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Una sombra viajera
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Re: Una sombra viajera
Era imposible no percibir la frialdad que revestía las corteses palabras del joven caballero, pero ella reaccionó con total indiferencia. No le interesaba conquistar su aprecio ni obtener su amistad; de manera muy poco usual en su vida, estaba haciendo un trato exclusivamente de negocios y las condiciones eran realmente ventajosas. Cinco días era un período que podía tolerar y luego dispondría de una buena suma para continuar su búsqueda.
- Es un tiempo muy adecuado, milord. Nos encontraremos aquí en un par de días.
Un pequeña parte de si misma sintió cierta curiosidad acerca de las razones que llevaban a una joven como Vera a querer ir a la Arena a ver a un completo desconocido, uno que además le inspiraba a ratos un cierto temor, como no había dejado de notar. ¿Tan sola se sentía la jovencita que se aferraba a extraños? Pero esa nota de curiosidad no llegó a convertirse en real interés por la suerte de la muchacha y para cuando ésta y el caballero se despidieron, no había en el saludo de Lis más que la formal cortesía que las circunstancias indicaban.
- Buenas noches tengáis ambos – los despidió con una pequeña reverencia.
Se quedó sola en la mesa por largos minutos, hasta que por fin consiguió levantarse para ir al mostrador, donde pidió una habitación individual y algo de cenar. Su equipaje era muy liviano – estaba todo contenido en el bolso que colgaba de su cintura – pero cualquiera que la viera subir con paso cansino y cabeza inclinada la escalera, no hubiera menos que pensar que llevaba un enorme peso sobre sus hombros.
Obligarse a comer no fue tan difícil como intentar dormir. Aquellos sueños que convocaba tan fácilmente para otros huían de ella tan pronto como cerraba los ojos o se transmutaban en feas pesadillas de las que salía con temblores y lamentos. Era ya avanzada la noche cuando se decidió, por fin, a tejer el único sueño que sabía le iba a brindar un poco de paz, algo descanso, aunque su precio fuera la amarga decepción al despertar, el inmenso dolor de comprobar que este era el único sueño que no podía hacer realidad, ni siquiera por un instante. El costo era tan alto que sólo recurría a tejerlo cuando la necesidad de descanso era imperiosa, como ahora.
Arropada en las tinieblas y el silencio de la noche, se durmió por fin y soñó con ella y Akira, solos bajo el plenilunio, en un bello jardín de hielo.
- Es un tiempo muy adecuado, milord. Nos encontraremos aquí en un par de días.
Un pequeña parte de si misma sintió cierta curiosidad acerca de las razones que llevaban a una joven como Vera a querer ir a la Arena a ver a un completo desconocido, uno que además le inspiraba a ratos un cierto temor, como no había dejado de notar. ¿Tan sola se sentía la jovencita que se aferraba a extraños? Pero esa nota de curiosidad no llegó a convertirse en real interés por la suerte de la muchacha y para cuando ésta y el caballero se despidieron, no había en el saludo de Lis más que la formal cortesía que las circunstancias indicaban.
- Buenas noches tengáis ambos – los despidió con una pequeña reverencia.
Se quedó sola en la mesa por largos minutos, hasta que por fin consiguió levantarse para ir al mostrador, donde pidió una habitación individual y algo de cenar. Su equipaje era muy liviano – estaba todo contenido en el bolso que colgaba de su cintura – pero cualquiera que la viera subir con paso cansino y cabeza inclinada la escalera, no hubiera menos que pensar que llevaba un enorme peso sobre sus hombros.
Obligarse a comer no fue tan difícil como intentar dormir. Aquellos sueños que convocaba tan fácilmente para otros huían de ella tan pronto como cerraba los ojos o se transmutaban en feas pesadillas de las que salía con temblores y lamentos. Era ya avanzada la noche cuando se decidió, por fin, a tejer el único sueño que sabía le iba a brindar un poco de paz, algo descanso, aunque su precio fuera la amarga decepción al despertar, el inmenso dolor de comprobar que este era el único sueño que no podía hacer realidad, ni siquiera por un instante. El costo era tan alto que sólo recurría a tejerlo cuando la necesidad de descanso era imperiosa, como ahora.
Arropada en las tinieblas y el silencio de la noche, se durmió por fin y soñó con ella y Akira, solos bajo el plenilunio, en un bello jardín de hielo.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Una sombra viajera
"Cinco días..." Al caminar con paso rápido, Vera le daba vueltas a aquella charla que había tenido y a la última respuesta del caballero. "Cinco días". No, no podía permitirse ausentarse cinco días... uno quizás, dos era excesivo pero posible, tres quedaba ya demasiado lejos y cuatro resultaba inimaginable. Pero... "Me alegraría mucho veros entre el público"... Sonrió para sí misma al recordarlo. Le halagaba que le hubiera dedicado esas palabras; Cyrian, a pesar de su voz fría y aspecto algo intimidante, se le presentaba como uno de los hombres más caballerosos que había encontrado desde que saliera de su reino natal. Y la triste belleza de Lisandot... Le inspiraba buenos sentimientos; habría intentado ayudarla por todos los medios, pero parecía que ya estaba en buenas manos. Aparentaba ser joven, pero la expresión de su rostro desmentía aquello, como si hubiera vivido experiencias por el valor de toda una vida.
Pensando en cómo habían sido los últimos días, a Vera le costó conciliar el sueño. Recordó su desafortunada caída al comenzar la velada e intentó librarse del pensamiento y la vergüenza refugiándose en su libro a la luz de una vela, pero pronto prefirió las ensoñaciones. Imaginó cómo sería el torneo; duelos épicos, grandes enfrentamientos, una herida desleal y casi fatal para Cyrian después de haber resultado ganador que la bella Lisandot curaba con gran rapidez, ante los aplausos y las ovaciones del público.
El sueño la atrapó desprevenida, acunada por estos pensamientos, y como consecuencia el nuevo día llegó mucho antes de lo que Vera habría deseado, pero la joven se levantó con buen ánimo, nerviosismo y mucha indecisión. "¿Qué día debería ir a la competición?" se preguntaba. No aquel, era la obvia respuesta; más le valía por el momento concentrarse en su trabajo, ser amable y diligente y responsable y capaz. Procuraría serlo...
Terminó de vestirse, renovó su magia rejuvenecedora y se estudió en el espejo para comprobar que todo estaba en orden. Ensayó una sonrisa decidida que no acabó de ser todo lo convincente que debería y salió del cuarto preparada para ir a la compra diaria con la dueña.
Pensando en cómo habían sido los últimos días, a Vera le costó conciliar el sueño. Recordó su desafortunada caída al comenzar la velada e intentó librarse del pensamiento y la vergüenza refugiándose en su libro a la luz de una vela, pero pronto prefirió las ensoñaciones. Imaginó cómo sería el torneo; duelos épicos, grandes enfrentamientos, una herida desleal y casi fatal para Cyrian después de haber resultado ganador que la bella Lisandot curaba con gran rapidez, ante los aplausos y las ovaciones del público.
El sueño la atrapó desprevenida, acunada por estos pensamientos, y como consecuencia el nuevo día llegó mucho antes de lo que Vera habría deseado, pero la joven se levantó con buen ánimo, nerviosismo y mucha indecisión. "¿Qué día debería ir a la competición?" se preguntaba. No aquel, era la obvia respuesta; más le valía por el momento concentrarse en su trabajo, ser amable y diligente y responsable y capaz. Procuraría serlo...
Terminó de vestirse, renovó su magia rejuvenecedora y se estudió en el espejo para comprobar que todo estaba en orden. Ensayó una sonrisa decidida que no acabó de ser todo lo convincente que debería y salió del cuarto preparada para ir a la compra diaria con la dueña.
Vera- Cantidad de envíos : 44
Re: Una sombra viajera
Lentamente, la quietud de la noche fue dando paso a las primeras señales del lucero del alba en el horizonte sobre la ciudad baja de Adysium. Con el primer rayo de luz que rompió el horizonte, la silenciosa figura de Cyrian abandonó su habitación en dirección a las soñolientas calles que iban recuperando poco a poco su actividad habitual. Apenas se entretuvo para dejar con el posadero la llave de su habitación, que aún tenía reservada para la siguiente noche y abandonó el local.
Sus pertenencias iban con él, de cualquier modo. Su sombra era un escondite más seguro y accesible que cualquier puerta de posada o anonimato, por lo que no albergaba ninguna clase de inquietud.
El "mercenario" vestía de una manera discreta, muy similar a la de la noche anterior. Una funcional y nada vistosa armadura de cuero quemado, con su espada al cinto, cuya única característica reseñable era una barroca empuñadura, y el escudo redondo en la espalda, todo ello sobre las cómodas ropas de viaje; pocas miradas le seguían, y ninguna o casi ninguna con más de una pasajera curiosidad; apenas un recuerdo borroso de un joven aventurero en busca de la Arena por las calles, seguramente lo habrían olvidado al cabo de unos momentos.
Sus pasos le llevaron en primer lugar a los aledaños del majestuoso y enorme edificio con forma de anfiteatro que constituía la famosa Arena de la isla. Incluso el cínico y frío de Cyrian no pudo evitar que una expresión de asombro se dibujara en su rostro al contemplarlo; una maravilla arquitectónica, con una precisión imposible que delataba la ingente cantidad de magia empleada en su construcción. Todo un espectáculo dedicado a pregonar a todos los que lo contemplaban el poderío y la belleza de la magia en todo su esplendor.
En el espacio despejado y habilitado a su alrededor, se habían alzado pabellones donde los más opulentos de los participantes (en su mayoría, miembros de la nobleza del Triskel) tenían su residencia temporal mientras "acampaban" como era tradicional en esta clase de competiciones bélicas. Una media sonrisa se pintó en su rostro cuando advirtió un curioso detalle; los pabellones estaban diseminados, pero había una gran franja de terreno vacía entre ellos, a su izquierda, los pabellones tenían en sus pendones, demasiado bien visibles como para que fuera casual, el escudo del ducado del Triskel mientras que a su derecha, los pabellones estaban profusamente decorados con símbolos de la Orden por doquier.
Adysium estaba siendo muy osada con el comienzo de la guerra. Tenía una posición de poder entre los ducados en guerra; no era ningún secreto que siempre había querido más autonomía o incluso independencia del Triskel, por lo que no cerraría sus puertas a Ashper si veía unas condiciones muy ventajosas para ello. Y Trinacria no tenía otra opción que guardar silencio, dado que el apoyo de los Archimagos podía bien ser lo único que acabara con la revuelta sin enzarzarse en una gran campaña; simplemente no podía permitirse que los magos les abandonaran. La isla de los magos jugaba sus bazas, y ni siquiera se molestaba en ocultarlo, por lo que su puerto, si bien nominalmente alineado con Trinacria, era de los pocos que aún daba la bienvenida a los barcos de Ashper.
Cyrian caminó por la senda abierta entre ambos campos hasta atravesarlos, sin mirar a ninguno de los dos lados mientras lo hacía, hasta encontrar donde se realizaban las inscripciones. Tras dejar unas cuantas monedas de plata en ello, regresó por el mismo camino que había tomado, aunque si fuera aplicable a alguien como él, de un poco peor humor.
Su presa iba a estar allí, de eso no cabía duda. Después de todos aquellos años, seguía teniendo las mismas virtudes y defectos, y sabía que la vanidad y el orgullo andaban en los lugares más altos. Jamás había perdido una oportunidad de pavonearse, y su estandarte era bien reconocible; un cisne dorado con las alas sobre su cabeza, cerrando una especie de círculo, sobre fondo blanco. Pero estaba en pleno centro de su campamento, no podría saltarse el trámite de lo planeado en el torneo ya que sería difícil encontrarse a solas...
Eso alargaba todo varios días y dejaba lugar al azar con los lances del torneo. Al menos había inclinado las cosas a su favor levemente con aquella médico, Lisandot Eclath.
