonaba tan mal en estas circunstancias. Podría ser que la muchacha tuviese buenas intenciones, pero aún no se fiaba del todo. Se preguntó cómo de venenosa sería la serpiente que tenía en el brazo.
No obstante, se permitió una leve sonrisa, y un tono de cordialidad empezó a permear sus palabras. Pensar lo peor siempre es compatible con poner buena cara.
- Bueno, te agradecemos la invitación. No estamos muy preparados para pasar la noche al raso, como puedes ver. Me llamo Firavandrei, y el es Seratón. - El mercader inclinó cortésmente la cabeza, ya fuera de la carreta. - Nos dirigíamos hacia Comosellame.
- Trinacria - corrigió Seratón, acercándose. - Un gusto, señorita.
La medio elfa silbó a su caballo para que se acercara, pero esta vez no lo montó. Lo cogió de las riendas, y envió a Seratón con un movimiento de cabeza a que condujese la carreta. Sonrió a la otra muchacha.
- Te seguimos.
Ya había considerado que podrían tener problemas si continuaban tal cual el camino; especialmente cargando con la carreta. Pero la amabilidad puede ser tan sospechosa como la hostilidad. Podría pensar que somos contrabandistas, pensó. Estar arrastrándonos a una emboscada. Aun y así, aunque fuera por la necesidad, decidió darle el voto de confianza a la muchacha. Sin dejar de estar alerta, quitó la flecha de su arco, y se lo colgó a la espalda.
- Imaginábamos que la ciudad estaría lejos, pero no tanto - dijo. - No conocemos el lugar.
La lluvia se estaba recrudeciendo, o tal vez sería más adecuado decir que la llovizna se estaba convirtiendo en auténtica lluvia. Ahora parecía bastante claro que iban a tener que pasar la noche allí, fuera como fuese. La idea del refugio no sonaba tan mal en estas circunstancias. Podría ser que la muchacha tuviese buenas intenciones, pero aún no se fiaba del todo. Se preguntó cómo de venenosa sería la serpiente que tenía en el brazo.
No obstante, se permitió una leve sonrisa, y un tono de cordialidad empezó a permear sus palabras. Pensar lo peor siempre es compatible con poner buena cara.
- Bueno, te agradecemos la invitación. No estamos muy preparados para pasar la noche al raso, como puedes ver. Me llamo Firavandrei, y el es Seratón. - El mercader inclinó cortésmente la cabeza, ya fuera de la carreta. - Nos dirigíamos hacia Comosellame.
- Trinacria - corrigió Seratón, acercándose. - Un gusto, señorita.
La medio elfa silbó a su caballo para que se acercara, pero esta vez no lo montó. Lo cogió de las riendas, y envió a Seratón con un movimiento de cabeza a que condujese la carreta. Sonrió a la otra muchacha.
- Te seguimos.
Última edición por Firavandrei el 31/03/14, 08:40 am, editado 1 vez
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Cosas inesperadas
- Las distancias a través de pantanos como esto siempre acaban estirándose más de lo que planeamos
Intento ser sociable mientras espero a que se decidan. Parece que la chica se lo está pensando, seguramente no se fía de mí, y hace bien. Yo tampoco confío en ella. Pero la adversidad te busca extraños compañeros de viaje. Tras un rato de debate interno de la semielfa, el tiempo se recrudece, la lluvia cae cada vez con más fuerza y decide aceptar mi oferta. Se presentan ambos, y yo inclino la cabeza en señal de saludo.
- El placer es mío. Mi nombre es Shëa y vengo de Trinacracia, así que cuando la lluvia amaine puedo indicaros el camino para llegar allí. - La semielfa silba y su caballo se acerca. Asiento con la cabeza y me giro, desandando el camino que me ha traído aquí.
Con la lluvia se hace mucho más complicado que la ida. Todo parece más espeso, más siniestro y la lluvia hace que el suelo esté cada vez más enfangado, haciendo dificultoso el caminar evitando las aguas pantanosas. Además el carro me obliga a dar un pequeño rodeo. Finalmente llegamos a mi refugio: unas ramas atadas en horizontal ponen un techo en un espacio creado por varios troncos grandes caídos. Los árboles de ese lugar son bastante grandes, un tronco caído tiene la altura suficiente como para que una persona no demasiado alta camine. Para evitar que el suelo se encharque he buscado más ramas y algunas rocas, lo que lo hace un sitio bastante confortable.
