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Ruinas
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Re: Ruinas
[FDI: Un aviso y una advertencia para cualquier lector casual. Primero, siento la longitud de éste post, pero es que tenía que ser así. Segundo, éste post puede herir la sensibilidad. Advertido quedas.]
Odiaba hacerlo en ése momento, pero le tuvo que dar la espalda a la muchacha cuando su estómago comenzó a vaciarse. No porque le diese asco... sino porque la necesidad lo dictaminaba así.
Se sentía enferma, y se sentía vacía. El odio era lo único que la mantenía en pie, y sabía que no duraría mucho tiempo. El dolor, la vergüenza, la fría y punzante sensación del fracaso, el miedo - miedo por la vida de la chica -, la sorpresa que le causaba descubrir ése miedo. Se volvió a maldecir a sí misma. Imprudente. Los había olvidado, quizás había creído al fantoche que, en el portón de agua, le había dicho que se había deshecho de ellos, quizás no había creído que existían y que le perseguían. Se había dejado sorprender, se había dejado vencer.
Tiró bruscamente de la arquera, clavándole las garras en la sien, y la situó delante de ella, como si fuese un escudo humano.
La situación era... adversa, por usar un eufemismo.
La adrenalina que le recorría la sangre era lo único que permitía que aún tuviese fuerzas para estar sosteniendo a la mujer. Le hacía daño, mucho daño, pero era porque cerraba la mano con todas sus fuerzas, insegura de si podría retenerla si no lo hacía así. Sabía que en cuanto se le acabase aquel arranque de adrenalina... estaría acabada. Pero era peor que éso.
Se reagrupaban. Los muy hijos de perra se reagrupaban; allí estaba el tuerto, reculando mientras intentaba recuperar el aliento, con su ojo perdido en una mirada de cólera mientras se apartaba de los demás, intentando recuperar la compostura de líder. También estaba el grandullón, herido profundamente en su masculinidad; no se levantaba, ni se movía más que al son del movimiento del guerrero negro, que le arrastraba por los tobillos para colocarle donde el grupo se estaba reuniendo. Y también... estaba el traidor, la sucia rata que las había engañado, arrastrándose entre toses y jadeos con su puñal verdoso todavía clavado en el hombro.
La vista de Yshara se perdió en él en primer lugar. Cayó al suelo antes de llegar junto con los demás, sacudido por un fuerte ataque de tos que... acabó haciéndole vomitar. Igual que Dul. Sudaban y sus estómagos se revolvían. Igual que... el del grandullón. Yshara entreabrió los ojos, repentinamente sorprendida. Su mente era rápida, y enlazó todos los hechos subconscientemente, antes de que su raciocinio pudiera detenerse sobre cada uno de ellos por separado.
El momento en el que le daba el flechazo al hombre lobo apareció ante sus ojos, y contuvo la respiración un instante mientras le arrancaba un horrible grito de dolor a la arquera, al casi arrancarle un mechón de la espesa cabellera negra mientras tiraba de ella hacia sí.
- Hija de... - le espetó, con asco, casi literalmente escupiéndole las palabras. La sangre que le recorría la boca manchó la oreja de la muchacha. Le dolía al hablar. - El veneno.
Era la única posibilidad que justificara lo que estaba pasando. Ella había disparado al lobo con una de las flechas de la arquera... y después le había asesinado con el puñal de hoja verde -- lo que habría hecho que después el veneno pasase a otras sangres. Igual que el kunai de la chica, el que ahora le habían clavado a ella. Por eso Dul estaba... envenenada. No la dejó contestar.
- Dame... el antídoto - le exigió, con toda la firmeza que pudo reunir en la voz.
No le cabía la menor duda, tenía que tener un antídoto. Nadie es tan imbécil como para llevar un veneno y no llevar un anticuerpo, aunque fuera por si se lo clavaba a sí misma, por accidente. Sin embargo, la mujer se rió entre dientes.
- Púdrete - respondió, socarrona. La elfa no pudo evitar darse cuenta de que... sudaba.
- Tú primero - jadeó, y después cogió aire para soltar la siguiente parrafada, completa. - ¿A que no sabes... en qué sangre está empapados... éstos dedos?
Como para darle énfasis a lo que decía, movió la mano de los dedos engarrados dolorosamente sobre su sien derecha, haciéndola gritar. La sangre le brotó enseguida, y le mojó la oreja. Tosió débilmente, y la asesina la estrechó más contra sí.
- Hagamos... un trato - murmuró. - Dame... el antídoto. Y dejaré... que lo tomes.
No la dejó vacilar. En cuanto la chica pareció pensárselo, siguió contorneando los dedos en torno a su oreja, tan profundo como para que sangrase pero no lo suficiente como para hacerle un daño serio. Había cambiado la posición del brazo, para rodearle el cuello con él y así inmovilizarla. De ésta forma, además, los mercenarios vacilaban. El único de ellos que estaba intacto era el negro, y no se atrevía a acercarse por miedo a que le hiciese algo a la arquera. El tuerto intentaba bramar algo, pero la voz todavía no le llegaba para dar órdenes. En silencio, la elfa esperó haberle dejado mudo.
Le dió otro tirón hacia atrás, y se encontró casi cara a cara con alguien en quien no había pensado. Alguien a quien había considerado tan insignificante y tan ajena al combate, que no había tenido en cuenta su participación. Le sobresaltó ver sus ojos clavados en los suyos, con expresión austera. Blandía su báculo como un arma, pero al parecer no tenía hechizos que lanzar.
- Aelia - llamó la chica. - Dale el antídoto.
- Nnnnnno - se quejó la mujer, con el cuello aprisionado. Yshara apretó un poco más con los dedos, y la mujer volvió a quejarse, dolorida. - ¡Para! ¡Para...!
- El... antídoto - insistió la elfa.
Fué uno de ésos silencios tensos e incómodos. La maga le hizo una señal al resto de los mercenarios, levantando una mano para que no acudiesen... aunque no parecían tener la fuerza de voluntad necesaria como para hacerlo en aquellos momentos. La elfa apretó un poco, sólo un poco más el cuello de la morena... lo suficiente como para hacer que empezase a asfixiarse. Pataleó débilmente, intentando revolverse.
- ¡No la mates! - le dijo la maga, y enseguida montó en cólera. - Mírate. ¡Mírate, maldito monstruo! ¡Mira cómo estás! Si la matas... te juro que...
La escena resultaba... curiosa.
Sobre todo, porque la maga llevaba razón. Si la mataba, nada impediría que la matasen a ella. Le costaba respirar, la sangre que le manaba de la boca delataba la gravedad de su condición. El pecho le ardía, y le costaba mantenerse erguida a causa del tremendo dolor que le recorría el abdomen. tenía un ojo medio cerrado, a causa del rodillazo que le había propinado el grandote, y la oreja todavía le zumbaba. Incluso estaba parcialmente apoyada en la arquera para mantenerse en pie, y cuando hablaba, lo hacía con bastante dificultad.
Tenía razón. Estaba acabada, pero... no se podía rendir tan pronto. Aunque el pensamiento le molestaba. No se podía rendir...
... porque la rendición no era una opción... no porque no estuviese dispuesta a hacerlo...
Cerró los ojos, atacada por una repentina oleada de dolor, y tragó saliva ruidosamente.
- El... antídoto... - repitió una vez más. - La... dejaré... ir...
La maga miró a los ojos de la arquera, con una determinación que parecía fuera de lugar en su figura frágil y su porte inocente. Pareció... disculparse con ella. En silencio, pero se disculpó. Agachó la cabeza antes de seguir hablando, apartando los ojos de los de ella.
- Si te lo doy, ¿La dejarás marchar? - preguntó. Yshara asintió débilmente con la cabeza. - ¿Me das tu palabra?
- La soltaré - prometió la asesina. - Viva.
- Te capturaremos sin hacerte más daño - le prometió la maga. - Y... curaremos a tu amiga. Sólo... no le hagas daño.
