Ruinas

Un viento huidizo soplaba mortecinamente por entre las piedras.

A medida que las estrellas titilaban en el cielo despejado del verano, con tan sólo un puñado de caprichosos jirones de nube bailando por entre sus destellos como si no se hubiesen enterado del fin de las lluvias de primavera, un diminuto resquicio de luna se asomaba tímidamente al cielo, casi insuficiente como para que su luz alcanzase los escombros. Al día siguiente sería luna nueva; lo que quedaba de la actual no se esforzaba demasiado por dejarse ver.

La chica se preguntaba cómo es que el lugar había llegado a ser lo que era.

Le habían hablado de una biblioteca. Un edificio majestuoso, de libros y sabiduría, tanto arcana como mundana, como suelen ser las bibliotecas del mundo entero, independientemente del conocimiento al que se dediquen. La gente, al parecer, no se había dado cuenta de lo que había pasado con él. La tierra ennegrecida, las piedras apiladas y cubiertas de tizne, le hablaban de un incendio de dimensiones portentosas. El residuo de magia en el ambiente le hablaba de una batalla. El desconocimiento de las gentes que le habían hablado del lugar le hablaba de idiotas incultos que en su vida se habían acercado a la biblioteca de la que tanto orgullo parecían tener.

Tampoco es que esperase visitar el edificio, pensó con cierta ironía. En realidad, no había venido al lugar a visitar nada... sino a recibir una... "visita". Al menos, si la carta había llegado correctamente a su destino y el mensajero no había sufrido ningún percance.

Recorría las largas sombras que emitían los muros semiderruídos del otrora majestuoso edificio, envuelta como una sombra en su capa negra con capucha, que se encargaba de que no se la pudiese ver mucho mas allá del lugar de su deambular. Sólo se entreveía el brillo de sus ojos cuando reflejaban el distante fulgor de las estrellas, se entreoía el crujido de sus botas sobre la tierra cenicienta, y se percibía a medias la paciencia con la que esperaba a... su cita.

También alguien que pudiese ver entre las densas sombras habría podido atisbar el brillo pálido de pequeñas cuentas brillantes de diferentes colores, envueltas en la oscuridad de los escombros...

Casi como un gato, caminaba sobre el filo de esa pared en ruinas. Sin hacer ruido, sin generar sombra por ella misma. Seguía de cerca a la elfa. Y la noche le había favorecido para moverse. Esta vez si llevaba el rostro cubierto, dejando solo a la vista esos ojos rojos propios de su sangre. El cabello lo llevaba perfectamente atado. Toda la determinación que destilaba de ella contradecía las acciones de antaño, su edad y todos los comentarios que alguna vez hicieran sus maestros.

Nunca antes se había tomado con tanta cabeza fría una salida. Sabía lo que se estaba jugando. En teoría era un simple intercambio. Pero no se fiaba de la mujer que le esperaba y a quien ahora ella observaba desde la altura.

El mensajero, ese chico que había llegado a la cascada con infulas de adolescente malo, no le había dado detalles. De hecho, casi que no le entrega la nota. La conversación había sido muy larga, ella no le vio reparo, de hecho se había divertido charlando con él, pero cuando al fin le entregó la nota casi se molestó. Él, recurriendo un poco a la caballerosidad, alegó querer estar seguro que fuera ella la destinataria. Si no se está seguro con una conversación de más de tres horas, no se imaginaba como lo estaría.

La niña no tan niña, apretó el puño mirándola, aun no estaba armada, no le faltaban las ganas, pero debía saber esperar.

Hice esto por dinero, pero... hay algo en ella que no me gusta, por favor cuidate
Lo sé fue todo lo que le respondió al muchacho que llevó el recado antes de darle la espalda y dejarlo en donde lo conoció.

Con un movimiento del pie dejó caer una piedrecita, para delatar su presencia, sin bajarse del muro.

La mujer se volvió de inmediato al escuchar el sonido.

Incluso por debajo de su capa, resultaba bastante obvio que una de sus manos - la derecha - estaba sobre la empuñadura de un arma. Primero miró hacia donde le decía el sentido del oído; a continuación levantó la vista hasta la parte superior del muro. La delgada rodaja de luna era suficiente para recortar una silueta, que conocía bien, contra el cielo de la noche. De mala gana, la elfa deslizó la mano hacia otro lado, apartándola de la cintura.

La miró de arriba a abajo durante unos instantes. Incluso en la oscuridad, distinguía sus rasgos gracias a su visión de elfa. Se permitió una leve sonrisa bajo la capucha, antes de practicar una muy sarcástica y leve inclinación de cabeza.

- Saludos - dijo con voz neutra.

Enseguida se dio la vuelta. Se apartó de la chica unos cuantos pasos, dándole la espalda descaradamente, tal vez como un signo de que confiaba en ella, o burlándose de ella - insinuándole que no le tenía miedo, o que no tenía lo que había que tener para atacarla. En cualquier caso recorrió una corta distancia antes de que el aleteo de un murciélago rompiese el silencio. Seguido por su voz.

- Debes disculparme - se excusó. - No esperaba que el lugar estuviese en éstas condiciones. Aunque, en cierto modo, nos viene... mejor.

Había aprendido a detestar su capa. A su figura en penumbras bajo la capucha. Se daba cuenta de cuanto resentimiento le guardaba. Que sabía que sonreía en las sombras, que a la vez la detestaban a ella, que sería dichosa borrándosela, aunque eso implicaría algo de dolor para ella misma. Todo en ella le producía mala espina y nada tenía que ver con su historia reciente.

Ella con su mano puesta en algun arma, la niña solo mirándola con superioridad desde su posición, el cuadro visto por un espectador externo seria algo fascinante. De todas formas ambas sabían que solo eran apariencias, que se armaría en cualquier momento, sin importar que tal cosa tuviera o no exito.

-Hola, como vas?- preguntó con hipocresía que rayaba en el mismo sarcasmo utilizado por la elfa. No había terminado su saludo cuando ya le daba la espalda.

Podía atacarla. Sería muy sencillo, pero en lugar de eso se dibujó una sonrisa en su cara. Uno, no caería en su juego, tal vez se esperaba una reacción así, que se dejara llevar por un insulto tan simple. Dos, no caería tan bajo de atacar a alguien por la espalda sin estar en combate. Tres, la niña aun tenía sentido del humor.

- Nos viene? Tengo cosas pendientes que hacer, que es lo que quieres? - Se hacía a la idea de las razones por las cuales había enviado la nota, aunque no estuviera de más el darse por enterada por la propia boca e la elfa.

Desde luego, si la elfa era consciente del profundo desprecio que le mostraba la niña, no lo demostraba. Su capa, ondeando tras ella al son de la tenue brisa nocturna, cubría su gesto. Tal vez incluso sonreía. Tal vez era justo lo que quería. La elfa se tomó unos instantes antes de responder. Volvió el rostro hacia ella, sólo a medias, de manera que las estrellas se reflejaban en sus fríos y analíticos ojos.

- Sí, nos viene - musitó. - Menos ojos, menos oídos, ¿No te parece?

Se volvió hacia ella. En contra de lo que podría haber parecido y, quizás, de lo que pensaba Dul, su rostro era sereno. No sonreía, aunque sus ojos tenían una expresión casi divertida cuando la miraba desde el otro lado de las sombras, levantando la cabeza para alinearse con su nueva altura.

- ¿Tienes algo más que hacer? Adelante, vete - le invitó. - Supongo que puedo seguir teniendo ése algo que te pertenece durante algún tiempo más.

Aunque lo pronunció con el mismo tono de antes, ésa expresión divertida de sus ojos se acentuó ligeramente. Quizás no se estaba riendo de ella per se, pero lo que sí parecía obvio era que encontraba cómica la situación.