Eso reducía sus tareas restantes "simplemente" a hacerse con un buen caballo para las justas.
Aquello le llevó finalmente lo que quedaba de mañana y buena parte de la tarde, pero finalmente se hizo con un buen alazán castrado de color ébano, bastante tranquilo; un animal un poco más bajo que la media de su especie aunque tenía unos fuertes cuartos traseros y delanteros. Era un buen caballo de batalla, pero no tanto de justa, pero era lo mejor que había podido encontrar.
- Tendrá que servir. - murmuró acariciando la frente mientras lo acomodaba en los establos de la posada donde se alojaba. El caballo resopló en respuesta. El caballero le palmeó un par de veces el cuello y regresó al interior del edificio mientras el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte tras aquel largo día.
El día siguiente sería el primer gran día.
Sus pertenencias iban con él, de cualquier modo. Su sombra era un escondite más seguro y accesible que cualquier puerta de posada o anonimato, por lo que no albergaba ninguna clase de inquietud.
El "mercenario" vestía de una manera discreta, muy similar a la de la noche anterior. Una funcional y nada vistosa armadura de cuero quemado, con su espada al cinto, cuya única característica reseñable era una barroca empuñadura, y el escudo redondo en la espalda, todo ello sobre las cómodas ropas de viaje; pocas miradas le seguían, y ninguna o casi ninguna con más de una pasajera curiosidad; apenas un recuerdo borroso de un joven aventurero en busca de la Arena por las calles, seguramente lo habrían olvidado al cabo de unos momentos.
Sus pasos le llevaron en primer lugar a los aledaños del majestuoso y enorme edificio con forma de anfiteatro que constituía la famosa Arena de la isla. Incluso el cínico y frío de Cyrian no pudo evitar que una expresión de asombro se dibujara en su rostro al contemplarlo; una maravilla arquitectónica, con una precisión imposible que delataba la ingente cantidad de magia empleada en su construcción. Todo un espectáculo dedicado a pregonar a todos los que lo contemplaban el poderío y la belleza de la magia en todo su esplendor.
En el espacio despejado y habilitado a su alrededor, se habían alzado pabellones donde los más opulentos de los participantes (en su mayoría, miembros de la nobleza del Triskel) tenían su residencia temporal mientras "acampaban" como era tradicional en esta clase de competiciones bélicas. Una media sonrisa se pintó en su rostro cuando advirtió un curioso detalle; los pabellones estaban diseminados, pero había una gran franja de terreno vacía entre ellos, a su izquierda, los pabellones tenían en sus pendones, demasiado bien visibles como para que fuera casual, el escudo del ducado del Triskel mientras que a su derecha, los pabellones estaban profusamente decorados con símbolos de la Orden por doquier.
Adysium estaba siendo muy osada con el comienzo de la guerra. Tenía una posición de poder entre los ducados en guerra; no era ningún secreto que siempre había querido más autonomía o incluso independencia del Triskel, por lo que no cerraría sus puertas a Ashper si veía unas condiciones muy ventajosas para ello. Y Trinacria no tenía otra opción que guardar silencio, dado que el apoyo de los Archimagos podía bien ser lo único que acabara con la revuelta sin enzarzarse en una gran campaña; simplemente no podía permitirse que los magos les abandonaran. La isla de los magos jugaba sus bazas, y ni siquiera se molestaba en ocultarlo, por lo que su puerto, si bien nominalmente alineado con Trinacria, era de los pocos que aún daba la bienvenida a los barcos de Ashper.
Cyrian caminó por la senda abierta entre ambos campos hasta atravesarlos, sin mirar a ninguno de los dos lados mientras lo hacía, hasta encontrar donde se realizaban las inscripciones. Tras dejar unas cuantas monedas de plata en ello, regresó por el mismo camino que había tomado, aunque si fuera aplicable a alguien como él, de un poco peor humor.
Su presa iba a estar allí, de eso no cabía duda. Después de todos aquellos años, seguía teniendo las mismas virtudes y defectos, y sabía que la vanidad y el orgullo andaban en los lugares más altos. Jamás había perdido una oportunidad de pavonearse, y su estandarte era bien reconocible; un cisne dorado con las alas sobre su cabeza, cerrando una especie de círculo, sobre fondo blanco. Pero estaba en pleno centro de su campamento, no podría saltarse el trámite de lo planeado en el torneo ya que sería difícil encontrarse a solas...
Eso alargaba todo varios días y dejaba lugar al azar con los lances del torneo. Al menos había inclinado las cosas a su favor levemente con aquella médico, Lisandot Eclath.
Eso reducía sus tareas restantes "simplemente" a hacerse con un buen caballo para las justas.
Aquello le llevó finalmente lo que quedaba de mañana y buena parte de la tarde, pero finalmente se hizo con un buen alazán castrado de color ébano, bastante tranquilo; un animal un poco más bajo que la media de su especie aunque tenía unos fuertes cuartos traseros y delanteros. Era un buen caballo de batalla, pero no tanto de justa, pero era lo mejor que había podido encontrar.
- Tendrá que servir. - murmuró acariciando la frente mientras lo acomodaba en los establos de la posada donde se alojaba. El caballo resopló en respuesta. El caballero le palmeó un par de veces el cuello y regresó al interior del edificio mientras el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte tras aquel largo día.
El día siguiente sería el primer gran día.
Cyrian- Cantidad de envíos : 305
Re: Una sombra viajera
Se revolvió en el lecho buscando el cuerpo de su amado para corresponder al abrazo que éste le prodigaba en su sueño, pero sus brazos sólo encontraron un sitio vacío. Vacío y frío, tan frío como aquella madrugada que se instalaba en la habitación y ante la cual se negaba a abrir los ojos, aunque se había despertado al no encontrar al que buscaba junto a ella. Se quedó muy quieta, con los ojos cerrados, negándose a aceptar aquella realidad en la que él no estaba, intentando vanamente volver a tejer aquel hermoso sueño.
Las lágrimas y los sollozos acompañaron sus inútiles intentos, y la inexorable obligación de volver a la realidad, y cuando el llanto por fin amainó, muchos minutos después, se quedó exánime, sin fuerzas ni deseos para afrontar el nuevo día hasta que el sentido del deber - había hecho un compromiso de trabajo con el joven caballero y debía prepararse – la hizo arrastrarse fuera de la cama.
Atendiendo sólo a lo indispensable en cuanto a su tocado y sin siquiera pensar en desayunar, salió de la posada en busca de alguna tienda o puesto de hierbas medicinales. Por supuesto, conservaba su equipo quirúrgico en buen estado, pero en cuanto a todo lo demás, le faltaban los elementos necesarios para atender las heridas contusas o cortantes que pudiera sufrir un caballero en un torneo. En los últimos meses toda su atención había estado puesta en seguir el inexistente rastro de Akira y había descuidado reponer sus suministros médicos. Necesitaba vendas, hilos para sutura y hierbas para preparar compuestos cicatrizantes, desinfectantes, anestésicos y el equipo básico para preparar todo eso, carecía de energía para materializarlo durante el tiempo que fuera necesario.
Caminó por la ciudad baja buscando lo que necesitaba y preguntando, no podía dejar de preguntar, con la vana esperanza de que alguien hubiera visto - alguna vez, en alguna parte – al semielfo, pero sólo obtuvo lo que había ido a comprar, nada de información… ninguna pista… Con una nueva decepción sumándose a las que ya habitaban en su alma, iba de camino a la posada cuando acertó a pasar frente a la Arena.
Imponente, magnífica, grandiosa… pero sólo despertó un pensamiento en su mente: “¿Habrá estado él acá?” Akira en un torneo de combates, peleando sólo por pelear, hubiera resultado algo inimaginable para ella tiempo para atrás, pero ahora se aferraba a cualquier posibilidad por absurda que le hubiese podido parecer antes. Gracias a Cyrian y al trabajo que le había ofrecido podría ahora entrar a la Arena y preguntar a los que trabajan ahí por su amado.
Un tanto animada por esa quimera regresó a la posada y luego de obligarse a tomar la que sería su única comida del día, trabajó hasta altas horas de la noche preparando pomadas y tónicos, ungüentos y tinturas, sumergiéndose aquel trabajo para no añorar, no esperar, no anhelar…
Las lágrimas y los sollozos acompañaron sus inútiles intentos, y la inexorable obligación de volver a la realidad, y cuando el llanto por fin amainó, muchos minutos después, se quedó exánime, sin fuerzas ni deseos para afrontar el nuevo día hasta que el sentido del deber - había hecho un compromiso de trabajo con el joven caballero y debía prepararse – la hizo arrastrarse fuera de la cama.
Atendiendo sólo a lo indispensable en cuanto a su tocado y sin siquiera pensar en desayunar, salió de la posada en busca de alguna tienda o puesto de hierbas medicinales. Por supuesto, conservaba su equipo quirúrgico en buen estado, pero en cuanto a todo lo demás, le faltaban los elementos necesarios para atender las heridas contusas o cortantes que pudiera sufrir un caballero en un torneo. En los últimos meses toda su atención había estado puesta en seguir el inexistente rastro de Akira y había descuidado reponer sus suministros médicos. Necesitaba vendas, hilos para sutura y hierbas para preparar compuestos cicatrizantes, desinfectantes, anestésicos y el equipo básico para preparar todo eso, carecía de energía para materializarlo durante el tiempo que fuera necesario.
Caminó por la ciudad baja buscando lo que necesitaba y preguntando, no podía dejar de preguntar, con la vana esperanza de que alguien hubiera visto - alguna vez, en alguna parte – al semielfo, pero sólo obtuvo lo que había ido a comprar, nada de información… ninguna pista… Con una nueva decepción sumándose a las que ya habitaban en su alma, iba de camino a la posada cuando acertó a pasar frente a la Arena.
Imponente, magnífica, grandiosa… pero sólo despertó un pensamiento en su mente: “¿Habrá estado él acá?” Akira en un torneo de combates, peleando sólo por pelear, hubiera resultado algo inimaginable para ella tiempo para atrás, pero ahora se aferraba a cualquier posibilidad por absurda que le hubiese podido parecer antes. Gracias a Cyrian y al trabajo que le había ofrecido podría ahora entrar a la Arena y preguntar a los que trabajan ahí por su amado.
Un tanto animada por esa quimera regresó a la posada y luego de obligarse a tomar la que sería su única comida del día, trabajó hasta altas horas de la noche preparando pomadas y tónicos, ungüentos y tinturas, sumergiéndose aquel trabajo para no añorar, no esperar, no anhelar…
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Una sombra viajera
¡Qué duro empleo! ¡Duro, horrible! Después de horas de pie tenía ganas de sentarse pero no había dónde caer, porque siempre había un cliente pidiendo o una bandeja que preparar o un destroce que limpiar (¿Por qué no tendrían contratado a nadie más, cómo habían sobrevivido hasta entonces un sólo día sin nadie que ayudara? Se preguntó aquello varias veces al apoyarse un momento contra la puerta para recuperarse, con el llanto amenazando en la garganta y en los ojos).
Cuando tuvo un rato libre lo invirtió en intentar descansar, pero un solo momento ociosa la llevaba a pensamientos de autocompasión. En lugar de reposarse, consiguió cansarse más llorando. ¿Para qué se habría ido ella de casa? Estaba sola en aquel rincón del mundo y jamás encontraría a su hermano. Tonta. Podrías haberte quedado con Aleksey, con tus padres; te habrías casado, tendrías una dote, esperarías a que Kirill volviera a aparecer. Y en cambio allí estabas, trabajando por una cama, dejándote la piel de las manos y vistiendo aquel uniforme feo y viejo e incómodo y detestable y horrendo. Y por nada. Y no podrías ir a ver al caballero Cyrian, un verdadero caballero, y a Lisandot, dos luces que brillaban en aquel mundo, cargadas cada una de ellas con un pasado que les concedía un interés especial, un poder de atracción, carisma, algo casi indescriptible. ¿Podía haber sido aquel encuentro con dos almas tan especiales una simple coincidencia? Una coincidencia fortuita, pero afortunada. ¡Oh! pero ellos no te habrán prestado atención, porque para ellos no eres nada y tienen muchos más admiradores que les aplaudirán en la Arena. Aunque vayas, a ellos no les importas, y posiblemente ni te verán.
