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Tierra Extraña (Lis)
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Tierra Extraña (Lis)
Si era cierto que en Denkenia habitaban seres devoradores de almas, les acababan de servir un buen banquete. Los soldados de Trinacria habían caído sobre la población como un una exhalación, como en los viejos tiempos: nada de grandes ejércitos, sólo uno reducido y eficaz, móvil. El barco con el que habían llegado era el Galgo Rojo, un navío de buena madera de Valanderiel, con el pabellón del rey de Trinacria en lo alto ondeando orgullosamente al viento.
Como habían previsto los altos mandos del reino, Denkenia no había supuesto demasiada resistencia, al menos no el destacamento con el que se habían cruzado. El caballero de Loïc limpiaba ahora su espada en el cuerpo de uno de los hombres que yacían muertos. A su frente, el mar y las suaves costas coralinas de la isla, y a su espalda las famosas hierbas altas que dominaban el paisaje.
-Una vez entremos seremos la presa, pero una presa con más garras y dientes que el depredador -murmuró, calándose el sombrero para bloquear los rayos de sol que le golpeaban en la cara. Habían aprovechado un espeso banco de niebla matutina para desembarcar sin que los defensores se dieran cuenta, pero ahora hacía ya tiempo que se había disuelto.
La historia de cómo había vuelto al servicio del rey era larga y no viene al caso; pero al fin y al cabo ése era su oficio, ser soldado. Y tenía le dudoso honor de ser el decano de la compañía, cargo oficioso pero que le daba cierta altura moral. Se acercó hacia el rincón donde la sanadora de la compañía se encargaba de los heridos. Sonrió, porque sabía que detrás de aquella frágil apariencia había una persona formidable; de todos modos, había sido él quién la había buscado y le había propuesto que se enrolase en los ejércitos de Trískel, y por tanto su código de honor le exigía cierta responsabilidad. Y más teniendo en cuenta la fuerte amistad que le unía al caballero merced al cual se habían conocido, en primera instancia... Lohengrin. Se preguntó que opinaría su extraviado amigo sobre aquello de caer sobre una isla casi indefensa y pasar a cuchillo a todo hombre que formara parte del "casi" y se les opusiera. Su animadversión común por la Orden de la Dama sería un argumento fácil para que se pusieran de acuerdo, pero con una sonrisa para sí concluyó que no: sería precisamente demasiado fácil. Aquello iba más allá de un conflicto filosófico. Era una cuestión de cumplir el deber sin plantearse lo bien o mal que eso esté. Tu rey, al fin y al cabo, es tu rey.
-¿Estáis bien? -preguntó, y se sentó en un tocón cercano, cara al mar. No había sido un combate duro, ni arriesgado. Los soldados de Ashper luchaban bien, pero los habían tomado por sorpresa y habían tenido la ventaja del número. Las bajas por su lado habían sido escasas, y el propio caballero había salido ileso-. El capitán dice que quiere llegar al centro de la isla lo antes posible, y los soldados están de acuerdo... Los rumores hablan de que la noche en Denkenia no es segura.
Apenas hubo terminado de hablar vio pasar entre las olas un pequeño grupo de criaturas afables y de aspecto algo tontorrón, que terminaban de darle a la isla, junto a sus praderas, sus costas redondeadas y su suave brisa, un aspecto más bien inofensivo, sólo perturbado por los soldados que ya se preparaban para marchar de nuevo.
-Que me aspen, pero en este lugar me parece que si hay algo peligroso, somos nosotros.
Como habían previsto los altos mandos del reino, Denkenia no había supuesto demasiada resistencia, al menos no el destacamento con el que se habían cruzado. El caballero de Loïc limpiaba ahora su espada en el cuerpo de uno de los hombres que yacían muertos. A su frente, el mar y las suaves costas coralinas de la isla, y a su espalda las famosas hierbas altas que dominaban el paisaje.
-Una vez entremos seremos la presa, pero una presa con más garras y dientes que el depredador -murmuró, calándose el sombrero para bloquear los rayos de sol que le golpeaban en la cara. Habían aprovechado un espeso banco de niebla matutina para desembarcar sin que los defensores se dieran cuenta, pero ahora hacía ya tiempo que se había disuelto.
La historia de cómo había vuelto al servicio del rey era larga y no viene al caso; pero al fin y al cabo ése era su oficio, ser soldado. Y tenía le dudoso honor de ser el decano de la compañía, cargo oficioso pero que le daba cierta altura moral. Se acercó hacia el rincón donde la sanadora de la compañía se encargaba de los heridos. Sonrió, porque sabía que detrás de aquella frágil apariencia había una persona formidable; de todos modos, había sido él quién la había buscado y le había propuesto que se enrolase en los ejércitos de Trískel, y por tanto su código de honor le exigía cierta responsabilidad. Y más teniendo en cuenta la fuerte amistad que le unía al caballero merced al cual se habían conocido, en primera instancia... Lohengrin. Se preguntó que opinaría su extraviado amigo sobre aquello de caer sobre una isla casi indefensa y pasar a cuchillo a todo hombre que formara parte del "casi" y se les opusiera. Su animadversión común por la Orden de la Dama sería un argumento fácil para que se pusieran de acuerdo, pero con una sonrisa para sí concluyó que no: sería precisamente demasiado fácil. Aquello iba más allá de un conflicto filosófico. Era una cuestión de cumplir el deber sin plantearse lo bien o mal que eso esté. Tu rey, al fin y al cabo, es tu rey.
-¿Estáis bien? -preguntó, y se sentó en un tocón cercano, cara al mar. No había sido un combate duro, ni arriesgado. Los soldados de Ashper luchaban bien, pero los habían tomado por sorpresa y habían tenido la ventaja del número. Las bajas por su lado habían sido escasas, y el propio caballero había salido ileso-. El capitán dice que quiere llegar al centro de la isla lo antes posible, y los soldados están de acuerdo... Los rumores hablan de que la noche en Denkenia no es segura.
Apenas hubo terminado de hablar vio pasar entre las olas un pequeño grupo de criaturas afables y de aspecto algo tontorrón, que terminaban de darle a la isla, junto a sus praderas, sus costas redondeadas y su suave brisa, un aspecto más bien inofensivo, sólo perturbado por los soldados que ya se preparaban para marchar de nuevo.
-Que me aspen, pero en este lugar me parece que si hay algo peligroso, somos nosotros.
