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Mensaje por Rose Riadh 23/10/09, 08:21 pm

Está nevando.

Es curioso, ¿Verdad...? Ver cómo el frío condensa poco a poco la lluvia hasta convertir las frías gotas grises en pequeñas flores de nieve que, llevadas a medias por el viento y la gravedad, se apilan despacio pero sin detenerse sobre las briznas de hierba esmeralda, hasta que la vuelven blanca.

Podrías mirarlo durante una eternidad… seguramente nunca te cansarías de hacerlo, aun y a pesar de que cuando nieva... es porque hace frío de verdad.

Así que, aunque tal vez no quieras hacerlo, al final tendrás que moverte y seguir avanzando, aunque sea para no quedarte congelado mientras te fascinas con la visión de los diminutos copos. Pero pronto surge una pregunta, sencilla, pero difícil de responder... ¿Hacia dónde avanzar? ¿Hacia donde ir...?

Es difícil determinar cuál es la dirección que lleva el camino de cada uno.

No lo parece, pero es una pregunta demasiado compleja como para que puedas darle una respuesta simple. No todo el mundo sabe responderla, incluso después de meditar mucho sobre ella… algo que, para empezar, no todo el mundo se atreve a hacer. A veces, encontrarás a alguien que te dirá que no existe un camino marcado, que la providencia se burla de las rutas prefijadas y de las metas que uno trata de marcarse en la vida, en el camino. A veces te dirán todo lo contrario, y encontrarás a personas que tienen muy claro su camino...

Pero a veces pueden sorprenderte las respuestas.

Si en aquel momento, en aquel lugar, alguien se lo hubiese preguntado a la joven muchacha de cabellos de color rojo vivo salpicados de pequeños copos blancos, que se arrebujaba en un viejo manto de viaje de color pardo oscuro mientras se peleaba con el frío, tan intenso que incluso a ella, acostumbrada a las desavenencias del clima como atestiguaban sus manos de soldado y su piel algo tostada por el sol de la intemperie, habría dado la única respuesta que seguramente no esperas oír cuando formulas ésa pregunta: “No lo sé”.

Y no habría sido una respuesta impetuosa, ni te habría mentido.

Sentada en un viejo banco de piedra, en una de las muchas calles sin nombre cerca del mercado de la ciudad, la chica lo observaba todo. La gente que llegaba, que se iba, que la miraba extrañada mientras la nieve la cubría lentamente - sólo a ratos se levantaba para darse un paseo y quitarse de encima el frío y la nieve – o que simplemente la ignoraba. Vidas que desfilan a su propio ritmo; vidas que prevalecen, que siguen su camino sin importar si no tienen claro o no entienden adónde les conduce.

Vida, con todo lo hermoso de lo que representa la palabra.

En ningún momento pudo mirar en una dirección y no ver a nadie, de tan bullicioso era el mercado. Y sin embargo, paradójica e irónicamente, por muy rodeada que estuviese de gente, de ruido y de nieve, en ningún momento dejó de estar sola.

Agachó la cabeza, mientras una riada de vaho escapaba de entre sus labios cuando se le escapaba un suspiro. Creyó que, si se dejaba rodear de vida… se sentiría un poco más partícipe de ella. Pero la vida circulaba a su alrededor, sin tocarla, sin hacerle caso, estruendosa y tan vital como sólo ella misma sabe ser…

... y pronto comienza a caer la noche.

Apartando del mundo los ojos, suspira de nuevo, enfrentándolos con el cielo del invierno, un poco más calmado; que lentamente se va tiñendo de rojo a medida que el Sol se hunde allá lejos, en el horizonte, y la noche le da suaves pinceladas de negro al lienzo azul y gris de la tarde, en el que ya reluce, preparado de antemano, el pálido disco blanco de la luna, que se asoma tímidamente entre las nubes que colorean el cielo, teñidas del rojo sangre del atardecer.

Apenas se da cuenta, pero a medida que el ciclo inexorable de los cielos se sucede, hermoso y terrible, el mundo que tiene a su alrededor va perdiendo su... vida. El bullicio se extingue, los ruidos de la ciudad se ahogan... rápido, tal vez demasiado rápido. Ella no puede saber a qué se debe, por supuesto, pero no deja de percibirlo, cuando finalmente se apercibe, como algo... extraño.

Al principio lo achaca al miedo, y no sabe hasta qué punto acierta; pero ella piensa en el miedo de la noche y sus terrores... Pero a ella la noche no le da miedo. Solo… le trae melancolía. Por un momento se siente al borde de sus recuerdos; como si no fuese necesario que les diera forma de nuevo para sentirse partícipe de la tristeza que sabe, de algún modo, sin entenderlo pero con una certeza casi absoluta, que encierran. Una tristeza que le llena lentamente, como los copos dispersos de nieve que no acaban aún de decidirse a dejar de caer...

Y por extraño que resulte, contempla el cielo coloreado sin perder detalle, y el silencioso y lento anochecer... la conmueve.

Se pierde en recuerdos que no conoce, y se le escapa una lágrima, fugaz, que no llega a tocarle la mejilla antes de desvanecerse en el dorso de su mano enguantada. Y tarda; tarda un largo rato en volver a posar los pies sobre el mundo que la rodea, el mundo que ahora está oscuro, y tan silencioso como las nubes que ahora la luna pinta de plata.