Había algo reconfortante en la autocompasión que impidió que Vera hiciera un verdadero esfuerzo por librarse de aquellos pensamientos negativos hasta pasado demasiado tiempo. ¡Si sigues acabarás con los ojos rojos, hinchados! recordó entonces, y corrió a echarse agua y a intentar remediar aquel destrozo. Por suerte la dueña no se dio cuenta de nada cuando la vio, o tuvo la delicadeza de pretender no darse cuenta. Vera, cohibida y avergonzada de si misma, le agradeció aquel voluntario o involuntario silencio.
Pero visto cómo estaban las cosas, no podía pedir permiso para ausentarse. No al día siguiente. ¿Quizás después? Tenía cinco días. Sólo cinco días. Pero comenzaba a temer que jamás les volvería a ver.
FDI. Siento mucho haber tardado tanto, se me ha pasado el mes volando y ni me he dado cuenta... No creo que Vera intervenga en los proximos turnos, asi que saltadme hasta nuevo aviso.
Cuando tuvo un rato libre lo invirtió en intentar descansar, pero un solo momento ociosa la llevaba a pensamientos de autocompasión. En lugar de reposarse, consiguió cansarse más llorando. ¿Para qué se habría ido ella de casa? Estaba sola en aquel rincón del mundo y jamás encontraría a su hermano. Tonta. Podrías haberte quedado con Aleksey, con tus padres; te habrías casado, tendrías una dote, esperarías a que Kirill volviera a aparecer. Y en cambio allí estabas, trabajando por una cama, dejándote la piel de las manos y vistiendo aquel uniforme feo y viejo e incómodo y detestable y horrendo. Y por nada. Y no podrías ir a ver al caballero Cyrian, un verdadero caballero, y a Lisandot, dos luces que brillaban en aquel mundo, cargadas cada una de ellas con un pasado que les concedía un interés especial, un poder de atracción, carisma, algo casi indescriptible. ¿Podía haber sido aquel encuentro con dos almas tan especiales una simple coincidencia? Una coincidencia fortuita, pero afortunada. ¡Oh! pero ellos no te habrán prestado atención, porque para ellos no eres nada y tienen muchos más admiradores que les aplaudirán en la Arena. Aunque vayas, a ellos no les importas, y posiblemente ni te verán.
Había algo reconfortante en la autocompasión que impidió que Vera hiciera un verdadero esfuerzo por librarse de aquellos pensamientos negativos hasta pasado demasiado tiempo. ¡Si sigues acabarás con los ojos rojos, hinchados! recordó entonces, y corrió a echarse agua y a intentar remediar aquel destrozo. Por suerte la dueña no se dio cuenta de nada cuando la vio, o tuvo la delicadeza de pretender no darse cuenta. Vera, cohibida y avergonzada de si misma, le agradeció aquel voluntario o involuntario silencio.
Pero visto cómo estaban las cosas, no podía pedir permiso para ausentarse. No al día siguiente. ¿Quizás después? Tenía cinco días. Sólo cinco días. Pero comenzaba a temer que jamás les volvería a ver.
FDI. Siento mucho haber tardado tanto, se me ha pasado el mes volando y ni me he dado cuenta... No creo que Vera intervenga en los proximos turnos, asi que saltadme hasta nuevo aviso.
Vera- Cantidad de envíos : 44
Re: Una sombra viajera
Antes de que el lucero del alba se asomara tímidamente por el horizonte, oscureciendo las primeras estrellas, Cyrian ya estaba despierto. Había dormido poco, pero descansado, como era habitual en él... Las viejas costumbres eran las más difíciles de cambiar, no cabía la menor duda.
Como cada despertar, había dedicado unos minutos a preparar su cuerpo, realizando ejercicios para mantener cada músculo de su cuerpo en perfectas condiciones; a continuación, tal y como le había enseñado su viejo maestro (paradójicamente, un paladín exactamente igual a todos aquellos por los que sentía tamaño desprecio; sin embargo, el respeto de un aprendiz por su maestro siempre era un lazo más difícil de cercenar), había entrado en un estado entre el reposo y la concentración, preparando su mente para cualquier eventualidad que pudiera surgir durante el día.
Sería así como el primer rayo del amanecer le descubriera, tumbado bocarriba sobre el lecho, mirando sin ver el techo de la espartana habitación, Y sería tal levísimo cambio en la luz ambiental quien pondría en movimiento de nuevo al caballero.
En silencio, de nuevo con su disfraz de mercenario y sus pertenencias a salvo (la mejor parte, dentro de su sombra, como era su costumbre), descendió a la sala común de la posada, donde tomaría una pequeña hogaza de pan y un trozo de queso, encaminándose con ello al establo, comiendo por el camino y dándole el pan sobrante a su montura, antes de embridarla para conducirla hacia el coliseo.
Ya preparado, en la puerta de la posada con el sol terminando de asomar por el horizonte, esperó a su compañera.
- Un día luminoso. – la saludó con cordialidad, con su voz fría como el rocío de invierno.- Espero que sea un buen augurio. ¿Esta noche habéis conseguido descansar bien?
Como cada despertar, había dedicado unos minutos a preparar su cuerpo, realizando ejercicios para mantener cada músculo de su cuerpo en perfectas condiciones; a continuación, tal y como le había enseñado su viejo maestro (paradójicamente, un paladín exactamente igual a todos aquellos por los que sentía tamaño desprecio; sin embargo, el respeto de un aprendiz por su maestro siempre era un lazo más difícil de cercenar), había entrado en un estado entre el reposo y la concentración, preparando su mente para cualquier eventualidad que pudiera surgir durante el día.
Sería así como el primer rayo del amanecer le descubriera, tumbado bocarriba sobre el lecho, mirando sin ver el techo de la espartana habitación, Y sería tal levísimo cambio en la luz ambiental quien pondría en movimiento de nuevo al caballero.
En silencio, de nuevo con su disfraz de mercenario y sus pertenencias a salvo (la mejor parte, dentro de su sombra, como era su costumbre), descendió a la sala común de la posada, donde tomaría una pequeña hogaza de pan y un trozo de queso, encaminándose con ello al establo, comiendo por el camino y dándole el pan sobrante a su montura, antes de embridarla para conducirla hacia el coliseo.
Ya preparado, en la puerta de la posada con el sol terminando de asomar por el horizonte, esperó a su compañera.
- Un día luminoso. – la saludó con cordialidad, con su voz fría como el rocío de invierno.- Espero que sea un buen augurio. ¿Esta noche habéis conseguido descansar bien?
Cyrian- Cantidad de envíos : 305
Re: Una sombra viajera
Hacía ya varias semanas que no se dedicaba a la alquimia de la preparación de los compuestos medicinales que ocupaba en su trabajo y si bien en los primeros minutos de la tarea tuvo que hacer un enorme esfuerzo para concentrarse e impedir que sus pensamientos divagaran tras el ausente, ésta terminó acaparando su atención. Cuando terminó, ya en la madrugada, se tendió en el lecho y se durmió casi de inmediato, como no lo hacía desde la desaparición de Akira.
Una vez más, él la visitó en sus sueños y, una vez más, el alba fue testigo de su amargo despertar en un lecho solitario y frío ¡Cuánto deseaba seguir soñando para siempre y cuánto odiaba despertar! Pero sus sueños la traicionaban, huían de ella, le negaban su consuelo y la dejaban sola para enfrentarse a la desoladora realidad.
Con el esfuerzo que ya era habitual, se levantó, atendió a su aseo y vestimenta – túnica, pantalones y capa de un azul tan oscuro que casi parecía negro y que remarcaba la palidez de su piel y las sombras que enmarcaban sus ojos, de un gris siempre oscuro ahora- y, luego de recoger y guardar las medicinas que había preparado, dejó la habitación.
Descendió las escaleras pausadamente y se dirigía hacia la puerta sin pensar en el desayuno, cuando un leve mareo la hizo cambiar de opinión e ir a la sala común. No tenía hambre, pero debía comer; reconocía el síntoma de debilidad que ese mareo implicaba y, ya que había aceptado un trabajo, no podía permitir que esa debilidad aumentara. Desmayarse de fatiga frente a la persona que había pagado a buen precio sus servicios era algo que no podía suceder.
Luego de beber un vaso de leche y comer un par de galletas de avena, salió por fin de la posada y encontró al caballero esperándola.
- He descansado tan bien como fue posible, milord ¿Y vos? ¿Habéis tenido un buen descanso? – respondió con estricta cortesía al saludo del joven.
Una vez más, él la visitó en sus sueños y, una vez más, el alba fue testigo de su amargo despertar en un lecho solitario y frío ¡Cuánto deseaba seguir soñando para siempre y cuánto odiaba despertar! Pero sus sueños la traicionaban, huían de ella, le negaban su consuelo y la dejaban sola para enfrentarse a la desoladora realidad.
Con el esfuerzo que ya era habitual, se levantó, atendió a su aseo y vestimenta – túnica, pantalones y capa de un azul tan oscuro que casi parecía negro y que remarcaba la palidez de su piel y las sombras que enmarcaban sus ojos, de un gris siempre oscuro ahora- y, luego de recoger y guardar las medicinas que había preparado, dejó la habitación.
Descendió las escaleras pausadamente y se dirigía hacia la puerta sin pensar en el desayuno, cuando un leve mareo la hizo cambiar de opinión e ir a la sala común. No tenía hambre, pero debía comer; reconocía el síntoma de debilidad que ese mareo implicaba y, ya que había aceptado un trabajo, no podía permitir que esa debilidad aumentara. Desmayarse de fatiga frente a la persona que había pagado a buen precio sus servicios era algo que no podía suceder.
Luego de beber un vaso de leche y comer un par de galletas de avena, salió por fin de la posada y encontró al caballero esperándola.
- He descansado tan bien como fue posible, milord ¿Y vos? ¿Habéis tenido un buen descanso? – respondió con estricta cortesía al saludo del joven.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Una sombra viajera
- Eso creo. Lo sabremos si mis reflejos no están lo suficientemente finos y os doy demasiado trabajo.- Su voz sonaba tranquila y confiada, con la seguridad de un veterano incongruente con su joven rostro.
- Si lo deseáis, dama Eclath, podéis hacer el trayecto sobre el caballo, yo iré a pie.- Añadió al cabo de un momento, cuando se pusieron finalmente en marcha.
El resto del trayecto fue muy silencioso, al menos por parte del caballero, quien no hizo más intentos de conversación con Lisandot, pero sí contestaría de manera escueta y cortés a cualquier cosa que le dijera.
Cuando al fin llegaron al magnífico coliseo, éste no tenía nada que ver con su estado apenas un día antes. Mientras antes había lucido como una magnífica presentación de los participantes, aquel día era un hervidero de espectadores y curiosos que abarrotaban cada rincón, desde los accesos a las gradas del anfiteatro hasta los interiores de los pequeños campamentos, estos últimos mayormente jóvenes, algunos no mucho menores que Cyrian, que observaban ensoñadores a las brillantes armaduras que aún reposaban en los estafermos.
Finalmente, alcanzaron el corazón del tumulto, situado en las entrañas del edificio, pero no tardaron en separarse de la multitud para dirigirse al lugar que se había asignado a los participantes.
Se trataba de un lugar habilitado para caballerizas en origen, pero que los magos que habían patrocinado el evento habían ampliado de algún modo, probablemente extradimensional ya que la estructura del edificio no mostraba ninguna modificación. Entraron por un pasillo con el suelo de tierra y paredes de sillería, lo suficientemente alto para que pasara un jinete montado y lo suficientemente ancho como para que pasaran cinco hombres a la vez; dicho pasillo terminaba en una bifurcación en forma de U en cuya base se encontraba el encargado de los registros, formando una línea con el variopinto grupo que se le aproximaba; caballeros del reino, paladines exhibiendo sus mejores libreas y mercenarios curtidos que buscaban demostrar algo.
