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Una sombra viajera
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Una sombra viajera
Era un bonito atardecer el que miraba soñoliento a la parte baja de la ciudad de Adysium. En la pequeña bahía que era su puerto natural, se desarrollaba una escena cotidiana si bien a una hora inusual, mientras un pequeño carguero, de nombre El Pulpo Atareado, se deslizaba perezosamente hacia uno de los pocos amarres libres que quedaban a esa hora; el viento no había favorecido la travesía y el barco y su cargamento llegaban con casi todo un día de retraso, hecho que provocaría que los estibadores del puerto y los marineros intercambiaran bromas bienhumoradas sobre las capacidades del barco, mientras su capitán bajaba a reunirse con los enfadados mercaderes, preguntándose qué esperaban que hiciese contra el clima.
Todo esto sucedía mientras carga y los pocos pasajeros descendían por la pasarela de la nave en pos de la ciudad; la mayoría en busca de posada antes de que la noche se terminara de cernir sobre la urbe y algún marinero con permiso, alguna compañía para mantener caliente su lecho.
Sin embargo, entre estos pocos pasajeros, hubo uno que se distanció del grupo. Vestía una sencilla coraza de cuero bruñido, tachonado; con un escudo circular a su espalda que cubría un abultado saco con el que cargaba y dos vainas en su cinto. La primera de una espada cuya empuñadura se veía elaborada, que contrastaba con la compañera, una daga muy simple, sin ningún adorno aparente.
Esa figura, con paso tranquilo se encaminó a uno de las forjas del puerto, donde herreros trabajaban preparando repuestos para las naves que necesitasen reparaciones antes de volverse a hacer a la mar. La mayoría ya habían cerrado sus puertas, pero un par aún aprovechaban las pocas horas de luz para adelantar tarea. El rumor sobre la invasión de Shamataw había llegado ya a la isla y era previsible que se pretendiera mejorar el estado de la flota militar.
Cruzó sus puertas el joven de ojos castaños. El tintineo de unos viejos pernos que el herrero tenía a modo de adorno sobre la puerta le alertó de la visita.
- Es tarde, muchacho. Y estoy ocupado. Sea lo que sea, vuelve por la mañana.- dijo el herrero desde el yunque, sin siquiera levantar la vista.
- No se preocupe por la hora, no tardaré mucho. Sólo quiero que me preste la forja unos minutos, una hora máximo.- contestó Cyrian, con calma haciendo chocar un par de monedas de plata en su mano.- Habré terminado antes de que se ponga el sol.
El herrero frunció el entrecejo. No le gustaba prestar sus herramientas ni a su aprendiz; menos aún a un extraño; pero un par de monedas de plata por unos pocos minutos era una oferta lo suficientemente generosa como para que lo pasara por alto. Con un gruñido asintió.- Como veas. Pero espero que sepas lo que haces, yo estoy demasiado ocupado como para ayudarte.
- Mi padre era herrero; sé cómo manejar una forja.- contestó con media sonrisa. Dejó el par de monedas sobre una de las mesas y se encaminó a la parte trasera del taller, hacia el yunque que no estaba siendo usado.
Cyrian no era un herrero, pero tal y como había dicho, su padre lo había sido. Y aunque ese era un trabajo que jamás captó la atención del chico, el caballero sabía los rudimentos sobre el manejo. Y para lo que quería hacer no necesitaba más.
Dejó caer con cuidado el escudo y el fardo que llevaba en su hombro. Dentro del fardo, aparte de unas pocas provisiones de viaje se encontraba la placa pectoral de su armadura; podía haberla transportado todo el camino oculta en su sombra pero era menos llamativo así y procedió a calentar la forja.
Por su parte, el herrero le dedicaba de cuando en cuando una mirada vigilante. Enarcó una ceja al ver la armadura.- ¿Escudero, mercenario o a la Arena? – preguntó de pronto.
-¿Mis disculpas?- respondió confundido por la pregunta, mientras buscaba el cincel y el mazo
- Sólo conozco tres tipos de personas que le den tanta importancia a una armadura como para no esperar a la mañana para cuidarlas. Los primeros son escuderos, es decir, tienen que mantener las armas de otros.- Comenzó a explicarse el herrero.- Los segundos son mercenarios, que viven de ellas y no saben cuándo las necesitarán o si podrán cuidarlas en la mañana. Y los últimos, son los jóvenes de sangre caliente que vienen a la Arena a pelear como gallos entre sí. ¿Cuál sois vos?
-¿Esas son todas mis opciones?- Cyrian respondió con su media sonrisa fría, a la vez que ponía su escudo sobre el calor de los carbones; lo dejó calentarse hasta enrojecer, pero no hasta el punto en el que se destemplara. Con unas tenazas lo puso sobre el yunque y comenzó a golpear con el cincel y el mazo el emblema que lucía en su centro, separándolo de la pieza principal. Si tan sólo el herrero pudiera imaginar el retraso que acumulaba aquella intervención, el tiempo que hacía que debería haberlo hecho...
-Las que yo conozco al menos, mi señor.- replicó mirando con curiosidad lo que hacía el hombre.
-En tal caso, no soy escudero, sino caballero. Podéis colocarme en la categoría de mercenario; aunque es posible que visite la Arena.- Cyrian continuó hasta que el emblema de la estrella de nueve puntas desapareció de su escudo, y lo metió en la pila de agua para que se enfriase. A continuación, comenzó a repetir la operación con su pechera.
-Entonces, Sir Mercenario.- dijo con evidente retintín en la voz.- ¿Os trae a Adysium el rumor de guerra?
-Sí.- Fue la lacónica respuesta de Cyrian, acompañada de una sonrisa que helaba la sangre, que causó un incómodo silencio al herrero. Sí, los rumores de guerra le habían traído, pero no por un trabajo de unos pocos oros, sino por una larga búsqueda que ya se alargaba meses en el archipiélago.
* * *
-Permitidme una última pregunta.- dijo de repente, tras acabar con sus tareas.- ¿Dónde puedo encontrar una buena posada por aquí cerca?
Con las indicaciones del herrero, que súbitamente no quería saber más de los planes del caballero, llegó a una posada en el camino principal; a unos pocos minutos andando del puerto, pero ya fuera de la zona portuaria.
La posada era pequeña pero aún animada. Tenía una taberna y cocina en la planta baja, cuyo calor era conducido para transmitir calor a las habitaciones en invierno, y las habitaciones en un par de plantas sobre la primera.
Se acercó al posadero y consiguió la llave de una habitación individual. Después se sentó en una de las mesas más apartadas de la taberna, con la pared en su espalda mientras esperaba su cena.
Todo esto sucedía mientras carga y los pocos pasajeros descendían por la pasarela de la nave en pos de la ciudad; la mayoría en busca de posada antes de que la noche se terminara de cernir sobre la urbe y algún marinero con permiso, alguna compañía para mantener caliente su lecho.
Sin embargo, entre estos pocos pasajeros, hubo uno que se distanció del grupo. Vestía una sencilla coraza de cuero bruñido, tachonado; con un escudo circular a su espalda que cubría un abultado saco con el que cargaba y dos vainas en su cinto. La primera de una espada cuya empuñadura se veía elaborada, que contrastaba con la compañera, una daga muy simple, sin ningún adorno aparente.
Esa figura, con paso tranquilo se encaminó a uno de las forjas del puerto, donde herreros trabajaban preparando repuestos para las naves que necesitasen reparaciones antes de volverse a hacer a la mar. La mayoría ya habían cerrado sus puertas, pero un par aún aprovechaban las pocas horas de luz para adelantar tarea. El rumor sobre la invasión de Shamataw había llegado ya a la isla y era previsible que se pretendiera mejorar el estado de la flota militar.
Cruzó sus puertas el joven de ojos castaños. El tintineo de unos viejos pernos que el herrero tenía a modo de adorno sobre la puerta le alertó de la visita.
- Es tarde, muchacho. Y estoy ocupado. Sea lo que sea, vuelve por la mañana.- dijo el herrero desde el yunque, sin siquiera levantar la vista.
- No se preocupe por la hora, no tardaré mucho. Sólo quiero que me preste la forja unos minutos, una hora máximo.- contestó Cyrian, con calma haciendo chocar un par de monedas de plata en su mano.- Habré terminado antes de que se ponga el sol.
El herrero frunció el entrecejo. No le gustaba prestar sus herramientas ni a su aprendiz; menos aún a un extraño; pero un par de monedas de plata por unos pocos minutos era una oferta lo suficientemente generosa como para que lo pasara por alto. Con un gruñido asintió.- Como veas. Pero espero que sepas lo que haces, yo estoy demasiado ocupado como para ayudarte.
- Mi padre era herrero; sé cómo manejar una forja.- contestó con media sonrisa. Dejó el par de monedas sobre una de las mesas y se encaminó a la parte trasera del taller, hacia el yunque que no estaba siendo usado.
Cyrian no era un herrero, pero tal y como había dicho, su padre lo había sido. Y aunque ese era un trabajo que jamás captó la atención del chico, el caballero sabía los rudimentos sobre el manejo. Y para lo que quería hacer no necesitaba más.
Dejó caer con cuidado el escudo y el fardo que llevaba en su hombro. Dentro del fardo, aparte de unas pocas provisiones de viaje se encontraba la placa pectoral de su armadura; podía haberla transportado todo el camino oculta en su sombra pero era menos llamativo así y procedió a calentar la forja.
Por su parte, el herrero le dedicaba de cuando en cuando una mirada vigilante. Enarcó una ceja al ver la armadura.- ¿Escudero, mercenario o a la Arena? – preguntó de pronto.
-¿Mis disculpas?- respondió confundido por la pregunta, mientras buscaba el cincel y el mazo
- Sólo conozco tres tipos de personas que le den tanta importancia a una armadura como para no esperar a la mañana para cuidarlas. Los primeros son escuderos, es decir, tienen que mantener las armas de otros.- Comenzó a explicarse el herrero.- Los segundos son mercenarios, que viven de ellas y no saben cuándo las necesitarán o si podrán cuidarlas en la mañana. Y los últimos, son los jóvenes de sangre caliente que vienen a la Arena a pelear como gallos entre sí. ¿Cuál sois vos?
-¿Esas son todas mis opciones?- Cyrian respondió con su media sonrisa fría, a la vez que ponía su escudo sobre el calor de los carbones; lo dejó calentarse hasta enrojecer, pero no hasta el punto en el que se destemplara. Con unas tenazas lo puso sobre el yunque y comenzó a golpear con el cincel y el mazo el emblema que lucía en su centro, separándolo de la pieza principal. Si tan sólo el herrero pudiera imaginar el retraso que acumulaba aquella intervención, el tiempo que hacía que debería haberlo hecho...
-Las que yo conozco al menos, mi señor.- replicó mirando con curiosidad lo que hacía el hombre.
-En tal caso, no soy escudero, sino caballero. Podéis colocarme en la categoría de mercenario; aunque es posible que visite la Arena.- Cyrian continuó hasta que el emblema de la estrella de nueve puntas desapareció de su escudo, y lo metió en la pila de agua para que se enfriase. A continuación, comenzó a repetir la operación con su pechera.
-Entonces, Sir Mercenario.- dijo con evidente retintín en la voz.- ¿Os trae a Adysium el rumor de guerra?
-Sí.- Fue la lacónica respuesta de Cyrian, acompañada de una sonrisa que helaba la sangre, que causó un incómodo silencio al herrero. Sí, los rumores de guerra le habían traído, pero no por un trabajo de unos pocos oros, sino por una larga búsqueda que ya se alargaba meses en el archipiélago.
* * *
-Permitidme una última pregunta.- dijo de repente, tras acabar con sus tareas.- ¿Dónde puedo encontrar una buena posada por aquí cerca?
Con las indicaciones del herrero, que súbitamente no quería saber más de los planes del caballero, llegó a una posada en el camino principal; a unos pocos minutos andando del puerto, pero ya fuera de la zona portuaria.
La posada era pequeña pero aún animada. Tenía una taberna y cocina en la planta baja, cuyo calor era conducido para transmitir calor a las habitaciones en invierno, y las habitaciones en un par de plantas sobre la primera.
Se acercó al posadero y consiguió la llave de una habitación individual. Después se sentó en una de las mesas más apartadas de la taberna, con la pared en su espalda mientras esperaba su cena.
Cyrian- Cantidad de envíos : 305
Re: Una sombra viajera
El viaje en el navío había sido mucho más largo de lo que habían planeado, para incomodidad de la mujer con la que viajaba haciendo el rol de enfermera. Su enfermedad, que era más de su alma y de su mente que de su cuerpo la hacían exigente y despótica y permanecer encerrada con ella por algunos días en un camarote le habría parecido a Lis un auténtico suplicio… en otros tiempos. Ahora, aceptaba los berrinches de la mujer con total indiferencia y apatía, haciendo lo que tenía que hacer con la eficiencia y precisión de siempre, pero sin aquella calidez que antaño le era habitual.
Habían llegado a Thoram poco antes del mediodía y se habían dirigido de inmediato a la Muralla de la Ascensión, alquilado una plataforma elevadora y subido a Adysium sin tardanza. Tras dejar a la enferma debidamente acomodada en su casa, al cuidado de sus sirvientas, haber recibido su paga y haber comido algo, había vuelto a bajar a la zona del puerto, para reanudar su búsqueda.
Hacía tanto tiempo ya que lo buscaba, en cuerpo y en espíritu, sin éxito alguno. Cada día que concluía sin haber tenido noticias de él, moría un poco. Pero la parte que aún vivía seguía buscando.
Aquel había sido un trabajo más que le habían ofrecido a Akira, parecido a tantos otros que había realizado desde que llegara a Jasperia; debía escoltar a un acaudalado caballero en viaje de negocios a Móselec. La paga era buena – necesitaban todo el dinero que pudieran reunir para compara aquella casa que habían visto, siquiera para un primer pago - y el viaje no sería largo ni particularmente peligroso. No había nada de que preocuparse… pero él jamás había regresado. Apoyado en la borda del barco, con su largo cabello azabache y su blanca hakama agitados por el viento, mientras le hacía señas de adiós con la mano, esa era la última imagen que había tenido de él.
Al comienzo sólo pensó que él viaje se había prolongado más de lo previsto y que Akira no había podido hacerle llegar un mensaje para avisarle; solía pasar, el servicio de mensajes en el archipiélago tenía algunas fallas. Pero luego había sabido que aquel comerciante había vuelto en la fecha prevista. Preocupada, había conseguido una entrevista con él y su preocupación se había transformado en terror cuando supo que Akira había desaparecido poco antes de regresar de Móselec. Ninguna explicación pudo dar el hombre a aquella desaparición, una mañana el semielfo no había aparecido para asumir su rol de guardián como de costumbre y nadie había podido dar cuenta de su paradero y nadie lo pudo encontrar. Era como si se hubiera desvanecido en el aire.
La noticia la había dejado en estado de shock. Había vagado por las calles de Trinacria durante horas con una sola idea dando vueltas en su cabeza: “volvió a suceder” Como si de un trágico karma se tratara, una vez más un hombre al que amaba partía en un viaje para no volver. Había pasado con Cedric, pasaba ahora con Akira. Pero conforme pasaba el tiempo una pequeña chispa de rebelión se despertaba en su alma. No se dejaría atropellar así por el destino, buscaría a Akira todo el tiempo que fuera necesario; mientras no viera su cuerpo muerto, para ella seguiría vivo y continuaría buscando.
Se había valido de sus viajes astrales, sin resultados y sus sueños, que solían aparecen cargados de signos sobre hechos que muchas veces hubiese preferido ignorar, tampoco le habían ayudado. Entonces, había ido personalmente a Móselec, había recorrido palmo a palmo la isla y hablado con lo que le había parecido la población entera y tampoco había obtenido nada. Desde entonces, se había aferrado a cada rumor como si fuera una pista y había viajado de un punto a otro… y nada.