- Quizá sea un poco pequeño para todos, pero podemos intentar mover un poco los troncos para ampliarlo. Si pegamos el carro a la abertura, podremos resguardarnos del viento y quizá vuestro amigo tenga dentro algo que nos ayude a reforzar el techo para evitar la lluvia. - comento, enseñádoles mi refugio a mis nuevos "compañeros"
Intento ser sociable mientras espero a que se decidan. Parece que la chica se lo está pensando, seguramente no se fía de mí, y hace bien. Yo tampoco confío en ella. Pero la adversidad te busca extraños compañeros de viaje. Tras un rato de debate interno de la semielfa, el tiempo se recrudece, la lluvia cae cada vez con más fuerza y decide aceptar mi oferta. Se presentan ambos, y yo inclino la cabeza en señal de saludo.
- El placer es mío. Mi nombre es Shëa y vengo de Trinacracia, así que cuando la lluvia amaine puedo indicaros el camino para llegar allí. - La semielfa silba y su caballo se acerca. Asiento con la cabeza y me giro, desandando el camino que me ha traído aquí.
Con la lluvia se hace mucho más complicado que la ida. Todo parece más espeso, más siniestro y la lluvia hace que el suelo esté cada vez más enfangado, haciendo dificultoso el caminar evitando las aguas pantanosas. Además el carro me obliga a dar un pequeño rodeo. Finalmente llegamos a mi refugio: unas ramas atadas en horizontal ponen un techo en un espacio creado por varios troncos grandes caídos. Los árboles de ese lugar son bastante grandes, un tronco caído tiene la altura suficiente como para que una persona no demasiado alta camine. Para evitar que el suelo se encharque he buscado más ramas y algunas rocas, lo que lo hace un sitio bastante confortable.
- Quizá sea un poco pequeño para todos, pero podemos intentar mover un poco los troncos para ampliarlo. Si pegamos el carro a la abertura, podremos resguardarnos del viento y quizá vuestro amigo tenga dentro algo que nos ayude a reforzar el techo para evitar la lluvia. - comento, enseñádoles mi refugio a mis nuevos "compañeros"
Shëa- Cantidad de envíos : 46
Re: Cosas inesperadas
Se fiase o no, la siguieron sin rechistar.
El refugio no era gran cosa, pero frente a la lluvia menos daba una piedra. La medio elfa lo examinó en silencio cuando su dueña les indicó que habían llegado. Bueno, para una noche no parecía un mal plan. Se volvió para mirar a su compañero, que se revolvió, inquieto, agitando los dedos en el aire, y luego se inclinó - se sumergió - en la parte posterior de su carreta.
- Tengo esto y esto y esto otro - comenzó a enumerar, sacando varias cosas que no venían a cuento.
Estaba claro que el comerciante no estaba acostumbrado a pasar noches al raso, o a dormir en un pantano. Bueno, Fira tampoco podía decir que ella lo estuviera. La muchacha puso un pie en el estribo del caballo, se subió al lomo del animal y se enganchó a los troncos sirviéndose de una especie de garfio, trepándolos con destreza.
- Una lona, Seratón - dijo, mientras afianzaba los pies para no resbalarse. - Algo que no se moje.
Hubo cierta expresión de pena en el rostro del comerciante, pero no rechistó. Comenzó a retirar la lona que cubría su carreta e impedía que los chismes que la poblaban se mojasen, aunque haciendo honor a la verdad no había ninguno que se pudiese estropear mucho más.
El refugio no era gran cosa, pero frente a la lluvia menos daba una piedra. La medio elfa lo examinó en silencio cuando su dueña les indicó que habían llegado. Bueno, para una noche no parecía un mal plan. Se volvió para mirar a su compañero, que se revolvió, inquieto, agitando los dedos en el aire, y luego se inclinó - se sumergió - en la parte posterior de su carreta.
- Tengo esto y esto y esto otro - comenzó a enumerar, sacando varias cosas que no venían a cuento.
Estaba claro que el comerciante no estaba acostumbrado a pasar noches al raso, o a dormir en un pantano. Bueno, Fira tampoco podía decir que ella lo estuviera. La muchacha puso un pie en el estribo del caballo, se subió al lomo del animal y se enganchó a los troncos sirviéndose de una especie de garfio, trepándolos con destreza.
- Una lona, Seratón - dijo, mientras afianzaba los pies para no resbalarse. - Algo que no se moje.
Hubo cierta expresión de pena en el rostro del comerciante, pero no rechistó. Comenzó a retirar la lona que cubría su carreta e impedía que los chismes que la poblaban se mojasen, aunque haciendo honor a la verdad no había ninguno que se pudiese estropear mucho más.