Se ha hecho de noche.

Y la chica comienza a caminar, lentamente y sin rumbo, ignorante de los peligros – no tan legendarios - que encierra la oscuridad. Pero se siente a salvo, tal vez porque no comprende el peligro. Lo que lleva encima es todo lo que tiene; sin dinero, no puede permitirse una posada, pero tampoco tiene nada que bandidos y maleantes puedan querer de ella.

De modo que camina, lentamente, y se pierde entre las calles, la noche, y la capa de nieve pura y blanca que arropa la ciudad.
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Mensaje por Dulfary 23/10/09, 09:33 pm

Recostada contra la pared miraba a la gente huir de la llegada de la noche. Los ojos rojos brincaban de una persona a otra, sin detenerse en nadie en particular. Tal vez solo en los niños. Le gustaban los niños, quizá por la sencilla razón que ella también lo era y hacía mucho que había tenido que dejar de jugar. Pero no los miraba con nostalgia.

Los más pequeños correteaban, los mayoricitos, los que podían tener su edad, algunos trabajaban en labores sencillas otros en cosas más arduas pero parecían si no felices si concentrados en su labor.

De nuevo la vista a los adultos.

El mundo de los adultos era tan extraño.

Alguna vez había dicho que sería divertido experimentar lo que era ser un adulto. Ese día se le antojó tan lejano, como el recuerdo de un sueño.

Sacudió la cabeza con ese aire infantil tan propio de ella cuando quería detener un pensamiento y, además de desordenar su pelo, los copos de nuevo que se había acumulado sobre la rubia salieron a volar arrancándole risas a una niña pequeña que era literalmente arrastrada por su madre, a saber a dónde.

Sin poderlo evitar le sonrió de vuelta.

Cuando la vista dejó tranquilas a las personas, regresó hasta sus propios pies, pasando por las huellas fangosas en la nieve, un mar de pisadas que harían imposible hacer un rastreo de una en particular. Era hora de moverse, fin del entrenamiento para sus ojos. Fin de jugar al “qué detectan tus ojos rojos”. Fin de una tarde sin resultados muy satisfactorios.

La gente se iba, el frío se hacía más notorio con la partida del sol y debía admitir que estaba entumida por permanecer por tanto tiempo en un solo sitio. Los primeros pasos fueron tambaleantes pero sirvieron por quitarse el exceso de nieve, con la mano se sacudió el cabello y se subió la capota de esa capa que le quedaba corta, chica. Jamás la cambió para su nueva figura.

Todo cada vez más oscuro. Los farolitos de la calle aun sin encender. Para qué? Después de todo no debía haber nadie en las calles para cuando fuera necesaria su luz. Y las personas, borregos asustadizos, se metían en sus casas dándole la razón. Todos a resguardarse, de la guardia y de la nieve, todos menos ella, todos a perderse en una puerta de madera, en la relativa seguridad de sus casas, todos menos ella.
Pronto, la figura solitaria en las calles, el punto azul en medio de la blanca nieve, sería notada. Y eso traería problemas. Era momento de volver a ser una sombra en la noche y de ser posible, divertirse.

De hecho, al ladear un poco la cabeza notó los ojos que ya estaban puestos sobre ella. Siguió caminando hasta llegar a la esquina, giró en esta y empezó a correr hasta llegar al final del callejón. Ahí giro de nuevo. Otra calle en completa soledad, oscura como la noche misma. Sin dejar de correr se giró sobre sí misma. La ráfaga de viento arremolinó los copos de nieve hasta borrar sus huellas y volvió a correr, zigzagueando entre las calles y callejones.

Se estaba divirtiendo. Estaba jugando de la única forma en que podía hacerlo en ese momento de su vida. Correteaba y daba brinquitos bajo la nieve, esquivando guardias, teniendo la ciudad para ella sola. Su propio patio de recreo.

Patio de recreo que estaba compartiendo con alguien más.

Se detuvo en seco antes de salir de esa parte de la calle. Por un momento pensó que era un guardia. Pero esa persona parecía ausente. O era una trampa, o era…

No se iba a arriesgar, así que se quedó al borde de la paredilla, entre las sombras mirándola, esperando a ver que hacía.
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Mensaje por Rose Riadh 23/10/09, 09:43 pm

Tenía razón; más de la que ella misma se imaginaba.

Era fácil pensar que podía tratarse de un guardia… y es que, después de todo, tenía aires de soldado. Incluso si la propia figura que se deslizaba lentamente entre las sombras no lo sabía, sus andares eran los de un militar, desprovistos hasta cierto punto de feminidad gracias, además, a que cojeaba casi imperceptiblemente de la pierna izquierda al andar. Eso no impedía que sus pasos, aunque lentos, tuvieran la cadencia adecuada.

Pero entonces, el sonido no acababa de cuadrar. Sólo se escuchaba el resonar de sus botas de cuero, estropeadas y maltrechas, que crujían al hollar la nieve fresca recién caída, que cubría de blanco el lodo pisoteado en que la gente había convertido la nevada de la tarde. No había sonido metálico; ni el tintineo de una cota de mallas, ni el casi imperceptible chirrido de las espuelas de la bota de un soldado, delatando su presencia a un oído lo suficientemente fino.

