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Mensaje por Hasham 16/07/10, 07:08 pm

Trinacria era una ciudad enorme.

La principal ventaja que tienen las ciudades grandes es que nadie conoce a nadie. Caminas por sus calles a la ambigua luz del crepúsculo, cuando las avenidas parecen distintas; cuando los habitantes del día y de la noche coinciden sin saberlo, ya sea en sus amplias plazas o sus angostos callejones, sin apenas mirarse ni cruzarse un saludo, sin conocerse ni pretenderlo.

Es difícil encontrarte con alguien conocido en una ciudad como aquella.

Puedes caminar durante largo rato, inmiscuírte con el gentío, anónimo cada rostro cuando uno lo desea, una gota de agua en la lluvia, un pedazo de nada en un laberinto de piel que se mueve, completamente inconspicuo en apenas un instante, con tal de que supieras adonde te dirigías. Porque, he ahí uno de los grandes motores de la humanidad; la gente no se fija en quien parece saber lo que hace. Los mendigos registran con la mirada en busca de alguien que deambule y se la devuelva, los estafadores aguardan a alguien dispuesto a detenerse. Nadie le presta atención a quien camina con la determinación del que se dirige a un lugar en particular.

Al final, la masa de gente que se desplaza es un ente por derecho propio, tiene vida, tiene uniformidad; es complicado fijarse en un único punto de su entramado. Una capucha de color pardo pasa tan desapercibida como cualquier otra prenda de ropa entre el gentío; no es la única, ni llama particularmente la atención. En muy rara ocasión se detiene, y es también extraño que clave sus firmes y determinados ojos en otra persona. A pesar de todo, para la mayoría de los habitantes de la noche, los que tomaban las calles una vez que se había ido el sol, Hasham era fácil de reconocer, incluso si no habían tenido tratos con él antes.

Y también era fácil de esquivar.

La mayoría de la gente no quería problemas, y sabía que era exactamente lo que Hasham significaba. Él no era más que un mensajero, un correo, pero el mensaje que traía era invariable, y cuando cruzaba la vista con alguien, era frecuente una rápida plegaria a los dioses para que no fuera su destinatario. Pero Hasham caminaba sin detenerse, y siempre sabía adonde debía dirigirse, para alivio de quienes no querían que se parase justo delante de él.

A medida que el sol iba cayendo, se adentró en los barrios más sórdidos de Trinacria, en busca de su objetivo.
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Mensaje por Hasham 19/07/10, 01:33 am

Y a medida que Hasham se iba adentrando en los barrios más sórdidos de la ciudad, más se iba diluyendo el aura extraña que proyectaba, ése deje que tienen las personas que rezuman peligro, y que en un lugar como aquel se volvían un poco más normales.

No, por supuesto, porque dejen de ser peligrosas, sino porque el peligro se convierte poco a poco en una parte del paisaje, en un adorno más de las estrechas callejas poco a poco devoradas por las sombras. Los ojos que centellean con la última luz del sol siguen los pasos de los incautos. La firmeza de las manos al caminar, los dedos encorvados sobre las empuñaduras de las armas, son consignas para que uno se acerque o se aleje de sus propietarios.

Hasham caminó durante largo rato.

A su alrededor, las elegantes calles de Trinacria se transformaron en corredores uniformes de paredes bajas, encaladas y surcadas de grietas, en tejados de madera y paja y ventanucos pequeños e irregulares que daban a estancias polvorientas y vacías. El sonido dejó paso al de los grillos y los insectos, el revoloteo de las moscas en el interior de chabolas ruinosas, el distante gemido de una pareja, o quizás de una violación.

