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Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
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Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
El Sol se encontraba todavía bien alto en el cielo, lo que significaba que no había tanta gente como acostumbraba en la taberna. Las calles de Adysium eran un hervidero de actividad: Mercaderías, mercaderes, carreteros, marineros y un sinfín de personas con las manos ocupadas y las cabezas puestas en sus negocios recorrían la ciudad de un lado para otro. En la calma del Viejo Molinero encontraban refugio a media tarde, pues, las manos ociosas; un puñado de ancianos, algunos visitantes - pasajeros a bordo de un barco y marineros que aún no zarpaban - y, por supuesto, maleantes.
Una de tales maleantes se encontraba sentada discretamente en una de las mesas del fondo, de las que se ponen en las esquinas, lejos del tránsito habitual de los camareros, un poco apartadas de las demás, precisamente para invitar a los maleantes a que se sienten en ellas, ofreciéndoles una cierta intimidad y discreción a cambio de mantenerlos apartados de la clientela respetable. La maleante en cuestión era una muchacha de mediana estatura, con el pelo de color rojo con algún que otro mechón dorado, y que a primera vista no tenía pinta alguna de delincuente: Vestía una camisa de lino, unos pantalones de trabajar y botas de caña, ninguno de los cuales era negro. Además, aunque tenía una jarra de cerveza a medio terminar enfrente de sí, acompañada de un plato donde había un pedazo de pan y otro de queso, no parecía tener mucha prisa por acabárselo. Miraba con atención las páginas de un libro pequeño, encuadernado en piel. Podría haber parecido una muchacha normal y corriente que había elegido muy pobremente su mesa si no fuera porque había un cinto con espadas y dagas sobre la misma, semioculto bajo una chaqueta.
El maleante tradicional, dice la imaginería popular, es un señor de género masculino, que normalmente viste de negro, ya sea para evitar ser visto o para ser reconocido por otros en su profesión. Luce prominentemente un arma al cinto, y mira al mundo a través de unos ojillos hundidos y aviesos, enmarcados por una cara corriente y con alguna que otra cicatriz. En ese sentido, el señor que se sentó, pasado un rato, a la mesa con la pelirroja era un maleante tradicional con todas las ínfulas. Con su carnet de maleante. La chica levantó la vista de su libro. No dijo nada.
- Hola, pajarito - saludó él en voz baja, dejando su propia cerveza sobre la madera. - ¿Estás sola? ¿Tienes un minuto?
- Pío, pío - contestó ella en tono divertido, en voz baja al igual que él. - Depende mucho de para qué se trate, palomita.
La respuesta le hizo emitir un ruidito divertido que no llegó a convertirse en una risa. El hombre se puso cómodo en la banqueta, puso las manos enguantadas sobre la mesa. Estaba jugueteando con una bolsita de esparto.
- Tengo un amigo al que le queman unas pocas monedas de oro - dijo, agitando la bolsita de forma que el vil metal sonase en su interior. - Necesita a alguien que le ayude con un asunto delicado, y me ha mandado a encontrarle a ese alguien.
Ella no respondió. Enarcó una ceja, insegura de qué le estaba proponiendo. El sonrió.
- Preguntando por algunos sitios me han hablado de alguien como tú. Una muchachilla de pelos colorados que resuelve problemas como el que tiene mi amigo. Buena con la espada, dicen. Eficiente. ¿No serás tú esa muchacha?
- No se qué problema tiene tu amigo, pero sí que resuelvo cosas que tienen que ver con espadas. A veces.
- Bien. Bien. ¿Cómo te llamas?
- Noa - mintió. No solía dar su nombre de buenas a primeras. Nunca el verdadero, desde luego, y tampoco era entusiasta acerca de darle su 'apodo' al primero que preguntara por ella. - Noa Drake.
- Noa. Bonito nombre. Yo había oído que te llamabas de otra manera. ¿Puede ser? ¿"Firavandrei", por ejemplo?
- Si, también me dicen así algunas veces. - Deslizó un pedazo pequeño de cuero en el interior del libro, y cerrándolo lo dejó junto a su chaqueta, apoyando los antebrazos en la madera de la mesa e inclinándose para mirar con más detenimiento a su interlocutor. - Creo que sabes más de mí que yo de tu amigo, o de tí.
- Ah, pero es que tienes cierta fama, pajarito. Buena con la espada. Eficiente en lo que se te encarga. A mí eso, como entenderás, me suda la polla - vocalizó lentamente la expresión, escudriñando la cara de la pelirroja cuidadosamente, como si se preguntara si tenía delante a una muchacha que se asustaba al oír decir polla. No obtuvo premio. - Pero también dicen que se te da bien encontrar cosas que, digamos, alguna gente ha perdido y se encuentran en posesión de otra gente. En eso, tienes buenas... - miró abajo, luego volvió a mirarle a la cara, con una sonrisa idiota. - Referencias.
La muchacha, a la que llamaremos Noa para acortar, sonrió, pero solo con los labios. No dignó el comentario con una respuesta.
- Verás, pues el caso es que, como te digo, tengo un amigo, varios en realidad, que han perdido algo que, por circunstancias, ha acabado de manera transitoria en manos de alguien que ni lo conoce ni lo aprecia. Es un objeto de cierta relevancia, que...
- A mí eso, como comprenderás - le cortó ella, imitando su tono de antes - también me suda la polla.
Se produjo un silencio. Tenso. Largo. Ninguno de los dos apartó la mirada de los ojos del otro durante algunos segundos. La primera que habló fue ella, de nuevo.
- Figurativamente.
Ahora sí se le escapó una carcajada. La expresión de ella no cambió, pero esta vez la sonrisa se le asomó a los ojos en forma de una chispa de diversión. El hombre tomó un trago de cerveza. Ella cogió la bolsita de monedas, la sopesó cuidadosamente.
- ¿De qué objeto se trata?
Una de tales maleantes se encontraba sentada discretamente en una de las mesas del fondo, de las que se ponen en las esquinas, lejos del tránsito habitual de los camareros, un poco apartadas de las demás, precisamente para invitar a los maleantes a que se sienten en ellas, ofreciéndoles una cierta intimidad y discreción a cambio de mantenerlos apartados de la clientela respetable. La maleante en cuestión era una muchacha de mediana estatura, con el pelo de color rojo con algún que otro mechón dorado, y que a primera vista no tenía pinta alguna de delincuente: Vestía una camisa de lino, unos pantalones de trabajar y botas de caña, ninguno de los cuales era negro. Además, aunque tenía una jarra de cerveza a medio terminar enfrente de sí, acompañada de un plato donde había un pedazo de pan y otro de queso, no parecía tener mucha prisa por acabárselo. Miraba con atención las páginas de un libro pequeño, encuadernado en piel. Podría haber parecido una muchacha normal y corriente que había elegido muy pobremente su mesa si no fuera porque había un cinto con espadas y dagas sobre la misma, semioculto bajo una chaqueta.
El maleante tradicional, dice la imaginería popular, es un señor de género masculino, que normalmente viste de negro, ya sea para evitar ser visto o para ser reconocido por otros en su profesión. Luce prominentemente un arma al cinto, y mira al mundo a través de unos ojillos hundidos y aviesos, enmarcados por una cara corriente y con alguna que otra cicatriz. En ese sentido, el señor que se sentó, pasado un rato, a la mesa con la pelirroja era un maleante tradicional con todas las ínfulas. Con su carnet de maleante. La chica levantó la vista de su libro. No dijo nada.
- Hola, pajarito - saludó él en voz baja, dejando su propia cerveza sobre la madera. - ¿Estás sola? ¿Tienes un minuto?
- Pío, pío - contestó ella en tono divertido, en voz baja al igual que él. - Depende mucho de para qué se trate, palomita.
La respuesta le hizo emitir un ruidito divertido que no llegó a convertirse en una risa. El hombre se puso cómodo en la banqueta, puso las manos enguantadas sobre la mesa. Estaba jugueteando con una bolsita de esparto.
- Tengo un amigo al que le queman unas pocas monedas de oro - dijo, agitando la bolsita de forma que el vil metal sonase en su interior. - Necesita a alguien que le ayude con un asunto delicado, y me ha mandado a encontrarle a ese alguien.
Ella no respondió. Enarcó una ceja, insegura de qué le estaba proponiendo. El sonrió.
- Preguntando por algunos sitios me han hablado de alguien como tú. Una muchachilla de pelos colorados que resuelve problemas como el que tiene mi amigo. Buena con la espada, dicen. Eficiente. ¿No serás tú esa muchacha?
- No se qué problema tiene tu amigo, pero sí que resuelvo cosas que tienen que ver con espadas. A veces.
- Bien. Bien. ¿Cómo te llamas?
- Noa - mintió. No solía dar su nombre de buenas a primeras. Nunca el verdadero, desde luego, y tampoco era entusiasta acerca de darle su 'apodo' al primero que preguntara por ella. - Noa Drake.
- Noa. Bonito nombre. Yo había oído que te llamabas de otra manera. ¿Puede ser? ¿"Firavandrei", por ejemplo?
- Si, también me dicen así algunas veces. - Deslizó un pedazo pequeño de cuero en el interior del libro, y cerrándolo lo dejó junto a su chaqueta, apoyando los antebrazos en la madera de la mesa e inclinándose para mirar con más detenimiento a su interlocutor. - Creo que sabes más de mí que yo de tu amigo, o de tí.
- Ah, pero es que tienes cierta fama, pajarito. Buena con la espada. Eficiente en lo que se te encarga. A mí eso, como entenderás, me suda la polla - vocalizó lentamente la expresión, escudriñando la cara de la pelirroja cuidadosamente, como si se preguntara si tenía delante a una muchacha que se asustaba al oír decir polla. No obtuvo premio. - Pero también dicen que se te da bien encontrar cosas que, digamos, alguna gente ha perdido y se encuentran en posesión de otra gente. En eso, tienes buenas... - miró abajo, luego volvió a mirarle a la cara, con una sonrisa idiota. - Referencias.
La muchacha, a la que llamaremos Noa para acortar, sonrió, pero solo con los labios. No dignó el comentario con una respuesta.
- Verás, pues el caso es que, como te digo, tengo un amigo, varios en realidad, que han perdido algo que, por circunstancias, ha acabado de manera transitoria en manos de alguien que ni lo conoce ni lo aprecia. Es un objeto de cierta relevancia, que...
- A mí eso, como comprenderás - le cortó ella, imitando su tono de antes - también me suda la polla.
Se produjo un silencio. Tenso. Largo. Ninguno de los dos apartó la mirada de los ojos del otro durante algunos segundos. La primera que habló fue ella, de nuevo.
- Figurativamente.
Ahora sí se le escapó una carcajada. La expresión de ella no cambió, pero esta vez la sonrisa se le asomó a los ojos en forma de una chispa de diversión. El hombre tomó un trago de cerveza. Ella cogió la bolsita de monedas, la sopesó cuidadosamente.
- ¿De qué objeto se trata?
Última edición por Firavandrei el 13/04/14, 02:14 pm, editado 1 vez
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
Fdi: a esta señorita le tenía ganas desde hace mucho, espero no te importe que me una a la fiesta con una idea loca que te comento por privado.
Ddi:
-Es un regalo muy especial – dijo la clériga de la Dama tratando de ser todo lo amable que podía, pero sin tener mucho éxito al respecto. La Iniciada, Iniciada, junto a ella sólo la miró de reojo y volvió la vista al mar, estaban corriendo demasiados riesgos en una época de guerra, pero esta vez no podía decir simplemente que no.
Nunca lo hacía, pero esta vez tenía motivos personales para haber aceptado la misión, aun después de enterarse de la estratagema que se había tejido al inicio del viaje. Pero se limitó a asentir, cosa muy rara en ella. Estaba preocupada.
- El asunto es tan sencillo como que lo entregamos, hacemos las cortesías y nos vamos. Es un objeto hermoso, yo quisiera conservarlo para adornar mi templo, pero no es posible, una flor así deberíamos poder tenerla todos – suspiró. Nuevamente la Iniciada le dirigió una mirada, esta vez de sorpresa, no la había escuchado hablar con tanta pasión de algo, ni de religión, ni de su fé o su templo, ahora estaba intrigada
- Puedo ver la flor? – preguntó con una sonrisa y ojos brillantes.
- Me gustaría enseñártela, pero está a buen resguardo en su cofre, el cofre conmigo y yo… - volvió a suspirar, esta vez con desdén – yo contigo -. Dulfary dejó a la Iniciada que representaba y estalló en risas
- Créeme que pudo ser peor, mucho, mucho peor – rió a carcajadas, pasando por alto la actitud de la clériga. Extrañaba la fe sencilla, humilde y real de la acolita de Moselec, el candor de muchos otros miembros de la Orden, pero entonces recordó que todo esto del regalo, del viaje no era más que una fachada, una vil mentira que también servía para sus propios propósitos.
- Nunca te había escuchado hablar con tanto entusiasmo de algo, siempre pensé que solo eras una hija de mami que había unido a la Orden a saber porqué razón pero no por vocación y fíjate, si hay cosas que te mueven, eso es... -
- Deja de ser tan insolente, como te atreves a hablarme de ese modo que... - la interrumpió la clériga, que a su vez fue interrumpida por la Iniciada
- Oblígame a dejar de serlo - la retó como si fuera la cosa más insignificante y sencilla del mundo. Sus miradas se cruzaron, pero ante la sonrisa franca, fresca y espontáneamente amable de Dulfary, fue la clériga la primera en quitar la mirada - Discúlpame, es que aveces eres muy pedante y lo peor es que sé que eres una buena persona - le explicó, aunque su disculpa era sincera.
- Vas a volver a hablar todo el día? -
- Sólo hasta que me duerma... - y cumplió.
El punto de encuentro para que ese aliado importante recibiera el regalo que llevaba la clériga como buena fé de parte de la Orden de la Dama… de parte de Rhylia y propiamente dicho del ducado de Ashper, no había sido elegido al azar ni se corría el riesgo sólo porque sí.
Adysium, era una ciudad de magia, la tensión en el tejido mágico y el constante flujo de energía lo hacía un lugar perfecto para enmascarar ciertos efectos mágicos, como la llegada de la clériga y de la Iniciada a través de un teleport desde los mares de Jaspia hasta la plataforma “continental” de Adyssium ya dentro del ducado de Triskel, a un barco completamente neutral, que ya había tenido todos sus controles aduaneros y de guerra, sobre el cual nadie posaría sus ojos, porque una vibración más en el tejido de la magia, solo era eso, una vibración más.
Y Dulfary, ni Arale, habían dicho nada al respecto, tras su expresión inicial de indignación por esa bomba que estaban a punto de meterle al rival. Porque ella también solía usar Adyssium por su protección mágica en ciertos asuntos, como reportarse con su casa, su Clan y su gente, a través de las sombras y el particular correo que ofrecían estas, sin levantar sospechas por el efecto… cualquier otro mago o persona en la ciudad lo podía estar haciendo. Y el cambio de planes le venía a la perfección, ya que, desde que inició la guerra y no podía acceder en barca a la isla, no había logrado reportarse con su hogar.
De cara a los intereses de Aspher, todo el entramado de intrigas era un poco más elaborado. Guerra o no, la religión seguía siendo la misma, aunque los fortines con paladines y caballeros de la Orden de la Dama habían sido evacuados o desalojados y muchos de los templos habían tenido que cerrar puertas, las gentes sencillas aun debían orar, aun querían sentir cerca esa Luz de la que tanta se hablada al interior de la Orden, pero que Dulfary cada vez veía menos… aun se necesitaban clérigos y para demostrar que no habían segundas intensiones, enviaban a esta acompañada tan solo de una Iniciada, que incluso tenía la cruz de su espada trabada como señal de no estar lista para usar su espada, que se reía y hablaba por los codos… que era sobrina de Devan…
Si las cosas salían mal, podían matar dos pájaros de un tiro.
Si las cosas salían bien, harían entrega de un presente muy particular, asegurarían una alianza importante y clandestina (por lo tanto vital en un momento dado si todos jugaban bien sus cartas) a un contacto estratégicamente ubicado y la diplomacia volvería a activarse entre las tácticas y estrategias de guerra.
Pero al bajar del barco, y sobrepasar los nuevos controles, las cosas empezaron a salir un tanto más caóticas como para encasillarlas en “bien” o “mal”
Ddi:
-Es un regalo muy especial – dijo la clériga de la Dama tratando de ser todo lo amable que podía, pero sin tener mucho éxito al respecto. La Iniciada, Iniciada, junto a ella sólo la miró de reojo y volvió la vista al mar, estaban corriendo demasiados riesgos en una época de guerra, pero esta vez no podía decir simplemente que no.
Nunca lo hacía, pero esta vez tenía motivos personales para haber aceptado la misión, aun después de enterarse de la estratagema que se había tejido al inicio del viaje. Pero se limitó a asentir, cosa muy rara en ella. Estaba preocupada.
- El asunto es tan sencillo como que lo entregamos, hacemos las cortesías y nos vamos. Es un objeto hermoso, yo quisiera conservarlo para adornar mi templo, pero no es posible, una flor así deberíamos poder tenerla todos – suspiró. Nuevamente la Iniciada le dirigió una mirada, esta vez de sorpresa, no la había escuchado hablar con tanta pasión de algo, ni de religión, ni de su fé o su templo, ahora estaba intrigada
- Puedo ver la flor? – preguntó con una sonrisa y ojos brillantes.
- Me gustaría enseñártela, pero está a buen resguardo en su cofre, el cofre conmigo y yo… - volvió a suspirar, esta vez con desdén – yo contigo -. Dulfary dejó a la Iniciada que representaba y estalló en risas
- Créeme que pudo ser peor, mucho, mucho peor – rió a carcajadas, pasando por alto la actitud de la clériga. Extrañaba la fe sencilla, humilde y real de la acolita de Moselec, el candor de muchos otros miembros de la Orden, pero entonces recordó que todo esto del regalo, del viaje no era más que una fachada, una vil mentira que también servía para sus propios propósitos.
- Nunca te había escuchado hablar con tanto entusiasmo de algo, siempre pensé que solo eras una hija de mami que había unido a la Orden a saber porqué razón pero no por vocación y fíjate, si hay cosas que te mueven, eso es... -
- Deja de ser tan insolente, como te atreves a hablarme de ese modo que... - la interrumpió la clériga, que a su vez fue interrumpida por la Iniciada
- Oblígame a dejar de serlo - la retó como si fuera la cosa más insignificante y sencilla del mundo. Sus miradas se cruzaron, pero ante la sonrisa franca, fresca y espontáneamente amable de Dulfary, fue la clériga la primera en quitar la mirada - Discúlpame, es que aveces eres muy pedante y lo peor es que sé que eres una buena persona - le explicó, aunque su disculpa era sincera.
- Vas a volver a hablar todo el día? -
- Sólo hasta que me duerma... - y cumplió.
El punto de encuentro para que ese aliado importante recibiera el regalo que llevaba la clériga como buena fé de parte de la Orden de la Dama… de parte de Rhylia y propiamente dicho del ducado de Ashper, no había sido elegido al azar ni se corría el riesgo sólo porque sí.
Adysium, era una ciudad de magia, la tensión en el tejido mágico y el constante flujo de energía lo hacía un lugar perfecto para enmascarar ciertos efectos mágicos, como la llegada de la clériga y de la Iniciada a través de un teleport desde los mares de Jaspia hasta la plataforma “continental” de Adyssium ya dentro del ducado de Triskel, a un barco completamente neutral, que ya había tenido todos sus controles aduaneros y de guerra, sobre el cual nadie posaría sus ojos, porque una vibración más en el tejido de la magia, solo era eso, una vibración más.
Y Dulfary, ni Arale, habían dicho nada al respecto, tras su expresión inicial de indignación por esa bomba que estaban a punto de meterle al rival. Porque ella también solía usar Adyssium por su protección mágica en ciertos asuntos, como reportarse con su casa, su Clan y su gente, a través de las sombras y el particular correo que ofrecían estas, sin levantar sospechas por el efecto… cualquier otro mago o persona en la ciudad lo podía estar haciendo. Y el cambio de planes le venía a la perfección, ya que, desde que inició la guerra y no podía acceder en barca a la isla, no había logrado reportarse con su hogar.
De cara a los intereses de Aspher, todo el entramado de intrigas era un poco más elaborado. Guerra o no, la religión seguía siendo la misma, aunque los fortines con paladines y caballeros de la Orden de la Dama habían sido evacuados o desalojados y muchos de los templos habían tenido que cerrar puertas, las gentes sencillas aun debían orar, aun querían sentir cerca esa Luz de la que tanta se hablada al interior de la Orden, pero que Dulfary cada vez veía menos… aun se necesitaban clérigos y para demostrar que no habían segundas intensiones, enviaban a esta acompañada tan solo de una Iniciada, que incluso tenía la cruz de su espada trabada como señal de no estar lista para usar su espada, que se reía y hablaba por los codos… que era sobrina de Devan…
Si las cosas salían mal, podían matar dos pájaros de un tiro.
Si las cosas salían bien, harían entrega de un presente muy particular, asegurarían una alianza importante y clandestina (por lo tanto vital en un momento dado si todos jugaban bien sus cartas) a un contacto estratégicamente ubicado y la diplomacia volvería a activarse entre las tácticas y estrategias de guerra.
Pero al bajar del barco, y sobrepasar los nuevos controles, las cosas empezaron a salir un tanto más caóticas como para encasillarlas en “bien” o “mal”
Dulfary- Cantidad de envíos : 1481
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
Fdi: Ok, c'est magnifique.
- En resumidas cuentas - recapituló Noa Drake, de vuelta en la mesa de la esquina del fondo del Viejo Molinero, cerca del puerto de Adysium. - Tus amigos y tú queréis que esta... florecilla no llegue, digamos, al jardín que tiene previsto.
- Más bien - aventuró él, gesticulando con las manos como quien dice una idea alocada, para nada coincidente con la realidad inmediata - nos parece que estaría mucho mejor en nuestro jardín. Tenemos mejor abono, mejores jardineros... Tendría una vida más digna, más plena, et cétera et cétera.
El dinero tintineó en el aire cuando la bolsa se movió. Los ojos de él traicionaron un destello de decepción al cogerla. Dejó escapar un sonido de desaprobación, una mueca de desagrado.
- ¿Y crees que hay dinero suficiente ahí dentro para lo que me estás proponiendo? - preguntó. - Podría provocar otra guerra. Sin que haga falta que se acabe esta.. Y no es que me importe eso, pero estaría en medio. No me gusta estar en medio. Olvídalo.
El interlocutor contestó con un gruñido, pero sonrió, y de nuevo lanzó la bolsa de monedas hacia el lado de la mesa de ella con un movimiento distraido. La pelirroja no hizo amago alguno de cogerla. Volviendo a ponerse serio, el encapuchado se inclinó hacia ella, mirándole a los ojos.
- Entiendo. Pero no digas que no hasta que lo oigas todo. Para empezar, es evidente que esto no es todo el dinero, niña. Llámalo un gesto de buena voluntad, si te place. Si aceptas y nos traes la mercancía, verás bastante más dinero. ¿Cómo suenan... doscientos ducado?
- A mentira - repuso ella, enarcando una ceja. - Es mucho dinero.
- Mis amigos tienen mucho dinero, encanto. Y mucho interés en este asunto. Tú encárgate de transplantar esa florecilla hasta nuestro jardín, y te garantizo que tendrás doscientas coronas. - Se recostó en la silla, cruzando una pierna sobre la otra, - Y si lo que te preocupa es la política, bueno. Piensa en lo difícil que es mover un objeto así en mitad de todo este barullo de guerra que nos rodea, e imagínate, en consecuencia, qué poquita gente debe saber que se va a producir este, digamos, intercambio. Tú solo tienes que poner tus preciosas manitas en esa caja - esto lo dijo muy despacito, como si hablase con un niño - y traérmela a mí para que yo te la cambie por una puta fortuna. Es fácil y nadie tiene por qué salir herido.
Silencio de nuevo.
Lo peor es que sonaba bien. Sonaba demasiado bien. Y no le gustaba mucho, pero Noa tenía que admitir, para ser honesta con la situación, que llevaba varias semanas con problemas de dinero. Doscientos ducados sonaban a una buena temporada sin este tipo de desavenencias. Sonaba a algo que, en contra de su mejor juicio, no podía dejar pasar.
Solo tenía que ser cuidadosa. En teoría. Pero no podía quitarse la sensación de que faltaban cartas por poner sobre la mesa.
- Vale - dijo por fin. - Pongamos que acepto. ¿Cuál es el truco?
El hombre dejó escapar una risotada cálida, genuinamente divertida. Volvió a inclinarse hacia ella.
- Bien. Bien. No se te escapa una. El truco, jovencita, es que cuando el barco que traía la florecilla llegó a Adysium, pasó algo muy divertido...
- En resumidas cuentas - recapituló Noa Drake, de vuelta en la mesa de la esquina del fondo del Viejo Molinero, cerca del puerto de Adysium. - Tus amigos y tú queréis que esta... florecilla no llegue, digamos, al jardín que tiene previsto.
- Más bien - aventuró él, gesticulando con las manos como quien dice una idea alocada, para nada coincidente con la realidad inmediata - nos parece que estaría mucho mejor en nuestro jardín. Tenemos mejor abono, mejores jardineros... Tendría una vida más digna, más plena, et cétera et cétera.
El dinero tintineó en el aire cuando la bolsa se movió. Los ojos de él traicionaron un destello de decepción al cogerla. Dejó escapar un sonido de desaprobación, una mueca de desagrado.