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Cosas inesperadas
Observo con desesperación los chismes que el mercader saca de su carreta. ¿Por qué podría pensar que cualquiera de esos artefactos servirían para hacer el refugio más resguardado? No soy la única que lo piensa, porque Firavandrei le insta a que encuentre una lona. Eso sí es una buena idea. Cuando entiendo lo que pretende, ayudo a Setón a retirar la lona del carro, ya que él está haciéndolo muy lentamente, como si le doliese mucho -cosa que no entiendo porque todo lo que veo dentro de la carreta está en bastante mal estado - y luego me subo al otro tronco con habilidad, para lanzarle la lona a la medio elfa uno de los extremos de la lona. Así es mucho más fácil extenderla, y colocarla de modo que impida que el agua se cuele por la abertura.
Trabajo rápido y en silencio, hasta que por fin podemos acomodarnos en el interior relativamente seco del refugio. Me encantaría poder deshacerme de mi capa empapada, pero no me gustaría provocar una reacción negativa en los que parece serán mis compañeros durante la noche, así que me mantengo acurrucada. Por suerte es gruesa y el interior aún está calentito.
- Aún me quedan algunas sobras de la cena, lamento no tener nada más que ofreceros por si tenéis hambre - digo, por sacar algún tema de conversación.
Trabajo rápido y en silencio, hasta que por fin podemos acomodarnos en el interior relativamente seco del refugio. Me encantaría poder deshacerme de mi capa empapada, pero no me gustaría provocar una reacción negativa en los que parece serán mis compañeros durante la noche, así que me mantengo acurrucada. Por suerte es gruesa y el interior aún está calentito.
- Aún me quedan algunas sobras de la cena, lamento no tener nada más que ofreceros por si tenéis hambre - digo, por sacar algún tema de conversación.
Shëa- Cantidad de envíos : 46
Re: Cosas inesperadas
FDI: Mil perdones, no me dí cuenta de que hubiera respuesta!
Rápido y bien hecho.
El refugio estuvo terminado en minutos, y la lluvia se convirtió en un rítmico tactac en la lona. Igual que su anfitriona, la medio elfa saltó bajo su cobertura. El comerciante, sirviéndose de otro pedazo de lona que usó a modo de saco, rescató algunos de los objetos del carro, refugiándolos celosamente consigo. Para hacerle honor a la verdad, no todo lo que llevaba era basura; pero su carro carecía de orden y de lustre de una manera que parecía devaluar todo lo que hubiese en su interior.
Faltaba un fuego para que resultase hogareño. Y comida. La tal Shëa sacó este último tema, ofreciéndoles los restos de la cena. No era lo que Firavandrei tenía en mente; no porque le molestase en modo alguno la oferta de sobras - sonrió ante la propuesta, y la consideró de una gran generosidad - sino porque ya iba siendo hora de que la hospitalidad fluyese en ambas direcciones.
- Gracias - repuso, descolgándose el arco de la espalda. - Pero creo que puedo corresponder con algo mejor que eso. No estará mal tener unas provisiones extra.
- Uhm - gimió Seratón, inseguro. - Yo me conformo con las sobras, sinceramente, me parecen bien, doy una y mil gracias.
- No tardaré - le ignoró la pelirroja, saliendo de nuevo bajo la lluvia.
No era solo conseguir cena o provisiones. Había algo que seguía molestándole. Y seguía sin estar segura de qué era.
Rápido y bien hecho.
El refugio estuvo terminado en minutos, y la lluvia se convirtió en un rítmico tactac en la lona. Igual que su anfitriona, la medio elfa saltó bajo su cobertura. El comerciante, sirviéndose de otro pedazo de lona que usó a modo de saco, rescató algunos de los objetos del carro, refugiándolos celosamente consigo. Para hacerle honor a la verdad, no todo lo que llevaba era basura; pero su carro carecía de orden y de lustre de una manera que parecía devaluar todo lo que hubiese en su interior.
Faltaba un fuego para que resultase hogareño. Y comida. La tal Shëa sacó este último tema, ofreciéndoles los restos de la cena. No era lo que Firavandrei tenía en mente; no porque le molestase en modo alguno la oferta de sobras - sonrió ante la propuesta, y la consideró de una gran generosidad - sino porque ya iba siendo hora de que la hospitalidad fluyese en ambas direcciones.
- Gracias - repuso, descolgándose el arco de la espalda. - Pero creo que puedo corresponder con algo mejor que eso. No estará mal tener unas provisiones extra.
- Uhm - gimió Seratón, inseguro. - Yo me conformo con las sobras, sinceramente, me parecen bien, doy una y mil gracias.
- No tardaré - le ignoró la pelirroja, saliendo de nuevo bajo la lluvia.
No era solo conseguir cena o provisiones. Había algo que seguía molestándole. Y seguía sin estar segura de qué era.