Al hombre nada de ésto le importaba, porque aquellas casas no eran su objetivo. Las calles empedradas comenzaron su lento ascenso y enseguida pudo ver, a su izquierda, la maravillosa visión de Trinacria durante la noche. Desde la colina sobre la que descansaba aquel barrio, podía verse toda la ciudad. Hasham la había visto una y mil veces, y todavía, al pasar por allí, se detenía con reverencia y contemplaba el vaivén de luces tintineantes y exiguas, el fluir de la vida nocturna de la ciudad, a pesar de que la mayor parte de ella se concentraba en aquellas calles.

Apenas hubo transcurrido un minuto, sus pies continuaron el ascenso a lo que, por la poca densidad de construcción, casi parecían las afueras de Trinacria. Lo llamaban el Monte del Traidor, y seguro que existía alguna historia acerca del nombre, pero nunca la había escuchado. En la parte más elevada se hallaba una plaza amplia rodeada por una capilla medio en ruinas, una casucha que en otro tiempo debió ser una mansión respetable y la sombra de un árbol muerto recortándose contra la luna llena, que hallaba un millón de reflejos en los diminutos ojos de los cuervos que miraban fijamente al recién llegado.

Hasham contempló el árbol y contempló a los cuervos, a los que saludó con una inclinación de cabeza. Se volvió, después, hacia las ruinas de la casucha, y luego hacia la capilla.

Sabía que encontraría lo que buscaba en aquel lugar. No le sorprendió escuchar un quejido, ni el fuerte y profuso olor a sangre que había en el sitio.

Los cuervos se revolvían, inquietos.

Está cerca, susurró.
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Mensaje por Yshara 20/07/10, 01:07 am

Sangre sobre un altar.

Resbalaba lentamente, y caía gota a gota, sin hacer ruido, sobre las estropeadas losas que conformaban el suelo. El edificio, aunque de un tamaño colosal, era - o mejor dicho, había sido - una construcción sencilla, desprovista de adornos, austera y funcional. En la inmensidad de las sombras que arrojaban los dinteles que todavía se mantenían en su sitio, un estertor arrancó un eco al silencio.

El resplandor de la luna llena que se colaba indiscretamente a través de los restos de vidrieras delató la presencia de un cuchillo, teñido de rojo, que se separó rápidamente y sin esfuerzo del cuerpo al que pertenecía la sangre que goteaba lentamente, unos metros más abajo, sobre el altar.

Hubo un movimiento brusco, el sonido de la madera al astillarse, y el silencio de la noche se quebró cuando el cuerpo cayó a plomo desde la pasarela de piedra hasta las gradas que conducían al altar, justo debajo. Dejando a su paso un rastro rojizo de sangre, la figura se estrelló sin decoro sobre la losa superior del conjunto, para luego rodar por efecto de la gravedad, rápida y violentamente, hasta el primero de los peldaños.

En la oscuridad, un piso por encima del grotesco espectáculo, el destello se repitió cuando otra figura hizo girar el cuchillo en el aire, sacudiéndolo luego con fuerza para separar el metal y la sangre. El arma desapareció, a continuación, en el interior de su vaina, y el silencio volvió a apoderarse de las ruinas de la capilla.

Pasados unos instantes, abajo de nuevo, hizo acto de presencia entre las sombras una segunda figura, que con el mismo silencio casi fantasmal con el que avanzaba se aproximó a donde la primera se agitaba, destrozada y dolorida, y se acuclilló a su lado, volviéndola con la mano para poder verla de frente.

El rostro estaba manchado de sangre, la nariz partida, los ojos entrecerrados brillaban todavía con las últimas energías de la vida que se niega a diluirse. Respiraba con dificultad, deprisa y por la boca. A la escueta luz anaranjada de una vela que parecía haber sido encendida hacía poco rato en lo alto del altar, amenazada por el goteo lento pero consistente de sangre que caía de la pasarela, la figura moribunda contempló en silencio los ojos de su verdugo.