... Y de nuevo contradictoriamente, llevaba una espada al cinto... aunque aquello no probaba nada. ¿Quién en su sano juicio se puede permitir no ir armado? Pero es que no era un arma de defensa, como un cuchillo o una espada corta, sino una espada larga marcial, el arma de alguien que está entrenado para blandirla. Aunque se arrebujaba en su manto, cerrándoselo con la mano izquierda a la altura del pecho para protegérselo del frío, no tomaba precauciones para ocultar el más que obvio bulto que el arma hacía en su cintura, e incluso llevaba la otra mano apoyada cerca del pomo, al estilo de los soldados.

Pero había algo que definitivamente la distinguía de los soldados de aquel lugar; algo más en lo que la chica no se equivocaba…

La figura estaba ausente.

Caminaba distraída, sin prestar demasiada atención a lo que le rodeaba, sus ojos contemplando aquí y allá la nieve sin detenerse a memorizar el terreno, o a examinarlo siquiera; su mirada en realidad perdida en sus propios pensamientos. Ausente, sí; tanto que cuando pasó cerca de donde se ocultaba la joven que sin que lo supiera la observaba, ni siquiera la vio. No volvió la cabeza más que para mirar la calle que se abría ante ella, una calleja estrecha que conducía a una especie de avenida.

Se detuvo unos instantes para contemplar la curiosa visión de los porches que formaban los salientes de algunos de los edificios de la Ciudad llenos de nieve apilada, formando una estrecha galería despejada justo debajo.

No pareció notar el sonido distante de los pasos que bajaban por la calle que miraba; éstos sí, acompañados del tintineo de la malla y las espuelas de las botas metálicas.
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Mensaje por Dulfary 23/10/09, 09:47 pm

Era curiosa la persona a la que estaba mirando. Mucho. Bien podía pasar por un guardia pero le falta ese algo, no más empezando por dejar de parecer autista. Pero también podía ser cualquiera de los guerreros que tan comúnmente llegaban al reino, algún mercenario contratado por el Reino y por eso andaba tan libremente.

La niña frunció el seño por un momento. La idea fue clara para ella. La persona que tenía enfrente era muy hábil, podía hacerse pasar por alguien extraído de la realidad en su mente, pero en realidad estaba evaluando el entorno, generando un aura de subestimación con la cual podría sorprender a incautos que estuvieran desobedeciendo el toque de queda como ella misma. Una excelente rastreadora que escudriñaba en busca de miembros de la resistencia.

Pero no tenía por qué poder con ella precisamente. Estaba a buen resguardo de la oscuridad y además, la niña era mucho más lista que un cebo tan simple para su mente audaz. En su cabecita, no solo puso los brazos en jara, sino que exclamó un sarcástico JA! capaz de despertar al más profundo lirón.

De hecho pasó junto a ella sin verla. Sonrió bajo la oscuridad de la capucha de su capa, se estaba volviendo muy buena en eso de ser sigilosa, y no pudo inflarse con orgullo para no ser descubierta. Ese sería un juego interesante, la seguiría solo para ver hasta donde llegaba su pantomima.

Miraba la calle, con atención. Los ojos de la niña se entrecerraron y en medio de las sombras se subía su mascara de tela. Hora de divertirse, en especial porque se acercaban guardias, los reconocía por el sonido de sus botas, se les podía notar desde tan lejos que tenderles una trampa no era complicado.

La mujer, confirmando sus sospechas, no se inmutó con la proximidad de ellos, seguía en su papel de estar embebidas en admirar el efecto de la nievo sobre las casas. Pronto los guardias se dejaron ver, con la misma disposición física que ella, con una mano sobre el pomo de la espada y sus miradas que trataban de ser intimidantes (y que lo eran con la mayoría de la población).

Vio sus sonrisas, tan macabras como el Señor al que servían y los vio acercarse a Rose, con ese deje de superioridad que les deba el ser guardias y mayores en número. Pronto le dieron alcance.

- Quien te crees que eres? – increpó uno de ellos, en lo que la niña creyó sería un abordaje un poco mas original, pero desde su posición no distinguían algunos detalles extras que acompañaban tan simple pregunta.

Ese era el momento, el instante en que ella se destapaba y le daba la razón a Dulfary, se rebelaba como parte de sus fuerzas y todos seguían tan campantes.
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Mensaje por Rose Riadh 23/10/09, 09:53 pm

La chica no hizo nada por evitarlo.

Tal vez éso ayudó, al menos en parte, a alimentar las sospechas de Dulfary. Ignorante de los motivos por los que su conducta podía incurrir en lo criminal, la chica oyó acercarse a la patrulla, pero no se apartó de donde estaba, ni se ocultó de su vista. No sabía, ni sospechaba, estar haciendo nada malo.

En cierto modo, le dieron exactamente igual; ella siguió contemplando la avenida, manchada de blanco, los copos meciéndose lentamente bajo la brisa de la noche, apilándose sobre los que ya estaban allí para crear una extraña cortina blanca.