Aflojó ligeramente la presa sobre el cuello de la mujer, lo suficiente como para permitirle que volviese a respirar. Fue ruidosa en ese aspecto; sorbió el aire, más que respirar, y se atragantó con él. Quizás por el veneno, quizás por la falta de aire, comenzó a toser. La maga se le acercó un instante, y le hurgó en el interior de la bolsa que llevaba colgada del cinturón. Extrajo un pequeño frasco, que examinó unos instantes. Era pequeño, lleno de un líquido verdoso, casi traslúcido. A continuación sacó otro, exactamente igual.
- Déjame curarla - pidió. - Y también curaré a tu amiga. Tardará en recuperarse, pero no se morirá.
Yshara asintió con la cabeza.
El proceso no le llevó demasiado a la maga. Le llevó el frasco a los labios a la mujer, y le hizo tragar el contenido. Por el gesto que puso, no fué agradable. Se revolvió en sus brazos unos momentos, jadeando, y después casi pareció desmayarse. Suspicaz, Yshara la zarandeó un poco, y la joven volvió en sí. Parecía más mareada aún, pero... vivía. Y hasta parecía respirar mejor. La elfa la ayudó a recular, paso a paso, mientras acompañaba a la maga, que retrocedía hasta donde estaba Dul, y se inclinaba sobre ella. No le quitó ojo de encima mientras repetía el proceso.
- Ya está - musitó. - Ahora...
- Retrocede - le ordenó la elfa. - La... soltaré.
[F.D.I.: Sigue.]
Odiaba hacerlo en ése momento, pero le tuvo que dar la espalda a la muchacha cuando su estómago comenzó a vaciarse. No porque le diese asco... sino porque la necesidad lo dictaminaba así.
Se sentía enferma, y se sentía vacía. El odio era lo único que la mantenía en pie, y sabía que no duraría mucho tiempo. El dolor, la vergüenza, la fría y punzante sensación del fracaso, el miedo - miedo por la vida de la chica -, la sorpresa que le causaba descubrir ése miedo. Se volvió a maldecir a sí misma. Imprudente. Los había olvidado, quizás había creído al fantoche que, en el portón de agua, le había dicho que se había deshecho de ellos, quizás no había creído que existían y que le perseguían. Se había dejado sorprender, se había dejado vencer.
Tiró bruscamente de la arquera, clavándole las garras en la sien, y la situó delante de ella, como si fuese un escudo humano.
La situación era... adversa, por usar un eufemismo.
La adrenalina que le recorría la sangre era lo único que permitía que aún tuviese fuerzas para estar sosteniendo a la mujer. Le hacía daño, mucho daño, pero era porque cerraba la mano con todas sus fuerzas, insegura de si podría retenerla si no lo hacía así. Sabía que en cuanto se le acabase aquel arranque de adrenalina... estaría acabada. Pero era peor que éso.
Se reagrupaban. Los muy hijos de perra se reagrupaban; allí estaba el tuerto, reculando mientras intentaba recuperar el aliento, con su ojo perdido en una mirada de cólera mientras se apartaba de los demás, intentando recuperar la compostura de líder. También estaba el grandullón, herido profundamente en su masculinidad; no se levantaba, ni se movía más que al son del movimiento del guerrero negro, que le arrastraba por los tobillos para colocarle donde el grupo se estaba reuniendo. Y también... estaba el traidor, la sucia rata que las había engañado, arrastrándose entre toses y jadeos con su puñal verdoso todavía clavado en el hombro.
La vista de Yshara se perdió en él en primer lugar. Cayó al suelo antes de llegar junto con los demás, sacudido por un fuerte ataque de tos que... acabó haciéndole vomitar. Igual que Dul. Sudaban y sus estómagos se revolvían. Igual que... el del grandullón. Yshara entreabrió los ojos, repentinamente sorprendida. Su mente era rápida, y enlazó todos los hechos subconscientemente, antes de que su raciocinio pudiera detenerse sobre cada uno de ellos por separado.
El momento en el que le daba el flechazo al hombre lobo apareció ante sus ojos, y contuvo la respiración un instante mientras le arrancaba un horrible grito de dolor a la arquera, al casi arrancarle un mechón de la espesa cabellera negra mientras tiraba de ella hacia sí.
- Hija de... - le espetó, con asco, casi literalmente escupiéndole las palabras. La sangre que le recorría la boca manchó la oreja de la muchacha. Le dolía al hablar. - El veneno.
Era la única posibilidad que justificara lo que estaba pasando. Ella había disparado al lobo con una de las flechas de la arquera... y después le había asesinado con el puñal de hoja verde -- lo que habría hecho que después el veneno pasase a otras sangres. Igual que el kunai de la chica, el que ahora le habían clavado a ella. Por eso Dul estaba... envenenada. No la dejó contestar.
- Dame... el antídoto - le exigió, con toda la firmeza que pudo reunir en la voz.
No le cabía la menor duda, tenía que tener un antídoto. Nadie es tan imbécil como para llevar un veneno y no llevar un anticuerpo, aunque fuera por si se lo clavaba a sí misma, por accidente. Sin embargo, la mujer se rió entre dientes.
- Púdrete - respondió, socarrona. La elfa no pudo evitar darse cuenta de que... sudaba.
- Tú primero - jadeó, y después cogió aire para soltar la siguiente parrafada, completa. - ¿A que no sabes... en qué sangre está empapados... éstos dedos?
Como para darle énfasis a lo que decía, movió la mano de los dedos engarrados dolorosamente sobre su sien derecha, haciéndola gritar. La sangre le brotó enseguida, y le mojó la oreja. Tosió débilmente, y la asesina la estrechó más contra sí.
- Hagamos... un trato - murmuró. - Dame... el antídoto. Y dejaré... que lo tomes.
No la dejó vacilar. En cuanto la chica pareció pensárselo, siguió contorneando los dedos en torno a su oreja, tan profundo como para que sangrase pero no lo suficiente como para hacerle un daño serio. Había cambiado la posición del brazo, para rodearle el cuello con él y así inmovilizarla. De ésta forma, además, los mercenarios vacilaban. El único de ellos que estaba intacto era el negro, y no se atrevía a acercarse por miedo a que le hiciese algo a la arquera. El tuerto intentaba bramar algo, pero la voz todavía no le llegaba para dar órdenes. En silencio, la elfa esperó haberle dejado mudo.
Le dió otro tirón hacia atrás, y se encontró casi cara a cara con alguien en quien no había pensado. Alguien a quien había considerado tan insignificante y tan ajena al combate, que no había tenido en cuenta su participación. Le sobresaltó ver sus ojos clavados en los suyos, con expresión austera. Blandía su báculo como un arma, pero al parecer no tenía hechizos que lanzar.
- Aelia - llamó la chica. - Dale el antídoto.
- Nnnnnno - se quejó la mujer, con el cuello aprisionado. Yshara apretó un poco más con los dedos, y la mujer volvió a quejarse, dolorida. - ¡Para! ¡Para...!
- El... antídoto - insistió la elfa.
Fué uno de ésos silencios tensos e incómodos. La maga le hizo una señal al resto de los mercenarios, levantando una mano para que no acudiesen... aunque no parecían tener la fuerza de voluntad necesaria como para hacerlo en aquellos momentos. La elfa apretó un poco, sólo un poco más el cuello de la morena... lo suficiente como para hacer que empezase a asfixiarse. Pataleó débilmente, intentando revolverse.
- ¡No la mates! - le dijo la maga, y enseguida montó en cólera. - Mírate. ¡Mírate, maldito monstruo! ¡Mira cómo estás! Si la matas... te juro que...
La escena resultaba... curiosa.
Sobre todo, porque la maga llevaba razón. Si la mataba, nada impediría que la matasen a ella. Le costaba respirar, la sangre que le manaba de la boca delataba la gravedad de su condición. El pecho le ardía, y le costaba mantenerse erguida a causa del tremendo dolor que le recorría el abdomen. tenía un ojo medio cerrado, a causa del rodillazo que le había propinado el grandote, y la oreja todavía le zumbaba. Incluso estaba parcialmente apoyada en la arquera para mantenerse en pie, y cuando hablaba, lo hacía con bastante dificultad.
Tenía razón. Estaba acabada, pero... no se podía rendir tan pronto. Aunque el pensamiento le molestaba. No se podía rendir...