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Cosas inesperadas
Observar. Me he pasado media vida observando y tengo que admitir que esta semielfa despierta mi curiosidad. Se ofrece a salir a cazar algo, y me paro a pensar. En las mismas circunstancias otra persona habría hecho ese ofrecimiento únicamente por cortesía, esperando que yo contestase que no es necesario y aprovechar para "a regañadientes" acceder a quedarse. Pero Firavindrei no parecía ni por asomo ese tipo de persona, así que eso llevaba a otras preguntas.
>> No me fío de ella. Deja que se vaya. Con un poco de suerte se ahogará en el pantano. <<
El siseo de Sish se vuelven claras palabras en mi mente. Una parte de mí le da la razón, quedarme a solas con el buhonero, o lo que quiera que sea, podría ayudarme a sacarles más información sobre quiénes son y alguna información útil. La elfa sale por la puerta mientras la observo fijamente, y al poco tiempo, más de forma inconsciente que otra cosa, me levanto y voy tras ella.
- No salgas ni te muevas de aquí. SI tienes frío puedes hacer una pequeña hoguera, pero es preferible que te apañes con las mantas.
Dicho esto al tal Setón, salgo en busca de Firavandrei, con Sish quejándose entre dientes. Agito el brazo y lo levanto un poco para poder mirarla directamente y le hablo entre siseos que sólo ella entiende.
<< Mira, si lo prefieres quédate aquí, pero no tengo ganas de tenerte quejándote en mi oído todo el rato, ¿vale? >>
Enfadada, mi compañera repta por mi brazo y mi pierna hasta el suelo y se enrosca en uno de los ejes del carromato, mirándome con desaprobación. Me calo mejor la capucha para resguardarme de la lluvia y echo a andar tras el rastro de la semielfa. Sé que me estoy arriesgando demasiado, pero algo me impulsa a seguirla, aunque es algo que no haría de normal. Me estoy exponiendo demasiado. Me digo a mi misma que lo mejor es dar media vuelta. Esa chica parece que sabe cuidarse sola. Pero mi cuerpo sigue adelante, afianzando los pies en la tierra que se confunde con el barro y el lodo del pantano.
Un cuervo sale de algún sitio entre la maleza y se me tira encima, literalmente, pierdo el pie y me caigo de bruces dentro del lodo. Maldigo lo suficientemente alto como para espantar a los animales más cercanos y trato de incorporarme.
- Mierda...
El sitio donde he caido es una zona pantanosa demasiado densa. Mis manos se hunden al intentar hacer fuerza para levantarme. Consigo incorporarme a medias, pero las rodillas, apoyadas en el fondo, se hunden cada vez más. Miro a mi alrededor buscando algo a lo que agarrarme. Se me ha olvidado la cuerda en el refugio. Perfecto...
>> No me fío de ella. Deja que se vaya. Con un poco de suerte se ahogará en el pantano. <<
El siseo de Sish se vuelven claras palabras en mi mente. Una parte de mí le da la razón, quedarme a solas con el buhonero, o lo que quiera que sea, podría ayudarme a sacarles más información sobre quiénes son y alguna información útil. La elfa sale por la puerta mientras la observo fijamente, y al poco tiempo, más de forma inconsciente que otra cosa, me levanto y voy tras ella.
- No salgas ni te muevas de aquí. SI tienes frío puedes hacer una pequeña hoguera, pero es preferible que te apañes con las mantas.
Dicho esto al tal Setón, salgo en busca de Firavandrei, con Sish quejándose entre dientes. Agito el brazo y lo levanto un poco para poder mirarla directamente y le hablo entre siseos que sólo ella entiende.
<< Mira, si lo prefieres quédate aquí, pero no tengo ganas de tenerte quejándote en mi oído todo el rato, ¿vale? >>
Enfadada, mi compañera repta por mi brazo y mi pierna hasta el suelo y se enrosca en uno de los ejes del carromato, mirándome con desaprobación. Me calo mejor la capucha para resguardarme de la lluvia y echo a andar tras el rastro de la semielfa. Sé que me estoy arriesgando demasiado, pero algo me impulsa a seguirla, aunque es algo que no haría de normal. Me estoy exponiendo demasiado. Me digo a mi misma que lo mejor es dar media vuelta. Esa chica parece que sabe cuidarse sola. Pero mi cuerpo sigue adelante, afianzando los pies en la tierra que se confunde con el barro y el lodo del pantano.
Un cuervo sale de algún sitio entre la maleza y se me tira encima, literalmente, pierdo el pie y me caigo de bruces dentro del lodo. Maldigo lo suficientemente alto como para espantar a los animales más cercanos y trato de incorporarme.