- ¿Y crees que hay dinero suficiente ahí dentro para lo que me estás proponiendo? - preguntó. - Podría provocar otra guerra. Sin que haga falta que se acabe esta.. Y no es que me importe eso, pero estaría en medio. No me gusta estar en medio. Olvídalo.
El interlocutor contestó con un gruñido, pero sonrió, y de nuevo lanzó la bolsa de monedas hacia el lado de la mesa de ella con un movimiento distraido. La pelirroja no hizo amago alguno de cogerla. Volviendo a ponerse serio, el encapuchado se inclinó hacia ella, mirándole a los ojos.
- Entiendo. Pero no digas que no hasta que lo oigas todo. Para empezar, es evidente que esto no es todo el dinero, niña. Llámalo un gesto de buena voluntad, si te place. Si aceptas y nos traes la mercancía, verás bastante más dinero. ¿Cómo suenan... doscientos ducado?
- A mentira - repuso ella, enarcando una ceja. - Es mucho dinero.
- Mis amigos tienen mucho dinero, encanto. Y mucho interés en este asunto. Tú encárgate de transplantar esa florecilla hasta nuestro jardín, y te garantizo que tendrás doscientas coronas. - Se recostó en la silla, cruzando una pierna sobre la otra, - Y si lo que te preocupa es la política, bueno. Piensa en lo difícil que es mover un objeto así en mitad de todo este barullo de guerra que nos rodea, e imagínate, en consecuencia, qué poquita gente debe saber que se va a producir este, digamos, intercambio. Tú solo tienes que poner tus preciosas manitas en esa caja - esto lo dijo muy despacito, como si hablase con un niño - y traérmela a mí para que yo te la cambie por una puta fortuna. Es fácil y nadie tiene por qué salir herido.
Silencio de nuevo.
Lo peor es que sonaba bien. Sonaba demasiado bien. Y no le gustaba mucho, pero Noa tenía que admitir, para ser honesta con la situación, que llevaba varias semanas con problemas de dinero. Doscientos ducados sonaban a una buena temporada sin este tipo de desavenencias. Sonaba a algo que, en contra de su mejor juicio, no podía dejar pasar.
Solo tenía que ser cuidadosa. En teoría. Pero no podía quitarse la sensación de que faltaban cartas por poner sobre la mesa.
- Vale - dijo por fin. - Pongamos que acepto. ¿Cuál es el truco?
El hombre dejó escapar una risotada cálida, genuinamente divertida. Volvió a inclinarse hacia ella.
- Bien. Bien. No se te escapa una. El truco, jovencita, es que cuando el barco que traía la florecilla llegó a Adysium, pasó algo muy divertido...
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
El hilo de sangre escapó por sus labios fuertemente apretados y la mirada de angustia perturbó aun más a la Iniciada: se limpiaba por modales, sufría por algo más.
- Mi vida no es tan importante como ese presente – tosió un poco y sacó fuerzas de donde no las tenía para empujar a la Iniciada en pro del urgente rescate
- Eso es ridículo! – protestó
- Para esto te enviaron… - las lágrimas incipientes en los ojos de la clériga, haciendo mover las manos
- Si te llegas a morir mientras busco esa cosa, te lincho! – la amenazó mientras con prisa pero sin errores soltaba el cinto de su espada trabajada – y te voy a dar tanta lata que desearas estar muerta! - no se fijó siquiera en su réplica, en la manera en que trababa de entender lo que para ella eran incoherencias en un momento de crisis, la forma pesada en que cerraba los ojos, cuando por fin la perdió de vista entre la multitud.
Dulfary conocía al asaltante, le había visto la cara, la ropa, la forma en que se movía, los rasgos generales de su complexión física. Las había tomado por sorpresa no mas bajar del barco, esperaban por los monaguillos del templo, no llevaban equipaje mas que la preciosa caja que protegía la cleriga, que a pesar de las bendiciones que iba repartiendo en su espera, estaba en cierta forma alejando a las personas. Se estaba generando un espacio entre ellas, de la mima forma que ahora las posibilidades de correr libremente se le cerraban a Dulfary, la gente parecía ponerse de acuerdo para marcar un blanco, ellas, la gente parecía de acuerdo para ayudar a un ladrón… el ladrón.
- Qué te dice esto? – había preguntado la joven tan solo unos minutos antes, señalando con la mirada alrededor. Dulfary en su papel de Iniciada, entrecerró los ojos, acomodó un pie detrás y – no me decido si es respeto por lo que representamos o que esta guerra aleja a los demás del camino que los lleva a nosotros en la Luz – dejó caer un kunai en su mano con un solo movimiento de la mano
- Es una trampa – dijo en lo que ella creía que era voz baja, pero que realmente se trataba de casi un grito. Eso complicó todo porque la clériga apretó la caja contra sí misma, refugiándola entre sus brazos y su pecho y se hizo más cerca de Dulfary, diciendo, asustada, su nombre de tapadera “Arale…”
Los dos hombres que atravesaron el círculo creado por la multitud que caminaba junto a ellos sin detenerse, trataron de mantener aun la sorpresa de su entrada, un poco en vano. El primero tuvo que dar un paso atrás cuando “coincidencialmente” una ráfaga de aire lo envolvió y cubrió sus ojos y nariz creándole un sofoco momentáneo, el giro tras la kata para llamar al viento, no logró interceptar al segundo, que ya tenía ambas manos sobre la caja y forcejeaba con la menuda muchacha. Dulfary no podía creer que tuviera tanta fuerza, no cedía ante los intentos, ni se quejaba de los dos punta pies que le dio el hombre, en respuesta a los de ella misma
- Oye! Por qué no te metes con uno de tu tamaño ¡!? – preguntó Dulfary y le dio un puño que supo encajar en la mandíbula, sin la fuerza que se esperaría, pero si de tal forma que el dolor lo recorrió y lo hizo recular, no le tiempo a reaccionar y lo pateó en el pecho, luego lo barrió enviándolo al piso y, cuando el maleante quiso regresar el golpe desde donde estaba intuyendo cómo se acercaría, se llegó una sorpresa al caerle a horcajadas poco mas arriba del pechó – duerme! – le ordenó y clavó sus dedos en la clavícula, dejándolo inconsciente.
En ese momento la otra muchacha gritó por fin, de dolor, al volverse, por el rabillo del ojo alcanzó a ver cómo le clavaba un puñal el primer hombre, primero en el brazo, luego en un punto de mayor compromiso, logrando que liberara la caja que ahora perseguía por entre la multitud.
Cada vez lo tenía más lejos, la concurrencia no estaba ayudando, el portar insignias de la Dama de hecho le dificultaba más las cosas, en forma casi natural, así que cuando estaba llegando a la intersección de dos calles, vio su oportunidad de acortar distancias.
Sin pensarlo siquiera, saltó sobre un barril que le sirviera de punto de apoyo para que, en conjunto con la inercia del impulso que ya llevaba, pudiera apoyar el pie en un punto aun más alto de la pared y sobre pasar las cabezas que se interponían entre ella y su presa. De la pared apoyó en el soporte de un toldillo que se tambaleó tanto con su peso como con el movimiento, luego el hombro de un pobre transeúnte, cayó al suelo con gracia felina y tomó nuevamente impulso para apresurar la carrera. Lo tenía a menos de dos metros, solo debía esforzarse un poco más.
El hombre, con gran habilidad, evadía y esquivaba a cada persona que podía interponerse en su camino, era el momento de gritar ladrón o volvería a perderlo
- Ladró…. Ppppooog!! – no pudo terminar la palabra, cayendo al piso en medio del firme abrazo de un soldado de la guardia de Adyssium, que había saltado sobre ella tacleándola a medio camino de cruzar la intersección, sujetando sus brazos con los propios y arrastrándose un poco en el piso por el impacto y la fuerza de la acción de este – pero… qué… - trató de reaccionar Dulfary, pero el soldado la atajó aun sin soltarla, de hecho haciendo más fuerza por si se resistía y trataba de zafarse cosa que no intentó, estaba demasiado atontada por el golpe y la sorpresa de recibirlo
- Quedas arrestada! –
- ah?... – preguntó tratando de entender lo que le decía, por qué si el ladrón era el huía, era ella la arrestada – el ladrón, se escapa… - por fin hizo amago de querer soltarse, se lo impidió y le dio golpe con la cabeza que hizo sonar de forma desagradable la nariz del hombre –Lo siento!!! – gritó tratando de disculparse. De inmediato se quedó quieta, no quería hacerle daño, no quería empeorar las cosas, no quería una mal entendido solo por tener ropa de la Orden de la Dama, en una isla de un Ducado enemigo, pero el corazón le latía a mil por hora y saltó aun más fuerte cuando vio los ojos del ladrón mirarla entre la multitud, sonreír, hacerle un saludo e irse.
No se movió, tenía una lanza apuntando a su garganta, mientras el primer soldado se alejaba de ella sosteniéndose la nariz
- Estás arrestada por acosar a un ciudadano de Adyssium siendo de Ashper y en tiempos de guerra, por agredir a un oficial al resistirte al arresto! – dijo tan formal como podía, Dulfary lo miró sin podérselo creer, desde el piso, cuando el hombre frunció el ceño, se dejó caer desplomada sobre su espalda al piso
- Me lleva el chanfle y me atropella… - protestó con los ojos cerrados y marcada frustración.
- qué es un chanfle? – preguntaron los dos, quien la tacleó y el de la lanza, un poco desconcertados, pero sin perder la concentración.
- Mi vida no es tan importante como ese presente – tosió un poco y sacó fuerzas de donde no las tenía para empujar a la Iniciada en pro del urgente rescate
- Eso es ridículo! – protestó
- Para esto te enviaron… - las lágrimas incipientes en los ojos de la clériga, haciendo mover las manos
- Si te llegas a morir mientras busco esa cosa, te lincho! – la amenazó mientras con prisa pero sin errores soltaba el cinto de su espada trabajada – y te voy a dar tanta lata que desearas estar muerta! - no se fijó siquiera en su réplica, en la manera en que trababa de entender lo que para ella eran incoherencias en un momento de crisis, la forma pesada en que cerraba los ojos, cuando por fin la perdió de vista entre la multitud.
Dulfary conocía al asaltante, le había visto la cara, la ropa, la forma en que se movía, los rasgos generales de su complexión física. Las había tomado por sorpresa no mas bajar del barco, esperaban por los monaguillos del templo, no llevaban equipaje mas que la preciosa caja que protegía la cleriga, que a pesar de las bendiciones que iba repartiendo en su espera, estaba en cierta forma alejando a las personas. Se estaba generando un espacio entre ellas, de la mima forma que ahora las posibilidades de correr libremente se le cerraban a Dulfary, la gente parecía ponerse de acuerdo para marcar un blanco, ellas, la gente parecía de acuerdo para ayudar a un ladrón… el ladrón.
- Qué te dice esto? – había preguntado la joven tan solo unos minutos antes, señalando con la mirada alrededor. Dulfary en su papel de Iniciada, entrecerró los ojos, acomodó un pie detrás y – no me decido si es respeto por lo que representamos o que esta guerra aleja a los demás del camino que los lleva a nosotros en la Luz – dejó caer un kunai en su mano con un solo movimiento de la mano
- Es una trampa – dijo en lo que ella creía que era voz baja, pero que realmente se trataba de casi un grito. Eso complicó todo porque la clériga apretó la caja contra sí misma, refugiándola entre sus brazos y su pecho y se hizo más cerca de Dulfary, diciendo, asustada, su nombre de tapadera “Arale…”
Los dos hombres que atravesaron el círculo creado por la multitud que caminaba junto a ellos sin detenerse, trataron de mantener aun la sorpresa de su entrada, un poco en vano. El primero tuvo que dar un paso atrás cuando “coincidencialmente” una ráfaga de aire lo envolvió y cubrió sus ojos y nariz creándole un sofoco momentáneo, el giro tras la kata para llamar al viento, no logró interceptar al segundo, que ya tenía ambas manos sobre la caja y forcejeaba con la menuda muchacha. Dulfary no podía creer que tuviera tanta fuerza, no cedía ante los intentos, ni se quejaba de los dos punta pies que le dio el hombre, en respuesta a los de ella misma
- Oye! Por qué no te metes con uno de tu tamaño ¡!? – preguntó Dulfary y le dio un puño que supo encajar en la mandíbula, sin la fuerza que se esperaría, pero si de tal forma que el dolor lo recorrió y lo hizo recular, no le tiempo a reaccionar y lo pateó en el pecho, luego lo barrió enviándolo al piso y, cuando el maleante quiso regresar el golpe desde donde estaba intuyendo cómo se acercaría, se llegó una sorpresa al caerle a horcajadas poco mas arriba del pechó – duerme! – le ordenó y clavó sus dedos en la clavícula, dejándolo inconsciente.
En ese momento la otra muchacha gritó por fin, de dolor, al volverse, por el rabillo del ojo alcanzó a ver cómo le clavaba un puñal el primer hombre, primero en el brazo, luego en un punto de mayor compromiso, logrando que liberara la caja que ahora perseguía por entre la multitud.
Cada vez lo tenía más lejos, la concurrencia no estaba ayudando, el portar insignias de la Dama de hecho le dificultaba más las cosas, en forma casi natural, así que cuando estaba llegando a la intersección de dos calles, vio su oportunidad de acortar distancias.
Sin pensarlo siquiera, saltó sobre un barril que le sirviera de punto de apoyo para que, en conjunto con la inercia del impulso que ya llevaba, pudiera apoyar el pie en un punto aun más alto de la pared y sobre pasar las cabezas que se interponían entre ella y su presa. De la pared apoyó en el soporte de un toldillo que se tambaleó tanto con su peso como con el movimiento, luego el hombro de un pobre transeúnte, cayó al suelo con gracia felina y tomó nuevamente impulso para apresurar la carrera. Lo tenía a menos de dos metros, solo debía esforzarse un poco más.
El hombre, con gran habilidad, evadía y esquivaba a cada persona que podía interponerse en su camino, era el momento de gritar ladrón o volvería a perderlo
- Ladró…. Ppppooog!! – no pudo terminar la palabra, cayendo al piso en medio del firme abrazo de un soldado de la guardia de Adyssium, que había saltado sobre ella tacleándola a medio camino de cruzar la intersección, sujetando sus brazos con los propios y arrastrándose un poco en el piso por el impacto y la fuerza de la acción de este – pero… qué… - trató de reaccionar Dulfary, pero el soldado la atajó aun sin soltarla, de hecho haciendo más fuerza por si se resistía y trataba de zafarse cosa que no intentó, estaba demasiado atontada por el golpe y la sorpresa de recibirlo
- Quedas arrestada! –
- ah?... – preguntó tratando de entender lo que le decía, por qué si el ladrón era el huía, era ella la arrestada – el ladrón, se escapa… - por fin hizo amago de querer soltarse, se lo impidió y le dio golpe con la cabeza que hizo sonar de forma desagradable la nariz del hombre –Lo siento!!! – gritó tratando de disculparse. De inmediato se quedó quieta, no quería hacerle daño, no quería empeorar las cosas, no quería una mal entendido solo por tener ropa de la Orden de la Dama, en una isla de un Ducado enemigo, pero el corazón le latía a mil por hora y saltó aun más fuerte cuando vio los ojos del ladrón mirarla entre la multitud, sonreír, hacerle un saludo e irse.
No se movió, tenía una lanza apuntando a su garganta, mientras el primer soldado se alejaba de ella sosteniéndose la nariz
- Estás arrestada por acosar a un ciudadano de Adyssium siendo de Ashper y en tiempos de guerra, por agredir a un oficial al resistirte al arresto! – dijo tan formal como podía, Dulfary lo miró sin podérselo creer, desde el piso, cuando el hombre frunció el ceño, se dejó caer desplomada sobre su espalda al piso
- Me lleva el chanfle y me atropella… - protestó con los ojos cerrados y marcada frustración.
- qué es un chanfle? – preguntaron los dos, quien la tacleó y el de la lanza, un poco desconcertados, pero sin perder la concentración.
Dulfary- Cantidad de envíos : 1481
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
- O sea - recapituló de nuevo la pelirroja - Robar a un ladrón.
Lo cierto es que el hombre no mentía. La historia era divertida, rayando en lo rocambolesco. Firavandrei, perdón, Noa, se detuvo a pensar en las posibles ramificaciones de aquello: Si había que creerse lo de que lo sabía poca gente, parece que se habían enterado los más emprendedores.
- Me pregunto si me lo robarán a mí también - bromeó. - ¿Y sabes a quién se debe acudir en busca del paquete, o me toca a mí averiguarlo?
- Por suerte para tí, encanto, resulta que lo sabemos. Mis amigos, harás bien en recordarlo, tienen influencias y contactos además de dinero. Valiosos recursos en un país en guerra. Poca gente, como dije, sabía del intercambio, y de entre ellos, sugieren nuestros informantes, el sujeto más posible es nuestro estimado ciudadano Anton Veldrei.
"Nuestros informantes". Aquella expresión hizo cambiar el gesto a la pelirroja. Había muy pocas formas de emplear esas dos palabras en una misma frase. Se mordió el labio.
- Joder. Sois espías. - Aventuró, en voz muy baja.
- Oh, qué palabra tan fea es "espía". Mis amigos y yo no espiamos, pequeña. Solo, digamos, tomamos interés en determinadas cosas. Robos, maniobras políticas. - Se detuvo para arrojarle una sonrisa afilada, que por primera vez revelaba un carácter muy diferente del que aquel personaje fingía. - Fugitivas.
La palabra le heló la sangre. Hizo un esfuerzo considerable por no perder la sonrisa, por no dejar entrever ningún tipo de emoción a través de su máscara de impasibilidad. Cruzó los dedos de las manos, se recostó relajadamente en la silla, mientras por dentro se maldecía por caer como una niña en aquel trato con el diablo.
- Ya. - Dijo, desdeñosa, como queriendo decir: "Vale, ahórrame tus tonterías que no tienen nada que ver conmigo. Volvamos al grano." - Volvamos al grano. Interésame en este Anton Veldrei.
- Bien - sonrió. - Sabía que hablábamos un idioma parecido. Anton Veldrei es un archimago de la isla, y como tal, tiene acceso a un repertorio de influencias y contactos que, digamos, dificulta que los nuestros trabajen. A Lord Veldrei le viene muy bien que la guerra prosiga, de modo que, creemos, no tiene interés en ofrecer el objeto a terceras personas. De modo que nos vemos obligados a una aproximación más tradicional. En la que entras tú.
Hizo una pausa para beber un trago, pero la pelirroja no tenía nada que decir. Siguió escuchando.
- Creemos que el objeto en cuestión se halla ahora en su residencia del barrio portuario. Sin duda has debido verla en algún momento de tu estancia en la ciudad; una torre de grandes dimensiones, bien entrada en la zona de los muelles. Con un faro en lo alto. La gente lo llama el Alcázar Veldrei. Un lugar precioso. Vacacional. La cofradía local de asesinos, se dice, envía de vez en cuando a alguno de sus agentes a que se tome unas vacaciones allí. Debe estar muy bien, porque ninguno vuelve. Te estás poniendo pálida, pequeña. Deberías comer un poco. ¿Todavía piensas que doscientas coronas son mucho dinero?
- Ahora pienso que es poco - se lamentó mientras se llevaba la cerveza a los labios y bebía un poco. - Pero qué otra opción tengo, ¿No?
Lo cierto es que el hombre no mentía. La historia era divertida, rayando en lo rocambolesco. Firavandrei, perdón, Noa, se detuvo a pensar en las posibles ramificaciones de aquello: Si había que creerse lo de que lo sabía poca gente, parece que se habían enterado los más emprendedores.
- Me pregunto si me lo robarán a mí también - bromeó. - ¿Y sabes a quién se debe acudir en busca del paquete, o me toca a mí averiguarlo?
- Por suerte para tí, encanto, resulta que lo sabemos. Mis amigos, harás bien en recordarlo, tienen influencias y contactos además de dinero. Valiosos recursos en un país en guerra. Poca gente, como dije, sabía del intercambio, y de entre ellos, sugieren nuestros informantes, el sujeto más posible es nuestro estimado ciudadano Anton Veldrei.
"Nuestros informantes". Aquella expresión hizo cambiar el gesto a la pelirroja. Había muy pocas formas de emplear esas dos palabras en una misma frase. Se mordió el labio.
- Joder. Sois espías. - Aventuró, en voz muy baja.
- Oh, qué palabra tan fea es "espía". Mis amigos y yo no espiamos, pequeña. Solo, digamos, tomamos interés en determinadas cosas. Robos, maniobras políticas. - Se detuvo para arrojarle una sonrisa afilada, que por primera vez revelaba un carácter muy diferente del que aquel personaje fingía. - Fugitivas.
La palabra le heló la sangre. Hizo un esfuerzo considerable por no perder la sonrisa, por no dejar entrever ningún tipo de emoción a través de su máscara de impasibilidad. Cruzó los dedos de las manos, se recostó relajadamente en la silla, mientras por dentro se maldecía por caer como una niña en aquel trato con el diablo.
- Ya. - Dijo, desdeñosa, como queriendo decir: "Vale, ahórrame tus tonterías que no tienen nada que ver conmigo. Volvamos al grano." - Volvamos al grano. Interésame en este Anton Veldrei.
- Bien - sonrió. - Sabía que hablábamos un idioma parecido. Anton Veldrei es un archimago de la isla, y como tal, tiene acceso a un repertorio de influencias y contactos que, digamos, dificulta que los nuestros trabajen. A Lord Veldrei le viene muy bien que la guerra prosiga, de modo que, creemos, no tiene interés en ofrecer el objeto a terceras personas. De modo que nos vemos obligados a una aproximación más tradicional. En la que entras tú.
Hizo una pausa para beber un trago, pero la pelirroja no tenía nada que decir. Siguió escuchando.
- Creemos que el objeto en cuestión se halla ahora en su residencia del barrio portuario. Sin duda has debido verla en algún momento de tu estancia en la ciudad; una torre de grandes dimensiones, bien entrada en la zona de los muelles. Con un faro en lo alto. La gente lo llama el Alcázar Veldrei. Un lugar precioso. Vacacional. La cofradía local de asesinos, se dice, envía de vez en cuando a alguno de sus agentes a que se tome unas vacaciones allí. Debe estar muy bien, porque ninguno vuelve. Te estás poniendo pálida, pequeña. Deberías comer un poco. ¿Todavía piensas que doscientas coronas son mucho dinero?
- Ahora pienso que es poco - se lamentó mientras se llevaba la cerveza a los labios y bebía un poco. - Pero qué otra opción tengo, ¿No?
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
- La clériga que supone que cuido se desangra en el puerto… - dijo con impotencia y resignación aun tirada de espaldas y un brazo abierto, mientras el otro le cubría sus ojos rojos de demonio – Tienen que ayudarla – el tono de preocupación en su voz, desechó para ambos soldados el que fuera una orden, más bien se trataba de un pedido desesperado
- Ya verificaremos eso. Levántese señorita – dijo el primero, ya no tan hostil. Solo en ese momento retiró el brazo de sus ojos y lo miró a contraluz, aunque eso le irritara un poco la visión. No le ofrecía la mano, sino que la tenía apoyada en pomo de su propia espada, mientras el circulo de personas a su alrededor se iba haciendo mayor, cada vez más miradas curiosas, otras de reproche y otras de temor se posaban en ella.
Dulfary tomó aire varias veces despacio y puso sus ojos con determinación en los del hombre, que pensó que tendría que forzarla a levantarse
- Con una condición – dijo con una sonrisa y tono de picardía que hizo enojar al soldado
- No está en posición de poner condiciones – le advirtió, con recelo a lo que la sonrisa de Dulfary se hizo más burlona, para su propia culpa
- Si me siento te estaría haciendo caso, estaría en mejor posición pero no tendría caso exponer mi condición – el ceño fruncido del hombre le indicó sin mucho bombo que no era el momento de bromear – Mi condición es que me perdone el por el golpe en la nariz, no quise hacerle daño, fue un descuido de mi parte… - le sonrió con la ingenuidad de quien espera ser perdonado por una travesura grande y perjudicial pero sin intensión.
El soldado vaciló, no debía fiarse de las personas de Ashper, a saber que oscuras intenciones traía ésta en particular.
- Mi amiga se desangra… - dijo la muchacha rubia con un hilo de voz.
- Eso no es del todo cierto… - dijo alguien más que se abrió paso entre la multitud e hizo que Dulfary se sentara de inmediato topándose con la fría y afilada advertencia de la lanza del segundo soldado. La expresión bonachona de otro hombre joven se acomodó a la altura de Dulfary. Vestía la túnica blanca y sencilla de los clérigos de la Dama y le extendió una mano callosa que hablaba de trabajo real y seguramente comunitario y que Dulfary no dudó en tomarla de inmediato – los monaguillos del hermoso templo de esta ciudad se están haciendo cargo de ella desde hace un momento. Se encuentra bien, Iniciada? –
- Sí monseñor – dijo sin dudar y el joven río por lo bajo, pero más de uno la miró con sospecha por sus palabras
– Sólo soy abad, jovencita. Para evitar incidentes políticos en esta situación tan tensa entre pueblos hermanos, nuestro obispos y arzobispos han salido de la isla – Dulfary se sonrojó
- Está arrestada, abad, me la llevaré a las celdas de… - empezó a decir el primer soldado
- Bajo qué cargo? Por perseguir a un ladrón? Ni siquiera está armada, como acto de buena fe dejó su espada junto a su compañera… - el soldado no vaciló esta vez, pero miró duramente a Dulfary…
La había llamado Iniciada, pero sin duda él no había visto lo que sus ojos sí: la vio sobrepasar a la multitud con una agilidad que no era propia de los caballeros ni paladines de la Orden, mucho menos de una simple Iniciada. Había algo particularmente extraño con esa joven, sus ojos rojos solo eran la punta del iceberg.