Y un joven con rostro infantil, que de algún modo, podía permitirse estar entre todos ellos. La presencia de Cyrian y su acompañante atrajo no pocas miradas de curiosidad mientras esperaban que les asignaran una casucha de tela para ultimar sus preparativos.
- La cuarta de contando desde la pared izquierda, muchachito. Dentro tendrás arreos para atender tu montura. – dijo en el tono hastiado de quien ha dicho mil veces eso mismo el encargado tomando nota en un pergamino que parecía no tener fin. – Cuando estés preparado para la melee, coge una banda del barril para asignarte a un equipo. Luego coge las armas de torneo de la panoplia y reúnete con los de tu color. ¡Y deja paso al siguiente!
Cyrian no pudo evitar una media sonrisa divertida mientras se encaminaba a su lugar designado, pensando en a quién podría haber ofendido aquel pobre hombre para acabar en tan desagradable, atareado y monótono puesto.
Mientras se acomodaban en el tenderete (que, de nuevo, era mayor por dentro que por fuera) se dirigió a su compañera. – Armas de torneo y equipos. Parece que hoy será un día de trabajo fácil para vos.- comentó con media sonrisa, acomodando su abultado equipaje cerca del jergón de paja que le correspondía.
Y es que realmente el sombrío caballero consideraba aquella primera ronda un mero trámite. Pasar la ronda era bastante sencillo; el último equipo en pie clasificaba a todos sus integrantes; de los otros equipos, pasaban los últimos en caer. Y, además, cada uno de los jueces tenían el derecho a salvar uno que hubiera exhibido un comportamiento excepcional. Le sorprendía una ronda tan permisiva como primera criba de participantes.
Probablemente, la intención era no dar un espectáculo demasiado caótico para que los espectadores pudieran seguirlo. Una verdadera lástima; el caos favorecía los accidentes, y por ende, su tarea.
Sólo esperaba no tener que compartir equipo con ella.
Observó su petate evaluando sus posibilidades, centrando su mente por el momento en la tarea más inmediata. Podía ir con la versión más ligera de su armadura, para buscar un estilo de combate más móvil y rápido, pero lo descartó; era demasiado vulnerable en una escaramuza en la que habría demasiadas armas moviéndose en todas direcciones como para confiárselas sólo a sus reflejos.
No, era un buen momento para aparecer con su armadura completa.
-¿Seríais tan amable de esperar fuera mientras me coloco la armadura, dama Eclath?- dijo a su compañera. Si podía usar sus sombras para ajustarse la armadura, iba a ser bastante más sencillo.
- Si lo deseáis, dama Eclath, podéis hacer el trayecto sobre el caballo, yo iré a pie.- Añadió al cabo de un momento, cuando se pusieron finalmente en marcha.
El resto del trayecto fue muy silencioso, al menos por parte del caballero, quien no hizo más intentos de conversación con Lisandot, pero sí contestaría de manera escueta y cortés a cualquier cosa que le dijera.
Cuando al fin llegaron al magnífico coliseo, éste no tenía nada que ver con su estado apenas un día antes. Mientras antes había lucido como una magnífica presentación de los participantes, aquel día era un hervidero de espectadores y curiosos que abarrotaban cada rincón, desde los accesos a las gradas del anfiteatro hasta los interiores de los pequeños campamentos, estos últimos mayormente jóvenes, algunos no mucho menores que Cyrian, que observaban ensoñadores a las brillantes armaduras que aún reposaban en los estafermos.
Finalmente, alcanzaron el corazón del tumulto, situado en las entrañas del edificio, pero no tardaron en separarse de la multitud para dirigirse al lugar que se había asignado a los participantes.
Se trataba de un lugar habilitado para caballerizas en origen, pero que los magos que habían patrocinado el evento habían ampliado de algún modo, probablemente extradimensional ya que la estructura del edificio no mostraba ninguna modificación. Entraron por un pasillo con el suelo de tierra y paredes de sillería, lo suficientemente alto para que pasara un jinete montado y lo suficientemente ancho como para que pasaran cinco hombres a la vez; dicho pasillo terminaba en una bifurcación en forma de U en cuya base se encontraba el encargado de los registros, formando una línea con el variopinto grupo que se le aproximaba; caballeros del reino, paladines exhibiendo sus mejores libreas y mercenarios curtidos que buscaban demostrar algo.
Y un joven con rostro infantil, que de algún modo, podía permitirse estar entre todos ellos. La presencia de Cyrian y su acompañante atrajo no pocas miradas de curiosidad mientras esperaban que les asignaran una casucha de tela para ultimar sus preparativos.
- La cuarta de contando desde la pared izquierda, muchachito. Dentro tendrás arreos para atender tu montura. – dijo en el tono hastiado de quien ha dicho mil veces eso mismo el encargado tomando nota en un pergamino que parecía no tener fin. – Cuando estés preparado para la melee, coge una banda del barril para asignarte a un equipo. Luego coge las armas de torneo de la panoplia y reúnete con los de tu color. ¡Y deja paso al siguiente!
Cyrian no pudo evitar una media sonrisa divertida mientras se encaminaba a su lugar designado, pensando en a quién podría haber ofendido aquel pobre hombre para acabar en tan desagradable, atareado y monótono puesto.
Mientras se acomodaban en el tenderete (que, de nuevo, era mayor por dentro que por fuera) se dirigió a su compañera. – Armas de torneo y equipos. Parece que hoy será un día de trabajo fácil para vos.- comentó con media sonrisa, acomodando su abultado equipaje cerca del jergón de paja que le correspondía.
Y es que realmente el sombrío caballero consideraba aquella primera ronda un mero trámite. Pasar la ronda era bastante sencillo; el último equipo en pie clasificaba a todos sus integrantes; de los otros equipos, pasaban los últimos en caer. Y, además, cada uno de los jueces tenían el derecho a salvar uno que hubiera exhibido un comportamiento excepcional. Le sorprendía una ronda tan permisiva como primera criba de participantes.
Probablemente, la intención era no dar un espectáculo demasiado caótico para que los espectadores pudieran seguirlo. Una verdadera lástima; el caos favorecía los accidentes, y por ende, su tarea.
Sólo esperaba no tener que compartir equipo con ella.
Observó su petate evaluando sus posibilidades, centrando su mente por el momento en la tarea más inmediata. Podía ir con la versión más ligera de su armadura, para buscar un estilo de combate más móvil y rápido, pero lo descartó; era demasiado vulnerable en una escaramuza en la que habría demasiadas armas moviéndose en todas direcciones como para confiárselas sólo a sus reflejos.
No, era un buen momento para aparecer con su armadura completa.
-¿Seríais tan amable de esperar fuera mientras me coloco la armadura, dama Eclath?- dijo a su compañera. Si podía usar sus sombras para ajustarse la armadura, iba a ser bastante más sencillo.
Cyrian- Cantidad de envíos : 305
Re: Una sombra viajera
La seguridad con que hablaba el caballero, en la que no se percibía ni siquiera una nota de alardeo, hacía pensar que era todo un veterano en esas lides, a despecho de su juventud. Ella esperaba que sus reflejos fueran lo suficientemente finos por el bien de él, no por el trabajo que le demandara en caso contrario; no estaba acostumbrada a ganarse el dinero sin trabajar y la sola idea de la cantidad que había ganado hasta entonces, simplemente por aceptar y estar ahí, eran lo suficientemente extraña como para que no la asimilara todavía, aunque tampoco había puesto esfuerzo alguno en ello.
- Agradezco vuestra gentileza, milord, montaré.
No había vacilado en aceptar la propuesta, no había razón para remilgos, al caballero no le afectaría caminar y ella necesitaba ahorrar toda la energía que pudiera, tanto para el trabajo que pudiera realizar como para las averiguaciones que pensaba realizar cuando estuvieran en la Arena. Hizo el trayecto en absoluto silencio, enfrascada en sus propios pensamientos, agradecida de que el caballero estuviera tan poco interesado en mantener una charla social como ella.
La Arena era algo muy parecido a una gran colmena, con miles de abejas en bullicioso afán, cuando llegaron a ella. La multitud, que parecía atiborrar cada minúsculo espacio disponible, se agitaba inquieta y, a buen seguro, pequeña como era, la habría engullido inmisericorde de no haber ido montada. Un suspiro de alivio se escapó de sus labios cuando salieron del tumulto para llegar a la zona destinada a los participantes.
Tan silenciosa como había hecho el trayecto, aguardó que el caballero hiciera los trámites pertinentes, ajena por completo a los maravillas que la magia había obrado para habilitar aquel lugar, como a las diversas cataduras de los participantes que iban en busca de gloria, fortuna o ambas. Ni siquiera notar a alguna mujer ente los futuros contendientes despertó su curiosidad; todo aquello nada tenía que ver con ella.
No contestó al comentario de Cyrian, asumiendo que había sido algo puramente retórico y no un intento de iniciar una conversación, y aguardó las instrucciones que éste tuviera que darle. A diferencia del joven, que cargaba un pesado bulto, su equipo completo iba dentro del pequeño bolso que colgaba de su cintura y del que no pensaba separarse, así que no necesitaba mayor acomodo.
- Por supuesto, milord – con una ligera venia, salió del tenderete.
Estar simplemente parada fuera, esperando que el caballero se pusiera la armadura, era una pérdida de tiempo que no iba a permitirse. Aparte de caballeros, paladines y mercenarios, había ahí escuderos, criados, guardas, ministriles… Muchos de ellos servidores pertenecientes a la Arena misma, gente que tal vez pudiera decirle si Akira había estado ahí.
- Agradezco vuestra gentileza, milord, montaré.
No había vacilado en aceptar la propuesta, no había razón para remilgos, al caballero no le afectaría caminar y ella necesitaba ahorrar toda la energía que pudiera, tanto para el trabajo que pudiera realizar como para las averiguaciones que pensaba realizar cuando estuvieran en la Arena. Hizo el trayecto en absoluto silencio, enfrascada en sus propios pensamientos, agradecida de que el caballero estuviera tan poco interesado en mantener una charla social como ella.
La Arena era algo muy parecido a una gran colmena, con miles de abejas en bullicioso afán, cuando llegaron a ella. La multitud, que parecía atiborrar cada minúsculo espacio disponible, se agitaba inquieta y, a buen seguro, pequeña como era, la habría engullido inmisericorde de no haber ido montada. Un suspiro de alivio se escapó de sus labios cuando salieron del tumulto para llegar a la zona destinada a los participantes.
Tan silenciosa como había hecho el trayecto, aguardó que el caballero hiciera los trámites pertinentes, ajena por completo a los maravillas que la magia había obrado para habilitar aquel lugar, como a las diversas cataduras de los participantes que iban en busca de gloria, fortuna o ambas. Ni siquiera notar a alguna mujer ente los futuros contendientes despertó su curiosidad; todo aquello nada tenía que ver con ella.
No contestó al comentario de Cyrian, asumiendo que había sido algo puramente retórico y no un intento de iniciar una conversación, y aguardó las instrucciones que éste tuviera que darle. A diferencia del joven, que cargaba un pesado bulto, su equipo completo iba dentro del pequeño bolso que colgaba de su cintura y del que no pensaba separarse, así que no necesitaba mayor acomodo.
- Por supuesto, milord – con una ligera venia, salió del tenderete.
Estar simplemente parada fuera, esperando que el caballero se pusiera la armadura, era una pérdida de tiempo que no iba a permitirse. Aparte de caballeros, paladines y mercenarios, había ahí escuderos, criados, guardas, ministriles… Muchos de ellos servidores pertenecientes a la Arena misma, gente que tal vez pudiera decirle si Akira había estado ahí.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Una sombra viajera
Esperó pacientemente a que la médico dejara la tienda que sería su hogar mientras durase su participación en el torneo, dedicando esos momentos para acomodar a su montura en el habitáculo preparado a tal fin en el espacio extradimensional de la tienda, y cuando se quedó a solas, dejó cuidadosamente una de las lámparas en el suelo, utilizando su luz para proyectar sombras en la habitación.