Arzhel de Loïc- Cantidad de envíos : 175
Re: Tierra Extraña (Lis)
Iba a la retaguardia de los combatientes, como correspondía a su función y, mientras ellos iniciaban el ataque protegidos por el banco de niebla, ella había montado un pequeño hospital de campaña, ahí mismo en la playa. La asistía un soldado cuya renguera lo había dejado al margen del combate y al que había entrenado con esmero y ambos se ocupaban ahora de los escasos heridos que había producido la refriega, ninguno de gravedad. Hasta el momento, había tenido más trabajo en el barco, atendiendo los mareos de los futuros combatientes.
Terminó de ajustar el vendaje del último de sus pacientes, un chico pecoso al que conocía del Mercado de Trinacria, le susurró algunas palabras de aliento y lo dejó al cuidado de su ayudante. Todos los heridos eran del bando del Triskel, ningún soldado de Ashper – a ella no le hubiera importado en lo más mínimo atenderlos – había sobrevivido. Confiaba – quería confiar – en que eso no se debiera a que habían rematado a los heridos.
Detestaba la guerra, pero ahí estaba, sirviendo en las filas del rey de Trinacria como médico militar, una ocupación que jamás le había pasado por la cabeza tener. Pero precisamente ese jovencito pecoso, el hijo de una vendedora de pescado del Mercado, era en parte responsable de su decisión de aceptar la propuesta del Caballero de Loïc. Él y otros como él, humildes peones reclutados a la fuerza para participar en una guerra cuya causa ni siquiera comprendían del todo. Padres, hijos y hermanos de gente que ella conocía habían sido víctimas de las levas forzosas y la idea de contribuir con un granito de arena a que pudieran regresar, vivos y tan sanos como fuera posible, a casa la había motivado a decir que sí. Y no se arrepentía de la decisión tomada, aunque en ese ambiente se sentía como pollo en corral ajeno.
Terminaba de inspeccionar el estado de todos los heridos cuando vio que se acercaba el caballero de Loïc.
- Sí, ni siquiera me he roto una uña – contestó con una sonrisa – Me alegra ver que estáis ileso – añadió, sentándose a su vez en la arena para ajustarse, una vez más, las botas.
El capitán había insistido en que usara una armadura de cuero y botas y, por supuesto, no habían encontrado nada adecuado a su menuda contextura. El más pequeño par de botas era enorme para su pie pequeño y fino y habían tenido que rellenarlas con trapos y ajustarla con cuerdas para que le fueran de alguna utilidad. Un enano anónimo había sido el dueño de la que era ahora su armadura; le quedaba ancha y corta, pero protegía los puntos vitales y con eso bastaba. El resultado final no era del todo cómodo y, mucho menos, elegante, pero esos eran asuntos menores en una guerra.
- ¿No es segura? ¿por qué? -[ preguntó extrañada – Pensé que habían acabado con la resistencia.[
Cierto que se acababa de librar un combate – más bien una escaramuza - en ella, pero el paisaje en sí mismo, con sus verdes prados y bonita playa, resultaba acogedor y para nada amenazador.
- Estoy completamente de acuerdo con eso, maese de Loïc – contestó, mirando con tristeza el cadáver tendido en la playa de un combatiente de Ashper – Este lugar parece inofensivo.
Terminó de ajustar el vendaje del último de sus pacientes, un chico pecoso al que conocía del Mercado de Trinacria, le susurró algunas palabras de aliento y lo dejó al cuidado de su ayudante. Todos los heridos eran del bando del Triskel, ningún soldado de Ashper – a ella no le hubiera importado en lo más mínimo atenderlos – había sobrevivido. Confiaba – quería confiar – en que eso no se debiera a que habían rematado a los heridos.
Detestaba la guerra, pero ahí estaba, sirviendo en las filas del rey de Trinacria como médico militar, una ocupación que jamás le había pasado por la cabeza tener. Pero precisamente ese jovencito pecoso, el hijo de una vendedora de pescado del Mercado, era en parte responsable de su decisión de aceptar la propuesta del Caballero de Loïc. Él y otros como él, humildes peones reclutados a la fuerza para participar en una guerra cuya causa ni siquiera comprendían del todo. Padres, hijos y hermanos de gente que ella conocía habían sido víctimas de las levas forzosas y la idea de contribuir con un granito de arena a que pudieran regresar, vivos y tan sanos como fuera posible, a casa la había motivado a decir que sí. Y no se arrepentía de la decisión tomada, aunque en ese ambiente se sentía como pollo en corral ajeno.
Terminaba de inspeccionar el estado de todos los heridos cuando vio que se acercaba el caballero de Loïc.
- Sí, ni siquiera me he roto una uña – contestó con una sonrisa – Me alegra ver que estáis ileso – añadió, sentándose a su vez en la arena para ajustarse, una vez más, las botas.
El capitán había insistido en que usara una armadura de cuero y botas y, por supuesto, no habían encontrado nada adecuado a su menuda contextura. El más pequeño par de botas era enorme para su pie pequeño y fino y habían tenido que rellenarlas con trapos y ajustarla con cuerdas para que le fueran de alguna utilidad. Un enano anónimo había sido el dueño de la que era ahora su armadura; le quedaba ancha y corta, pero protegía los puntos vitales y con eso bastaba. El resultado final no era del todo cómodo y, mucho menos, elegante, pero esos eran asuntos menores en una guerra.
- ¿No es segura? ¿por qué? -[ preguntó extrañada – Pensé que habían acabado con la resistencia.[
Cierto que se acababa de librar un combate – más bien una escaramuza - en ella, pero el paisaje en sí mismo, con sus verdes prados y bonita playa, resultaba acogedor y para nada amenazador.
- Estoy completamente de acuerdo con eso, maese de Loïc – contestó, mirando con tristeza el cadáver tendido en la playa de un combatiente de Ashper – Este lugar parece inofensivo.
Última edición por Lisandot el 08/08/15, 09:14 pm, editado 2 veces
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Tierra Extraña (Lis)
El soldado examinó con ojo acostumbrado el grupo de heridos que acababa de ser atendido por Lisandot, desde su improvisado asiento. Nunca le había cabido duda alguna sobre las habilidades de la sanadora, y su empeño era encomiable. Tenían suerte de poder contar con alguien así en su modesta compañía, porque si no toda aquella gente estaría condenada.