... porque la rendición no era una opción... no porque no estuviese dispuesta a hacerlo...
Cerró los ojos, atacada por una repentina oleada de dolor, y tragó saliva ruidosamente.
- El... antídoto... - repitió una vez más. - La... dejaré... ir...
La maga miró a los ojos de la arquera, con una determinación que parecía fuera de lugar en su figura frágil y su porte inocente. Pareció... disculparse con ella. En silencio, pero se disculpó. Agachó la cabeza antes de seguir hablando, apartando los ojos de los de ella.
- Si te lo doy, ¿La dejarás marchar? - preguntó. Yshara asintió débilmente con la cabeza. - ¿Me das tu palabra?
- La soltaré - prometió la asesina. - Viva.
- Te capturaremos sin hacerte más daño - le prometió la maga. - Y... curaremos a tu amiga. Sólo... no le hagas daño.
Aflojó ligeramente la presa sobre el cuello de la mujer, lo suficiente como para permitirle que volviese a respirar. Fue ruidosa en ese aspecto; sorbió el aire, más que respirar, y se atragantó con él. Quizás por el veneno, quizás por la falta de aire, comenzó a toser. La maga se le acercó un instante, y le hurgó en el interior de la bolsa que llevaba colgada del cinturón. Extrajo un pequeño frasco, que examinó unos instantes. Era pequeño, lleno de un líquido verdoso, casi traslúcido. A continuación sacó otro, exactamente igual.
- Déjame curarla - pidió. - Y también curaré a tu amiga. Tardará en recuperarse, pero no se morirá.
Yshara asintió con la cabeza.
El proceso no le llevó demasiado a la maga. Le llevó el frasco a los labios a la mujer, y le hizo tragar el contenido. Por el gesto que puso, no fué agradable. Se revolvió en sus brazos unos momentos, jadeando, y después casi pareció desmayarse. Suspicaz, Yshara la zarandeó un poco, y la joven volvió en sí. Parecía más mareada aún, pero... vivía. Y hasta parecía respirar mejor. La elfa la ayudó a recular, paso a paso, mientras acompañaba a la maga, que retrocedía hasta donde estaba Dul, y se inclinaba sobre ella. No le quitó ojo de encima mientras repetía el proceso.
- Ya está - musitó. - Ahora...
- Retrocede - le ordenó la elfa. - La... soltaré.
[F.D.I.: Sigue.]
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Ruinas
Cerró los ojos.
Los mercenarios se habían acercado ligeramente, hasta formar un semicírculo en torno a las cuatro mujeres... al menos, los mercenarios que quedaban en pie. El tuerto, que todavía no podía hablar a un volumen normal, se encontraba más adelantado que ningún otro. Varios pasos tras él estaba el fuerte cazador negro, blandiendo su lanza de forma amenazadora, y a su lado, el traidor... y también el gigantón. Estaban apoyados juntos, hombro con hombro, sudorosos y jadeantes, incapaces de mantenerse erguidos por su propio pie. La maga retrocedió hasta la posición en la que estaba el tuerto, y la observó con nerviosismo.
- Suéltala - le repitió.
Débil, agotada, la elfa observó sus caras. Sólo la de la maga era... normal. El resto de las caras estaban deformadas por la violencia, por el deseo de venganza. En cuanto soltara a la arquera, la matarían... si tenía suerte. La despellejarían, la harían sufrir, se asegurarían de que sus últimos momentos fuesen agónicos. Liberó el aire de sus pulmones, en algo que intentaba ser un suspiro, algo que se perdió a medio camino de un gemido y un quejido de dolor. Apretó los dientes. Descubrió que estaba asustada. Sólo le quedaba una carta por jugar. Y descubrió que le daba miedo, mucho miedo, fallar su jugada.
Tenía la cabeza medio apoyada en la nuca de la exuberante chica morena. Al respirar, le llegó el olor de su pelo manchado de sangre, el olor... del miedo. Cuando se hizo el silencio, le llegó el sonido de sus sollozos mal reprimidos. La chica estaba muy quieta. Temía moverse. Temía... que no cumpliese su palabra.
Con una sonrisa irónica, que quedó disimulada al estar su boca detrás del pelo de ella, Yshara se dió cuenta de que la chica era muy guapa.
- Casi me... dan ganas... de pedirte disculpas - jadeó, y obtuvo una expresión de sorpresa como única respuesta. - Es... una lástima...
La empujó mientras retiraba el brazo de su cuello, con todas las fuerzas que le quedaban... que le fallaron de inmediato al no estar allí la chica para ayudarle a sujetarse. Se llevó una mano al costado, y le costó disimular el gruñido de dolor que le provocó la siguiente punzada. Al menos, tuvo las suficientes fuerzas como para arrojarla a los brazos del tuerto. Éste se desembarazó de ella con un gesto de desprecio tan pronto la chica le tocó, apartándola de sí con un brusco golpe hacia atrás que la derribó cerca de donde estaba el negro. Señaló hacia Yshara con su espada.
- Quemadla - bramó, con la voz ronca y grave. - Rompedla. Matadla. Violadla. Haced lo que queráis. ¡Haced... haced que sufra!
La elfa ya había reculado varios pasos cuando su sonrisa, una sonrisa cínica de labios manchados de sangre mientras cojeaba, le sirvió como advertencia a los mercenarios. Señaló en su dirección con el brazalete.
- Un momento - advirtió el tuerto. - ¿Qué está planeando esa p...?
Sus labios se curvaron casi como si saborease cada letra de la palabra.
- Ithram - dijo.
El sonido hizo volverse al tuerto, y apartarse a la maga con un respingo de sorpresa. Fue como una arcada, solo que diez veces mas fuerte, cuando Aelia, a la que el cazador negro estaba ayudando a levantar del suelo, sufrió una contracción que hizo removerse sus entrañas, y le hizo perder el control de su cuerpo, al sentirlo azotado por un dolor intenso y terrible. Éso fue sólo el primer segundo. Se contrajo, llevándose las manos al vientre que de repente le dolía como si se lo hubiesen extirpado, con los ojos abiertos de par en par, como fuera de sus órbitas.
Ningun ser humano debería experimentar el tipo de dolor que la muchacha experimentó cuando las cuentas que Yshara le había hecho tragar antes... se retorcieron.
Brillaron en los sórdidos confines de sus entrañas...
... e hicieron explosión.
El alarido de la joven fue uno de ésos sonidos que se clava en la mente como un puñal y sigue escuchándose con claridad décadas después de haberse oído por primera vez. Si antes la convulsión la había hecho encogerse, ésta vez la hizo estirarse, echarse hacia atrás mientras vomitaba un espeso río de sangre, hasta que la espalda emitió un crujido espantoso, a la par que se le hinchaba el vientre hasta lo imposible, hasta el límite de la resistencia de su carne, que se rompió como los retales de una tela al ser rasgada de arriba a abajo en el sentido del hilo.
¿Cuántas cuentas se había tragado? ¿Cuatro? ¿Cinco...?
La explosión la sacudió tan violentamente que la hizo literalmente pedazos, tanto a ella como a los dos mercenarios que tenía más cerca, el grandullón y el negro; el cuerpo falló en contener la deflagración conjunta de los cinco objetos, y la chica se rompió como una muñeca de trapo. Una masa de carne y de órganos volaron a través de las ruinas, convirtiéndose en una lluvia grotesca de sangre, tripas y pedazos de carne que el fuego hacía burbujear como si se hubiesen asado. Fué como la explosión de una bomba. Levantó una nube de polvo y llamas que alcanzó a los mercenarios, sembrando el caos por doquier.
La elfa no quiso esperar a que la confusión se acabase, y se agachó para recoger a la chiquilla, que parecía consciente sólo a duras penas. A duras penas, también, tenía ella las fuerzas que hacían falta para levantarla, incluso teniendo en cuenta lo ligera que era. Le costó dos o tres intentos, por no hablar del poco decoro con el que la levantó finalmente, casi al tiempo en el que, como una grotesca firma de los hechos, un pedazo de cuerpo destrozado, los jirones de lo que había sido una cabeza desprovista de ojos y de mandíbula, pegada a un trozo de cuerpo y una rebanada de brazo, con la carne rasgada y los huesos al aire, se estrelló justo donde se encontraba Dul un segundo antes.