Entonces, desanudó los lazos y las correas que mantenían la coraza de cuero en su lugar y se quitó las pesadas botas de viaje, dejándolas junto al resto del petate que había traído; hecho esto, introdujo su mano en su sombra proyectada por el candil como si fuera agua y extrajo en primer lugar un par de botas de cuero fino y flexible; no muy convenientes para caminar por cualquier sitio que no fueran unos salones de un castillo o mansión, que utilizaba para evitar que el metal de su armadura en una pelea prolongada acabara causando mella en sus pies, y por tanto, en su equilibrio. Mientras se calzaba de nuevo, las sombras de la habitación comenzaron a moverse, guiadas por la voluntad de Cyrian para acomodarse a la siguiente tarea.
Y es que ponerse una armadura completa sin escudero era un trabajo muy engorroso y delicado, ya que una pieza mal puesta podría dejar una vulnerabilidad y transformar un golpe fortuito en una herida fatal con suma facilidad; sin embargo, el acceso a las sombras del que disfrutaba el caballero le confería una cierta ventaja a ese respecto. Cuando terminó de calzarse, se puso de pie y las inquietas sombras acudieron a él como un manto oscuro y negro que le envolviera, poco a poco deformándose, adoptando la siniestra forma de su armadura completa a su alrededor, mientras las sombras ejercían de escudero para su caballero.
No pudo reprimir una media sonrisa de familiaridad cuando sintió al fin sobre sus hombros el peso de la armadura con la que tan cómodo se sentía, ese peso adicional con el que llevaba media vida conviviendo y con el que realmente... Con el que realmente se sentía él mismo. La única de sus armaduras que no era un disfraz, la de caballero de las sombras. Movió los dedos dentro de los guanteletes, sintiendo el crujido del recubrimiento de cuero del interior casi como si fuera un arrullo de bienvenida. Por último, se removió levemente para que la armadura terminara de asentarse.
Dejó su arma envainada y su escudo en la panoplia que estaba dispuesta cerca del lecho; si la primera ronda era con armas de torneo, aún tenían ocasión de reposar. Cyrian tendría que usar una de las muchas espadas y hachas sin filo, mazas acolchadas y escudos de madera que estaban dispuestos en el exterior. Con un suspiro, esperó que hubiera algún escudo circular, aunque era poco probable.
Tal y como había dicho aquella noche a las damas Eclath y Skatha, no era un escudo muy común por aquellos lares, pero se adaptaba mucho mejor a su estilo de combate que los escudos apuntados o de lágrima, más comunes. Para él, el escudo podía ser un arma tan peligrosa como su hoja, dado que, como lo habitual era que se usara el escudo como parapeto, era fácil sorprender a un rival con un golpe con el canto del escudo, y para usarlo así, un escudo apuntado era muy engorroso y uno de lágrima, excesivamente grande.
Pero no tenía caso preocuparse por eso. "Los obstáculos son sólo ilusiones, la técnica es sólo una ilusión; siempre céntrate en el vacío." Se recordó disciplinadamente para sus adentros mientras regresaba al exterior de la tienda.
El caballero se movía en medio de la nieve, su respiración acelerada convertida en vaho mientras buscaba su siguiente adversario. Había sido un obstáculo no calculado el que los magos hubieran decidido añadir el clima como otro factor a la batalla campal; especialmente perjudicial para los que como él habían optado por llevar una armadura pesada.
Aquella primera ronda había caído en suerte combatir bajo una pesada nevada, que si bien no era tan desfavorable como pudiera haberlo sido un calor desértico, ciertamente añadía peso a las armaduras y la congelación del sudor acababa entorpeciendo las junturas del metal. Por ende, pocos de los contendientes que quedaban al final de la ronda portaban esa clase de armadura.
No había sido el caso de Cyrian, por fortuna para el equipo púrpura, del que era uno de los únicos dos combatientes que quedaba en pie. El otro se trataba de un mercenario de cabello entrecano, curtido en muchas escaramuzas y torneos como este, portando una cota de escamas y sendas mazas al que había perdido de vista durante la última pelea.
Sabía que seguía en liza por una pizarra inmensa que los organizadores mantenían a la vista tanto de los contendientes como del público donde aparecían los nombres de quienes aún combatían. Un simple vistazo bastó para que el caballero confirmara aquello; en la columna del equipo púrpura, apenas legible a través de la nevada, se veía con claridad que seguía habiendo dos nombres. Y sumando lo que veía a simple vista, calculaba que aún eran alrededor de una docena en total los que quedaban combatiendo; apenas un quinto de los que comenzaron un par de horas atrás divididos en cuatro equipos: blanco, azul, verde y púrpura.
No pudo evitar media sonrisa al pensar en la escena en la que cada combatiente era asignado a un equipo de un modo "al azar". Aún más llamativo que el hecho de que muchas miradas se clavaran inquietas en él, con su aspecto salido de una pesadilla, había resultado que casi todos los que se habían presentado bajo el pabellón de la Dama habían acabado en el equipo blanco, sólo unos cuantos habían acabado en el verde, entremezclados con mercenarios; del mismo modo, los representantes de la nobleza del Triskel habían sacado del barril mayoritariamente la banda azul, quedando solo los más bisoños relegados al equipo púrpura, del mismo modo entremezclados. Quienquiera que estuviera al cargo de la organización, quería evitar conflictos diplomáticos que enturbiaran el espectáculo dentro de los equipos, dejando que volcaran la animadversión hacia los rivales.
Un crujido de nieve y barro a su derecha trajo de vuelta su atención al presente inmediato. Había eliminado a casi una decena de participantes personalmente, por lo que desde el quinto, no había encontrado a ningún rival en solitario. Alguien que se descubriera avanzando solo y en su dirección podía bien significar que le estaba rodeando otro más al que aún no había percibido. Puso en guardia su espada de torneo y su vapuleado escudo redondo, del que aún estaba sorprendido tanto de haberlo encontrado como que de que se mantuviera de una pieza, y se giró en dirección al sonido.
Banda verde. Un joven con una armadura de cota de malla de la que colgaban diminutas estalactitas de hielo cargó con un grito en su dirección al verse descubierto, golpeando lateralmente con un mayal acolchado. Cyrian reaccionó justo a tiempo de interponer el escudo y el sonoro golpe arrancó del público una ovación al fijarse en el recién comenzado choque, frente al juego del ratón y el gato en la nevada en el que se había convertido la batalla campal. No tenía idea de cómo el público era capaz de ver lo que sucedía bajo la densa nevada, más allá de saber que lo hacían de algún modo.
El caballero contraatacó con un golpe bajo buscando las grebas de su recién llegado rival, que interpuso un escudo apuntado desviando su espada. Estaba a punto de continuar su maniobra cuando notó un segundo sonido a su espalda y se apresuró a echarse a un lado. Otra banda verde fue lo que alcanzó a advertir antes de agacharse para evadir el hachazo que iba dirigido a su yelmo. Sin pararse a examinar al recién llegado, le dio un embate con su escudo para recuperar espacio y evitar verse arrinconado, con apenas tiempo de retroceder un paso para evitar el siguiente ataque del que llevaba mayal.
Cyrian clavó las botas en el resbaladizo terreno e interpuso la hoja de torneo en la cadena del mayal, reteniéndolo y de inmediato, cargó con el hombro aprovechando el impulso y peso de su armadura contra él, antes de que tirara para desarmarle. El joven no supo anticiparse a su intención y tiró de regreso su mayal de todos modos, arrancando la espada de la mano de Cyr, no estando preparado para el contundente golpe que recibió en su pecho con el hombro de éste y que le derribó.
El caballero de las sombras se apresuró a pisar con su bota el pecho del joven para inmovilizarlo mientras enfrentaba su dañado escudo contra el hacha del otro atacante, un caballero más veterano con la cabeza cubierta por un capacete y portando una cota de mallas bajo la coraza, también con escarcha cubriéndolo como una fina capa. Sólo llevaba el pesado hacha a dos manos como arma, que cuando le alcanzó hizo una severa muesca en el contorno de su escudo.
Sin otra opción, el antiguo paladín contraatacó con el único arma que le quedaba al alcance, su puño enfundado en guantelete que encontró la cara de su rival; éste dio dos pasos atrás aturdido, concediendo a Cyrian los pocos segundos que necesitaba para recuperar su espada preparándose para un nuevo envite y detenerse a examinar la situación. El joven de la cota de mallas aún estaba en el suelo, pero comenzaba a buscar apoyos para incorporarse, mientras que el más veterano avanzaba en su dirección con la nariz ensangrentada y su rostro contraído en una expresión de rabia controlada en tanto avanzaba hacia el caballero, buscando alejar su atención de su compañero caído.
Seguía sin ser el mejor escenario, pero era con el que debía lidiar. En lugar de esperarle, Cyrian avanzó buscando al que estaba en pie, lanzando un rápido tajo en dirección a su cintura, seguido de otro apuntado a uno de sus brazos, con la intención de obligarle a permanecer en movimiento y no darle tiempo de descargar otro de sus pesados golpes. Su rival tal y como esperaba consiguió evadir simplemente retrocediendo, pero Cyr no cejó en su empeño, como la ola que rompe contra la costa, obligando a su enemigo a retroceder cada vez un paso más, hasta que la nieve convertida en barro le hizo trastabillar.
Justo lo que Cyrian esperaba provocar.
Sin darle margen de corrección, el caballero golpeó su arma con el maltrecho escudo, apartándola de la trayectoria de su espada que encajó con un sonoro crujido contra la clavícula del veterano, arrancándole un grito de dolor, en tanto caía sobre el barro con su oponente cerniéndose sobre él, mientras de nuevo se escuchaba el rugido de la multitud.
- ¡Rescate! – gritó cuando en cuando se dio cuenta de que no podía evadir el siguiente ataque de aquel hombre vestido de demonio. Sobre la pizarra, un nombre titiló y desapareció, mientras otra muesca aparecía junto al nombre de "Sombra", el que Cyrian había usado en la inscripción del torneo.
- Sabia decisión. – dijo Cyrian mientras se giraba preparándose para encarar al muchacho del mayal, que aún luchaba por incorporarse sobre el resbaladizo suelo. No había sarcasmo en la voz del caballero, sinceramente creía que el veterano soldado se había enfrentado a él con mucha habilidad y comprendido que seguir luchando sin estar en juego su vida, sólo haría que recibiera más golpes.
Pero el veterano combatiente no lo entendió así, sino como engreída burla; llevado por la ira se puso en pie, y, antes de que el sortilegio que pesaba sobre la arena le sacara como al resto de vencidos, descargó su hacha por la espalda contra Cyrian, sin darle más tiempo que para apartar la cabeza de su trayectoria, pillado por sorpresa. El hacha golpeó con toda la fuerza de su peso y la rabia de quien la empuñaba contra la hombrera izquierda del caballero de las sombras.
Su maniobra fue acogida con un abucheo por el publico, pero no así por el contendiente que le quedaba al antiguo paladín que de inmediato cargó con su mayal contra éste pensando que le cazaría por sorpresa. Trazó un arco buscando su costado, pensando que el golpe encajado por Cyrian le impediría interponer su escudo y podría desarmarlo de nuevo. Sin embargo, había subestimado a su rival.
El escudo se movió, apenas unos centímetros, desviando la cabeza de mayal en lugar de bloqueándola efectivamente. Lo suficiente para aprovechar el hueco que la sobreconfianza del joven había dejado en su defensa con la espada, golpeando con el canto en el codo del brazo que sostenía el arma, provocándole el reflejo de soltar su mayal.