La mujer que tenía enfrente, una elfa de piel tostada y pelo del color rojo oscuro del vino, le devolvió la mirada durante unos instantes. Al cabo, de forma casi piadosa, le agarró con la mano izquierda por los cabellos, alzando su cabeza levemente y con delicadeza, y con la mano derecha deslizó la hoja de un cuchillo entre sus clavículas.

La figura pareció atorarse, quiso toser, y enseguida dejó de respirar. La mujer sacó sin más ceremonia el cuchillo, lo volvió a sacudir en el aire, y lo utilizó por última vez para cercenar uno de los dedos de la víctima, en el que llevaba puesto un anillo. Limpió el cuchillo con la ropa de su víctima, cortó un pedazo de la tela y envolvió cuidadosamente el dedo en su interior antes de guardarlo en el interior de una bolsita de cuero, en su cinto. Luego, el cuchillo volvió a su vaina.

Y, acabado el trabajo, Yshara Nadyssra se puso en pie y dio un paso atrás, dispuesta a regresar, también ella, por donde había venido.

Pudo notar, mientras caminaba en dirección a la puerta de la capilla, que mientras se hacía cargo de sus quehaceres había anochecido del todo, y ahora la única luz que se filtraba a través de las ventanas destrozadas del templo era la de la luna llena brillando en el cielo. No había un solo sonido en la noche; sus pasos eran inconspicuos. Se arrebujó en su capa oscura antes de salir a la calle, y nada más hacerlo reparó en la figura que, al otro lado de la desierta plaza de aquella raída parte de la ciudad, parecía contemplar el santuario.

La elfa dio un par de pasos en su dirección, frunciendo el ceño. ¿Una mera coincidencia, o había sido seguida?
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Mensaje por Hasham 03/08/10, 12:47 am

[FDI: Tardanza.]

Quieta y en silencio, la figura encapuchada del hombre aguardó.

No había mucho que mirar en aquel lugar. La mirada de los cuervos se intercambiaba entre su recién llegado visitante y la entrada de la vieja capilla. Un gato escuálido atravesó la plaza lentamente, desde las sombras, buscando a una rata que dos pasos mas allá dejo escapar un chillido bruscamente interrumpido. La brisa comenzó a mecer el árbol de los cuervos, a traer el olor de la muerte.

Luego, silencio y oscuridad. La brisa meciendo su capa, la luna derramando su luz. No sucedió nada durante minutos enteros, durante una eternidad de silencio, brisa y oscuridad.

Luego, apareció ella.

Los ojos del hombre se posaron sobre ella tan pronto como franqueó el umbral de la capilla, y ya no se los quitó de encima. Pero incluso si la vista no le hubiera acompañado, habría podido cerrar los ojos y prestar oído, y saber que era ella. Murmuró, y escuchó atentamente las respuestas. La luna se derramó sobre un pelo rojo vino, sobre unos ojos brillantes y felinos del color del rubí en los que brillaba una chispa de desprecio. No necesitaba verlos. Susurraba, y descubría la belleza salvaje y animal, similar a la del gato que había aparecido unos minutos atrás.

Sin dejar de mover los labios, abrió los ojos, y saludó lentamente con la cabeza, entrelazando los dedos de las manos, como una reverencia.

Luego se abrió la capa.

De los cintos cruzados por encima de la túnica colgaban las vainas de las cimitarras gemelas; una a cada lado de su cadera. Sus brazos hicieron un gesto, sus ojos una invitación. Y quien tuviera que entender, que entendiera.
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Mensaje por Yshara 08/08/10, 03:17 pm

No era difícil de entender.

Pero la elfa no respondió de inmediato, ni a su saludo, ni al desafío más que evidente que el hombre lanzaba. Sus ojos recorrieron la plaza con cuidado, en busca de sombras. ¿Quién era este hombre? ¿Qué hacía allí? No recordaba haberle visto cerca de su víctima, ni parecía un vengador.

Sus ojos le decían que tampoco era una persona corriente, y que no había ido hasta allí para morir cruzando espadas con ella. No obstante, parecía demasiado certero; estar ahí, querer un duelo.