Sus ojos se encontraron, el abad esperaba una respuesta, pero la Iniciada parecía estarlo traspasando, hurgando en su alma y su corazón y entonces notó algo más… si bien la chica rubia podría tener una veintena de años, sus ojos contaban otra historia, una historia inversa a muchas que había leído en los ojos de tantos magos en la ciudad: hablaban de alguien mucho más joven de lo que se veía, alguien tan joven como la menor de sus hijas.
Y lo que le decían, tan rojos y profundos, le hizo apartar la mirada. “Sé que eres un hombre bueno y no tienes razones para enviarme a un lugar horrible sólo por correr tras un ladrón”
-Usted responderá por ella? – preguntó por fin, de vuelta al abad
- Yo puedo responder por mi misma! Me puedo cuidar sola! – el abad río, una risa clara y gentil, acompañada por un movimiento de su cabeza al negar y una mirada en busca de empatía hacia ambos soldados.
- Ya ve, puede que tenga problemas con eso, pero encontraré la forma que no se meta en líos y usted pueda hacer su trabajo sin preocuparse por ella – ofreció el religioso y en vista que el espectáculo acabaría con tranquilidad, la gente se fue alejando con cierta decepción
- Y lo que nos robaron? – protestó Dulfary, dando un barrido por la calle en busca del ladrón, sin tener éxito alguno.
- Ya lo solucionaremos, pequeña. Pero un diario y unas cuantas oraciones no deberían quitarte el sueño, al contrario, piensa que éstas… - la tomó del brazo mientras iba hablando y sin que Dulfary entendiera mucho lo que decía. Ellas llevaban una flor no un diario y oraciones, por qué decía que no era importante si hasta la clériga estaba dispuesta a morir por ella y… ~ Ahhh!!!!! Entiendo!! ~
- Abad, usted cree que aprendan a rezar y se arrepientan y entren al camino del equilibrio y la Luz y la Verdad? – preguntó con total humildad, pero siguiendo el teatro del abad.
- Eso mi niña, dependerá de algunas otras cosas… y – bajó la voz hasta casi un susurro que hasta a Dulfary le costaba escuchar, pero que bastó para ocasionar una sonrisa radiante y enorme en la carita de ángel de la falsa Iniciada – de cómo te salgan las cosas a ti. Escúchame con atención, ¿qué te parecen unas vacaciones? –
- Ya verificaremos eso. Levántese señorita – dijo el primero, ya no tan hostil. Solo en ese momento retiró el brazo de sus ojos y lo miró a contraluz, aunque eso le irritara un poco la visión. No le ofrecía la mano, sino que la tenía apoyada en pomo de su propia espada, mientras el circulo de personas a su alrededor se iba haciendo mayor, cada vez más miradas curiosas, otras de reproche y otras de temor se posaban en ella.
Dulfary tomó aire varias veces despacio y puso sus ojos con determinación en los del hombre, que pensó que tendría que forzarla a levantarse
- Con una condición – dijo con una sonrisa y tono de picardía que hizo enojar al soldado
- No está en posición de poner condiciones – le advirtió, con recelo a lo que la sonrisa de Dulfary se hizo más burlona, para su propia culpa
- Si me siento te estaría haciendo caso, estaría en mejor posición pero no tendría caso exponer mi condición – el ceño fruncido del hombre le indicó sin mucho bombo que no era el momento de bromear – Mi condición es que me perdone el por el golpe en la nariz, no quise hacerle daño, fue un descuido de mi parte… - le sonrió con la ingenuidad de quien espera ser perdonado por una travesura grande y perjudicial pero sin intensión.
El soldado vaciló, no debía fiarse de las personas de Ashper, a saber que oscuras intenciones traía ésta en particular.
- Mi amiga se desangra… - dijo la muchacha rubia con un hilo de voz.
- Eso no es del todo cierto… - dijo alguien más que se abrió paso entre la multitud e hizo que Dulfary se sentara de inmediato topándose con la fría y afilada advertencia de la lanza del segundo soldado. La expresión bonachona de otro hombre joven se acomodó a la altura de Dulfary. Vestía la túnica blanca y sencilla de los clérigos de la Dama y le extendió una mano callosa que hablaba de trabajo real y seguramente comunitario y que Dulfary no dudó en tomarla de inmediato – los monaguillos del hermoso templo de esta ciudad se están haciendo cargo de ella desde hace un momento. Se encuentra bien, Iniciada? –
- Sí monseñor – dijo sin dudar y el joven río por lo bajo, pero más de uno la miró con sospecha por sus palabras
– Sólo soy abad, jovencita. Para evitar incidentes políticos en esta situación tan tensa entre pueblos hermanos, nuestro obispos y arzobispos han salido de la isla – Dulfary se sonrojó
- Está arrestada, abad, me la llevaré a las celdas de… - empezó a decir el primer soldado
- Bajo qué cargo? Por perseguir a un ladrón? Ni siquiera está armada, como acto de buena fe dejó su espada junto a su compañera… - el soldado no vaciló esta vez, pero miró duramente a Dulfary…
La había llamado Iniciada, pero sin duda él no había visto lo que sus ojos sí: la vio sobrepasar a la multitud con una agilidad que no era propia de los caballeros ni paladines de la Orden, mucho menos de una simple Iniciada. Había algo particularmente extraño con esa joven, sus ojos rojos solo eran la punta del iceberg.
Sus ojos se encontraron, el abad esperaba una respuesta, pero la Iniciada parecía estarlo traspasando, hurgando en su alma y su corazón y entonces notó algo más… si bien la chica rubia podría tener una veintena de años, sus ojos contaban otra historia, una historia inversa a muchas que había leído en los ojos de tantos magos en la ciudad: hablaban de alguien mucho más joven de lo que se veía, alguien tan joven como la menor de sus hijas.
Y lo que le decían, tan rojos y profundos, le hizo apartar la mirada. “Sé que eres un hombre bueno y no tienes razones para enviarme a un lugar horrible sólo por correr tras un ladrón”
-Usted responderá por ella? – preguntó por fin, de vuelta al abad
- Yo puedo responder por mi misma! Me puedo cuidar sola! – el abad río, una risa clara y gentil, acompañada por un movimiento de su cabeza al negar y una mirada en busca de empatía hacia ambos soldados.
- Ya ve, puede que tenga problemas con eso, pero encontraré la forma que no se meta en líos y usted pueda hacer su trabajo sin preocuparse por ella – ofreció el religioso y en vista que el espectáculo acabaría con tranquilidad, la gente se fue alejando con cierta decepción
- Y lo que nos robaron? – protestó Dulfary, dando un barrido por la calle en busca del ladrón, sin tener éxito alguno.
- Ya lo solucionaremos, pequeña. Pero un diario y unas cuantas oraciones no deberían quitarte el sueño, al contrario, piensa que éstas… - la tomó del brazo mientras iba hablando y sin que Dulfary entendiera mucho lo que decía. Ellas llevaban una flor no un diario y oraciones, por qué decía que no era importante si hasta la clériga estaba dispuesta a morir por ella y… ~ Ahhh!!!!! Entiendo!! ~
- Abad, usted cree que aprendan a rezar y se arrepientan y entren al camino del equilibrio y la Luz y la Verdad? – preguntó con total humildad, pero siguiendo el teatro del abad.
- Eso mi niña, dependerá de algunas otras cosas… y – bajó la voz hasta casi un susurro que hasta a Dulfary le costaba escuchar, pero que bastó para ocasionar una sonrisa radiante y enorme en la carita de ángel de la falsa Iniciada – de cómo te salgan las cosas a ti. Escúchame con atención, ¿qué te parecen unas vacaciones? –
Dulfary- Cantidad de envíos : 1481
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
El apelativo de torre no le hacía justicia.
Alcázar de Veldrei, había dicho el hombre. Parecía un nombre más apropiado. La construcción era de piedra sólida, del mismo color gris inerte que las edificaciones del puerto, y se alzaba por encima de aquel como un bastión. A la ténue luz del atardecer, el faro situado en la parte más alta del edificio brillaba como un segundo sol.
Una torre debería ser más alta que ancha, pensó Firavandrei. No es justo. Ubicada en un lugar un tanto apartado del puerto, y resguardado por un rompeolas, el edificio se alzaba tres plantas del suelo, mas otras tantas en el único torreón que tenía, sobre el que se alzaba el faro. Ciertamente, su envergadura lo situaba más cerca de castillo que de torre, pero tenía poca importancia fuera de lo semántico.
El viento, revuelto, hacía ondear los banderines de los barcos a su alrededor. Todavía era posible que la noche trajes tormenta; el cielo estaba gris, coloreado de naranja cerca del horizonte, donde las nubes dejaban entrar la luz del sol como pequeños espadazos en el cielo. Era un atardecer precioso. Lástima que la pelirroja no le estuviese prestando atención.
Después de concretar las condiciones de su "contrato", el día anterior, se había desplazado casi de inmediato. Pagó una semana de alojamiento en el Molinero Viejo, firmando como Noa Drake, y se había cuidado de ser vista entrando en su cuarto, antes de cerrar con llave y salir por la ventana. Esto podía parecer una estupidez, pero cuando vas a robarle a un noble es importante que la gente a tu alrededor tenga claro qué responder si le preguntan dónde estabas tú mientas tanto.
Al llegar al puerto, había comprado un pasaje no muy caro en un barco que zarpaba en tres días para Trinacria, presentándose al capitán como Diana Leuvaarden, de aquellos Leuvaarden, y después alquilando por dos noches la habitación en la que se alojaba ahora mismo, en una modesta - por no decir sucia - taberna de puerto razonablemente cerca de su objetivo, en la que se presentó con el mismo nombre, pero diciendo que llegaba de Trinacria.
Un malentendido tonto, ja ja, ya lo explicaría si alguien le preguntaba al respecto. Claro que, si el posadero o el capitán sumaban dos y dos, seguramente sería porque alguien había estado haciendo preguntas sobre ella. Si eso sucedía, bueno, prefería enterarse cuando alguien le pidiera explicaciones, en lugar de cuando alguien le pasase un cuchillo por la tráquea.
En cualquier caso, la noche iba cayendo lentamente. Firavandrei, perdón, Diana Leuvaarden, tamborileó con los dedos en la tela de lino que envolvía la cajita que acababa de comprarle al alquimista. El viento le revolvía los cabellos mientras paseaba por el puerto, poniendo rumbo hacia la posada en la que se hospedaba.
Alcázar de Veldrei, había dicho el hombre. Parecía un nombre más apropiado. La construcción era de piedra sólida, del mismo color gris inerte que las edificaciones del puerto, y se alzaba por encima de aquel como un bastión. A la ténue luz del atardecer, el faro situado en la parte más alta del edificio brillaba como un segundo sol.
Una torre debería ser más alta que ancha, pensó Firavandrei. No es justo. Ubicada en un lugar un tanto apartado del puerto, y resguardado por un rompeolas, el edificio se alzaba tres plantas del suelo, mas otras tantas en el único torreón que tenía, sobre el que se alzaba el faro. Ciertamente, su envergadura lo situaba más cerca de castillo que de torre, pero tenía poca importancia fuera de lo semántico.
El viento, revuelto, hacía ondear los banderines de los barcos a su alrededor. Todavía era posible que la noche trajes tormenta; el cielo estaba gris, coloreado de naranja cerca del horizonte, donde las nubes dejaban entrar la luz del sol como pequeños espadazos en el cielo. Era un atardecer precioso. Lástima que la pelirroja no le estuviese prestando atención.
Después de concretar las condiciones de su "contrato", el día anterior, se había desplazado casi de inmediato. Pagó una semana de alojamiento en el Molinero Viejo, firmando como Noa Drake, y se había cuidado de ser vista entrando en su cuarto, antes de cerrar con llave y salir por la ventana. Esto podía parecer una estupidez, pero cuando vas a robarle a un noble es importante que la gente a tu alrededor tenga claro qué responder si le preguntan dónde estabas tú mientas tanto.
Al llegar al puerto, había comprado un pasaje no muy caro en un barco que zarpaba en tres días para Trinacria, presentándose al capitán como Diana Leuvaarden, de aquellos Leuvaarden, y después alquilando por dos noches la habitación en la que se alojaba ahora mismo, en una modesta - por no decir sucia - taberna de puerto razonablemente cerca de su objetivo, en la que se presentó con el mismo nombre, pero diciendo que llegaba de Trinacria.
Un malentendido tonto, ja ja, ya lo explicaría si alguien le preguntaba al respecto. Claro que, si el posadero o el capitán sumaban dos y dos, seguramente sería porque alguien había estado haciendo preguntas sobre ella. Si eso sucedía, bueno, prefería enterarse cuando alguien le pidiera explicaciones, en lugar de cuando alguien le pasase un cuchillo por la tráquea.
En cualquier caso, la noche iba cayendo lentamente. Firavandrei, perdón, Diana Leuvaarden, tamborileó con los dedos en la tela de lino que envolvía la cajita que acababa de comprarle al alquimista. El viento le revolvía los cabellos mientras paseaba por el puerto, poniendo rumbo hacia la posada en la que se hospedaba.
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
Pero Dulfary, en su versión kazekage, sí que estaba prendida de ese atardecer. Con los dedos de una mano se sostenía el pelo junto a la oreja y con cierta ensoñación miraba los tonos naranja, rojo, azul, violeta y blanco que teñían el cielo y parte del horizonte… amatista, ese punto medio entre el púrpura, el azul y el gris, en los lugares en que el sol estaba tras las nubes ralas. Le prestaba atención no solo porque por un momento le recordaba cosas cálidas como su hogar y otras, sino porque esperaba el momento del último rayo de sol para hacer lo que en realidad había venido a hacer a esa ciudad.
Cerró los ojos, nerviosa, no tanto por aquello que emprendería, sino porque tendría que meter las manos en las sombras.
- Vacaciones? – había preguntado al llegar al templo y el abad distrajo su atención diciendo que era solo una forma de decirlo. Lo primero que había hecho fue correr a verificar el bienestar de la clériga. No solo vivía sino que recuperaba muy rápido gracias al poder del Beso de la Dama que alguno tenía en el lugar.
La mirada ansiosa y, posteriormente, decepcionada de la joven clériga, fue un duro golpe para Dulfary, cuando pasó de sus ojos a sus manos en busca de la caja que no traía. La conversación fue breve, le pidieron que la dejara descansar y que lo mejor, sería traerle buenas noticias.
La reunión con el abad y dos hombres vestidos a la usanza de la isla, fue breve, incomoda y reveladora. Todos estaban preocupados por recuperar la caja, sobre todo los hombres de “paisano”, pero cada dato que daba Dulfary sobre el ladrón, los hacía confirmar sospechas que ella no entendía.
- Tú conoces la caja, por eso esperaba que participaras en este rescate… sin embargo, con lo que nos dices, no sería correcto que corras tal riesgo –
- No entiendo – dijo de frente y sin pudor Dulfary, mirando al hombre, pero fue el otro quien tomó la palabra
- Podría tratarse de uno de los hombres que contrata lord Anton Veldrei – la mirada de la Iniciada lo decía todo “No tengo idea de quién es ese” – Es un archimago de la isla, según el circulo donde preguntes tiene su propia agenda o sigue la de alguien más –
- Ustedes qué creen? – preguntó la joven con interés
- Eso no es importante ahora. Esperábamos que tu descripción alejara la pista que teníamos hacía él y ha sido todo lo contrario. Esto es un trabajo de respaldo externo, con la entrada de una sola persona, si queremos recuperar lo nuestro y es muy factible que no se logre y lo que es peor, que terminemos de vacaciones… –
- Pero por qué vacaciones? – volvió a preguntar Dulfary sin comprender la idea, hasta que le explicaron. Cómo dejarlos ir a una misión suicida que era su responsabilidad? La situación era complicada, ella misma tenía una agenda y misiones que cumplir y si las cosas no salían bien esa Torre no podría, pero la caja, como la clériga, eran su responsabilidad, no solo a ojos de la Orden de la Dama, sino a sus propios y podía fallarle a extraños, pero no a sí misma.
- Les propongo algo – dijo con menos determinación de la que esperaba – Ustedes tienen sus labores en la ciudad, a mi no me conoce nadie, solo los dos soldados de hoy, podría intentarlo si me dan algo de la información que tengan sobre la casa de este lord Maguito Asusto a Todo el Mundo –
- Torre – corrigió uno de ellos, negando desde ya, con la cabeza, a su petición
- Torre. Entro, lo intento y salgo, la peor diligencia es la que no se hace, en el peor de los casos regreso sin la caja, pero les puedo dar datos de su interior que ustedes tengan por confirmar…-
La mano del abad se levantó antes que los espías de Aspher pudieran refutar su propuesta
- No considero que sea tan descabellado, a pesar de la fama que te precede, pequeña - ~ por qué me sigue llamando pequeña, en apariencia no me lleva muchos años, o sí? ~ - No están ante cualquier Iniciada, señores… si cayera en sus manos, bien podría ser un muy buen elemento en esta guerra, pero su tía, Devan la acapara para llegar a Caballero – Dulfary se sonrojó y sonrió con orgullo y timidez – Ahí donde la ven fue ella quien descubrió al espía en la biblioteca de Lytemberg – Dulfary lo miró con más interés y sonrió por su logro
- Y con un equipo armado sobre la marcha, fue quien lo atrapó – la sonrisa de la niña menguó un poco, el asunto se sabía, aunque nadie supera que también fue ella quien lo dejó escapar (que es lo que la aprendiza de kazekage creía), la información se había filtrado de una isla a otra.
- Fue quien detuvo y ayudó a espantar al salteador que atacó el humilde templo que está a las afueras de Moselec – la sonrisa se terminó de borrar y se fue poniendo un poco pálida, empezaban a ser demasiados datos sobre ella y sus intervenciones
- Asistió a la caballero Ireth Cillaro en la incursión arqueológica a Ur Shalasti y ¡volvieron en una pieza! – no tenía que especificar si solo ellas o todo el grupo de expedición, pero parecían considerar todo un logro el que regresaran vivas y Dulfary dejó de respirar un momento
- Cómo bien dice su tío, tiene mucho potencial – Dulfary, ligeramente asustada, bajó la mirada y no se percató cómo la miraba uno de los espías. Muy fijamente, evaluándola, cada una de sus reacciones y llegó a la misma conclusión que ella: no era su intención darse a notar tanto. ¿Por qué?
- De acuerdo… esta es la información que tenemos… - dijo con duda el espía y Dulfary volvió a levantar la vista, escuchándoles.
Ahora más que nunca, necesitaba ponerse en contacto con su Clan, ponerlos al tanto de sus errores y la ausencia de logros. Tenía el pergamino listo para ser enviado, atado con un cordón de plata a un kunai. No necesitaba el ocaso para eso, pero primero quería leer sus instrucciones.
Con el último rayo de sol, se inclinó sobre su sombra, la cual sintió tensarse de inmediato y metió la mano en esta. El dolor que le recorrió el brazo fue inmediato, intenso punzante y repetido, casi como tener miles de alfileres gruesos enterrados al mismo tiempo. Trató de no demorarse, de no prestarle atención a la sonrisa de satisfacción de su sombra, tomó el papel y tiró la mano, pero inicialmente está no salió, sino que encontró resistencia para abandonar el plano de sombras y dolió aun más. Con cierto pánico volvió a tirar y el dolor fue más intenso, tiró con fuerza y cayó de cola al piso por la fuerza, cuando la sombra le liberó su mano.
La tenía roja, maltratara casi como haberla metido en un molino de carne, oscuras marcas rojas le recorría por varios puntos la mano y en alguno, incluso había incipientes gotitas de sangre, allí donde se había raspado al forzar la salida. En la forma en que solo puede raspar el terciopelo negro.
- Eres… eres… eres un psicópata! – le musitó irritada a su Sombra, con la respiración agitada más por el susto que por el esfuerzo y se tomó su tiempo antes de abrir el mensaje.
Sin poderlo evitar, volvió a leer la última línea mientras se reía sentada en el suelo. Al menos no vestía como Iniciada, sino como kazekage, por s alguien la veía; llevaba su shozuku en azul marino, muy oscuro, bajo la capa de viajes que le quedaba corta por ser la de toda la vida y su vida tenía 12 años así que estaba hecha para ese tamaño; con el cabello recogido en una cola alta y su máscara de tela, como era su costumbre, en el cuello como si fuese una oscura venda mal puesta, en lugar de cubrirla.
Quemó el papel y luego miró el propio. Su mensaje no les iba a gustar, pero necesitaba saber si debía dejar que Rhylia tomara esa ventaja que quería a través del regalo, si ganaban la guerra volverían a ser la fuerza de creencia dominante y por tanto una potencial fuente de desequilibrio.
No sabía qué hacer.
Con un poco de tinta se apresuró a borrar lo que más la perjudicaría y lo envió
Debía moverse, volver a darle un vistazo a la Torre que debía asaltar, dejar de pensar en el mensaje que acababa de enviar, así que emprendió el camino hacia el lugar, cruzándose sin prestar atención con alguien que llevaba una caja (otra caja) en las manos. Sólo por estar segura, trata de verla mejor, pero el tamaño no correspondía y si la flor era tan valiosa, no se arriesgarían a dañarla al cambiar el tamaño de la caja. Sin darle un tercer vistazo, siguió con su camino.
Cerró los ojos, nerviosa, no tanto por aquello que emprendería, sino porque tendría que meter las manos en las sombras.
- Vacaciones? – había preguntado al llegar al templo y el abad distrajo su atención diciendo que era solo una forma de decirlo. Lo primero que había hecho fue correr a verificar el bienestar de la clériga. No solo vivía sino que recuperaba muy rápido gracias al poder del Beso de la Dama que alguno tenía en el lugar.
La mirada ansiosa y, posteriormente, decepcionada de la joven clériga, fue un duro golpe para Dulfary, cuando pasó de sus ojos a sus manos en busca de la caja que no traía. La conversación fue breve, le pidieron que la dejara descansar y que lo mejor, sería traerle buenas noticias.
La reunión con el abad y dos hombres vestidos a la usanza de la isla, fue breve, incomoda y reveladora. Todos estaban preocupados por recuperar la caja, sobre todo los hombres de “paisano”, pero cada dato que daba Dulfary sobre el ladrón, los hacía confirmar sospechas que ella no entendía.
- Tú conoces la caja, por eso esperaba que participaras en este rescate… sin embargo, con lo que nos dices, no sería correcto que corras tal riesgo –
- No entiendo – dijo de frente y sin pudor Dulfary, mirando al hombre, pero fue el otro quien tomó la palabra
- Podría tratarse de uno de los hombres que contrata lord Anton Veldrei – la mirada de la Iniciada lo decía todo “No tengo idea de quién es ese” – Es un archimago de la isla, según el circulo donde preguntes tiene su propia agenda o sigue la de alguien más –
- Ustedes qué creen? – preguntó la joven con interés
- Eso no es importante ahora. Esperábamos que tu descripción alejara la pista que teníamos hacía él y ha sido todo lo contrario. Esto es un trabajo de respaldo externo, con la entrada de una sola persona, si queremos recuperar lo nuestro y es muy factible que no se logre y lo que es peor, que terminemos de vacaciones… –
- Pero por qué vacaciones? – volvió a preguntar Dulfary sin comprender la idea, hasta que le explicaron. Cómo dejarlos ir a una misión suicida que era su responsabilidad? La situación era complicada, ella misma tenía una agenda y misiones que cumplir y si las cosas no salían bien esa Torre no podría, pero la caja, como la clériga, eran su responsabilidad, no solo a ojos de la Orden de la Dama, sino a sus propios y podía fallarle a extraños, pero no a sí misma.
- Les propongo algo – dijo con menos determinación de la que esperaba – Ustedes tienen sus labores en la ciudad, a mi no me conoce nadie, solo los dos soldados de hoy, podría intentarlo si me dan algo de la información que tengan sobre la casa de este lord Maguito Asusto a Todo el Mundo –
- Torre – corrigió uno de ellos, negando desde ya, con la cabeza, a su petición
- Torre. Entro, lo intento y salgo, la peor diligencia es la que no se hace, en el peor de los casos regreso sin la caja, pero les puedo dar datos de su interior que ustedes tengan por confirmar…-
La mano del abad se levantó antes que los espías de Aspher pudieran refutar su propuesta
- No considero que sea tan descabellado, a pesar de la fama que te precede, pequeña - ~ por qué me sigue llamando pequeña, en apariencia no me lleva muchos años, o sí? ~ - No están ante cualquier Iniciada, señores… si cayera en sus manos, bien podría ser un muy buen elemento en esta guerra, pero su tía, Devan
- Y con un equipo armado sobre la marcha, fue quien lo atrapó – la sonrisa de la niña menguó un poco, el asunto se sabía, aunque nadie supera que también fue ella quien lo dejó escapar (que es lo que la aprendiza de kazekage creía), la información se había filtrado de una isla a otra.