Si les dedicó un pensamiento, fue la idea de no querer interactuar con ellos. Después de todo, era muy consciente de que, vagando de noche por las calles, sin una sola moneda, la considerarían una mendiga, y no le prestarían atención.

Poco podía imaginar lo lejos que estaba de la realidad.

El marcado tono hosco de sus palabras la arrancó bruscamente de su ensimismamiento, y le hizo sentir un leve escalofrío. "¿Quién te crees que eres...?". Cuando miró hacia el origen de la voz, descubrió tres rostros marciales y severos que la examinaban con detenimiento. Sus ojos no ocultaron su desconcierto. Se le hizo un nudo en el estómago.

- ¿Dis... culpad? - preguntó lentamente, confusa.

Los hombres se miraron un instante. Al parecer, no les hizo mucha gracia su respuesta. La chica, que no sabía lo que debía haber contestado, ni a que venía la pregunta para empezar, se sintió rara. Algo en su interior le anunciaba peligro, pero no acababa de comprender la situación. Les miró alternativamente a los tres, pero sólo uno le devolvió la mirada.

- Vaya - dijo una segunda voz, también hosca. - Se creerá que está por encima de la ley.

- Igual es tonta - dijo el tercero.

La chica sintió que se le sonrojaban las mejillas ante el insulto. ¿Cómo... podía tener tan poca vergüenza un hombre? ¿Por qué la trataban así? Estuvo a punto de descargarle un bofetón al que la llamó tonta, pero de alguna forma supo que no era lo más sabio que podía hacer.

Dio un paso atrás.

- D-dejadme - balbució. - Por favor.
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Mensaje por Dulfary 23/10/09, 09:57 pm

Llegaron hasta ella, sin que se inmutara al respecto. Cámo era posible que fuera tan obvia? Es que nadie más aparte de la niña se había dado cuenta y era la única que estaba observando?

Parecía ser que si. Seguía observando, siendo testigo de los acontecimientos, de lo que fuera que fraguaran esos cuatro en contra de los pacíficos habitantes del reino y quienes querían que las cosas fueran como antes o mejores.

Hablaban, la conversación sencilla y hasta típica de cuando esos abusadores se cruzaban con un incauto que no alcanza a refugiarse tras el toque de queda. Un momento, típica?
Entonces por qué ella no se veía nerviosa si no como aun ausente, como si desconociera el sitio donde estaba, como si el asunto de estar por fuera, en la calle, a esa hora no tuviera como consecuencia el cruce hostil con guardias. Con una reacción demasiado tardía tanto para si Dulfary tenía razón como para el caso contrario. No tenia sentido.

La niña se estaba confundiendo, era tan sospechosa que podía tener razón, era tan descontextualizada que no sabía exactamente que hacer aparte de observar hasta estar segura de si debía meterse en un buen problema, tan propio de ella.

Con las palabras que arrastraba el viento, una nueva suposición llegó a su cabecita, tal vez estos guardias en particular no estaban al tanto de su situación de aliada a la causa del nuevo Rey. Pero no reaccionaba a los insultos e insinuaciones de los tres.

Qué pasaba si estaba equivocada y ella era inocente y la atacaban? Su cuerpo se balanceó hacia el frente con el firme propósito de dar un paso de avanzada pero que solo quedó en el amago. Necesitaba una prueba para meterse, para no cometer los mismos errores del pasado, de siempre.

Pero la chica retrocedía y ellos avanzaban con esas sonrisas retorcidas y la actitud que ponía nerviosa a Dul por lo que podría ocurrir si esa espada que llevaba era solo de adorno. No, su lenguaje corporal le decía a la niña otra cosa, pero era como si su mente no se coordinara con este, como si no existiera una conexión entre una cosa y otra.

Se dispersaban un poco, cubriendo las opciones de escape que utilizaría alguien desvalido.

- Qué pasa si no queremos? –

- Pero hombre, si ha sido educada y hasta pidió el favor – se burló otro dando un nuevo paso al frente y la sangre de Dul hirvió. No sabía si haría lo correcto, pero algo debía hacer.

Hora de decidirse, al igual que ellos seguían acechando.
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Mensaje por Rose Riadh 23/10/09, 10:11 pm

La estaban rodeando.

Se debía haber imaginado el poco efecto que tendrían las palabras. Aquella gente no estaba buscando una disculpa, no estaba buscando un por favor, estaban buscando una pelea. Y no sabía por qué. Pero la chica era reacia a ceder a aquel capricho.

Al dar el segundo paso atrás, se dio cuenta de que se estaba quedando rápidamente sin opciones. Les pidió que la dejasen, pero se burlaron de su petición, se burlaron de ella. Sentía que el corazón le estaba latiendo desbocado en el pecho, que se le agitaba la respiración, y creyó que era la reacción de su cuerpo ante el miedo. Porque estaba asustada. Y mucho.

- Por favor - repitió. - No tengo nada de valor.

Los hombres se miraron durnate un instante.

- ¿De valor? - preguntó uno. - Eh, muchachos, no os lo perdáis. Se cree que somos ladrones.