Yshara retrocedió un par de pasos.

No había miedo ni en sus movimientos ni en sus ojos. Si retrocedía, era de la misma forma que una víbora se levanta, no porque se sienta en inferioridad, sino porque necesita espacio para desplegarse. Su mano derecha se puso sobre la empuñadura de su espada; la izquierda... Dejemos la mano izquierda de Yshara, ella sabía defenderse sola.

Pero no desenvainó.

Sus ojos, duros, el ceño fruncido, miraban con curiosidad al hombre que tenía delante. Quizás no esperaba que estuviese armada, quizás fuese un atracador sin nombre. No, no iba a engañarse. No lo parecía. Y tal vez en otras circunstancias se habría negado a batirse sin sentido contra el primer idiota que se le acercase, pero había algo más.

No era un hombre corriente. Ni siquiera había dicho su nombre, ni una sola palabra. Yshara presentía algo, pero no sabía qué. Y tenía ganas de cruzar las espadas con él.

Por extraño que pueda resultar viniendo de una asesina, Yshara pareció darle un "tú primero" con la mirada.
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Mensaje por Hasham 23/08/10, 12:58 pm

El enigmático hombre le dedicó una sonrisa.

Le permitía tomar la iniciativa; un comportamiento curioso, inesperado, en alguien como la mujer que esperaba; pero sabía, escuchaba, que no debía subestimarla. Podía malinterpretar su gesto; bien podía significar prudencia en lugar de lo contrario, osadía en lugar de cobardía.

Los jugadores de ajedrez bien saben que el que juega con blancas es el primero que mueve, y de ésta forma le da forma al juego, pero el que lleva las negras es quien marca el ritmo del ataque, ya que observa, y tiene la oportunidad de aprovechar en primer lugar los errores del otro.

Aceptó su invitación gustosamente.

Los susurros se detuvieron, y su boca dejó de moverse un momento. En un instante, casi pareció que se echaba atrás. Al siguiente, sus manos se movieron en un destello imperceptible, el manto giró a su alrededor, y la luna arrancó reflejos a las cimitarras gemelas mientras comenzaban un amplio arco apuntado al torso de la pelirroja.
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Mensaje por Yshara 10/09/10, 08:16 pm

A Yshara no se le daba bien el ajedrez.

Con tiempo y ganas, seguramente habría mejorado bastante, pero no era del tipo de persona que representa combates delante de una mesa. Yshara era una asesina, una combatiente, una mercenaria. Para ella, la única forma de dirimir la sangre era derramarla.

El ataque de Hasham fue bueno, pero Yshara estaba preparada para defenderse. Las cimitarras arrancaron un mar de chispas a su espada mientras la desenvainaba, dando una vuelta hacia atrás para jugar con el arco del hombre. Inevitablemente, su movimiento acabó en un contraataque, pero fue demasiado corto como para alcanzarle.

De todas formas, Yshara no era tan estúpida como para quedarse a la espera del siguiente movimiento de un hombre que blandía dos armas. Uno de los dos iba a tener que estar a la defensiva, y la elfa prefería que fuese él. No queriendo entrar en el rango de acción de las armas, la elfa se echó violentamente hacia adelante, apoyando el pie izquierdo en la grava y dejándolo resbalar hacia adelante, dibujando una patada por debajo de su guardia que, de acertar su blanco, bien podría partirle un tobillo.

De lo contrario, de todas maneras estaría en el suelo, por debajo de su guardia, y podría apartarse, rodando, antes de que él contraatacase. Yshara era una mujer rápida, pero no por éso carecía de planificación.

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Mensaje por Chelsie 05/01/11, 06:38 am

MENSAJE DE LA MODERACIÓN:

Tema cerrado por inactividad. Se traslada al Limbo de Temas.

Para recuperarlo mandar un mp a un moderador, gracias.
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