- Fue quien detuvo y ayudó a espantar al salteador que atacó el humilde templo que está a las afueras de Moselec – la sonrisa se terminó de borrar y se fue poniendo un poco pálida, empezaban a ser demasiados datos sobre ella y sus intervenciones
- Asistió a la caballero Ireth Cillaro en la incursión arqueológica a Ur Shalasti y ¡volvieron en una pieza! – no tenía que especificar si solo ellas o todo el grupo de expedición, pero parecían considerar todo un logro el que regresaran vivas y Dulfary dejó de respirar un momento
- Cómo bien dice su tío, tiene mucho potencial – Dulfary, ligeramente asustada, bajó la mirada y no se percató cómo la miraba uno de los espías. Muy fijamente, evaluándola, cada una de sus reacciones y llegó a la misma conclusión que ella: no era su intención darse a notar tanto. ¿Por qué?
- De acuerdo… esta es la información que tenemos… - dijo con duda el espía y Dulfary volvió a levantar la vista, escuchándoles.
Ahora más que nunca, necesitaba ponerse en contacto con su Clan, ponerlos al tanto de sus errores y la ausencia de logros. Tenía el pergamino listo para ser enviado, atado con un cordón de plata a un kunai. No necesitaba el ocaso para eso, pero primero quería leer sus instrucciones.
Con el último rayo de sol, se inclinó sobre su sombra, la cual sintió tensarse de inmediato y metió la mano en esta. El dolor que le recorrió el brazo fue inmediato, intenso punzante y repetido, casi como tener miles de alfileres gruesos enterrados al mismo tiempo. Trató de no demorarse, de no prestarle atención a la sonrisa de satisfacción de su sombra, tomó el papel y tiró la mano, pero inicialmente está no salió, sino que encontró resistencia para abandonar el plano de sombras y dolió aun más. Con cierto pánico volvió a tirar y el dolor fue más intenso, tiró con fuerza y cayó de cola al piso por la fuerza, cuando la sombra le liberó su mano.
La tenía roja, maltratara casi como haberla metido en un molino de carne, oscuras marcas rojas le recorría por varios puntos la mano y en alguno, incluso había incipientes gotitas de sangre, allí donde se había raspado al forzar la salida. En la forma en que solo puede raspar el terciopelo negro.
- Eres… eres… eres un psicópata! – le musitó irritada a su Sombra, con la respiración agitada más por el susto que por el esfuerzo y se tomó su tiempo antes de abrir el mensaje.
- Spoiler:
- Dulfary alk Sheikahn
Tu información sobre lo que ocurre en la presunta fuente de desequilibrio es desconcertante, sin embargo coincide con la proporcionada por otros miembros encargados de investigar otras facciones. Sin llegar a comprometer su posición como infiltrada (felicidades por esto, no esperábamos tanto de ti) empieza a tomar distancia, en cualquier momento se te enviará una reasignación, seguramente de Reino, por ahora obtén información a través de los enemigos de la presunta fuente.
Mientras tanto, intenta no morir por tu tendencia a darte a notar y aléjate del campo de guerra.
Umibe alk Drakosa
Sin poderlo evitar, volvió a leer la última línea mientras se reía sentada en el suelo. Al menos no vestía como Iniciada, sino como kazekage, por s alguien la veía; llevaba su shozuku en azul marino, muy oscuro, bajo la capa de viajes que le quedaba corta por ser la de toda la vida y su vida tenía 12 años así que estaba hecha para ese tamaño; con el cabello recogido en una cola alta y su máscara de tela, como era su costumbre, en el cuello como si fuese una oscura venda mal puesta, en lugar de cubrirla.
Quemó el papel y luego miró el propio. Su mensaje no les iba a gustar, pero necesitaba saber si debía dejar que Rhylia tomara esa ventaja que quería a través del regalo, si ganaban la guerra volverían a ser la fuerza de creencia dominante y por tanto una potencial fuente de desequilibrio.
No sabía qué hacer.
Con un poco de tinta se apresuró a borrar lo que más la perjudicaría y lo envió
- Spoiler:
- Querido Umibe, las cosas por aquí están un poco pesadas y raras, no he avanzado mucho en la misión principal, tampoco en lo que ayudaba a mi amigo de la Orden de la Dama, me he encontrado con algo raro y necesito consejo de alguien de allá… Existen sombras con ojos rojos que se logren materializar que no sean de la casa de nuestro líder? Debo ayudarle al bando de la Dama a ganar la guerra con una jugada política que no me queda muy clara? Pueden enviarme trufas? T
engo otro problema, mi fachada puede estar comprometida porque no contaba con hacerme notar y me están notando, pero no por nada malo, sino por cosas buenas, por portarme bien.Tienen noticias de Yato? Como me imaginé, siguen sin darme respuesta a mi pregunta de hace tiempo, qué hago con el matapaladines?
Debía moverse, volver a darle un vistazo a la Torre que debía asaltar, dejar de pensar en el mensaje que acababa de enviar, así que emprendió el camino hacia el lugar, cruzándose sin prestar atención con alguien que llevaba una caja (otra caja) en las manos. Sólo por estar segura, trata de verla mejor, pero el tamaño no correspondía y si la flor era tan valiosa, no se arriesgarían a dañarla al cambiar el tamaño de la caja. Sin darle un tercer vistazo, siguió con su camino.
Dulfary- Cantidad de envíos : 1481
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
Diana se tumbó en la cama.
Todavía tenía el pelo húmedo y caliente. El baño le había sentado bien. En su condición de "en viaje de negocios", había pedido una habitación grande, con baño, y lo cierto es que se encontraba cómoda. Las mesas y las sillas estaban ocupadas por los objetos que había ido comprando a lo largo del día anterior y de aquella tarde en distintas tiendas de la ciudad, y lo que había traído consigo de la otra posada. Zarakh le había enseñado a ser cauta, metódica y paciente. No había sido un trabajo fácil.
Mientras atardecía en la calle, y los sonidos de trabajadores, transeúntes e incluso alcohólicos se iban apagando, Firavandrei se dedicó a relajarse. Lo más probable era que pasase toda la noche en vela, de modo que no estaba de más. Cuando la luz de la ventana no fue suficiente para seguir leyendo su librito encuadernado en cuero, lo dejó sobre la mesilla de noche y durmió un par de horas.
Le despertaron doce campanadas a través de la ventana abierta. Se estiró perezosamente, resignada. No era un trabajo que le hiciese gracia. Pero no tenía escapatoria, de modo que la resignación duró apenas unos instantes.
Una de las cosas que había comprado en el puerto era café. Aunque cara, rara y difícil de encontrar, una infusión del grano de la planta podía mantenerte despierta durante bastante tiempo. Había preparado una petaca de la sustancia negra y amarga, y le dio un trago generoso antes de comenzar el ritual de prepararse.
Lo primero, por supuesto, vestirse. Ropa negra, ceñida, sin brillos ni adornos de ningún tipo. Pantalón ajustado, camiseta de tela de manga larga, una gargantilla de cuero. Sobre la camiseta, un arnés; una serie de prácticas correas, muy ligeras y llenas de bolsillos y asideros en los que colocar cosas, con las hebillas ahumadas para ahogar su resplandor. Muy importante, las botas. Negras al igual que todo lo demás, llegaban hasta por debajo de la rodilla, y escondían cada una en su caña sendas dagas largas. La suela de las botas era fina; quien las había hecho había pensado en que amortiguasen lo máximo posible el ruido, y también en que hiciesen llegar al pie, aunque amortiguadas, las irregularidades del suelo.
Del arnés se colgó la petaca de café, bien sujeta; una mochila pequeña de cuero en la cintura - a la espalda - y, sacándolas con mucho cuidado, las pociones de la cajita que le había comprado al alquimista. Doce frascos pequeños, dos de cada color. Normalmente no usaba este tipo de cosas, pero este caso era especial. Eligió una amarilla, y la dejó aparte. Una de las correas tenía sujeciones para las pequeñas botellitas. Introdujo siete de ellas, guardó el resto. Un juego de ganzúas, un saquito del mismo paquete del alquimista - que contenía un polvillo gris - y un diminuto cuchillo que guardó en su cinto.
Encima del arnés, se colocó la chaqueta. No era de cuero - el cuero cruje - sino de piel, teñida de oscuro, cosida sobre la tela del resto de la prenda siguiendo un patrón triangular. Producía un efecto curioso; al estar unidas la piel y la tela de las mangas, impedía ver correctamente el movimiento de sus brazos. Un truco muy útil, había descubierto. Tenía capucha, pero no se la levantó. Aseguró los últimos objetos en los bolsillos del arnés, y finalmente se colocó a la espalda, primero bajo la chaqueta, una daga larga y curva, asegurada de forma que, aunque estaba al revés, pudiera alcanzarla con facilidad. Al no llevar nada al cinto, seguía pareciendo que iba desarmada. Después, sobre la chaqueta, una ballesta de mano finamente labrada, pequeña y manejable con una sola mano, y un paquete de dardos, que se colgó al cinto junto con un carrete de hilo fino.
Ahora parecía una ladrona. No tenía sentido vestir así por el día. En la mayoría de las ciudades civilizadas, te arrestaban en cuanto te pusieran el ojo encima. A la pelirroja no le hacía demasiada gracia la ley. La reputación está muy bien, pero ser conocida conlleva a menudo ser reconocida. Por esto mismo, se colocó sobre la cara una especie de máscara de metal. No representaba ningún motivo en particular; no era "una máscara de". Era solamente un pedazo de metal, ahumado de la misma forma que el resto que llevaba encima, que dejaba ver de su rostro tan solo sus ojos color atardecer, su boca y su barbilla. Se la aseguró bajo el pelo, y se puso los guantes, también negros y finos. Solo entonces se aseguró los cuchillos arojadizos. Una de muchas manías personales.
Se miró en el espejo del cuarto. Diana había desaparecido. Firavandrei le devolvió la mirada. Se sonrió a sí misma, y se bebió de un trago la poción amarilla. Todavia sintiéndola arder en el esófago, salió del cuarto por la ventana, sin hacer ruido, y cerrándola tras de sí, por aquello de que el ladrón nunca está solo, y ya tenía suficientes problemas con el concepto de propiedad privada por una noche.
A los pocos minutos, sonó una sola campanada.
Todavía tenía el pelo húmedo y caliente. El baño le había sentado bien. En su condición de "en viaje de negocios", había pedido una habitación grande, con baño, y lo cierto es que se encontraba cómoda. Las mesas y las sillas estaban ocupadas por los objetos que había ido comprando a lo largo del día anterior y de aquella tarde en distintas tiendas de la ciudad, y lo que había traído consigo de la otra posada. Zarakh le había enseñado a ser cauta, metódica y paciente. No había sido un trabajo fácil.
Mientras atardecía en la calle, y los sonidos de trabajadores, transeúntes e incluso alcohólicos se iban apagando, Firavandrei se dedicó a relajarse. Lo más probable era que pasase toda la noche en vela, de modo que no estaba de más. Cuando la luz de la ventana no fue suficiente para seguir leyendo su librito encuadernado en cuero, lo dejó sobre la mesilla de noche y durmió un par de horas.
Le despertaron doce campanadas a través de la ventana abierta. Se estiró perezosamente, resignada. No era un trabajo que le hiciese gracia. Pero no tenía escapatoria, de modo que la resignación duró apenas unos instantes.
Una de las cosas que había comprado en el puerto era café. Aunque cara, rara y difícil de encontrar, una infusión del grano de la planta podía mantenerte despierta durante bastante tiempo. Había preparado una petaca de la sustancia negra y amarga, y le dio un trago generoso antes de comenzar el ritual de prepararse.
Lo primero, por supuesto, vestirse. Ropa negra, ceñida, sin brillos ni adornos de ningún tipo. Pantalón ajustado, camiseta de tela de manga larga, una gargantilla de cuero. Sobre la camiseta, un arnés; una serie de prácticas correas, muy ligeras y llenas de bolsillos y asideros en los que colocar cosas, con las hebillas ahumadas para ahogar su resplandor. Muy importante, las botas. Negras al igual que todo lo demás, llegaban hasta por debajo de la rodilla, y escondían cada una en su caña sendas dagas largas. La suela de las botas era fina; quien las había hecho había pensado en que amortiguasen lo máximo posible el ruido, y también en que hiciesen llegar al pie, aunque amortiguadas, las irregularidades del suelo.
Del arnés se colgó la petaca de café, bien sujeta; una mochila pequeña de cuero en la cintura - a la espalda - y, sacándolas con mucho cuidado, las pociones de la cajita que le había comprado al alquimista. Doce frascos pequeños, dos de cada color. Normalmente no usaba este tipo de cosas, pero este caso era especial. Eligió una amarilla, y la dejó aparte. Una de las correas tenía sujeciones para las pequeñas botellitas. Introdujo siete de ellas, guardó el resto. Un juego de ganzúas, un saquito del mismo paquete del alquimista - que contenía un polvillo gris - y un diminuto cuchillo que guardó en su cinto.
Encima del arnés, se colocó la chaqueta. No era de cuero - el cuero cruje - sino de piel, teñida de oscuro, cosida sobre la tela del resto de la prenda siguiendo un patrón triangular. Producía un efecto curioso; al estar unidas la piel y la tela de las mangas, impedía ver correctamente el movimiento de sus brazos. Un truco muy útil, había descubierto. Tenía capucha, pero no se la levantó. Aseguró los últimos objetos en los bolsillos del arnés, y finalmente se colocó a la espalda, primero bajo la chaqueta, una daga larga y curva, asegurada de forma que, aunque estaba al revés, pudiera alcanzarla con facilidad. Al no llevar nada al cinto, seguía pareciendo que iba desarmada. Después, sobre la chaqueta, una ballesta de mano finamente labrada, pequeña y manejable con una sola mano, y un paquete de dardos, que se colgó al cinto junto con un carrete de hilo fino.
Ahora parecía una ladrona. No tenía sentido vestir así por el día. En la mayoría de las ciudades civilizadas, te arrestaban en cuanto te pusieran el ojo encima. A la pelirroja no le hacía demasiada gracia la ley. La reputación está muy bien, pero ser conocida conlleva a menudo ser reconocida. Por esto mismo, se colocó sobre la cara una especie de máscara de metal. No representaba ningún motivo en particular; no era "una máscara de". Era solamente un pedazo de metal, ahumado de la misma forma que el resto que llevaba encima, que dejaba ver de su rostro tan solo sus ojos color atardecer, su boca y su barbilla. Se la aseguró bajo el pelo, y se puso los guantes, también negros y finos. Solo entonces se aseguró los cuchillos arojadizos. Una de muchas manías personales.
Se miró en el espejo del cuarto. Diana había desaparecido. Firavandrei le devolvió la mirada. Se sonrió a sí misma, y se bebió de un trago la poción amarilla. Todavia sintiéndola arder en el esófago, salió del cuarto por la ventana, sin hacer ruido, y cerrándola tras de sí, por aquello de que el ladrón nunca está solo, y ya tenía suficientes problemas con el concepto de propiedad privada por una noche.
A los pocos minutos, sonó una sola campanada.
Última edición por Firavandrei el 08/04/14, 10:40 pm, editado 1 vez
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
Dulfary no estaba tan preparada. Miraba la torre con cierta aprensión mientras esperaba que pasara el milagro por el cual alguien salía con la caja, la llamaba con un par de detestables pst pst y se le entregaba de regreso pidiendo disculpas.
No era su intención no ser vista, aunque ese detalle no nunca habría estado de más. Algo de lo mucho que le habían enseñado en el Clan y de las cosas que había aprendido de la Orden, era lo que hacía de forma casi natural y no premeditada se valiera de las sombras para no ser vista. Su ropa oscura le ayudaba y mucho, además de haber elegido muy bien la posición.
Sin prisa, contempló los diferentes puntos de la torre, se movió como felino si apenas hacer ruido y no pudo valerse del truco de espiar desde los techos. Siendo la torre más alta, habría sido detectada de inmediato.
Pero ya había elegido la paredilla a través de la cual entraría y no era la que habían sugerido los espías de Aspher, ahora, solo le quedaba esperar a una hora más propicia, así que se alejó.
No sólo se trataba de contar con la ventaja de la noche cerrada para entrar, después de todo, siendo la torre de un mago, los verdaderos peligros estarían al caer la noche, sino que debía darle el tiempo suficiente a su mano para sanar tras la pequeña incursión al plano de sombras.
Eso le dio una idea para el tiempo. En un callejón oscuro, no muy lejos de donde se encontraba su bjetivo, con cierta disciplina y mimo, empezó a sacar sus kunai y la bolsa de las pocas trufas que le quedaba. Comió una con deleite, la segunda lo hizo con menos atención pues estaba entregada a la tarea de unir hilos de seda a sus armas, a una a dos, a una con dos, a dos con tres, nuevamente a una. Finalmente dejó el hilo por fuera y un par de kunai por aparte. Los restantes doce, su acostumbrada decena, la ocultó cómo era su hábito, dos en cada uno de los antebrazos, uno en cada tabi, esos amarres que parecían medias largas y sostenían su pantalón entre media pantorrilla y el tobillo para que no estorbara y minimizar su fricción, los demás distribuidos a los largo del fajín que mantenía bien sujeta a la cintura la chaquetilla que llevaba arriba y por supuesto, otros dos, entre el pantalón y la red bajo su ropa mas externa.
Ninguno de los kunai se acercaba siquiera a su bolsita de armas, ahí, estaban atoas las demás, las de repuesto si se quiere decir. Todos los que llevaba encima, era un acceso mucho más rápido, pero su propio entrenamiento solía hacer que primero se llevara la mano a la bolsa, una vez no tenía alguno cerca a su muñeca.
Estaba satisfecha con el resultado. Extrañaba vestirse como la kazekage que era, volver a ser la Sombra del Viento que se esperaba de ella en el clan, la libertad de moverse sin el estorbo de la pesada espada que tenía que portar con su disfraz. Se sentía libre... libre y hambrienta.
Así que tuvo que quitar todos los cuchillos que iban sujetos al fajín, de vuelta a la bolsa de armas, no podría ir a ninguna posada a comer en esas condiciones, buena parte del trabajo estaba perdido ~ Aplazado, sólo aplazado ~ se dijo en su mente con una sonrisa traviesa y fue a comer, a beber jugo de mandarina y a esperar la hora, el momento en que su mano dejara de molestar como lo hacía y de regreso al callejón, a jugar con el viento y un arma y una hoja esquiva de un árbol, practicar la puntería hasta que la mano maltratada fue capaz de dar en el blando 10 de 10 veces.
La siguiente ráfaga de viento no movió la hoja, dejó el callejón vacío.
Era hora.
FDI: no caí en cuenta que tal vez no sepas lo que es un shozuku, te dejo imagen: la máscara de tela no la tiene puesta, sino bailando en el cuello.
No era su intención no ser vista, aunque ese detalle no nunca habría estado de más. Algo de lo mucho que le habían enseñado en el Clan y de las cosas que había aprendido de la Orden, era lo que hacía de forma casi natural y no premeditada se valiera de las sombras para no ser vista. Su ropa oscura le ayudaba y mucho, además de haber elegido muy bien la posición.
Sin prisa, contempló los diferentes puntos de la torre, se movió como felino si apenas hacer ruido y no pudo valerse del truco de espiar desde los techos. Siendo la torre más alta, habría sido detectada de inmediato.
Pero ya había elegido la paredilla a través de la cual entraría y no era la que habían sugerido los espías de Aspher, ahora, solo le quedaba esperar a una hora más propicia, así que se alejó.
No sólo se trataba de contar con la ventaja de la noche cerrada para entrar, después de todo, siendo la torre de un mago, los verdaderos peligros estarían al caer la noche, sino que debía darle el tiempo suficiente a su mano para sanar tras la pequeña incursión al plano de sombras.
Eso le dio una idea para el tiempo. En un callejón oscuro, no muy lejos de donde se encontraba su bjetivo, con cierta disciplina y mimo, empezó a sacar sus kunai y la bolsa de las pocas trufas que le quedaba. Comió una con deleite, la segunda lo hizo con menos atención pues estaba entregada a la tarea de unir hilos de seda a sus armas, a una a dos, a una con dos, a dos con tres, nuevamente a una. Finalmente dejó el hilo por fuera y un par de kunai por aparte. Los restantes doce, su acostumbrada decena, la ocultó cómo era su hábito, dos en cada uno de los antebrazos, uno en cada tabi, esos amarres que parecían medias largas y sostenían su pantalón entre media pantorrilla y el tobillo para que no estorbara y minimizar su fricción, los demás distribuidos a los largo del fajín que mantenía bien sujeta a la cintura la chaquetilla que llevaba arriba y por supuesto, otros dos, entre el pantalón y la red bajo su ropa mas externa.
Ninguno de los kunai se acercaba siquiera a su bolsita de armas, ahí, estaban atoas las demás, las de repuesto si se quiere decir. Todos los que llevaba encima, era un acceso mucho más rápido, pero su propio entrenamiento solía hacer que primero se llevara la mano a la bolsa, una vez no tenía alguno cerca a su muñeca.
Estaba satisfecha con el resultado. Extrañaba vestirse como la kazekage que era, volver a ser la Sombra del Viento que se esperaba de ella en el clan, la libertad de moverse sin el estorbo de la pesada espada que tenía que portar con su disfraz. Se sentía libre... libre y hambrienta.
Así que tuvo que quitar todos los cuchillos que iban sujetos al fajín, de vuelta a la bolsa de armas, no podría ir a ninguna posada a comer en esas condiciones, buena parte del trabajo estaba perdido ~ Aplazado, sólo aplazado ~ se dijo en su mente con una sonrisa traviesa y fue a comer, a beber jugo de mandarina y a esperar la hora, el momento en que su mano dejara de molestar como lo hacía y de regreso al callejón, a jugar con el viento y un arma y una hoja esquiva de un árbol, practicar la puntería hasta que la mano maltratada fue capaz de dar en el blando 10 de 10 veces.
La siguiente ráfaga de viento no movió la hoja, dejó el callejón vacío.
Era hora.
FDI: no caí en cuenta que tal vez no sepas lo que es un shozuku, te dejo imagen: la máscara de tela no la tiene puesta, sino bailando en el cuello.
Dulfary- Cantidad de envíos : 1481
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
FDI: Gracias mil. Lo cierto es que se lo tuve que preguntar al sr. Google
El problema, desde donde Firavandrei lo veía, no era entrar. Era lo que pudiera haber dentro. "Archimago" es una palabra muy seria. No solo en el sentido de que significa "este hijo de perra puede hacer cosas que ni te imaginas chasqueando los dedos", sino también en el de "este hijo de perra está acostumbrado a que intenten acabar con su vida". Se acordó del sr. Espía y su comentario sobre las vacaciones. Hablando de hijos de perra.
Las nubes ocultaban la luna, y la ciudad, desierta, estaba sumida en tinieblas. Como medio elfa, Firavandrei veía más o menos bien en la oscuridad, incluso sin valerse de medios mágicos. No obstante, a medida que su corazón bombeaba los principios activos de la poción, su vista se aclaraba con rapidez, hasta alcanzar la misma nitidez que hubiera tenido si fuese la una de la tarde. Seguía siendo consciente del nivel de iluminación "real" de aquello que la rodeaba, y hacía un uso extensivo de las sombas para cubrir su avance. La poción le hacía sentir extraña. Evitaba tomar este tipo de mierdas siempre que podía. Solía tardar un rato en acostumbrarse.
Su avance, en principio, se desarrolló por el que consideró que era el camino mas fácil: Las calles. Evitar a los pocos guardias de la ciudad con los que se cruzó era fácil. No esperaban problemas, no miraban las sombras dos veces. No quiso dejarse ver, de todos modos, por aquello de que tenía pocas ganas de dar explicaciones sobre su conducta.
Había visto, en sus paseos por el puerto, que la fortaleza tenía una entrada principal, y varias puertas a lo largo de su longitud, de las cuales solo había visto usarse una, a la que llamó genéricamente puerta trasera. Las ventanas de la planta baja estaban dotadas de gruesos barrotes de hierro forjado, por lo que las opciones eran hacer uso de las puertas o entrar desde un punto más elevado. La pelirroja rodeó el edificio, esquivando las puertas delantera y "trasera", hasta encontrarse en el lado de la construcción que daba al mar. La luz del faro, azulada y brillante, seguramente mágica, se proyectaba siguiendo un recorrido, de manera que pudiera ser vista por cualquier barco que se aproximara. Habría necesitado tener la potencia de un púlsar para dispersar las sombras de la noche, pero no obstante hacía que la oscuridad fuese irregular.
Miró hacia arriba. La silueta de un ave se recortó contra la luz del faro por un instante. Un búho. El animal ululó con desgana, devolviéndole a la medio elfa la mirada. Firavandrei estuvo en silencio unos segundos, escudriñando la ventana que le pillaba más cerca. Frotó distraídamente una tira de cuero sobre uno de los barrotes. No parecía haber hechizos. No hubiera sido seguro para el mago, imaginó, tener protecciones que pudieran saltar por accidente cuando un marinero borracho se apoyase en ellas.
Trepó como una lagartija por los barrotes de la ventana del primer piso, y no paró hasta tener los pies posados en la cornisa del segundo. La ventana estaba cerrada, con uno de esos cierres verticales que se echan por dentro. Sujetándose con sumo cuidado, la medio elfa eligió una pieza alargada y con forma de "L" de su juego de ganzúas, y la hizo pasar entre los postigos de la ventana. Tardó unos segundos en encontrar el punto exacto en el que apoyarse. Cuando lo hizo, tiró con fuerza y la cerradura crujió. Con una media sonrisa, la chica sacó la herramienta, la insertó ahora en la parte de abajo de la ventana y tiró hacia arriba de ella, deslizándose al interior tan pronto como tuvo espacio suficiente para hacerlo.
"FIn de la parte fácil", pensó mientras entraba cuidadosamente.