- Sin testigos – remató bastante sombría, algo totalmente equidistante con la naturaleza de su temperamento y carácter. Aun así, bajo la mascara, sonreía.

Dejó que se divirtiera, apenas inclinándose un poco, con un grácil movimiento apoyó una mano en el muro dejando caer sus piernas, quedando sentada sobre la paredilla semi destruida. No mas tocar su cola la superficie, su otra mano también se apoyó para ganar equilibrio ahora que se inclinaba hacia adelante balanceando los pies con ese deje aniñado que aun mantenía sin querer y que tampoco le importaba (era una niña y seguiría portándose como tal a pesar de verse mayor), hasta que por fin dijo

- Si, a diferencia tuya yo si tengo una vida. No tengo ninguna otra cosa que ver contigo que no sea MI brújula, así que, qué es lo que quieres? – lo dijo con calma, sin ningún sarcasmo o inflexión en su voz que implicara molestia o hipocresía, solo la última pregunta sonó con cierta musicalidad, mientras los ojos rojos brillaban ahora apacibles. Una conversación amigable entre, valga la redundancia, dos amigas no tendría porque ser más cordial que lo que aparentemente ahí se veía. Podía detestarla, pero aun tenía autocontrol.

Sin testigos. Sí, también. ¿Por qué no? Nunca sabes, después de todo, cómo va a terminar una situación determinada. Incluso si parecía una conversación agradable y cordial. Las amigas, sin embargo, difícilmente quedan para verse en lugares derruídos y apartados de la vista.

- Lo sabes de sobra - dijo, con un tono de voz algo más seco, ya que era verdad. - ¿Tienes tu lo que me pertenece a mí?

Detestar a Yshara era fácil. La elfa no hacía ningún esfuerzo para evitarlo. Mucha gente piensa que no todo el mundo tiene por qué tener enemigos, y en ocasiones se deja llevar para mejorar la opinión de otra gente o, simplemente, para no ganarse una antipatía. Los asesinos no tienen ésa ventaja, por supuesto, pero siempre cabe la posibilidad de decir que no tienen enemigos porque éstos no suelen vivir lo suficiente como para detestarlos.

A la elfa nunca le había gustado ése tipo de bravatas, así que lo admitía. Tenía bastantes enemigos. Formaba parte de la vida que había... "elegido" quizás no era la palabra correcta. Formaba parte de su vida. La niña sólo era una entrada más en una lista muy larga. No puedes reconciliarte con el mundo si tu trabajo consiste en hacerle daño.

Bajo la capa, sus brazos se movieron hasta adoptar la posición "en jarra", a ambos lados de su cuerpo, pacientemente esperando una respuesta.

Pues... se reclinó de nuevo hacia atrás yo no voy por la vida matando gente para conseguir dinero así que aun no lo tengo. Además, a ver??? no mataste a nadie y aun así te pagaron!! eso debe valer por un pago por mi brujula, no??? al entonar la interrogación con hacía con actitud confianzuda, netrualizando el tono para el resto de la frase.

Tarde se dio cuenta de lo absurdo de sus palabras. Pero no podía taparse la boca en ese momento. La miraba con sus brazos en jarra, con algo de autosificiencia que en cualquier momento se esfumaría en especial por lo "sabio " de sus palabras.

La elfa frunció visiblemente el ceño ante las palabras de la chica. Evidentemente, lo desease o no, Dul acababa de incurrir en una ofensa. Tal vez la elfa no se ofendiese con facilidad, pero no era lo que había esperado recibir.

- Ten cuidado con lo que dices, muchacha.

Las palabras abandonaron sus labios sinuosamente, muy despacio, casi saboreando cada letra antes de escupírsela. No había una amenaza directa en ellas, pero sí que lo había en su tono, en el fuego de sus ojos, y en la manera de estirar los dedos de la mano derecha bajo la capa, casi como preparándolos para empuñar un arma.

- En éstos momentos, que recuperes tu brújula depende de que yo tenga mi dinero, ¿Estamos? Si para éso tienes que matar, te pondré un cuchillo en la mano si es necesario. - pareció relajarse notablemente. - Lo dices como si fuese algo... malo.

No había implicaciones morales en matar para Yshara, aunque sabía de la reticencia que tenía la gente que no lo había hecho nunca. Tomar una vida... sí, todo el mundo piensa que es algo sagrado. Hasta que lo haces, y descubres que te gusta. Y lo vuelves a hacer, y lo vuelves a hacer... y lo repites durante...

... siglos.

Para entonces ya no puedes dejarlo.

Algo de lo que había dicho le había tocado la fibra. Aun no lograba detectar el qué, pero esperaba no volverlo a hacer, una cosa era tentar a su suerte de forma premeditada y otra era hacerlo por accidente.

Una advertencia clara, que solo encontró por parte de la niña un nuevo brillo en sus ojos, si bien la sonrisa bajo la mascara disminuía. No quería llegar a enfrentarse a la elfa, no de nuevo. Esta vez no habría un Dante para darle una mano y evitar un fin desastrozo.

Los ojos de la niña se movieron de un punto a otro, quedandose fijos por un momento en donde creía que estaba la mano que la atacaría primero si efectivamente no medía sus palabras.

Bueno, pero ten en cuenta que no he dicho nada que no sea cierto... esta vez en su tono había la duda de quien sabe que fue exactamente lo que dijo. Y mientras, en su cabecita se daba cuetna de nuevo estaba pecando de imprudente y con la persona menos indicada.

Ja! me encantaría ver como intentas que llegue a tal cosa se mofó antes de darse cuenta de lo que decía. Pero cayó tambien en cuenta que, si bien a ella le podía lo que quisiera después de un punto, no podría obligarla a matar a alguien, aunque le pusiera una daga en la mano.

Lo digo como si fuera algo... se mordió la lengua. Qué podía entender la elfa de como veía ella la vida si estaba tan acostumbrada a la muerte? En su fuero interno suponía que cualquier cosa que dijera sería usada como burla y que seguramente le haría perder el control o peor aun, encontraría la forma de romper su paradigma tan fragil dentro la poca madurez que tenía.

Cierto. No había dicho ninguna mentira. Pero no era éso lo que molestaba a la elfa, sino la ligereza con la que se tomaba las cosas. Para la jovencita todo parecía una cuestión muy simple, y para la elfa parecía que quizás su difunto patrón había tenido razón al decir que era una niña, por adulta que se viese.

- ¿Algo qué? - le instó a continuar con rabia, dando varios pasos hacia ella. - ¿Algo obsceno? ¿Maligno? ¿Inmoral? ¿Prohibido? ¿Crees que eres quién para juzgar lo que se debe y lo que no se debe hacer?

Y no pudo evitar reirse abiertamente de ella en una forma particularmente despectiva. Sus ojos pasaron a tener una expresión sombríamente divertida.

- ¿Y por qué iba a ser yo quien te obligase? - le preguntó, en tono curioso, pero para seguir de inmediato sin darle ocasión a responder. - ¿No te has parado a pensar en quién eres, en lo que eres? Supongo que piensas que los poderes que me has mostrado son una monada para ayudarte a conseguir lo que quieres.

Era inusual que la elfa hablase tanto. No obstante, también era inusual que se encontrase con alguien... como Dulfary. Hacían un contraste inmenso, ellas dos. La... ¿Debía llamarlo inocencia?, de la muchacha era como una llama... e Yshara era como un insecto, oscura y venenosa, y profundamente atraída por aquella llama.

- Qué inocente y qué idiota eres - sentenció en tono grave. - Un día, descubrirás que la única salida que tienes ante tí es matar. Cuando tus poderes atraigan la atención del ser equivocado. Da igual que lo niegues y que pienses que ese día no llegará. Lo hará.