Ya sin pistas que seguir, había resuelto revisar cada una de las islas del archipiélago aunque nada indicara que Akira hubiera estado ahí. Revisar el Triskel había sido su primera etapa y Adysium había sido la natural continuación. Recorrió el puerto durante horas tratando de obtener información, como siempre sin éxito, hasta que la puesta del sol le indicó que ya era hora de buscar un alojamiento.
Estaba tan cansada…
Pero su cansancio no era sólo físico y mental, era también emocional y espiritual. Buscar un alojamiento era casi un mero trámite, una forma de reunir la energía necesaria para continuar al día siguiente, sabía que no podría descansar de verdad hasta que supiera algo de él. Comenzaba su búsqueda al alba y continuaba hasta el anochecer, porque sólo esa obsesiva búsqueda le permitía mantenerse en pie y continuar sobreviviendo, que no viviendo realmente.
Las noches eran un calvario. Ella, la soñadora, apenas podía dormir; velaba preguntándose que había pasado con su amado, si estaría enfermo u herido, si tendría hambre, si estaba padeciendo frío, si alguien le estaría haciendo daño o si lo tendrían prisionero, si volvería vivo, si… si… si… Cuando conseguía dormir, las pesadillas pobladas de los horrores de Cascadas la atormentaban. Abstraída de todo lo que no fuera su búsqueda y su tormento, ignoraba los rumores de la invasión a Shamataw: de haberlo hecho, habría corrido en busca de un barco a esa isla, sólo para cerciorarse de que su amado no estaba en medio de la refriega.
Ya había oscurecido cuando cruzó las puertas de la posada. Vestida de un azul tan oscuro que parecía negro, el único color que ofrecía su palidísimo rostro, enmarcado en un algo desaliñado cabello plateado que le caía por los hombros, era el de las ojeras que circundaban sus ojos que ahora se veían de un gris oscuro, producto de la tristeza y la angustia que acompañaban su viaje. No se acercó al posadero para pedirle nada, ni habitación ni cena. Como si fuera una sonámbula caminó hasta una de las mesas, frente a otra que era ocupada por un caballero que llevaba una coraza de cuero, y se sentó en ella sin decir palabra, mirando al vacío.
Habían llegado a Thoram poco antes del mediodía y se habían dirigido de inmediato a la Muralla de la Ascensión, alquilado una plataforma elevadora y subido a Adysium sin tardanza. Tras dejar a la enferma debidamente acomodada en su casa, al cuidado de sus sirvientas, haber recibido su paga y haber comido algo, había vuelto a bajar a la zona del puerto, para reanudar su búsqueda.
Hacía tanto tiempo ya que lo buscaba, en cuerpo y en espíritu, sin éxito alguno. Cada día que concluía sin haber tenido noticias de él, moría un poco. Pero la parte que aún vivía seguía buscando.
Aquel había sido un trabajo más que le habían ofrecido a Akira, parecido a tantos otros que había realizado desde que llegara a Jasperia; debía escoltar a un acaudalado caballero en viaje de negocios a Móselec. La paga era buena – necesitaban todo el dinero que pudieran reunir para compara aquella casa que habían visto, siquiera para un primer pago - y el viaje no sería largo ni particularmente peligroso. No había nada de que preocuparse… pero él jamás había regresado. Apoyado en la borda del barco, con su largo cabello azabache y su blanca hakama agitados por el viento, mientras le hacía señas de adiós con la mano, esa era la última imagen que había tenido de él.
Al comienzo sólo pensó que él viaje se había prolongado más de lo previsto y que Akira no había podido hacerle llegar un mensaje para avisarle; solía pasar, el servicio de mensajes en el archipiélago tenía algunas fallas. Pero luego había sabido que aquel comerciante había vuelto en la fecha prevista. Preocupada, había conseguido una entrevista con él y su preocupación se había transformado en terror cuando supo que Akira había desaparecido poco antes de regresar de Móselec. Ninguna explicación pudo dar el hombre a aquella desaparición, una mañana el semielfo no había aparecido para asumir su rol de guardián como de costumbre y nadie había podido dar cuenta de su paradero y nadie lo pudo encontrar. Era como si se hubiera desvanecido en el aire.
La noticia la había dejado en estado de shock. Había vagado por las calles de Trinacria durante horas con una sola idea dando vueltas en su cabeza: “volvió a suceder” Como si de un trágico karma se tratara, una vez más un hombre al que amaba partía en un viaje para no volver. Había pasado con Cedric, pasaba ahora con Akira. Pero conforme pasaba el tiempo una pequeña chispa de rebelión se despertaba en su alma. No se dejaría atropellar así por el destino, buscaría a Akira todo el tiempo que fuera necesario; mientras no viera su cuerpo muerto, para ella seguiría vivo y continuaría buscando.
Se había valido de sus viajes astrales, sin resultados y sus sueños, que solían aparecen cargados de signos sobre hechos que muchas veces hubiese preferido ignorar, tampoco le habían ayudado. Entonces, había ido personalmente a Móselec, había recorrido palmo a palmo la isla y hablado con lo que le había parecido la población entera y tampoco había obtenido nada. Desde entonces, se había aferrado a cada rumor como si fuera una pista y había viajado de un punto a otro… y nada.
Ya sin pistas que seguir, había resuelto revisar cada una de las islas del archipiélago aunque nada indicara que Akira hubiera estado ahí. Revisar el Triskel había sido su primera etapa y Adysium había sido la natural continuación. Recorrió el puerto durante horas tratando de obtener información, como siempre sin éxito, hasta que la puesta del sol le indicó que ya era hora de buscar un alojamiento.
Estaba tan cansada…
Pero su cansancio no era sólo físico y mental, era también emocional y espiritual. Buscar un alojamiento era casi un mero trámite, una forma de reunir la energía necesaria para continuar al día siguiente, sabía que no podría descansar de verdad hasta que supiera algo de él. Comenzaba su búsqueda al alba y continuaba hasta el anochecer, porque sólo esa obsesiva búsqueda le permitía mantenerse en pie y continuar sobreviviendo, que no viviendo realmente.
Las noches eran un calvario. Ella, la soñadora, apenas podía dormir; velaba preguntándose que había pasado con su amado, si estaría enfermo u herido, si tendría hambre, si estaba padeciendo frío, si alguien le estaría haciendo daño o si lo tendrían prisionero, si volvería vivo, si… si… si… Cuando conseguía dormir, las pesadillas pobladas de los horrores de Cascadas la atormentaban. Abstraída de todo lo que no fuera su búsqueda y su tormento, ignoraba los rumores de la invasión a Shamataw: de haberlo hecho, habría corrido en busca de un barco a esa isla, sólo para cerciorarse de que su amado no estaba en medio de la refriega.
Ya había oscurecido cuando cruzó las puertas de la posada. Vestida de un azul tan oscuro que parecía negro, el único color que ofrecía su palidísimo rostro, enmarcado en un algo desaliñado cabello plateado que le caía por los hombros, era el de las ojeras que circundaban sus ojos que ahora se veían de un gris oscuro, producto de la tristeza y la angustia que acompañaban su viaje. No se acercó al posadero para pedirle nada, ni habitación ni cena. Como si fuera una sonámbula caminó hasta una de las mesas, frente a otra que era ocupada por un caballero que llevaba una coraza de cuero, y se sentó en ella sin decir palabra, mirando al vacío.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Una sombra viajera
Aquellos días habían sido horribles.
Primero se había visto envuelta en aquella incomprensible refriega en medio de la noche, en el entresijo de las calles de Adysium, y ya habría sido una emoción lo suficientemente fuerte para ella sin que nada viniera a añadirse. Se escuchaban rumores de guerra en el archipiélago, y aquello la preocupaba. Después, alguien le había robado su bolsa y todos los ahorros que contenía, si no la había perdido ella misma, despistada en sus propias preocupaciones. Cuando pidió ayuda para buscarla todo el mundo hizo oídos sordos y la miraron con una sorna que la hizo enrojecer, y cuando supieron que no tenía dinero la echaron de la posada en la que se alojaba sin la menor contemplación, mientras caía la noche y sin escucharla por mucho que ella llorara. Había pasado la peor noche de su vida escondida en una callejuela sin poder pegar ojo, convencida de que si lo hacía llegaría algún maleante, o un perro rabioso. Hacía muchísimo frío; no tenía ningún lugar en el que meterse y creía que si se movía alguien la vería (y la experiencia le indicaba que era mejor sufrir en silencio que pedir ayuda a quien sólo buscaría aprovecharse), pero no pudo evitar la tentación de crear un pequeño fuego para entrar en calor.
Se levantó por la mañana cuando sólo se podían adivinar los primeros rayos de sol; le dolía la cabeza y le escocían los ojos. Encontró una fuente y se echó agua helada en la cara, acicalándose el pelo y resistiendo el frío con un estoicismo que no se conocía - ¿o quizás aquella noche ya se había hecho inmune?
Aquel día tampoco pudo descansar: lo dedicó enteramente a la búsqueda de un empleo que le garantizara un techo. Llamó casa por casa a las mejores mansiones, ofreciéndose como institutriz, pero debió haber supuesto que de aquella forma, y con el aspecto agotado que ofrecía en aquel momento, no obtendría resultados. Ya pensaba que tendría que volver a pasar la noche a la intemperie cuando, no sabía muy bien cómo, un ángel la había salvado. No recordaba muy bien el encuentro, sólo que había llorado mucho, pero aquella mujer se había apiadado de ella y le había propuesto dos semanas de paga y un rincón en el que dormir.
A cambio, sólo tenía que servir de moza de taberna.
Pensarlo la llenaba de vergüenza; no podía concebir un trabajo más vulgar para ella (aunque sí uno más indigno, bajo, sucio... pero jamás caería en eso; antes se mataría), reservado por lo general a un arquetipo al que no pertenecía. Su timidez para con los hombres dificultaba mucho el empleo, y el tiempo que llevaba ejerciendo había estado tan plegado de torpezas que dudaba si no la echarían antes de acabar el periodo acordado. De hecho, aquella tarde se había puesto tan nerviosa que aquel buen ángel que era la dueña se había acercado a ella, la había mirado fijamente a los ojos, y le había mandado ir a relajarse a la ciudad aquella noche.
Vera sólo hizo caso hasta un punto. Había ido a una posada, a mezclarse con la multitud... y también, lo admitiría con mucha vergüenza, para ver cómo se las apañaban allí las camareras, o el posadero, o, en suma, quien sirviera las mesas. Jamás se atrevería a hablar con una para pedirle consejos, por timidez como por amor propio, pero podía observar.
Y fue observando con cuidado como vio a aquella pobre mujer de aspecto desolado que entró algo después que ella. Verla le rompió el corazón, porque hasta un punto le recordaba a ella misma sólo dos días atrás. Debía ayudarla. Si un ángel había aparecido para ella, era sólo justo que ella fuera un ángel para otra persona más.
Con esta loable convicción en mente, aunque sin saber muy bien qué acciones concretas emprendería, Vera se puso en pie y con mucha decisión caminó hacia la mesa de la pobre mujer, dispuesta a ayudarla en todo lo que fuera necesario... si no fuera porque, de camino, tan metida en su buena intención, tropezó sin saber cómo, se agarró instintivamente, se llevó en la caída a un tercero que sólo pasaba por allí, y el estrépito de los platos al caer al suelo invadió aquella zona de la posada, seguida por la risa general frente a aquella reacción en cadena.
En su pelo Vera notó la sensación pegajosa de la grasienta sopa que le había caído encima, y levantando la vista con los ojos desorbitados vio al caballero al que iba dirigida la comida que acababa de hacer caer, junto con ella misma. De repente le pareció que no existía ninguna otra persona en aquella posada, y la vergüenza de aquel momento fue culmininante.
Primero se había visto envuelta en aquella incomprensible refriega en medio de la noche, en el entresijo de las calles de Adysium, y ya habría sido una emoción lo suficientemente fuerte para ella sin que nada viniera a añadirse. Se escuchaban rumores de guerra en el archipiélago, y aquello la preocupaba. Después, alguien le había robado su bolsa y todos los ahorros que contenía, si no la había perdido ella misma, despistada en sus propias preocupaciones. Cuando pidió ayuda para buscarla todo el mundo hizo oídos sordos y la miraron con una sorna que la hizo enrojecer, y cuando supieron que no tenía dinero la echaron de la posada en la que se alojaba sin la menor contemplación, mientras caía la noche y sin escucharla por mucho que ella llorara. Había pasado la peor noche de su vida escondida en una callejuela sin poder pegar ojo, convencida de que si lo hacía llegaría algún maleante, o un perro rabioso. Hacía muchísimo frío; no tenía ningún lugar en el que meterse y creía que si se movía alguien la vería (y la experiencia le indicaba que era mejor sufrir en silencio que pedir ayuda a quien sólo buscaría aprovecharse), pero no pudo evitar la tentación de crear un pequeño fuego para entrar en calor.
Se levantó por la mañana cuando sólo se podían adivinar los primeros rayos de sol; le dolía la cabeza y le escocían los ojos. Encontró una fuente y se echó agua helada en la cara, acicalándose el pelo y resistiendo el frío con un estoicismo que no se conocía - ¿o quizás aquella noche ya se había hecho inmune?
Aquel día tampoco pudo descansar: lo dedicó enteramente a la búsqueda de un empleo que le garantizara un techo. Llamó casa por casa a las mejores mansiones, ofreciéndose como institutriz, pero debió haber supuesto que de aquella forma, y con el aspecto agotado que ofrecía en aquel momento, no obtendría resultados. Ya pensaba que tendría que volver a pasar la noche a la intemperie cuando, no sabía muy bien cómo, un ángel la había salvado. No recordaba muy bien el encuentro, sólo que había llorado mucho, pero aquella mujer se había apiadado de ella y le había propuesto dos semanas de paga y un rincón en el que dormir.
A cambio, sólo tenía que servir de moza de taberna.
Pensarlo la llenaba de vergüenza; no podía concebir un trabajo más vulgar para ella (aunque sí uno más indigno, bajo, sucio... pero jamás caería en eso; antes se mataría), reservado por lo general a un arquetipo al que no pertenecía. Su timidez para con los hombres dificultaba mucho el empleo, y el tiempo que llevaba ejerciendo había estado tan plegado de torpezas que dudaba si no la echarían antes de acabar el periodo acordado. De hecho, aquella tarde se había puesto tan nerviosa que aquel buen ángel que era la dueña se había acercado a ella, la había mirado fijamente a los ojos, y le había mandado ir a relajarse a la ciudad aquella noche.
Vera sólo hizo caso hasta un punto. Había ido a una posada, a mezclarse con la multitud... y también, lo admitiría con mucha vergüenza, para ver cómo se las apañaban allí las camareras, o el posadero, o, en suma, quien sirviera las mesas. Jamás se atrevería a hablar con una para pedirle consejos, por timidez como por amor propio, pero podía observar.
Y fue observando con cuidado como vio a aquella pobre mujer de aspecto desolado que entró algo después que ella. Verla le rompió el corazón, porque hasta un punto le recordaba a ella misma sólo dos días atrás. Debía ayudarla. Si un ángel había aparecido para ella, era sólo justo que ella fuera un ángel para otra persona más.
Con esta loable convicción en mente, aunque sin saber muy bien qué acciones concretas emprendería, Vera se puso en pie y con mucha decisión caminó hacia la mesa de la pobre mujer, dispuesta a ayudarla en todo lo que fuera necesario... si no fuera porque, de camino, tan metida en su buena intención, tropezó sin saber cómo, se agarró instintivamente, se llevó en la caída a un tercero que sólo pasaba por allí, y el estrépito de los platos al caer al suelo invadió aquella zona de la posada, seguida por la risa general frente a aquella reacción en cadena.
En su pelo Vera notó la sensación pegajosa de la grasienta sopa que le había caído encima, y levantando la vista con los ojos desorbitados vio al caballero al que iba dirigida la comida que acababa de hacer caer, junto con ella misma. De repente le pareció que no existía ninguna otra persona en aquella posada, y la vergüenza de aquel momento fue culmininante.