El problema, desde donde Firavandrei lo veía, no era entrar. Era lo que pudiera haber dentro. "Archimago" es una palabra muy seria. No solo en el sentido de que significa "este hijo de perra puede hacer cosas que ni te imaginas chasqueando los dedos", sino también en el de "este hijo de perra está acostumbrado a que intenten acabar con su vida". Se acordó del sr. Espía y su comentario sobre las vacaciones. Hablando de hijos de perra.
Las nubes ocultaban la luna, y la ciudad, desierta, estaba sumida en tinieblas. Como medio elfa, Firavandrei veía más o menos bien en la oscuridad, incluso sin valerse de medios mágicos. No obstante, a medida que su corazón bombeaba los principios activos de la poción, su vista se aclaraba con rapidez, hasta alcanzar la misma nitidez que hubiera tenido si fuese la una de la tarde. Seguía siendo consciente del nivel de iluminación "real" de aquello que la rodeaba, y hacía un uso extensivo de las sombas para cubrir su avance. La poción le hacía sentir extraña. Evitaba tomar este tipo de mierdas siempre que podía. Solía tardar un rato en acostumbrarse.
Su avance, en principio, se desarrolló por el que consideró que era el camino mas fácil: Las calles. Evitar a los pocos guardias de la ciudad con los que se cruzó era fácil. No esperaban problemas, no miraban las sombras dos veces. No quiso dejarse ver, de todos modos, por aquello de que tenía pocas ganas de dar explicaciones sobre su conducta.
Había visto, en sus paseos por el puerto, que la fortaleza tenía una entrada principal, y varias puertas a lo largo de su longitud, de las cuales solo había visto usarse una, a la que llamó genéricamente puerta trasera. Las ventanas de la planta baja estaban dotadas de gruesos barrotes de hierro forjado, por lo que las opciones eran hacer uso de las puertas o entrar desde un punto más elevado. La pelirroja rodeó el edificio, esquivando las puertas delantera y "trasera", hasta encontrarse en el lado de la construcción que daba al mar. La luz del faro, azulada y brillante, seguramente mágica, se proyectaba siguiendo un recorrido, de manera que pudiera ser vista por cualquier barco que se aproximara. Habría necesitado tener la potencia de un púlsar para dispersar las sombras de la noche, pero no obstante hacía que la oscuridad fuese irregular.
Miró hacia arriba. La silueta de un ave se recortó contra la luz del faro por un instante. Un búho. El animal ululó con desgana, devolviéndole a la medio elfa la mirada. Firavandrei estuvo en silencio unos segundos, escudriñando la ventana que le pillaba más cerca. Frotó distraídamente una tira de cuero sobre uno de los barrotes. No parecía haber hechizos. No hubiera sido seguro para el mago, imaginó, tener protecciones que pudieran saltar por accidente cuando un marinero borracho se apoyase en ellas.
Trepó como una lagartija por los barrotes de la ventana del primer piso, y no paró hasta tener los pies posados en la cornisa del segundo. La ventana estaba cerrada, con uno de esos cierres verticales que se echan por dentro. Sujetándose con sumo cuidado, la medio elfa eligió una pieza alargada y con forma de "L" de su juego de ganzúas, y la hizo pasar entre los postigos de la ventana. Tardó unos segundos en encontrar el punto exacto en el que apoyarse. Cuando lo hizo, tiró con fuerza y la cerradura crujió. Con una media sonrisa, la chica sacó la herramienta, la insertó ahora en la parte de abajo de la ventana y tiró hacia arriba de ella, deslizándose al interior tan pronto como tuvo espacio suficiente para hacerlo.
"FIn de la parte fácil", pensó mientras entraba cuidadosamente.
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
Un paso dos pasos, tres pasos, una mano a la mascara de tela para subir y cubrir el rostro a la altura de la nariz, la otra a su bolsita de armas, de donde obtuvo un trío de kunais. La carrera ganaba fuerza e impulso, el suficiente para quedar sobre el techo de la bodega que flanqueaba a una calle la Torre del mago y desde ese punto de altura, lanzó los kunai con certeza y fuerza contra la robusta estructura, se dejó caer al suelo, donde dio un bote que amortiguara el impacto y no le restara inercia a la carrera que llevaba, no podía desaprovechar la nube que tapaba la única luna visible en esa noche, su carrera llevaba cada vez mas velocidad y esta vez sacó el kunai que tenía el hilo de seda.
Hizo punto de apoyo en el viento y saltó contra la muralla en forma perpendicular y casi paralela a esta, de tal forma que logró asirse al primer kunai y aprovecharlo para escalar hasta el siguiente, tan solo a una decenas de centímetros más allá, casi como un pequeño simio, intercambió su mano por un pie y saltó hasta el siguiente y repitió la operación dos veces más hasta quedar en la parte superior de la cornisa de una ventana del segundo piso desde la cual hizo oscilar el kunai del hilo para, con ayuda del viento, hacerlo clavarse justo a media ventana del tercer piso y terminar de escalar, acomodándose en el pequeño alfeizar, en precario equilibrio.
Apoyó con delicadeza el codo en la ventana e intentó abrirla.
No se movió, ni un ápice.
- Rayos... - fue en ese momento y SOLO en ese momento en que cayó en cuenta que tenía habar traído algo que le ayudara a abrir ventanas y no lo había hecho. Por lo general, entre su gente, se valían de las sombras para abrir esa clase de pestillos tan sencillo, pero si ella hacía uso de su sombra en ese momento, bien podía contar con desplomarse hasta lo más profundo de la torre. Estaba perdiendo segundos valiosos mientras pensaba en qué hacer, pero tampoco se le ocurría mucho. Volvió a apoyar el codo para que cediera, pero la ventana decía que no había cambiado en lo más mínimo, que seguía cerrada por dentro.
Pensó en cada cosa que tenía dentro de su bolsa de armas y por fin dio con algo que sería increíblemente complejo pero al menos era una solución. sacó la muñeca con la que practicaba sutura hacia tantos meses, la aguja curva de sutura y un poco de hilo el cual babeó y empezó el proceso de hacer pasar el hilo por donde quería y que además generara una gaza que le permitiera manipular el pestillo.
El plan era bueno, complejo, lento y por supuesto, falló repetidas ocasiones hasta que por fin logró su cometido. Para ese momento la luna que sí brillaba había dejado atrás el manto de nubes provocó que el vidrio de la ventana le regresara su reflejo.
El pestillo cedió pero la ventana no se abrió, seguía sin ceder al empuje de su codo y ya empezaba a tener la rodilla cansada, no por no decir la espalda. Las cosas no podían ir peor, para su primer intento por entrar. En realidad sí que podían ir peor, pero no era en eso lo que pensaba, ni siquiera podía sobrepasar el obstáculo de la ventana. Volvió a tirar del pestillo, este le confirmó que estaba abierto, entonces, ¿por qué no se abría? por qué no podía entrar?
El desespero empezaba a ganar fuerza, la mirada que le regresó de su reflejo, de impotencia y ligera irritación. En verdad había creído que sería tan fácil como trepar por la pared, entrar por la ventana, ver la caja en una mesa, tomarla y volver a salir? Sí, lo había pensado, se daba cuenta que había pasado por alto que era la torre de un mago, de esos que manejan ~ Adivina qué?? MAGIA!! ~
Algo en la frase que dijo le quedó sonando en su mente, el pensamiento ganaba fuerza pero no llegaba a materializarse en una idea que le advirtiera, más allá de pensar que la ventana estaba sellada mágicamente, que en la torre no se podía entrar sin permiso y sin llamar.
Con esa ingenuidad que la caracterizaba, ladeó la cabeza y tocó dos veces el vidrio con el nudillo del índice, llamando - Puedo? - preguntó en un susurro que ni ella misma llegó a escuchar y suspiró molesta. Ya había perdido mucho tiempo, tendría que buscar otra forma de entrar, tal vez desde un punto más alto.
Cambió de posición para acomodarse otro poco mientras pensaba en qué más hacer y la ventana se abrió ligeramente, sin emitir sonido. Hacia afuera.
Hizo punto de apoyo en el viento y saltó contra la muralla en forma perpendicular y casi paralela a esta, de tal forma que logró asirse al primer kunai y aprovecharlo para escalar hasta el siguiente, tan solo a una decenas de centímetros más allá, casi como un pequeño simio, intercambió su mano por un pie y saltó hasta el siguiente y repitió la operación dos veces más hasta quedar en la parte superior de la cornisa de una ventana del segundo piso desde la cual hizo oscilar el kunai del hilo para, con ayuda del viento, hacerlo clavarse justo a media ventana del tercer piso y terminar de escalar, acomodándose en el pequeño alfeizar, en precario equilibrio.
Apoyó con delicadeza el codo en la ventana e intentó abrirla.
No se movió, ni un ápice.
- Rayos... - fue en ese momento y SOLO en ese momento en que cayó en cuenta que tenía habar traído algo que le ayudara a abrir ventanas y no lo había hecho. Por lo general, entre su gente, se valían de las sombras para abrir esa clase de pestillos tan sencillo, pero si ella hacía uso de su sombra en ese momento, bien podía contar con desplomarse hasta lo más profundo de la torre. Estaba perdiendo segundos valiosos mientras pensaba en qué hacer, pero tampoco se le ocurría mucho. Volvió a apoyar el codo para que cediera, pero la ventana decía que no había cambiado en lo más mínimo, que seguía cerrada por dentro.
Pensó en cada cosa que tenía dentro de su bolsa de armas y por fin dio con algo que sería increíblemente complejo pero al menos era una solución. sacó la muñeca con la que practicaba sutura hacia tantos meses, la aguja curva de sutura y un poco de hilo el cual babeó y empezó el proceso de hacer pasar el hilo por donde quería y que además generara una gaza que le permitiera manipular el pestillo.
El plan era bueno, complejo, lento y por supuesto, falló repetidas ocasiones hasta que por fin logró su cometido. Para ese momento la luna que sí brillaba había dejado atrás el manto de nubes provocó que el vidrio de la ventana le regresara su reflejo.
El pestillo cedió pero la ventana no se abrió, seguía sin ceder al empuje de su codo y ya empezaba a tener la rodilla cansada, no por no decir la espalda. Las cosas no podían ir peor, para su primer intento por entrar. En realidad sí que podían ir peor, pero no era en eso lo que pensaba, ni siquiera podía sobrepasar el obstáculo de la ventana. Volvió a tirar del pestillo, este le confirmó que estaba abierto, entonces, ¿por qué no se abría? por qué no podía entrar?
El desespero empezaba a ganar fuerza, la mirada que le regresó de su reflejo, de impotencia y ligera irritación. En verdad había creído que sería tan fácil como trepar por la pared, entrar por la ventana, ver la caja en una mesa, tomarla y volver a salir? Sí, lo había pensado, se daba cuenta que había pasado por alto que era la torre de un mago, de esos que manejan ~ Adivina qué?? MAGIA!! ~
Algo en la frase que dijo le quedó sonando en su mente, el pensamiento ganaba fuerza pero no llegaba a materializarse en una idea que le advirtiera, más allá de pensar que la ventana estaba sellada mágicamente, que en la torre no se podía entrar sin permiso y sin llamar.
Con esa ingenuidad que la caracterizaba, ladeó la cabeza y tocó dos veces el vidrio con el nudillo del índice, llamando - Puedo? - preguntó en un susurro que ni ella misma llegó a escuchar y suspiró molesta. Ya había perdido mucho tiempo, tendría que buscar otra forma de entrar, tal vez desde un punto más alto.
Cambió de posición para acomodarse otro poco mientras pensaba en qué más hacer y la ventana se abrió ligeramente, sin emitir sonido. Hacia afuera.
Dulfary- Cantidad de envíos : 1481
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
Una mirada en derredor le reveló que se encontraba, aparentemente, en una habitación de invitados. Una cama muy alta de matrimonio con sábanas caras ocupaba el centro, sobre una alfombra de vivos colores. La rodeaban un tocador, armario, diversos muebles de aspecto noble. No tenía ni idea de para qué servían algunas de las cosas que había allí, pero al menos no había nadie en aquellos momentos. Un respiro. Cerró el pestillo, guardó la ganzúa.
Otra de las cosas que había comprado en el puerto era un medallón de plata del tamaño de una moneda grande, que tenía una serie de gemas incrustadas. No era especialmente bonito - era, de hecho, especialmente feo - debido a que se había fabricado procurando crear un equilibrio en la combinación de energías de las piedras, que se volvía inestable cuando se sometía el objeto a un campo mágico. Unas gafas de ladrón, le decían. Una vez que se desestabilizaba por primera vez, funcionaba durante un día, con suerte. Después se convertía en un adorno feo y miserable, pero hasta entonces resultaba útil para descubrir aquellas trampas que no tuviesen una naturaleza mecánica.
Firavandrei se lo puso al cuello. Seguramente el mago tenía más de una protección contra la detección y se había enfrentado a más de un intento de robo. Pero ni siquiera un archimago podía proteger un palacio entero como este contra todo tipo de acceso. Merecía la pena tener el medallón encima, con tal de que no te hiciese confiarte.
Se acercó muy lentamente a la puerta, y el objeto dio sus primeras señales de vida cuando pasó por al lado de la cómoda, un mueble alto con siete cajones, sobre el que había un cofrecito de metal con patas, semejante a un joyero. No por afán de robar, sino por comprobar el funcionamiento del aparato, la medio elfa acercó la cabeza. El metal le transmitió una sensación desagradable, electrizante, y lo sintió vibrar ligeramente.
No le interesaban las joyas, de modo que lo dejó correr. Se acercó a la puerta del cuarto, y pegó la oreja a la madera. Escuchó los sonidos provinientes del otro lado con paciencia y cautela, durante algunos segundos, y cuando estuvo segura de que no había ninguna, la abrió lentamente.
Y se llevó un buen susto.
El pasillo, alfombrado y rico, estaba iluminado por unas cuantas... ¿Velas?, que ardían en diversos candelabros de plata. Objetos encantados que proyectan una luz, supuso la semielfa. El mismo encantamiento con el que funciona el faro. No suponía un impedimento para la visión mejorada de la medio elfa; pero mientras examinaba el pasillo, al volver la cabeza, se dio cuenta de por qué no había oído nada.
A apenas cinco metros de ella había lo que parecía una armadura de acero, sin piernas, en lugar de las cuales tenía una especie de apéndice esférico con el que levitaba un metro por encima de la alfombra. No se lo esperaba, y se le escapó una exclamación ahogada de sobresalto; la criatura, aparentemente dotada de audición, se giró a gran velocidad hacia ella.
La puerta estaba cerrada.
El pestillo giró, movido por una mano metálica enguantada, y el guardián mágico entró en la habitación. Miró a un lado con los agujeros vacíos de su casco, luego al otro. Nada. Flotó con un sonido casi imperceptible de magia hacia la ventana. El pestillo estaba cerrado. Se volvió de nuevo, salió fuera. Cerró la puerta.
Firavandrei esperó un segundo antes de permitirse volver a respirar.
Atreverse a salir de debajo de la cama le llevó algo más de tiempo.
Otra de las cosas que había comprado en el puerto era un medallón de plata del tamaño de una moneda grande, que tenía una serie de gemas incrustadas. No era especialmente bonito - era, de hecho, especialmente feo - debido a que se había fabricado procurando crear un equilibrio en la combinación de energías de las piedras, que se volvía inestable cuando se sometía el objeto a un campo mágico. Unas gafas de ladrón, le decían. Una vez que se desestabilizaba por primera vez, funcionaba durante un día, con suerte. Después se convertía en un adorno feo y miserable, pero hasta entonces resultaba útil para descubrir aquellas trampas que no tuviesen una naturaleza mecánica.
Firavandrei se lo puso al cuello. Seguramente el mago tenía más de una protección contra la detección y se había enfrentado a más de un intento de robo. Pero ni siquiera un archimago podía proteger un palacio entero como este contra todo tipo de acceso. Merecía la pena tener el medallón encima, con tal de que no te hiciese confiarte.
Se acercó muy lentamente a la puerta, y el objeto dio sus primeras señales de vida cuando pasó por al lado de la cómoda, un mueble alto con siete cajones, sobre el que había un cofrecito de metal con patas, semejante a un joyero. No por afán de robar, sino por comprobar el funcionamiento del aparato, la medio elfa acercó la cabeza. El metal le transmitió una sensación desagradable, electrizante, y lo sintió vibrar ligeramente.
No le interesaban las joyas, de modo que lo dejó correr. Se acercó a la puerta del cuarto, y pegó la oreja a la madera. Escuchó los sonidos provinientes del otro lado con paciencia y cautela, durante algunos segundos, y cuando estuvo segura de que no había ninguna, la abrió lentamente.
Y se llevó un buen susto.
El pasillo, alfombrado y rico, estaba iluminado por unas cuantas... ¿Velas?, que ardían en diversos candelabros de plata. Objetos encantados que proyectan una luz, supuso la semielfa. El mismo encantamiento con el que funciona el faro. No suponía un impedimento para la visión mejorada de la medio elfa; pero mientras examinaba el pasillo, al volver la cabeza, se dio cuenta de por qué no había oído nada.
A apenas cinco metros de ella había lo que parecía una armadura de acero, sin piernas, en lugar de las cuales tenía una especie de apéndice esférico con el que levitaba un metro por encima de la alfombra. No se lo esperaba, y se le escapó una exclamación ahogada de sobresalto; la criatura, aparentemente dotada de audición, se giró a gran velocidad hacia ella.
La puerta estaba cerrada.
El pestillo giró, movido por una mano metálica enguantada, y el guardián mágico entró en la habitación. Miró a un lado con los agujeros vacíos de su casco, luego al otro. Nada. Flotó con un sonido casi imperceptible de magia hacia la ventana. El pestillo estaba cerrado. Se volvió de nuevo, salió fuera. Cerró la puerta.
Firavandrei esperó un segundo antes de permitirse volver a respirar.
Atreverse a salir de debajo de la cama le llevó algo más de tiempo.
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
Sin hacer ruido alguno posó ambos pies en el suelo, dentro de la torre. Cerró la ventana, sin ajustar el pestillo y aquella idea respecto a estar pasando algo por alto ganó más y más fuerza. Con paso muy lento se dio la vuelta y revisó la habitación donde estaba, en espera que algo allí le dijera qué era exactamente eso que no estaba teniendo en cuenta.
Las paredes en piedra, decoradas con algunos tapices, solo le hablaron de una persona que tenía diferentes gustos para revestir el interior de su casa; las mesas cuadradas y redondas distribuidas en varios puntos, junto sillones mullidos o sillas en madera lisa, tampoco le dijeron mucho. No estaba muy segura de donde se encontraba como tal, si un estudio, una biblioteca (aunque le faltaban libros para eso), un cuarto de chécheres o qué otra cosa.
Un nuevo vistazo y se percató de los anaqueles, las herramientas, los frascos, de hito en hito fue bajando la mirada hasta que llegó a sus pies y entonces, encontró lo que no había podido recordar: Era la torre de un mago.
La-Torre-de-un-mago.
LA
TORRE
DE
UN
MAGO
Y justamente estaba parada sobre un círculo arcano de esos de invocación, conjuración o abjuración. Lo que fuera. Donde estaban sus amigos magos cuando se les necesitaba para que le avisaran algo tan sencillo como que se estaba metiendo en la Torre.De.Un.Ma.Go. Era obvio, demasiado obvio que, si en el exterior no había habido ningún tipo de trampa mágica, o defensa mundana o mágica, nada que repeliera su intento de ingreso, es porque A) querían que entrara o B) Todo eso se encontraba en el lugar donde se hallaba en ese momento.
Levanto la vista rápidamente y barrió de nuevo la habitación, no se atrevía a moverse en lo más mínimo, mientras estuviera en el círculo y no tuviera la más mínima idea de lo que era. Las otras ventanas también estaban cerradas, solo eran dos más, pero tenían lo mismo que aquella que había forzado: círculos arcanos contra ellas.
Por segunda vez en la noche, no tenía idea de qué hacer.
- Esa es la importancia de incursionar donde sea cuando SE TIENE UN PLAN!! – se reprochó entre susurros. Sin saber qué hacían los círculos, se sentía atada sin embargo eso no podía detenerla ahora. Levantó un pie con cuidado, al ver que no ocurría nada, dio un paso al frente, apoyando tan solo la punta. Nada.
Hizo una mínima presión y saltó fuera del círculo. No hubo fuego, no hubo electricidad, ni ácido, ni hielo, ni espadas, ni estacas, ni nada. Sonríe contenta de haberse librado tan fácil de eso. Buscó entre la oscuridad la puerta de esa habitación, cuidándose de no tropezar con nada. A medida que se movía y veía más y más cosas, llegaba a la conclusión de estar en una especie de Taller, pero un taller de esos raros que usan los magos.
La línea luz que se proyectaba en el piso, delataba la parte inferior de puerta que estaba buscando. Era muy tenue, pero al menos le servía de faro. Faro, que gracioso, arriba de ella había uno; sacudió la cabeza con fuerza, se estaba dispersando.
Lentamente, muy lento, tanto como para no hacer nada de ruido, empezó a abrir la pesada puerta de madera y la tenue luz de lo que creyó eran candelabros, la encandiló por un momento, demasiado largo para percatarse a tiempo de la extraña esfera que hacía de guardia. Esfera tan solo era un decir. LA criatura, que fue lo primero que pensó de ella, tenía mucho de humanoide, pero los ojos de la niña se fueron primero a lo más voluminoso, la esfera inferior, que flotaba para desplazarse por el pasillo. Pero la esfera sí la notó a ella, o al menos el movimiento que siguió a su intento por escapar de ser vista.
~ Ahí tienes, por quedarte mirando, para la próxima, deja de mirarle el culo!~ se dijo así misma
Las paredes en piedra, decoradas con algunos tapices, solo le hablaron de una persona que tenía diferentes gustos para revestir el interior de su casa; las mesas cuadradas y redondas distribuidas en varios puntos, junto sillones mullidos o sillas en madera lisa, tampoco le dijeron mucho. No estaba muy segura de donde se encontraba como tal, si un estudio, una biblioteca (aunque le faltaban libros para eso), un cuarto de chécheres o qué otra cosa.
Un nuevo vistazo y se percató de los anaqueles, las herramientas, los frascos, de hito en hito fue bajando la mirada hasta que llegó a sus pies y entonces, encontró lo que no había podido recordar: Era la torre de un mago.
La-Torre-de-un-mago.
LA
TORRE
DE
UN
MAGO
Y justamente estaba parada sobre un círculo arcano de esos de invocación, conjuración o abjuración. Lo que fuera. Donde estaban sus amigos magos cuando se les necesitaba para que le avisaran algo tan sencillo como que se estaba metiendo en la Torre.De.Un.Ma.Go. Era obvio, demasiado obvio que, si en el exterior no había habido ningún tipo de trampa mágica, o defensa mundana o mágica, nada que repeliera su intento de ingreso, es porque A) querían que entrara o B) Todo eso se encontraba en el lugar donde se hallaba en ese momento.
Levanto la vista rápidamente y barrió de nuevo la habitación, no se atrevía a moverse en lo más mínimo, mientras estuviera en el círculo y no tuviera la más mínima idea de lo que era. Las otras ventanas también estaban cerradas, solo eran dos más, pero tenían lo mismo que aquella que había forzado: círculos arcanos contra ellas.
Por segunda vez en la noche, no tenía idea de qué hacer.
- Esa es la importancia de incursionar donde sea cuando SE TIENE UN PLAN!! – se reprochó entre susurros. Sin saber qué hacían los círculos, se sentía atada sin embargo eso no podía detenerla ahora. Levantó un pie con cuidado, al ver que no ocurría nada, dio un paso al frente, apoyando tan solo la punta. Nada.
Hizo una mínima presión y saltó fuera del círculo. No hubo fuego, no hubo electricidad, ni ácido, ni hielo, ni espadas, ni estacas, ni nada. Sonríe contenta de haberse librado tan fácil de eso. Buscó entre la oscuridad la puerta de esa habitación, cuidándose de no tropezar con nada. A medida que se movía y veía más y más cosas, llegaba a la conclusión de estar en una especie de Taller, pero un taller de esos raros que usan los magos.
La línea luz que se proyectaba en el piso, delataba la parte inferior de puerta que estaba buscando. Era muy tenue, pero al menos le servía de faro. Faro, que gracioso, arriba de ella había uno; sacudió la cabeza con fuerza, se estaba dispersando.
Lentamente, muy lento, tanto como para no hacer nada de ruido, empezó a abrir la pesada puerta de madera y la tenue luz de lo que creyó eran candelabros, la encandiló por un momento, demasiado largo para percatarse a tiempo de la extraña esfera que hacía de guardia. Esfera tan solo era un decir. LA criatura, que fue lo primero que pensó de ella, tenía mucho de humanoide, pero los ojos de la niña se fueron primero a lo más voluminoso, la esfera inferior, que flotaba para desplazarse por el pasillo. Pero la esfera sí la notó a ella, o al menos el movimiento que siguió a su intento por escapar de ser vista.
~ Ahí tienes, por quedarte mirando, para la próxima, deja de mirarle el culo!~ se dijo así misma
Dulfary- Cantidad de envíos : 1481
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
Vale, se dijo. Guardianes mágicos. Puedo con ello. Sal de debajo de la cama, cobardica.
Rodó como una croqueta por la alfombra, saliendo de su escondrijo por el lado opuesto a la puerta. Una punzante sensación de miedo le decía que en cuanto hiciese el menor sonido la puerta volvería a abrirse. Su sentido común le decía que aquello no podía ser, pues debía haber hecho algo de ruido manipulando la ventana.