- Mierda...
El sitio donde he caido es una zona pantanosa demasiado densa. Mis manos se hunden al intentar hacer fuerza para levantarme. Consigo incorporarme a medias, pero las rodillas, apoyadas en el fondo, se hunden cada vez más. Miro a mi alrededor buscando algo a lo que agarrarme. Se me ha olvidado la cuerda en el refugio. Perfecto...
Shëa- Cantidad de envíos : 46
Re: Cosas inesperadas
Pero, ¿Qué es lo que me molesta?
En aquella parte de la zona pantanosa, los árboles comenzaban a ganar en frondosidad. Un bosquecillo, podría haber pensado. Pero el suelo era blando y lodoso, y la lluvia le daba la contextura de un humedal o de una marisma. Una trampa mortal si no tenías cuidado de dónde ponías los pies.
Su vista de medio elfa iba de un lado para otro en la creciente oscuridad, pero no había nada que detectar. Resguardaba el arco bajo su capa, para evitar que la cuerda se mojase, pero empezaba a darse cuenta de que el problema no iba a ser conseguir un disparo. ¿Y los animales? No recordaba haber visto ninguno, excepto pájaros y algún erizo, desde que desembarcaron.
Eso. Eso era lo que le estaba molestando.
Se detuvo bajo el grueso tronco de un árbol. La lluvia le pegaba los cabellos a la cara y al cuello; estaba empapada. No se había alejado más de cien o doscientos metros del refugio, y no había visto nada.
Hubiera bastado con un conejo. Habría sido una cena excelente, un pago apropiado por la hospitalidad de la otra mujer y un punto de alivio, al menos, al descubrir que la naturaleza funcionaba como se esperaba de ella. Se preguntó si habrían huído de ella. Pero la lluvia debilitaba el olfato de los animales; un intenso aroma a tierra mojada se esparcía por aquella frontera de la marisma, y había sido cuidadosa. El viento no había cambiado, y tampoco había encontrado nada yendo en contra de él.
No hemos espantado a los animales. Es que no hay.
¿Qué espanta a los animales? ¿Tal vez cazadores? Pero los cazadores suelen ser cuidadosos, a no ser que sean furtivos en busca de algún animal valioso. ¿Qué había en la zona? Recordó que Seratón había hablado de... ¿Qué era? ¿Lagartos? Tal vez hubiera-
El grito la sobresaltó.
Dejó caer el arco y volvió sobre sus pasos sin pensarlo dos veces. El metal silbó al salir de la vaina, y una espada de metal negro dió varias vueltas en su mano derecha mientras corría. Un puñal alargado serpenteaba en su mano izquierda, de igual modo. Cuando llegó al lugar del que provenía el grito, se ocultó entre la maleza, y se permitió espiar un instante antes de darse cuenta de que había sido una falsa alarma. El maldito bosque la ponía nerviosa.
Caminó hasta el borde de la zona fangosa sin prisa, mirando a su alrededor. ¿Por qué había decidido seguirla? Mientras lo hacía, envainó las armas.
- Es un sitio cálido y maravilloso, ¿Eh? - comentó con sorna mientras tanteaba el borde de la marisma. No quería quedarse en la misma posición que la mujer. Pasados unos segundos, cuando estuvo segura de que el suelo era firme bajo sus pies, se descolgó la vaina de la espada del cinto y se la ofreció para que se agarrase.
En aquella parte de la zona pantanosa, los árboles comenzaban a ganar en frondosidad. Un bosquecillo, podría haber pensado. Pero el suelo era blando y lodoso, y la lluvia le daba la contextura de un humedal o de una marisma. Una trampa mortal si no tenías cuidado de dónde ponías los pies.
Su vista de medio elfa iba de un lado para otro en la creciente oscuridad, pero no había nada que detectar. Resguardaba el arco bajo su capa, para evitar que la cuerda se mojase, pero empezaba a darse cuenta de que el problema no iba a ser conseguir un disparo. ¿Y los animales? No recordaba haber visto ninguno, excepto pájaros y algún erizo, desde que desembarcaron.
Eso. Eso era lo que le estaba molestando.
Se detuvo bajo el grueso tronco de un árbol. La lluvia le pegaba los cabellos a la cara y al cuello; estaba empapada. No se había alejado más de cien o doscientos metros del refugio, y no había visto nada.
Hubiera bastado con un conejo. Habría sido una cena excelente, un pago apropiado por la hospitalidad de la otra mujer y un punto de alivio, al menos, al descubrir que la naturaleza funcionaba como se esperaba de ella. Se preguntó si habrían huído de ella. Pero la lluvia debilitaba el olfato de los animales; un intenso aroma a tierra mojada se esparcía por aquella frontera de la marisma, y había sido cuidadosa. El viento no había cambiado, y tampoco había encontrado nada yendo en contra de él.