Su mirada era tan fría que daba miedo, y la sonrisa dibujada en sus labios no era menos siniestra. La suave brisa de la noche hacía mecerse contra la oscuridad a su capa, y a los escasos mechones de pelo del color del vino - del color de la sangre - que escapaban, bajo su capucha.

- Y cuando lo hagas, te gustará.

- No, es algo que pasa, pero no me creo quien para terminar con... - no terminó su frase. La risotada de la elfa apagó sus palabras que de por si había salido algo bajas. Dio gracias a estar a alturas diferentes. Tenerla tan cerca estando al mismo nivel la haría flaquear mas rápido.

A partir de ese punto cada una de sus palabras hacían mella en ella, le estaba cuestionado las mismas actitudes que ella pasó por alto adrede, de las que había escondido y por las que había rehusado cada una de sus misiones. Mirandola fijamente a los ojos, el brillo que tenían se iba apagando, pero no le daría el gusto de romper el contacto visual.

Negó despacio al detalle de sus habilidades. Las palabras del anciano en la cascada resonaban en su cabeza y competían con las de la elfa. Pensar quien era, qué era, la forma en que sistematicamente había huído a pesar de tener todo el potencial. Pero se equivocaba en algo, no usaba sus dones por capricho. Pero traerle sus propias dudas la estaba dejando frágil.

Frunció el seño en lo que empezaba a hablar de nuevo. ~Quien se cree para... ~

La crueldad de sus palabras, se clavaban cada vez más profundo. No se tomó la molestia de preguntarse por qué era tan cruel, ya antes lo había mostrado. Quiza fue esa pequeña luz la que mantenía la fortaleza de su convicción de no matar. Pero seguía siendo la pregunta hiriente. Tomó aire dejando que hablara.

- Pues... - dudó y la voz le tembló. Se quedó callada un segundo más. Necesitaba más tiempo. No para digerir suspalabras, eso solo la lastimaría más, sino para poder echarles tierra.

~ no quiero echarles tierra ~ mal que bien, ella tenía un poco de razón. Por fin bajó la vista apartándola, antes de regresarla de nuevo

- Lo chistoso es que... - se humedeció los labios por debajo de la mascara - aunque tengas razón, si!! tienes razón, pero cuando ese día llegué, yo encontraré la forma de evitarlo. -Sonó con calma, sin desafió, más un recordatorio para si misma, manteniendose en su ilusa idea. Le salió con la misma pureza de su corazón, lo malo eran los oídos a los cuales iban a parar sus palabras. Estaba convencida de eso, que podría evitarlo que encontraría otra forma para vencer que no implicara la muerte de alguien más. Pero la sonrisa y la mirada de ella le helaron la sangre, sonaba a una promesa y la idea le aterró.

Tomó aire y el tono con el que se dirigió a ella, fue más parecido al que usaba con sus maestros cuando, despues de trabajar mucho en un tema, no lograba entender algo.

- Como puede llegar a gustarte el quitarle la vida a otro, cortar su ciclo? Es que... una cosa es que te defiendas, pero otra es que te guste... - parecía de verdad confundida con la idea.

La elfa guardó silencio mientras sus palabras golpeaban a Dulfary. El efecto era el que había imaginado, pero la forma que tuvo la muchacha de encajar el golpe, éso sí que no lo había esperado. No hubo llanto, ni negación, ni un intento de aferrarse a lo que hasta ése momento había tenido por cierto.

Sabía que era cierto. No intentaba huír de lo que le decía; lo aceptaba. Aquello hizo nacer una especie de simpatía, por parte de la elfa, hacia aquella niña. No; muchacha. La había tomado por una cría. Se había equivocado.

- Eso piensas. Y podrás evitarlo... un número limitado de veces - le contestó a lo primero. - Al final, tendrás que matar. Te guste o no.

Era una promesa.

Dulfary ya se había creado enemigos... y apenas había alcanzado la adultez. Cuando tuviese más años, llegaría el momento en el que tendría que deshacerse de alguno. Y la vida se puede perdonar un número limitado de veces, antes de que no quede otro remedio. No todas las personas atienden a razones. En ése sentido, la estricta filosofía de la elfa - la de matar a sus enemigos cuando tenía la oportunidad - era bastante eficiente.

Sonrió cuando la chica volvió a hablarle. Era un tono que, más que reprocharle, le pedía su opinión... Era normal. No todo el mundo lo entiende. No podía hacer otra cosa que ser sincera con ella.

- La vida es fuerza - contestó sin vacilar lo más mínimo. - Quitarla entraña un poder demasiado profundo como para explicártelo. No, no importa lo que diga. No lo entenderás hasta que lo hagas por tí misma.

Sus ojos brillaban, y su mirada era casi alegre al hablar de ésto. Sí, era una promesa, y no le molestó repetirla.

- Lo harás.

- Que terca que eres... que no voy a matar a nadie. Todo puede tener más de una vía de solución - no dejaba caer su optimismo

Volvió a desviar la vista, de nuevo estaba sintiendo agredida su integridad. Al menos esta vez no era a nivel físico. Lo peor es que esta vez no era a nivel físico. Le preocupaba que empezara a contar cuantas veces le perdonaba la vida a alguien. Pensó en los bandidos. El Jefe, demostrando cuanta razón tenía Dante cuando le advirtió las concecuencias de su acto de bondad, la había enviado a ella, los demás... no quería pensar en los demás. Las personas a las que vencío en el portón fueron rematadas por el ninja. Ellos lo veían como un control de concecuencias, un acto de prevención. Y tenían razón, pero no lograba verlo así.

Alzó la vista y miró en silencio a la elfa. La estaba estudiando. La miraba a los ojos. Ella era una muestra andante de lo equivocada que podía estar. Tomó aire y lo retuvo, por demasiado tiempo. No siempre tendría a Dante para corregir sus errores. Cada vez la miraba con mas insistencia. Como si fuera la primera vez que veía un elfo, no había una expresión facil de definir en su rostro. Como leer las respuestas en ella con solo mirarla. Un silencio muy largo.

Como aquel día que descubrió que las cosas dentro del clan no eran tan blancas y puras, en ese momento algo más se rompia dentro de ella. Esa promesa a la que la estaba sentenciando atentaba contra su integridad, pero no debía ser cumplida, encontraría la forma. Por fin le quito la vista, terminó su examen de quien tenía en frente.

No quería seguir escuchándola, con su propia conciencia tenía suficiente.

- Yo no busco poder, así que no entenderé... fue suficiente. No tengo tu dinero. - Se dejó caer del muro - Cuando lo tenga yo te busco, después de todo soy la más urgida en recuperar mi brujula - le evitó la mirada y empezó a caminar cuando notó una de las canicas. Se detuvo mirandola, sin agacharse a tocarla pero con curiosidad la empujó un poco con el pie.

Éso decía, pero no sonaba convencida.

La elfa respetó su silencio, sabiendo que, en cierto modo, significaba una... victoria. No en términos absolutos, por supuesto, pero casi podía considerarlo tal si tenía en cuenta que le había hecho dudar de sus propias palabras. La propia presencia de la elfa, allí, era un testigo mudo de ello.

Callaron así durante un largo rato, sin que existiese entre ambas nada más que sus miradas, profundamente fijas la una en la otra. La de la elfa no era una mirada hostil, no era ésa mirada furibunda y amenazadora que intentaba que apartases los ojos de ella. La estaba estudiando, igual que la niña a ella. Irónicamente, al final la chica apartó la vista.

- La piedad te matará - sentenció parcamente, como para dar por finalizada la conversación. - Supongo que encontrarás la manera de reunirlo.

Ella también empezó a volverse para marcharse, dando por fracasada la negociación, cuando el repentino y familiar tintineo le llamó la atención. Se volvió rápidamente, a tiempo para ver cómo Dulfary observaba una de sus cuentas de colores con curiosidad, después de golpearla con el pie. Tenía que admitir que se había olvidado por completo de ellas. Casi como un acto reflejo, ya había extendido la mano en su dirección, pero fué capaz de reprimirse. Sus propias palabras le golpearon la cabeza como un martillo sobre un yunque: "La piedad te matará".