- ¿Puedes... andar? - le preguntó, interponiéndose entre ella y el sangriento resto para evitar que su estómago se resintiese... aún más. Ella no parecía afectada por la carnicería.
Los mercenarios se habían acercado ligeramente, hasta formar un semicírculo en torno a las cuatro mujeres... al menos, los mercenarios que quedaban en pie. El tuerto, que todavía no podía hablar a un volumen normal, se encontraba más adelantado que ningún otro. Varios pasos tras él estaba el fuerte cazador negro, blandiendo su lanza de forma amenazadora, y a su lado, el traidor... y también el gigantón. Estaban apoyados juntos, hombro con hombro, sudorosos y jadeantes, incapaces de mantenerse erguidos por su propio pie. La maga retrocedió hasta la posición en la que estaba el tuerto, y la observó con nerviosismo.
- Suéltala - le repitió.
Débil, agotada, la elfa observó sus caras. Sólo la de la maga era... normal. El resto de las caras estaban deformadas por la violencia, por el deseo de venganza. En cuanto soltara a la arquera, la matarían... si tenía suerte. La despellejarían, la harían sufrir, se asegurarían de que sus últimos momentos fuesen agónicos. Liberó el aire de sus pulmones, en algo que intentaba ser un suspiro, algo que se perdió a medio camino de un gemido y un quejido de dolor. Apretó los dientes. Descubrió que estaba asustada. Sólo le quedaba una carta por jugar. Y descubrió que le daba miedo, mucho miedo, fallar su jugada.
Tenía la cabeza medio apoyada en la nuca de la exuberante chica morena. Al respirar, le llegó el olor de su pelo manchado de sangre, el olor... del miedo. Cuando se hizo el silencio, le llegó el sonido de sus sollozos mal reprimidos. La chica estaba muy quieta. Temía moverse. Temía... que no cumpliese su palabra.
Con una sonrisa irónica, que quedó disimulada al estar su boca detrás del pelo de ella, Yshara se dió cuenta de que la chica era muy guapa.
- Casi me... dan ganas... de pedirte disculpas - jadeó, y obtuvo una expresión de sorpresa como única respuesta. - Es... una lástima...
La empujó mientras retiraba el brazo de su cuello, con todas las fuerzas que le quedaban... que le fallaron de inmediato al no estar allí la chica para ayudarle a sujetarse. Se llevó una mano al costado, y le costó disimular el gruñido de dolor que le provocó la siguiente punzada. Al menos, tuvo las suficientes fuerzas como para arrojarla a los brazos del tuerto. Éste se desembarazó de ella con un gesto de desprecio tan pronto la chica le tocó, apartándola de sí con un brusco golpe hacia atrás que la derribó cerca de donde estaba el negro. Señaló hacia Yshara con su espada.
- Quemadla - bramó, con la voz ronca y grave. - Rompedla. Matadla. Violadla. Haced lo que queráis. ¡Haced... haced que sufra!
La elfa ya había reculado varios pasos cuando su sonrisa, una sonrisa cínica de labios manchados de sangre mientras cojeaba, le sirvió como advertencia a los mercenarios. Señaló en su dirección con el brazalete.
- Un momento - advirtió el tuerto. - ¿Qué está planeando esa p...?
Sus labios se curvaron casi como si saborease cada letra de la palabra.
- Ithram - dijo.
El sonido hizo volverse al tuerto, y apartarse a la maga con un respingo de sorpresa. Fue como una arcada, solo que diez veces mas fuerte, cuando Aelia, a la que el cazador negro estaba ayudando a levantar del suelo, sufrió una contracción que hizo removerse sus entrañas, y le hizo perder el control de su cuerpo, al sentirlo azotado por un dolor intenso y terrible. Éso fue sólo el primer segundo. Se contrajo, llevándose las manos al vientre que de repente le dolía como si se lo hubiesen extirpado, con los ojos abiertos de par en par, como fuera de sus órbitas.
Ningun ser humano debería experimentar el tipo de dolor que la muchacha experimentó cuando las cuentas que Yshara le había hecho tragar antes... se retorcieron.
Brillaron en los sórdidos confines de sus entrañas...
... e hicieron explosión.
El alarido de la joven fue uno de ésos sonidos que se clava en la mente como un puñal y sigue escuchándose con claridad décadas después de haberse oído por primera vez. Si antes la convulsión la había hecho encogerse, ésta vez la hizo estirarse, echarse hacia atrás mientras vomitaba un espeso río de sangre, hasta que la espalda emitió un crujido espantoso, a la par que se le hinchaba el vientre hasta lo imposible, hasta el límite de la resistencia de su carne, que se rompió como los retales de una tela al ser rasgada de arriba a abajo en el sentido del hilo.
¿Cuántas cuentas se había tragado? ¿Cuatro? ¿Cinco...?
La explosión la sacudió tan violentamente que la hizo literalmente pedazos, tanto a ella como a los dos mercenarios que tenía más cerca, el grandullón y el negro; el cuerpo falló en contener la deflagración conjunta de los cinco objetos, y la chica se rompió como una muñeca de trapo. Una masa de carne y de órganos volaron a través de las ruinas, convirtiéndose en una lluvia grotesca de sangre, tripas y pedazos de carne que el fuego hacía burbujear como si se hubiesen asado. Fué como la explosión de una bomba. Levantó una nube de polvo y llamas que alcanzó a los mercenarios, sembrando el caos por doquier.
La elfa no quiso esperar a que la confusión se acabase, y se agachó para recoger a la chiquilla, que parecía consciente sólo a duras penas. A duras penas, también, tenía ella las fuerzas que hacían falta para levantarla, incluso teniendo en cuenta lo ligera que era. Le costó dos o tres intentos, por no hablar del poco decoro con el que la levantó finalmente, casi al tiempo en el que, como una grotesca firma de los hechos, un pedazo de cuerpo destrozado, los jirones de lo que había sido una cabeza desprovista de ojos y de mandíbula, pegada a un trozo de cuerpo y una rebanada de brazo, con la carne rasgada y los huesos al aire, se estrelló justo donde se encontraba Dul un segundo antes.
- ¿Puedes... andar? - le preguntó, interponiéndose entre ella y el sangriento resto para evitar que su estómago se resintiese... aún más. Ella no parecía afectada por la carnicería.
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Ruinas
La respiración cada vez era más cortada, se sentía fría y a pesar de eso, una gota de sudor se mezcló con las lágrimas que había soltado. Lo peor era las gotitas de sudor en el resto del cuerpo, hacían escocer las heridas. Se sentía enferma
En su mente todo era un zumbido de dolor, sangre, frío, nauseas y más dolor. Se estaba dejando vencer, a pesar de su capricho de mantenerse con vida, cada vez todo era más negro. Cada chispazo que le decía que reaccionara era más distante que el anterior, sentía que la cara a veces se le movía con una mueca hasta graciosa, pero lo achacó a las nauseas, a la perdida de sangre y eso la alejaba más de la realidad. Se sentía muy débil y las voces que se escuchaban como murmullos se lo confirmaban, eran palabras, pero no las entendía, las escuchaba como cuando estas debajo del agua. Y ella se estaba ahogando. De nuevo tenía algo atravesado en la garganta.
Se forzó a apoyar la mano en el piso y levantar un poco el torso. Su cabeza cayó con eso y así como parte de su pelo, al abrir la boca cayó sangre, un hilo muy delgado y constante, pero cuando vio el segundo hilo se volvió a asustar. Su mano ensangrentada se movió de la herida y fue a parar a su nariz, también por ahí. Se miró la mano y miró al piso siguiendo el recorrido, tenía ganas de desfallecer de nuevo, pero sería fuerte, tanto como se esperaba de ella en casa. Solo que los grupos de charquitos de sangre que se formaban debajo de ella no eran muy alentadores.