Su siguiente maniobra de nuevo fue con la espada, golpeando con el plano el rostro de su oponente mientras regresaba a una posición de guardia, apenas moviendo el escudo para posicionarlo entre ambos. El muchacho apenas se habia recuperado cuando encajó un nuevo golpe, esta vez haciéndole perder pie y cayendo de nuevo sobre la nieve, con un hilo de sangre brotando de sus labios partidos por el golpe en el rostro.
- Re...rescate.- Dijo en cuanto tocó el suelo, buscando escapar de más castigo. La undécima muesca se anotó junto a Sombra en tanto otro nombre desaparecía de la pizarra entre gritos de la multitud, que sin duda estaba disfrutando con el espectáculo.
Cyrian se tomó un respiro. El hombro le ardía y apenas tenía sensibilidad en el brazo del escudo. Los sencillos gestos que había realizado en el último intercambio con el joven, habían sido suficientes para que tuviera que recurrir a toda su disciplina mental y entrenamiento para contener un grito de dolor y ni aún así había podido evitar que su rostro reflejara el agónico sufrimiento. Por fortuna, una de las funciones de su yelmo era evitar que nadie pudiera apreciar ese tipo de detalles.
Alzó la mirada al tablero. En el equipo púrpura, seguían quedando dos nombres, pero en el total aún quedaban cinco rivales. Y sólo le quedaba un brazo para enfrentarse con ellos.
Había estado en peores plazas.
Un nuevo crujido a un costado le puso en guardia, pero esta vez reconoció la banda púrpura de su último compañero de equipo. – Lamento haberte dejado solo, un creído noble del Triskel pensó que podía derrotarme en combate singular.- Dijo al reconocer a su vez a Cyrian.- ¿Vamos a buscar alguno más al que enseñar humildad?- una torva sonrisa se dibujó en su rostro.
- Abrid camino, os cubro la espalda.- Fue la única respuesta de Cyrian.
El dolor del hombro no había hecho más que empeorar desde que recibiera el traicionero hachazo. Aún así, el equipo púrpura contra todo pronóstico se había alzado como el último en pie en medio de la nevada; gracias al poco ortodoxo combate con dos mazas del mercenario, Cyrian había tenido que lidiar con sus oponentes fuera de equilibrio, por lo que su carencia de brazo de escudo no había sido tan determinante como lo hubiera sido de combatir en solitario.
De los cinco oponentes que restaban, dos habían acabado como muescas junto a su apodo y los otros tres, junto a la también abultada lista del macero.
- Cuida ese brazo, Sombra. – le susurró a modo de despedida mientras se separaban, camino de las dependencias de cada uno.- Si nos cruzamos en batalla, quiero ver hasta dónde sabes llegar en buenas condiciones. Es posible que haya un sitio en mi compañía para alguien como tú.
Cyrian se había limitado a asentir. Sinceramente, esperaba que la dama Eclath mereciera cada moneda que había ofrecido pagarle.
Necesitaba seguir adelante, aquella herida (seguramente, el hombro dislocado) no podía mandar al traste su plan. No hasta que hubiera servido la justicia que la había traído hasta aquel torneo en primer lugar.
Entonces, desanudó los lazos y las correas que mantenían la coraza de cuero en su lugar y se quitó las pesadas botas de viaje, dejándolas junto al resto del petate que había traído; hecho esto, introdujo su mano en su sombra proyectada por el candil como si fuera agua y extrajo en primer lugar un par de botas de cuero fino y flexible; no muy convenientes para caminar por cualquier sitio que no fueran unos salones de un castillo o mansión, que utilizaba para evitar que el metal de su armadura en una pelea prolongada acabara causando mella en sus pies, y por tanto, en su equilibrio. Mientras se calzaba de nuevo, las sombras de la habitación comenzaron a moverse, guiadas por la voluntad de Cyrian para acomodarse a la siguiente tarea.
Y es que ponerse una armadura completa sin escudero era un trabajo muy engorroso y delicado, ya que una pieza mal puesta podría dejar una vulnerabilidad y transformar un golpe fortuito en una herida fatal con suma facilidad; sin embargo, el acceso a las sombras del que disfrutaba el caballero le confería una cierta ventaja a ese respecto. Cuando terminó de calzarse, se puso de pie y las inquietas sombras acudieron a él como un manto oscuro y negro que le envolviera, poco a poco deformándose, adoptando la siniestra forma de su armadura completa a su alrededor, mientras las sombras ejercían de escudero para su caballero.
No pudo reprimir una media sonrisa de familiaridad cuando sintió al fin sobre sus hombros el peso de la armadura con la que tan cómodo se sentía, ese peso adicional con el que llevaba media vida conviviendo y con el que realmente... Con el que realmente se sentía él mismo. La única de sus armaduras que no era un disfraz, la de caballero de las sombras. Movió los dedos dentro de los guanteletes, sintiendo el crujido del recubrimiento de cuero del interior casi como si fuera un arrullo de bienvenida. Por último, se removió levemente para que la armadura terminara de asentarse.
Dejó su arma envainada y su escudo en la panoplia que estaba dispuesta cerca del lecho; si la primera ronda era con armas de torneo, aún tenían ocasión de reposar. Cyrian tendría que usar una de las muchas espadas y hachas sin filo, mazas acolchadas y escudos de madera que estaban dispuestos en el exterior. Con un suspiro, esperó que hubiera algún escudo circular, aunque era poco probable.
Tal y como había dicho aquella noche a las damas Eclath y Skatha, no era un escudo muy común por aquellos lares, pero se adaptaba mucho mejor a su estilo de combate que los escudos apuntados o de lágrima, más comunes. Para él, el escudo podía ser un arma tan peligrosa como su hoja, dado que, como lo habitual era que se usara el escudo como parapeto, era fácil sorprender a un rival con un golpe con el canto del escudo, y para usarlo así, un escudo apuntado era muy engorroso y uno de lágrima, excesivamente grande.
Pero no tenía caso preocuparse por eso. "Los obstáculos son sólo ilusiones, la técnica es sólo una ilusión; siempre céntrate en el vacío." Se recordó disciplinadamente para sus adentros mientras regresaba al exterior de la tienda.
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El caballero se movía en medio de la nieve, su respiración acelerada convertida en vaho mientras buscaba su siguiente adversario. Había sido un obstáculo no calculado el que los magos hubieran decidido añadir el clima como otro factor a la batalla campal; especialmente perjudicial para los que como él habían optado por llevar una armadura pesada.
Aquella primera ronda había caído en suerte combatir bajo una pesada nevada, que si bien no era tan desfavorable como pudiera haberlo sido un calor desértico, ciertamente añadía peso a las armaduras y la congelación del sudor acababa entorpeciendo las junturas del metal. Por ende, pocos de los contendientes que quedaban al final de la ronda portaban esa clase de armadura.
No había sido el caso de Cyrian, por fortuna para el equipo púrpura, del que era uno de los únicos dos combatientes que quedaba en pie. El otro se trataba de un mercenario de cabello entrecano, curtido en muchas escaramuzas y torneos como este, portando una cota de escamas y sendas mazas al que había perdido de vista durante la última pelea.
Sabía que seguía en liza por una pizarra inmensa que los organizadores mantenían a la vista tanto de los contendientes como del público donde aparecían los nombres de quienes aún combatían. Un simple vistazo bastó para que el caballero confirmara aquello; en la columna del equipo púrpura, apenas legible a través de la nevada, se veía con claridad que seguía habiendo dos nombres. Y sumando lo que veía a simple vista, calculaba que aún eran alrededor de una docena en total los que quedaban combatiendo; apenas un quinto de los que comenzaron un par de horas atrás divididos en cuatro equipos: blanco, azul, verde y púrpura.
No pudo evitar media sonrisa al pensar en la escena en la que cada combatiente era asignado a un equipo de un modo "al azar". Aún más llamativo que el hecho de que muchas miradas se clavaran inquietas en él, con su aspecto salido de una pesadilla, había resultado que casi todos los que se habían presentado bajo el pabellón de la Dama habían acabado en el equipo blanco, sólo unos cuantos habían acabado en el verde, entremezclados con mercenarios; del mismo modo, los representantes de la nobleza del Triskel habían sacado del barril mayoritariamente la banda azul, quedando solo los más bisoños relegados al equipo púrpura, del mismo modo entremezclados. Quienquiera que estuviera al cargo de la organización, quería evitar conflictos diplomáticos que enturbiaran el espectáculo dentro de los equipos, dejando que volcaran la animadversión hacia los rivales.
Un crujido de nieve y barro a su derecha trajo de vuelta su atención al presente inmediato. Había eliminado a casi una decena de participantes personalmente, por lo que desde el quinto, no había encontrado a ningún rival en solitario. Alguien que se descubriera avanzando solo y en su dirección podía bien significar que le estaba rodeando otro más al que aún no había percibido. Puso en guardia su espada de torneo y su vapuleado escudo redondo, del que aún estaba sorprendido tanto de haberlo encontrado como que de que se mantuviera de una pieza, y se giró en dirección al sonido.
Banda verde. Un joven con una armadura de cota de malla de la que colgaban diminutas estalactitas de hielo cargó con un grito en su dirección al verse descubierto, golpeando lateralmente con un mayal acolchado. Cyrian reaccionó justo a tiempo de interponer el escudo y el sonoro golpe arrancó del público una ovación al fijarse en el recién comenzado choque, frente al juego del ratón y el gato en la nevada en el que se había convertido la batalla campal. No tenía idea de cómo el público era capaz de ver lo que sucedía bajo la densa nevada, más allá de saber que lo hacían de algún modo.
El caballero contraatacó con un golpe bajo buscando las grebas de su recién llegado rival, que interpuso un escudo apuntado desviando su espada. Estaba a punto de continuar su maniobra cuando notó un segundo sonido a su espalda y se apresuró a echarse a un lado. Otra banda verde fue lo que alcanzó a advertir antes de agacharse para evadir el hachazo que iba dirigido a su yelmo. Sin pararse a examinar al recién llegado, le dio un embate con su escudo para recuperar espacio y evitar verse arrinconado, con apenas tiempo de retroceder un paso para evitar el siguiente ataque del que llevaba mayal.
Cyrian clavó las botas en el resbaladizo terreno e interpuso la hoja de torneo en la cadena del mayal, reteniéndolo y de inmediato, cargó con el hombro aprovechando el impulso y peso de su armadura contra él, antes de que tirara para desarmarle. El joven no supo anticiparse a su intención y tiró de regreso su mayal de todos modos, arrancando la espada de la mano de Cyr, no estando preparado para el contundente golpe que recibió en su pecho con el hombro de éste y que le derribó.
El caballero de las sombras se apresuró a pisar con su bota el pecho del joven para inmovilizarlo mientras enfrentaba su dañado escudo contra el hacha del otro atacante, un caballero más veterano con la cabeza cubierta por un capacete y portando una cota de mallas bajo la coraza, también con escarcha cubriéndolo como una fina capa. Sólo llevaba el pesado hacha a dos manos como arma, que cuando le alcanzó hizo una severa muesca en el contorno de su escudo.
Sin otra opción, el antiguo paladín contraatacó con el único arma que le quedaba al alcance, su puño enfundado en guantelete que encontró la cara de su rival; éste dio dos pasos atrás aturdido, concediendo a Cyrian los pocos segundos que necesitaba para recuperar su espada preparándose para un nuevo envite y detenerse a examinar la situación. El joven de la cota de mallas aún estaba en el suelo, pero comenzaba a buscar apoyos para incorporarse, mientras que el más veterano avanzaba en su dirección con la nariz ensangrentada y su rostro contraído en una expresión de rabia controlada en tanto avanzaba hacia el caballero, buscando alejar su atención de su compañero caído.
Seguía sin ser el mejor escenario, pero era con el que debía lidiar. En lugar de esperarle, Cyrian avanzó buscando al que estaba en pie, lanzando un rápido tajo en dirección a su cintura, seguido de otro apuntado a uno de sus brazos, con la intención de obligarle a permanecer en movimiento y no darle tiempo de descargar otro de sus pesados golpes. Su rival tal y como esperaba consiguió evadir simplemente retrocediendo, pero Cyr no cejó en su empeño, como la ola que rompe contra la costa, obligando a su enemigo a retroceder cada vez un paso más, hasta que la nieve convertida en barro le hizo trastabillar.