No hemos espantado a los animales. Es que no hay.
¿Qué espanta a los animales? ¿Tal vez cazadores? Pero los cazadores suelen ser cuidadosos, a no ser que sean furtivos en busca de algún animal valioso. ¿Qué había en la zona? Recordó que Seratón había hablado de... ¿Qué era? ¿Lagartos? Tal vez hubiera-
El grito la sobresaltó.
Dejó caer el arco y volvió sobre sus pasos sin pensarlo dos veces. El metal silbó al salir de la vaina, y una espada de metal negro dió varias vueltas en su mano derecha mientras corría. Un puñal alargado serpenteaba en su mano izquierda, de igual modo. Cuando llegó al lugar del que provenía el grito, se ocultó entre la maleza, y se permitió espiar un instante antes de darse cuenta de que había sido una falsa alarma. El maldito bosque la ponía nerviosa.
Caminó hasta el borde de la zona fangosa sin prisa, mirando a su alrededor. ¿Por qué había decidido seguirla? Mientras lo hacía, envainó las armas.
- Es un sitio cálido y maravilloso, ¿Eh? - comentó con sorna mientras tanteaba el borde de la marisma. No quería quedarse en la misma posición que la mujer. Pasados unos segundos, cuando estuvo segura de que el suelo era firme bajo sus pies, se descolgó la vaina de la espada del cinto y se la ofreció para que se agarrase.
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Cosas inesperadas
Las palabras de la semielfa me enervan de sobremanera, ya es bastante humillante estar hundiéndome literalmente en el lodo y saber que necesito ayuda para salir de ésta. Odio no poder controlar por mí misma la situación, para mí es una derrota tener que depender de alguien.
Y aún así, acepto la vaina de su espada cuando me la tiende, y con su ayuda logro desanclarme del fondo cenagoso.
- Gracias. Ese maldito cuervo salió de ningún sitio como alma que lleva el diablo...
Corto la frase a mitad. No tengo por qué justificarme, después de todo. Además tengo cosas mejores en que pensar. Me miro y me encuentro conque mi capa está llena de lodo, así como mis botas, pantalones y mangas de la camisa: todo aquello que se ha hundido en la ciénaga. Maldigo de nuevo y me sacudo el exceso de barro, porque si no va a ser imposible andar con cuidado con todo el peso extra que supone, aunque parezca poco.
Resoplando, y sin pensar en otra cosa que en qué se me pasaba por la cabeza cuando salí del refugio, me sacudo con ímpetu. Estas situaciones me ponen nerviosa, demasiado nerviosa. Los bajos de la capa, como buena parte del costado están untados de lleno, y me la quito, sin pensarlo, para sacudirla antes de que se endurezca y no pueda quitarlo.
Mientras la sacudo, miro a un lado y me encuentro con la cara de Firavandrei y entonces caigo en la cuenta de algo. Maldigo de nuevo mientras me coloco la capa lo más aprisa que puedo, calándome de nuevo la capucha hasta dejar mi cara oculta, pero ya es demasiado tarde. Sin duda ha visto enteramente mis cara, con todo lo que ello supone. Maldigo de nuevo, esta vez para mis adentros, y me la quedo mirando, estudiando su reacción.
Durante unos segundos simplemente nos miramos, y en ese intervalo me doy cuenta de algo. No hay más sonido que el de la lluvia y nuestras respiraciones. Mi instinto me dice que algo anda realmente mal, hasta el punto de que dejo de prestar atención a la semielfa y a mi aspecto, y miro a las copas de los árboles. No se escucha nada, y eso no es normal. Luego pienso en el cuervo que me ha arrollado, eso tampoco es normal.
Y entonces escucho el chillido silbante de algo que se acerca, pero no consigo ubicar de dónde procede. Me alejo del barro, dando un paso inconsciente hacia la semielfa. El chillido se hace cada vez más fuerte y empieza a hacer daño a los oídos. Por lo menos si no se ha escuchado ningún grito, eso quiere decir que no viene de la misma dirección que nuestro refugio.
La pregunta es... ¿Qué es lo que causa ese ruido?
El sonido cada vez más agudo y penetrante, da a entender que lo que quiera que lo emita se acerca a nosotras, así que decido quedarme muy quieta, agachada, y esta vez agradeciendo la suciedad que me envuelve, que me permite mimetizarme mejor con las plantas. Me llevo la mano a la espalda, pero mis espadas no están, las he dejado en el refugio, así que me llevo la mano a la espada del cinto, aunque no la desenvaino ni cierro la mano en torno a la empuñadura. Eso sólo si es estrictamente necesario.
