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Elyon
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Elyon
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- Antes de su huida de Cascadas: Nueva etapa
- La huida: Primer post de este tema
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Elyon- Cantidad de envíos : 24
Re: Elyon
Era temprano, el sol emitía sus primeros rayos de sol en el horizonte y Elyon aun no terminaba de despertarse; “aún tengo unos minutos” pensó su subconsciente por él. Sin embargo el elfo no podía imaginar cuan equivocado estaba aquella mañana.
Se despertó de repente al oír los golpes sobre su puerta, pero antes siquiera de que pudiera levantarse, unos cuantos soldados enfurecidos entraron en tropa a su habitación, arrastrándolo, medio desnudo, descalzo y aturdido, hasta el patio de la posada.
Entre los furiosos gritos de los soldados y sus insultos, Elyon pudo distinguir algunas palabras que lo dejaron confuso y aturdido. “Traidor… huido… capitán… mujer… lobo… sucio…” ¿Se referirían al capitán Delin y Muireall? ¿Qué decían de un lobo? ¿Habrían descubierto su secreto? Pero eso no era posible, el capitán siempre había sido extremadamente cuidadoso con el tema.
Las dudas no tardaron el disiparse, le lanzaron contra un árbol que crecía en el centro del jardín de Mabrylla, le ataron fuertemente a él y mediante insultos, golpes y preguntas, puedo medio adivinar que había pasado. Un soldado había descubierto al capitán ayudando a un extraño lobo alado y la muchacha embarazada en plena noche. Habían infringido el toque de queda y él los ayudaba. Enseguida lo tacharon de traidor y junto a las demás sospechas que ya recaían sobre el capitán no tardaron en atar cabos. Como el capitán había huido y no habían sido capaces de seguir su rastro, habían acudido en busca del esclavo del traidor para sonsacarle información.
Y allí se encontraba el elfo, desnudo (le había quitado las pocas ropas que llevaba), atado fuertemente a un árbol y acribillado a preguntas sobre las que no tenía respuesta. Daba igual, aunque las hubiera tenido no hubiera dicho nada. Sus labios estaban sellados por el odio hacia los aliados del soberano.
Durante todo el día le hicieron una y otra vez las mismas preguntas, primero golpeando con sus puños ante la falta de respuesta, después emplearon el látigo, más tarde trataron de torturarlo con métodos que ni siquiera el elfo podía imaginar que existían. Todo el tiempo sus labios permanecieron sellados. Entrada la noche, lo dejaron allí atado, desangrándose, aterido de frío y hambre. Todo soldado que desfiló por allí aprovechó para insultarlo, escupirlo y, la mayoría de las ocasiones golpearlo.
Mientras pasaban lo que pensaba serían sus últimas horas en aquel mundo, su mente viajaba a lugares mejores, a momentos mejores, incluso podía recordar buenos momentos después de que el capitán lo liberara. El capitán… no lo culpaba por haber huido, ni a él ni a Muireall, ni por haberlo dejado atrás sin tan siquiera un aviso. Conocía lo suficiente del interior de su mente como para saber que, de haber tenido una oportunidad, lo hubiera llevado con él o, al menos, le hubiera dejado un aviso. Sabía que lo había hecho por la resistencia, para no ponerlos en peligro. Y también por la muchacha… en medio de su dolor una sonrisa asomó a su cara, ciertamente el capitán actuaba de forma extraña cuando estaba ella.
Empezaba a perder la consciencia cuando una mano amiga depositó sobre su mano un pequeño cuchillo. Nunca supo quien fue, tampoco importaba, el contacto del metal sobre su mano, la posibilidad de seguir viviendo, de vengarse, de no permitir que uno de aquellos aliados del tirano se salieran con la suya, fue suficiente para darle las fuerzas necesarias. Cortó las cuerdas no sin cierto esfuerzo y se arrastró hasta uno de los baños, dejándose caer dentro de una de las duchas. Necesitaba dos cosas, primero calentar su cuerpo y segundo limpiar la sangre para no dejar ningún rastro.
Cuando el agua templada empezó a caer sobre su cuerpo un estremecimiento recorrió su dolorido cuerpo, cuando el agua limpia penetró en sus heridas haciendo que estas empezaran a doler nuevamente, estuvo a punto de perder la consciencia por el dolor. Salió rapidamente de la ducha parando el agua y se desmayó nada más salir, en el frío suelo. Elyon debía tener unos ángeles guardianes expertos en su trabajo porque, pese a todo, logró despertar antes de que nadie descubriera que había cortado sus ataduras. Cerró el grifo y salió de debajo del agua, se secó lo mejor que pudo, con ayuda del cuchillo y unos cuantos nudos se envolvió en varias toallas tapando todas sus heridas para no dejar ningún rastro de sangre, y salió, con precaución, al exterior de los baños. Faltaban pocos minutos para el amanecer, tenía que darse prisa.