Se acercó a la puerta con cuidado. De la mochila colgada de su cinturón, en la parte trasera, sacó un espejito cuadrado, que sujetó a una pinza de metal de la que, muy lentamente, se valió para pasarlo por debajo de la puerta. Por alguna curiosa razón, el reflejo se veía oscuro. Los límites de la poción, pensó. Pero el resplandor azulado del faro iluminaba de manera intermitente la estancia - desorientando a la medio elfa sobre la estructura del lugar - y le permitía ver lo suficiente como para decidir que la esfera se había marchado.
Abrió la puerta. Muy despacio. En efecto, ahora podía ver con claridad cómo la criatura, o mejor dicho, el constructo, se alejaba en dirección al otro extremo del pasillo.
Tenía varias opciones. A su izquierda, el pasillo terminaba en una esquina que lo hacía girar hacia la derecha. A la derecha - la suya, no la de esta curva - estaba el largo pasillo en el que se distinguía la figura del guardián-esfera, escudriñando las sombras. Se extendía unos cincuenta metros más para allá, y pasados unos veinte desde donde estaba, había una serie de ventanas a la izquierda por donde entraba la luz del faro, y la brisa del mar, que movía los visillos dándole un aspecto tenebroso al conjunto.
Por lo demás, de las paredes del corredor colgaban los candelabros en los que se había fijado antes, sobre los que se suspendían pequeñas lucecitas azules semejantes a las del faro, y que contribuían al aspecto lúgubre del edificio. Aquí y allá había armaduras de metal montadas en panoplias, adornos como armas, escudos, cabezas de animales disecados o pergaminos, ya fuera colgados en la propia pared o colocados en expositores cerrados con llave. Había uno o dos arcones y algún mueble con cajones, pero nada se salía de lo corriente en un lugar con ostento.
El archimago, sin duda, estaba acostumbrado a albergar a gente en su casa. Habría que tener cuidado de no toparse con otros inquilinos.
La armadura flotante llegó al final del pasillo, y dobló la esquina contraria, desapareciendo. Ah, se dijo la ladrona, que se había ocultado detrás de uno de los mencionados expositores. El pasillo debe formar un cuadrado alrededor de la fortaleza. Se preguntó si la "esfera" volvería, y ese pensamiento desembocó rápidamente en otro que le hizo moverse y doblar la esquina que tenía más cerca: ¿Había una sola esfera?
No, por supuesto que no. Otro de aquellos constructos mágicos venía en su dirección por el pasillo, y en la oscuridad del corredor, apenas rota por los lúgubres candelabros, vio claramente como dos ojillos brillantes y colorados se encendían repentinamente, y con un silencioso destello azulado, una espada se materializaba en la mano derecha del vigilante.
Firavandrei, que solo había asomado la cabeza al pasillo, se lanzó como una irresponsable en la dirección opuesta, recorriendo la distancia que le separaba de las ventanas con cortinas en menos de diez zancadas, y saltó casi tan pronto como identificó la barandilla de las ventanas al otro lado, agarrándose de ellas para quedar suspendida en el aire por fuera.
La esfera alcanzó su altura unos instantes después, escudriñando cuidadosamente las sombras. Esas malditas criaturas parecían estar escudriñando constantemente las sombras.
Rodó como una croqueta por la alfombra, saliendo de su escondrijo por el lado opuesto a la puerta. Una punzante sensación de miedo le decía que en cuanto hiciese el menor sonido la puerta volvería a abrirse. Su sentido común le decía que aquello no podía ser, pues debía haber hecho algo de ruido manipulando la ventana.
Se acercó a la puerta con cuidado. De la mochila colgada de su cinturón, en la parte trasera, sacó un espejito cuadrado, que sujetó a una pinza de metal de la que, muy lentamente, se valió para pasarlo por debajo de la puerta. Por alguna curiosa razón, el reflejo se veía oscuro. Los límites de la poción, pensó. Pero el resplandor azulado del faro iluminaba de manera intermitente la estancia - desorientando a la medio elfa sobre la estructura del lugar - y le permitía ver lo suficiente como para decidir que la esfera se había marchado.
Abrió la puerta. Muy despacio. En efecto, ahora podía ver con claridad cómo la criatura, o mejor dicho, el constructo, se alejaba en dirección al otro extremo del pasillo.
Tenía varias opciones. A su izquierda, el pasillo terminaba en una esquina que lo hacía girar hacia la derecha. A la derecha - la suya, no la de esta curva - estaba el largo pasillo en el que se distinguía la figura del guardián-esfera, escudriñando las sombras. Se extendía unos cincuenta metros más para allá, y pasados unos veinte desde donde estaba, había una serie de ventanas a la izquierda por donde entraba la luz del faro, y la brisa del mar, que movía los visillos dándole un aspecto tenebroso al conjunto.
Por lo demás, de las paredes del corredor colgaban los candelabros en los que se había fijado antes, sobre los que se suspendían pequeñas lucecitas azules semejantes a las del faro, y que contribuían al aspecto lúgubre del edificio. Aquí y allá había armaduras de metal montadas en panoplias, adornos como armas, escudos, cabezas de animales disecados o pergaminos, ya fuera colgados en la propia pared o colocados en expositores cerrados con llave. Había uno o dos arcones y algún mueble con cajones, pero nada se salía de lo corriente en un lugar con ostento.
El archimago, sin duda, estaba acostumbrado a albergar a gente en su casa. Habría que tener cuidado de no toparse con otros inquilinos.
La armadura flotante llegó al final del pasillo, y dobló la esquina contraria, desapareciendo. Ah, se dijo la ladrona, que se había ocultado detrás de uno de los mencionados expositores. El pasillo debe formar un cuadrado alrededor de la fortaleza. Se preguntó si la "esfera" volvería, y ese pensamiento desembocó rápidamente en otro que le hizo moverse y doblar la esquina que tenía más cerca: ¿Había una sola esfera?
No, por supuesto que no. Otro de aquellos constructos mágicos venía en su dirección por el pasillo, y en la oscuridad del corredor, apenas rota por los lúgubres candelabros, vio claramente como dos ojillos brillantes y colorados se encendían repentinamente, y con un silencioso destello azulado, una espada se materializaba en la mano derecha del vigilante.
Firavandrei, que solo había asomado la cabeza al pasillo, se lanzó como una irresponsable en la dirección opuesta, recorriendo la distancia que le separaba de las ventanas con cortinas en menos de diez zancadas, y saltó casi tan pronto como identificó la barandilla de las ventanas al otro lado, agarrándose de ellas para quedar suspendida en el aire por fuera.
La esfera alcanzó su altura unos instantes después, escudriñando cuidadosamente las sombras. Esas malditas criaturas parecían estar escudriñando constantemente las sombras.
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
El guardián mágico no fue tan cuidadoso como Dulfary al abrir la puerta del taller del mago. La pesada puerta de madera se abrió sin fuerza, pero por completo creando un tetraedro bastante irregular, tan solo interrumpido por la sombra del guardián justo antes de ingresar.
Desde la puerta, hizo un barrido visual por toda la habitación y luego sus ojos brillaron mágicamente, ingresando y haciendo una revisión exhaustiva de cada rincón con sombras, en el que cada vez sus ojos volvían a brillar mágicamente.
Sin embargo Dulfary no alcanzó a ver nada de eso.
En cuanto el guardián se movió del dintel de la puerta hacia el interior, se dejó caer de su segura posición sujeta entra la pared y la estrecha apertura de la puerta se escabulló al pasillo tan rápido como se lo permitieron sus pasos, buscando un nuevo escondite, sin pensar en la posibilidad de un segundo o tercer guardián.
La luz de los extraños candelabros la tenía un poco desubicada, no sabía muy hacia donde correr, así que tomó hacia su derecha, con pasos agiles y apresurados, de modo que el pasillo terminó mucho antes de lo que planteaba su longitud, ya de por sí más corta que si tomaba hacia su izquierda, ya que la puerta de dicho taller se hallaba hacia el en lateral del pasillo más que en el centro.
Por fin, su casi inexistente sentido de la prudencia, la hizo recostarse a la pared y tan solo asomar la nariz, lo suficiente para espiar qué podía esperarla al doblar. Ahí estaba, otro de esos guardianes mágicos ~ de cola enorme ~ que le daba la espalda. Una parte de sí no podía creer que fuera tan suertuda que siempre que los veía, ellos le daban la espalda, así que lo aprovechó y volvió sobre sus pasos de forma tan apresurada como había partido, saltó al viento en cuanto estuvo a punto de pasar frente a la puerta del taller, salió de esta al cruzarla, con un giro bastante acrobático y buscó casi con desesperación una nueva puerta por la cual entrar.
En el costado contrario al taller, en ese mismo pasillo, dio con lo que buscaba con más rapidez de la que esperaba ~ parece una torre concede deseos…. Quiero… una bolsa de trufas!! ~
No obtuvo sus trufas, pero la puerta doble cedió sin hacer ruido alguno y sin resistencia a su intento de abrirla, se escurrió dentro y la cerró. Ahora, estaba completamente a oscuras.
FDI: Disculpa, el finde me absorbe
Desde la puerta, hizo un barrido visual por toda la habitación y luego sus ojos brillaron mágicamente, ingresando y haciendo una revisión exhaustiva de cada rincón con sombras, en el que cada vez sus ojos volvían a brillar mágicamente.
Sin embargo Dulfary no alcanzó a ver nada de eso.
En cuanto el guardián se movió del dintel de la puerta hacia el interior, se dejó caer de su segura posición sujeta entra la pared y la estrecha apertura de la puerta se escabulló al pasillo tan rápido como se lo permitieron sus pasos, buscando un nuevo escondite, sin pensar en la posibilidad de un segundo o tercer guardián.
La luz de los extraños candelabros la tenía un poco desubicada, no sabía muy hacia donde correr, así que tomó hacia su derecha, con pasos agiles y apresurados, de modo que el pasillo terminó mucho antes de lo que planteaba su longitud, ya de por sí más corta que si tomaba hacia su izquierda, ya que la puerta de dicho taller se hallaba hacia el en lateral del pasillo más que en el centro.
Por fin, su casi inexistente sentido de la prudencia, la hizo recostarse a la pared y tan solo asomar la nariz, lo suficiente para espiar qué podía esperarla al doblar. Ahí estaba, otro de esos guardianes mágicos ~ de cola enorme ~ que le daba la espalda. Una parte de sí no podía creer que fuera tan suertuda que siempre que los veía, ellos le daban la espalda, así que lo aprovechó y volvió sobre sus pasos de forma tan apresurada como había partido, saltó al viento en cuanto estuvo a punto de pasar frente a la puerta del taller, salió de esta al cruzarla, con un giro bastante acrobático y buscó casi con desesperación una nueva puerta por la cual entrar.
En el costado contrario al taller, en ese mismo pasillo, dio con lo que buscaba con más rapidez de la que esperaba ~ parece una torre concede deseos…. Quiero… una bolsa de trufas!! ~
No obtuvo sus trufas, pero la puerta doble cedió sin hacer ruido alguno y sin resistencia a su intento de abrirla, se escurrió dentro y la cerró. Ahora, estaba completamente a oscuras.
FDI: Disculpa, el finde me absorbe
Dulfary- Cantidad de envíos : 1481
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
FDI: Como debe de ser! El finde se disfruta
De haber sido la medio elfa un tipo muy distinto de ladrona, podría - quizás - haberse continuado la historia diciendo: "Firavandrei aguantó el tipo durante un rato tal como estaba, acolgajada del alféizar, hasta que el débil zumbido mágico-mecánico de los constructos se hubo alejado; a continuación, se alzó a pulso, y continuó registrando la planta en la que se encontraba". Tristemente, en la realidad, algo así es poco menos que una proeza. La medio elfa estuvo satisfecha con asegurarse de que no había excesivo peligro bajo sus pies, antes de soltarse y dejarse caer al piso de abajo.
Por lo que parecía, una parte de las ventanas de la segunda planta se asomaban a un jardín interior, rectangular, que parecía ocupar el centro de la planta del edificio. Se asemejaba - guardando las distancias - al claustro de un monasterio, en el sentido de que estaba rodeado por un corredor abovedado, separado del propio jardín por un grupo de columnas y arcos que servían de puertas y ventanas entre ambos. Fuera, una serie de caminos enlosados serpenteaban entre arriates, setos y pequeños árboles frutales, dentro de los límites - generosos - de la estructura de la fortaleza.
Firavandrei cayó sobre un seto no muy alto, que se sacudió violentamente con un estruendo, a causa del golpe, y se dejó caer hacia un lado, quedando entre el seto y uno de los mencionados arriates. Quiso levantarse y esconderse antes de que alguien acudiese al ruido, pero no llegó a ponerse de pie antes de escuchar pasos apresurados.
- ¿Qué ha sido eso? ¿Quién anda ahí?
La pelirroja se quedó quieta, muy quieta.
Era una voz masculina, grave, acompañada de un tintineo de metal sobre metal que - pensó la ladrona - se correspondía con el sonido de una cota de mallas. La medio elfa se movió hasta quedar en cuclillas; la voz provenía del otro lado del seto, pero se apoyó en el arriate de todos modos.
- Habrá sido un trueno - dijo una segunda voz, masculina también, pero más calmada. - Ya oíste a Lady Anna. Va a haber una buena tormenta.
- No, me ha parecido oír algo en el jardín.
- Pues sería un gato. Siempre están haciendo ruido, los cabrones.
Escuchó el sonido inconfundible de un hombre armado caminando sobre losas de piedra, alejándose de ella en dirección al dueño de la segunda voz. Al mirar a su alrededor en busca de un segundo escondrijo, si acaso decidían buscarla, constató que había un gato blanco y negro en el jardín, mirándola fijamente con un gesto entre el reproche y la sorpresa, como diciendo "qué diablos estás haciendo saltando por aquí", o más bien "qué tipo de humana eres tú que vienes a mi casa sin traerme comida".
- ¿Entonces qué hacéis en estas situaciones? - preguntaba la primera voz a la segunda. - ¿No os molestáis en buscar a nadie? ¿Ni siquiera os lo tomáis en serio?
- Oh, no, muchacho, no vayas por ahí. Mira, se que es tu primera noche, así que déjame explicarte un par de cosas. Primero, hoy es una de esas noches, ¿Vale? Eso significa que hoy esperamos visita. Así que hay más guardias de lo normal en la casa. Ven conmigo.
Botas sobre losas, peligrosamente cerca. Estaban al otro lado del seto, y Firavandrei estaba a punto de moverse cuando se detuvieron. El corazón le latía fuerte. ¿Sabían que estaba ahí? No, no podía ser, pero esperaban visita. Aquel comentario le había hecho ponerse nerviosa. ¿Qué hacían?
- El jardín es una especie de invernadero - explicó la voz calmada. - Fíjate bien en el techo. Parece una enorme pirámide de cristal, ¿Verdad? Pues es mágica. Hace un ruido del carajo cuando alguien la atraviesa. Así que sabemos que nadie ha entrado por ahí, porque toda la casa estaría levantada de lo contrario. Y si no entras por el techo, sinceramente, no tiene sentido arrojarse sobre un seto al lado de los puestos de guardia.
El comentario hizo sentirse regañada a la medio elfa.
- Ja, sí, ya veo. Habría que ser imbécil.
Y este le sacó los colores. "Ya vale, ¿No?", pensó.
- Mira, sinceramente, nosotros estamos aquí "de adorno". Espantamos a los maleantes de poca monta y llevamos a los prisioneros de un lado para otro. Lo normal es que a los intrusos los pillen los bichos de arriba. Los guardias somos más una especie de formalidad. Para que los invitados se sientan a gusto. Ese es nuestro trabajo: Dar unos cuantos paseos, ver que todo va bien. Hacer que los hombres bola y las sombras no sean lo único que vean los visitantes.
- ¿Qué sombras? No he visto nada que se parezca a eso.
- De eso se trata. La mayoría de los intrusos se confía con los hombres bola y se da de bruces con ellos. Mira, aquí entra un montón de gente, ¿Sabes? Asesinos, ladrones, espías. Y nunca llegan a ningún lado, ¿Entiendes? La mayor parte de las veces es por las sombras. El resto... bueno, ya irás descubriendo cosas sobre esta casa del diablo si te quedas suficiente tiempo.
- Eso espero. Por lo menos la paga es buena, aunque estemos "de adorno" como tú dices.
- Te acabas acostumbrando. Mira, si te quieres sentir útil, vamos a quedarnos un rato en la puerta del jardín, ¿Quieres? Imagínate que tienes razón después de todo y el ruido ha sido algún tonto del culo que se ha colado en la casa. - Ambos rieron con ganas. - Venga, ven aquí.
Se alejaron, pero los pasos se detuvieron no muy lejos. Firavandrei se atrevió a asomar la cabeza por un lado del seto, y constató que ambos hombres se habían apostado a los lados de la entrada. Miró hacia abajo. Por alguna razón, el gato se estaba restregando contra sus piernas y ronroneando.
- Miau - exclamó. - Miaaauh.
- ¿Ves? - se oyó a uno de los guardias.
De haber sido la medio elfa un tipo muy distinto de ladrona, podría - quizás - haberse continuado la historia diciendo: "Firavandrei aguantó el tipo durante un rato tal como estaba, acolgajada del alféizar, hasta que el débil zumbido mágico-mecánico de los constructos se hubo alejado; a continuación, se alzó a pulso, y continuó registrando la planta en la que se encontraba". Tristemente, en la realidad, algo así es poco menos que una proeza. La medio elfa estuvo satisfecha con asegurarse de que no había excesivo peligro bajo sus pies, antes de soltarse y dejarse caer al piso de abajo.
Por lo que parecía, una parte de las ventanas de la segunda planta se asomaban a un jardín interior, rectangular, que parecía ocupar el centro de la planta del edificio. Se asemejaba - guardando las distancias - al claustro de un monasterio, en el sentido de que estaba rodeado por un corredor abovedado, separado del propio jardín por un grupo de columnas y arcos que servían de puertas y ventanas entre ambos. Fuera, una serie de caminos enlosados serpenteaban entre arriates, setos y pequeños árboles frutales, dentro de los límites - generosos - de la estructura de la fortaleza.
Firavandrei cayó sobre un seto no muy alto, que se sacudió violentamente con un estruendo, a causa del golpe, y se dejó caer hacia un lado, quedando entre el seto y uno de los mencionados arriates. Quiso levantarse y esconderse antes de que alguien acudiese al ruido, pero no llegó a ponerse de pie antes de escuchar pasos apresurados.
- ¿Qué ha sido eso? ¿Quién anda ahí?
La pelirroja se quedó quieta, muy quieta.
Era una voz masculina, grave, acompañada de un tintineo de metal sobre metal que - pensó la ladrona - se correspondía con el sonido de una cota de mallas. La medio elfa se movió hasta quedar en cuclillas; la voz provenía del otro lado del seto, pero se apoyó en el arriate de todos modos.
- Habrá sido un trueno - dijo una segunda voz, masculina también, pero más calmada. - Ya oíste a Lady Anna. Va a haber una buena tormenta.
- No, me ha parecido oír algo en el jardín.
- Pues sería un gato. Siempre están haciendo ruido, los cabrones.
Escuchó el sonido inconfundible de un hombre armado caminando sobre losas de piedra, alejándose de ella en dirección al dueño de la segunda voz. Al mirar a su alrededor en busca de un segundo escondrijo, si acaso decidían buscarla, constató que había un gato blanco y negro en el jardín, mirándola fijamente con un gesto entre el reproche y la sorpresa, como diciendo "qué diablos estás haciendo saltando por aquí", o más bien "qué tipo de humana eres tú que vienes a mi casa sin traerme comida".
- ¿Entonces qué hacéis en estas situaciones? - preguntaba la primera voz a la segunda. - ¿No os molestáis en buscar a nadie? ¿Ni siquiera os lo tomáis en serio?
- Oh, no, muchacho, no vayas por ahí. Mira, se que es tu primera noche, así que déjame explicarte un par de cosas. Primero, hoy es una de esas noches, ¿Vale? Eso significa que hoy esperamos visita. Así que hay más guardias de lo normal en la casa. Ven conmigo.
Botas sobre losas, peligrosamente cerca. Estaban al otro lado del seto, y Firavandrei estaba a punto de moverse cuando se detuvieron. El corazón le latía fuerte. ¿Sabían que estaba ahí? No, no podía ser, pero esperaban visita. Aquel comentario le había hecho ponerse nerviosa. ¿Qué hacían?
- El jardín es una especie de invernadero - explicó la voz calmada. - Fíjate bien en el techo. Parece una enorme pirámide de cristal, ¿Verdad? Pues es mágica. Hace un ruido del carajo cuando alguien la atraviesa. Así que sabemos que nadie ha entrado por ahí, porque toda la casa estaría levantada de lo contrario. Y si no entras por el techo, sinceramente, no tiene sentido arrojarse sobre un seto al lado de los puestos de guardia.
El comentario hizo sentirse regañada a la medio elfa.
- Ja, sí, ya veo. Habría que ser imbécil.
Y este le sacó los colores. "Ya vale, ¿No?", pensó.
- Mira, sinceramente, nosotros estamos aquí "de adorno". Espantamos a los maleantes de poca monta y llevamos a los prisioneros de un lado para otro. Lo normal es que a los intrusos los pillen los bichos de arriba. Los guardias somos más una especie de formalidad. Para que los invitados se sientan a gusto. Ese es nuestro trabajo: Dar unos cuantos paseos, ver que todo va bien. Hacer que los hombres bola y las sombras no sean lo único que vean los visitantes.
- ¿Qué sombras? No he visto nada que se parezca a eso.
- De eso se trata. La mayoría de los intrusos se confía con los hombres bola y se da de bruces con ellos. Mira, aquí entra un montón de gente, ¿Sabes? Asesinos, ladrones, espías. Y nunca llegan a ningún lado, ¿Entiendes? La mayor parte de las veces es por las sombras. El resto... bueno, ya irás descubriendo cosas sobre esta casa del diablo si te quedas suficiente tiempo.
- Eso espero. Por lo menos la paga es buena, aunque estemos "de adorno" como tú dices.
- Te acabas acostumbrando. Mira, si te quieres sentir útil, vamos a quedarnos un rato en la puerta del jardín, ¿Quieres? Imagínate que tienes razón después de todo y el ruido ha sido algún tonto del culo que se ha colado en la casa. - Ambos rieron con ganas. - Venga, ven aquí.
Se alejaron, pero los pasos se detuvieron no muy lejos. Firavandrei se atrevió a asomar la cabeza por un lado del seto, y constató que ambos hombres se habían apostado a los lados de la entrada. Miró hacia abajo. Por alguna razón, el gato se estaba restregando contra sus piernas y ronroneando.
- Miau - exclamó. - Miaaauh.
- ¿Ves? - se oyó a uno de los guardias.
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
La biblioteca estaba en perfecta penumbra. Le costaba ver más allá de dos palmos de su nariz y eso era mucho decir. Sin embargo, los grandes anaqueles aun eran reconocibles a lado y lado de la puerta, con sus extensos entrepaños llenos de libros.
Le costaba trabajo precisar qué tan grandes eran ya que se perdía entre la oscuridad.
Algo en el lugar no le terminaba de gustar lo más mínimo. Al menos no era su Sombra, porque con tan poca luz, le costaría horrores materializarse, pero si agregaba unos ángulos más y un poco de gris por aquí y por allá, sería el perfecto revés del mundo, en el plano de sombras.
Dulfary se recostó en la puerta, la pesada madera de la doble hoja estaba fría y esto se sentía aun a través de la ropa. Eso también le pareció extraño, pero de momento, lo más urgente, era adaptarse a la reinante oscuridad, si no, podría estrellarse con algún mueble y crear el suficiente ruido para ser atrapada.
Mientras mantenía los ojos cerrados y el oído alerta, trató de poner sus pensamientos en orden. No tenía idea de en donde podía esconder un mago una flor tan particular como la que buscaba y ahora que por fin estaba dentro de la torre, realmente a dentro, caía en cuenta que no había tomado nota mental de la forma del pasillo para generar luego un plano que le fuera de utilidad a los espías de Aspher.
- tonta… tonta… - se reprochó con un tono mucho más bajo que un susurro. Casi no se había escuchado ella misma, pero el silencio en la habitación era tan pesado como su oscuridad y así que se tapó la boca, aunque ya fuera tarde.
No ocurrió nada, absolutamente nada. Parecía estar completamente sola y aun así, como si sirviera de algo para ocultarla, abrió un poquito solo uno de sus ojos, espiando casi que entre sus pestañas rubias lo que había dentro y que pudiera sorprenderla tras haber hablado.
Nada.
Nada se había movido si es que acaso pudiera notar algo en esas condiciones. Abrió los ojos del todo y por veía un poco más de lo que podía inicialmente. Al igual que la torre, la biblioteca misma parecía obedecer a ese principio de ser mucho más grande por dentro que lo que parecía serlo desde afuera. A pesar de poder distinguir la serie de mesas, sillas, tapetes y varios estantes, tras dar varios pasos frente a ella se encontró a punto de empezar un enorme corredor formado por más estanterías repletas de libros, un corredor que se extendía hasta que la oscuridad volvía a tragarlo, con algunos pequeños “claros” en los que alcanzó a ver nuevas mesas con sus sillas. A su derecha, la extensión de la biblioteca albergaba otros tantos corredores de la misma categoría.