Le hago una seña a la semielfa para que se esconda y se quede en silencio. Sea lo que sea, si no le molestamos quizá pase de largo.
Y aún así, acepto la vaina de su espada cuando me la tiende, y con su ayuda logro desanclarme del fondo cenagoso.
- Gracias. Ese maldito cuervo salió de ningún sitio como alma que lleva el diablo...
Corto la frase a mitad. No tengo por qué justificarme, después de todo. Además tengo cosas mejores en que pensar. Me miro y me encuentro conque mi capa está llena de lodo, así como mis botas, pantalones y mangas de la camisa: todo aquello que se ha hundido en la ciénaga. Maldigo de nuevo y me sacudo el exceso de barro, porque si no va a ser imposible andar con cuidado con todo el peso extra que supone, aunque parezca poco.
Resoplando, y sin pensar en otra cosa que en qué se me pasaba por la cabeza cuando salí del refugio, me sacudo con ímpetu. Estas situaciones me ponen nerviosa, demasiado nerviosa. Los bajos de la capa, como buena parte del costado están untados de lleno, y me la quito, sin pensarlo, para sacudirla antes de que se endurezca y no pueda quitarlo.
Mientras la sacudo, miro a un lado y me encuentro con la cara de Firavandrei y entonces caigo en la cuenta de algo. Maldigo de nuevo mientras me coloco la capa lo más aprisa que puedo, calándome de nuevo la capucha hasta dejar mi cara oculta, pero ya es demasiado tarde. Sin duda ha visto enteramente mis cara, con todo lo que ello supone. Maldigo de nuevo, esta vez para mis adentros, y me la quedo mirando, estudiando su reacción.
Durante unos segundos simplemente nos miramos, y en ese intervalo me doy cuenta de algo. No hay más sonido que el de la lluvia y nuestras respiraciones. Mi instinto me dice que algo anda realmente mal, hasta el punto de que dejo de prestar atención a la semielfa y a mi aspecto, y miro a las copas de los árboles. No se escucha nada, y eso no es normal. Luego pienso en el cuervo que me ha arrollado, eso tampoco es normal.
Y entonces escucho el chillido silbante de algo que se acerca, pero no consigo ubicar de dónde procede. Me alejo del barro, dando un paso inconsciente hacia la semielfa. El chillido se hace cada vez más fuerte y empieza a hacer daño a los oídos. Por lo menos si no se ha escuchado ningún grito, eso quiere decir que no viene de la misma dirección que nuestro refugio.
La pregunta es... ¿Qué es lo que causa ese ruido?
El sonido cada vez más agudo y penetrante, da a entender que lo que quiera que lo emita se acerca a nosotras, así que decido quedarme muy quieta, agachada, y esta vez agradeciendo la suciedad que me envuelve, que me permite mimetizarme mejor con las plantas. Me llevo la mano a la espalda, pero mis espadas no están, las he dejado en el refugio, así que me llevo la mano a la espada del cinto, aunque no la desenvaino ni cierro la mano en torno a la empuñadura. Eso sólo si es estrictamente necesario.
Le hago una seña a la semielfa para que se esconda y se quede en silencio. Sea lo que sea, si no le molestamos quizá pase de largo.
Shëa- Cantidad de envíos : 46
Re: Cosas inesperadas
A Firavandrei le dio la sensación de que había molestado a su interlocutora. Lo cual era, tristemente, gracioso: Por desgracia, si la chica era sensible al sarcasmo, lo iba a pasar mal cerca de la medio elfa.
Cuervos. Ante el comentario de la muchacha, y sin que pareciera importarle que dejase de hablar, comenzó a examinar los alrededores del lugar en el que se encontraban. Los pájaros parecían ser los únicos animales que no tenían prisa por abandonar el bosquecillo. Seguía pensando que no estaban solas allí, lo cual le causaba una sensación inquieta, una ansiedad que no podía calmar en modo alguno.
- Ya que estás aquí, tal vez me puedas explicar una cosa - comenzó a decir, al principio sin estar mirándola directamente. - ¿Qué le pasa a este lugar? Es como si todos los animales del bosque se -
Se había girado hacia ella mientras hablaba, pero se quedó en silencio. ¿Qué era lo que había dicho Seratón? Bichos lagarto. Había pensado que la ausencia de criaturas mas allá de los pájaros podía deberse a la proximidad de tales criaturas. No se le había ocurrido que los tuviese tan cerca. No obstante, y aunque se quedó mirando a la cara de la muchacha en silencio durante algunos segundos más de lo que era educado, fuera cual fuese la reacción que parecía esperar Shea, no se produjo.