Respiró hondo varias veces y todo lo deprisa que sus heridas le permitían se escabulló por los pasillos menos transitados hasta llegar a la cocina. Recogió algo de comida en una bolsa y se encaminó a los túneles que sabía que existían debajo de la posada. Habían sido la forma de huída de muchos fugitivos y ahora sería la suya. No se molestó en pasar por su habitación, era peligroso transitar más por los pasillos y no tenía nada de valor, ni tan siquiera unas monedas. Conseguiría algo de ropa por el camino de huida.
No le costó mucho llegar a los túneles sin ser visto, era temprano y conocía la posada mejor que ninguno de aquellos soldados. Una vez en ellos se dejó caer sobre el suelo agotado. Lo último que oyó antes de quedarse dormido fueron los gritos de los primeros soldados alertando de su huida. El mejor sonido que podía haber escuchado, incluso mejor que una nana, la rabia de aquella gente.
Pasó varios días en la entrada de los túneles, alimentándose con la poca comida que había recogido, esperando que sus heridas se cerraran lo suficiente, rezando porque no descubrieran su rastro y asegurándose de que no descubrían los túneles de huida. Una semana después, con las heridas los suficientemente secas, se pudo en marcha a través de los innumerables pasadizos. No conocía bien el camino, aunque había odio las indicaciones de boca del capitán un par de veces y no le había parecido muy complicado sin embargo... se perdió. Perdió la noción del tiempo, del espacio, el sentido de la orientación, perdió hasta la esperanza. Pero siguió caminando y, finalmente, cuando estaba a punto de rendirse, noto una suave brisa proveniente de uno de los túneles. Movido de nuevo por la esperanza, avanzó por oscuro lugar todo lo deprisa que su cuerpo le permitía.
No supo quién terminó de sacarlo del túnel, no recordaba cuantos días había paso en aquel refugio, al amparo de otros tantos fugitivos del tirano. Pero finalmente se recuperó y, decidido a ayudar a los suyos, a consumar su venganza, supo que tenía que ir en busca de esos ahorros que Mayo y él habían reunido, además quería saber que había sido de ella.
Recortó su pelo, se vistió con ropas totalmente mundanas y comunes, nada ostentoso ni llamativo, ensució su rostro para ocultar sus rasgos, especialmente la zona de la frente y de la mejilla que podía delatar su procedencia. Se cubrió la cabeza y la parte superior de sus ojeras con un pañuelo a modo “pirata” y, durante la noche, emprendió el camino al valle.
Se orientaba bien, conocía el reino de sobra y sabía, gracias al capitán, los horarios y rutas de muchas patrullas, por lo que no le fue difícil alcanzar su objetivo. La peor parte llegó después de localizar el refugio. Para una persona alada o con capacidad de volar, sería muy fácil llegar a la entrada, pero él no tenía esas cualidades, ni siquiera era buen explorador. Primeramente trató de trepar, pero solo con las manos desnudas y sin ninguna cuerda ni otra ayuda, le fue imposible. Después buscó en los alrededores, si Mayo le había indicado su refugio es porque tenía que haber una forma de entrar… pero no la localizó si verdaderamente existía. Así que decidió esperar, suponía que tarde o temprano su amiga aparecería por casa y podría contarle lo sucedido. Esperó varios días, pero no ocurrió nada. La duda, la preocupación y el miedo empezaron a visitarlo con demasiada frecuencia, haciéndose habitantes continuos en su cuerpo y mente.
No paraba de dar vueltas, estaba nervioso, y se volvió descuidado, ya no atendía a los ruidos, solo podía pensar en cómo subir hasta arriba y averiguar qué había pasado con Mayo. Una patrulla sorpresa pasó demasiado cerca de él y, de no haber sido por una urgente necesidad fisiológica, hubiera acabado de nuevo en sus garras. Con el corazón encogido y recriminándose su falta de prudencia permaneció escondido en un rincón incluso muchas horas después de que aquellos soldados se hubieran alejado.
Escondido en su posición, sus orejas captaron la conversación casual de dos de los soldados de la patrulla, pero no se permitió analizarlas hasta más tarde. Aquellos tipos habían dicho algo de Nadyssra, algo de que se había marchado del reino, el resto de la conversación no le importaba, sin embargo ese punto si: Elyon conocía demasiado bien ese nombre, lo había grabado a fuego en su memoria y sus cicatrices.
No podía permanecer en el reino mientras Zergould reinara y su cabeza tuviera un precio, muchos soldados conocían su rostro por haber trabajado en la posada y sabían que era un esclavo de un traidor, estaba condenado si alguien le encontraba. Encerrado no iba a servir de ayuda a nadie, sin embargo, si era capaz de llevar a cabo su venganza contra ella, se sentiría útil y liberado… o al menos eso creía él. Fue entonces cuando tomó una decisión, quizá algo arriesgada, seguramente algo alocada, pero ciertamente movida por el odio.