- Culo metálico… - llamó en voz baja, melódicamente. Ya había ocasionado un desastre en una biblioteca… qué tan malo sería que lo hiciera de nuevo? Avanzó un poco, sintiéndose observada, con esa horrible sensación en la base de la nuca que te dice que algo te acecha, que desde lo más profundo de las sombras… algo se relame al verte pasar. Necesitaba luz
- no… nada de eso… - se corrigió el propio sonido de voz la asustó. Generar luz atraería los guardianes y daría oportunidad a las sombras de ser más que un miedo infantil y visceral.
No tenía mucho tiempo, tenía que moverse, volver al pasillo y buscar la flor. Claro que siempre podría encontrarse en la biblioteca. Cualquier lugar en la torre era tan bueno como otro para tenerla, estudiar, explotarla…
- … decorar… - agregó de nuevo en un susurro. Dejó atrás el primer “descanso” con mesas; no había nada de interés en estas. Creyó que quedaría atrapada y perdida entre un sinfín de estanterías, cuando sus pies notaron lo que sus ojos tardaron en aceptar… el piso ya no era de dura piedra, sino que se hacía más blando, un poco más húmedo, sonaba (“sonaba”) diferente. Bajó la mirada y pudo distinguir algunos guijarros, como los que se encuentran en las playas, pero entre estos crecía un poco de césped y según avanzaba el césped se hace más común, en un verde oscuro y brillante, apenas bañado por el rocío nocturno. Con un vuelvo al corazón, pensando lo peor, una pregunta cruzó su mente ~ cómo podía distinguir el color del pasto? ~
Pasó saliva, estiró su mano frente a ella y Enie, con su luz plateada y fría, su luz de luna, le dejó ver cada detalle de esta
- ay… no... – dijo con pánico.
Le costaba trabajo precisar qué tan grandes eran ya que se perdía entre la oscuridad.
Algo en el lugar no le terminaba de gustar lo más mínimo. Al menos no era su Sombra, porque con tan poca luz, le costaría horrores materializarse, pero si agregaba unos ángulos más y un poco de gris por aquí y por allá, sería el perfecto revés del mundo, en el plano de sombras.
Dulfary se recostó en la puerta, la pesada madera de la doble hoja estaba fría y esto se sentía aun a través de la ropa. Eso también le pareció extraño, pero de momento, lo más urgente, era adaptarse a la reinante oscuridad, si no, podría estrellarse con algún mueble y crear el suficiente ruido para ser atrapada.
Mientras mantenía los ojos cerrados y el oído alerta, trató de poner sus pensamientos en orden. No tenía idea de en donde podía esconder un mago una flor tan particular como la que buscaba y ahora que por fin estaba dentro de la torre, realmente a dentro, caía en cuenta que no había tomado nota mental de la forma del pasillo para generar luego un plano que le fuera de utilidad a los espías de Aspher.
- tonta… tonta… - se reprochó con un tono mucho más bajo que un susurro. Casi no se había escuchado ella misma, pero el silencio en la habitación era tan pesado como su oscuridad y así que se tapó la boca, aunque ya fuera tarde.
No ocurrió nada, absolutamente nada. Parecía estar completamente sola y aun así, como si sirviera de algo para ocultarla, abrió un poquito solo uno de sus ojos, espiando casi que entre sus pestañas rubias lo que había dentro y que pudiera sorprenderla tras haber hablado.
Nada.
Nada se había movido si es que acaso pudiera notar algo en esas condiciones. Abrió los ojos del todo y por veía un poco más de lo que podía inicialmente. Al igual que la torre, la biblioteca misma parecía obedecer a ese principio de ser mucho más grande por dentro que lo que parecía serlo desde afuera. A pesar de poder distinguir la serie de mesas, sillas, tapetes y varios estantes, tras dar varios pasos frente a ella se encontró a punto de empezar un enorme corredor formado por más estanterías repletas de libros, un corredor que se extendía hasta que la oscuridad volvía a tragarlo, con algunos pequeños “claros” en los que alcanzó a ver nuevas mesas con sus sillas. A su derecha, la extensión de la biblioteca albergaba otros tantos corredores de la misma categoría.
- Culo metálico… - llamó en voz baja, melódicamente. Ya había ocasionado un desastre en una biblioteca… qué tan malo sería que lo hiciera de nuevo? Avanzó un poco, sintiéndose observada, con esa horrible sensación en la base de la nuca que te dice que algo te acecha, que desde lo más profundo de las sombras… algo se relame al verte pasar. Necesitaba luz
- no… nada de eso… - se corrigió el propio sonido de voz la asustó. Generar luz atraería los guardianes y daría oportunidad a las sombras de ser más que un miedo infantil y visceral.
No tenía mucho tiempo, tenía que moverse, volver al pasillo y buscar la flor. Claro que siempre podría encontrarse en la biblioteca. Cualquier lugar en la torre era tan bueno como otro para tenerla, estudiar, explotarla…
- … decorar… - agregó de nuevo en un susurro. Dejó atrás el primer “descanso” con mesas; no había nada de interés en estas. Creyó que quedaría atrapada y perdida entre un sinfín de estanterías, cuando sus pies notaron lo que sus ojos tardaron en aceptar… el piso ya no era de dura piedra, sino que se hacía más blando, un poco más húmedo, sonaba (“sonaba”) diferente. Bajó la mirada y pudo distinguir algunos guijarros, como los que se encuentran en las playas, pero entre estos crecía un poco de césped y según avanzaba el césped se hace más común, en un verde oscuro y brillante, apenas bañado por el rocío nocturno. Con un vuelvo al corazón, pensando lo peor, una pregunta cruzó su mente ~ cómo podía distinguir el color del pasto? ~
Pasó saliva, estiró su mano frente a ella y Enie, con su luz plateada y fría, su luz de luna, le dejó ver cada detalle de esta
- ay… no... – dijo con pánico.
Dulfary- Cantidad de envíos : 1481
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
La conversación entre los guardias había dado a la medio elfa bastante en lo que pensar, pero no era el momento de detenerse a considerarlo. Una vez los guardias se hubieron quedado quietos, la muchacha intentó deshacerse del gato. No hubo mucha suerte.
El animal maullaba y ronroneaba. Por alguna razón que no acertaba a comprender, los animales parecían siempre sentirse bastante cómodos en presencia de Firavandrei. Por lo general esto no molestaba a la mestiza, pero en este momento el gato resultaba un problema.
- Joder, pues menudo concierto dan los gatos - oyó decir a uno de los guardias.
- Estarán en celo. Se pasan el día durmiendo, los cabroncetes, así que por la noche dan un por culo terrible. Cuando está a punto de amanecer se ponen a hacer carreras. Por lo menos no hay ratas ni bichos en el jardín.
- Y supongo que tampoco te aburres. ¿Son del jefe? ¿No despiertan a nadie?
- Lord Veldrei, muchacho, Lord Veldrei. Mientras trabajes para un mago, nunca te olvides de darle el título correcto. No, los gatos son de Lady Anna, y te puedes creer que cuando les apetece despiertan a media casa. Sube tú a quejarte si tienes huevos.
- No, no, gracias, me imagino de qué va la cosa. ¿Alguien lo ha hecho?
- Y te aseguro que ha salido de la casa mucho antes de que el gato se callara. Así que ni lo pienses. Si el gato maulla, tú haces como que no hay gato. Además, mira, ya se ha callado.
En gran medida gracias a la medio elfa.
Firavandrei dejó el cuerpecillo del animal junto al seto, perfectamente dormido. Solo esperó que no le pasase nada; el polvillo gris que había traído estaba pensado para dormir humanos, no animales. Había tenido cuidado con la dosis y el felino parecía descansar plácidamente. No obstante, había oído que estas criaturas eran terriblemente sensibles a toda clase de sustancias. Otro par de gatos la miraban con reproche desde un acirate, pero estos no se acercaron.
- ¿Le gustan los bichos, a Lady Anna?
- No te haces idea. Los gatos, los perros. Un día te tocará bajar a las catacumbas y verás el pedazo de monstruo que guarda ahí. Los nuevos os cagáis cuando os lo topáis sin que os hayan prevenido de que exista. Y luego ves a Lady Anna tratándolo como si fuera un perrito.
Dejó de prestarle atención a la conversación cuando el medallón empezó a zumbar.
Se disponía a saltar al interior del edificio valiéndose de uno de los arcos que hacían las veces de ventana, pero al inclinarse e ir a poner las manos, su medallón detectó un campo mágico. Ah, pensó, inspeccionando detenidamente la 'ventana'. Muy listo. Una especie de barrera parecía preparada para permitir selectivamente el paso a un tipo de criatura - se jugaba la cabeza a que los gatos - y cerrársela a todas las demás, provocando quemaduras y laceraciones si se intentaba atravesar por la fuerza.
Una trampa en toda regla. Una parte importante del mecanismo parecía ser un disparador mágico. Venía preparada para este tipo de cosas, pero podía perder bastante tiempo en ello. Y había un camino mas fácil, aunque fuera algo más arriesgado. Se aproximó a la puerta, cuidando de que los guardias no se apercibiesen de su presencia.
- Y le tiraron una puta cabra, chico. Entera. Y se la comió de un bocado, el hijo de puta.
- Qué asco. Tío, comerse una cabra. Esos bichos comen de todo. Mi padre decía que si le dabas suficiente tiempo a una cabra se podía comer tu casa.
La medio elfa se descolgó de la espalda la ballesta de mano, y hurgó en el carcaj de proyectiles que tenía al cinto. Estaba dividida en varias secciones pequeñas. Eligió un proyectil con cuidado, lo cargó en el arma. Era una flecha larga de madera, con la punta de plomo y un agujerito en la saeta, en el que ató un extremo del carrete de hilo, que aseguró en la ballesta.
Reptó hasta el centro del jardín, donde un olivo iluminado por la luz del faro proyectaba una sombra en la que ocultarse. Desde allí podía ver la puerta, en el centro de una de las paredes - norte, si no estaba confundida - y a los guardias, uno a cada lado de ella.
- Pues tengo entendido que en una de las islas hacen un plato de cabra. Les sacan las vísceras, las meten en el estómago y las cuecen en sangre, o algo así. Y la gente paga por comérselo y todo.
- Qué asco, joder. A ver si te enteras de qué isla, que jamás pienso pasar por allí.
Firavandrei apuntó con cuidado la ballesta y disparó.
El animal maullaba y ronroneaba. Por alguna razón que no acertaba a comprender, los animales parecían siempre sentirse bastante cómodos en presencia de Firavandrei. Por lo general esto no molestaba a la mestiza, pero en este momento el gato resultaba un problema.
- Joder, pues menudo concierto dan los gatos - oyó decir a uno de los guardias.
- Estarán en celo. Se pasan el día durmiendo, los cabroncetes, así que por la noche dan un por culo terrible. Cuando está a punto de amanecer se ponen a hacer carreras. Por lo menos no hay ratas ni bichos en el jardín.
- Y supongo que tampoco te aburres. ¿Son del jefe? ¿No despiertan a nadie?
- Lord Veldrei, muchacho, Lord Veldrei. Mientras trabajes para un mago, nunca te olvides de darle el título correcto. No, los gatos son de Lady Anna, y te puedes creer que cuando les apetece despiertan a media casa. Sube tú a quejarte si tienes huevos.
- No, no, gracias, me imagino de qué va la cosa. ¿Alguien lo ha hecho?
- Y te aseguro que ha salido de la casa mucho antes de que el gato se callara. Así que ni lo pienses. Si el gato maulla, tú haces como que no hay gato. Además, mira, ya se ha callado.
En gran medida gracias a la medio elfa.
Firavandrei dejó el cuerpecillo del animal junto al seto, perfectamente dormido. Solo esperó que no le pasase nada; el polvillo gris que había traído estaba pensado para dormir humanos, no animales. Había tenido cuidado con la dosis y el felino parecía descansar plácidamente. No obstante, había oído que estas criaturas eran terriblemente sensibles a toda clase de sustancias. Otro par de gatos la miraban con reproche desde un acirate, pero estos no se acercaron.
- ¿Le gustan los bichos, a Lady Anna?
- No te haces idea. Los gatos, los perros. Un día te tocará bajar a las catacumbas y verás el pedazo de monstruo que guarda ahí. Los nuevos os cagáis cuando os lo topáis sin que os hayan prevenido de que exista. Y luego ves a Lady Anna tratándolo como si fuera un perrito.
Dejó de prestarle atención a la conversación cuando el medallón empezó a zumbar.
Se disponía a saltar al interior del edificio valiéndose de uno de los arcos que hacían las veces de ventana, pero al inclinarse e ir a poner las manos, su medallón detectó un campo mágico. Ah, pensó, inspeccionando detenidamente la 'ventana'. Muy listo. Una especie de barrera parecía preparada para permitir selectivamente el paso a un tipo de criatura - se jugaba la cabeza a que los gatos - y cerrársela a todas las demás, provocando quemaduras y laceraciones si se intentaba atravesar por la fuerza.
Una trampa en toda regla. Una parte importante del mecanismo parecía ser un disparador mágico. Venía preparada para este tipo de cosas, pero podía perder bastante tiempo en ello. Y había un camino mas fácil, aunque fuera algo más arriesgado. Se aproximó a la puerta, cuidando de que los guardias no se apercibiesen de su presencia.
- Y le tiraron una puta cabra, chico. Entera. Y se la comió de un bocado, el hijo de puta.
- Qué asco. Tío, comerse una cabra. Esos bichos comen de todo. Mi padre decía que si le dabas suficiente tiempo a una cabra se podía comer tu casa.
La medio elfa se descolgó de la espalda la ballesta de mano, y hurgó en el carcaj de proyectiles que tenía al cinto. Estaba dividida en varias secciones pequeñas. Eligió un proyectil con cuidado, lo cargó en el arma. Era una flecha larga de madera, con la punta de plomo y un agujerito en la saeta, en el que ató un extremo del carrete de hilo, que aseguró en la ballesta.
Reptó hasta el centro del jardín, donde un olivo iluminado por la luz del faro proyectaba una sombra en la que ocultarse. Desde allí podía ver la puerta, en el centro de una de las paredes - norte, si no estaba confundida - y a los guardias, uno a cada lado de ella.
- Pues tengo entendido que en una de las islas hacen un plato de cabra. Les sacan las vísceras, las meten en el estómago y las cuecen en sangre, o algo así. Y la gente paga por comérselo y todo.
- Qué asco, joder. A ver si te enteras de qué isla, que jamás pienso pasar por allí.
Firavandrei apuntó con cuidado la ballesta y disparó.
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
Lo primero que hizo fue girar sobre sí misma, buscando los estantes, la puerta de la biblioteca, casi estaba segura que solo encontraría más pasto. Sus miedos más profundos se movilizaron y le hicieron pensar que vería la enorme pradera de sus sueños con sus suaves colinas y en alguna parte el templo, que se había metido en una trama dimensional y que tendría que dar un gran rodeo para salir de allí perdiendo a saber cuánto tiempo (nunca se le ocurrió pensar que jamás saldría).
Sin embargo, justo a su espalda estaban los estantes, la madera rojiza levemente iluminada por el resplandor de la luna. La luna. Pensó que sería una terraza, pero no sentía la brisa marina, al contrario, se sentía como un lugar mucho más interno en el continente
Había pasto en la biblioteca. Cosas mas raras había visto y vería en su vida, como por ejemplo, la serie de arboles que ahora reemplazaban las estanterías y se extendía por aquí y por allá con libros en sus ramas, algunos colgando como bizarros frutos desde estas.
Era un panorama perturbador. Curioso, hermoso en cierta manera, practico y hasta una delicia para los adictos a los libros y la lectura. Pero perturbador.
Empezó a caminar despacio entre la arboleda, por estar atenta al entorno… “atenta”… a las ramas, a los libros, a su alrededor, no se fijó en la banca de hierro y madera que estaba dispuesta para la lectura y el descanso. Sus patas arqueadas y con diseño de una rama bien elaborada, estaba echa en metal y el dolor que provocó en pantorrilla y empeine fue mayúsculo, sumando al susto del encuentro, del golpe y de la sensación de vacío al caer de bruces al suelo. Sintió como las lágrimas llegaban a sus ojos, le ardían y el dolor del labio al mordérselo para no maldecir a gritos.
Para no dar un respingo al pasar uno de los guardianes metálicos
Se quedó quieta, agazapada como estaba aguantando el dolor pero, a la espera que no la viera, que siguiera derecho. Si el cuerpo de los guardianes de metal eran así de duros como la pata de la banca, estaba en serio problemas.
Dejó de respirar y el guardián siguió por su camino sin verla, sin fijarse en el suelo, dio giro grácil y se internó entre dos árboles ~ entre filosofía y historia? Porque peral y manzano no son ~ dispersar la mente le ayudaba con el dolor agudo que ahora sentía como varias agujas que entraban y salían por su piel. Aun así, en cuanto vio la oportunidad se incorporó y se alejó a toda prisa de la banca, a cuatro patas. Si había pasto, tenía que haber jardín, seguro disimular la flor en esas condiciones era más fácil y su posición a ras de tierra le serviría.
Pero entonces, el guardián pareció de nuevo, frente a ella, a cierta distancia. Sin pensarlo, porque no podría ser de otra forma, rodó sobre sí misma y fue a dar a la sombra de un árbol…
Una sombra…
Sin embargo, justo a su espalda estaban los estantes, la madera rojiza levemente iluminada por el resplandor de la luna. La luna. Pensó que sería una terraza, pero no sentía la brisa marina, al contrario, se sentía como un lugar mucho más interno en el continente
Había pasto en la biblioteca. Cosas mas raras había visto y vería en su vida, como por ejemplo, la serie de arboles que ahora reemplazaban las estanterías y se extendía por aquí y por allá con libros en sus ramas, algunos colgando como bizarros frutos desde estas.
Era un panorama perturbador. Curioso, hermoso en cierta manera, practico y hasta una delicia para los adictos a los libros y la lectura. Pero perturbador.
Empezó a caminar despacio entre la arboleda, por estar atenta al entorno… “atenta”… a las ramas, a los libros, a su alrededor, no se fijó en la banca de hierro y madera que estaba dispuesta para la lectura y el descanso. Sus patas arqueadas y con diseño de una rama bien elaborada, estaba echa en metal y el dolor que provocó en pantorrilla y empeine fue mayúsculo, sumando al susto del encuentro, del golpe y de la sensación de vacío al caer de bruces al suelo. Sintió como las lágrimas llegaban a sus ojos, le ardían y el dolor del labio al mordérselo para no maldecir a gritos.
Para no dar un respingo al pasar uno de los guardianes metálicos
Se quedó quieta, agazapada como estaba aguantando el dolor pero, a la espera que no la viera, que siguiera derecho. Si el cuerpo de los guardianes de metal eran así de duros como la pata de la banca, estaba en serio problemas.
Dejó de respirar y el guardián siguió por su camino sin verla, sin fijarse en el suelo, dio giro grácil y se internó entre dos árboles ~ entre filosofía y historia? Porque peral y manzano no son ~ dispersar la mente le ayudaba con el dolor agudo que ahora sentía como varias agujas que entraban y salían por su piel. Aun así, en cuanto vio la oportunidad se incorporó y se alejó a toda prisa de la banca, a cuatro patas. Si había pasto, tenía que haber jardín, seguro disimular la flor en esas condiciones era más fácil y su posición a ras de tierra le serviría.
Pero entonces, el guardián pareció de nuevo, frente a ella, a cierta distancia. Sin pensarlo, porque no podría ser de otra forma, rodó sobre sí misma y fue a dar a la sombra de un árbol…
Una sombra…
Dulfary- Cantidad de envíos : 1481
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
El sonido del acero saliendo de su funda invadió la noche.
Aparte de la conversación entre los guardias, que no había sido a un volumen muy alto, el jardín había estado en silencio. Seguía estándolo, si bien ahora la tensión lo invadía como una toxina. Uno de los guardias estuvo a punto de dar un paso, pero el otro extendió la mano para detenerle.
- Espera - dijo el guardia veterano. - Quédate aquí. Y ten los ojos abiertos.
Descolgó un farol del muro, y avanzó lentamente por el pasillo que tenía delante, hasta llegar al lugar donde se había producido el estrépito. Al examinarlo, parecía como si una flecha se hubiese estrellado contra la piedra, pero en lugar de clavarse, se hubiera hecho añicos. Había pedazos pequeñitos de plomo diseminados en torno a una saeta de madera.
¿Quién hacía una flecha de plomo? Había que ser imbécil, pero no tanto como quien la disparaba en las proximidades de un guardia. Además, una flecha como esta no hubiera matado a nadie. Recogió la saeta, y al examinarla, se dio cuenta de que había un hilo en el extremo. Era extraño. Al tirar de él, encontró algo de resistencia, pero cedió enseguida. Un sonido metálico provino del jardín.
- Jan - llamó en voz baja. - Jan, ¿Me oyes?
Dejó la saeta en el suelo, junto con el farol, y agarró la espada con fuerza. Dio varios pasos por el pasillo, intentando no hacer ruido. Al llegar a la mitad, repitió el nombre de su compañero. De nuevo no obtuvo respuesta, de modo que maldijo. Cuando llegó a la intersección en forma de "T" del pasillo en el que se encontraba y el acceso al jardín, miró en derredor. Jan no se encontraba allí.
La primera idea que tuvo era que Jan había visto al tirador, fuera quien fuese. Como había dejado atrás el farol - no quería ser visto - se asomó al jardín, donde la luz del faro teñía todo de un tono azulado. Había un objeto tirado en la hierba, al otro lado, asumió, del hilo. Jan no estaba en el jardín, ni podía verle en los pasillos adyacentes. Se dio la vuelta para volver a entrar en el pasillo.
Un manotazo fuerte le metió algo desagradable en la nariz, a la vez que un brazo delgado pero persistente le inmovilizaba el cuello. Se revolvió, pero su atacante estaba a la espalda, y la presión en el cuello no le permitía gritar pidiendo ayuda. Se volvió bruscamente, pero la persona que le atacaba se le había encaramado a la espalda, y se había sujeto a él cruzándole las piernas alrededor de la cintura. Por instinto - era un guardia veterano - se volvió de espaldas a la pared y se dejó caer con fuerza sobre ella. No tenía muchas fuerzas, porque fuera lo que fuera lo que el intruso - la intrusa, a juzgar por el gemido de dolor - le había metido en la nariz, le estaba afectando rápidamente. Cayó al suelo con estrépito al tratar de volverse, y vió a Jan tendido en el espacio entre el acirate y el seto. Trató de gritar, pero la voz no le salía.
La intrusa, una muchacha pelirroja con una máscara de metal, se levantó del suelo pesadamente y se tambaleó hasta donde se encontraba. Jadeaba pesadamente, lo que le llevaba a pensar que al menos le había hecho daño golpeándola contra la pared. Se acuclilló junto a él, y cuando trató de alcanzarla, se dió cuenta de que apenas podía moverse.
- ¿Dónde está la caja fuerte? - preguntó en voz muy baja. - O lo que sea que tengáis.
- Nnnghhh - gimió. - No... te...
Se produjo un leve sonido metálico cuando el almófar que llevaba chocó contra las losas del caminito que atravesaba el jardín, al quedar sin fuerzas y dejar caer la cabeza. La pelirroja maldijo. El hollín de Vermina era un producto potente que tardaba unos segundos en llegar al cerebro cuando se inhalaba. A veces demasiado potente. Demasiado rápido.
O no, pensó mientras se levantaba. Le dolía el pecho, pero no tenía nada roto. Si el guardia hubiera estado perfectamente consciente, el golpetazo podría haber sido serio. Se conformó con sentarse en el suelo unos segundos, respirar fuerte y esperar a que se le pasase el dolor antes de arrastrar a los guardias a la parte sombría del jardín. El efecto del hollín duraría varias horas.
Recogió su ballesta de debajo del olivo e hizo girar el carrete hasta que la saeta estuvo en sus manos (Buscar la saeta era un incordio, y una ley no escrita de los ladrones que asaltan la torre de un mago es "no dejes atrás nada que hayas tocado con las manos"). Desmontó el carrete, separó la madera del hilo, se guardó ambas cosas en la bolsa y se pasó los dedos por el labio. Afortunadamente, constató, lo que se le había escapado con el golpe era saliva, no sangre.
Se adentró de nuevo en el interior de la casa.
Aparte de la conversación entre los guardias, que no había sido a un volumen muy alto, el jardín había estado en silencio. Seguía estándolo, si bien ahora la tensión lo invadía como una toxina. Uno de los guardias estuvo a punto de dar un paso, pero el otro extendió la mano para detenerle.
- Espera - dijo el guardia veterano. - Quédate aquí. Y ten los ojos abiertos.
Descolgó un farol del muro, y avanzó lentamente por el pasillo que tenía delante, hasta llegar al lugar donde se había producido el estrépito. Al examinarlo, parecía como si una flecha se hubiese estrellado contra la piedra, pero en lugar de clavarse, se hubiera hecho añicos. Había pedazos pequeñitos de plomo diseminados en torno a una saeta de madera.
¿Quién hacía una flecha de plomo? Había que ser imbécil, pero no tanto como quien la disparaba en las proximidades de un guardia. Además, una flecha como esta no hubiera matado a nadie. Recogió la saeta, y al examinarla, se dio cuenta de que había un hilo en el extremo. Era extraño. Al tirar de él, encontró algo de resistencia, pero cedió enseguida. Un sonido metálico provino del jardín.
- Jan - llamó en voz baja. - Jan, ¿Me oyes?