Arzhel no era partidario de las levas milicianas: son los soldados los que deben dedicarse a la guerra, y también los que deben hacerse cargo de sus consecuencias. Muchos de aquellos hombres eran artesanos, pequeños comerciantes, ciudadanos de Trinacria que habían sido enrolados ante la necesidad de hombres. Habían recibido el mejor adiestramiento posible y tenían oficiales capaces y experimentados (empezando por él mismo, aunque no lo admitiría en público), pero incluso así había algo que se le escapaba al caballero. Algo malo.
-Mala hierba nunca muere -respondió quedamente, con una breve sonrisa, pasándose una mano por el cabello sudoroso. Su viejo coleto de cuero le seguía haciendo un buen servicio, y la banda que lo cruzaba, identificándolo como oficial de la compañía estaba casi impoluta. La sangre, en cualquier caso, no era suya. Ante la pregunta de la sanadora, se encogió de hombros.
-Rumores. Habladurías, si queréis mi opinión. Cuentos que los hombres han oído en las tabernas... -se calló de repente, porque se hallaban cerca de esos hombres, justamente, y lo peor que podía hacer era minar la escasa moral de sus tropas-. Sin duda alguna, una estrategia bien hurdida para intentar desmoralizarnos y evitar el ataque a la isla... Una treta para intentar compensar sus pobres defensas. ¡Pero nosotros somos más listos! ¿No es así, muchachos? -alzó el puño-. ¡Perded cuidado, pronto volveremos a estar en nuestras amadas Trískel, bebiendo un buen vino en la Cebolla de Marfil!
Un débil coro contestó a su improvisado discurso, y le hizo un señal a Lisandot para que le acompañara a un rincón más apartado.
-Los informes que recibió el capitán hablan de extraños males que acechan por la noche... Gente que desaparece, historias así -le dijo, con voz queda. Al poco se oyeron las voces del líder de la compañía ordenando que empezaran a desfilar hacia el interior de las hierbas altas. No habían senderos apenas, y los soldados iban ojo avizor, aunque pronto se comenzaron a tranquilizar.
-Una excursión por el campo, totalmente -dijo el capitán, que marchaba a la vanguardia de sus hombres.
Arzhel no era partidario de las levas milicianas: son los soldados los que deben dedicarse a la guerra, y también los que deben hacerse cargo de sus consecuencias. Muchos de aquellos hombres eran artesanos, pequeños comerciantes, ciudadanos de Trinacria que habían sido enrolados ante la necesidad de hombres. Habían recibido el mejor adiestramiento posible y tenían oficiales capaces y experimentados (empezando por él mismo, aunque no lo admitiría en público), pero incluso así había algo que se le escapaba al caballero. Algo malo.
-Mala hierba nunca muere -respondió quedamente, con una breve sonrisa, pasándose una mano por el cabello sudoroso. Su viejo coleto de cuero le seguía haciendo un buen servicio, y la banda que lo cruzaba, identificándolo como oficial de la compañía estaba casi impoluta. La sangre, en cualquier caso, no era suya. Ante la pregunta de la sanadora, se encogió de hombros.
-Rumores. Habladurías, si queréis mi opinión. Cuentos que los hombres han oído en las tabernas... -se calló de repente, porque se hallaban cerca de esos hombres, justamente, y lo peor que podía hacer era minar la escasa moral de sus tropas-. Sin duda alguna, una estrategia bien hurdida para intentar desmoralizarnos y evitar el ataque a la isla... Una treta para intentar compensar sus pobres defensas. ¡Pero nosotros somos más listos! ¿No es así, muchachos? -alzó el puño-. ¡Perded cuidado, pronto volveremos a estar en nuestras amadas Trískel, bebiendo un buen vino en la Cebolla de Marfil!
Un débil coro contestó a su improvisado discurso, y le hizo un señal a Lisandot para que le acompañara a un rincón más apartado.
-Los informes que recibió el capitán hablan de extraños males que acechan por la noche... Gente que desaparece, historias así -le dijo, con voz queda. Al poco se oyeron las voces del líder de la compañía ordenando que empezaran a desfilar hacia el interior de las hierbas altas. No habían senderos apenas, y los soldados iban ojo avizor, aunque pronto se comenzaron a tranquilizar.
-Una excursión por el campo, totalmente -dijo el capitán, que marchaba a la vanguardia de sus hombres.
Arzhel de Loïc- Cantidad de envíos : 175
Re: Tierra Extraña (Lis)
Extranjera en Jaspia y residente en Trinacria desde su arribo a esas tierras, ella no conocía las leyendas relativas a Denkenia. Para la gente con la que se codeaba de manera habitual, lo que sucedía o dejaba de suceder en esa pequeña isla- y en cualquier otra isla del archipiélago hasta la invasión a Shamataw, a decir verdad - no era un tema de interés cotidiano, inmersos como estaban en la ardua tarea de vivir sus sencillas vidas de la mejor manera posible.
Tampoco se había enterado de nada durante su obsesiva búsqueda de su amado desaparecido. No había visitado físicamente la isla, pero si le había dedicado un breve viaje astral que no le había dado pistas ni motivos para regresar en forma corpórea. Que todos los habitantes estuvieran en casa antes de ponerse el sol, era algo que ni siquiera había despertado su curiosidad mientas su forma astral se alejaba de Denkenia con las últimas luces del ocaso.
La interrupción de la charla del caballero y el cambio en su tono, como si no quisiera decir algo que inquietara a los soldados le llamó la atención. ¿Cuál sería el tenor de esos rumores y habladurías?. Su experiencia le decía que solían tener una base de verdad, aunque fuera muy lejana.
- ¿Gente que desaparece por las noches? ¿Por eso se recogen a sus casas antes de la puesta de sol? - preguntó en un susurro, recordando su fugaz visita al lugar. Sin duda, era un tipo de rumor que podía afectar bastante la moral de esa bisoña tropa de reclutas y hacía entendible la discreción de su interlocutor.
Su curiosidad se había despertado, pero no había tiempo para satisfacerla ya que el capitán había dado orden de iniciar la marcha y tocaba organizar el traslado de los heridos. Despidiéndose del caballero, volvió a su pequeño hospital de campaña y comenzó a tomar las providencias necesarias con su ayudante. Afortunadamente, la mayoría de ellos podía caminar, con poca o ninguna ayuda, y sólo uno requería ser transportado en angarillas, para lo cual se agenció con el jefe de la compañía un par de robustos mocetones.
Dejando a su asistente la tarea de levantar el pequeño campamento médico, guió la marcha de sus pacientes tras los pasos del resto del contingente, atenta al más mínimo detalle que indicara que alguno hubiese sufrido un empeoramiento de su condición.