Quizá movido por ese odio, quizá por la desesperación, por fin consiguió trepar hasta el refugio de Mayo. Iluminado por ese mismo odio, desesperación y, al mismo tiempo, motivación, se le ocurrió utilizar el cuchillo que llevaba encima para ayudarse a trepar. Lo hizo por el lado más bajo, poco a poco, pasito a paso. Finalmente, tras un par de intentos infructuosos, estaba arriba.
El refugio estaba vacío y una fina capa de polvo cubría los muebles, eso significaba que hacía mucho que no pasaba por allí. Se asustó, empezaba a preocuparse de verdad por la suerte de su amiga. Una sonora carcajada salió de su garganta al tiempo que su cerebro le llamaba idiota. Si, Mayo tenía ese refugio, pero ella le había comentado que vivía con el doctor. Un suspiro de alivio salió de su garganta, posiblemente ella estaría bien, disfrutando de la vida en pareja.
Encontrándose a salvo en el refugio, se permitió descansar un día entero, alimentarse con lo que su amiga tenía guardado y prepararse para el viaje que le esperaba. Durmió durante casi todo el día, el resto se dedicó a comprobar que sus heridas seguían sanando y a curar las que lo necesitaban, en su loca escalada alguna había vuelto a abrirse.
Al día siguiente empezó el registro, no le apetecía nada hurgar en sus objetos personales, remover la casa de una amiga y, tal vez, descubrir algo que no debiera, pero no tenía alternativa y, por otro lado, si ella ya no vivía allí, posiblemente se hubiera llevado todos los objetos personales. Algo reticente, se puso a examinar el lugar poniendo cuidado en no descolocar nada.
El refugio de Mayo era, en realidad, una cueva que su amiga había condicionado (y muy bien según la opinión del elfo) para que fuera lo más parecido a un hogar con distintas “habitaciones” separadas por cortinas. Empezó por la “sala principal” buscando debajo de cada silla y en cada estante. No le llevó demasiado tiempo puesto que los estaban vacíos prácticamente y mover unas sillas no suponía un gran trabajo.
Entre sus muchos registros encontró una nota en la que reconoció la letra de Mayo. Se sintió animado, hasta que descubrió que la nota no iba dirigida a él.
Querido Andrzej:
Todo ha sucedido tan deprisa… Cuando no regresaste salí a buscarte, pero nadie supo decirme de tu paradero. Nadie os ha visto a ti ni a Ruhig desde hace días. He recorrido toda la zona, y después de pasar por la ciudad iba a prepararme para ir más lejos, pero me encontré con que han puesto precio a mi cabeza, aunque no sé todavía exactamente cómo ni por qué. No sé lo que saben ni lo que ha pasado, pero los soldados me persiguen. Debo abandonar a toda prisa lo que llegué a considerar mi hogar y no sé si volveremos a encontrarnos. Si llegas a leer esto, búscame en Jasperia. Cuídate y dale un beso a Ruhig de mi parte.
Oigo a los soldados abajo. Esperaré a la noche para salir y sobrevolaré la cascada. Hasta siempre, mi amor.
Mayo
Al menos esperaba que la alada hubiera podido escapar sana y salva y, desde luego, eso confirmaba sus temores: Mayo se había tenido que marchar porque la habían descubierto. Sintió mucha pena al ver la nota, separarse de un ser querido no era fácil y, a juzgar por las apariencias, tampoco lo había sido para ella. Parecía que el papel se hubiera mojado mientras lo escribía, o justo después. Suspiró y volvió a colocar la nota en su lugar.
Pasó varias horas examinando con cuidado cara rincón de la cueva, sin más éxitos que la nota para el doctor. Finalmente entró en una zona separada del resto mediante una cortina gruesa. La sala estaba cubierta por entero de las alfombras y colchas. Levantó cada una con cuidado de no descolocar nada, pero el resultado fue el mismo: nada.
Empezaba a sentirse abatido y cansado. Había supuesto que Mayo escondería bien el dinero, que no lo dejaría a la vista, aun sabiendo que su refugio era bastante seguro, pero llevaba horas buscando y no había encontrado nada más que una nota destinada a otra persona. Se acercó con paso lento a otra cortina de esa habitación y la corrió sin ánimos: era un armario. Si algo se podía decir de Mayo era que había creado un autentico hogar con las escasas posibilidades que un refugio como aquel tenía. Había incluso forrado el armario.
Pero el armario estaba vacío, y ya no se ocurrían más sitios donde buscar. Totalmente desmoralizado, se sentó en el suelo casi dentro del improvisado armario. “Piensa, tiene que haber algún sitio donde no hayas mirado…”. Sus pensamientos se vieron interrumpidos por un ruido cercano que no reconoció. Su primer instinto fue el de esconderse, asique pegando un brinco hacia atrás se pegó contra la parte trasera del armario cerrando la improvisada puerta-cortina.
El ruido tan solo había sido un ave, pero este pasó al olvido cuando se dio cuenta de que el sonido de su espalda contra la pared no había sonado a roca, más bien parecía sonar a ¿hueco? Sorprendido y confuso removió con cuidado el forro del armario para descubrir una puerta de madera. La emoción de descubrir la puerta se vio trasmutada en pena cuando descubrió que estaba cerrada y está en decisión cuando sintió la certeza de que no se rendiría: o encontraba una llave o la abriría de algún modo.