- Se acaba de escapar de una cueva - coreó el que antes la había llamado tonta, y los otros rieron sus palabras.

- Valor hay que tener para llamar bandidos a la Guardia de la Ciudad - agregó el soldado que no había hablado hasta entonces.

La pelirroja dio un tercer paso atrás, frunciendo el ceño.

- ¿Pretendéis que me crea que sois guardias? - gruñó.

Como respuesta, uno de los soldados adelantó una mano bruscamente. El gesto cogió a la chica desprevenida, no pudo evitar que le cerrara la mano en torno al brazo izquierdo, asiéndola con fuerza mientras se acercaba un poco más, y de nuevo los demás cerraban filas en torno a ella.

- Créete lo que quieras - dijo. - Ahora nos vas a pagar ésta ofensa, además de la otra.

- ¡Suéltame! - exigió ella, forcejeando. - ¡No he hecho nada!

- Pero ha dicho que no tiene nada de valor...

- Pues tendremos que buscárselo - agregó el que la sostenía, cambiando de lugar la mano para, en vez de agarrarla del brazo, sujetarle la nuca.

La chica palideció, comprendiendo de repente a lo que se estaban refiriendo con aquello, lo que querían de ella. Sus ojos color amatista, que no podían ocultar lo asustada que estaba, se clavaron profundamente en los del hombre que la sujetaba. La miraba con una sonrisa torva, con un brillo de anhelo en las pupilas. El asco que sintió cuando se relamió mirándola fué inenarrable. Se dio cuenta, enseguida, de que llegados a aquel punto solo le quedaban dos opciones.

Las dos implicaban, a corto o largo plazo, darles a los hombres la posibilidad de hacerle daño. Y por un momento, vaciló, temerosa de la perspectiva. Hasta que el mismo brillo de los ojos de aquel bastardo que se llamaba a sí mismo guardia le sacaron de su ensimismamiento, recordándole que, de todas formas, aquellos hombres iban a hacerle daño. Sin que siquiera entendiese la razón por la que querían.

- Vas a acompañarnos - decía. - Busquemos un lugar mas íntimo... ¡Ah!

La joven retrocedió un par de pasos muy rápidamente, casi escurriéndose sobre la nieve mientras lo hacía, mientras el hombre se llevaba las manos a la entrepierna, con lágrimas en los ojos. No creyó que el golpe hubiese sido muy fuerte. Maldita fuera, no había contado con la armadura. Casi se había hecho más daño ella, en la rodilla, que él, en...

Durante un instante, los hombres la miraron, la chica les devolvió la mirada. Fue como lanzar una moneda al aire entre las dos opciones que tenía. Si sale cruz, correr, correr como un gamo por las calles de una ciudad desconocida, salpicadas de hielo. Si sale cara...

La espada chirrió al salir de su vaina.

- Atrás - exigió. - Me voy a defender.

No solucionaba mucho con éso, estaba segura. Pero le pareció la opción más adecuada. Uno de los hombres estaba ayudando al otro, al recién golpeado, a mantenerse en pie. No la harían caso. El que quedaba, el que la había insultado antes, ya estaba desenvainando una espada corta, más ancha que la suya, mal afilada, desgastada en el cuero de la empuñadura. Por enésima vez se preguntó la chica cómo aquellos desechos se atrevían a llamarse a sí mismos soldados.

- Bueno - rió. - Pues tendremos que atacarte.
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Mensaje por Dulfary 23/10/09, 10:13 pm

Era definitivo, algo no iba del todo bien con todo aquello, algo no cuadraba del todo con su particular teoría de conspiración. La chica de verdad se veía asustada, el brillo suspicaz en los ojos de la niña se fue perdiendo hasta volverse una expresión de preocupación, que le recriminaba por no actuar de inmediato y permitir que la cosa avanzara tanto.

Por qué seguir dudando? Siempre se había lanzado a la aventura, al peligro sin pensar en las consecuencias, entonces, por qué ahora aguardaba a que ella se defendiera primero? No, de nuevo era un juego de su mente por probar que tenía razón, un juego que dejó en el momento en que se desplegaron.

No se iría de frente, no cometería ese error, aunque decir de frente era un poco tonto ya que por su posición para ir de frente debería salir de la pared. Entre las sombras, con gran cuidado de no ser vista mientras aun “charlaban” con ella, los rodeó . Aun estaba un poco de acuerdo con ellos, si no estaba con la guardia como contratista independiente, de donde había salido para no diferenciar entre bandidos comunes y bandidos del rey?

Solo que la chica estaba armada, entonces porque no actuaba contra ellos? Es que no sabía usar eso que cargaba? Demasiadas preguntas y poco tiempo para actuar. La cosa ahora si se había salido de control y parecían dispuestos a propasarse con ella, eso si que no. De nuevo ese amago por meterse, frustrado por el golpe que le dio al hombre que ahora era auxiliado por su compañero. Tuvo que hacer un esfuerzo por no reírse y siguió acercándose cautelosa a la espalda de ellos

Por fin la espada salió de su funda, seguida de la otra, más palabras y el hombre que auxiliaba al golpeado cayó al piso inconsciente, kunai en mano, cual vil ratero de ciudad, se paró sobre el caído apuntado al cuello del que tenía sus manos ocupadas. Noquear al primero usando puntos de presión había sido sencillo por tener a favor la sorpresa, para el segundo ya no la tenía, pero con el filo tan cerca dejarlo quieto estaba entre sus posibilidades.