Justo lo que Cyrian esperaba provocar.
Sin darle margen de corrección, el caballero golpeó su arma con el maltrecho escudo, apartándola de la trayectoria de su espada que encajó con un sonoro crujido contra la clavícula del veterano, arrancándole un grito de dolor, en tanto caía sobre el barro con su oponente cerniéndose sobre él, mientras de nuevo se escuchaba el rugido de la multitud.
- ¡Rescate! – gritó cuando en cuando se dio cuenta de que no podía evadir el siguiente ataque de aquel hombre vestido de demonio. Sobre la pizarra, un nombre titiló y desapareció, mientras otra muesca aparecía junto al nombre de "Sombra", el que Cyrian había usado en la inscripción del torneo.
- Sabia decisión. – dijo Cyrian mientras se giraba preparándose para encarar al muchacho del mayal, que aún luchaba por incorporarse sobre el resbaladizo suelo. No había sarcasmo en la voz del caballero, sinceramente creía que el veterano soldado se había enfrentado a él con mucha habilidad y comprendido que seguir luchando sin estar en juego su vida, sólo haría que recibiera más golpes.
Pero el veterano combatiente no lo entendió así, sino como engreída burla; llevado por la ira se puso en pie, y, antes de que el sortilegio que pesaba sobre la arena le sacara como al resto de vencidos, descargó su hacha por la espalda contra Cyrian, sin darle más tiempo que para apartar la cabeza de su trayectoria, pillado por sorpresa. El hacha golpeó con toda la fuerza de su peso y la rabia de quien la empuñaba contra la hombrera izquierda del caballero de las sombras.
Su maniobra fue acogida con un abucheo por el publico, pero no así por el contendiente que le quedaba al antiguo paladín que de inmediato cargó con su mayal contra éste pensando que le cazaría por sorpresa. Trazó un arco buscando su costado, pensando que el golpe encajado por Cyrian le impediría interponer su escudo y podría desarmarlo de nuevo. Sin embargo, había subestimado a su rival.
El escudo se movió, apenas unos centímetros, desviando la cabeza de mayal en lugar de bloqueándola efectivamente. Lo suficiente para aprovechar el hueco que la sobreconfianza del joven había dejado en su defensa con la espada, golpeando con el canto en el codo del brazo que sostenía el arma, provocándole el reflejo de soltar su mayal.
Su siguiente maniobra de nuevo fue con la espada, golpeando con el plano el rostro de su oponente mientras regresaba a una posición de guardia, apenas moviendo el escudo para posicionarlo entre ambos. El muchacho apenas se habia recuperado cuando encajó un nuevo golpe, esta vez haciéndole perder pie y cayendo de nuevo sobre la nieve, con un hilo de sangre brotando de sus labios partidos por el golpe en el rostro.
- Re...rescate.- Dijo en cuanto tocó el suelo, buscando escapar de más castigo. La undécima muesca se anotó junto a Sombra en tanto otro nombre desaparecía de la pizarra entre gritos de la multitud, que sin duda estaba disfrutando con el espectáculo.
Cyrian se tomó un respiro. El hombro le ardía y apenas tenía sensibilidad en el brazo del escudo. Los sencillos gestos que había realizado en el último intercambio con el joven, habían sido suficientes para que tuviera que recurrir a toda su disciplina mental y entrenamiento para contener un grito de dolor y ni aún así había podido evitar que su rostro reflejara el agónico sufrimiento. Por fortuna, una de las funciones de su yelmo era evitar que nadie pudiera apreciar ese tipo de detalles.
Alzó la mirada al tablero. En el equipo púrpura, seguían quedando dos nombres, pero en el total aún quedaban cinco rivales. Y sólo le quedaba un brazo para enfrentarse con ellos.
Había estado en peores plazas.
Un nuevo crujido a un costado le puso en guardia, pero esta vez reconoció la banda púrpura de su último compañero de equipo. – Lamento haberte dejado solo, un creído noble del Triskel pensó que podía derrotarme en combate singular.- Dijo al reconocer a su vez a Cyrian.- ¿Vamos a buscar alguno más al que enseñar humildad?- una torva sonrisa se dibujó en su rostro.
- Abrid camino, os cubro la espalda.- Fue la única respuesta de Cyrian.
*.*.*
El dolor del hombro no había hecho más que empeorar desde que recibiera el traicionero hachazo. Aún así, el equipo púrpura contra todo pronóstico se había alzado como el último en pie en medio de la nevada; gracias al poco ortodoxo combate con dos mazas del mercenario, Cyrian había tenido que lidiar con sus oponentes fuera de equilibrio, por lo que su carencia de brazo de escudo no había sido tan determinante como lo hubiera sido de combatir en solitario.
De los cinco oponentes que restaban, dos habían acabado como muescas junto a su apodo y los otros tres, junto a la también abultada lista del macero.
- Cuida ese brazo, Sombra. – le susurró a modo de despedida mientras se separaban, camino de las dependencias de cada uno.- Si nos cruzamos en batalla, quiero ver hasta dónde sabes llegar en buenas condiciones. Es posible que haya un sitio en mi compañía para alguien como tú.
Cyrian se había limitado a asentir. Sinceramente, esperaba que la dama Eclath mereciera cada moneda que había ofrecido pagarle.
Necesitaba seguir adelante, aquella herida (seguramente, el hombro dislocado) no podía mandar al traste su plan. No hasta que hubiera servido la justicia que la había traído hasta aquel torneo en primer lugar.
Cyrian- Cantidad de envíos : 305
Re: Una sombra viajera
Interrogaba a algunos mozos tratando de obtener información acerca del tema que la obsesionaba cuando observó al caballero salir del tenderente. Su aspecto era ciertamente impresionante y amenazador, pero ella apenas le dedicó un fugaz pensamiento - esa apariencia debía brindarle una ventaja psicológica - antes de volver a enfrascarse en su tarea. Fue de aquí y allá, hablando con unos y otros, ávida de pistas que no aparecían, chocando contra las paredes una y otras vez, sin noción del transcurso del tiempo hasta que, cuando ya perdía toda esperanza de conseguir algo, un tenue pista, quizás una ilusión, apareció antes sus ojos.
Uno de los ministriles recordaba a un semielfo de cabellos negros, un extranjero, posiblemente un mercenario, que había estado merodeando por la Arena aquellos días. No vestía de inmaculado blanco, no iba decalzo y su informante no se había fijado el color de de los ojos de aquel semielfo ni recordaba su nombre, pero esos detalles no evitaron que una timida esperanza empezará a germinar en su corazón, que empezó a latir más aprisa... Quizás era él, su Akira, quizás lo había encontrado... No se le ocurría ni una sola razón para que su amado estuviera en la Arena de Adysium, vistiendo de una manera distinta a la acostumbrada, pero debían existir razones que ella conocería oportunamente, ya habría tiempo para explicaciones, lo primero era encontrarlo, reunirse con él...
- Ese hombre, ¿participará en el torneo? - preguntó a su interlocutor con voz que temblaba de ansiedad
- No lo creo, señora. En su primer combate resultó herido, nada mortal, pero tardará varios días en estar en condiciones de luchar de nuevo. Seguramente, podréis encontrarlo en alguno de los hospedajes de alrededor- añadió rápidamente al ver la desilusión pintada en su rostro – Los que viene a pelear a la Arena nunca se van muy lejos.
Un distraído gracias, una momenda que cambiaba de manos como prueba tangible de gratitud y sus pies, como si hubieran cobrado vida propia, buscaron el camino de salida del magnífico edificio. El sorteo para conformar los equipos ya se había realizado y la justa ya iba a comenzar, pero ella no era consciente de nada de eso. Olvidada de deberes y compromisos, sólo una idea habitaba en su mente, hipnotizándola: ese podía ser el día en que encontrara a Akira.
Conocer poco o nada de aquella ciudad no fue obstáculo para que rastreara los lugares de hospedaje que se situaban en torno a la Arena, desde el más humilde mesón hasta la más elegante posada. Le preguntó a cada transeúnte que encontró a su paso, repartiendo tanto sonrisas como monedas, y recorrió infatigable cada calle, callejón y callejuela que le indicaron, buscando el sitio donde se hospedaba el que esperaba fuera su amado,.
El cansancio lastraba su alma más que a su cuerpo cuando regresaba a la Arena un par de horas después, incapaz siquiera de lamerse las heridas de un nuevo fracaso. Había encontrado al que buscaba, aquel hombre del que le hablara el ministril, pero era un semielfo desconocido, no su Akira. La decepción sufrida - una más en una larga cuenta - acabó con aquella especie de trance en que había caído cuando abandonara la Arena y la hizo recordar sus deberes y el compromiso contraído. No podía fallarle al caballero que había contratado sus servicios, su pundonor de sanadora la impulsaba a cumplir la palabra apenas un poco más que la necesidad del dinero para continuar su obsesiva búsqueda.
No habían concluído aún los combates cuando retornó y la tienda vacía le indicaba que Cyrian continúaba aún en la lid. Mezclada entre el público presenció el fin de la contienda. No llegó a tiempo para ver el momento en que el caballero había sido herido, pero su ojo entrenado le permitió reconocer – una vez pudo concentrarse en lo que miraba – que el joven tenía un hombro lesionado; no iba a ganarse el dinero de balde.
Se encontraba ya en la tienda – más triste y cansada que cuando llegaran a aquel lugar, pero decidida a cumplir su labor – cuando Cyrian regresó a ella. Tras lograr que el caballero se despojara de su armadura, examinó cuidadosamente el hombro herido: el cambio de su forma respecto a lo normal, aquella protuberancia en la parte delantera, la pérdida de sensibilidad, el dolor indicaban claramente que el hombro estaba luxado.
- Tenéis una luxación del hombro – informó – Reduciré la lesión, inmovilizaré vuestro brazo y os aplicaré hielo y daré medicamentos para mitigar el dolor y reducir la inflamación. En circunstancias normales, deberiáis tener el brazo inmovilizado al menos una semana y luego comenzar a ejercitarlo gradualmente, pero no podriáis combatir así e imagino que no queréis abandonar el torneo.
Uno de los ministriles recordaba a un semielfo de cabellos negros, un extranjero, posiblemente un mercenario, que había estado merodeando por la Arena aquellos días. No vestía de inmaculado blanco, no iba decalzo y su informante no se había fijado el color de de los ojos de aquel semielfo ni recordaba su nombre, pero esos detalles no evitaron que una timida esperanza empezará a germinar en su corazón, que empezó a latir más aprisa... Quizás era él, su Akira, quizás lo había encontrado... No se le ocurría ni una sola razón para que su amado estuviera en la Arena de Adysium, vistiendo de una manera distinta a la acostumbrada, pero debían existir razones que ella conocería oportunamente, ya habría tiempo para explicaciones, lo primero era encontrarlo, reunirse con él...
- Ese hombre, ¿participará en el torneo? - preguntó a su interlocutor con voz que temblaba de ansiedad
- No lo creo, señora. En su primer combate resultó herido, nada mortal, pero tardará varios días en estar en condiciones de luchar de nuevo. Seguramente, podréis encontrarlo en alguno de los hospedajes de alrededor- añadió rápidamente al ver la desilusión pintada en su rostro – Los que viene a pelear a la Arena nunca se van muy lejos.
Un distraído gracias, una momenda que cambiaba de manos como prueba tangible de gratitud y sus pies, como si hubieran cobrado vida propia, buscaron el camino de salida del magnífico edificio. El sorteo para conformar los equipos ya se había realizado y la justa ya iba a comenzar, pero ella no era consciente de nada de eso. Olvidada de deberes y compromisos, sólo una idea habitaba en su mente, hipnotizándola: ese podía ser el día en que encontrara a Akira.