Por más que busco fue incapaz de encontrar la llave del armario, quizá estaba demasiado ofuscado, quizá solo cansado, o puede que las llaves realmente no estuvieran. “Perdóname por romperte el refugio” se sentía culpable por hacerlo, a pesar de que ella ya no estaba, de que posiblemente no regresaría pronto (quizás nunca), sentía que no debía romper la propiedad ajena.
Sin pensárselo más y después de aquella petición de perdón, se lanzó, con el hombro por delante, contra la puerta de madera. Cuando esta cedió bajo su peso, se tambaleó y cayó de bruces al suelo. No se esperaba que la puerta cediera con facilidad. Sin embargo todo el dolor que sintió remitió cuando sus manos tocaron el tacto familiar de un saquito lleno de metal. El tan preciado metal.
Sonriendo abrió la bolsa para comprobar que no estaba equivocado, descubriendo en su interior una nota, justo encima de las monedas, de la misma letra que la anterior, pero que estaba vez sí que iba dirigida a él.
Querido Elyon:
Si estás leyendo esto, es que me has hecho caso y has buscado bien. Espero que lo que hay en la bolsa sea suficiente para tus planes futuros, al menos para iniciarlos. Lamento no haberme podido despedir antes de marcharme, pero me han puesto en busca y captura y no me queda más remedio que marcharme. Si ves al doctor, dile por favor que pase por aquí.
Ojalá que volvamos a encontrarnos y que puedas contarme lo bien que te va.
Un abrazo,
Mayo
Suspiró, permitiéndose unos momentos de relax. Hasta entonces, a pesar de ser evidente, no se había dado cuenta de que la puerta no solo era un recoveco oculto, era un túnel. Sorprendido y maravillado, pensó que no era el momento de dedicarse a explorar. Cuanto mas tardara en seguir el rastro de su enemiga, más se disiparía.
En una mezcla entre alegría y pena, satisfacción y decepción. Procuró dejar la puerta y el armario tal cual se lo había encontrado. Una vez satisfecho, se encaminó a la salida del refugio. Era hora de pensar en la venganza, de escapar de aquel reino, de un nuevo futuro.
No iba a ser tan fácil con el elfo pensaba. Alguna patrulla debía de haber cambiado su ruta habitual y una nueva patrulla se encontraba “acampando” demasiado cerca del refugio como para que fuera seguro salir. De nuevo se sintió desesperado, si las patrullas pasaban ahora por allí iba a ser peligroso salir. Se sintió acorralado, asustado e impotente. Aun así, en medio de todo aquel remolino, su mente trabajó por su cuenta haciéndole recordar el túnel.
No se lo pensó, no creía que fuera un túnel sin salida, volvió sobre sus pasos, desmontó de nuevo el armario y se encaminó por la oscuridad del túnel “Que no sea otro laberinto, que no sea otro laberinto…”
De nuevo perdió la noción del tiempo, un supo cuando tiempo pasó en el túnel, pero al menos se sentía confiado, seguro y feliz. No era un laberinto y, aunque no muy amplio, el túnel solo tenía una dirección. Gracias a sus ojos de elfo, podía caminar sin caerse cada dos por tres. Cuando por fin notó la luz del sol entrar en el túnel echó a correr en dirección a la salida. Estuvo a punto de caer por el precipicio en el que terminaba. Se paró justo en el borde, a tiempo de no caerse. Una sonrisa iluminaba su rostro, no importaba la altura, no importaba que estuviera aún en el reino, estaba un paso más cerca de su libertad y de su venganza.
Tardó horas en bajar de aquel lugar, pero ahora, desde las montañas, no le fue difícil encontrar una ruta a través de ellas que le permitiera alcanzar una salida. El reino siempre había sido seguro porque la única aparente entrada (y salida) era la cascada principal, pero él sabía, gracias a su padre, que había otras rutas, más peligrosas y difíciles, pero posibles. En unos días estaba fuera del reino que le vio nacer.
Justo antes de coger el primer barco que le alejaría de que había sido su hogar, se dio cuenta de que no volvería, había tomado un camino de no retorno, y ya nada le ataba allí, su familia estaba muerta, sus amigos de la infancia también (entre los que se encontraba un traidor al que no podía perdonar), y sus nuevos amigos… todos lejos de allí.
Dejó que las lágrimas cayeran por su rostro, desde que el barco zarpó al amanecer hasta la puesta de sol, sin moverse de la barandilla, contemplando el horizonte, viendo como la costa se alejaba. No se había permitido llorar la muerte de sus padres hasta entonces, no se había parado a pensar en el alcance de sus decisiones, no había podido agradecer lo suficiente la aparición de Mayo y Delin en su vida, salvándole de una muerte segura.