Tampoco se había enterado de nada durante su obsesiva búsqueda de su amado desaparecido. No había visitado físicamente la isla, pero si le había dedicado un breve viaje astral que no le había dado pistas ni motivos para regresar en forma corpórea. Que todos los habitantes estuvieran en casa antes de ponerse el sol, era algo que ni siquiera había despertado su curiosidad mientas su forma astral se alejaba de Denkenia con las últimas luces del ocaso.
La interrupción de la charla del caballero y el cambio en su tono, como si no quisiera decir algo que inquietara a los soldados le llamó la atención. ¿Cuál sería el tenor de esos rumores y habladurías?. Su experiencia le decía que solían tener una base de verdad, aunque fuera muy lejana.
- ¿Gente que desaparece por las noches? ¿Por eso se recogen a sus casas antes de la puesta de sol? - preguntó en un susurro, recordando su fugaz visita al lugar. Sin duda, era un tipo de rumor que podía afectar bastante la moral de esa bisoña tropa de reclutas y hacía entendible la discreción de su interlocutor.
Su curiosidad se había despertado, pero no había tiempo para satisfacerla ya que el capitán había dado orden de iniciar la marcha y tocaba organizar el traslado de los heridos. Despidiéndose del caballero, volvió a su pequeño hospital de campaña y comenzó a tomar las providencias necesarias con su ayudante. Afortunadamente, la mayoría de ellos podía caminar, con poca o ninguna ayuda, y sólo uno requería ser transportado en angarillas, para lo cual se agenció con el jefe de la compañía un par de robustos mocetones.
Dejando a su asistente la tarea de levantar el pequeño campamento médico, guió la marcha de sus pacientes tras los pasos del resto del contingente, atenta al más mínimo detalle que indicara que alguno hubiese sufrido un empeoramiento de su condición.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Tierra Extraña (Lis)
-Eso parece -respondió sencillamente. Con los años había aprendido a ser precavido, y aunque las leyendas muchas veces no pasaban de ser eso mismo, leyendas, otras veces escondían verdades. Verdades siniestras, en aquel caso.
A la orden del capitán, el pelotón comenzó su lenta marcha atravesando las hierbas altas. A Arzhel y a su pequeña escuadra le correspondía defender la retaguardia, en la que se hallaban básicamente los heridos y las vituallas. Sin embargo, cuando llevaban algo de camino y no pasaba nada, los ánimos de los soldados volvieron a subir. La atmósfera de la isla era tranquila, y eso se transmitía de forma subliminal a la moral de la gente.
-El principal problema es que la población está toda concentrada en Denke, al centro, en una isla... -oyó que comentaban dos soldados. Y eso era algo en lo que al parecer la fuerza invasora no había reparado. Caía la tarde cuando a lo lejos, vieron por primera vez la laguna en cuyo centro se encontraba la capital de la isla.
-¿Cómo va vuestra adaptación a la vida militar? -preguntó, contagiado de la relajación general, que invitaba a la charla. No dejaba de sorprenderle el semblante de aquella mujer, aún con lo que sabía de ella.
El paisaje era realmente formidable, de eso no cabía ninguna duda. Era poéticamente injusto que en una isla como aquella tuviera cabida la violencia, pero las guerras así eran. Los defensores de la ciudad se habían cuidado bien de no dejar barcas al alcance de los invasores, que ahora tenían que decidir como abordar el asalto al islote. El capitán ordenó un consejo con los oficiales y demás miembros de importancia de la compañía, médicos incluidos.
-Nadamos a través de la laguna por la noche, nos colamos en la ciudad y bajamos el puente: zis zas, sus y a ellos -dijo el caballero en cuanto tuvo la oportunidad. Había puesto en práctica esa manera de hacer las cosas más de una vez, y con efectividad probada. Claro que implicaba esperar a la noche, y a los peligros que, según las leyendas, acechaban en ella.
A la orden del capitán, el pelotón comenzó su lenta marcha atravesando las hierbas altas. A Arzhel y a su pequeña escuadra le correspondía defender la retaguardia, en la que se hallaban básicamente los heridos y las vituallas. Sin embargo, cuando llevaban algo de camino y no pasaba nada, los ánimos de los soldados volvieron a subir. La atmósfera de la isla era tranquila, y eso se transmitía de forma subliminal a la moral de la gente.
-El principal problema es que la población está toda concentrada en Denke, al centro, en una isla... -oyó que comentaban dos soldados. Y eso era algo en lo que al parecer la fuerza invasora no había reparado. Caía la tarde cuando a lo lejos, vieron por primera vez la laguna en cuyo centro se encontraba la capital de la isla.
-¿Cómo va vuestra adaptación a la vida militar? -preguntó, contagiado de la relajación general, que invitaba a la charla. No dejaba de sorprenderle el semblante de aquella mujer, aún con lo que sabía de ella.
El paisaje era realmente formidable, de eso no cabía ninguna duda. Era poéticamente injusto que en una isla como aquella tuviera cabida la violencia, pero las guerras así eran. Los defensores de la ciudad se habían cuidado bien de no dejar barcas al alcance de los invasores, que ahora tenían que decidir como abordar el asalto al islote. El capitán ordenó un consejo con los oficiales y demás miembros de importancia de la compañía, médicos incluidos.
-Nadamos a través de la laguna por la noche, nos colamos en la ciudad y bajamos el puente: zis zas, sus y a ellos -dijo el caballero en cuanto tuvo la oportunidad. Había puesto en práctica esa manera de hacer las cosas más de una vez, y con efectividad probada. Claro que implicaba esperar a la noche, y a los peligros que, según las leyendas, acechaban en ella.
Arzhel de Loïc- Cantidad de envíos : 175
Re: Tierra Extraña (Lis)
Todo era tan sereno, el paisaje, la marcha, que no costaba hacerse la ilusión de estar en un paseo campestre. Una ilusión peligrosa, dadas las circunstancias. Peligrosa para la tropa, que mal que mal estaba envuelta en una guerra y no debía relajarse. Peligrosa para ella, porque le traía añoranzas de la vida que había deseado y comenzado a tener para luego perderla de manera irrevocable...
Suspiró y sacudió la cabeza, rehusando dejarse llevar por los pensamientos tristes que , de tanto en tanto, aparecían para inquietarla. La nostalgia era un lujo que no se podía permitir. Para combatirla centró sus pensamientos en el caballero que caminaba a su lado. Un noble despojado de su herencia y de su nombre y con intenciones de reclamar ambos era una figura propia de cantares de bardos, aunque el hombre que en ese momento le hacía una pregunta era bien real.