- Dante va a matarme por esto – ella juraría que lo dijo, pero solo fue un murmullo detrás de un gemido detrás de una conexión de sonidos ininteligibles. Su vista se dirigió a lo que acontecía a su alrededor. Yshara de nuevo estaba a su rescate. Eso le dio fuerza para tomar impulso para levantarse. Impulso que se vio cortado por una nueva arcada, más bilis, más sangre, más mareo, más oscuridad, mas sonidos incomprensibles salidos de las gargantas de otros. Más sudor, mas ardor, mas dolor ~ no más… ~ con esa pequeña suplica se le fueron dos lágrimas más., que por su posición se fueron al suelo directamente a mezclase con la sangre.
Hablaba con la maga. Se le antojaba la más sensata dentro de toda esta locura. La Rata estaba en el piso? Por qué? Su mano se movió muy despacio hasta su bolsa, lo tuvo que hacer por tandas, ya que no le respondía adecuadamente.
Antídoto.
Eso si lo entendió. Pero a qué horas? El hacha tenía veneno? Su mano sacó otro kunai y casi lo deja caer. Lo que fue silencio para los otros y zumbidos de ruido blanco para la niña, se rompió con otra arcada de vomito. Al terminar esta, ya no sentía frío, solo la cara caliente, la cabeza pesada, no podía mantener los ojos abiertos y podía clasificar cada uno de los dolores que tenía.
Por el rabillo del ojo vio los pies de las tres mujeres hasta que en su campo visual estuvo la maga, tenía algo en la mano. La mirada que le dirigió a la maga era muy clara. Ninguna de las dos encajaba ahí. Pero aun así había desconfianza. El kunai se movió en su dirección, haciéndola retroceder por un momento, pero la mano cayó al suelo, sin soltar el arma para resistir su propio peso y no desplomarse. La maga le llevó el frasco a los labios.
Soltando por un instante su báculo, puso la otra mano por detrás de la cabeza de Dul y la ayudó a beber. Pasar el líquido amargo por un garganta reseca y llena de sangre no era algo muy sencillo. Con su sabor, las nauseas tomaron fuerza y quiso venir otra arcada. Al primer amago de abrir la boca para escupir su contenido la maga que aun que le quitaba la mano de la cabeza le tapó la boca con la otra, cubriendo también la nariz obligándola a pasar. En cuanto notó que lo había hecho, retomó sus cosas y retrocedió. Sintió como esa cosa ¿amarilla? ¿café? ¿verde? Que se había tomado le quemaba la garganta, el esófago y ahora el estómago, el cual sintió muy caliente, todo a sus pies y manos se movió, se sostuvo de nuevo la herida y la mano que sostenía su peso falló y se dejó caer, esta vez fue la cabeza la que rebotó con un sonido sordo contra el suelo. La gran mancha negra que era el reborde su visión se fue haciendo más gruesa, cada vez más, más tupida, más llamativa.
Pero también era cierto que podía respirar mejor. El aire ya entraba más fácil, pero al hacerlo, se le nublaban más los sentidos por el dolor en el diafragma. No, no caería ahí, se lo debía a mucha gente, y en ese preciso instante, a la elfa. Los sonidos se despejaban y con ellos la orden del tuerto fue muy clara. No… esa noche no habría más heridas y si se podía no habría mas muertos y mucho menos ellas dos.
Todo se apagaba cada vez más rápido, hasta que vino el grito de la mujer y con él, la explosión. Se había tapado los oídos, huyendo del sonido, de la idea, de la imagen mental que se estaba armando. Todo demasiado rápido. El ansia de protegerse, de proteger a la elfa, fue suficiente detonante para lo que vino inmediatamente, puede que estuvieran un poco lejos, pero explosión es explosión y aunque la onda expansiva podría no llegar con tanta fuerza hasta ellas a dos pasos de la elfa literalmente se formó una pared hecha de sombras que no solo habría amortiguado la onda si no hubiera sido tan leve, si no que concentró todo el caos y polvorín en el área donde estaban los mercenarios.
Cuando el muro cayó llegaron los restos del cuerpo mutilado y la cara de espanto de la niña que estaba siendo cargada con un bulto, jamás habría podido levantarse sola, menos cuando el estomago se le revolvió de nuevo con lo poco que estaba viendo. Si, el grito correspondía a esto que llovía del cielo. No importaba que Yshara tratara de ocultarlo, estaba ahí y sus ojos lo miraban como si de un imán se tratara.
- si.. – respondió bastante ausente – pero no creo que llegue muy lejos – por fin la miró a los ojos - yo te … te dije que… te aguataras… pero mejor me voy… - la sombra a los pies de ambas se hizo más grande y como si la tierra se las tragara, las dejó caer, a las dos.
El sitio donde estaban era una versión en negativo de donde estaban antes. Con sus rebordes en blanco y todo lleno se sombras y luces solo en sus puntos mas angulosos. Si miraban hacia arriba era como estar en un sótano con un techo traslúcido. Los puntos rojos que podían verse eran las siluetas de los que quedaban con vida. Las gotas de sangre y de sudor de ambas a pesar de continuar corriendo era mucho mas lentas, como si el tiempo se detuviera, pero el espacio en el sitio se movía, cada vez un poco más rápido, como si de momentos estuviera perdiendo el control para viajar entre las sombras.
Su kunai se clavó con fuerza en una de las paredes.
- Quieta!! – ordenó con decisión a la sombra, con la orden le salió más sangre por la nariz y regresaron al punto en donde cayeron, aun bajo las figuras en rojo alejadas en diagonal de ellas. Las miró fijamente, una sonrisa extraña se le pintó, era mezcla de tristreza y de frustración
- Lo más seguro es que me expulsen por esto – lo dijo con tristeza
~ un verdadero kazakage se pararía ahí saldría a su espalda y acabaría con todo, luego saldría ahí y ahí y los tres estarían muertos antes que el polvo cayera ~ solo lo pensó, sería demasiada información para su compañera. Suspiró y con el suspiro, perdió toda conciencia, ahora si cayó al suelo, desmayada. Era irónico que escojiera precisamente ese lugar para hacerlo. Todo el mundo se movió mucho más rápido, más irreal, en momentos no había piso bajo ellas, las sombras se movían frenéticas, parecían estar molestar y luego era como si estuvieran en una pared, todo en menos de un segundo.
Y la pared se abrió y la sombra literalmente las escupió, a Yshara como si fuera un estornudo, un ente extraño en sus entrañas y Dulfary, con todo el desprecio que le profesaban las sombras aun.
Por fuera, todo seguía siendo oscuro, aun era de noche, aun las estrellas brillaban, aun la luna se reía con su sonsira de gato de Chesire, pero eso no eran las ruinas de la biblioteca. Sin su brújula para moverse y aun más, estando inconciente, a saber en donde las habían dejado las sombras.
En su mente todo era un zumbido de dolor, sangre, frío, nauseas y más dolor. Se estaba dejando vencer, a pesar de su capricho de mantenerse con vida, cada vez todo era más negro. Cada chispazo que le decía que reaccionara era más distante que el anterior, sentía que la cara a veces se le movía con una mueca hasta graciosa, pero lo achacó a las nauseas, a la perdida de sangre y eso la alejaba más de la realidad. Se sentía muy débil y las voces que se escuchaban como murmullos se lo confirmaban, eran palabras, pero no las entendía, las escuchaba como cuando estas debajo del agua. Y ella se estaba ahogando. De nuevo tenía algo atravesado en la garganta.
Se forzó a apoyar la mano en el piso y levantar un poco el torso. Su cabeza cayó con eso y así como parte de su pelo, al abrir la boca cayó sangre, un hilo muy delgado y constante, pero cuando vio el segundo hilo se volvió a asustar. Su mano ensangrentada se movió de la herida y fue a parar a su nariz, también por ahí. Se miró la mano y miró al piso siguiendo el recorrido, tenía ganas de desfallecer de nuevo, pero sería fuerte, tanto como se esperaba de ella en casa. Solo que los grupos de charquitos de sangre que se formaban debajo de ella no eran muy alentadores.