Vera- Cantidad de envíos : 44
Re: Una sombra viajera
Fuera de la posada, los últimos rayos de luz desaparecían del horizonte occidental y el manto de la noche procedía a envolver a la ciudad, cuyas luces eran pálida competencia a las estrellas que iluminaban aquella maravillosa noche, haciendo compañía a la luna Enki, que se encontraba casi en plenilunio brillando en solitario en el cielo, pues sus compañeras aún no habían aparecido por el horizonte.
Pero dentro del edificio, de todo aquel espectáculo celeste, sólo era apreciable el descenso de la luz en el exterior en contraste con la oscilante luz de las lámparas que iluminaban la sala que servía de comedor. Con el principio de la noche, algunos clientes abandonaron el local; los más, de vuelta a sus hogares para descansar para la jornada del día siguiente, los menos, porque precisamente su jornada acababa de empezar. Por supuesto, esto no significaba necesariamente que tuvieran un oficio cuestionable; un buen número de ellos eran los encargados de encender las luces que iluminaban las calles principales de la urbe y de apagarlos con el lucero del alba.
Pero otros, en menor número, entraron. De entre ellos, dos damas fueron quienes atrajeron la atención del caballero, si bien cada una en un momento y por razones diferentes.
La primera en hacerlo fue una mujer de baja estatura, con unos agradables y exóticos rasgos... Un precioso cabello plateado, unos bonitos ojos grises enmarcados en un rostro de tez pálida... Pero no era por eso que los castaños ojos de Cyrian la seguían, sino por la historia que parecía contar su aspecto y forma de actuar. Se preguntaba qué podría llevar a una mujer a ese estado de ausencia, a esa aura de tristeza tan profunda.
No era la compasión, ni ninguna otra emoción para el caso, la que le hacía plantearse esa pregunta sino.... La simple curiosidad. En realidad, no le importaba qué pudiera afligir a la mujer, pero la curiosidad era la herramienta más discreta que había encontrado para combatir el aburrimiento que era su único compañero de viaje. Desde Kuzueth, lo único que había hecho era viajar solo y, alguna vez, espiar cuando creía oír alguna referencia a los nombres que buscaba. No lo reconocería en voz alta, pero echaba de menos hablar con Rebeca.
Su mirada la siguió hasta apenas tomó asiento, justo frente a él, como un autómata. A esa distancia, reconoció demasiado bien el rictus que se dibujaba en sus delicadas facciones; era tristeza poco a poco convirtiéndose en desesperación...
Su observación fue interrumpida por la segunda persona, de nuevo mujer; ésta era más alta que la primera, con cabello grisáceo y ojos ámbar enmarcados en una piel nívea. La había visto entrar poco antes que a la primera, pero no le había prestado atención; no hasta que se levantó cerca de donde él se encontraba, en apariencia en dirección a la mujer apenada; pero nunca alcanzó su destino. Se cruzó en la ruta de su cena con un catastrófico resultado (al menos para el plato) y ciertamente poco afortunado para la joven que arrancó una carcajada general de la taberna y media sonrisa en el caballero. No se reía de su caída, sino que pensaba en aquel momento lo divertido que le hubiera resultado a Teresa ver que se quedaba de nuevo sin cena. Tendría que dejar que esperar que le trajesen la comida y comenzar a ir a buscarla...
Sin embargo, las risas se alargaron más de lo que al caballero le parecía de buen gusto y, tras despedir de un gesto a la moza que se disculpaba por la comida y prometía traerle otro plato de inmediato, se levantó de su asiento y se puso en cuclillas junto a la avergonzada mujer.
- Lo importante no es haber tropezado y caído, sino saber levantarse. - dijo en lo que, viniendo de él, era un tono amable, aunque siguiera sonando frío. Curiosamente, era una frase que su maestro les decía a menudo durante su entrenamiento. Le tendió la mano para ayudarla a levantarse caballerosamente. Una vez ambos estaban de nuevo en pie añadió.- Prestad un poco más de atención a lo que sucede a vuestro lado y debería suceder menos a menudo. - E hizo ademán de volver a ocupar su asiento.
Pero dentro del edificio, de todo aquel espectáculo celeste, sólo era apreciable el descenso de la luz en el exterior en contraste con la oscilante luz de las lámparas que iluminaban la sala que servía de comedor. Con el principio de la noche, algunos clientes abandonaron el local; los más, de vuelta a sus hogares para descansar para la jornada del día siguiente, los menos, porque precisamente su jornada acababa de empezar. Por supuesto, esto no significaba necesariamente que tuvieran un oficio cuestionable; un buen número de ellos eran los encargados de encender las luces que iluminaban las calles principales de la urbe y de apagarlos con el lucero del alba.
Pero otros, en menor número, entraron. De entre ellos, dos damas fueron quienes atrajeron la atención del caballero, si bien cada una en un momento y por razones diferentes.
La primera en hacerlo fue una mujer de baja estatura, con unos agradables y exóticos rasgos... Un precioso cabello plateado, unos bonitos ojos grises enmarcados en un rostro de tez pálida... Pero no era por eso que los castaños ojos de Cyrian la seguían, sino por la historia que parecía contar su aspecto y forma de actuar. Se preguntaba qué podría llevar a una mujer a ese estado de ausencia, a esa aura de tristeza tan profunda.
No era la compasión, ni ninguna otra emoción para el caso, la que le hacía plantearse esa pregunta sino.... La simple curiosidad. En realidad, no le importaba qué pudiera afligir a la mujer, pero la curiosidad era la herramienta más discreta que había encontrado para combatir el aburrimiento que era su único compañero de viaje. Desde Kuzueth, lo único que había hecho era viajar solo y, alguna vez, espiar cuando creía oír alguna referencia a los nombres que buscaba. No lo reconocería en voz alta, pero echaba de menos hablar con Rebeca.
Su mirada la siguió hasta apenas tomó asiento, justo frente a él, como un autómata. A esa distancia, reconoció demasiado bien el rictus que se dibujaba en sus delicadas facciones; era tristeza poco a poco convirtiéndose en desesperación...
Su observación fue interrumpida por la segunda persona, de nuevo mujer; ésta era más alta que la primera, con cabello grisáceo y ojos ámbar enmarcados en una piel nívea. La había visto entrar poco antes que a la primera, pero no le había prestado atención; no hasta que se levantó cerca de donde él se encontraba, en apariencia en dirección a la mujer apenada; pero nunca alcanzó su destino. Se cruzó en la ruta de su cena con un catastrófico resultado (al menos para el plato) y ciertamente poco afortunado para la joven que arrancó una carcajada general de la taberna y media sonrisa en el caballero. No se reía de su caída, sino que pensaba en aquel momento lo divertido que le hubiera resultado a Teresa ver que se quedaba de nuevo sin cena. Tendría que dejar que esperar que le trajesen la comida y comenzar a ir a buscarla...
Sin embargo, las risas se alargaron más de lo que al caballero le parecía de buen gusto y, tras despedir de un gesto a la moza que se disculpaba por la comida y prometía traerle otro plato de inmediato, se levantó de su asiento y se puso en cuclillas junto a la avergonzada mujer.
- Lo importante no es haber tropezado y caído, sino saber levantarse. - dijo en lo que, viniendo de él, era un tono amable, aunque siguiera sonando frío. Curiosamente, era una frase que su maestro les decía a menudo durante su entrenamiento. Le tendió la mano para ayudarla a levantarse caballerosamente. Una vez ambos estaban de nuevo en pie añadió.- Prestad un poco más de atención a lo que sucede a vuestro lado y debería suceder menos a menudo. - E hizo ademán de volver a ocupar su asiento.
Cyrian- Cantidad de envíos : 305
Re: Una sombra viajera
Hasta cierto punto era misericordioso que no pudiera apreciar la belleza de la noche en plenilunio. La luna estaba estrechamente asociada a Akira y el plenilunio, a aquél maravilloso jardín de hielo que él le había regalado, en un tiempo que cada vez más le parecía perteneciente a otra vida. Contemplarlos era escarbar en la herida, ahondar en su dolor. Estar bajo techo la protegía al menos de eso, aunque no del cúmulo de temores, incertezas y angustias que la acompañaban.
Permaneció inmóvil como una estatua, mirando sin ver al caballero que tenía enfrente, ajena a lo que ocurría a su alrededor. Sabiendo que no podría dormir, no quería pedir una habitación y no tenía hambre. Estar simplemente sentada ahí, hasta el amanecer, le proporcionaría todo el descanso al que podía aspirar por aquellos días. Absorta, divagaba sobre sus opciones. El dinero que aquella mujer le había pagado – contrariamente a lo que acostumbraba, le había cobrado realmente caro y la dama, fascinada de tener una enfermera personal durante el viaje, había pagado sin regatear – le serviría para pagar alojamiento y comida durante varios días y para comprar un pasaje de barco a cualquier parte cuando, una vez más, sus esfuerzos no tuvieran resultados.
Aunque se aferraba obstinadamente a la esperanza de encontrar a Akira o al menos de tener alguna noticia de él, no podía eludir el hecho de que nada de lo que había hecho había servido de nada y con cada desengaño, aumentaba en ella la amarga sensación de que podía recorrer el archipiélago de cabo a rabo sin resultado alguno.
¿Dónde estás, amor? ¿Dónde estás?
Si hubiera sido creyente de alguna religión se habría prosternado hasta que las rodillas le quedaran en carne viva, suplicando por tener noticias del semielfo. Pero nunca había sido creyente, por más que en momentos de pánico hubiese musitado todas las oraciones que conociera a todas los dioses de los que había oído alguna vez hablar, en busca de una ilusoria sensación de protección. Ahora, en su hora más oscura, no conseguía engañarse creyendo que una deidad le devolvería a su amado. No, ir a un templo sólo sería una pérdida de tiempo.
¿Qué le quedaba entonces? ¿La magia? Su propia magia no había funcionado, pero había muchos tipos de magia en el universo. Y en Adysium había muchos magos, debía haber alguno que pudiera ayudarle a encontrar al desaparecido, costara lo que costara. No se hacía la ilusión de tner ayuda gratis, pero encontraría la manera de pagar esos servicios...
Lentamente se iba hundiendo en un estado hipnagógico, fronterizo entre la vigilia y el sueño, que fue perturbado, sin llegar a interrumpirlo por un estrépito de platos al romperse. Al ver a la chica caída, su arraigado instinto de sanadora actuó en forma automática. Se levantó como en trance y se acercó a la muchacha, que se había levantado ya.
- ¿Estáis herida? - preguntó con voz monocorde.
Sólo entonces vio al caballero. Se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos, sorprendida. Sus cabellos y ojos castaños, su coraza, se superpusieron con la imagen de otro caballero que guardaba en un rincón de su memoria, produciendo una suerte de alucinación. Retrocedió un paso, asustada, tapándose la boca con una mano para ahogar un grito, pero logró recuperar el dominio suficiente para preguntar, con voz temblorosa:
- ¿Cedric?
Permaneció inmóvil como una estatua, mirando sin ver al caballero que tenía enfrente, ajena a lo que ocurría a su alrededor. Sabiendo que no podría dormir, no quería pedir una habitación y no tenía hambre. Estar simplemente sentada ahí, hasta el amanecer, le proporcionaría todo el descanso al que podía aspirar por aquellos días. Absorta, divagaba sobre sus opciones. El dinero que aquella mujer le había pagado – contrariamente a lo que acostumbraba, le había cobrado realmente caro y la dama, fascinada de tener una enfermera personal durante el viaje, había pagado sin regatear – le serviría para pagar alojamiento y comida durante varios días y para comprar un pasaje de barco a cualquier parte cuando, una vez más, sus esfuerzos no tuvieran resultados.
Aunque se aferraba obstinadamente a la esperanza de encontrar a Akira o al menos de tener alguna noticia de él, no podía eludir el hecho de que nada de lo que había hecho había servido de nada y con cada desengaño, aumentaba en ella la amarga sensación de que podía recorrer el archipiélago de cabo a rabo sin resultado alguno.
¿Dónde estás, amor? ¿Dónde estás?
Si hubiera sido creyente de alguna religión se habría prosternado hasta que las rodillas le quedaran en carne viva, suplicando por tener noticias del semielfo. Pero nunca había sido creyente, por más que en momentos de pánico hubiese musitado todas las oraciones que conociera a todas los dioses de los que había oído alguna vez hablar, en busca de una ilusoria sensación de protección. Ahora, en su hora más oscura, no conseguía engañarse creyendo que una deidad le devolvería a su amado. No, ir a un templo sólo sería una pérdida de tiempo.
¿Qué le quedaba entonces? ¿La magia? Su propia magia no había funcionado, pero había muchos tipos de magia en el universo. Y en Adysium había muchos magos, debía haber alguno que pudiera ayudarle a encontrar al desaparecido, costara lo que costara. No se hacía la ilusión de tner ayuda gratis, pero encontraría la manera de pagar esos servicios...
Lentamente se iba hundiendo en un estado hipnagógico, fronterizo entre la vigilia y el sueño, que fue perturbado, sin llegar a interrumpirlo por un estrépito de platos al romperse. Al ver a la chica caída, su arraigado instinto de sanadora actuó en forma automática. Se levantó como en trance y se acercó a la muchacha, que se había levantado ya.
- ¿Estáis herida? - preguntó con voz monocorde.
Sólo entonces vio al caballero. Se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos, sorprendida. Sus cabellos y ojos castaños, su coraza, se superpusieron con la imagen de otro caballero que guardaba en un rincón de su memoria, produciendo una suerte de alucinación. Retrocedió un paso, asustada, tapándose la boca con una mano para ahogar un grito, pero logró recuperar el dominio suficiente para preguntar, con voz temblorosa:
- ¿Cedric?
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Una sombra viajera
Las buenas palabras de aquel caballero la hundieron más en la vergüenza. Ojalá todo el mundo pensara así, que las caídas no importan mientras te acabes levantando, pero una caída desafortunada como aquella era la que siempre quedaba en los labios de todos incluso semanas después de ocurrir. Percibía un trasfondo bondadoso en la frase y, aunque la frialdad de su forma de hablar la trastocó, agradeció la ausencia de sonrisa burlona.
Aceptó su mano para levantarse sin pensarlo; cuando se dio cuenta de que la había manchado de aquella sopa se sonrojó.
- Lo pagaré - murmuró avergonzada mientras amplificaba en su mente las últimas palabras del caballero, que pronto comenzó a considerar una burla encubierta y como reproche... justificado.
Sentía el rostro acalorado, pero no podía permitirse quedarse bloqueada tontamente. Por ello iba a reiterar sus disculpas de alguna forma cuando vio que la mujer por la que se había levantado había venido preocupada por ella. Todo lo contrario de lo que debería haber pasado.
- Estoy bien...
Aquello le pasaba por querer ser el "ángel" de alguien. Debió haberse quedado callada en su sitio. Quiso disculparse de nuevo, ahora con ella como si le hubiera causado algún mal, pero cuando la miró a la cara ella retrocedió asustada. Le costó un momento comprender que no retrocedía a la vista de Vera, sino por el caballero. Por... Cedric.
Vera se llevó una mano a la boca al comprender.
- ¡Oh! - exclamó sorprendida - Se... ¿se conocían? Yo... ¡perdón!
Si se conocían, entonces sentía que las faltas se multiplicaban y que tenía que disculparse el doble con ambos. ¿Cómo hacerlo sin que la miraran con desprecio? No podría soportar más vergüenza en ese momento.
- Lo pagaré, de verdad.
Aceptó su mano para levantarse sin pensarlo; cuando se dio cuenta de que la había manchado de aquella sopa se sonrojó.
- Lo pagaré - murmuró avergonzada mientras amplificaba en su mente las últimas palabras del caballero, que pronto comenzó a considerar una burla encubierta y como reproche... justificado.
Sentía el rostro acalorado, pero no podía permitirse quedarse bloqueada tontamente. Por ello iba a reiterar sus disculpas de alguna forma cuando vio que la mujer por la que se había levantado había venido preocupada por ella. Todo lo contrario de lo que debería haber pasado.