Bajó la mano, y se fijó en la pequeña piedrecita, sin activarla. Era de color amarillo claro. Cada color de piedra producía un efecto diferente, y se activaba de un modo distinto, lo que propiciaba que sólo pudiese activar un "color" de piedrecitas al mismo tiempo. Aquella en concreto no era mortal, pero seguramente a la niña no le haría mucha gracia, ni siquiera como susto. Se fijó en la curiosidad con la que la muchacha la examinaba, que le arrancó una media sonrisa.

El sonido se produjo más o menos en ése mismo momento.

Fué como un estallido, aunque no tan potente como una deflagración, más bien un golpe sordo que lanzó un eco por toda la extensión de las ruinas. Una sombra se deslizó entre las demás, rápida e inmisericorde, y envolvió a Dulfary, derribándola. Se trataba de una red. Los cordeles estrechamente entretejidos hacían difícil moverse estando dentro de ella, y al dejar rendijas tan estrechas, también hacían difícil cortarlos. El otro extremo de la red tenía unos pesos para hacerla difícil de mover, pero la magnitud de éstos y la velocidad con la que había atrapado a la muchacha desmentía que unos brazos humanos la hubiesen lanzado.

La reacción de la elfa fué inmediata, y la llevó a cabo antes de pensarla; se lanzó hacia las sombras de la pared semiderruída que tenía más cerca, dando una voltereta al alcanzar el suelo, con los brazos por delante, y confundiéndose con las tinieblas de forma que resultaba muy difícil verla.

- Supongo entonces que no llegaré a cumplir los 18 años... - fue lo que le respondió dandole la espalda.

La piedrita no hacía nada, pero mas allá parecía haber otra y otra. Estaba extrañada, tratando de entender. Se inclinó un poco para tomarla en sus manos, cuando escuchó el estallido.

Le provocó un sobresalto, que llevó a un barrrido del lugar, lo que impidió que reaccionara más rápido a lo que se le venía encima. Con gran destreza y habilidad sacó un kunai que alcanzó a rasgar un poco la extraña sombra que se le vino encima, más que por su acción como tal, fue por el movimento de la red.

Pero no bastó para impedir ser atrapada, se fue hacia atrás con el impulso que traía la red cayendo atada y sin lograr abrir más red. Ahora, por como estaba no podía liberarse tan fácil. Se revolvió en el piso con dificultad

- Si algun día me animo a matar tú vas a ser la primera!! - sentenció con furia pataletuda asumiendo que la elfa era la culpable de eso - Qué es lo quieres ahora?? - exigió saber.

El despliegue que siguió fué bastante rápido. Aparecieron de entre las sombras, como si hubiesen estado apostados allí desde hacía algún tiempo, quizá incluso mientras las dos mujeres mantenían la conversación que acababa de finalizar.

El primero que se dejó ver fue el hombre que se acercó a grandes zancadas hasta el lugar en el que se encontraba Dul. Se agachó para recoger la red, cerrando la mano en torno al extremo cubierto por los pesos, y examinó detenidamente a la chica que se retorcía en su interior. Era un hombre alto y fuerte, si bien no corpulento, cuyo único ojo era de color gris claro, mientras que el otro iba cubierto por un parche de color negro. Tenía el cabello rizado y corto, de color rubio, y vestía con unos pantalones grises algo raídos, botas de cuero, y una coraza de acero sobre el torso fuerte y bien torneado.

- Parece que hemos pescado un pajarito - murmuró con una sonrisa, y se alzó para volverse hacia varios otros personajes variopintos que le acompañaban. - ¿Qué os parece nuestra captura?

Arrastró la red hasta el resto del grupo, sin importarle mucho el bienestar de la chiquilla que iba dentro, y la soltó pesadamente, con los pesos por delante, enfrente de los otros cuatro. Eran dos mujeres y dos hombres; el primer hombre era también alto, más alto que el joven rubio, y vestía varias piezas de armadura tachonada de cuero, aparte de los cuales no vestía nada más. Su piel era de ébano, al igual que sus ojos, y los robustos y cerdosos cabellos que llevaba recogidos en gruesas 'rastas', a su vez recogidas en una especie de moño alto. Llevaba un pesado báculo de metal colgado de la espalda, provisto de dos puntas de acero muy afiladas. De las mujeres, una de ellas era dueña de un cuerpo exótico, generoso y escultural, e iba vestida con una túnica bastante escueta, provocativa, de color rojo oscuro, y los cabellos de color azabache sueltos, de manera que le caían libres por la espalda, desnuda, como una cascada. Llevaba también unas botas cortas, de piel, y un arco asido en la mano izquierda. Sus ojos de color verde contemplaban a Dul, divertidos y crueles. Tenía una cicatriz en la pierna izquierda, y una oreja partida en dos.

La otra chica, mucho más discreta, era más pequeña y menos generosa en sus formas que la exótica belleza que la acompañaba, y cubría su cuerpo pálido y escuálido con una túnica larga de tono oscuro, que le llegaba hasta los tobillos dejando entrever las botas de piel debajo. Tenía los ojos azules y el pelo rubio claro, la nariz alargada, y se apoyaba en un báculo de metal terminado en una especie de piedra preciosa que emitía un delicado fulgor azulino.

La hechicera no miraba a Dul, sino que tenía los ojos clavados en una parte mas allá del campo visual de la muchacha, donde, a lo lejos, se movían otras tres sombras.

- ¿Quién es? - preguntó la arquera, volviéndose hacia el segundo hombre, que estaba agazapado detrás del estoico y silencioso cazador de ébano.

Al apartarse éste para permitir la conversación, si Dulfary le miró, sin duda pudo reconocer al mensajero que Yshara había enviado a por él, el chico joven y delgado de pelo largo con el que había compartido varias horas aquella misma tarde, en las que habían llegado a intimar. El chico se inclinó sobre la red, y observó cuidadosamente a la joven.

- Es la chica que os dije - murmuró. - La otra ya debe haberse ido. No importa, si tenemos a ésta...
- No me lo creo - replicó el rubio tuerto, mirando a su alrededor. - No ha podido esfumarse tan rápido. Aelia, explora un poco la zona. Amethyst, vé con ella.

La exuberante arquera le dirigió una mirada muy altiva a la joven hechicera, antes de chasquear los labios.

- No será necesario - dijo mientras se ponía en marcha. - No me será de ayuda. - la joven hechicera, que ya había dado un paso hacia adelante, volvió a retroceder hasta su posición, y se sonrojó visiblemente.

Se hicieron unos tensos instantes de silencio mientras la mujer llamada Aelia se alejaba con un gracioso contoneo de caderas. De todos los presentes, era la única que no parecía una curtida mercenaria, quizás con excepción de la hechicera. El hombre rubio, cuando la arquera hubo desaparecido, se volvió hacia Dulfary, y le dio un puñetazo en el costado, a través de la red.

- Bien, bien - dijo. - ¿Qué ha sido de la amiguita que estaba aquí contigo? - le preguntó, con un siseo que sonaba bastante amenazador.

La respuesta que tuvo a su pregunta fue mucho peor de lo que se pudo imaginar. Desde su posicón lo primero que vio acercarce fueron las botas y pudo sentir los pasos de los restantes invitados.

Sus ojos rojos no alcanzaron a disimular una expreción de temor al ver al muchacho rubio. La examinaba y ella a él. Su sorpresa era mayuscula y casi sintió ganas de pedirle disculpas a la elfa por pensar mal de ella. Solo casi.