- Dante va a matarme por esto – ella juraría que lo dijo, pero solo fue un murmullo detrás de un gemido detrás de una conexión de sonidos ininteligibles. Su vista se dirigió a lo que acontecía a su alrededor. Yshara de nuevo estaba a su rescate. Eso le dio fuerza para tomar impulso para levantarse. Impulso que se vio cortado por una nueva arcada, más bilis, más sangre, más mareo, más oscuridad, mas sonidos incomprensibles salidos de las gargantas de otros. Más sudor, mas ardor, mas dolor ~ no más… ~ con esa pequeña suplica se le fueron dos lágrimas más., que por su posición se fueron al suelo directamente a mezclase con la sangre.
Hablaba con la maga. Se le antojaba la más sensata dentro de toda esta locura. La Rata estaba en el piso? Por qué? Su mano se movió muy despacio hasta su bolsa, lo tuvo que hacer por tandas, ya que no le respondía adecuadamente.
Antídoto.
Eso si lo entendió. Pero a qué horas? El hacha tenía veneno? Su mano sacó otro kunai y casi lo deja caer. Lo que fue silencio para los otros y zumbidos de ruido blanco para la niña, se rompió con otra arcada de vomito. Al terminar esta, ya no sentía frío, solo la cara caliente, la cabeza pesada, no podía mantener los ojos abiertos y podía clasificar cada uno de los dolores que tenía.
Por el rabillo del ojo vio los pies de las tres mujeres hasta que en su campo visual estuvo la maga, tenía algo en la mano. La mirada que le dirigió a la maga era muy clara. Ninguna de las dos encajaba ahí. Pero aun así había desconfianza. El kunai se movió en su dirección, haciéndola retroceder por un momento, pero la mano cayó al suelo, sin soltar el arma para resistir su propio peso y no desplomarse. La maga le llevó el frasco a los labios.
Soltando por un instante su báculo, puso la otra mano por detrás de la cabeza de Dul y la ayudó a beber. Pasar el líquido amargo por un garganta reseca y llena de sangre no era algo muy sencillo. Con su sabor, las nauseas tomaron fuerza y quiso venir otra arcada. Al primer amago de abrir la boca para escupir su contenido la maga que aun que le quitaba la mano de la cabeza le tapó la boca con la otra, cubriendo también la nariz obligándola a pasar. En cuanto notó que lo había hecho, retomó sus cosas y retrocedió. Sintió como esa cosa ¿amarilla? ¿café? ¿verde? Que se había tomado le quemaba la garganta, el esófago y ahora el estómago, el cual sintió muy caliente, todo a sus pies y manos se movió, se sostuvo de nuevo la herida y la mano que sostenía su peso falló y se dejó caer, esta vez fue la cabeza la que rebotó con un sonido sordo contra el suelo. La gran mancha negra que era el reborde su visión se fue haciendo más gruesa, cada vez más, más tupida, más llamativa.
Pero también era cierto que podía respirar mejor. El aire ya entraba más fácil, pero al hacerlo, se le nublaban más los sentidos por el dolor en el diafragma. No, no caería ahí, se lo debía a mucha gente, y en ese preciso instante, a la elfa. Los sonidos se despejaban y con ellos la orden del tuerto fue muy clara. No… esa noche no habría más heridas y si se podía no habría mas muertos y mucho menos ellas dos.
Todo se apagaba cada vez más rápido, hasta que vino el grito de la mujer y con él, la explosión. Se había tapado los oídos, huyendo del sonido, de la idea, de la imagen mental que se estaba armando. Todo demasiado rápido. El ansia de protegerse, de proteger a la elfa, fue suficiente detonante para lo que vino inmediatamente, puede que estuvieran un poco lejos, pero explosión es explosión y aunque la onda expansiva podría no llegar con tanta fuerza hasta ellas a dos pasos de la elfa literalmente se formó una pared hecha de sombras que no solo habría amortiguado la onda si no hubiera sido tan leve, si no que concentró todo el caos y polvorín en el área donde estaban los mercenarios.
Cuando el muro cayó llegaron los restos del cuerpo mutilado y la cara de espanto de la niña que estaba siendo cargada con un bulto, jamás habría podido levantarse sola, menos cuando el estomago se le revolvió de nuevo con lo poco que estaba viendo. Si, el grito correspondía a esto que llovía del cielo. No importaba que Yshara tratara de ocultarlo, estaba ahí y sus ojos lo miraban como si de un imán se tratara.
- si.. – respondió bastante ausente – pero no creo que llegue muy lejos – por fin la miró a los ojos - yo te … te dije que… te aguataras… pero mejor me voy… - la sombra a los pies de ambas se hizo más grande y como si la tierra se las tragara, las dejó caer, a las dos.
El sitio donde estaban era una versión en negativo de donde estaban antes. Con sus rebordes en blanco y todo lleno se sombras y luces solo en sus puntos mas angulosos. Si miraban hacia arriba era como estar en un sótano con un techo traslúcido. Los puntos rojos que podían verse eran las siluetas de los que quedaban con vida. Las gotas de sangre y de sudor de ambas a pesar de continuar corriendo era mucho mas lentas, como si el tiempo se detuviera, pero el espacio en el sitio se movía, cada vez un poco más rápido, como si de momentos estuviera perdiendo el control para viajar entre las sombras.
Su kunai se clavó con fuerza en una de las paredes.
- Quieta!! – ordenó con decisión a la sombra, con la orden le salió más sangre por la nariz y regresaron al punto en donde cayeron, aun bajo las figuras en rojo alejadas en diagonal de ellas. Las miró fijamente, una sonrisa extraña se le pintó, era mezcla de tristreza y de frustración
- Lo más seguro es que me expulsen por esto – lo dijo con tristeza
~ un verdadero kazakage se pararía ahí saldría a su espalda y acabaría con todo, luego saldría ahí y ahí y los tres estarían muertos antes que el polvo cayera ~ solo lo pensó, sería demasiada información para su compañera. Suspiró y con el suspiro, perdió toda conciencia, ahora si cayó al suelo, desmayada. Era irónico que escojiera precisamente ese lugar para hacerlo. Todo el mundo se movió mucho más rápido, más irreal, en momentos no había piso bajo ellas, las sombras se movían frenéticas, parecían estar molestar y luego era como si estuvieran en una pared, todo en menos de un segundo.
Y la pared se abrió y la sombra literalmente las escupió, a Yshara como si fuera un estornudo, un ente extraño en sus entrañas y Dulfary, con todo el desprecio que le profesaban las sombras aun.
Por fuera, todo seguía siendo oscuro, aun era de noche, aun las estrellas brillaban, aun la luna se reía con su sonsira de gato de Chesire, pero eso no eran las ruinas de la biblioteca. Sin su brújula para moverse y aun más, estando inconciente, a saber en donde las habían dejado las sombras.
Dulfary- Cantidad de envíos : 1481
Re: Ruinas
¿Qué fué lo que pasó?
No lo sé. El mundo... se volvió extraño.
Tiró de ella en cuanto le respondió. Fruto de la desesperación y del dolor, intentó llevársela consigo, arrastrándola si fuera preciso, para sacarla de aquel lugar tan pronto como fuera posible. Ya no se trataba de su fracaso... Sobrevivir es un triunfo en el día a día del asesino. Ya no se trataba de vergüenza. Las decisiones tomadas a la desesperada no deben causar vergüenza.
No tenía el orgullo herido. Aunque a veces era altanera, y - ¿Cómo le habían dicho...? Arrogante - Yshara había pisoteado muchas veces su orgullo en el pasado, y no era algo que le costase demasiado hacer. No tenía orgullo de elfa. No tenía orgullo de guerrera. No era ninguna de las dos cosas. En todo caso, tenía orgullo de asesina...
... y el orgullo de una asesina es matar... y vivir. Su vida, sus habilidades, la sangre que se había derramado en sus manos, era su orgullo de asesina.
¿Su intención al tirar de ella? Huír, claro. La retirada sólo es una vergüenza para quienes valoran su honor. Ella valoraba más lo que estaba sintiendo en aquellos momentos: Urgencia. Miedo. Dolor, intenso, frío, mordiente dolor... y... ¿Compasión? ¿Por la muchacha?
Olvídalo. No pienses en ello. Encontrarás una explicación para ello... cuando deje de dolerte.