- Estoy bien...
Aquello le pasaba por querer ser el "ángel" de alguien. Debió haberse quedado callada en su sitio. Quiso disculparse de nuevo, ahora con ella como si le hubiera causado algún mal, pero cuando la miró a la cara ella retrocedió asustada. Le costó un momento comprender que no retrocedía a la vista de Vera, sino por el caballero. Por... Cedric.
Vera se llevó una mano a la boca al comprender.
- ¡Oh! - exclamó sorprendida - Se... ¿se conocían? Yo... ¡perdón!
Si se conocían, entonces sentía que las faltas se multiplicaban y que tenía que disculparse el doble con ambos. ¿Cómo hacerlo sin que la miraran con desprecio? No podría soportar más vergüenza en ese momento.
- Lo pagaré, de verdad.
Vera- Cantidad de envíos : 44
Re: Una sombra viajera
Del mismo modo que no había burla en su rostro cuando la ayudó a levantarse, sus palabras no iban cargadas con ninguna clase de malicia. Asimismo, si al caballero le molestó en lo más mínimo el que la joven caída le manchara la mano de sopa, no dio ninguna muestra de ello.
No, Cyrian no había optado por una burla más solapada a la joven; del mismo modo que tampoco lo había hecho para obtener una disculpa o una reparación, como la que se le ofrecía. No; la razón era mucho más sencilla, al menos para él. Pese a su estado actual, pese a las múltiples cargas que portaban sus hombros, Cyrian era aún un hombre con sentido del honor y había sido éste quien juzgó que la burla se había alargado en demasía y que era el momento de intervenir, como parte involuntariamente involucrada.
- No es necesario, milady; la moza ya ha dicho que traerá otro plato para mí. No aceptaré que paguéis por algo que ha sido un accidente. - replicó sin ninguna inflexión en su voz. Iba a volverse hacia su asiento cuando la mujer "ausente" se acercó a interesarse por la otra; para el antiguo paladín era razonable pensar que se conocieran de antemano. Después de todo, la mujer de cabellos grises se dirigía a su mesa cuando tropezó. Cuando cayó en la cuenta de eso, no pudo evitar ponerse alerta; todo podía no ser más que una estratagema de ladrones...
Esa idea duró tanto como lo que tardó en advertir la cara de sorpresa, casi de susto, con la que le miraba la joven de cabello de plata; aunque mantuvo la calma, se alarmó y eso sí se tradujo en un leve cambio de color en sus ojos, si bien en nada más de su expresión. ¿Le conocía? Eso podía ser un problema si esa mujer venía de Kuzueth...
- ¿Cedric?
Tuvo que hacer un sincero esfuerzo para contener un suspiro de alivio al escucharla; simplemente le había confundido.
- No, milady, me confundís. - dijo con calma, sin sonar condescendiente.- Ni mi nombre es Cedric, ni tengo el gusto de conoceros; lo lamento. Mi nombre es Cyrian. - Al verla, resultaba evidente lo alterada que se encontraba.- Disculpad la pregunta pero... ¿os encontráis bien? - Y un giro de cabeza hizo extensible la pregunta a ambas damas, al ver la vergüenza creciente de la de cabellos grises.
Y creyó encontrar la razón. Eran los únicos clientes de pie entre las mesas y, a razón de la caída, muchas miradas estaban fijas en ellos. Para que la situación volviera a la normalidad, o al menos a un punto menos incómodo, era necesario que regresaran a un plano más discreto. Con un amable gesto, indicó su mesa. - Por favor, tomad asiento a mi mesa. Opino que sería mejor que seguir aquí en pie.
Y, en su opinión, lo era para todos. Para la de ojos grises, por su aspecto enfermizo; para la de ojos ambarinos, ayudar a que pasara el mal trago del tropiezo y para él.... para él porque aún no quería muchas miradas sobre su persona.
No, Cyrian no había optado por una burla más solapada a la joven; del mismo modo que tampoco lo había hecho para obtener una disculpa o una reparación, como la que se le ofrecía. No; la razón era mucho más sencilla, al menos para él. Pese a su estado actual, pese a las múltiples cargas que portaban sus hombros, Cyrian era aún un hombre con sentido del honor y había sido éste quien juzgó que la burla se había alargado en demasía y que era el momento de intervenir, como parte involuntariamente involucrada.
- No es necesario, milady; la moza ya ha dicho que traerá otro plato para mí. No aceptaré que paguéis por algo que ha sido un accidente. - replicó sin ninguna inflexión en su voz. Iba a volverse hacia su asiento cuando la mujer "ausente" se acercó a interesarse por la otra; para el antiguo paladín era razonable pensar que se conocieran de antemano. Después de todo, la mujer de cabellos grises se dirigía a su mesa cuando tropezó. Cuando cayó en la cuenta de eso, no pudo evitar ponerse alerta; todo podía no ser más que una estratagema de ladrones...
Esa idea duró tanto como lo que tardó en advertir la cara de sorpresa, casi de susto, con la que le miraba la joven de cabello de plata; aunque mantuvo la calma, se alarmó y eso sí se tradujo en un leve cambio de color en sus ojos, si bien en nada más de su expresión. ¿Le conocía? Eso podía ser un problema si esa mujer venía de Kuzueth...
- ¿Cedric?
Tuvo que hacer un sincero esfuerzo para contener un suspiro de alivio al escucharla; simplemente le había confundido.
- No, milady, me confundís. - dijo con calma, sin sonar condescendiente.- Ni mi nombre es Cedric, ni tengo el gusto de conoceros; lo lamento. Mi nombre es Cyrian. - Al verla, resultaba evidente lo alterada que se encontraba.- Disculpad la pregunta pero... ¿os encontráis bien? - Y un giro de cabeza hizo extensible la pregunta a ambas damas, al ver la vergüenza creciente de la de cabellos grises.
Y creyó encontrar la razón. Eran los únicos clientes de pie entre las mesas y, a razón de la caída, muchas miradas estaban fijas en ellos. Para que la situación volviera a la normalidad, o al menos a un punto menos incómodo, era necesario que regresaran a un plano más discreto. Con un amable gesto, indicó su mesa. - Por favor, tomad asiento a mi mesa. Opino que sería mejor que seguir aquí en pie.
Y, en su opinión, lo era para todos. Para la de ojos grises, por su aspecto enfermizo; para la de ojos ambarinos, ayudar a que pasara el mal trago del tropiezo y para él.... para él porque aún no quería muchas miradas sobre su persona.
Cyrian- Cantidad de envíos : 305
Re: Una sombra viajera
Ni siquiera escuchó lo que la joven de ojos color ámbar dijo, toda su atención centrada en aquel a quien creía vuelto de entre los muertos. Durante fugaz instante que el joven tardó en responder, en ella nació una nueva esperanza: si pese a todo lo que había creído, todo lo que había pensado durante todos esos años, Cedric estaba vivo, entonces nada era imposible. Su búsqueda no era un imposible, encontraría a Akira.
Pero esa esperanza fue un fugaz destello que se extinguió apenas el joven de ojos castaños negó ser quien ella creía y fue reemplazado por una vaga decepción y una nueva inquietud. ¿Qué le estaba pasando? Por supuesto, ese muchacho no podía ser Cedric, éste había muerto hacía mucho tiempo y los muertos nunca regresan, ¿cómo había podido creer semejante cosa? ¿es que estaba empezando a volverse loca?
¿Qué me has hecho, Akira? ¿Dónde estás, amor?
- Disculpad, milord, tenéis razón, os confundí - respondió cortésmente, con el gris de sus ojos aún más oscuro.
No estaba avergonzada, estaba preocupada. Vuelta ya a la realidad, se daba perfecta cuenta que dicha confusión jamás se habría producido en circunstancias normales, ni aun cuando Cedric hubiera estado vivo; había sido una especie de delirio, una pérdida momentánea de control y le temía a eso.
- Sólo estoy cansada, milord, os lo agradezco pero no debéis preocuparos.
No estaba bien, en ningún sentido, pero no iba a decirle eso al caballero; no acostumbraba importunar a desconocidos con el relato de sus penas; además, no era el lugar ni era el momento. Arrancada del estado casi de trance en que había estado, era consciente de las miradas que se centraban en ellos y fue consciente también, de la avergonzada chica que se encontraba junto a ellos. Vaciló antes de aceptar la invitación, su idea era volver a su propia mesa, pero supo que ya no iba a pasar desapercibida e intuyó también que dicha invitación era una especie de rescate para la azorada joven de cabellos grises y eso la hizo cambiar de opinión.
- Gracias, milord, será un placer – contestó con formalidad y se acercó a la mesa.
¿Quién sabe? Tal vez el esfuerzo de acompañar a esas personas no fuera demasiado y quizás le ayudara a alejar sus fantasmas durante algún tiempo.
Pero esa esperanza fue un fugaz destello que se extinguió apenas el joven de ojos castaños negó ser quien ella creía y fue reemplazado por una vaga decepción y una nueva inquietud. ¿Qué le estaba pasando? Por supuesto, ese muchacho no podía ser Cedric, éste había muerto hacía mucho tiempo y los muertos nunca regresan, ¿cómo había podido creer semejante cosa? ¿es que estaba empezando a volverse loca?
¿Qué me has hecho, Akira? ¿Dónde estás, amor?
- Disculpad, milord, tenéis razón, os confundí - respondió cortésmente, con el gris de sus ojos aún más oscuro.
No estaba avergonzada, estaba preocupada. Vuelta ya a la realidad, se daba perfecta cuenta que dicha confusión jamás se habría producido en circunstancias normales, ni aun cuando Cedric hubiera estado vivo; había sido una especie de delirio, una pérdida momentánea de control y le temía a eso.
- Sólo estoy cansada, milord, os lo agradezco pero no debéis preocuparos.
No estaba bien, en ningún sentido, pero no iba a decirle eso al caballero; no acostumbraba importunar a desconocidos con el relato de sus penas; además, no era el lugar ni era el momento. Arrancada del estado casi de trance en que había estado, era consciente de las miradas que se centraban en ellos y fue consciente también, de la avergonzada chica que se encontraba junto a ellos. Vaciló antes de aceptar la invitación, su idea era volver a su propia mesa, pero supo que ya no iba a pasar desapercibida e intuyó también que dicha invitación era una especie de rescate para la azorada joven de cabellos grises y eso la hizo cambiar de opinión.
- Gracias, milord, será un placer – contestó con formalidad y se acercó a la mesa.
¿Quién sabe? Tal vez el esfuerzo de acompañar a esas personas no fuera demasiado y quizás le ayudara a alejar sus fantasmas durante algún tiempo.
Última edición por Lisandot el 06/07/11, 01:07 am, editado 1 vez
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Una sombra viajera
En aquel momento no atendía a razonamientos de ninguna clase, y que no le permitieran pagar a ella lo que había causado la colocaba en una posición de mayor nerviosismo. Es cierto que de haber tenido que facilitar la compensación económica que había prometido se habría vuelto a quedar sin ahorros, pero... ¿cómo reparar si no? ¿Podría cerrar los ojos aquella noche sabiendo que no había hecho nada por compensar su error? Sin duda el recuerdo de lo sucedido sería el fantasma que la privaría de sueño en la tranquilidad de su lecho. Quería huir, pero sabía que habría sido peor; la experiencia le indicaba, y ella misma había dado este consejo en ocasiones, que más valía esperar a que los murmullos pararan para retirarse sin hacerse notar demasiado.
En aquel sentido fue una suerte que el caballero le ofreciera un lugar a su mesa. Para comenzar no estaba segura de poder volver hasta su asiento sin que un ligero desfallecimiento provocara una segunda caída, y por otro lado así esperaría a que el episodio quedara olvidado; estas razones eran superiores a cualquier otro reparo que se le ocurriera, y aceptó la invitación con la vista baja y las mejillas aún encendidas.
- Sois demasiado amable - agradeció con una ligera inclinación de cabeza.
"Vera" se dijo a si misma mientras se sentaba a aquella mesa "más te vale ahora ser capaz de ofrecer una conversación interesante o resultarás una verdadera desgracia. ¿Qué diría tu madre si te viera entonces?". Sólo en ese momento se atrevió a volver a mirar a su alrededor y, aunque en cada conversación del lugar imaginaba una risa contra ella, al menos pudo recuperar cierto dominio de si y la capacidad de observar lo que la rodeaba.
En aquel sentido fue una suerte que el caballero le ofreciera un lugar a su mesa. Para comenzar no estaba segura de poder volver hasta su asiento sin que un ligero desfallecimiento provocara una segunda caída, y por otro lado así esperaría a que el episodio quedara olvidado; estas razones eran superiores a cualquier otro reparo que se le ocurriera, y aceptó la invitación con la vista baja y las mejillas aún encendidas.
- Sois demasiado amable - agradeció con una ligera inclinación de cabeza.
"Vera" se dijo a si misma mientras se sentaba a aquella mesa "más te vale ahora ser capaz de ofrecer una conversación interesante o resultarás una verdadera desgracia. ¿Qué diría tu madre si te viera entonces?". Sólo en ese momento se atrevió a volver a mirar a su alrededor y, aunque en cada conversación del lugar imaginaba una risa contra ella, al menos pudo recuperar cierto dominio de si y la capacidad de observar lo que la rodeaba.
Vera- Cantidad de envíos : 44
Re: Una sombra viajera
Una media sonrisa se dibujó en su rostro cuando ambas aceptaron su propuesta. Tomó asiento en el lugar que ocupaba al principio de todo aquel suceso y, después de que su maniobra para salir del metafórico escenario en el que se encontraban para el resto de la posada tuviera éxito, sólo entonces se percató del nuevo problema.
Mantener conversaciones casuales no era uno de sus puntos fuertes; de hecho, siempre había resultado bastante torpe en aquel aspecto concreto. No era algo que jamás hubiera necesitado ni visto utilidad alguna.
Pero en aquel momento, después de hacer el papel que su educación le exigía al rescatar a la mujer de ojos ambarinos de una humillación innecesaria y, hasta donde él pudiera saber, inmerecida... Después de aquello se había puesto él mismo en un apuro.
- Me alegro que hayáis aceptado mi invitación. - Dijo tras unos pocos segundos que empezaban a volverse de un silencio incómodo.- Aquí sentados, habrán olvidado todo lo sucedido en unos minutos.- Su mirada iba ora a una de las mujeres y ora a la otra.
Tras otros segundos de silencio, añadió con una risita.- Debo reconoceros que... no estoy muy acostumbrado a las conversaciones. Suelo viajar solo y cuando hablo con alguien es porque quiero obtener algo, así que...no sé muy bien cómo funciona. - Inclinó levemente la cabeza completando su disculpa.
- Supongo que un buen modo de comenzar es presentarnos. Mi nombre es Cyrian, como ya dije. Soy...- en aquel momento, recordó su conversación con el herrero. - ...Se podría decir que soy un tipo de mercenario, o de aventurero si lo preferís. He venido a Adysium con intención de participar en la justa que tendrá lugar en la arena en dos días. ¿Me honrareis diciéndome vuestros nombres?
Mantener conversaciones casuales no era uno de sus puntos fuertes; de hecho, siempre había resultado bastante torpe en aquel aspecto concreto. No era algo que jamás hubiera necesitado ni visto utilidad alguna.
Pero en aquel momento, después de hacer el papel que su educación le exigía al rescatar a la mujer de ojos ambarinos de una humillación innecesaria y, hasta donde él pudiera saber, inmerecida... Después de aquello se había puesto él mismo en un apuro.
- Me alegro que hayáis aceptado mi invitación. - Dijo tras unos pocos segundos que empezaban a volverse de un silencio incómodo.- Aquí sentados, habrán olvidado todo lo sucedido en unos minutos.- Su mirada iba ora a una de las mujeres y ora a la otra.