- A ver ignorante, los pajaritos no se pescan - murmuró en el mismo tono en que lo hizo él, quizá un poco más bajo, en lo que arrastrabala red. Estando tan sujeta le costaba trabajo caer de buena forma cada vez que se topaban con una piedra que impidiera su paso y menos cuando dejó caer de nuevo la red.

No solo estaba en pésima posición si no en pésima ventaja númerica, porque no quería contar de forma ilusa con el apoyo de Yshara. Cada uno de los personajes allí reunidos le daban mala espina, no al nivel de escalofrío al que llegaba con los asesinos, pero si bastante parecido. Los ojos de la niña rotaron por cada uno de los presentes, en la medida que se lo posibilitaba el estar atada como estaba, deteniendose en los de la arquera, devolviéndole la mirada con el ceño fruncido pero sin decirle nada, pero al escuchar un voz familiar de inmediato cambió un foco de atención.

Su mirada lo decía todo, aunque tuviera la mitad de la cara cubierta, ¿como era posible? El balde de agua fría de la desepción no se dejó esperar. Ese había sido el muchacho que le llevó la razón, que había hablado por mucho tiempo con ella, al que le había contado cosas triviales pero se había abierto sin miramientos. No podía creerlo, sentía como el corazón y la confianza se le rompía al verlo. No parecía estar contra su voluntad y ella le había creido su preocupación, que sus palabras pidiendo que se cuidara de Yshara eran genuinas. Todo era un farsa.

Lo observó con desilusión... nunca antes se había sentido traicionada. Era un semtimietno nuevo para ella y aunque solo era un mero conocido, dolía.

- No... - se le alcanzó a escapar con un hilo de voz. Pensó que se trataría de una trampa de la elfa, pero las palabras del grupo desmentían esa suposición. Volvió a fruncir el ceño, mordiendose la lengua para reprimir alguna expresión soez en contra del chico. Su respieración se estaba agitando al pasar del desencanto al enfado, se sacudió de nuevo tratando de cortar otro poco con su kunai sin mucho exito ahora que había cambiado de posición.

Cuando vio venir el golpe abrió los ojos de par en par y trató de quitarse para menguar el golpe sin mucho exito, de todas formas lo recibió sin poder hacer mucho más. Cerró con fuerza tanto los ojos como los dientes, moridendose la lengua a un extremo doloroso. No se quejaría delante de ellos, no les daría el gusto, pero un gemido lastimero que no requería de la lengua para nacer si alcanzó a escapar. Se tomó su tiempo para recuperar el aire; cómo dolía. De por si había sido un buen golpe, pero como si tuviera un iman, recibío el golpe en el mismo sitio de siempre. Esta vez dolió mucho más que las anteriores. Aun sin abrir los ojos los sintió humedos. Sabía que si hablaba en ese mometno le temblaría la voz y su orgullo no lo permitiría.

No la buscaban a ella, o sí? el termino de esa pregunta fue dirigido con una mirada al que había tomado como amigo, tratando de entender por qué, casí mirándolo con inocente reproche en lo que ira se iba acumulando en ella, al punto de no ser del todo conciente de lo oportuno de sus palabras

- Está donde la gran... - se contuvo haciendo una mueca con los labios que no se vio - zorra de tu madre y tú - se le filtró un poco del sentimiento - Eres una rata!! y cuando salga de aquí vas a ver...!!! - si, fue una amenaza.

La oscuridad se hacía más densa a medida que avanzaba.

La escasa luna dibujaba sombras largas, quizás demasiado largas. Había demasiadas paredes en pie para su gusto, demasiados lugares en los que sus ojos no podían penetrar. Debería haber traído a la hechicera con ella, de veras que debería haberlo hecho. Pero no lo podía permitir. ¿Quién era ella? Una extraña, una novata, reclutada en el último lugar por el que habían pasado. Todavía no tenía la categoría suficiente dentro del grupo de mercenarios como para que la considerase una igual... ni siquiera alguien digno de acompañarla.

Además, tampoco era necesario. Las pretensiones de Cior eran, seguramente, excesivas. La elfa había corrido como un conejo en cuanto les había visto llegar, éso era lo que pasaba. Era una asesina, después de todo. Por lo que había oído, la niña ni siquiera estaba compinchada con ella. ¿Por qué iba a molestarse en lo que le pasara?

Sin embargo, llevaba el arco tensado, una de sus flechas embadurnadas con veneno de araña de embudo cruzada sobre el brazo del arco, y escudriñaba con cuidado cada sombra. Era una buena batidora, una exploradora de primera, y una de las mejores tiradoras de su país. No tenía miedo de una elfa, pero su presunción no significaba que tuviese que dejar de ser cuidadosa. SI la elfa se encontraba allí, no se dejaría sorprender con facilidad. Huía de las sombras más densas, sin darle la espalda a nada en concreto durante demasiado tiempo. Era cuidadosa, muy cuidadosa, mucho más de lo que sugería su apariencia. La mayoría de la gente solía pensar que era una engreída y una ramera, que sin duda había alcanzado su puesto a base de compartir el lecho de cada hombre de cierta importancia con el que se había cruzado. En parte, no era del todo falso, pero éso no implicaba que no fuese buena en lo que hacía. Conocía su trabajo, y rara vez fallaba. Los hombres solían subestimarla... o peor, desearla.

Un ruidito la apartó momentáneamente de sus pensamientos, y se giró hacia el lugar del que había provenido. Un tintineo, que se repitió con algo más de fuerza, un segundo después. Claramente, un sonido que estaba fuera de lugar en aquellas ruinas. Sin pensárselo dos veces, la arquera disparó; la flecha embadurnada de veneno voló rauda a través de la noche y desapareció en la oscuridad, emitiendo una chispa cuando golpeó la vetusta pared de ladrillos carbonizados. Para cuando, tras rebotar, el proyectil tocó el suelo, ya había cargado otra flecha, y miraba a su alrededor con nerviosismo, esperando un ataque por sorpresa.

- Sé que estás ahí - siseó, con cierta dulzura implícita en la voz. No creía que estuviese ahí, pero si lo estaba, quería ponerla nerviosa. - Y tenemos a tu amiga. ¿Por qué no sales, y hablamos... más detenidamente?

Silencio.

Aelia frunció las delicadas y finas cejas del mismo color negro profundo de su pelo revuelto, y apuntó en otra dirección con su arco, procurando no acercarse demasiado a ninguna sombra en particular.

- Si me haces daño, tu amiga no sobrevivirá, ¿Sabes? - comentó, casi despreocupadamente. - Y sea lo que sea lo que quieras de ella, no lo tendrás. ¿No es más fácil que salgas?

Volvió a escucharse un tintineo, proviniente de un lugar distinto del que había provenido la primera vez. De nuevo la mujer se volvió bruscamente hacia el origen del sonido, descargando un portentoso y certero flechazo que arrancó una columna de chispas del muro. Tenía la tercera flecha cargada antes de que la recién lanzada hiciese impacto. Y su rostro delataba lo enfadada que empezaba a estar.

- Sal, zorra estúpida - le llamó. - No lo pongas más difícil de lo que ya lo tienes.

Pero, de nuevo, no hubo respuesta. Éso sí, la arquera estaba cada vez más convencida de que no estaba sola. Intentaba adivinar qué eran los tintineos, pero el sonido no le era familiar. Empezó a encaminar los pasos hasta el sitio desde el que había provenido el primer tintineo, lenta y cautelosamente, y sin parar de escudriñar las sombras a su alrededor mientras caminaba.

- ¿Dónde te metes, putita? - la provocó. Quizás los insultos la hiciesen salir de su escondite. - ¿A qué estás jugando...?