- A decir verdad –- dijo luego de un breve momento de reflexión – Creo que no va mal. Me he acostumbrado al rancho, a dormir donde nos encuentre la noche – eso no le había resultado difícil; en muchas ocasiones en su vida anterior se había visto obligada a dormir donde pudiera y a comer lo que encontrara – También me he acostumbrado al vestuario –- añadió, echando una mirada divertida a la armadura de cuero y las botas que debía llevar – Lo más difícil ha sido acostumbrarme a recibir órdenes-- concluyó.
Sí, eso era por lejos lo más difícil. Nunca antes había formado parte de un cuerpo organizado con reglas y jerarquías, estaba acostumbrada a decidir por sí misma en su vida y en su trabajo y no le resultaba grato que alguien le dijera lo que debía hacer, particularmente cuando estimaba que las órdenes recibidas no tenían lógica ni sentido.
- ¿Qué fue lo más difícil para vos en su momento, maese?-
Una parte de sus responsabilidades era preocuparse de la alimentación de sus pacientes, lo que implicaba una cotidiana “batalla” con el encargado del rancho, a esas alturas un juego entre ambos, un toque de humor bienvenido en medio de los rigores de la vida militar y las tribulaciones de la guerra. Una vez segura de que cada herido recibía la dieta requerida, acudió al consejo convocado por el capitán sin tener muy claro lo que ella, ignorante de tácticas y estrategias, podía aportar en esas circunstancias.
- ¿No os llama la atención que toda la población se hacine en un islote, teniendo tanto espacio alrededor para vivir con comodidad? -- preguntó cuando llegó su turno de hablar – Quizás esos extraños males de los que hablan las leyendas tengan algún viso de realidad y convendría estar preparados por si hay que enfrentar algún peligro desconocido- .
Suspiró y sacudió la cabeza, rehusando dejarse llevar por los pensamientos tristes que , de tanto en tanto, aparecían para inquietarla. La nostalgia era un lujo que no se podía permitir. Para combatirla centró sus pensamientos en el caballero que caminaba a su lado. Un noble despojado de su herencia y de su nombre y con intenciones de reclamar ambos era una figura propia de cantares de bardos, aunque el hombre que en ese momento le hacía una pregunta era bien real.
- A decir verdad –- dijo luego de un breve momento de reflexión – Creo que no va mal. Me he acostumbrado al rancho, a dormir donde nos encuentre la noche – eso no le había resultado difícil; en muchas ocasiones en su vida anterior se había visto obligada a dormir donde pudiera y a comer lo que encontrara – También me he acostumbrado al vestuario –- añadió, echando una mirada divertida a la armadura de cuero y las botas que debía llevar – Lo más difícil ha sido acostumbrarme a recibir órdenes-- concluyó.
Sí, eso era por lejos lo más difícil. Nunca antes había formado parte de un cuerpo organizado con reglas y jerarquías, estaba acostumbrada a decidir por sí misma en su vida y en su trabajo y no le resultaba grato que alguien le dijera lo que debía hacer, particularmente cuando estimaba que las órdenes recibidas no tenían lógica ni sentido.
- ¿Qué fue lo más difícil para vos en su momento, maese?-
Una parte de sus responsabilidades era preocuparse de la alimentación de sus pacientes, lo que implicaba una cotidiana “batalla” con el encargado del rancho, a esas alturas un juego entre ambos, un toque de humor bienvenido en medio de los rigores de la vida militar y las tribulaciones de la guerra. Una vez segura de que cada herido recibía la dieta requerida, acudió al consejo convocado por el capitán sin tener muy claro lo que ella, ignorante de tácticas y estrategias, podía aportar en esas circunstancias.
- ¿No os llama la atención que toda la población se hacine en un islote, teniendo tanto espacio alrededor para vivir con comodidad? -- preguntó cuando llegó su turno de hablar – Quizás esos extraños males de los que hablan las leyendas tengan algún viso de realidad y convendría estar preparados por si hay que enfrentar algún peligro desconocido- .
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Tierra Extraña (Lis)
Una vez más, aquella mujer lo sorprendía; ahora con su respuesta, que el caballero había escuchado atentamente mientras seguían la marcha de la compañía. Acatar órdenes... "Bueno", pensó para sus adentros, "de eso sé un rato. De cumplirlas y de no hacerlo." No en vano el caballero había perdido su rango de capitán tras matar en duelo a un tal Cernut, un comandante de rango superior, allá cuando era joven y la milicia estaba todavía rodeada de ilusiones, romanticismo y sueños.
-Es lo más difícil, sí -se limitó a responder, no queriendo hablar de ello más por estar rodeados de soldada que por no confiar en Lisandot. Tal y como estaban las cosas, no era conveniente hablar de sus errores pasados. Un oficial veterano debía inspirar confianza, aunque fuese un simple cabo-. Quizá por eso es lo principal que debe hacer un soldado. Saber combatir, ser audaz... Todo eso importa. Pero sin disciplina, no somos nada.
Miró disimuladamente hacia los soldados que avanzaban delante de ellos, como queriéndolos señalar con la mirada, significativamente. Voluntad a aquellos hombres no les faltaba, pero disciplina... Eso era lo que más preocupaba a Arzhel. De momento siempre se habían visto en situaciones favorables, pero cuando tocara apretar los dientes y aguantar no sabía hasta qué punto eran fiables aquellos hombres.
La pregunta de Lisandot le hizo mesarse las barbas, pensativo. Se quedó un momento callado mientras reflexionaba, y luego canturreó una coplilla, muy popular entre la soldadesca en sus días de juventud:
La ingenuidad de aquellos versos le hicieron sonreír, con una mezcla de amargura y condescendencia.
-Hace casi treinta... ¡Treinta! años que no estaba al servicio del Rey -dijo, tras contar mentalmente-. El cambio ha sido difícil... Ya no soy el mozo que era cuando me alisté por primera vez. Estos huesos... Además pasé un buen tiempo en el dique seco... Imaginad, una aldea de Moramailë alejada del resto del mundo no es lugar de mucho trabajo para el alguacil. La primera vez que desenvainé la espada no lo hubiera contado de lo oxidada que estaba ésta -señaló con el mentón su diestra, apoyada convenientemente sobre el pomo de la ropera-. Gracias a... -iba a decir la Dama, por costumbre, pero la situación no estaba para ello-. Quién sea que allí estaba el caballero que su merced y yo conocemos... Si no, quizá hubiera terminado mi búsqueda antes de comenzar.