El hombre, aun sujetándose con una mano, la otra se fue a su propia espada, pero la niña hizo presión en su cuello, con expresión seria en la que pronto hubo una sonrisa, en especial cuando el que estaba con Rose miró de soslayo lo que sucedía.

- Deberían aprender de los modales de la señorita – dijo con calma, enarcando la ceja que en el momento en que el guardia arremetió contra ella haciéndola caer despareció. El que ya tenía la espada por fuera siguió en lo que estaba con Rose y el otro por fin sacó su espada, en lo que Dulfary rodaba por el suelo para ganar espacio para levantarse y quedar en guardia a la espera del soldado que ahora si, caminando chistoso, tenía su arma en la mano.
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Mensaje por Rose Riadh 23/10/09, 10:22 pm

Al principio, silencio.

Unos cuantos copos de nieve cayeron tímidamente entre ellos mientras se buscaban con los ojos, apilándose en las hojas desnudas de las espadas. La de Rose, delgada, alargada, puesta en horizontal hacia adelante, apuntando a su enemigo, la otra quieta en la mano, cerca de la cadera de su dueño, esperando el momento sin un atisbo de duda, tal vez porque sus ojos captaban el retazo de reparo que latía en los de su oponente.

Sonreía, el vaho de su respiración escapaba de entre sus dientes y se disipaba rápidamente en el aire, el de la chica tardaba un poco más, respiraba más rápido, más nerviosa, en el silencio de la noche casi podía escucharse el estruendo de su corazón latiendo en la oscuridad: Bom. Bom. Y de pronto, casi como una respuesta, las chispas.

Las espadas se buscaron como dos amantes, ansiosas, los aceros uniéndose en un beso, el chirrido resquebrajando el mencionado silencio que de inmediato dejó de existir. El hombre buscó apartar la espada de ella, que no le dejó, su mano era más firme de lo que sus ojos le decían, la chica dio un paso hacia él, que se apartó a tiempo de evitar una estocada que le habría golpeado el brazo, hizo ascender su arma, chocó con la de ella, desviándola hacia arriba, ahora fue su turno de dar un paso adelante, su hoja buscando la calidez de su vientre, la chica retrocedió un paso, bajó la espada, golpeó el filo de la otra, ahora fué él quien dio un paso atrás, casi estuvo a punto de soltarla.

Alzó los ojos para mirarla. El miedo seguía estando ahí, pero había algo nuevo... Determinación.

Poco podía saber que el mayor miedo que había tenido la chica era no saber qué hacer, no saber cómo utilizar la espada, como Dulfary había sospechado. Pero aunque su mente no lo supiera, su cuerpo no lo había olvidado, su instinto se hacía cargo, sus manos se movían solas, no hacía falta que ella las controlara. Dentro de su corazón había un soldado; no uno de ésos bandidos que tenía delante, sino un soldado de verdad.

La escena se rompió con la intervención de la kazekage, cuya aparición hizo que los dos contendientes girasen la cabeza hacia ella. El soldado, obviamente, asumió con rapidez que se trataba de una enemiga; mientras que la mujer con la que combatía, ya fuera por el desconocimiento de las circunstancias, o porque quiso la ironía que en ése momento experimentase todos los pensamientos que un rato antes habían hecho dudar a Dulfary, no estuvo segura de que fuera una aliada. Dijo algo, la pelirroja lo escuchó a medias, no supo a qué atenerse.

El hombre que tenía enfrente reaccionó antes que ella. La espada serpenteó una vez más, atacó de frente y en vertical, precipitando la hoja sobre ella, la chica movió su espada para detener el envite, de nuevo las chispas iluminaron la noche, la mujer presionó y casi hizo soltar la espada del hombre por segunda vez. Por el rabillo del ojo captó una sombra junto a la recién llegada, un guardia, debió advertirla, no lo hizo. La vió arrollarla, derribándola, y no le quedaron dudas sobre si aquella mujer estaba ahí con o contra ella, si tan cerrada era de sólo considerar una de aquellas dos posiciones. Con un gemido de sorpresa, volvió la cabeza hacia ella, preocupada por su suerte.

- ¡Eh! - protestó en voz alta, dando ya un paso para acudir de inmediato en su auxilio.

Un momento de distracción. Breve, fatal; se volvía para comprobar el estado de su oponente, apenas vio el puño antes de que se estrellase contra su cara, arrancándole un quejido. Un rato después se daría cuenta de la suerte que había tenido, después de todo: Su oponente podría haberle clavado la espada, haber buscado su vientre como hacía algunos instantes, haberla matado sin más miramientos. Mientras que el puñetazo no era, precisamente, el epítome de la amabilidad, al menos era algo que podría contar; "eh, ése bastardo me ha dado un puñetazo". La puñalada, no.