Así que tiró, sí, con todas sus fuerzas. Pero el mundo se había vuelto loco... y las sombras las engulleron a las dos. El lugar se convirtió en un sitio extraño, desconocido, de luces y sombras que no se correspondían a lo que ella tenía como verdadero, un mundo que la desorientó profundamente mientras corrían, mientras se alejaban. Un mundo extraño y siniestro que encontró... extrañamente placentero.
Podía ver... ¿Vidas? ¿No los había matado...? Bien. Al Infierno con los demás. Se encargaría de ellos en otro momento, a su manera... sola. En un momento todo pareció recuperar una forma extraña de normalidad... una normalidad alterada y enrarecida. Estaban en el mismo sitio, y a la vez, no lo estaban. La desorientación hizo tropezar a la elfa, y no tuvo las suficientes fuerzas en las piernas - aún cojeaba - como para mantenerse en pie. Cayó con un quejido, mientras la muchacha clavaba su kunai en una de las... ¿Paredes?
Entonces el mundo pareció revolverse... y las rechazó. Dulfary cayó inconsciente. Yshara...
... Yshara se revolvió.
- Nnno - casi gimió mientras se daba la vuelta, arrastrándose primero hasta que pudo ponerse en pie, parcamente, y después corriendo en dirección opuesta, el dolor aún hormigueándole las entrañas. Sintió un nuevo hilo de sangre brotar entre sus dientes, deslizarse por sus labios, y volvió a caer al suelo, donde hincó frenéticamente las garras.
La absorvía. El mundo en el que se encontraban... lo podía ver. No la quería. La rechazaba. La deseaba... expulsar. Como si fuese un ente extraño, una ofensa, una porquería que no debiese de estar ahí. Luchó por no dejarse arrastrar, por no dejarse expulsar, y mientras luchaba... vio algo.
Estaba junto a una de las vidas que percibía. Débil... muy débil, tanto que quizás no sobreviviría para contarlo. Deseó que así fuera, pero entontró algo que le llamó la atención. No era vida... era un objeto. Extendió la mano derecha hacia él, como una niña ansiosa, con un quejido ahogado al intentar estirar la mano.
Le fallaron los dedos por unos centímetros. Casi lo tenía. Casi. ¿Podría cogerlo desde... otro mundo? Tenía que hacerlo.
Tenía... que...
...alcanzarlo...
...tocarlo con el dedo...
...cerrar la mano...
- Aghh - apenas pudo hacer fuerzas sobre el objeto, apenas pudo tirar de él, pero las sombras se aferraban a ella con fuerza, amenazando con arrancarle la conciencia y... la vida. Volvió a gemir. Atroz y atenazador, el dolor le recorría el pecho, el abdomen, la pierna, la cabeza, la boca. Cerró unos dedos entumecidos y doloridos en torno al objeto...
... y lo arrancó.
Las sombras se cernieron sobre ella, y la obligaron a levantar la mano. Las sombras tiraron de ella con violencia, y también de Dulfary, e hicieron clara su posición. Sin saber qué lugar era el que aparecía a medida que las sombras se desmoronaban, Yshara cerró los ojos, se acurrucó hecha un ovillo sobre sí misma, sin saber de dónde vendría el próximo golpe...
... y se aferró con todas sus fuerzas al objeto recién recuperado, un puñal manchado de sangre, una hoja alargada y del color verde de las esmeraldas de las que parecía estar hecho, como una niña muerta de miedo se hubiera aferrado a un osito de peluche o a una muñeca de trapo.
Sintió el golpe, y supo que todo había acabado. El mundo... volvió a la normalidad. Yshara abrió los ojos lentamente, para clavarlos en el cielo estrellado y en la luna casi nueva. En las estrellas que no pertenecían al mismo lugar.
Ahora... faltaba saber qué significaba ésa normalidad.
No lo sé. El mundo... se volvió extraño.
Tiró de ella en cuanto le respondió. Fruto de la desesperación y del dolor, intentó llevársela consigo, arrastrándola si fuera preciso, para sacarla de aquel lugar tan pronto como fuera posible. Ya no se trataba de su fracaso... Sobrevivir es un triunfo en el día a día del asesino. Ya no se trataba de vergüenza. Las decisiones tomadas a la desesperada no deben causar vergüenza.
No tenía el orgullo herido. Aunque a veces era altanera, y - ¿Cómo le habían dicho...? Arrogante - Yshara había pisoteado muchas veces su orgullo en el pasado, y no era algo que le costase demasiado hacer. No tenía orgullo de elfa. No tenía orgullo de guerrera. No era ninguna de las dos cosas. En todo caso, tenía orgullo de asesina...
... y el orgullo de una asesina es matar... y vivir. Su vida, sus habilidades, la sangre que se había derramado en sus manos, era su orgullo de asesina.
¿Su intención al tirar de ella? Huír, claro. La retirada sólo es una vergüenza para quienes valoran su honor. Ella valoraba más lo que estaba sintiendo en aquellos momentos: Urgencia. Miedo. Dolor, intenso, frío, mordiente dolor... y... ¿Compasión? ¿Por la muchacha?
Olvídalo. No pienses en ello. Encontrarás una explicación para ello... cuando deje de dolerte.
Así que tiró, sí, con todas sus fuerzas. Pero el mundo se había vuelto loco... y las sombras las engulleron a las dos. El lugar se convirtió en un sitio extraño, desconocido, de luces y sombras que no se correspondían a lo que ella tenía como verdadero, un mundo que la desorientó profundamente mientras corrían, mientras se alejaban. Un mundo extraño y siniestro que encontró... extrañamente placentero.
Podía ver... ¿Vidas? ¿No los había matado...? Bien. Al Infierno con los demás. Se encargaría de ellos en otro momento, a su manera... sola. En un momento todo pareció recuperar una forma extraña de normalidad... una normalidad alterada y enrarecida. Estaban en el mismo sitio, y a la vez, no lo estaban. La desorientación hizo tropezar a la elfa, y no tuvo las suficientes fuerzas en las piernas - aún cojeaba - como para mantenerse en pie. Cayó con un quejido, mientras la muchacha clavaba su kunai en una de las... ¿Paredes?
Entonces el mundo pareció revolverse... y las rechazó. Dulfary cayó inconsciente. Yshara...
... Yshara se revolvió.
- Nnno - casi gimió mientras se daba la vuelta, arrastrándose primero hasta que pudo ponerse en pie, parcamente, y después corriendo en dirección opuesta, el dolor aún hormigueándole las entrañas. Sintió un nuevo hilo de sangre brotar entre sus dientes, deslizarse por sus labios, y volvió a caer al suelo, donde hincó frenéticamente las garras.
La absorvía. El mundo en el que se encontraban... lo podía ver. No la quería. La rechazaba. La deseaba... expulsar. Como si fuese un ente extraño, una ofensa, una porquería que no debiese de estar ahí. Luchó por no dejarse arrastrar, por no dejarse expulsar, y mientras luchaba... vio algo.
Estaba junto a una de las vidas que percibía. Débil... muy débil, tanto que quizás no sobreviviría para contarlo. Deseó que así fuera, pero entontró algo que le llamó la atención. No era vida... era un objeto. Extendió la mano derecha hacia él, como una niña ansiosa, con un quejido ahogado al intentar estirar la mano.
Le fallaron los dedos por unos centímetros. Casi lo tenía. Casi. ¿Podría cogerlo desde... otro mundo? Tenía que hacerlo.
Tenía... que...
...alcanzarlo...
...tocarlo con el dedo...
...cerrar la mano...
- Aghh - apenas pudo hacer fuerzas sobre el objeto, apenas pudo tirar de él, pero las sombras se aferraban a ella con fuerza, amenazando con arrancarle la conciencia y... la vida. Volvió a gemir. Atroz y atenazador, el dolor le recorría el pecho, el abdomen, la pierna, la cabeza, la boca. Cerró unos dedos entumecidos y doloridos en torno al objeto...
... y lo arrancó.
Las sombras se cernieron sobre ella, y la obligaron a levantar la mano. Las sombras tiraron de ella con violencia, y también de Dulfary, e hicieron clara su posición. Sin saber qué lugar era el que aparecía a medida que las sombras se desmoronaban, Yshara cerró los ojos, se acurrucó hecha un ovillo sobre sí misma, sin saber de dónde vendría el próximo golpe...