Tras otros segundos de silencio, añadió con una risita.- Debo reconoceros que... no estoy muy acostumbrado a las conversaciones. Suelo viajar solo y cuando hablo con alguien es porque quiero obtener algo, así que...no sé muy bien cómo funciona. - Inclinó levemente la cabeza completando su disculpa.
- Supongo que un buen modo de comenzar es presentarnos. Mi nombre es Cyrian, como ya dije. Soy...- en aquel momento, recordó su conversación con el herrero. - ...Se podría decir que soy un tipo de mercenario, o de aventurero si lo preferís. He venido a Adysium con intención de participar en la justa que tendrá lugar en la arena en dos días. ¿Me honrareis diciéndome vuestros nombres?
Cyrian- Cantidad de envíos : 305
Re: Una sombra viajera
Se sentó a la mesa sin prestar ya atención a las miradas que, acompañadas por inevitables cuchicheos, todavía se centraban en ellos y guardó silencio en espera de que la chica de ojos ámbar y el caballero también se sentaran.
- Fuisteis muy amable al invitarnos, milord.
No había pensado realmente en qué tipo de conversación ofrecer una vez estuvieran todos sentados. A diferencia del caballero, ella sí tenía práctica en conversaciones casuales. Aunque realmente estuviera sola, normalmente viajaba en compañía de otras personas, desconocidos con quienes compartía de manera eventual una embarcación o un carruaje y con quienes establecía los superficiales lazos que sugerían los buenos modales y la conveniencia. La necesidad de ganarse la vida, como sanadora, vendedora de hierbas e incluso, alguna vez, como mesera, habían contribuido también a que se perfeccionara en esas artes. No era tímida, era inteligente y tenía cultura, sabía desenvolverse perfectamente en los más variados ambientes y en diferentes situaciones y ofrecer conversaciones amenas para cada ocasión... en circunstancias normales.
Pero sus circunstancias distaban de ser normales. Cuando el silencio reinó en la mesa, una vez que todos estuvieron sentados a ella y el joven caballero reconociera su poca práctica en cuanto a conversaciones, se dio cuenta de que el esfuerzo de acompañarlos iba a resultar mucho más difícil de lo esperado si el anfitrión no tomaba la batuta de la charla o lo hacía la otra muchacha, que se veía tan tímida y avergonzada. Ahora mismo, a ella no se le ocurría ningún tema que proponer y no tenía ánimos para esforzarse en pensar uno.
Con todo, la presentación del caballero despertó en ella un punto de interés y le dio un tema sobre el cual hablar. Era un aventurero, un mercenario, solía viajar. Quizás... quizás... él supiera algo, quizás hubiera escuchado alguna cosa y pudiera darle alguna pista, quizás... quizás...
- Me llamo Lisandot Eclath -se presentó a su vez, con una leve venia al caballero y a la otra dama – Yo soy sanadora – añadió y luego centró su atención en el joven - ¿Viajáis mucho, caballero?
- Fuisteis muy amable al invitarnos, milord.
No había pensado realmente en qué tipo de conversación ofrecer una vez estuvieran todos sentados. A diferencia del caballero, ella sí tenía práctica en conversaciones casuales. Aunque realmente estuviera sola, normalmente viajaba en compañía de otras personas, desconocidos con quienes compartía de manera eventual una embarcación o un carruaje y con quienes establecía los superficiales lazos que sugerían los buenos modales y la conveniencia. La necesidad de ganarse la vida, como sanadora, vendedora de hierbas e incluso, alguna vez, como mesera, habían contribuido también a que se perfeccionara en esas artes. No era tímida, era inteligente y tenía cultura, sabía desenvolverse perfectamente en los más variados ambientes y en diferentes situaciones y ofrecer conversaciones amenas para cada ocasión... en circunstancias normales.
Pero sus circunstancias distaban de ser normales. Cuando el silencio reinó en la mesa, una vez que todos estuvieron sentados a ella y el joven caballero reconociera su poca práctica en cuanto a conversaciones, se dio cuenta de que el esfuerzo de acompañarlos iba a resultar mucho más difícil de lo esperado si el anfitrión no tomaba la batuta de la charla o lo hacía la otra muchacha, que se veía tan tímida y avergonzada. Ahora mismo, a ella no se le ocurría ningún tema que proponer y no tenía ánimos para esforzarse en pensar uno.
Con todo, la presentación del caballero despertó en ella un punto de interés y le dio un tema sobre el cual hablar. Era un aventurero, un mercenario, solía viajar. Quizás... quizás... él supiera algo, quizás hubiera escuchado alguna cosa y pudiera darle alguna pista, quizás... quizás...
- Me llamo Lisandot Eclath -se presentó a su vez, con una leve venia al caballero y a la otra dama – Yo soy sanadora – añadió y luego centró su atención en el joven - ¿Viajáis mucho, caballero?
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Una sombra viajera
Sin duda aquel caballero era amable. Se mostraba cortés, sincero y decidido, y Vera le agradecía profundamente que hubiera actuado de aquella forma para salvarla de las miradas de la gente - aunque aquello la hiciera sentir un poco más un estorbo. Además, le gustaba su voz. Con estas constataciones se le fue olvidando poco a poco la anterior sensación que le había provocado, la impresión que había sentido de que se había burlado disimuladamente de ella.
Por su parte la mujer le resultó grácil, y aunque triste parecía poseedora de esa noble melancolía que tantas mujeres afectaban. Las penas que se le adivinaban conmovían fácilmente el corazón pero también la embellecían a ojos de Vera.
- Yo soy Vera Skatha... Ahora mismo soy... em... trabajo en una taberna, pero no es un empleo fijo.
Le avergonzaba su actual ocupación, pero quizás porque el color no había abandonado aún del todo sus mejillas no enrojeció más al hablar de ello. No era algo tan noble como una sanadora... y aunque era cierto que mercenario no sonaba demasiado bien, aventurero sí le pareció positivo.
- Habéis de ser un aguerrido viajero para atreveros a presentaros a las justas - coincidió Vera con Lisandot, cuyo nombre, al igual que el de Cyrian, se apresuró en memorizar para no resultar descortés más adelante -. Se dice que son muy sangrientas y que jamás se muestra clemencia - abrió la boca otra vez pero se quedó un momento cohibida, insegura de cómo continuar. Decidió desviar la mirada de Cyrian, una figura algo intimidante a pesar de resultar tan amable, y la volvió hacia Lisandot - ... No puedo presuponer dada vuestra profesión que hayáis venido específicamente a asistir a los sanadores del Coliseo para evitar muertes innecesarias, ¿verdad, señora?
FDI. Siento haber tardado...
Por su parte la mujer le resultó grácil, y aunque triste parecía poseedora de esa noble melancolía que tantas mujeres afectaban. Las penas que se le adivinaban conmovían fácilmente el corazón pero también la embellecían a ojos de Vera.
- Yo soy Vera Skatha... Ahora mismo soy... em... trabajo en una taberna, pero no es un empleo fijo.
Le avergonzaba su actual ocupación, pero quizás porque el color no había abandonado aún del todo sus mejillas no enrojeció más al hablar de ello. No era algo tan noble como una sanadora... y aunque era cierto que mercenario no sonaba demasiado bien, aventurero sí le pareció positivo.
- Habéis de ser un aguerrido viajero para atreveros a presentaros a las justas - coincidió Vera con Lisandot, cuyo nombre, al igual que el de Cyrian, se apresuró en memorizar para no resultar descortés más adelante -. Se dice que son muy sangrientas y que jamás se muestra clemencia - abrió la boca otra vez pero se quedó un momento cohibida, insegura de cómo continuar. Decidió desviar la mirada de Cyrian, una figura algo intimidante a pesar de resultar tan amable, y la volvió hacia Lisandot - ... No puedo presuponer dada vuestra profesión que hayáis venido específicamente a asistir a los sanadores del Coliseo para evitar muertes innecesarias, ¿verdad, señora?
FDI. Siento haber tardado...
Vera- Cantidad de envíos : 44
Re: Una sombra viajera
FDI: No hay problema con la tardanza, ya se ve que es evidente que ni yo puedo mantener el ritmo xD
DDI:
- Un placer conoceros, dama Eclath y dama Skatha.- replicó educadamente, completando sus palabras inclinando levemente su cabeza; pero pese a su tono e intención amable, no podía evitar notarse la frialdad inherente a la voz del caballero.
- Dama Skatha, si trabajar de moza de taberna es algo temporal... ¿a qué os dedicabais antes? Si no os resulta demasiado indiscreta la pregunta.
Con respecto a la ocupación de Lisandot le resultaba muy interesante; pretendía participar en la justa por sus propias razones, pero no disponía ni de escudero ni de nadie que pudiera atenderle si resultaba herido entre rondas del torneo. No dudaba de su habilidad con las armas, pero incluso el mejor espadachín resulta herido en alguna ocasión... Decidió esperar a que respondiera a Vera antes de mencionar nada más.
- Así es, llevo ya unos meses viajando entre las islas del Triskel; menos a menudo en los últimos días, debido a los inconvenientes que plantean los vientos de guerra. - contestó con su característica media sonrisa. - Y la... fiereza de los combates en la arena es una de las razones que me traen aquí; sólo es posible ponerse a prueba si las apuestas son altas.
DDI:
- Un placer conoceros, dama Eclath y dama Skatha.- replicó educadamente, completando sus palabras inclinando levemente su cabeza; pero pese a su tono e intención amable, no podía evitar notarse la frialdad inherente a la voz del caballero.
- Dama Skatha, si trabajar de moza de taberna es algo temporal... ¿a qué os dedicabais antes? Si no os resulta demasiado indiscreta la pregunta.
Con respecto a la ocupación de Lisandot le resultaba muy interesante; pretendía participar en la justa por sus propias razones, pero no disponía ni de escudero ni de nadie que pudiera atenderle si resultaba herido entre rondas del torneo. No dudaba de su habilidad con las armas, pero incluso el mejor espadachín resulta herido en alguna ocasión... Decidió esperar a que respondiera a Vera antes de mencionar nada más.
- Así es, llevo ya unos meses viajando entre las islas del Triskel; menos a menudo en los últimos días, debido a los inconvenientes que plantean los vientos de guerra. - contestó con su característica media sonrisa. - Y la... fiereza de los combates en la arena es una de las razones que me traen aquí; sólo es posible ponerse a prueba si las apuestas son altas.
Cyrian- Cantidad de envíos : 305
Re: Una sombra viajera
El bochorno con que Vera había mencionado su trabajo no le pasó inadvertido y provocó en ella cierta compasión hacia la joven; seguramente su origen y educación la destinaban a otro tipo de ocupación y no acababa de asimilar la necesidad de desempeñar un oficio tan humilde.
- El trabajo de mesera en tabernas o posadas es arduo y muy pocas veces grato – comentó – En más de alguna ocasión me he visto precisada a desempeñarlo ya que es difícil ejercer de inmediato como sanadora en un lugar donde a una no la conoce nadie.
La desalentó saber que Cyrian sólo había viajado entre las islas del Triskel en los últimos meses, ella ya las había recorrido antes de viajar a Adysium, ninguna información nueva podría aportarle el caballero. Decepcionada perdió interés en lo que el joven estaba diciendo y dejó de prestar atención a la charla por un momento. Cuando Vera le habló, parpadeó como si estuviera saliendo d eun sueño y tardó un momento en contestar.
No había tenido presente en absoluto el Coliseo y las justas que en él se desarrollaban – con su inevitable secuela de muertos y heridos – cuando había decidido viajar a Adysium, sólo su búsqueda había determinado la elección de su destino, pero ahora que oía a la muchacha mencionar el tema, le parecía una idea a considerar.
En el Coliseo siempre había mucha actividad y seguramente los sanadores que trabajaban ahí se hacían escasos para toda la gente que había que atender. Podía ser una oportunidad de obtener un trabajo bien pagado mientras permaneciera en la isla. Ella necesitaba dinero, mucho dinero, para poder viajar por el archipiélago buscando a su amado sin tener que oficiar de enfermera de damas encopetadas atacadas de hipocondría.
- No, señorita Skatha – contestó al cabo de una pausa de la cual no fue consciente – No vine específicamente a ofrecer mis servicios al Coliseo, acompañé a una dama enferma en el viaje de regreso a su casa, pero ya que estoy aquí me presentaré en el lugar a ver si requieren ayuda.
- El trabajo de mesera en tabernas o posadas es arduo y muy pocas veces grato – comentó – En más de alguna ocasión me he visto precisada a desempeñarlo ya que es difícil ejercer de inmediato como sanadora en un lugar donde a una no la conoce nadie.
La desalentó saber que Cyrian sólo había viajado entre las islas del Triskel en los últimos meses, ella ya las había recorrido antes de viajar a Adysium, ninguna información nueva podría aportarle el caballero. Decepcionada perdió interés en lo que el joven estaba diciendo y dejó de prestar atención a la charla por un momento. Cuando Vera le habló, parpadeó como si estuviera saliendo d eun sueño y tardó un momento en contestar.
No había tenido presente en absoluto el Coliseo y las justas que en él se desarrollaban – con su inevitable secuela de muertos y heridos – cuando había decidido viajar a Adysium, sólo su búsqueda había determinado la elección de su destino, pero ahora que oía a la muchacha mencionar el tema, le parecía una idea a considerar.
En el Coliseo siempre había mucha actividad y seguramente los sanadores que trabajaban ahí se hacían escasos para toda la gente que había que atender. Podía ser una oportunidad de obtener un trabajo bien pagado mientras permaneciera en la isla. Ella necesitaba dinero, mucho dinero, para poder viajar por el archipiélago buscando a su amado sin tener que oficiar de enfermera de damas encopetadas atacadas de hipocondría.
- No, señorita Skatha – contestó al cabo de una pausa de la cual no fue consciente – No vine específicamente a ofrecer mis servicios al Coliseo, acompañé a una dama enferma en el viaje de regreso a su casa, pero ya que estoy aquí me presentaré en el lugar a ver si requieren ayuda.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Una sombra viajera
Ante la pregunta de Cyrian, y después de responder a la cortesía del caballero con el pertinente "No, por favor, el placer es mío", Vera se inmovilizó totalmente en su asiento, encogida sobre sí misma. Era su forma de intentar pasar inadvertida, y a decir verdad solía funcionar bastante bien.
- He atendido en algunas tiendas... pero en general de institutriz... aunque no mucho...
No había tenido que trabajar tanto en su vida y seguía siendo algo difícil para ella, y el empleo de institutriz era el único que le había provocado cierta satisfacción al poder tomarlo como una forma de ocio. Era capaz de arremangarse en caso de necesidad y ponerse manos a la obra, pero debía admitir que el concepto del trabajo aún la incomodaba un poco si se paraba a considerarlo. Pero ¿qué opción tenía? No valía la pena pensar en lo que no podía ser.
Las palabras de Lisandot le devolvieron un poquito de confianza. Asintió rápidamente con la cabeza a lo que ella decía, queriendo creerlo totalmente cierto, y volvió a erguirse en su silla como la jovencita educada que era.
Mientras esperaba cortesmente que Lisandot reaccionara, sin insistir, repasó en su mente lo que había dicho Cyrian. Si había estado viajando podría preguntarle si había visto a Kirill en las islas; su color de pelo y su palidez, bastante raras por aquella parte del mundo, lo hacían facilmente reconocible para quien se lo hubiera cruzado... pero justo cuando iba a atreverse a hacerlo respondió Lisandot, con lo que la oportunidad pareció escaparse por el momento.
- Sin duda vuestras habilidades serán bienvenidas en el Coliseo - asintió Vera -. Aunque no entiendo que lo mantengan abierto dados los vientos de guerra, como decís. Quiero decir... No debería perderse en ocio la sangre que podría estar defendiendo la causa del reino. Yo al menos es lo que pensaría si fuera "mi" reino... Aunque debo admitir que aún no comprendo del todo las causas de las tensiones...
Se interrumpió al darse cuenta de que se había ido por donde no era. La educación dictaba que, por cortesía, jamás debían sacarse ante desconocidos temas de política o religión, y ella había ido hacia el primero y casi abordó el segundo hablando de causas. Si se daba prisa podía remediarlo sacando algún tema de sociedad con el que llevar la conversación rápidamente hacia otro lado... pero no se le ocurría ninguno.