Intentó darle un toque burlesco a sus últimas palabras, pero con la alusión a su hijo casi se le hizo un nudo en la garganta. Ya le había hablado de su búsqueda, pero sin dar más detalles que "era un chico del pueblo".
En el consejo no se respiraba tanto un aire de tensión como de excitación antes de la batalla, que muchos preveían fácil. Sin embargo, el caballero tuvo que admitir que había inteligencia, además de prudencia, en las palabras de su compañera.
-Sin embargo, en caso de que existan, no sabemos como son... Si no lo sabemos, ¿cómo podríamos prepararnos? Tenemos los recursos que tenemos, que por mi parte se reducen a estas dos -hizo un gesto con las manos hacia su cinto, en cuyos costados descansaban espada y daga-. Y no hay muchas maneras diferentes de blandirlas.
Sus palabras no tenían intención de ridiculizar ni despreciar las de la sanadora, sino exponer lo que a su vista era evidente.
-No quedará sino batirnos -remachó-.
-Es lo más difícil, sí -se limitó a responder, no queriendo hablar de ello más por estar rodeados de soldada que por no confiar en Lisandot. Tal y como estaban las cosas, no era conveniente hablar de sus errores pasados. Un oficial veterano debía inspirar confianza, aunque fuese un simple cabo-. Quizá por eso es lo principal que debe hacer un soldado. Saber combatir, ser audaz... Todo eso importa. Pero sin disciplina, no somos nada.
Miró disimuladamente hacia los soldados que avanzaban delante de ellos, como queriéndolos señalar con la mirada, significativamente. Voluntad a aquellos hombres no les faltaba, pero disciplina... Eso era lo que más preocupaba a Arzhel. De momento siempre se habían visto en situaciones favorables, pero cuando tocara apretar los dientes y aguantar no sabía hasta qué punto eran fiables aquellos hombres.
La pregunta de Lisandot le hizo mesarse las barbas, pensativo. Se quedó un momento callado mientras reflexionaba, y luego canturreó una coplilla, muy popular entre la soldadesca en sus días de juventud:
"¡Bella vida militar!
Cada día se cambia de plaza,
hoy escasez, mañana abundancia,
hoy en tierra, mañana al mar."
Cada día se cambia de plaza,
hoy escasez, mañana abundancia,
hoy en tierra, mañana al mar."
La ingenuidad de aquellos versos le hicieron sonreír, con una mezcla de amargura y condescendencia.
-Hace casi treinta... ¡Treinta! años que no estaba al servicio del Rey -dijo, tras contar mentalmente-. El cambio ha sido difícil... Ya no soy el mozo que era cuando me alisté por primera vez. Estos huesos... Además pasé un buen tiempo en el dique seco... Imaginad, una aldea de Moramailë alejada del resto del mundo no es lugar de mucho trabajo para el alguacil. La primera vez que desenvainé la espada no lo hubiera contado de lo oxidada que estaba ésta -señaló con el mentón su diestra, apoyada convenientemente sobre el pomo de la ropera-. Gracias a... -iba a decir la Dama, por costumbre, pero la situación no estaba para ello-. Quién sea que allí estaba el caballero que su merced y yo conocemos... Si no, quizá hubiera terminado mi búsqueda antes de comenzar.
Intentó darle un toque burlesco a sus últimas palabras, pero con la alusión a su hijo casi se le hizo un nudo en la garganta. Ya le había hablado de su búsqueda, pero sin dar más detalles que "era un chico del pueblo".
En el consejo no se respiraba tanto un aire de tensión como de excitación antes de la batalla, que muchos preveían fácil. Sin embargo, el caballero tuvo que admitir que había inteligencia, además de prudencia, en las palabras de su compañera.
-Sin embargo, en caso de que existan, no sabemos como son... Si no lo sabemos, ¿cómo podríamos prepararnos? Tenemos los recursos que tenemos, que por mi parte se reducen a estas dos -hizo un gesto con las manos hacia su cinto, en cuyos costados descansaban espada y daga-. Y no hay muchas maneras diferentes de blandirlas.
Sus palabras no tenían intención de ridiculizar ni despreciar las de la sanadora, sino exponer lo que a su vista era evidente.
-No quedará sino batirnos -remachó-.
Arzhel de Loïc- Cantidad de envíos : 175
Re: Tierra Extraña (Lis)
Pese a que recibir órdenes se le había hecho difícil, ella no era realmente una persona indisciplinada, ni mucho menos. Tenía una sólida disciplina personal, sin ella ni siquiera hubiera podido sobrevivir, pero siempre se había regido por sí misma, sin necesidad de rendirle cuentas a nadie. Sin embargo, entendía el punto de vista del caballero. Obedecer órdenes era clave en un soldado, especialmente en combate... Si cada uno hacía lo que quería, el desastre estaba garantizado.
Algo en el tono del caballero, un leve matiz, hizo que lo mirara con más atención cuando mencionó lo de su búsqueda. Intuía que había algo más que lo que él le había contado, pero se guardó bien de hacer preguntas. Sentía curiosidad, sí, pero no iba a faltar el respeto a la discreción de su acompañante intentando satisfacerla.
- Ese Quien también puso en mi camino a nuestro mutuo amigo en el momento preciso o yo no estaría aquí... - contestó con una leve sonrisa. No omitía mencionar a la Dama por no considerarlo adecuado a las circunstancias. Simplemente, no creía en ella.. ni en deidad alguna, para ser más exactos.
La respuesta del caballero a su intervención en el Consejo hizo que sus ojos se oscurecieran un par de tonos. Pero no era el disgusto lo que oscurecía su mirada – no se sentía para nada ridiculizada o despreciada por sus palabras- sino porque reconocía que tenía razón y eso lo atemorizaba. No había forma de prepararse ante un peligro desconocido y eso le daba miedo y el que sus acompañantes estuvieron prestos al combate no menguaba su temor. Algo le decía – quizás su imaginación un punto desbocada – que el peligro que hacía que la gente de Denkenia se confinara en el islote al caer la noche, no era de los que se combaten con aceros, por hábiles y valerosas que fueran las manos que los blandieran. Si no fuera así, ¿por que los habitantes de la isla preferían el enclaustramiento en lugar de solicitar las ayuda de las armas para conjurar ese peligro desconocido?