Después de aquel día, no volvería a mirar atrás, tenía un nuevo objetivo, un nombre y una ciudad. Esperaba que el dinero que había gastado no fuera en vano, esperaba que la información obtenida no fuera falsa y que su venganza se viera consumada en aquel nuevo reino: Jaspia.
Se despertó de repente al oír los golpes sobre su puerta, pero antes siquiera de que pudiera levantarse, unos cuantos soldados enfurecidos entraron en tropa a su habitación, arrastrándolo, medio desnudo, descalzo y aturdido, hasta el patio de la posada.
Entre los furiosos gritos de los soldados y sus insultos, Elyon pudo distinguir algunas palabras que lo dejaron confuso y aturdido. “Traidor… huido… capitán… mujer… lobo… sucio…” ¿Se referirían al capitán Delin y Muireall? ¿Qué decían de un lobo? ¿Habrían descubierto su secreto? Pero eso no era posible, el capitán siempre había sido extremadamente cuidadoso con el tema.
Las dudas no tardaron el disiparse, le lanzaron contra un árbol que crecía en el centro del jardín de Mabrylla, le ataron fuertemente a él y mediante insultos, golpes y preguntas, puedo medio adivinar que había pasado. Un soldado había descubierto al capitán ayudando a un extraño lobo alado y la muchacha embarazada en plena noche. Habían infringido el toque de queda y él los ayudaba. Enseguida lo tacharon de traidor y junto a las demás sospechas que ya recaían sobre el capitán no tardaron en atar cabos. Como el capitán había huido y no habían sido capaces de seguir su rastro, habían acudido en busca del esclavo del traidor para sonsacarle información.
Y allí se encontraba el elfo, desnudo (le había quitado las pocas ropas que llevaba), atado fuertemente a un árbol y acribillado a preguntas sobre las que no tenía respuesta. Daba igual, aunque las hubiera tenido no hubiera dicho nada. Sus labios estaban sellados por el odio hacia los aliados del soberano.
Durante todo el día le hicieron una y otra vez las mismas preguntas, primero golpeando con sus puños ante la falta de respuesta, después emplearon el látigo, más tarde trataron de torturarlo con métodos que ni siquiera el elfo podía imaginar que existían. Todo el tiempo sus labios permanecieron sellados. Entrada la noche, lo dejaron allí atado, desangrándose, aterido de frío y hambre. Todo soldado que desfiló por allí aprovechó para insultarlo, escupirlo y, la mayoría de las ocasiones golpearlo.
Mientras pasaban lo que pensaba serían sus últimas horas en aquel mundo, su mente viajaba a lugares mejores, a momentos mejores, incluso podía recordar buenos momentos después de que el capitán lo liberara. El capitán… no lo culpaba por haber huido, ni a él ni a Muireall, ni por haberlo dejado atrás sin tan siquiera un aviso. Conocía lo suficiente del interior de su mente como para saber que, de haber tenido una oportunidad, lo hubiera llevado con él o, al menos, le hubiera dejado un aviso. Sabía que lo había hecho por la resistencia, para no ponerlos en peligro. Y también por la muchacha… en medio de su dolor una sonrisa asomó a su cara, ciertamente el capitán actuaba de forma extraña cuando estaba ella.
Empezaba a perder la consciencia cuando una mano amiga depositó sobre su mano un pequeño cuchillo. Nunca supo quien fue, tampoco importaba, el contacto del metal sobre su mano, la posibilidad de seguir viviendo, de vengarse, de no permitir que uno de aquellos aliados del tirano se salieran con la suya, fue suficiente para darle las fuerzas necesarias. Cortó las cuerdas no sin cierto esfuerzo y se arrastró hasta uno de los baños, dejándose caer dentro de una de las duchas. Necesitaba dos cosas, primero calentar su cuerpo y segundo limpiar la sangre para no dejar ningún rastro.
Cuando el agua templada empezó a caer sobre su cuerpo un estremecimiento recorrió su dolorido cuerpo, cuando el agua limpia penetró en sus heridas haciendo que estas empezaran a doler nuevamente, estuvo a punto de perder la consciencia por el dolor. Salió rapidamente de la ducha parando el agua y se desmayó nada más salir, en el frío suelo. Elyon debía tener unos ángeles guardianes expertos en su trabajo porque, pese a todo, logró despertar antes de que nadie descubriera que había cortado sus ataduras. Cerró el grifo y salió de debajo del agua, se secó lo mejor que pudo, con ayuda del cuchillo y unos cuantos nudos se envolvió en varias toallas tapando todas sus heridas para no dejar ningún rastro de sangre, y salió, con precaución, al exterior de los baños. Faltaban pocos minutos para el amanecer, tenía que darse prisa.
Respiró hondo varias veces y todo lo deprisa que sus heridas le permitían se escabulló por los pasillos menos transitados hasta llegar a la cocina. Recogió algo de comida en una bolsa y se encaminó a los túneles que sabía que existían debajo de la posada. Habían sido la forma de huída de muchos fugitivos y ahora sería la suya. No se molestó en pasar por su habitación, era peligroso transitar más por los pasillos y no tenía nada de valor, ni tan siquiera unas monedas. Conseguiría algo de ropa por el camino de huida.