- Olvídalo - murmuró, apartando la mirada. - ¿Qué es eso?
No era solo el sonido lo que le hizo apartar la mirada. No le importaba que la muchacha fuese parte serpiente, o lagarto, o lo que fuese - le habían enseñado lo suficientemente bien como para no preguntarle qué era - pero no le gustaban los ojos de las serpientes. De donde ella venía, la mirada de serpientes como la cobra reina podía-
Dioses, ¿Qué diablos era aquello?
Todo pensamiento quedaba anulado y desplazado con aquel chillido incesante. No necesitó que Shea le repitiese la seña: Volvió a esconderse en la maleza cuando estuvo claro que aquello venía hacia ellas, y lamentó haber dejado atrás su arco. Para una medio elfa y su mejorado sentido del oído, el ruido era una tortura. A diferencia de la chica serpiente, Firavandrei sí que desenvainó la espada. En cuclillas entre los matorrales, había que mirar bastante bien para verla.
El sonido era intermitente, molesto y penetrante. Pasados unos segundos, en la oscuridad de la tormenta, el destello distante de un rayo permitió ver el reflejo de la lluvia sobre una piel serpentina, escamosa y de un color aguamarina intenso ribeteado por líneas doradas. Unos ojos rojos brillaban intensamente entre las sombras del bosquecillo, camuflándose con habilidad de escondite en escondite, y al parecer emitiendo un prolongado grito cuando decidía avanzar.
Firavandrei no pudo ver bien de qué criatura se trataba, pero parecía lo suficientemente lagarto como para despertar ciertas dudas, finalmente, sobre la amabilidad de su compañera. Un eco distante de los gritos llegaba desde la marisma como respuesta a la llamada del ser. No estaba solo.
Cuervos. Ante el comentario de la muchacha, y sin que pareciera importarle que dejase de hablar, comenzó a examinar los alrededores del lugar en el que se encontraban. Los pájaros parecían ser los únicos animales que no tenían prisa por abandonar el bosquecillo. Seguía pensando que no estaban solas allí, lo cual le causaba una sensación inquieta, una ansiedad que no podía calmar en modo alguno.
- Ya que estás aquí, tal vez me puedas explicar una cosa - comenzó a decir, al principio sin estar mirándola directamente. - ¿Qué le pasa a este lugar? Es como si todos los animales del bosque se -
Se había girado hacia ella mientras hablaba, pero se quedó en silencio. ¿Qué era lo que había dicho Seratón? Bichos lagarto. Había pensado que la ausencia de criaturas mas allá de los pájaros podía deberse a la proximidad de tales criaturas. No se le había ocurrido que los tuviese tan cerca. No obstante, y aunque se quedó mirando a la cara de la muchacha en silencio durante algunos segundos más de lo que era educado, fuera cual fuese la reacción que parecía esperar Shea, no se produjo.
- Olvídalo - murmuró, apartando la mirada. - ¿Qué es eso?
No era solo el sonido lo que le hizo apartar la mirada. No le importaba que la muchacha fuese parte serpiente, o lagarto, o lo que fuese - le habían enseñado lo suficientemente bien como para no preguntarle qué era - pero no le gustaban los ojos de las serpientes. De donde ella venía, la mirada de serpientes como la cobra reina podía-
Dioses, ¿Qué diablos era aquello?
Todo pensamiento quedaba anulado y desplazado con aquel chillido incesante. No necesitó que Shea le repitiese la seña: Volvió a esconderse en la maleza cuando estuvo claro que aquello venía hacia ellas, y lamentó haber dejado atrás su arco. Para una medio elfa y su mejorado sentido del oído, el ruido era una tortura. A diferencia de la chica serpiente, Firavandrei sí que desenvainó la espada. En cuclillas entre los matorrales, había que mirar bastante bien para verla.
El sonido era intermitente, molesto y penetrante. Pasados unos segundos, en la oscuridad de la tormenta, el destello distante de un rayo permitió ver el reflejo de la lluvia sobre una piel serpentina, escamosa y de un color aguamarina intenso ribeteado por líneas doradas. Unos ojos rojos brillaban intensamente entre las sombras del bosquecillo, camuflándose con habilidad de escondite en escondite, y al parecer emitiendo un prolongado grito cuando decidía avanzar.
Firavandrei no pudo ver bien de qué criatura se trataba, pero parecía lo suficientemente lagarto como para despertar ciertas dudas, finalmente, sobre la amabilidad de su compañera. Un eco distante de los gritos llegaba desde la marisma como respuesta a la llamada del ser. No estaba solo.
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