Como fuera, sus preocupaciones no eran compartidas por nadie más, como bien demostraba la aprobación general a las palabras de maese de Loïc.
El sol ya estaba bajo en el horizonte cuando el Consejo concluyó. Poniendo todo su esfuerzo en controlar sus temores se dirigió al lugar donde había vuelto a montarse el campamento médico. Interesarse por el estado de sus pacientes y tomar las providencias necesarias para pasar la noche – ni ella ni su ayudante, y mucho menos los heridos, iban a participar en el ataque – no conseguían alejar del todo de su mente su preocupación. Lo peor para ella era tener que enfrentarse a lo desconocido, sin tener una noción de como defenderse... si tan sólo pudiera averiguar algo más acerca de lo que asustaba a los denkenianos. Pero no podía empezar a interrogar a los soldados en busca de respuestas sin correr el riesgo de sembrar el pánico. Y “visitar” en sus sueños a los habitantes de Denke para obtener información acerca de lo que temían, era algo que estaba descartado por ahora; ciertamente no era el momento de tomarse una siesta. Suspirando levemente, ahuyentó sus recelos y se concentró en el informe que su ayudante le estaba dando.
Algo en el tono del caballero, un leve matiz, hizo que lo mirara con más atención cuando mencionó lo de su búsqueda. Intuía que había algo más que lo que él le había contado, pero se guardó bien de hacer preguntas. Sentía curiosidad, sí, pero no iba a faltar el respeto a la discreción de su acompañante intentando satisfacerla.
- Ese Quien también puso en mi camino a nuestro mutuo amigo en el momento preciso o yo no estaría aquí... - contestó con una leve sonrisa. No omitía mencionar a la Dama por no considerarlo adecuado a las circunstancias. Simplemente, no creía en ella.. ni en deidad alguna, para ser más exactos.
La respuesta del caballero a su intervención en el Consejo hizo que sus ojos se oscurecieran un par de tonos. Pero no era el disgusto lo que oscurecía su mirada – no se sentía para nada ridiculizada o despreciada por sus palabras- sino porque reconocía que tenía razón y eso lo atemorizaba. No había forma de prepararse ante un peligro desconocido y eso le daba miedo y el que sus acompañantes estuvieron prestos al combate no menguaba su temor. Algo le decía – quizás su imaginación un punto desbocada – que el peligro que hacía que la gente de Denkenia se confinara en el islote al caer la noche, no era de los que se combaten con aceros, por hábiles y valerosas que fueran las manos que los blandieran. Si no fuera así, ¿por que los habitantes de la isla preferían el enclaustramiento en lugar de solicitar las ayuda de las armas para conjurar ese peligro desconocido?
Como fuera, sus preocupaciones no eran compartidas por nadie más, como bien demostraba la aprobación general a las palabras de maese de Loïc.
El sol ya estaba bajo en el horizonte cuando el Consejo concluyó. Poniendo todo su esfuerzo en controlar sus temores se dirigió al lugar donde había vuelto a montarse el campamento médico. Interesarse por el estado de sus pacientes y tomar las providencias necesarias para pasar la noche – ni ella ni su ayudante, y mucho menos los heridos, iban a participar en el ataque – no conseguían alejar del todo de su mente su preocupación. Lo peor para ella era tener que enfrentarse a lo desconocido, sin tener una noción de como defenderse... si tan sólo pudiera averiguar algo más acerca de lo que asustaba a los denkenianos. Pero no podía empezar a interrogar a los soldados en busca de respuestas sin correr el riesgo de sembrar el pánico. Y “visitar” en sus sueños a los habitantes de Denke para obtener información acerca de lo que temían, era algo que estaba descartado por ahora; ciertamente no era el momento de tomarse una siesta. Suspirando levemente, ahuyentó sus recelos y se concentró en el informe que su ayudante le estaba dando.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Tierra Extraña (Lis)
El recuerdo del amigo en común fue como un pequeño remanso de paz en la mente llena de preocupaciones del caballero; se hacía mayor, y era consciente de que ya había cruzado el ecuador de sus días en el archipiélago. No era un pensamiento que le llenara de tristeza más que de una sobria melancolía, y hacía que los recuerdos de aventuras pasadas se le presentaran incluso más gratos y vívidos que en aquel entonces.
-Desde luego, tal maese si algo es, es oportuno -respondió riendo a su vez, en un tono más alegre.
Más tarde, bajo la luz del ocaso, esa mezcla de sensaciones volvió a su cabeza, mientras miraba la ciudad que iban a asaltar reflejada sobre la laguna. Tantos combates, y ninguno había sido el último. Por otro lado, nadie podía asegurar nunca que el siguiente no lo fuera.
El campamento había sido montado de forma para engañar a los defensores haciéndolos pensar que se estaban preparando para desgastarlos, no así para un asalto casi inmediato. Las órdenes se estaban dando de forma discreta, y el asalto no iba a comenzar a prepararse hasta que fuera noche casi cerrada ya. Estaba cenando a solas en un rincón del campamento, según su costumbre; no le gustaba el contacto humano antes de la batalla, pues necesitaba un momento de intimidad consigo mismo a sabiendas de que tal vez fuera la última. Pero una voz joven y asustada le interrumpió.
-Mi oficial...
Como parte de la ilusión de que el campamento iba a ser estable, se había mandado a varios forrajeadores a buscar sustento cuando todavía había luz en el cielo. Y comenzaban a tardar demasiado. Tomó un par de hombres, y tuvo que admitir, por mucho que le pesara, que la isla parecía otra bajo la luz de la luna. Apenas habían caminado un poco por lo que de día les había parecido un idílico bosquecillo cuando algo le dijo que debía dar media vuelta y volver al campamento. Algo siniestro se olía en el aire. Una vez en lo que tenía que ser lugar seguro, ordenó a los dos jóvenes reclutas que lo acompañaron que no dijeran nada a nadie y se encaminó hacia la enfermería, buscando a la única persona que parecía haber previsto todo aquello.
-¿Lisandot? -llamó, buscándola con la mirada hasta que la encontró-. Necesito hablar con vos en privado.
En un rincón lejos de oídos ajenos, la conversación prosiguió.
-Los forrajeadores que se enviaron a última hora de la tarde no han vuelto... Y el bosque parece otro. Si la encamisada sobre Denke tiene lugar, tened cuidado en el campamento...
-Desde luego, tal maese si algo es, es oportuno -respondió riendo a su vez, en un tono más alegre.