No le costó mucho llegar a los túneles sin ser visto, era temprano y conocía la posada mejor que ninguno de aquellos soldados. Una vez en ellos se dejó caer sobre el suelo agotado. Lo último que oyó antes de quedarse dormido fueron los gritos de los primeros soldados alertando de su huida. El mejor sonido que podía haber escuchado, incluso mejor que una nana, la rabia de aquella gente.
Pasó varios días en la entrada de los túneles, alimentándose con la poca comida que había recogido, esperando que sus heridas se cerraran lo suficiente, rezando porque no descubrieran su rastro y asegurándose de que no descubrían los túneles de huida. Una semana después, con las heridas los suficientemente secas, se pudo en marcha a través de los innumerables pasadizos. No conocía bien el camino, aunque había odio las indicaciones de boca del capitán un par de veces y no le había parecido muy complicado sin embargo... se perdió. Perdió la noción del tiempo, del espacio, el sentido de la orientación, perdió hasta la esperanza. Pero siguió caminando y, finalmente, cuando estaba a punto de rendirse, noto una suave brisa proveniente de uno de los túneles. Movido de nuevo por la esperanza, avanzó por oscuro lugar todo lo deprisa que su cuerpo le permitía.
No supo quién terminó de sacarlo del túnel, no recordaba cuantos días había paso en aquel refugio, al amparo de otros tantos fugitivos del tirano. Pero finalmente se recuperó y, decidido a ayudar a los suyos, a consumar su venganza, supo que tenía que ir en busca de esos ahorros que Mayo y él habían reunido, además quería saber que había sido de ella.
Recortó su pelo, se vistió con ropas totalmente mundanas y comunes, nada ostentoso ni llamativo, ensució su rostro para ocultar sus rasgos, especialmente la zona de la frente y de la mejilla que podía delatar su procedencia. Se cubrió la cabeza y la parte superior de sus ojeras con un pañuelo a modo “pirata” y, durante la noche, emprendió el camino al valle.
Se orientaba bien, conocía el reino de sobra y sabía, gracias al capitán, los horarios y rutas de muchas patrullas, por lo que no le fue difícil alcanzar su objetivo. La peor parte llegó después de localizar el refugio. Para una persona alada o con capacidad de volar, sería muy fácil llegar a la entrada, pero él no tenía esas cualidades, ni siquiera era buen explorador. Primeramente trató de trepar, pero solo con las manos desnudas y sin ninguna cuerda ni otra ayuda, le fue imposible. Después buscó en los alrededores, si Mayo le había indicado su refugio es porque tenía que haber una forma de entrar… pero no la localizó si verdaderamente existía. Así que decidió esperar, suponía que tarde o temprano su amiga aparecería por casa y podría contarle lo sucedido. Esperó varios días, pero no ocurrió nada. La duda, la preocupación y el miedo empezaron a visitarlo con demasiada frecuencia, haciéndose habitantes continuos en su cuerpo y mente.
No paraba de dar vueltas, estaba nervioso, y se volvió descuidado, ya no atendía a los ruidos, solo podía pensar en cómo subir hasta arriba y averiguar qué había pasado con Mayo. Una patrulla sorpresa pasó demasiado cerca de él y, de no haber sido por una urgente necesidad fisiológica, hubiera acabado de nuevo en sus garras. Con el corazón encogido y recriminándose su falta de prudencia permaneció escondido en un rincón incluso muchas horas después de que aquellos soldados se hubieran alejado.
Escondido en su posición, sus orejas captaron la conversación casual de dos de los soldados de la patrulla, pero no se permitió analizarlas hasta más tarde. Aquellos tipos habían dicho algo de Nadyssra, algo de que se había marchado del reino, el resto de la conversación no le importaba, sin embargo ese punto si: Elyon conocía demasiado bien ese nombre, lo había grabado a fuego en su memoria y sus cicatrices.
No podía permanecer en el reino mientras Zergould reinara y su cabeza tuviera un precio, muchos soldados conocían su rostro por haber trabajado en la posada y sabían que era un esclavo de un traidor, estaba condenado si alguien le encontraba. Encerrado no iba a servir de ayuda a nadie, sin embargo, si era capaz de llevar a cabo su venganza contra ella, se sentiría útil y liberado… o al menos eso creía él. Fue entonces cuando tomó una decisión, quizá algo arriesgada, seguramente algo alocada, pero ciertamente movida por el odio.
Quizá movido por ese odio, quizá por la desesperación, por fin consiguió trepar hasta el refugio de Mayo. Iluminado por ese mismo odio, desesperación y, al mismo tiempo, motivación, se le ocurrió utilizar el cuchillo que llevaba encima para ayudarse a trepar. Lo hizo por el lado más bajo, poco a poco, pasito a paso. Finalmente, tras un par de intentos infructuosos, estaba arriba.
