Descripción general: Lytenberg

Lytenberg

Las puertas de Lytenberg no se abren a menudo.

Si el camino que da acceso a la ciudadela ya es de por sí tortuoso, una larga y pedregosa rampa que escala dificultosamente las escarpadas laderas de Rhylia, hay que añadirle al dato que normalmente sólo lo recorren las personas que tienen algún asunto que tratar con la Orden. Ésto hace que la ciudad sea aislada y casi monacal, visitada muy de cuando en cuando por mercaderes, peregrinos, mensajeros y sacerdotes. Sin embargo, Lytenberg abre sus puertas a todo visitante por igual, siempre que éste demuestre respeto por la Orden y por la ciudad misma.

Los edificios de Lytenberg son grandes y espaciosos, bien trabajados, pero muy espartanos, a veces rayanos en lo monótono. La ciudad es predominantemente un centro religioso para la Orden de la Dama, autoproclamados guardianes y protectores del Culto de la Dama en el archipiélago. Como tal, existen pocos edificios que no estén dedicados al servicio de la Orden. Ésto no quiere decir que la ciudad carezca de posadas, de tabernas o de residentes que no pertenezcan a la Orden religiosa; solo que los que sí lo hacen son una mayoría aplastante. De la Ciudad, cabe destacar dos edificios, situados en la Plaza Mayor, uno enfrente del otro y separados por apenas setenta metros.

El primero de ellos es la Catedral, tal vez el único edificio de Lytenberg que puede describirse como "suntuoso", al menos comparado con el resto de las edificaciones; una construcción cuidada, majestuosa, una puesta de las mejores técnicas de arquitectura al servicio de la Dama. La Catedral es una maravillosa pieza de arte arquitectónico, decorada al interior con las mejores obras de arte pictórico y esculturas de los más grandes miembros de la Orden, que sirve como centro neurálgico del poder de los siervos de la Dama.

Frente a ella, a no mucha distancia, se halla un edificio mucho más austero, pero incluso mayor en tamaño: La Fortaleza. Un edificio sólido, parco, espartano, militar hasta la médula, repleto de barracones y salas de entrenamiento, comedores grupales y residencias desde las que los Iniciados y Caballeros conocen los fundamentos del combate, y también en los que se guardan los animales que éstos santos guerreros emplean en combate, tanto los poderosos caballos de guerra de la Orden como los grifos de batalla, majestuosas criaturas mitad león y mitad águila que causan pavor entre los enemigos de los que las montan.

En general, la ciudad es acogedora, aunque tal vez un tanto marcial en su conjunto. Dedicada sobre todo al rezo, a la contemplación espiritual y al entrenamiento de las artes de combate con las que se defiende el reino divino, puede parecer sin embargo una ciudad con poco que ofrecer a forasteros.



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