Dejó la saeta en el suelo, junto con el farol, y agarró la espada con fuerza. Dio varios pasos por el pasillo, intentando no hacer ruido. Al llegar a la mitad, repitió el nombre de su compañero. De nuevo no obtuvo respuesta, de modo que maldijo. Cuando llegó a la intersección en forma de "T" del pasillo en el que se encontraba y el acceso al jardín, miró en derredor. Jan no se encontraba allí.
La primera idea que tuvo era que Jan había visto al tirador, fuera quien fuese. Como había dejado atrás el farol - no quería ser visto - se asomó al jardín, donde la luz del faro teñía todo de un tono azulado. Había un objeto tirado en la hierba, al otro lado, asumió, del hilo. Jan no estaba en el jardín, ni podía verle en los pasillos adyacentes. Se dio la vuelta para volver a entrar en el pasillo.
Un manotazo fuerte le metió algo desagradable en la nariz, a la vez que un brazo delgado pero persistente le inmovilizaba el cuello. Se revolvió, pero su atacante estaba a la espalda, y la presión en el cuello no le permitía gritar pidiendo ayuda. Se volvió bruscamente, pero la persona que le atacaba se le había encaramado a la espalda, y se había sujeto a él cruzándole las piernas alrededor de la cintura. Por instinto - era un guardia veterano - se volvió de espaldas a la pared y se dejó caer con fuerza sobre ella. No tenía muchas fuerzas, porque fuera lo que fuera lo que el intruso - la intrusa, a juzgar por el gemido de dolor - le había metido en la nariz, le estaba afectando rápidamente. Cayó al suelo con estrépito al tratar de volverse, y vió a Jan tendido en el espacio entre el acirate y el seto. Trató de gritar, pero la voz no le salía.
La intrusa, una muchacha pelirroja con una máscara de metal, se levantó del suelo pesadamente y se tambaleó hasta donde se encontraba. Jadeaba pesadamente, lo que le llevaba a pensar que al menos le había hecho daño golpeándola contra la pared. Se acuclilló junto a él, y cuando trató de alcanzarla, se dió cuenta de que apenas podía moverse.
- ¿Dónde está la caja fuerte? - preguntó en voz muy baja. - O lo que sea que tengáis.
- Nnnghhh - gimió. - No... te...
Se produjo un leve sonido metálico cuando el almófar que llevaba chocó contra las losas del caminito que atravesaba el jardín, al quedar sin fuerzas y dejar caer la cabeza. La pelirroja maldijo. El hollín de Vermina era un producto potente que tardaba unos segundos en llegar al cerebro cuando se inhalaba. A veces demasiado potente. Demasiado rápido.
O no, pensó mientras se levantaba. Le dolía el pecho, pero no tenía nada roto. Si el guardia hubiera estado perfectamente consciente, el golpetazo podría haber sido serio. Se conformó con sentarse en el suelo unos segundos, respirar fuerte y esperar a que se le pasase el dolor antes de arrastrar a los guardias a la parte sombría del jardín. El efecto del hollín duraría varias horas.
Recogió su ballesta de debajo del olivo e hizo girar el carrete hasta que la saeta estuvo en sus manos (Buscar la saeta era un incordio, y una ley no escrita de los ladrones que asaltan la torre de un mago es "no dejes atrás nada que hayas tocado con las manos"). Desmontó el carrete, separó la madera del hilo, se guardó ambas cosas en la bolsa y se pasó los dedos por el labio. Afortunadamente, constató, lo que se le había escapado con el golpe era saliva, no sangre.
Se adentró de nuevo en el interior de la casa.
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
No era la primera vez – y desafortunadamente no sería la última – que Dulfary pensaba en la frase “sombras dentro de la oscuridad. Con eso, muchas veces se refería al movimiento dentro de la oscuridad a pesar de no poder ver nada, a la existencia de algo más dentro de esta.
En esta oportunidad, el asunto era un poco más peliagudo. Sombras dentro de las sombras. Lo primero que sintió en cuanto rodó y quedó dentro de esta, es que no se trataba de una sombra normal, tenía algo que la hacía ligeramente artificial. Era tan real como cualquier sombra, tan intangible con la suya propia y aun así, no parecía ser verdadera. Los vellos erizados en su nuca no le indicaron con la suficiente claridad el hecho que esta fuera mágica; solo lo asoció a estar esperando que la sombra la agrediera, la arrastrara al plano de las sombras y su propia Sombra le diera de pataditas.
Sin embargo, nada de eso ocurrió.
Fue peor.
O mejor, según se vea.
La sombra hecha con magia albergaba una segunda sombra que no era la de Dulfary. Era más bien como un fantasma… de hecho su cercanía dejaba cierta estela de frío, una muda advertencia sobre su toque, demasiado breve para lograr evitarlo, pero ligeramente obvia en alguien acostumbrado a las agresiones de parte de las sombras y su toque de terciopelo. La sombra dentro de la sombra no tenía ese toque aterciopelado, era más rugoso, casi intangible, más que una sombra parecía un fantasma habitando dentro de la sombra, al acecho, aguardando su presa y la presa, había rodado hacia sí.
Dulfary, acostumbrada como estaba a tratar sombras siendo aprendiz de kazekage, no lograba distinguir a la criatura del resto de la sombra mágica. Su miedo normal a las sombras unido a este hecho, hizo que trata de escapar cuando antes, pero ya era tarde, el mundo se cerró en torno a ella en forma de esfera… una burbuja que no era de oscuridad, sino de sombra en sí misma. Trató de apartarla de un manotazo, pero la sintió mucho más sólida de lo que esperaba, de hecho, su mano rebotó contra la burbuja, como si de una pompa de jabón se tratara.
Y la burbuja, le devolvió la caricia, pero en su lugar, mostró una garra afilada (cómo no? También de sombra) que se dirigía hacia ella. Dulfary retrocedió en el estrecho espacio y se topó con otra garra que trataba de sujetarla. Sin pensarlo siquiera, el kuani en su mano, a pesar de la oscuridad, emitió un leve brillo azulado allí donde se encontraban los símbolos de consagración y lo interpuso entre la garra y ella, sin llegar a herir a la criatura.
Era algo que se incluía en los antiguos pactos de los kazekage, esa alianza que se tenía con las Sombras como entes vivos y conscientes, implicaba no agredirlas. Hacerlo era casi un delito, con sus agravantes o atenuantes, y por supuesto, agredir la sombra de otro kazekage, implicaba el más severo de los castigos.
El problema era que Dulfary se encontraba en una situación que se podía llamar de las atenuantes y cuando la garra que estaba a su espalda se cerró en su brazo y empezó a formarse un pico de sombra dentro de sombra se quedó paralizada por un instante, sus ojos rojos como demonio fijos en la criatura que se iba formando teniendo como base la esfera. Pasó saliva observando los ángulos que formaban la cabeza, sin llegar a meditar como era posible que pudiera distinguir la sombra de la sombra dentro de la sombra de la burbuja, parecía casi un triangulo, pensó en los monstruos de las selvas de medio este del continente del sur sobre los que había leído alguna vez cuando escuchaba a otro grupo e su Clan conversar sobre lo peligrosos que eran, pero esos eran reptiles, verdes, de cuero grueso, con alas y volaban; esto que tenía en frente y semejaba un pico dentado y dispuesto a morder y desgarrar como animal de carroña no tenía nada que ver con eso.
El símbolo de consagración la cegó un poco cuando el metal chocó contra las córneas aun cerradas de ese pico, produciendo un sonido hueco y estremecedor.
Fdi: y la palabra del día es!!!!! : sombra
Fdi2: googlazo para buscar qué es un almófar. Palabra nueva, gracias
En esta oportunidad, el asunto era un poco más peliagudo. Sombras dentro de las sombras. Lo primero que sintió en cuanto rodó y quedó dentro de esta, es que no se trataba de una sombra normal, tenía algo que la hacía ligeramente artificial. Era tan real como cualquier sombra, tan intangible con la suya propia y aun así, no parecía ser verdadera. Los vellos erizados en su nuca no le indicaron con la suficiente claridad el hecho que esta fuera mágica; solo lo asoció a estar esperando que la sombra la agrediera, la arrastrara al plano de las sombras y su propia Sombra le diera de pataditas.
Sin embargo, nada de eso ocurrió.
Fue peor.
O mejor, según se vea.
La sombra hecha con magia albergaba una segunda sombra que no era la de Dulfary. Era más bien como un fantasma… de hecho su cercanía dejaba cierta estela de frío, una muda advertencia sobre su toque, demasiado breve para lograr evitarlo, pero ligeramente obvia en alguien acostumbrado a las agresiones de parte de las sombras y su toque de terciopelo. La sombra dentro de la sombra no tenía ese toque aterciopelado, era más rugoso, casi intangible, más que una sombra parecía un fantasma habitando dentro de la sombra, al acecho, aguardando su presa y la presa, había rodado hacia sí.
Dulfary, acostumbrada como estaba a tratar sombras siendo aprendiz de kazekage, no lograba distinguir a la criatura del resto de la sombra mágica. Su miedo normal a las sombras unido a este hecho, hizo que trata de escapar cuando antes, pero ya era tarde, el mundo se cerró en torno a ella en forma de esfera… una burbuja que no era de oscuridad, sino de sombra en sí misma. Trató de apartarla de un manotazo, pero la sintió mucho más sólida de lo que esperaba, de hecho, su mano rebotó contra la burbuja, como si de una pompa de jabón se tratara.
Y la burbuja, le devolvió la caricia, pero en su lugar, mostró una garra afilada (cómo no? También de sombra) que se dirigía hacia ella. Dulfary retrocedió en el estrecho espacio y se topó con otra garra que trataba de sujetarla. Sin pensarlo siquiera, el kuani en su mano, a pesar de la oscuridad, emitió un leve brillo azulado allí donde se encontraban los símbolos de consagración y lo interpuso entre la garra y ella, sin llegar a herir a la criatura.
Era algo que se incluía en los antiguos pactos de los kazekage, esa alianza que se tenía con las Sombras como entes vivos y conscientes, implicaba no agredirlas. Hacerlo era casi un delito, con sus agravantes o atenuantes, y por supuesto, agredir la sombra de otro kazekage, implicaba el más severo de los castigos.
El problema era que Dulfary se encontraba en una situación que se podía llamar de las atenuantes y cuando la garra que estaba a su espalda se cerró en su brazo y empezó a formarse un pico de sombra dentro de sombra se quedó paralizada por un instante, sus ojos rojos como demonio fijos en la criatura que se iba formando teniendo como base la esfera. Pasó saliva observando los ángulos que formaban la cabeza, sin llegar a meditar como era posible que pudiera distinguir la sombra de la sombra dentro de la sombra de la burbuja, parecía casi un triangulo, pensó en los monstruos de las selvas de medio este del continente del sur sobre los que había leído alguna vez cuando escuchaba a otro grupo e su Clan conversar sobre lo peligrosos que eran, pero esos eran reptiles, verdes, de cuero grueso, con alas y volaban; esto que tenía en frente y semejaba un pico dentado y dispuesto a morder y desgarrar como animal de carroña no tenía nada que ver con eso.
El símbolo de consagración la cegó un poco cuando el metal chocó contra las córneas aun cerradas de ese pico, produciendo un sonido hueco y estremecedor.
Fdi: y la palabra del día es!!!!! : sombra
Fdi2: googlazo para buscar qué es un almófar. Palabra nueva, gracias
Dulfary- Cantidad de envíos : 1481
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
El problema que tenía ahora era que no sabía cómo seguir adelante. O más bien, hacia donde era "adelante".
De la conversación entre los guardias había sacado una serie de cosas en claro. La primera, y la más importante de todas, era que jamás iba a comer una cabra si podía evitarlo. Ah, y minucias como que aquella gente estaba "esperando visita". Tendría que ir con pies de plomo.
Había deducido que la primera planta, en la que se encontraba, no era la más adecuada para encontrar lo que buscaba. Sus opciones, por tanto, eran ir hacia arriba o hacia abajo: "Hacia arriba" queriendo decir al encuentro de los guardianes esfera y aquellas sombras (Se preguntó cómo serían), y "hacia abajo" implicando, uno, que aquella jodida casa tenía hasta unas catacumbas, y dos, la posibilidad de una criatura gargantuesca y terrible con restos de cabra entre sus dientes.
La segunda opción parecía menos sensata. Al menos hasta que tuviese la ocasión de encontrar a esta Lady Anna, de la que esperaba por todos los dioses que no fuese otra maldita maga. Supuso, quizás erróneamente, que si se apropiaba de un vestido, un pañuelo o algo similar, podría engañar al monstruo. En cualquier caso, esto significaba que le tocaba ir hacia arriba.
Pero, ¿Por dónde? Las escaleras no se encontraban a simple vista. Y aunque sus ojos se perdieron más de una vez en el jardín, donde se encontraba el acceso a aquella terrorífica torre que despedía luz errática y siniestra, no quiso acercarse a ella. Le daba un escalofrío pensar en ello. No, si podía evitarlo, no tocaría la torre. Debía haber otra forma de ascender.
Tras deambular unos instantes por la primera planta, Firavandrei se acercó a una de las puertas cercanas al acceso principal del edificio, asumiendo que las escaleras no podían estar muy lejos de allí, y tras un rápido vistazo en busca de trampas la abrió sin problemas.
Y por suerte o por desgracia, se encontró de pronto en una cocina.
De la conversación entre los guardias había sacado una serie de cosas en claro. La primera, y la más importante de todas, era que jamás iba a comer una cabra si podía evitarlo. Ah, y minucias como que aquella gente estaba "esperando visita". Tendría que ir con pies de plomo.
Había deducido que la primera planta, en la que se encontraba, no era la más adecuada para encontrar lo que buscaba. Sus opciones, por tanto, eran ir hacia arriba o hacia abajo: "Hacia arriba" queriendo decir al encuentro de los guardianes esfera y aquellas sombras (Se preguntó cómo serían), y "hacia abajo" implicando, uno, que aquella jodida casa tenía hasta unas catacumbas, y dos, la posibilidad de una criatura gargantuesca y terrible con restos de cabra entre sus dientes.
La segunda opción parecía menos sensata. Al menos hasta que tuviese la ocasión de encontrar a esta Lady Anna, de la que esperaba por todos los dioses que no fuese otra maldita maga. Supuso, quizás erróneamente, que si se apropiaba de un vestido, un pañuelo o algo similar, podría engañar al monstruo. En cualquier caso, esto significaba que le tocaba ir hacia arriba.
Pero, ¿Por dónde? Las escaleras no se encontraban a simple vista. Y aunque sus ojos se perdieron más de una vez en el jardín, donde se encontraba el acceso a aquella terrorífica torre que despedía luz errática y siniestra, no quiso acercarse a ella. Le daba un escalofrío pensar en ello. No, si podía evitarlo, no tocaría la torre. Debía haber otra forma de ascender.
Tras deambular unos instantes por la primera planta, Firavandrei se acercó a una de las puertas cercanas al acceso principal del edificio, asumiendo que las escaleras no podían estar muy lejos de allí, y tras un rápido vistazo en busca de trampas la abrió sin problemas.
Y por suerte o por desgracia, se encontró de pronto en una cocina.
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
~ Van a cazarme… me van a cazar, me van cazar, vana enviar a mi hermano Nassem tras mi cabeza y se la va a entregar a mi padre y este se sentirá tranquilo saliendo de la desgracia de la familia y Sheik… se pondrá triste… me van a cazar ~ con el corazón en la garganta, respirando agitadamente el aire fresco silvestre del bosque de libros, sintió que los ojos le escocían, que iba a llorar, pero el particular sonido que dejaba en el viento el guardián de culo grande, la sacó de su ensoñación y corrió.
Estaba convencida que la cazarían, que su Clan lo haría por lo que acababa de hacer… Por escapar como lo hizo de la criatura de sombra dentro de la sombra.
Hacía unos instantes la tenía sujeta con una de las garras, el pico iba a morderla y en vita que su otra mano se lo impedía, la otra garra trató de sujetarla, así hizo girar el kunai, otra seria de símbolos brillaron e hizo retroceder esa garra. Pataleó y como era de esperarse no le dio a nada. Como aprendiz de kazekage sabía que podía golpear a la sombra, por mas etérea que fuera, pero ese fantasma era bastante ágil, muy rápido y a pesar del escaso espacio la esquivó y además (encima!!!) e mandó el pico a tratar de tomar su mano.
Desesperada, asustada por el hecho que su propia sombra se uniera a la agresión, empezó a patalear y entonces, el kunai cortó con suavidad y precisión uno los “dedos” de esa garra siniestra.
El chillido de la criatura le zumbó en los oídos. El alarido era muy parecido al de su propia Sombra: inaudible para los oídos que no eran sensible a tal ente. Le quedaba la duda si el guardián metálico era mágica sensible a tal cosa.
Habiéndolo herido, el siguiente ataque de la criatura, a la que cariñosamente bautizó Pepe, fue mucho más brutal y solo el que la niña se estuviera retorciendo por salir evitó que derramara sangre. Tomó impulso sin saber de dónde y el siguiente corte del kunai fue contra la burbuja y esta se abrió en una línea abultada al centro y cerrada en los bordes pero a diferencia de lo que ocurría con otros filos, esta ranura no se empezó a cerrar de inmediato sino que llenó la burbuja de luz y en ese momento la garra la soltó sin duda por la luz que entraba – jamás se enteraría que su Sombra fue quien logró esa milagrosa liberación – la zarpa volvió a tratar de sujetarla y esta vez perdió algo más que un dedo, el chillido se repitió mientras Dulfary hacía más cortes a la burbuja y se le lanzaba fuera de esta y se alejaba de la sombra, en donde ya no se oía nada y la gran ranura hecha a base de muchos cortes se perdía entre la sombra mágica.
~ Me van a cazar… y a mi me acaba de parir una sombra horrible… ~ sollozó en su interior, mientras corría hacia las estanterías para ocultarse el tiempo suficiente antes de volver a explorar, pero con ese último pensamiento, su Sombra le hizo zancadilla y cayó pesadamente al suelo, de nuevo.
Estaba convencida que la cazarían, que su Clan lo haría por lo que acababa de hacer… Por escapar como lo hizo de la criatura de sombra dentro de la sombra.
Hacía unos instantes la tenía sujeta con una de las garras, el pico iba a morderla y en vita que su otra mano se lo impedía, la otra garra trató de sujetarla, así hizo girar el kunai, otra seria de símbolos brillaron e hizo retroceder esa garra. Pataleó y como era de esperarse no le dio a nada. Como aprendiz de kazekage sabía que podía golpear a la sombra, por mas etérea que fuera, pero ese fantasma era bastante ágil, muy rápido y a pesar del escaso espacio la esquivó y además (encima!!!) e mandó el pico a tratar de tomar su mano.
Desesperada, asustada por el hecho que su propia sombra se uniera a la agresión, empezó a patalear y entonces, el kunai cortó con suavidad y precisión uno los “dedos” de esa garra siniestra.
El chillido de la criatura le zumbó en los oídos. El alarido era muy parecido al de su propia Sombra: inaudible para los oídos que no eran sensible a tal ente. Le quedaba la duda si el guardián metálico era mágica sensible a tal cosa.
Habiéndolo herido, el siguiente ataque de la criatura, a la que cariñosamente bautizó Pepe, fue mucho más brutal y solo el que la niña se estuviera retorciendo por salir evitó que derramara sangre. Tomó impulso sin saber de dónde y el siguiente corte del kunai fue contra la burbuja y esta se abrió en una línea abultada al centro y cerrada en los bordes pero a diferencia de lo que ocurría con otros filos, esta ranura no se empezó a cerrar de inmediato sino que llenó la burbuja de luz y en ese momento la garra la soltó sin duda por la luz que entraba – jamás se enteraría que su Sombra fue quien logró esa milagrosa liberación – la zarpa volvió a tratar de sujetarla y esta vez perdió algo más que un dedo, el chillido se repitió mientras Dulfary hacía más cortes a la burbuja y se le lanzaba fuera de esta y se alejaba de la sombra, en donde ya no se oía nada y la gran ranura hecha a base de muchos cortes se perdía entre la sombra mágica.
~ Me van a cazar… y a mi me acaba de parir una sombra horrible… ~ sollozó en su interior, mientras corría hacia las estanterías para ocultarse el tiempo suficiente antes de volver a explorar, pero con ese último pensamiento, su Sombra le hizo zancadilla y cayó pesadamente al suelo, de nuevo.
Dulfary- Cantidad de envíos : 1481
Re: Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
Después de echarle un vistazo a lo que tenía a su alrededor, se corrigió a sí misma: Estaba en LA cocina.
Era una estancia grande, con espacio para ocho o diez personas, varios fogones, una cantidad envidiable de cacerolas y menaje general y un aroma embriagador a ajo, tomillo, clavo y otras especias. Una cocina de ricos, pensó. Limpia, ordenada y preparada para servir comida a cualquier hora del día o de la no-
Sus ojos se clavaron en la cocinera.
No había hecho el menor ruido. Estaba todavía junto a la puerta, oculta en las sombras de la esquina, y la mujer parecía no haberla visto. Era exactamente como el imaginario popular describe a una cocinera; una mujer alta, gruesa y hermosa a su manera, aunque basta y estropeada por el trabajo duro. Le daba la espalda, sentada en una silla de madera y mimbre, con las manos bien cerca del fuego que ardía en una chimenea adaptada para hacer las veces de fogón. Con una cocinera de guardia para los invitados antojadizos, terminó el pensamiento de antes.
Firavandrei contempló sus opciones.
No podía esperar ahí. No tenía ninguna garantía de que la mujer fuese a moverse en algún momento de la noche. Si estaba allí a esas horas, seguramente estaba contratada para hacer el turno nocturno, y se movería cuando tocase dar un tentempié a los guardias - problemas - o en el caso de que los invitados - si los había - solicitasen algo de comer en mitad de la noche. Problemas igualmente.
La medio elfa era extraordinariamente silenciosa cuando se lo proponía. Se deslizó como una serpiente de un lado a otro de la estancia, sin despertar atención alguna. Estas cocinas de ricos solían tener un dumbwaiter, que venía a ser como un montacargas operado por manivelas. Si encontraba el hueco podía emplearlo para subir a la segunda--no, espera, se interrumpió a sí misma. Arriba habrá criadas.
Estaba al lado de la cocinera.
Sería tan fácil dormirla. Claro que aquello si que sería un riesgo. Con suerte, nadie echaría a los guardias en falta durante un rato, pero la cocinera era un asunto distinto. Bueno, no, no lo era; también dependía de la suerte. Pero esta era más difícil de preveer. Si tan solo supiera si el mago tenía invitados-
Squeak
-una puta rata
La cocinera se giró perezosamente en dirección al sonido.
No esperaba encontrar la cintura de una mujer vestida de negro a dos pasos escasos de su rostro. Levantó la vista muy despacio, con una compostura envidiable, hasta que sus grandes ojos castaños se posaron en los ojos color amatista de la medio elfa. Ambas pestañearon un instante.
La mestiza disparó la mano hacia adelante casi al mismo tiempo que la cocinera gritaba.
Era una estancia grande, con espacio para ocho o diez personas, varios fogones, una cantidad envidiable de cacerolas y menaje general y un aroma embriagador a ajo, tomillo, clavo y otras especias. Una cocina de ricos, pensó. Limpia, ordenada y preparada para servir comida a cualquier hora del día o de la no-
Sus ojos se clavaron en la cocinera.
No había hecho el menor ruido. Estaba todavía junto a la puerta, oculta en las sombras de la esquina, y la mujer parecía no haberla visto. Era exactamente como el imaginario popular describe a una cocinera; una mujer alta, gruesa y hermosa a su manera, aunque basta y estropeada por el trabajo duro. Le daba la espalda, sentada en una silla de madera y mimbre, con las manos bien cerca del fuego que ardía en una chimenea adaptada para hacer las veces de fogón. Con una cocinera de guardia para los invitados antojadizos, terminó el pensamiento de antes.
Firavandrei contempló sus opciones.
No podía esperar ahí. No tenía ninguna garantía de que la mujer fuese a moverse en algún momento de la noche. Si estaba allí a esas horas, seguramente estaba contratada para hacer el turno nocturno, y se movería cuando tocase dar un tentempié a los guardias - problemas - o en el caso de que los invitados - si los había - solicitasen algo de comer en mitad de la noche. Problemas igualmente.
La medio elfa era extraordinariamente silenciosa cuando se lo proponía. Se deslizó como una serpiente de un lado a otro de la estancia, sin despertar atención alguna. Estas cocinas de ricos solían tener un dumbwaiter, que venía a ser como un montacargas operado por manivelas. Si encontraba el hueco podía emplearlo para subir a la segunda--no, espera, se interrumpió a sí misma. Arriba habrá criadas.
Estaba al lado de la cocinera.
Sería tan fácil dormirla. Claro que aquello si que sería un riesgo. Con suerte, nadie echaría a los guardias en falta durante un rato, pero la cocinera era un asunto distinto. Bueno, no, no lo era; también dependía de la suerte. Pero esta era más difícil de preveer. Si tan solo supiera si el mago tenía invitados-
Squeak
-una puta rata
La cocinera se giró perezosamente en dirección al sonido.
No esperaba encontrar la cintura de una mujer vestida de negro a dos pasos escasos de su rostro. Levantó la vista muy despacio, con una compostura envidiable, hasta que sus grandes ojos castaños se posaron en los ojos color amatista de la medio elfa. Ambas pestañearon un instante.
La mestiza disparó la mano hacia adelante casi al mismo tiempo que la cocinera gritaba.
Firavandrei- Cantidad de envíos : 65
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