Había algo que brillaba, cerca de donde tenía los pies. Era un objeto que no sabía identificar, pero seguramente lo que había provocado el tintineo. Desde donde estaba, no lo veía, pero tenía las dos manos ocupadas en sostener el arco cargado, y no podía agacharse para recogerlo sin quedarse indefensa. Sí que podía, sin embargo, sostener fuertemente la flecha entre los dedos, y soltar la cuerda poco a poco, dedo a dedo... hasta que tuviese el arco cargado, sostenido sólo con la mano izquierda. La flecha hacía una presión brutal, buscando liberarse, pero sus brazos eran fuertes y supieron retenerla, Rebuscó con los dedos entre la tierra manchada de cenizas que tenía junto a sí, y al final encontró lo que estaba buscando.

Se apresuró a correr de vuelta hacia donde la luz le alcanzaba, y se giró ansiosamente en todas direcciones, ahora de nuevo con ambas manos en el arco, y el objeto brillante, cuya superficie estaba extrañamente pulida, sujeto entre los labios.

- ¿Qué juguetito es éste, puta traicionera...?

Volvió a soltar la mano izquierda para llevársela a la boca, y extrajo el objeto. ¿Qué diablos...? Lo miró extrañada un segundo. Sólo era una estúpida canica amarilla. ¿Qué tipo de jueguecito se traía entre manos aquella...? De pronto, se la quedó mirando fijamente. Juraría que había tintineado un instante. Arqueó las cejas, extrañada.

- ¿Qué es ésto? - preguntó en voz alta. - ¿Ahora te dedicas a jugar a las...?

- I'nai - repuso una voz suave, desde las sombras, unos pasos por delante de ella.

Por supuesto, los perfectos reflejos de la arquera estipularon el curso de acción en el momento en el que el sonido abandonó los labios de la elfa. Girarse hacia ella, tirar la estúpida canica, y clavarle la flecha en mitad del pecho. ¿Qué importaba si la querían viva? Seguro que ofrecían lo mismo por su cabeza. Ya se encargaría de convencer a Cior de lo acertado de su perspectiva más tarde, probablemente en la cama. Al menos, ésa fue su idea.

El problema principal fue que antes de que pudiese reaccionar, la canica que tenía en la mano volvió a tintinear bruscamente, y ésta vez no se detuvo hasta que parpadeó, apenas una fracción de segundo, con una intensidad que rivalizaba con la del Sol de mediados de verano. La muchacha, al verla brillar, no pudo evitar mirarla directamente; y en cuanto deflagró, se tuvo que llevar las manos a los ojos llorosos y enrojecidos, con un gemido de angustia mientras notaba que el arco se le disparaba en las manos, y se le caía al suelo.

Estuvo a punto de gritar para pedir ayuda, pero antes de que pudiera hacerlo sintió cómo un brazo envuelto en un brazalete metálico se le cernía en torno a la garganta, cortándole súbita y pesadamente la respiración e impidiéndole el ansiado grito pidiendo refuerzos. Boqueó en busca de aire, con los ojos cerrados, profundamente irritados, de los que se le escapaba un torrente de lágrimas a causa del súbito y casi doloroso resplandor. Como para rematar la jugada, en cuanto abrió la boca, una mano delicada pero curtida se la taponó, introduciéndole dentro un puñado de... cosas, que no alcanzaba a saber que eran, pero que se alojaron en el fondo de su garganta. Como quiera que, por supuesto, se iba a resistir a tragar, la mano se apartó de su boca y le aferró la nariz con fuerza, haciéndole bastante daño e impidiéndole respirar. Se debatió un rato, pataleando y revolviéndose, pero ante la amenaza inminente de la asfixia, se vió obligada a tragarse los pequeños objetos. Fueran lo que fueran, no eran nada comestible.

- ¿Dónde dices que está mi amiga? - le preguntó una voz muy suave, casi un ronroneo, junto a su oído.

---

En los escasos minutos en los que ésto tenía lugar, pasaron algunas cosas de vuelta en el lugar en el que se encontraba Dulfary. Para empezar, el rubio se rió abiertamente de ella, con una sonrisa de hiena. Su respuesta había sido un tanto infantil, y al parecer le había molestado que le dejase en evidencia.

- Ah, de modo que la chica se siente respondona - musitó, antes de ponerse de pie y darle un pisotón a la red, a la altura del muslo derecho de Dul. - Pues no te preocupes, porque podemos jugar a ésto todo el día.

Se volvió hacia el muchacho del rostro cubierto, con el ceño fruncido. El chico esquivaba deliberadamente la mirada de Dul... y, en general, todas las miradas que se le lanzaban. No parecía especialmente feliz de encontrarse en aquella situación. Siempre que las circunstancias se lo permitían, se escondía detrás del hombre de piel negra, que seguía de brazos cruzados, observando la escena en silencio.

- ¿No me dijiste que no estaban compinchadas? - le preguntó, pero no le dejó contestar. - Vaya, qué bien. Así que ahora resulta que una imbécil encubre a la otra. Ve a buscar a Aelia y dile que vuelva. Seguro que la puta elfa se ha escapado - se volvió hacia Dul. - ¿Tienes idea de a quién estás defendiendo, niñata estúpida?

Y de nuevo, se volvió hacia Amethyst bruscamente.

- ¿Tú no tienes algún hechizo que le arranque la verdad, o algo así? - le preguntó, pero la hechicera apenas se dignó a mirarle. Sus ojos estaban puestos en un lugar, algo por detrás de donde el hombre rubio se encontraba.

Al principio, éste la miró con rabia, e incluso llegó a mover la mano como si le fuera a propinar una sonora bofetada de sus guantelentes de armadura. La chica levantó un dedo para señalar justo detrás de él, y el hombre fue lo suficientemente condescendiente como para mirar un instante hacia donde le indicaba antes de abofetearla.

No llegó a hacerlo. Cuando se giró, encontró algo que le hizo perder por completo la atención de la hechicera. Bueno, no del todo.

- Amethyst, ve a buscar a los demás - pidió. - Diles que estén preparados.

Se acercó hasta la red en la que se encontraba Dul, y le puso un pie encima con bastante poco cuidado, sin importarle el daño que le causase, como si pusiese el pie encima de una roca o de un objeto que estaba ahí, para contemplar la escena que se le avecinaba.

Aelia volvía de su patrulla, sí, pero al parecer no lo hacía sola. Avanzaba pesadamente, paso a paso, desarmada y respirando pesadamente bajo la presa que un brazo recubierto de plata élfica le ejercía en el cuello. Detrás de ella iba una muchacha cuyo rostro había visto antes. Tenía el pelo del color del buen vino tinto, y los ojos rojizos repletos de odio. Era media cabeza más baja que la arquera, pero aun así la aferraba con una fuerza que impedía que la chica se rebelase o se liberase.

- Mira quién ha vuelto - le dijo Cior, el jefe tuerto de los mercenarios, a Dul en un susurro.

Su primer intento de respuesta fue cortado por el pisotón. Esto solo estaba haciendo que se llenara de más y más rabia. El gesto le dolió y suponía que el hecho tendría repercusiones cuando pudiera moverse libremente y requiriera de toda su agilidad. Pero el dolor en el costado era más profundo, el de la pierna pasaría más pronto que el primero.

- Pues yo no tengo todo el día y en muy breve me pienso ir. Si tu asunto es con ella, pues ve y búscala y quien sabe si yo no te haga nada, por las molestias causadas – muy dentro suyo, la parte más racional y que tenía que ver con el sentido de autoconservación se preguntaba por qué no dejaba su bocota cerrada.

Pero el pisotón le permitió moverse de una forma un tanto poco natural, por lo que dio con el pequeño hueco que ya había hecho en la red, ahora solo debía seguir rompiendo, sería mas sencillo hacer un truco con las sombras, pero sabía que hasta que no estuviera en peligro de muerte inminente, estas no obedecerían.

Con lo que le decía al chico suspiró, logró que el suspiro sonara a fastidio y aburrimiento, cuando en verdad era tragándose sus dolores.