Más tarde, bajo la luz del ocaso, esa mezcla de sensaciones volvió a su cabeza, mientras miraba la ciudad que iban a asaltar reflejada sobre la laguna. Tantos combates, y ninguno había sido el último. Por otro lado, nadie podía asegurar nunca que el siguiente no lo fuera.
El campamento había sido montado de forma para engañar a los defensores haciéndolos pensar que se estaban preparando para desgastarlos, no así para un asalto casi inmediato. Las órdenes se estaban dando de forma discreta, y el asalto no iba a comenzar a prepararse hasta que fuera noche casi cerrada ya. Estaba cenando a solas en un rincón del campamento, según su costumbre; no le gustaba el contacto humano antes de la batalla, pues necesitaba un momento de intimidad consigo mismo a sabiendas de que tal vez fuera la última. Pero una voz joven y asustada le interrumpió.
-Mi oficial...
Como parte de la ilusión de que el campamento iba a ser estable, se había mandado a varios forrajeadores a buscar sustento cuando todavía había luz en el cielo. Y comenzaban a tardar demasiado. Tomó un par de hombres, y tuvo que admitir, por mucho que le pesara, que la isla parecía otra bajo la luz de la luna. Apenas habían caminado un poco por lo que de día les había parecido un idílico bosquecillo cuando algo le dijo que debía dar media vuelta y volver al campamento. Algo siniestro se olía en el aire. Una vez en lo que tenía que ser lugar seguro, ordenó a los dos jóvenes reclutas que lo acompañaron que no dijeran nada a nadie y se encaminó hacia la enfermería, buscando a la única persona que parecía haber previsto todo aquello.
-¿Lisandot? -llamó, buscándola con la mirada hasta que la encontró-. Necesito hablar con vos en privado.
En un rincón lejos de oídos ajenos, la conversación prosiguió.
-Los forrajeadores que se enviaron a última hora de la tarde no han vuelto... Y el bosque parece otro. Si la encamisada sobre Denke tiene lugar, tened cuidado en el campamento...
Arzhel de Loïc- Cantidad de envíos : 175
Re: Tierra Extraña (Lis)
El estado de los heridos evolucionaba acorde a lo esperado y luego que ellos y su ayudante hubieron cenado, se dispuso a hacer lo propio. No tenía hambre, una difusa tensión nerviosa coartaba su apetito, pero se obligó a comer algo; no podía darse el lujo de debilitarse por falta de alimentos.
Sentada en un rincón de la enfermería, con los ojos fijos en el paisaje - que en otras circunstancias le hubiera parecido encantador, bañado como estaba por el plenilunio de Enki y el cuarto creciente de Scathach- ni siquiera hubiese podido contestar a la simple pregunta “¿qué estás cenando?”, tan nula era la atención que le prestaba a los bocados que masticaba lentamente. Quizás era que su imaginación se había desbocado al pensar en lo que podían tener de verdad aquella leyenda local, pero lo cierto es que la atmósfera se le antojaba inquietante y, aún más, a veces creía vislumbrar extraños movimientos entre las sombras.
En este estado de ánimo, la para ella súbita aparición del caballero y su llamado le hicieron dar un respingo, pero luchó por sobreponerse y controlar sus nervios mientras llegaban a un lugar donde pudieran hablar privadamente... y entonces tuvo que hacer un esfuerzo mucho mayor para evitar que el terror la embargara, porque las noticias del caballero de Loïc eran justo aquellas que hubiera deseado no oír nunca.
- Claro, claro- contestó automáticamente, los ojos convertidos en dos piedras azabache, clara señal de su miedo – tendremos cuidado, pero...- ¿cómo podían cuidarse, defenderse de un peligro que ni siquiera conocían? - Pero, ¿no sería mejor que...
Una conmoción proveniente de la enfermería la interrumpió. Alguien gritaba, aullaba más bien, presa de un profundo pánico.
- ¡¡¡YA ESTÁN AQUIIIIIII... YA ESTÁN AQUIIIIII!!! ¡¡¡VAMOS A MORIR TODOS!!! ¡¡¡NOS COMERÁN Y NADIE NOS ENCONTRARÁ JAMÁS!!! ¡¡¡YA ESTAN AQUI.... YA ESTÁN AQUIIIIIIIII!!!
Su propio miedo le decía que tenía que huir lo más rápido que pudiera y buscar un escondite seguro, pero su instinto de sanadora guió sus pies, veloces, hacia la enfermería, donde uno de los heridos a su cargo parecía estar en peligro.
Sentada en un rincón de la enfermería, con los ojos fijos en el paisaje - que en otras circunstancias le hubiera parecido encantador, bañado como estaba por el plenilunio de Enki y el cuarto creciente de Scathach- ni siquiera hubiese podido contestar a la simple pregunta “¿qué estás cenando?”, tan nula era la atención que le prestaba a los bocados que masticaba lentamente. Quizás era que su imaginación se había desbocado al pensar en lo que podían tener de verdad aquella leyenda local, pero lo cierto es que la atmósfera se le antojaba inquietante y, aún más, a veces creía vislumbrar extraños movimientos entre las sombras.
En este estado de ánimo, la para ella súbita aparición del caballero y su llamado le hicieron dar un respingo, pero luchó por sobreponerse y controlar sus nervios mientras llegaban a un lugar donde pudieran hablar privadamente... y entonces tuvo que hacer un esfuerzo mucho mayor para evitar que el terror la embargara, porque las noticias del caballero de Loïc eran justo aquellas que hubiera deseado no oír nunca.
- Claro, claro- contestó automáticamente, los ojos convertidos en dos piedras azabache, clara señal de su miedo – tendremos cuidado, pero...- ¿cómo podían cuidarse, defenderse de un peligro que ni siquiera conocían? - Pero, ¿no sería mejor que...
Una conmoción proveniente de la enfermería la interrumpió. Alguien gritaba, aullaba más bien, presa de un profundo pánico.
- ¡¡¡YA ESTÁN AQUIIIIIII... YA ESTÁN AQUIIIIII!!! ¡¡¡VAMOS A MORIR TODOS!!! ¡¡¡NOS COMERÁN Y NADIE NOS ENCONTRARÁ JAMÁS!!! ¡¡¡YA ESTAN AQUI.... YA ESTÁN AQUIIIIIIIII!!!
Su propio miedo le decía que tenía que huir lo más rápido que pudiera y buscar un escondite seguro, pero su instinto de sanadora guió sus pies, veloces, hacia la enfermería, donde uno de los heridos a su cargo parecía estar en peligro.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
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