El refugio estaba vacío y una fina capa de polvo cubría los muebles, eso significaba que hacía mucho que no pasaba por allí. Se asustó, empezaba a preocuparse de verdad por la suerte de su amiga. Una sonora carcajada salió de su garganta al tiempo que su cerebro le llamaba idiota. Si, Mayo tenía ese refugio, pero ella le había comentado que vivía con el doctor. Un suspiro de alivio salió de su garganta, posiblemente ella estaría bien, disfrutando de la vida en pareja.
Encontrándose a salvo en el refugio, se permitió descansar un día entero, alimentarse con lo que su amiga tenía guardado y prepararse para el viaje que le esperaba. Durmió durante casi todo el día, el resto se dedicó a comprobar que sus heridas seguían sanando y a curar las que lo necesitaban, en su loca escalada alguna había vuelto a abrirse.
Al día siguiente empezó el registro, no le apetecía nada hurgar en sus objetos personales, remover la casa de una amiga y, tal vez, descubrir algo que no debiera, pero no tenía alternativa y, por otro lado, si ella ya no vivía allí, posiblemente se hubiera llevado todos los objetos personales. Algo reticente, se puso a examinar el lugar poniendo cuidado en no descolocar nada.
El refugio de Mayo era, en realidad, una cueva que su amiga había condicionado (y muy bien según la opinión del elfo) para que fuera lo más parecido a un hogar con distintas “habitaciones” separadas por cortinas. Empezó por la “sala principal” buscando debajo de cada silla y en cada estante. No le llevó demasiado tiempo puesto que los estaban vacíos prácticamente y mover unas sillas no suponía un gran trabajo.
Entre sus muchos registros encontró una nota en la que reconoció la letra de Mayo. Se sintió animado, hasta que descubrió que la nota no iba dirigida a él.
Querido Andrzej:
Todo ha sucedido tan deprisa… Cuando no regresaste salí a buscarte, pero nadie supo decirme de tu paradero. Nadie os ha visto a ti ni a Ruhig desde hace días. He recorrido toda la zona, y después de pasar por la ciudad iba a prepararme para ir más lejos, pero me encontré con que han puesto precio a mi cabeza, aunque no sé todavía exactamente cómo ni por qué. No sé lo que saben ni lo que ha pasado, pero los soldados me persiguen. Debo abandonar a toda prisa lo que llegué a considerar mi hogar y no sé si volveremos a encontrarnos. Si llegas a leer esto, búscame en Jasperia. Cuídate y dale un beso a Ruhig de mi parte.
Oigo a los soldados abajo. Esperaré a la noche para salir y sobrevolaré la cascada. Hasta siempre, mi amor.
Mayo
Al menos esperaba que la alada hubiera podido escapar sana y salva y, desde luego, eso confirmaba sus temores: Mayo se había tenido que marchar porque la habían descubierto. Sintió mucha pena al ver la nota, separarse de un ser querido no era fácil y, a juzgar por las apariencias, tampoco lo había sido para ella. Parecía que el papel se hubiera mojado mientras lo escribía, o justo después. Suspiró y volvió a colocar la nota en su lugar.
Pasó varias horas examinando con cuidado cara rincón de la cueva, sin más éxitos que la nota para el doctor. Finalmente entró en una zona separada del resto mediante una cortina gruesa. La sala estaba cubierta por entero de las alfombras y colchas. Levantó cada una con cuidado de no descolocar nada, pero el resultado fue el mismo: nada.
Empezaba a sentirse abatido y cansado. Había supuesto que Mayo escondería bien el dinero, que no lo dejaría a la vista, aun sabiendo que su refugio era bastante seguro, pero llevaba horas buscando y no había encontrado nada más que una nota destinada a otra persona. Se acercó con paso lento a otra cortina de esa habitación y la corrió sin ánimos: era un armario. Si algo se podía decir de Mayo era que había creado un autentico hogar con las escasas posibilidades que un refugio como aquel tenía. Había incluso forrado el armario.
Pero el armario estaba vacío, y ya no se ocurrían más sitios donde buscar. Totalmente desmoralizado, se sentó en el suelo casi dentro del improvisado armario. “Piensa, tiene que haber algún sitio donde no hayas mirado…”. Sus pensamientos se vieron interrumpidos por un ruido cercano que no reconoció. Su primer instinto fue el de esconderse, asique pegando un brinco hacia atrás se pegó contra la parte trasera del armario cerrando la improvisada puerta-cortina.
El ruido tan solo había sido un ave, pero este pasó al olvido cuando se dio cuenta de que el sonido de su espalda contra la pared no había sonado a roca, más bien parecía sonar a ¿hueco? Sorprendido y confuso removió con cuidado el forro del armario para descubrir una puerta de madera. La emoción de descubrir la puerta se vio trasmutada en pena cuando descubrió que estaba cerrada y está en decisión cuando sintió la certeza de que no se rendiría: o encontraba una llave o la abriría de algún modo.