- Ay si, un burro diciéndole a un conejo orejón - lo murmuró lo suficientemente alto para que lo oyera aun cuando el tuerto seguía hablando. Sabía que el dicho no iba así, pero no iba a usar la palabra cerdo, no la fuera a usar en su contra - Claro que si, pero no la estoy encubriendo pero es divertido hacer rabiar a gente como tú -.

Lo del hechizo si logró que se pusiera nerviosa, su kunai se movió un poco mas rápido con el fin de liberarse de ellos. Con un mago entre los mercenarios sería complicado usar efectivamente su técnica de viento, que no imposible, pero siguió cortando. Todo interrumpido por la llegada de Yshara.

Al ponerle el pie le sacó otro quejido quedo, podía soltarse ahora que parecían estar detraídos, pero seguían siendo tres a uno, aunque hiciera caer al rubio tuerto, aun quedaba el negro y el posible apoyo del chico; la hechicera la tenía sin cuidado, en particular ahora que le decía que avisara a los demás. Los demás?

Volvía, se acercaba. Eso si la tomó por sorpresa. No creyó que volviera por ella. Algo extraño se movió dentro de la niña, una contradicción entre su sentir de siempre y el gesto de regresar, por la razón que fuera. ~ ilusa, es por la plata que le debes, si te mueres no le pagas ~


- No te creas, a mi me sorprenda tanto como a ti. Lo gracioso es que te vas a morir y te va a doler – lo ultimo casi lo cantó, y al decirlo hizo un movimiento brusco para liberarse girando sobre si misma, ahora que por fin su kunai había abierto un hueco lo suficientemente grande para moverse con mas libertad.

El viento de la noche sopló como un invitado más a la extraña congregación que se reunía entre los tabiques semiderruídos de aquellas ruinas... "desiertas". Había demasiada gente allí como para que pudiesen ser consideradas tal.

La arquera, guiada por la elfa, avanzó trabajosamente hasta que ambas se encontraron a unos quince pasos de la red en la que aún se encontraba Dulfary. Entonces la elfa se detuvo, y con una ligera presión en el cuello de la otra, la hizo detenerse. La escena resultaba curiosa porque, en lugar de estar amenazando a la arquera con una daga en el cuello - aunque tener el brazo izquierdo con las portentosas garras del brazalete cerca de su cuello ya era una amenaza muy seria - le estaba amenazando con algo mucho más cómico, y sin embargo, mucho más mortífero. Tenía apoyada una de las flechas de la propia arquera, untadas en veneno de araña de embudo, sobre la nalga derecha de la joven.

Se hizo un silencio momentáneo y tenso. El tuerto contempló a la elfa y a la joven con gesto indiferente, y no se dignó en contestar a Dulfary. El silencio se prolongó durante algunos minutos, permitiendo que Dul siguiese con su "trabajo"... el cual, por cierto, llevaba bastante avanzado. Necesitaba que se detuviese un instante, y se le ocurrió una idea. Dul todavía tenía delante, cerca de donde se encontraba - más o menos hacia donde estaba mirando - la cuenta de color amarillo. La elfa se concentró un instante, sin que ninguna de las runas de su brazalete llegase a encenderse tanto como para alertar de su movimiento a los mercenarios, pero sí lo suficiente como para que la esfera emitiese tres parpadeos cortos y uno ligeramente más largo. Esperaba que Dul la mirase, al menos para hacerle una señal.

En cuanto al tenso silencio, al final, fué la elfa la que lo rompió.

- Soltadla - exigió bruscamente. - Dejad que venga hacia mí, sana y salva, y haré lo propio con vuestra fulana.

- Nnnno - intentó gemir la interfecta, pero fué silenciada por un apretón brusco del brazo de la asesina.

El rubio sopesó la situación durante unos instantes, en silencio. Su cara estaba seria, y la mirada de su único ojo, clavada como un proyectil en los brillantes ojos de la mujer élfica. Cuando el silencio ya amenazaba con volverse tan largo y espeso como el de unos instantes atrás, el hombre se rió, con los labios curvados en una sonrisa divertida.

- Qué graciosa - le espetó. - Déjame que YO te haga una oferta. Déjala ir, y a lo mejor no te saco las tripas.

- Suelta a la muchacha - repitió la elfa.

- No voy a hacer éso. Y tú estás en una situación muy mala, ¿Sabes? Si matas a Aelia, no habrá nada que impida que te partamos en dos. Y, además, ¿Sabes otra cosa?

La elfa frunció el ceño, sin saber muy bien qué responder, aparentemente.

- ¿Qué cosa? - preguntó.

Como respuesta, aparecieron dos personas más, emergiendo rápidamente de entre las sombras, a su espalda. Ambas iban armadas, aunque no se distinguían bien. Una de ellas era muy grande, y llevaba un gigantesco tubo de metal en las manos, una especie de cañón pero que no tenía pinta de ser de pólvora, sino más bien el artilugio con el que habían lanzado la red.

- Estás rodeada - murmuró el tuerto con tono irónico.

La elfa suspiró.

- Muy bien - musitó. - Si te devuelvo a la mujer y me entrego, ¿Soltarás a la chica?

- Me lo pensaré.

La elfa retiró la flecha durante un segundo de la nalga de la joven, lo que provocó que casi todas las personas que estaban en pie en aquel momento dieran un paso adelante. Pero, de inmediato, se la volvió a colocar, ésta vez en el cuello.

- Oh, bien - murmuró en tono jocoso. - Yo también me lo pensaré.

El tuerto frunció el ceño.

- Está bien. La soltaré. - Y como si quisiese hacerse eco de sus palabras, se apartó un paso de Dul, mientras desenvainaba un cuchillo, presumiblemente para cortar la red.

Yshara esperó unos instantes. No esperaba que la liberase. Y en ésos momentos, no podía hacer otra cosa. En el momento en el que el rubio se agachó para fingir que pasaba el cuchillo por debajo de las cuerdas que sostenían los pesos de la red que cubría a Dul, la elfa se preparó para lo peor, y con un brusco movimiento soltó la flecha embadurnada de veneno, lanzándola lejos, y empujó a la arquera hacia adelante.

La respuesta de los hombres no se hizo esperar. Uno de los que estaban detrás de ella la tomó sin más dilación por los cabellos, tirándole violentamente de la cabeza a la par que la llevaba hacia adelante. Como esperaba, el rubio se incorporó, sin cortar la red de Dul. La pusieron de rodillas junto a la joven, y le hicieron inclinarse hasta que su frente tocó la arena cenicienta del suelo. Entonces alguien hizo chasquear una ballesta, sólo para hacer notar que la estaban apuntando, y se apartaron de ella.

- Muy bien - dijo el hombre rubio, con la voz sólo entrecortada por los sollozos de la joven arquera que había corrido a sus brazos y estaba fuertemente abrazada a él. - Como te muevas, verás el adorno más bonito que te van a poner en el trasero. Argham, trae el lanzarredes.

La elfa giró la cabeza, sin levantarla del suelo, hasta que sus ojos estuvieron enfocados con los de Dul. Estaban a menos de un metro de distancia, la una de la otra. Su mirada parecía de todo menos preocupada por lo que estaba a punto de pasar. La elfa se fijó en el agujero cada vez mayor de la red de Dul.

- Espero que estés lista - musitó.

Los destellos de la canica, captaron su atención, con el más largo sus ojos se elevaron hasta los de la elfa, podía ser perjudicial que siguiera con sus señales, alguien más las podía ver con la oscuridad de las ruinas, pero sirvió para su proposito, se detuvo en su tarea y dejó que todo lo que vino después sucediera. El viento soplaba como recordándole que estaba ahí, que tambien podía contar su apoyo, y así sería.