Conocer poco o nada de aquella ciudad no fue obstáculo para que rastreara los lugares de hospedaje que se situaban en torno a la Arena, desde el más humilde mesón hasta la más elegante posada. Le preguntó a cada transeúnte que encontró a su paso, repartiendo tanto sonrisas como monedas, y recorrió infatigable cada calle, callejón y callejuela que le indicaron, buscando el sitio donde se hospedaba el que esperaba fuera su amado,.
El cansancio lastraba su alma más que a su cuerpo cuando regresaba a la Arena un par de horas después, incapaz siquiera de lamerse las heridas de un nuevo fracaso. Había encontrado al que buscaba, aquel hombre del que le hablara el ministril, pero era un semielfo desconocido, no su Akira. La decepción sufrida - una más en una larga cuenta - acabó con aquella especie de trance en que había caído cuando abandonara la Arena y la hizo recordar sus deberes y el compromiso contraído. No podía fallarle al caballero que había contratado sus servicios, su pundonor de sanadora la impulsaba a cumplir la palabra apenas un poco más que la necesidad del dinero para continuar su obsesiva búsqueda.
No habían concluído aún los combates cuando retornó y la tienda vacía le indicaba que Cyrian continúaba aún en la lid. Mezclada entre el público presenció el fin de la contienda. No llegó a tiempo para ver el momento en que el caballero había sido herido, pero su ojo entrenado le permitió reconocer – una vez pudo concentrarse en lo que miraba – que el joven tenía un hombro lesionado; no iba a ganarse el dinero de balde.
Se encontraba ya en la tienda – más triste y cansada que cuando llegaran a aquel lugar, pero decidida a cumplir su labor – cuando Cyrian regresó a ella. Tras lograr que el caballero se despojara de su armadura, examinó cuidadosamente el hombro herido: el cambio de su forma respecto a lo normal, aquella protuberancia en la parte delantera, la pérdida de sensibilidad, el dolor indicaban claramente que el hombro estaba luxado.
- Tenéis una luxación del hombro – informó – Reduciré la lesión, inmovilizaré vuestro brazo y os aplicaré hielo y daré medicamentos para mitigar el dolor y reducir la inflamación. En circunstancias normales, deberiáis tener el brazo inmovilizado al menos una semana y luego comenzar a ejercitarlo gradualmente, pero no podriáis combatir así e imagino que no queréis abandonar el torneo.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Una sombra viajera
El caballero de las sombras no emitió ningún quejido mientras Lisandot examinaba sus heridas. La armadura lucía alguna abolladura de poca importancia, del mismo modo que Cyrian tenía algún que otro cardenal repartido por su cuerpo, por otro lado inmaculado, sin ningún rastro de cicatrices ni antiguas heridas, siquiera infantiles. Era un rasgo tan característico y único de él como lo eran sus ojos de color cambiante, castaños en aquel preciso momento; nunca había importado la gravedad de sus heridas ni su naturaleza, sanaban de forma natural sin dejar cicatriz alguna o marca que perdurase más de unas semanas.
Lo único realmente grave, era aquel hombro dislocado a consecuencia del traicionero golpe que había encajado durante el combate.
- Haced lo que debáis, dama Eclath. - contestó, sintiendo una punzada de dolor sólo con la leve caricia del examen de su hombro; punzada que hizo que sus iris se volvieran más rojizos. - No pretendo retirarme, pero puedo soportar bastante bien el dolor. Tenedlo en cuenta a la hora de darme medicinas que puedan nublar mis reflejos; prefiero aguantar el dolor de una herida a medio sanar a encajar más golpes por perder reflejos.
Maldijo para sus adentros al mercenario de la banda verde y su descuido al considerarlo derrotado. Sin su hombro, la segunda ronda de combates cuerpo a cuerpo iba a resultarle más difícil; no sólo clasificarse, sino hacer un buen papel en ella que era casi tan importante; la bolsa de Cyrian no era infinita, ni siquiera con su ascético estilo de vida ni la generosa compensación que se había llevado con él del barco de Ethel en Kuzueth.
El torneo era un medio para un fin, cierto, pero el antiguo paladín buscaba cubrir todas las bases y parte de ello requería hacer un buen papel para recolectar dinero. En cierto modo, contaba con ello para poder permitirse la gran paga que le había prometido a Lisandot.
Su equipo había ganado la primera ronda, por lo que cada integrante recibiría diez maravedís de plata, amén de un maravedí adicional por cada oponente al que hubieran obligado a pedir rescate; eso hacía que Sombra, con sus doce enemigos derribados hubiera ganado veintidós maravedís de plata sólo aquel día, cubriendo la paga prácticamente completa que había ofrecido a su médico, pero eso aún no cubría sus gastos del torneo, y mucho menos ayudaba a que su bolsa quedara en condiciones de poder moverse de modo desahogado sin depender de empleadores.
Necesitaba hacer una excelente segunda ronda de combate cuerpo a cuerpo y, al menos, un buen día en los torneos. Necesitaba su brazo del escudo.
- Estoy listo.- dijo mirando a la dama Eclath. - Adelante.
Lo único realmente grave, era aquel hombro dislocado a consecuencia del traicionero golpe que había encajado durante el combate.
- Haced lo que debáis, dama Eclath. - contestó, sintiendo una punzada de dolor sólo con la leve caricia del examen de su hombro; punzada que hizo que sus iris se volvieran más rojizos. - No pretendo retirarme, pero puedo soportar bastante bien el dolor. Tenedlo en cuenta a la hora de darme medicinas que puedan nublar mis reflejos; prefiero aguantar el dolor de una herida a medio sanar a encajar más golpes por perder reflejos.
Maldijo para sus adentros al mercenario de la banda verde y su descuido al considerarlo derrotado. Sin su hombro, la segunda ronda de combates cuerpo a cuerpo iba a resultarle más difícil; no sólo clasificarse, sino hacer un buen papel en ella que era casi tan importante; la bolsa de Cyrian no era infinita, ni siquiera con su ascético estilo de vida ni la generosa compensación que se había llevado con él del barco de Ethel en Kuzueth.
El torneo era un medio para un fin, cierto, pero el antiguo paladín buscaba cubrir todas las bases y parte de ello requería hacer un buen papel para recolectar dinero. En cierto modo, contaba con ello para poder permitirse la gran paga que le había prometido a Lisandot.
Su equipo había ganado la primera ronda, por lo que cada integrante recibiría diez maravedís de plata, amén de un maravedí adicional por cada oponente al que hubieran obligado a pedir rescate; eso hacía que Sombra, con sus doce enemigos derribados hubiera ganado veintidós maravedís de plata sólo aquel día, cubriendo la paga prácticamente completa que había ofrecido a su médico, pero eso aún no cubría sus gastos del torneo, y mucho menos ayudaba a que su bolsa quedara en condiciones de poder moverse de modo desahogado sin depender de empleadores.
Necesitaba hacer una excelente segunda ronda de combate cuerpo a cuerpo y, al menos, un buen día en los torneos. Necesitaba su brazo del escudo.
- Estoy listo.- dijo mirando a la dama Eclath. - Adelante.
Cyrian- Cantidad de envíos : 305
Re: Una sombra viajera
No era habitual encontrar una persona que no tuviera cicatrices de alguna especie, mucho menos aún si esa persona era un mercenario pero esa circunstancia, que en otro momento hubiera despertado su curiosidad, ahora la dejó indiferente, atenta sólo a cumplir con su deber de la mejor manera posible.
- Descuidad, milord. Hoy y los días que siguen, después de los combates, os daré medicinas que os sedarán un poco para ayudaros a descansar y recuperar vuestras energías, pero antes de las justas usaré medicamentos que anularán el dolor sin afectar en lo absoluto vuestras facultades.
No dudaba de la capacidad del joven caballero para tolerar el dolor, conocía bien el poder de la mente humana y como esta lograba controlar el cuerpo de formas que parecían mágicas, pero también sabía que el dolor continuado mermaba las energías de una persona por más que tuviera una voluntad de hierro, así como una gota de agua logra horadar una piedra si cae sobre ella el tiempo suficiente. Y no sólo voluntad y reflejos necesitaría su temporal empleador para salir con bien en las justas, también necesitaría fuerzas.
- De esta manera, puedo hacer que vuestro brazo funcione como si no estuviera lesionado los próxinos tres días, pero debéis tener en cuenta que luego tardará en recuperarse mucho más que si hubiese recibido el tratamiento habitual y que incluso puede no rcuperarse del todo, a menos que encontréis a alguien que pudiera curaros con magia.
De depender sólo de ella la decisión, hubiera seguido el procedimiento habitual para posibilitarr la completa recuperación del brazo afectado, pero era consciente de que asegurarse de estar en el torneo hasta el último día era la razón por la cual Cyrian había decido pagar tan espléndidamente por un médico personal. No esperaba poder disuadirlo, pero consideraba parte de su deber informarle de los riesgos a los que se exponía al decidir continuar combatiendo.
Cuando el joven dijo estar listo, tomó su brazo con firmeza y realizó los movimientos necesarios hasta que el hombro encajó nuevamente en su articulación, le colocó un cabestrillo y le suministró parte del contenido de un frasquito que sacó del bolso que llevaba a la cintura, tal como había sacado la venda que usara para sostener el brazo.
- Esto atenuará la inflamación y el dolor y os ayudará a descansar – señaló – Ahora iré en busca de hielo para la otra parte del tratamiento.
En un recinto donde se había hecho nevar mientras en el resto de la ciudad brillaba el sol, no esperaba tener dificultades para obtener hielo, pero si no lo conseguía siempre podía soñarlo. Una pequeña bolsa de hielo cada dos horas era algo que sus fuerzas le permitirían hacer.
- Descuidad, milord. Hoy y los días que siguen, después de los combates, os daré medicinas que os sedarán un poco para ayudaros a descansar y recuperar vuestras energías, pero antes de las justas usaré medicamentos que anularán el dolor sin afectar en lo absoluto vuestras facultades.
No dudaba de la capacidad del joven caballero para tolerar el dolor, conocía bien el poder de la mente humana y como esta lograba controlar el cuerpo de formas que parecían mágicas, pero también sabía que el dolor continuado mermaba las energías de una persona por más que tuviera una voluntad de hierro, así como una gota de agua logra horadar una piedra si cae sobre ella el tiempo suficiente. Y no sólo voluntad y reflejos necesitaría su temporal empleador para salir con bien en las justas, también necesitaría fuerzas.
- De esta manera, puedo hacer que vuestro brazo funcione como si no estuviera lesionado los próxinos tres días, pero debéis tener en cuenta que luego tardará en recuperarse mucho más que si hubiese recibido el tratamiento habitual y que incluso puede no rcuperarse del todo, a menos que encontréis a alguien que pudiera curaros con magia.
De depender sólo de ella la decisión, hubiera seguido el procedimiento habitual para posibilitarr la completa recuperación del brazo afectado, pero era consciente de que asegurarse de estar en el torneo hasta el último día era la razón por la cual Cyrian había decido pagar tan espléndidamente por un médico personal. No esperaba poder disuadirlo, pero consideraba parte de su deber informarle de los riesgos a los que se exponía al decidir continuar combatiendo.
Cuando el joven dijo estar listo, tomó su brazo con firmeza y realizó los movimientos necesarios hasta que el hombro encajó nuevamente en su articulación, le colocó un cabestrillo y le suministró parte del contenido de un frasquito que sacó del bolso que llevaba a la cintura, tal como había sacado la venda que usara para sostener el brazo.
- Esto atenuará la inflamación y el dolor y os ayudará a descansar – señaló – Ahora iré en busca de hielo para la otra parte del tratamiento.
En un recinto donde se había hecho nevar mientras en el resto de la ciudad brillaba el sol, no esperaba tener dificultades para obtener hielo, pero si no lo conseguía siempre podía soñarlo. Una pequeña bolsa de hielo cada dos horas era algo que sus fuerzas le permitirían hacer.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
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