Por más que busco fue incapaz de encontrar la llave del armario, quizá estaba demasiado ofuscado, quizá solo cansado, o puede que las llaves realmente no estuvieran. “Perdóname por romperte el refugio” se sentía culpable por hacerlo, a pesar de que ella ya no estaba, de que posiblemente no regresaría pronto (quizás nunca), sentía que no debía romper la propiedad ajena.
Sin pensárselo más y después de aquella petición de perdón, se lanzó, con el hombro por delante, contra la puerta de madera. Cuando esta cedió bajo su peso, se tambaleó y cayó de bruces al suelo. No se esperaba que la puerta cediera con facilidad. Sin embargo todo el dolor que sintió remitió cuando sus manos tocaron el tacto familiar de un saquito lleno de metal. El tan preciado metal.
Sonriendo abrió la bolsa para comprobar que no estaba equivocado, descubriendo en su interior una nota, justo encima de las monedas, de la misma letra que la anterior, pero que estaba vez sí que iba dirigida a él.
Querido Elyon:
Si estás leyendo esto, es que me has hecho caso y has buscado bien. Espero que lo que hay en la bolsa sea suficiente para tus planes futuros, al menos para iniciarlos. Lamento no haberme podido despedir antes de marcharme, pero me han puesto en busca y captura y no me queda más remedio que marcharme. Si ves al doctor, dile por favor que pase por aquí.
Ojalá que volvamos a encontrarnos y que puedas contarme lo bien que te va.
Un abrazo,
Mayo
Suspiró, permitiéndose unos momentos de relax. Hasta entonces, a pesar de ser evidente, no se había dado cuenta de que la puerta no solo era un recoveco oculto, era un túnel. Sorprendido y maravillado, pensó que no era el momento de dedicarse a explorar. Cuanto mas tardara en seguir el rastro de su enemiga, más se disiparía.
En una mezcla entre alegría y pena, satisfacción y decepción. Procuró dejar la puerta y el armario tal cual se lo había encontrado. Una vez satisfecho, se encaminó a la salida del refugio. Era hora de pensar en la venganza, de escapar de aquel reino, de un nuevo futuro.
No iba a ser tan fácil con el elfo pensaba. Alguna patrulla debía de haber cambiado su ruta habitual y una nueva patrulla se encontraba “acampando” demasiado cerca del refugio como para que fuera seguro salir. De nuevo se sintió desesperado, si las patrullas pasaban ahora por allí iba a ser peligroso salir. Se sintió acorralado, asustado e impotente. Aun así, en medio de todo aquel remolino, su mente trabajó por su cuenta haciéndole recordar el túnel.
No se lo pensó, no creía que fuera un túnel sin salida, volvió sobre sus pasos, desmontó de nuevo el armario y se encaminó por la oscuridad del túnel “Que no sea otro laberinto, que no sea otro laberinto…”
De nuevo perdió la noción del tiempo, un supo cuando tiempo pasó en el túnel, pero al menos se sentía confiado, seguro y feliz. No era un laberinto y, aunque no muy amplio, el túnel solo tenía una dirección. Gracias a sus ojos de elfo, podía caminar sin caerse cada dos por tres. Cuando por fin notó la luz del sol entrar en el túnel echó a correr en dirección a la salida. Estuvo a punto de caer por el precipicio en el que terminaba. Se paró justo en el borde, a tiempo de no caerse. Una sonrisa iluminaba su rostro, no importaba la altura, no importaba que estuviera aún en el reino, estaba un paso más cerca de su libertad y de su venganza.
Tardó horas en bajar de aquel lugar, pero ahora, desde las montañas, no le fue difícil encontrar una ruta a través de ellas que le permitiera alcanzar una salida. El reino siempre había sido seguro porque la única aparente entrada (y salida) era la cascada principal, pero él sabía, gracias a su padre, que había otras rutas, más peligrosas y difíciles, pero posibles. En unos días estaba fuera del reino que le vio nacer.
Justo antes de coger el primer barco que le alejaría de que había sido su hogar, se dio cuenta de que no volvería, había tomado un camino de no retorno, y ya nada le ataba allí, su familia estaba muerta, sus amigos de la infancia también (entre los que se encontraba un traidor al que no podía perdonar), y sus nuevos amigos… todos lejos de allí.
Dejó que las lágrimas cayeran por su rostro, desde que el barco zarpó al amanecer hasta la puesta de sol, sin moverse de la barandilla, contemplando el horizonte, viendo como la costa se alejaba. No se había permitido llorar la muerte de sus padres hasta entonces, no se había parado a pensar en el alcance de sus decisiones, no había podido agradecer lo suficiente la aparición de Mayo y Delin en su vida, salvándole de una muerte segura.
Después de aquel día, no volvería a mirar atrás, tenía un nuevo objetivo, un nombre y una ciudad. Esperaba que el dinero que había gastado no fuera en vano, esperaba que la información obtenida no fuera falsa y que su venganza se viera consumada en aquel nuevo reino: Jaspia.
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