La conversación fue todo menos lo que la niña esperaba, por fortuna las voces sirvieron para cubrir el rasgar de la red en varias ocasiones. No entendía por qué la ayudaba. Es decir, si era solo por el dinero que le "debía", estaba segura que podría conseguirlo por otro medio y aun así estaba negociando. Cosa que agradecía, aunque luego se arrepintiera.

Con la primera exigencia se movió un poco, pero era obvio que no cederían a la primera, cosa que le confirmó su risotada. De ahí en adelante se quedó quieta, pintándose una sonrisa con el juego que llevaba la elfa y esperando el momento preciso, viendo como esa oportunidad de esfumaba cuando dejó libre a la arquera. En menos de nada estuvieron frente a frente en el suelo.

Desde la posición en que estaba, le quedaba virtualmente imposible detectar desde donde les apuntaban con la ballesta. Pero nada como la vanidad y el creer controlar la situación para que cometer errores, si efectivamente estaban a la espalda de Yshara, eso le daba tres posibles blancos.

Sus ojos se encontraron y aunque la respuesta en su mente fue ~ no, pero adelante~ solo asintió sutilemente, solo para ellas, con la cabeza, lo que seguía debía ser algo... feo. La siguiente rasgadura, marcó el inicio de lo que siguió.

La elfa no estaba precisamente tranquila. Era consciente de que un millón de cosas podían echar por tierra sus planes. Pero si tuviera que ponerse nerviosa cada vez que una de sus locuras implicaba la posibilidad de fallar... seguramente, se habría muerto mucho tiempo atrás. Tuvo la sangre fría de respirar hondo y profundo, mientras el tipo que llevaba el enorme lanzarredes se ponía justo detrás de ella, apartando durante un instante al tipo de la ballesta.

- Ponte de pie despacio y sin darte la vuelta - dijo la cascada voz del ballestero, unos metros por detrás. - Y ten mucho cuidado con lo que haces.

La elfa todavía no había despegado los ojos de los de Dulfary. Asintió levemente con la cabeza.

- Cierra los ojos todo lo fuerte que puedas - le ordenó. No era una petición.

Apoyó las palmas de las manos en el suelo, como si fuese a ponerse primero a cuatro patas para después levantarse directamente. En su lugar, en cuanto tuvo las rodillas afianzadas en el suelo, cerró los ojos tan fuerte como pudo.

- I'nai - susurró, con un hilo de voz.

Tuvo la precaución de apartarse, aun a ciegas, en el mismo instante en el que la pequeña canica amarilla con la que le había hecho la señal a Dulfary estallaba repentinamente en un resplandor cegador que casi hizo que a través de las ruinas se hiciera de día durante un segundo. Los hombres - y las mujeres - gimieron, con los ojos repentinamente irritados y llorosos; resonó el seco zumbido de la cuerda de la ballesta al dispararse, y clavarse el proyectil en el suelo, a escasos centímetros del muslo izquierdo de la elfa, que respiró aliviada, aun sin abrir los ojos. Extendió la mano derecha mientras se ponía en pie, buscando a tientas la de Dulfary que ya debería de haber roto la red que la aprisionaba, para tirar de ella hacia un lugar en el que ocultarse antes de que volviese a hacerse la oscuridad.

- No abras los ojos - susurró, intentando hacerse oir por encima de las voces gemebundas de los mercenarios, con las retinas aún abrasadas. - ¡Vamos! ¡Corre!

La mano se cerró con fuerza para luego relajarse en el kunai, esperando la señal. No, si quería hacer esto bien debía primero salir del todo de la red, así que volvío a tomar con fuerza el arma. Cerró tan solo un instante los ojos visualizando lo que sería su curso de acción apenas le diera una señal que no apresurara su acción entorpeciendo todo el plan improvisado.

Sin importar su sentir por la elfa, debían coordinarse. Soltando el aire con nerviosismo estuvo "lista", siguiendo los movimientos de la elfa que obedecía al mercenario, imitó lo que estaba haciendo y cerró tan fuerte como pudo los ojos. El estallido fue la señal, la red terminó de razgarse y el siguiente movimiento fue bastante rápido, acomodarse para cortar por los pesos, ya libre del todo, apoyó la mano en el suelo con el fin de tener mas impulso, fue ahí cuando Yshara la agarró. Ya sabía para donde tomar y no correr a la loca.

Si bien el lider de grupo también se quejaba por lo que le acontecía a sus ojos, mandó la mano, en un intento casi certero, hacia la posición de Dul, con el fin de sujetarla. Pero fue solo un casi. La niña sintió el roce, apartándose justo a tiempo para que el otro no reconociera su posición.

A ciegas corrió guiada por la elfa.

Durante unos instantes, cundió el más absoluto caos. Los mercenarios se vieron repentinamente cegados por el fulgor de la cuenta amarilla, con la excepción de la joven arquera de pelo negro, que fué capaz de apartar la mirada en el momento exacto, temerosa de volver a quedarse deslumbrada.

Era algo muy desagradable. La escasa luz de la Luna casi nueva hacía que los ojos tuviesen que estar muy bien adecuados a la oscuridad, con las pupilas dilatadas casi al máximo. En ésas circunstancias, el fulgor repentino y prácticamente equiparable al del Sol que emitía la pequeña cuenta hacía que las pupilas se sobrecargaran, bombardeándolas con mucha más luz de la que podían soportar. Los ojos se irritaban, lastimados, y las lágrimas afloraban a ellos para tratar de calmar el repentino enrojecimiento. La luz irradiaba durante poco menos de veinte segundos, y podía dejar más de medio minuto cegados a quienes estaban ahí, y minutos enteros a quienes tenían la brillante idea de mirarla.

El jefe de los mercenarios extendió la mano a ciegas para recoger la red y traer a Dul hacia sí, de forma que pudiera retenerla como "rehén", pero agarró tan sólo la red cortada y vacía, sin nada dentro. La palpó con las manos, y al dolor de su ojo sano - y el profundo miedo e incertidumbre que le surgió durante los primeros instantes, al pensar que se quedaba ciego también de ése ojo - se unió la profunda rabia al comprender la estratagema de la elfa.

- ¡No dejéis que se escapen! - gritó.

El atronador restallido del lanzarredes se dejó escuchar en mitad del resplandor. Lo que hacía el gran tubo de metal era disparar los seis pesos de cada red, como un cañón, de manera que si las cuerdas hacían impacto en alguien lo arrastraban y se hundían profundamente en el suelo, haciendo el escape muy difícil. También tenía el problema añadido de que el mecanismo se hacía muy difícil de recargar. El sonido de un montón de armas desenvainadas rompió la monotonía.

- ¡Tened cuidado! - gritaba la arquera. - Si veis una cosa que brilla, en el suelo, ¡No la miréis! ¡La maldita ramera nos dejará ciegos a todos!

- ¡Dispersáos y buscadlas en cuanto podáis ver! - ordenó el rubio. - ¡Amethyst, Kerrig, movéos! ¡Los demás... atrapadlas! ¡Vivas!

Pero ya no podían ver a su presa, y el disparo del lanzarredes no había encontrado blanco.

La elfa se dedicó a tirar de la mano de Dul durante todo el tiempo que pudo, contanto mentalmente los segundos que duraría el resplandor y los instantes en los que estarían "fuera de combate". Cuando estaban a punto de terminar, se encontraban a unos cincuenta metros de los mercenarios, y la elfa abrió los ojos para ver lo que tenía delante, aunque resultaba difícil gracias al resplandor. Empujó bruscamente a Dul, casi derribándola detrás de una de las paredes medio derruídas de la biblioteca, y se sentó a su lado, respirando agitada, mientras el tono azul oscuro regresaba al cielo estrellado de la noche.

- Ya puedes abrirlos - musitó. - Si no haces nada brusco, tardarán un rato en encontrarnos.