Pero fué fuerte, lo suficiente como para hacerla perder la concentración, para que se girase, ahogando en sus labios lo que quiera que fuera a decirle a la kazekage o al soldado que la había tumbado. Plantó mal el pie en el suelo, se escurrió, la nieve protestó y se llevó su bota hacia el lado que no era, se vino abajo antes de darse cuenta, una diminuta perla de sangre cayó sobre la blancura inmaculada de la nieve. Oyó reír al soldado, a su espalda, reírse de ella, por tercera vez. Ahogó otro quejido, levantó la espada, detuvo a duras penas un golpe dirigido a su cadera, no pudo apartarse de la patada que le golpeó el pecho, gimió mientras su espalda golpeaba la nieve y se escurría de nuevo, propulsada por el golpe, algunos metros por la calle que descendía, hasta que clavó la espada en el pavimento para detenerse. Aturdida, confusa, clavó los ojos en los del guardia que ya corría hacia ella para continuar el combate.
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Mensaje por Dulfary 23/10/09, 10:28 pm

La muchacha pelirroja sabía defenderse, mucho mejor de lo que la joven kazekage habría esperado. Y eso era bueno, muy bueno, en especial en la situación en la que estaban. Solo que lamentaba haberla distraído con su caída, la cual tenía controlada y ponía en aprietos a la otra.

Pero si quería ser ayuda de Rose, también tenía que salir de sus propios problemas. El hombre siguió acercándose, espada en mano y ella, desde suposición baja, dio un salto atrás, sacó otro de sus cuchillos.

El sujeto, contrario a intimidarse, sonrió y continuó en su avance

Los primero pasos que fueron lentos en lo que se salía de su trance de dolor, se volvieron una rápida carrera en la que pronto le dio alcance haciendo su primer tajo que por poco y no queda en el aire. Lo esquivó por muy poco, pero no fue suficiente, de inmediato atacó de nuevo, escuchándose el golpe de los metales entre la espada y el cuchillo. Le costó nuevamente desviarlo, solo porque no estaba concentrada, porque realmente lo había subestimado por el golpe que le dio Rose y, ahora, pagaba las consecuencias.

El hombre le hizo una finta en la que ella cayó fácilmente interponiendo el kunai a la nada, pues la espada describía un nuevo arco contra su vientre. Interpuso el otro cuchillo y se adelanto hasta él para que perdiera la ventaja del espacio para su arma y lo golpeó en el pecho con el puño y el reborde de su arma.

TONG!

De nuevo, como con Rose, le dolió más a quien dio el golpe que a quien lo recibió.

Se encontró con la sonrisa del hombre, ahora mucho más cerca, torva, con satisfacción y la agarró del brazo con fuerza zarandeándola, Dul volvió a golpearlo sin éxito y cuando él la encaró de nuevo colocó el filo contra su cuello, con lo que logró que la soltara, pero empujándola para tener el espacio para herirla.

Se echó para atrás, usando la misma fuerza con la que la había empujado, lo suficiente para dejar que la espada pasara por encima de ella cuando sus manos tocaron el suelo dándole el impulso para hacer una voltereta, seguida de otra, tras la cual, aun sin poner los pies en el suelo le lanzó uno de los kunai al guardia.
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Mensaje por Rose Riadh 23/10/09, 10:37 pm

Bom, bom, todavía retumbaba el latido de su corazón.

Como un tambor en el silencio de la noche, mellado por el ruido de metal que provenía de donde Dulfary y el otro soldado se encontraban, acompañado por la percusión de los pies del soldado que corría calle abajo, por donde ella se había escurrido, persiguiéndola. Su espada brilló a la luz de la luna mientras ella intentaba ponerse en pie, exhalando una bocanada de vaho, haciéndola sentir un escalofrío.

Quería matarla.

La hoja desnuda le daba aquel sentimiento de escalofrío. Uno no desnuda una hoja si no quiere amenazar, o si no implica que vaya a herir de gravedad a la persona que tiene enfrente. Y por supuesto, cuando alguien carga con la espada en ristre contra tí, no está intentando amenazarte. Se preguntó... qué pasaría si se quedaba quieta. Si dejaba que siguiese su camino. ¿Llegaría hasta donde estaba, la degollaría y se marcharía? Y de nuevo, la pregunta, la eterna pregunta, la eterna incontestada... ¿Por qué?

No fue hasta el ultimo momento que interpuso su propia espada en el camino de la otra. El soldado buscó su pecho en una estocada recta, preparando el escudo de madera y metal que hasta entonces había tenido colgado de la espalda para evitar un posible contraataque por su parte. Pero se limitó a interponer la espada, desviando la suya; como él era más fuerte, corría, y ella no había terminado de levantarse, el impacto la envió de vuelta al suelo, de espaldas. El contacto de la nieve fría a través de su manto empapado era más doloroso que mil cortes.

En un movimiento casi automático, la chica alzó las piernas.

Fue cuando el hombre se disponía a rematarla, habiéndola derribado, cuando separó el escudo de su cuerpo por un momento para descargar el golpe. Buscó, como había hecho él, el vientre, y golpeó el abdomen con ambas piernas con bastante fuerza. Aprovechó el empuje que llevaba el propio movimiento del soldado, y de hecho siguió alzando las piernas. El resultado es fácil de adivinar: El soldado bufó, perdiendo el aire de los pulmones, y su propia inercia le obligó a describir un arco por encima de la pelirroja, guiado por sus piernas, hasta precipitarse bruscamente hacia el otro lado.