... y se aferró con todas sus fuerzas al objeto recién recuperado, un puñal manchado de sangre, una hoja alargada y del color verde de las esmeraldas de las que parecía estar hecho, como una niña muerta de miedo se hubiera aferrado a un osito de peluche o a una muñeca de trapo.
Sintió el golpe, y supo que todo había acabado. El mundo... volvió a la normalidad. Yshara abrió los ojos lentamente, para clavarlos en el cielo estrellado y en la luna casi nueva. En las estrellas que no pertenecían al mismo lugar.
Ahora... faltaba saber qué significaba ésa normalidad.
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Ruinas
El polvo se arremolinaba bruscamente en torno al lugar.
Se escuchaba un silbido; agudo, penetrante, molesto, a medida que las nubes oscuras de grava y tierra levantada se convertían en un remolino y se esparcían como llevadas por el viento. Pero la brisa había cesado, y no era el aire el que silbaba aquella extraña canción.
Los dedos doloridos se cerraron en torno a la tierra, arrancando un puñado de la arenisca cenicienta que se derramaba por entre las falanges, al mismo tiempo que un gruñido gutural se le escapaba de la garganta. Sus rodillas tocaron el suelo con esfuerzo, y apoyó las manos frente a sí para no caer.
Jadeaba. Y sangraba. Pequeñas gotitas de color carmín que se le escapaban de la barbilla. La cabeza le daba vueltas, los oídos le pitaban hasta que no podía escuchar sus propios jadeos. La tierra estaba manchada de sangre...
Escuchó a medias un gemido, pero no le prestó atención mientras se ponía, muy trabajosamente, en pie... Y volvía a caer.
Era la pierna derecha. Maldita sea, la pierna derecha, le dolía la pierna derecha. Gritó de dolor cuando intentó ponerla en el suelo; le dolía, le dolía una barbaridad. No podía ponerse de pie. Tenía la voluntad más que férrea de aguantar el dolor. De ponerse en pie. De buscarla. Y sin embargo... el cuerpo no le respondía. La pierna... la pierna. Sólo podía pensar en su pierna.
Volvió a caer. Y la miró.
La bota estaba destrozada. A través de ella, podía ver la carne destrozada, y el hueso al descubierto, ensangrentado y quebrado tanto por la tibia como por el peroné. Por debajo de la rodilla, el pantalón hecho jirones dejaba entrever la carne oscurecida y rota.
Gruñó y gritó sin poder evitarlo, presa del dolor y de la rabia. Y tuvo un arranque, uno de ésos que tiene la gente cuando está al límite de sus fuerzas y tiene el convencimiento de que haga lo que haga será lo último. Se puso en pie, como pudo, primero de rodillas y después levantando sólo la pierna "buena"; y cojeando, cojeando, cojeando, avanzando, desplomándose. Arrastrándose, gritando. Sollozando.
Así la encontró.
No eran más que... jirones. Pedazos rotos, como los de una vasija, o una porcelana. Ensangrentados, quemados, destruidos. Una pierna, cubierta por una bota medio quemada. Una víscera. Un trozo de columna vertebral, con dos o tres costillas asidas, partidas en dos por la fuerza de la explosión.
Pedazos.
Amethyst estaba ahí, de rodillas junto a ella. Salvo las quemaduras que le embadurnaban el rostro, ennegrecido, humeante, estaba... intacta. Los sollozos que escuchaba, los lloriqueos, le pertenecían al despojo humano que se retorcía unos metros mas allá, entre quejidos. Ella le había llamado rata y traidor. Ahora él tenía que llamarle calamidad.
Como pudo, Cior se incorporó sobre los restos aún ensangrentados y humeantes de Aelia, y observó lo que quedaba en pie de su grupo de mercenarios: Una hechicera pusilánime y cobarde, medio quemada, y un espía que se retorcía entre sollozos, desprovisto de una mano hasta el codo y de una pierna hasta la rodilla.
El resto de su grupo era... carne. Carne picada, un trozo sanguinolento sobre otro, rotos. Cuerpos vejados, grotescos, una visión de muerte y dolor enloquecedor. Su único ojo derramaba abundantes lágrimas que no eran de dolor, sino de rabia.
- Nadyssra - murmuró, entre dientes, la garganta reseca pronunciando el nombre con odio, con aspereza, un nombre atravesado en su corazón. - Te mataré.
[F.D.I.: Sigue aquí]
Se escuchaba un silbido; agudo, penetrante, molesto, a medida que las nubes oscuras de grava y tierra levantada se convertían en un remolino y se esparcían como llevadas por el viento. Pero la brisa había cesado, y no era el aire el que silbaba aquella extraña canción.
Los dedos doloridos se cerraron en torno a la tierra, arrancando un puñado de la arenisca cenicienta que se derramaba por entre las falanges, al mismo tiempo que un gruñido gutural se le escapaba de la garganta. Sus rodillas tocaron el suelo con esfuerzo, y apoyó las manos frente a sí para no caer.
Jadeaba. Y sangraba. Pequeñas gotitas de color carmín que se le escapaban de la barbilla. La cabeza le daba vueltas, los oídos le pitaban hasta que no podía escuchar sus propios jadeos. La tierra estaba manchada de sangre...
Escuchó a medias un gemido, pero no le prestó atención mientras se ponía, muy trabajosamente, en pie... Y volvía a caer.
Era la pierna derecha. Maldita sea, la pierna derecha, le dolía la pierna derecha. Gritó de dolor cuando intentó ponerla en el suelo; le dolía, le dolía una barbaridad. No podía ponerse de pie. Tenía la voluntad más que férrea de aguantar el dolor. De ponerse en pie. De buscarla. Y sin embargo... el cuerpo no le respondía. La pierna... la pierna. Sólo podía pensar en su pierna.
Volvió a caer. Y la miró.
La bota estaba destrozada. A través de ella, podía ver la carne destrozada, y el hueso al descubierto, ensangrentado y quebrado tanto por la tibia como por el peroné. Por debajo de la rodilla, el pantalón hecho jirones dejaba entrever la carne oscurecida y rota.
Gruñó y gritó sin poder evitarlo, presa del dolor y de la rabia. Y tuvo un arranque, uno de ésos que tiene la gente cuando está al límite de sus fuerzas y tiene el convencimiento de que haga lo que haga será lo último. Se puso en pie, como pudo, primero de rodillas y después levantando sólo la pierna "buena"; y cojeando, cojeando, cojeando, avanzando, desplomándose. Arrastrándose, gritando. Sollozando.
Así la encontró.
No eran más que... jirones. Pedazos rotos, como los de una vasija, o una porcelana. Ensangrentados, quemados, destruidos. Una pierna, cubierta por una bota medio quemada. Una víscera. Un trozo de columna vertebral, con dos o tres costillas asidas, partidas en dos por la fuerza de la explosión.
Pedazos.
Amethyst estaba ahí, de rodillas junto a ella. Salvo las quemaduras que le embadurnaban el rostro, ennegrecido, humeante, estaba... intacta. Los sollozos que escuchaba, los lloriqueos, le pertenecían al despojo humano que se retorcía unos metros mas allá, entre quejidos. Ella le había llamado rata y traidor. Ahora él tenía que llamarle calamidad.
Como pudo, Cior se incorporó sobre los restos aún ensangrentados y humeantes de Aelia, y observó lo que quedaba en pie de su grupo de mercenarios: Una hechicera pusilánime y cobarde, medio quemada, y un espía que se retorcía entre sollozos, desprovisto de una mano hasta el codo y de una pierna hasta la rodilla.
El resto de su grupo era... carne. Carne picada, un trozo sanguinolento sobre otro, rotos. Cuerpos vejados, grotescos, una visión de muerte y dolor enloquecedor. Su único ojo derramaba abundantes lágrimas que no eran de dolor, sino de rabia.
- Nadyssra - murmuró, entre dientes, la garganta reseca pronunciando el nombre con odio, con aspereza, un nombre atravesado en su corazón. - Te mataré.
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