- He atendido en algunas tiendas... pero en general de institutriz... aunque no mucho...
No había tenido que trabajar tanto en su vida y seguía siendo algo difícil para ella, y el empleo de institutriz era el único que le había provocado cierta satisfacción al poder tomarlo como una forma de ocio. Era capaz de arremangarse en caso de necesidad y ponerse manos a la obra, pero debía admitir que el concepto del trabajo aún la incomodaba un poco si se paraba a considerarlo. Pero ¿qué opción tenía? No valía la pena pensar en lo que no podía ser.
Las palabras de Lisandot le devolvieron un poquito de confianza. Asintió rápidamente con la cabeza a lo que ella decía, queriendo creerlo totalmente cierto, y volvió a erguirse en su silla como la jovencita educada que era.
Mientras esperaba cortesmente que Lisandot reaccionara, sin insistir, repasó en su mente lo que había dicho Cyrian. Si había estado viajando podría preguntarle si había visto a Kirill en las islas; su color de pelo y su palidez, bastante raras por aquella parte del mundo, lo hacían facilmente reconocible para quien se lo hubiera cruzado... pero justo cuando iba a atreverse a hacerlo respondió Lisandot, con lo que la oportunidad pareció escaparse por el momento.
- Sin duda vuestras habilidades serán bienvenidas en el Coliseo - asintió Vera -. Aunque no entiendo que lo mantengan abierto dados los vientos de guerra, como decís. Quiero decir... No debería perderse en ocio la sangre que podría estar defendiendo la causa del reino. Yo al menos es lo que pensaría si fuera "mi" reino... Aunque debo admitir que aún no comprendo del todo las causas de las tensiones...
Se interrumpió al darse cuenta de que se había ido por donde no era. La educación dictaba que, por cortesía, jamás debían sacarse ante desconocidos temas de política o religión, y ella había ido hacia el primero y casi abordó el segundo hablando de causas. Si se daba prisa podía remediarlo sacando algún tema de sociedad con el que llevar la conversación rápidamente hacia otro lado... pero no se le ocurría ninguno.
Vera- Cantidad de envíos : 44
Re: Una sombra viajera
La conversación de las dos mujeres sirvió varios propósitos para Cyrian. Por un lado, había decidido no seguir indagando más sobre las antiguas profesiones de Vera, primeramente porque no se le había escapado el detalle de la súbita tensión que había regresado a su lenguaje corporal y también, en una pequeña parte, porque la profesión de "institutriz" había removido la más reciente pérdida para el antiguo paladín...
En cualquier caso, lo único que podía aportar en aquel momento a ese tema concreto era su conformidad con las palabras de Lisandot; si no podía aportar nada más en aquel instante, guardaría silencio sobre eso por el momento.
Por otro lado, las palabras de la mujer de plateados cabellos habían sonado muy convenientes para los propósitos de Cyrian. Buscaría su oportunidad para regresar a ese punto concreto de la conversación en el momento propicio; un sanador podía ser una baza ganadora para él durante el torneo...
Pero no dejó a su mente divagar por esos derroteros por el momento, su atención regresó rápidamente a la conversación e incluso le pareció que las últimas palabras de Lisandot habían pillado a contrapié a la dama de los ojos ambarinos... Una pequeña punzada de curiosidad se formó por aquella pregunta que no llegó a formularse, pero que no evitó que Cyrian interviniera de nuevo.
- Lo cierto es que no es tan raro que ahora sigan realizándose estos juegos de guerra con una guerra en las puertas, metafóricamente hablando, dama Skatha. - dijo reflexivamente. - De hecho, tiene hasta bastante sentido.
- Por un lado, se atrae a las armas de alquiler hacia un terreno aliado, facilitando contratar a las más competentes; incluso a mejor precio, dada la cantidad. Por otro, se mantiene una fachada de normalidad que evita que el pueblo, o incluso la nobleza local, se inquiete en demasía. Además, se les da otros temas de conversación a los ciudadanos que no sólo sean la preocupación por amigos y familiares. - Su voz sonaba fría, pero no condescendiente. Consideraba válida la opinión de Vera, simplemente ofrecía una explicación para ella.
Entonces, su rostro se giró a Lisandot. - Me parece muy loable vuestra idea, pero... si me permitierais la osadía de haceros una pregunta primero, tal vez ambos saquemos un beneficio. - Cerró los ojos antes de continuar.- Como podéis ver, viajo solo al torneo. No tengo escudero ni nadie que atienda las heridas que pudiera recibir en los combates y que pudieran obligarme a abandonar antes de tiempo. - Claro que la definición de "antes de tiempo" podía ser muy interpretable. - ¿Podría tentaros con algo para que actuarais como tal para mí?
Abrió los ojos, y sus iris, tal vez por un truco de la luminosidad de la taberna, parecían estar un paso más cerca del rojo que antes; pero su mirada era para Vera. - Por supuesto, dicha oferta también sería extensible a vos.- Inclinando cortésmente la cabeza.- Como ya he dicho, carezco también de escudero y sólo serían unos días, lo que dure mi estancia en la isla.
En cualquier caso, lo único que podía aportar en aquel momento a ese tema concreto era su conformidad con las palabras de Lisandot; si no podía aportar nada más en aquel instante, guardaría silencio sobre eso por el momento.
Por otro lado, las palabras de la mujer de plateados cabellos habían sonado muy convenientes para los propósitos de Cyrian. Buscaría su oportunidad para regresar a ese punto concreto de la conversación en el momento propicio; un sanador podía ser una baza ganadora para él durante el torneo...
Pero no dejó a su mente divagar por esos derroteros por el momento, su atención regresó rápidamente a la conversación e incluso le pareció que las últimas palabras de Lisandot habían pillado a contrapié a la dama de los ojos ambarinos... Una pequeña punzada de curiosidad se formó por aquella pregunta que no llegó a formularse, pero que no evitó que Cyrian interviniera de nuevo.
- Lo cierto es que no es tan raro que ahora sigan realizándose estos juegos de guerra con una guerra en las puertas, metafóricamente hablando, dama Skatha. - dijo reflexivamente. - De hecho, tiene hasta bastante sentido.
- Por un lado, se atrae a las armas de alquiler hacia un terreno aliado, facilitando contratar a las más competentes; incluso a mejor precio, dada la cantidad. Por otro, se mantiene una fachada de normalidad que evita que el pueblo, o incluso la nobleza local, se inquiete en demasía. Además, se les da otros temas de conversación a los ciudadanos que no sólo sean la preocupación por amigos y familiares. - Su voz sonaba fría, pero no condescendiente. Consideraba válida la opinión de Vera, simplemente ofrecía una explicación para ella.
Entonces, su rostro se giró a Lisandot. - Me parece muy loable vuestra idea, pero... si me permitierais la osadía de haceros una pregunta primero, tal vez ambos saquemos un beneficio. - Cerró los ojos antes de continuar.- Como podéis ver, viajo solo al torneo. No tengo escudero ni nadie que atienda las heridas que pudiera recibir en los combates y que pudieran obligarme a abandonar antes de tiempo. - Claro que la definición de "antes de tiempo" podía ser muy interpretable. - ¿Podría tentaros con algo para que actuarais como tal para mí?
Abrió los ojos, y sus iris, tal vez por un truco de la luminosidad de la taberna, parecían estar un paso más cerca del rojo que antes; pero su mirada era para Vera. - Por supuesto, dicha oferta también sería extensible a vos.- Inclinando cortésmente la cabeza.- Como ya he dicho, carezco también de escudero y sólo serían unos días, lo que dure mi estancia en la isla.
Cyrian- Cantidad de envíos : 305
Re: Una sombra viajera
Vientos de guerra.
Pese a su abstracción había acabado por enterarse de ellos, pero lo único que le preocupaba de aquello era en que medida una guerra iba a dificultar la búsqueda de Akira, nada más. Extranjera en esa tierra no entendía tampoco las tensiones que acercaban al archipiélago a una guerra civil y tampoco se había preocupado por informarse al respecto; asimismo no le interesaba el sentido, o la falta de él, de que el Coliseo de Adysium mantuviera sus justas. Desde hacía meses todo su interés, todas sus energías estaban concentrados en un único objetivo: encontrar a su amor perdido
Escuchó el intercambio de opiniones entre Vera y Cyrian sin participar en él, con expresión cortés pero ausente, pensando en la amarga ironía de haber escapado de Cascadas para terminar en medio de una guerra en Jasperia y haber perdido a su amado en el proceso.
“¿Dónde estás, amor? ¿Dónde estás?”
Esbozó una leve sonrisa cuando el caballero calificó de loable su idea de ir al Coliseo para ofrecer su ayuda. A lo largo de su vida ejercer como sanadora había sido una forma de ganarse la vida, pero también una profunda vocación. Nunca había sido capaz de ponerle precio a sus servicios; en muchísimas ocasiones había aceptado gustosa como pago unos pocos centavos, alimentos o especies, como un vaso de arcilla o un retazo de tela. No eran pocas las veces en que había trabajado por un simple “gracias” y, a veces, ni siquiera por eso.
Pero esta vez no era el altruismo, sino interés de una buena paga lo que la había llevado a pensar en ir al Coliseo. Su desesperada necesidad de contar con los medios para buscar a Akira sin trabas, la llevaba a renegar, por primera vez, de lo que había sido una norma de vida: no poner nunca la paga en primer lugar. Y la llevaba también a considerar un trabajo que jamás hubiera realizado antes; si bien nunca hubiese negado su ayuda a un soldado herido en batalla, jamás hubiera pensado en alquilar sus servicios a un mercenario que fuera a probar suerte en un combate en la arena para ayudarle a mantenerse en pie el mayor tiempo posible. Pero todo había cambiado para ella desde la desaparición de Akira.
- No es la generosidad la que me lleva a pensar en ofrecer mi ayuda en la Arena, milord – dijo con voz neutra – sino la posibilidad de recibir una buena retribución. Posiblemente sea más conveniente para mí trabajar para una sola persona que para muchas, así que podéis tentarme, como decís, con una paga adecuada.
Se estaba alquilando como una mercenaria. Una insistente voz en algún lugar de su cerebro se le repetía inclemente, atormentadora, ahogando sus motivos y justificaciones para hacerlo. Frente a sus interlocutores, su rostro aparecía calma y sólo la creciente oscuridad de sus ojos reflejaba su creciente conflicto interno.
Pese a su abstracción había acabado por enterarse de ellos, pero lo único que le preocupaba de aquello era en que medida una guerra iba a dificultar la búsqueda de Akira, nada más. Extranjera en esa tierra no entendía tampoco las tensiones que acercaban al archipiélago a una guerra civil y tampoco se había preocupado por informarse al respecto; asimismo no le interesaba el sentido, o la falta de él, de que el Coliseo de Adysium mantuviera sus justas. Desde hacía meses todo su interés, todas sus energías estaban concentrados en un único objetivo: encontrar a su amor perdido
Escuchó el intercambio de opiniones entre Vera y Cyrian sin participar en él, con expresión cortés pero ausente, pensando en la amarga ironía de haber escapado de Cascadas para terminar en medio de una guerra en Jasperia y haber perdido a su amado en el proceso.
“¿Dónde estás, amor? ¿Dónde estás?”
Esbozó una leve sonrisa cuando el caballero calificó de loable su idea de ir al Coliseo para ofrecer su ayuda. A lo largo de su vida ejercer como sanadora había sido una forma de ganarse la vida, pero también una profunda vocación. Nunca había sido capaz de ponerle precio a sus servicios; en muchísimas ocasiones había aceptado gustosa como pago unos pocos centavos, alimentos o especies, como un vaso de arcilla o un retazo de tela. No eran pocas las veces en que había trabajado por un simple “gracias” y, a veces, ni siquiera por eso.
Pero esta vez no era el altruismo, sino interés de una buena paga lo que la había llevado a pensar en ir al Coliseo. Su desesperada necesidad de contar con los medios para buscar a Akira sin trabas, la llevaba a renegar, por primera vez, de lo que había sido una norma de vida: no poner nunca la paga en primer lugar. Y la llevaba también a considerar un trabajo que jamás hubiera realizado antes; si bien nunca hubiese negado su ayuda a un soldado herido en batalla, jamás hubiera pensado en alquilar sus servicios a un mercenario que fuera a probar suerte en un combate en la arena para ayudarle a mantenerse en pie el mayor tiempo posible. Pero todo había cambiado para ella desde la desaparición de Akira.
- No es la generosidad la que me lleva a pensar en ofrecer mi ayuda en la Arena, milord – dijo con voz neutra – sino la posibilidad de recibir una buena retribución. Posiblemente sea más conveniente para mí trabajar para una sola persona que para muchas, así que podéis tentarme, como decís, con una paga adecuada.
Se estaba alquilando como una mercenaria. Una insistente voz en algún lugar de su cerebro se le repetía inclemente, atormentadora, ahogando sus motivos y justificaciones para hacerlo. Frente a sus interlocutores, su rostro aparecía calma y sólo la creciente oscuridad de sus ojos reflejaba su creciente conflicto interno.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Una sombra viajera
Si Vera hubiera mirado a su alrededor no habría podido encontrar a nadie que considerara persona menos apta que ella misma para aquella oferta que acababa de hacerle el caballero Cyrian. Ni como luchadora, ni como curandera, ni como escudero o paje que cargara cascos o afilara espadas. Le gustaría ser capaz de aquellas cosas, claro que le gustaría, pero si lo intentaba sólo sería un estorbo... al mismo tiempo, ¿cómo aprender si no intentándolo? Pero no se atrevía. Habría podido facilmente abrirse a Lis, pedirle consejo y rogarle que le enseñara el oficio de curandero; Vera tenía la magia y estaba familiarizada con la luz, pero no sabía aplicarla... si Lisandot hubiera podido enseñarle...
Pero no, no podía molestar a aquella dama con tonterías similares. Era demasiado evidente tenía sus propias preocupaciones y problemas, y si se había acercado a ella era para ayudarla, no para importunarla. A su forma la había ayudado, por otro lado, ofreciendo la idea de que se ofreciera como sanadora para el Coliseo... pero en cuento a Vera misma...
- Tengo un acuerdo por dos semanas de empleo, señor - respondió a Cyrian, vista baja, apenas un susurro en el ruido de la taberna -. Y creo que sabéis que sería incapaz de desempeñar cualquier labor relacionada con el Coliseo. A vuestro alrededor habrá decenas más capaces que yo.
"Sin duda lo sabe y habló desde la cortesía... o como burla..." se dijo. "Pero tiene razón en todo lo demás". No se había parado a considerar aquello que Cyrian decía de la guerra y atraer espadas, pero a decir verdad si Vera hubiera tenido que contratar a algún guerrero sin duda habría ido al Coliseo en busca del mejor.
"Kirill habría ganado cualquier contienda en la Arena" reflexionó, segura de aquello. De repente estaba inquieta. Hasta el momento no se le había ocurrido que si su hermano había estado en aquella isla, quizás el lugar en el que debió buscarlo y preguntar por él debería haber sido el Coliseo. "Nadie ha murmurado nada sobre un peliblanco ganador en el Coliseo mientras tú has estado aquí..." se dijo a si misma para apartar aquella idea de su mente; otra parte de Vera respondió inmediatamente. "Pero quizás antes... No puedes saber cuánto tiempo de ventaja te lleva Kirill".
Pero no, no podía molestar a aquella dama con tonterías similares. Era demasiado evidente tenía sus propias preocupaciones y problemas, y si se había acercado a ella era para ayudarla, no para importunarla. A su forma la había ayudado, por otro lado, ofreciendo la idea de que se ofreciera como sanadora para el Coliseo... pero en cuento a Vera misma...
- Tengo un acuerdo por dos semanas de empleo, señor - respondió a Cyrian, vista baja, apenas un susurro en el ruido de la taberna -. Y creo que sabéis que sería incapaz de desempeñar cualquier labor relacionada con el Coliseo. A vuestro alrededor habrá decenas más capaces que yo.
"Sin duda lo sabe y habló desde la cortesía... o como burla..." se dijo. "Pero tiene razón en todo lo demás". No se había parado a considerar aquello que Cyrian decía de la guerra y atraer espadas, pero a decir verdad si Vera hubiera tenido que contratar a algún guerrero sin duda habría ido al Coliseo en busca del mejor.
"Kirill habría ganado cualquier contienda en la Arena" reflexionó, segura de aquello. De repente estaba inquieta. Hasta el momento no se le había ocurrido que si su hermano había estado en aquella isla, quizás el lugar en el que debió buscarlo y preguntar por él debería haber sido el Coliseo. "Nadie ha murmurado nada sobre un peliblanco ganador en el Coliseo mientras tú has estado aquí..." se dijo a si misma para apartar aquella idea de su mente; otra parte de Vera respondió inmediatamente. "Pero quizás antes... No puedes saber cuánto tiempo de ventaja te lleva Kirill".
Vera- Cantidad de envíos : 44
Re: Una sombra viajera
La respuesta de Vera provocó un destello divertido en los ojos del caballero. - Dama Skatha, a mi alrededor no veo decenas de personas, sólo a vos y la dama Eclath. El trabajo de un escudero durante un torneo es muy simple; sólo consiste en ayudarme a ajustar la armadura y retirarla, y en entregar el arma que se os pida. Sería más una cuestión de apariencia, únicamente; los caballeros con escudero son más respetados que los solitarios, especialmente los caballeros errantes.
Cyrian inclinó cortésmente la cabeza en dirección a Vera. - Pero comprendo vuestra negativa y no pienso peor de vos por ella. Sin embargo, mi oferta sigue en pie, por si cambiáis de idea.
Entonces su mirada regresó a Lisandot, de nuevo con curiosidad. Había esperado una mayor reticencia, real o fingida; la mayoría de los sanadores tenían en muy alto concepto el altruismo de su trabajo y no era frecuente que aceptaran alquilar sus servicios; al menos no a alguien sano. Por supuesto, a la mayoría se le podía llegar a convencer con suficientes monedas, pero había que pasar por el trámite cortés de superar su resistencia.
Se preguntaba si la dama de ojos grises simplemente no participaba en ese "juego", lo que para él siempre sería una virtud, o si, en cambio, lo que fuera que la tenía tan abatida hacía que no tuviera la fuerza para ello, o la impulsara a abrazar cualquier apoyo material.
- Me alegra enormemente oíros decir eso, dama Eclath. Mi oferta dependerá también de vuestras habilidades... ¿Qué tipo de sanadora sois? ¿Utilizáis alquimia y ungüentos? ¿Utilizáis alguna clase de magia para cerrar las heridas?...
Guardó silencio mientras esperaba respuesta. Una sanadora que pudiera cerrar de inmediato cualquier herida sería un apoyo incalculable, pero sólo con que pudiera evitar perder movilidad o fuerza estaría dispuesto a ofrecer una generosa paga; paga que podía respaldar. Su bolsa aún era pesada, entre su "finiquito" y lo que Ruther había llevado encima cuando lo abordó.
Además, cualquier victoria aumentaría su volumen. Podía permitirse la generosidad
Cyrian inclinó cortésmente la cabeza en dirección a Vera. - Pero comprendo vuestra negativa y no pienso peor de vos por ella. Sin embargo, mi oferta sigue en pie, por si cambiáis de idea.
Entonces su mirada regresó a Lisandot, de nuevo con curiosidad. Había esperado una mayor reticencia, real o fingida; la mayoría de los sanadores tenían en muy alto concepto el altruismo de su trabajo y no era frecuente que aceptaran alquilar sus servicios; al menos no a alguien sano. Por supuesto, a la mayoría se le podía llegar a convencer con suficientes monedas, pero había que pasar por el trámite cortés de superar su resistencia.
Se preguntaba si la dama de ojos grises simplemente no participaba en ese "juego", lo que para él siempre sería una virtud, o si, en cambio, lo que fuera que la tenía tan abatida hacía que no tuviera la fuerza para ello, o la impulsara a abrazar cualquier apoyo material.
- Me alegra enormemente oíros decir eso, dama Eclath. Mi oferta dependerá también de vuestras habilidades... ¿Qué tipo de sanadora sois? ¿Utilizáis alquimia y ungüentos? ¿Utilizáis alguna clase de magia para cerrar las heridas?...
Guardó silencio mientras esperaba respuesta. Una sanadora que pudiera cerrar de inmediato cualquier herida sería un apoyo incalculable, pero sólo con que pudiera evitar perder movilidad o fuerza estaría dispuesto a ofrecer una generosa paga; paga que podía respaldar. Su bolsa aún era pesada, entre su "finiquito" y lo que Ruther había llevado encima cuando lo abordó.
Además, cualquier victoria aumentaría su volumen. Podía permitirse la generosidad
Cyrian- Cantidad de envíos : 305
Re: Una sombra viajera
Pese a su ensimismamiento, no dejó de conmoverla la respuesta de Vera; no tanto por lo que decía, ya que era válido y honesto tanto el respetar un compromiso adquirido como rechazar una labor para la que no se sentía capacitada, como por su actitud al decirlo, esa cabeza baja, ese hablar susurrante, que indicaban vergüenza, humillación. Parecía tan desvalida... pero, ¿en qué hubiera podido ayudarla ella si ni siquiera era capaz de ayudarse a sí misma? Todavía poseía la habilidad y los conocimientos para tratar las dolencias del cuerpo, pero los tormentos del espíritu... eso ya era otra cosa... no tenía la energía ni la serenidad ni el equilibrio... ya no.
Escuchó en silencio la respuesta del caballero a la muchacha, esperando sin emoción la propuesta que habría de hacerle y sin tomar nota de la curiosidad que mostraron los ojos de éste al mirarla nuevamente. La respuesta que le dio era práctica, sensata y, por lo demás, esperable: pagaría de acuerdo a sus habilidades; pese a reconocerlo así, no dejó de experimentar cierta incomodidad al tener que exhibir sus habilidades y conocimientos – de cuyo valor era plenamente consciente – como simples mercancías, como el comerciante que exhibe un jamón o un odre de vino en el mercado.
Sin embargo, esa incomodidad no la hizo dar pie atrás. La razón por la que había entrado en tratos con el caballero no había perdido un ápice de valor para ella y no iba a echar a perder todo por un simple melindre.
- No poseo magia curativa, milord, pero he estudiado la ciencia de la sanación por mucho tiempo y con muchos maestros. Efectivamente, uso la alquimia y la herbolaria en la preparación de sales, ungüentos, tinturas, emplastos, compresas, pociones, infusiones, cremas, jarabes, pastillas. También poseo conocimientos de cirugía y el equipo adecuado para realizarlas; por lo tanto, puedo reducir y estabilizar fracturas y luxaciones, extraer proyectiles (como flechas), suturar heridas, hacer traqueotomías y amputaciones...
También era una hábil partera, pero dudaba que eso fuera del interés del caballero. Mientras esperaba su respuesta, se sorprendió pensando que no tenía una idea clara de cual sería una retribución generosa para sus servicios.
Escuchó en silencio la respuesta del caballero a la muchacha, esperando sin emoción la propuesta que habría de hacerle y sin tomar nota de la curiosidad que mostraron los ojos de éste al mirarla nuevamente. La respuesta que le dio era práctica, sensata y, por lo demás, esperable: pagaría de acuerdo a sus habilidades; pese a reconocerlo así, no dejó de experimentar cierta incomodidad al tener que exhibir sus habilidades y conocimientos – de cuyo valor era plenamente consciente – como simples mercancías, como el comerciante que exhibe un jamón o un odre de vino en el mercado.
Sin embargo, esa incomodidad no la hizo dar pie atrás. La razón por la que había entrado en tratos con el caballero no había perdido un ápice de valor para ella y no iba a echar a perder todo por un simple melindre.
- No poseo magia curativa, milord, pero he estudiado la ciencia de la sanación por mucho tiempo y con muchos maestros. Efectivamente, uso la alquimia y la herbolaria en la preparación de sales, ungüentos, tinturas, emplastos, compresas, pociones, infusiones, cremas, jarabes, pastillas. También poseo conocimientos de cirugía y el equipo adecuado para realizarlas; por lo tanto, puedo reducir y estabilizar fracturas y luxaciones, extraer proyectiles (como flechas), suturar heridas, hacer traqueotomías y amputaciones...
También era una hábil partera, pero dudaba que eso fuera del interés del caballero. Mientras esperaba su respuesta, se sorprendió pensando que no tenía una idea clara de cual sería una retribución generosa para sus servicios.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Una sombra viajera
Aquel destello divertido en los ojos de Cyrian la asustó un poco; se preguntó si no había estado hablando demasiado hasta resultar cómica. Cada vez que abría la boca era como consecuencia de un esfuerzo, y el reflexionar tanto sobre lo que decir hacía que dudara aún más de ello... ¿Quizás había metido la pata?
Pero el inicio de sudor frío desapareció al escuchar las palabras del caballero: amigables y cargadas de cortesía, de alguna forma la relajaron. Le miró algo sorprendida, después sonrió sin darse cuenta y bajó la vista hacia su regazo para aislarse un momento en tranquilidad mientras Cyrian y Lisandot hablaban. Se sintió bastante tonta por haber estado dudando todo el rato; se dio cuenta de que aquel hombre y aquella mujer eran gente verdaderamente amable que en ningún momento pretendía burlarse de ella... Que existiera gente así le daba un poco de confianza.
Lo cierto es que le gustaría aceptar. O al menos le gustaría ir a verle al Coliseo, y también a Lisandot. ¿Quizás podía llegar a un acuerdo en su trabajo para ello...? Comenzó a ensayar frases en su cabeza para pedir permiso para desaparecer un día de la taberna, pero ninguna parecía adecuada. ¿Cómo comenzar? "Trabajaré duro, me quedaré más días... Sé que me necesitáis y que ya me disteis una noche libre..." La dueña la miraría decepcionada por su conducta, suspiraría y cedería; pensar en ello la hizo enrojecer un poco. Pero realmente quería ir al Coliseo...
Sacudió la idea de la cabeza para evitarse enrojecer más y se forzó a retomar el hilo de la conversación. Lisandot estaba hablando de sus capacidades; Vera, por no estar escuchando, se había perdido la mitad, y se arrepintió de ello. Por lo que decía no era una usuaria de magia, sino que sus artes curativas venían del conocimiento de las plantas y el cuerpo.
El averiguar esto supuso tanto una pequeña decepción como un motivo para redoblar su admiración: por un lado, la joven ya controlaba un poco la luz, con lo que con la guía adecuada no debería ser tan difícil aprender a modelarla para sanar, y Lis podría haberle ayudado; por el otro, la curación sin magia parecía tanto más complicada, fascinante incluso, y le pareció que tenía el doble de mérito. También le habría gustado que Lis le enseñara eso.
Pero en el fondo pensar en todo aquello era una tontería, porque jamás se atrevería a pedir aquel favor. Y su mente seguía a mitad en la taberna en la que trabajaba, ensayando frases y recibiendo miradas recriminatorias.
Se dio cuenta de golpe. Si quería poder ir al Coliseo, quizás era hora de que volviera a casa y descansara para resultar verdaderamente útil al día siguiente, para comprar de alguna forma su permiso de día libre. Miró alternativamente a Cyrian y a Lisandot... no quería interrumpir la conversación actual.
Pero el inicio de sudor frío desapareció al escuchar las palabras del caballero: amigables y cargadas de cortesía, de alguna forma la relajaron. Le miró algo sorprendida, después sonrió sin darse cuenta y bajó la vista hacia su regazo para aislarse un momento en tranquilidad mientras Cyrian y Lisandot hablaban. Se sintió bastante tonta por haber estado dudando todo el rato; se dio cuenta de que aquel hombre y aquella mujer eran gente verdaderamente amable que en ningún momento pretendía burlarse de ella... Que existiera gente así le daba un poco de confianza.
Lo cierto es que le gustaría aceptar. O al menos le gustaría ir a verle al Coliseo, y también a Lisandot. ¿Quizás podía llegar a un acuerdo en su trabajo para ello...? Comenzó a ensayar frases en su cabeza para pedir permiso para desaparecer un día de la taberna, pero ninguna parecía adecuada. ¿Cómo comenzar? "Trabajaré duro, me quedaré más días... Sé que me necesitáis y que ya me disteis una noche libre..." La dueña la miraría decepcionada por su conducta, suspiraría y cedería; pensar en ello la hizo enrojecer un poco. Pero realmente quería ir al Coliseo...
Sacudió la idea de la cabeza para evitarse enrojecer más y se forzó a retomar el hilo de la conversación. Lisandot estaba hablando de sus capacidades; Vera, por no estar escuchando, se había perdido la mitad, y se arrepintió de ello. Por lo que decía no era una usuaria de magia, sino que sus artes curativas venían del conocimiento de las plantas y el cuerpo.
El averiguar esto supuso tanto una pequeña decepción como un motivo para redoblar su admiración: por un lado, la joven ya controlaba un poco la luz, con lo que con la guía adecuada no debería ser tan difícil aprender a modelarla para sanar, y Lis podría haberle ayudado; por el otro, la curación sin magia parecía tanto más complicada, fascinante incluso, y le pareció que tenía el doble de mérito. También le habría gustado que Lis le enseñara eso.
Pero en el fondo pensar en todo aquello era una tontería, porque jamás se atrevería a pedir aquel favor. Y su mente seguía a mitad en la taberna en la que trabajaba, ensayando frases y recibiendo miradas recriminatorias.
Se dio cuenta de golpe. Si quería poder ir al Coliseo, quizás era hora de que volviera a casa y descansara para resultar verdaderamente útil al día siguiente, para comprar de alguna forma su permiso de día libre. Miró alternativamente a Cyrian y a Lisandot... no quería interrumpir la conversación actual.
Vera- Cantidad de envíos : 44
Re: Una sombra viajera
Cyrian asintió despacio a las palabras de Lisandot en silencio, meditando sobre las posibilidades. Debía reconocer que si la dama Eclath no exageraba en torno a sus habilidades, la ausencia de poder mágico para sanar heridas era casi una mera anécdota; los clérigos podían realizar curaciones milagrosas, pero eran sanadoras como la mujer de ojos grises quienes eran más apreciadas en cualquier batalla. A fin de cuentas, ¿de qué sirve una sanación instantánea si para cuando se pueda lanzar el conjuro, la víctima se ha desangrado sin un torniquete?
- Debo reconocer que estoy impresionado. He oído de muy pocas personas capaces de dominar tan variadas habilidades en un sólo tiempo de vida. - Admitió. Sin duda, la dama Eclath era un apoyo demasiado conveniente como para dejarlo pasar sin más. - Espero que mi oferta esté a la altura de ellas.
Se tomó unos segundos para meditar. Todo parecía apuntar a que ella también se encontraba de paso por la isla, y si podía juzgar por el desinterés en su mirada, no pretendía quedarse demasiado tiempo más. Aquello era un arma de doble filo, por un lado podía rebajar las pretensiones de ella con respecto al dinero, por otro lado, hacía que todo tuviera que ser más inmediato y a corto plazo. Acariciándose la barbilla pronunció finalmente su oferta, en voz baja para no atraer atenciones indeseadas al hablar del vil metal.
- Os daré dos maravedís de plata ahora, otros dos por cada día que os retenga a mi servicio mientras dure el torneo y cinco más cuando concluyamos nuestro acuerdo. Por supuesto, no pretenderé que neguéis vuestra ayuda a otros heridos en el torneo, pero sí que querría que estuvierais disponible en todo momento mientras esté yo en contienda, lógicamente.
Era una oferta muy alta, incluso extravagante. Con dos maravedís podría permitirse viajar entre cualquier isla e incluso el hospedaje durante unos días si regateaba un poco, e iba a recibir eso por cada día además de la gratificación final. Había sido generoso en extremo con la intención de no alargar la conversación con un regateo; no le agradaba la idea.
Además, a juzgar por la mirada de Vera, estaba seguro que ella buscaba un modo de retirarse. Era lógico, era probable que al día siguiente tuviera que trabajar y la noche se había cerrado con rapidez a su alrededor... Del mismo modo, el cansancio del viaje y del trabajo en la herrería empezaban a pesarle a él también.
Decidió que tras terminar de acordar el precio con Lisandot, encargaría que subieran su cena a la habitación y se retiraría a descansar. No es que el día siguiente fuera a ser demasiado exigente con él, sólo tenía un par de detalles que asegurar; pero las luchas suponía que iban ser extenuantes y no iba a permitirse un fallo.
- Debo reconocer que estoy impresionado. He oído de muy pocas personas capaces de dominar tan variadas habilidades en un sólo tiempo de vida. - Admitió. Sin duda, la dama Eclath era un apoyo demasiado conveniente como para dejarlo pasar sin más. - Espero que mi oferta esté a la altura de ellas.
Se tomó unos segundos para meditar. Todo parecía apuntar a que ella también se encontraba de paso por la isla, y si podía juzgar por el desinterés en su mirada, no pretendía quedarse demasiado tiempo más. Aquello era un arma de doble filo, por un lado podía rebajar las pretensiones de ella con respecto al dinero, por otro lado, hacía que todo tuviera que ser más inmediato y a corto plazo. Acariciándose la barbilla pronunció finalmente su oferta, en voz baja para no atraer atenciones indeseadas al hablar del vil metal.
- Os daré dos maravedís de plata ahora, otros dos por cada día que os retenga a mi servicio mientras dure el torneo y cinco más cuando concluyamos nuestro acuerdo. Por supuesto, no pretenderé que neguéis vuestra ayuda a otros heridos en el torneo, pero sí que querría que estuvierais disponible en todo momento mientras esté yo en contienda, lógicamente.
Era una oferta muy alta, incluso extravagante. Con dos maravedís podría permitirse viajar entre cualquier isla e incluso el hospedaje durante unos días si regateaba un poco, e iba a recibir eso por cada día además de la gratificación final. Había sido generoso en extremo con la intención de no alargar la conversación con un regateo; no le agradaba la idea.
Además, a juzgar por la mirada de Vera, estaba seguro que ella buscaba un modo de retirarse. Era lógico, era probable que al día siguiente tuviera que trabajar y la noche se había cerrado con rapidez a su alrededor... Del mismo modo, el cansancio del viaje y del trabajo en la herrería empezaban a pesarle a él también.
Decidió que tras terminar de acordar el precio con Lisandot, encargaría que subieran su cena a la habitación y se retiraría a descansar. No es que el día siguiente fuera a ser demasiado exigente con él, sólo tenía un par de detalles que asegurar; pero las luchas suponía que iban ser extenuantes y no iba a permitirse un fallo.
Cyrian- Cantidad de envíos : 305
Re: Una sombra viajera
Su tiempo de vida era mucho más largo que el común de los humanos y lo había aprovechado a fondo para aprender su arte/ciencia, pero no hizo comentario alguno a las palabras del joven caballero; sabía que podía probar todo lo que había dicho cuando llegara el momento.
El tiempo que Cyrian se tomó para meditar su oferta fue inevitablemente incómodo para ella, que no podía sacudirse la sensación de estar siendo tasada como una vaca en el mercado, pero cuando el joven habló sus pupilas se dilataron por la sorpresa y sólo sus arraigados modales impidieron que su boca se abriera. Era más de lo que alguien le hubiera ofrecido nunca y muchísimo más de lo que ella hubiese pensado en cobrar. Si solo trabajaba un día, ganaría nueve maravedíes de plata... era increíble, casi escandaloso... A punto estuvo de decir: “Es demasiado”, pero necesitaba todo el dinero que pudiera reunir para continuar su búsqueda.
- Vuestra oferta es demasiado generosa para no aceptarla, milord, pero necesito saber por cuanto tiempo precisaréis de mis servicios.
Ese era un punto para ella tanto o más importante que el dinero. Podía tolerar unos días antes de reanudar su febril búsqueda, pero no un tiempo demasiado largo; si estaba mucho tiempo en un solo lugar, la ansiedad la consumía mucho más de lo habitual, lo que ya era mucho decir.
Mientras esperaba la respuesta, empezó a formular algún plan para aquella noche. Había entrado a aquella posada al azar, con la idea de quedarse sentada en una silla hasta el amanecer, pero su parte más racional había vuelto a funcionar y se daba cuenta de lo absurdo de esa idea. Si no intentaba descansar, a despecho de sus pesadillas, si no intentaba alimentarse, pese a su carencia total de hambre, colapsaría y no podría continuar su búsqueda.
Cuando se despidiera de sus dos acompañantes, pediría una habitación y algo de cenar y se obligaría a comer hasta el último bocado e intentaría tejer un sueño para sí misma. Un sueño de descanso y olvido.
El tiempo que Cyrian se tomó para meditar su oferta fue inevitablemente incómodo para ella, que no podía sacudirse la sensación de estar siendo tasada como una vaca en el mercado, pero cuando el joven habló sus pupilas se dilataron por la sorpresa y sólo sus arraigados modales impidieron que su boca se abriera. Era más de lo que alguien le hubiera ofrecido nunca y muchísimo más de lo que ella hubiese pensado en cobrar. Si solo trabajaba un día, ganaría nueve maravedíes de plata... era increíble, casi escandaloso... A punto estuvo de decir: “Es demasiado”, pero necesitaba todo el dinero que pudiera reunir para continuar su búsqueda.
- Vuestra oferta es demasiado generosa para no aceptarla, milord, pero necesito saber por cuanto tiempo precisaréis de mis servicios.
Ese era un punto para ella tanto o más importante que el dinero. Podía tolerar unos días antes de reanudar su febril búsqueda, pero no un tiempo demasiado largo; si estaba mucho tiempo en un solo lugar, la ansiedad la consumía mucho más de lo habitual, lo que ya era mucho decir.
Mientras esperaba la respuesta, empezó a formular algún plan para aquella noche. Había entrado a aquella posada al azar, con la idea de quedarse sentada en una silla hasta el amanecer, pero su parte más racional había vuelto a funcionar y se daba cuenta de lo absurdo de esa idea. Si no intentaba descansar, a despecho de sus pesadillas, si no intentaba alimentarse, pese a su carencia total de hambre, colapsaría y no podría continuar su búsqueda.
Cuando se despidiera de sus dos acompañantes, pediría una habitación y algo de cenar y se obligaría a comer hasta el último bocado e intentaría tejer un sueño para sí misma. Un sueño de descanso y olvido.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Una sombra viajera
Vera se llevó las manos a la boca, sorprendida y casi escandalizada por aquella cantidad de dinero. No es que fuera una pueblerina sin recursos que nunca hubiera tocado un ducado, pero una paga como aquella... debía admitir que a ella le habría venido muy bien. ¡Sí que traía recompensas el oficio de Cyrian! Quizás Kirill era rico en aquel momento... Aquel pensamiento, que pasó en segundo plano de su mente, la reconfortó.
Miró a Lisandot, feliz por ella y esperando que no rechazara aquella oferta. Al ver que no lo hacía incluso se le escapó una risita de contento. ¡Qué bonita forma de acabar un día! pensó. Si una caída suya había ayudado a que se conocieran aquellas dos personas y se ayudaran tanto mutuamente, valía la pena caerse; reflexionó de esta manera mitad en serio, mitad para ahogar la vergüenza que aún sentía por el espectáculo que había ofrecido.
Esperó a que Cyrian respondiera la pregunta de Lisandot, y en cuanto existió la posibilidad habló ella con su voz débil, más dirigida hacia la mujer:
- Yo debería irme ya... Os agradezco mucho esta velada. Me encantaría ir a veros al Coliseo... ¿Cuándo participaréis exactamente? Si me permitís preguntar, claro - le dirigió una mirada a Cyrian mientras hacía la pregunta porque era él quien sabría responderla, pero el resto del tiempo prefirió mirar a otro lado. Le resultaba intimidante que la mirara directamente a los ojos. Estaba demasiado cerca, para empezar.
Pero sus acompañantes también parecían algo necesitados y deseosos de descanso, así que anunciar su retirada no le costó tanto. Se fue levantando de la mesa para no retardar más la despedida y en cuanto recibió una respuesta dio las gracias de nuevo, hizo una pequeña reverencia y salió con demasiada prisa del local.
Miró a Lisandot, feliz por ella y esperando que no rechazara aquella oferta. Al ver que no lo hacía incluso se le escapó una risita de contento. ¡Qué bonita forma de acabar un día! pensó. Si una caída suya había ayudado a que se conocieran aquellas dos personas y se ayudaran tanto mutuamente, valía la pena caerse; reflexionó de esta manera mitad en serio, mitad para ahogar la vergüenza que aún sentía por el espectáculo que había ofrecido.
Esperó a que Cyrian respondiera la pregunta de Lisandot, y en cuanto existió la posibilidad habló ella con su voz débil, más dirigida hacia la mujer:
- Yo debería irme ya... Os agradezco mucho esta velada. Me encantaría ir a veros al Coliseo... ¿Cuándo participaréis exactamente? Si me permitís preguntar, claro - le dirigió una mirada a Cyrian mientras hacía la pregunta porque era él quien sabría responderla, pero el resto del tiempo prefirió mirar a otro lado. Le resultaba intimidante que la mirara directamente a los ojos. Estaba demasiado cerca, para empezar.
Pero sus acompañantes también parecían algo necesitados y deseosos de descanso, así que anunciar su retirada no le costó tanto. Se fue levantando de la mesa para no retardar más la despedida y en cuanto recibió una respuesta dio las gracias de nuevo, hizo una pequeña reverencia y salió con demasiada prisa del local.
Vera- Cantidad de envíos : 44
Re: Una sombra viajera
La sonrisa de Cyrian se afiló levemente al ver la mirada de Lisandot. Estaba siendo generoso, tal vez más de lo necesario, pero no quería desperdiciar más tiempo con algo tan nimio.... También era posible que una pequeña parte de él se sintiera identificada con el sufrimiento de la mujer de ojos grises, lo reconocía demasiado bien en sus ojos, y de algún modo fuera su modo de ofrecer una mano de ayuda.
- No es generosidad, es mi único modo de mostrar en su justa medida lo impresionado que estoy con vuestras habilidades.- dijo inclinando la cabeza con cortesía, su fría voz restando amabilidad a sus palabras.- Según tengo entendido, el torneo comenzará la mañana del segundo día, los dos primeros días serán las rondas de batalla campal, seguidas de otros dos días de justas y el último día será la prueba de tiro con arco, a la que yo no me inscribiré, así pues... Serían cinco días comenzando a contar mañana, suponiendo que no sea eliminado antes, claro. Espero que no sea un tiempo excesivo. Si os parece bien, nos veremos aquí mismo con el amanecer dentro de dos días.
Su expresión se suavizó al mirar a Vera; le resultaba entre divertida y agradable la idea de que alguien entre el público estuviera de su lado, por decirlo de algún modo. Un vítor con su nombre en una multitud de gritos, una proclama inaudible... Sí, era apropiado para una sombra como él.
- Por supuesto, dama Skatha. El torneo comenzará a medio día del segundo día, si bien es posible que antes ya podáis contemplar a la mayoría de los contendientes. No tengo modo de saber en qué momento del día será mi turno pero... confío en que me reconozcáis. Mi armadura es... llamativa; además... – Se inclinó sobre su bolsa de viaje y extrajo su escudo circular, y lo mostró. No tenía emblema, ya no, ya sólo era una plancha de metal lisa.- Siempre podréis reconocerme por el escudo, los escudos de esta forma son raros en éstas tierras. Me alegraría mucho veros entre el público.
- No es necesario que os disculpéis, todos deberíamos descansar cuanto podamos. Por mi parte, creo que también es momento de retirarme. Ha sido un placer y un privilegio compartir esta agradable velada con ambas, dama Eclath, dama Skatha.
Cyrian se incorporó en la mesa y, tras despedirse con una inclinación de cabeza, recogió sus pertenencias y tomó camino hacia el mostrador; allí dejaría dicho que le subieran la cena a su aposento y, en silencio, ascendió hacia la caldeada planta de las habitaciones.
El silencio era algo que abundaba ya aquella noche en las habitaciones, especialmente en las individuales y Cyrian lo agradecía; era como un viejo amigo que le acompañaba. No podía recordar cuántas noches había disfrutado simplemente de mirar al cielo mientras sólo el sonido de sus pasos enturbiaba el silencio nocturno...
Pero aquella noche no podía hacer eso; estaba demasiado cansado y tenía tantas cosas por hacer... Tendría que ir a inscribirse a la parte alta de Adysium con las primeras luces del día, luego buscar varios establos y comprar un corcel con el que se sintiera cómodo; y luego convertirse en una sombra al acecho
El Torneo era la oportunidad perfecta, pero no podía dejar ningún punto al azar; no con todas las piezas en su sitio.
- No es generosidad, es mi único modo de mostrar en su justa medida lo impresionado que estoy con vuestras habilidades.- dijo inclinando la cabeza con cortesía, su fría voz restando amabilidad a sus palabras.- Según tengo entendido, el torneo comenzará la mañana del segundo día, los dos primeros días serán las rondas de batalla campal, seguidas de otros dos días de justas y el último día será la prueba de tiro con arco, a la que yo no me inscribiré, así pues... Serían cinco días comenzando a contar mañana, suponiendo que no sea eliminado antes, claro. Espero que no sea un tiempo excesivo. Si os parece bien, nos veremos aquí mismo con el amanecer dentro de dos días.
Su expresión se suavizó al mirar a Vera; le resultaba entre divertida y agradable la idea de que alguien entre el público estuviera de su lado, por decirlo de algún modo. Un vítor con su nombre en una multitud de gritos, una proclama inaudible... Sí, era apropiado para una sombra como él.
- Por supuesto, dama Skatha. El torneo comenzará a medio día del segundo día, si bien es posible que antes ya podáis contemplar a la mayoría de los contendientes. No tengo modo de saber en qué momento del día será mi turno pero... confío en que me reconozcáis. Mi armadura es... llamativa; además... – Se inclinó sobre su bolsa de viaje y extrajo su escudo circular, y lo mostró. No tenía emblema, ya no, ya sólo era una plancha de metal lisa.- Siempre podréis reconocerme por el escudo, los escudos de esta forma son raros en éstas tierras. Me alegraría mucho veros entre el público.
- No es necesario que os disculpéis, todos deberíamos descansar cuanto podamos. Por mi parte, creo que también es momento de retirarme. Ha sido un placer y un privilegio compartir esta agradable velada con ambas, dama Eclath, dama Skatha.
Cyrian se incorporó en la mesa y, tras despedirse con una inclinación de cabeza, recogió sus pertenencias y tomó camino hacia el mostrador; allí dejaría dicho que le subieran la cena a su aposento y, en silencio, ascendió hacia la caldeada planta de las habitaciones.
El silencio era algo que abundaba ya aquella noche en las habitaciones, especialmente en las individuales y Cyrian lo agradecía; era como un viejo amigo que le acompañaba. No podía recordar cuántas noches había disfrutado simplemente de mirar al cielo mientras sólo el sonido de sus pasos enturbiaba el silencio nocturno...
Pero aquella noche no podía hacer eso; estaba demasiado cansado y tenía tantas cosas por hacer... Tendría que ir a inscribirse a la parte alta de Adysium con las primeras luces del día, luego buscar varios establos y comprar un corcel con el que se sintiera cómodo; y luego convertirse en una sombra al acecho
El Torneo era la oportunidad perfecta, pero no podía dejar ningún punto al azar; no con todas las piezas en su sitio.
Cyrian- Cantidad de envíos : 305
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