Con armadura incorporada, se estrelló violentamente contra el suelo. El sonido del metal ahogó un grito, y como ella, se vió arrastrado por la nieve calle abajo, en una estampa bastante patética que, la chica no pudo evitar pensar, debía ser la que ella había dado apenas un momento antes. Pero a diferencia de él, ella no corrió para rematarle, ni siquiera para atacarle. Se volvió con dificultad, quedando a cuatro patas sobre la nieve, y escarbó en el pequeño montículo en el que había caído la vaina de su espada para recuperarla. Tenía los dedos agarrotados.

No la envainó. No acabó de ponerse en pie, apoyándose en la pared más cercana, cuando vio que el hombre, tras levantarse con dificultad, corría en sentido contrario, calle arriba, con gran fiereza dibujada en los ojos.

- ¡No se te ocurra correr! - bramaba, dolorido. - ¡A mí la guardia! ¡Rebeldes! ¡Prendedlos!

Daba grandes voces. Alertaría a alguien... a la guardia. Y si todos eran como él... La chica clavó los ojos en otro bulto que sobresalía en la nieve. El escudo. Tanto el soldado como ella estaban a la misma distancia de él, y ambos se detuvieron, mirándose, a cinco pasos escasos el uno de la otra. Respiraban con dificultad, él por el golpe, por el cansancio, ella por el pavor cerval que la situación le evocaba.

- No he hecho nada - musitó, con un hilo de voz que casi se llevó el viento. - No te quiero hacer daño...

- Ah, puta - respondió el guardia, acalorado. - Lo hubieras pensado un minuto antes.
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Mensaje por Dulfary 23/10/09, 10:41 pm

No había perdido su toque. El arma dio justo en el blanco sin que el soldado pudiera evitarlo. Su puntería y fuerza estaban tan afinadas como de costumbre. Le había atinado a la articulación de la armadura, el brazo habría quedado inutilizado de no llevarla, pero el metal no solo redujo el impacto del golpe, sino que evitó que le tocara el musculo y supuso, en forma correcta, que ni siquiera la piel.

El guardia sacó el arma, la miró por un momento y la lanzó al suelo con una sonrisa de superioridad volviendo a emprender la marcha hacia ella, que de nuevo, trato de evadir todos los ataques, haciendo giros, golpeando sus brazos con técnicas de artes marciales o desviando el filo de su arma con ayuda de la propia que aun conservaba en la mano. Sin embargo él no le estaba dejando mucho margen, sus ataques cada vez era más rápidos, mas certeros, con más fuerza y el frío de la noche le estaba restando energía a la kazekage.

El soldado había cargado contra ella, y la niña no solo lo toreó sino que lo empujó por la espalda haciendo que siguiera derecho. Era algo simple, pero le estaba costando trabajo. Y como las cosas son tendientes a empeorar, alguien pedía refuerzos de la mejor forma para hacerlos llegar rápido:

- ¡A mí la guardia! ¡Rebeldes! ¡Prendedlos! -

- Mierda!! - exclamó con toda elocuencia y buenas maneras ante lo que gritaba el otro. Giró la cabeza y casi que todo el cuerpo hacia la fuente de alarma, lo que le dio la oportunidad al otro de abalanzarse sobre ella para atraparla.

Solo notó su sombra, demasiado cerca para intentar algo diferente a girarse a tiempo para verlo y confirmar lo que se reflejaba en el suelo, corrió hacia él tomando impulso y saltó hasta casi quedar en horizontal, lo pateó en el pecho, dos veces dejando que el metal resonara en el escaso silencio, fue casi como utilizarlo para escalar, obviamente él se quejó, en especial cuando de nuevo el pie le dio de lleno, esta vez en la cabeza en una patada giratoria que había tendido por punto de apoyo él mismo

El sujeto debía caer al suelo, al menos aturdido. Pero cuando ella cayó con gracia felina, lista para correr en pos de la pelirroja, se dio cuenta que, si bien tenía la cara echada aun lado, le salía un hilito de sangre y había retrocedido con cada una de sus patadas, el soldado se mantenía en pie. Y lo peor, ahora estaba furioso.

- Ay no... - frase favorita de la niña. Retrocedió de nuevo, de nuevo la espada dio contra el cuchillo que la desvió de su trayectoria para ensartarla, pero esta vez la novedad fue la fuerza extra impuesta por el soldado por su rabia, que hizo que su peso le diera velocidad y cortó la manga de su atuendo y, de paso, ganó su primera sangre. Una herida en extremo superficial, pero una herida al fin y al cabo, además del roto.

- No te preocupes, no te voy a matar, aun - la espada volvió a describir un arco contra ella y otro y otro, haciéndola retroceder, arrinconándola contra una de las paredes en la plaza que se iba acercando a cada paso de ella entre esquivar y desviar. El baile se estaba haciendo predecible, o al menos con eso contaba el soldado porque cuando se debió dar el siguiente arco y la niña fue a interponer su cuchillo, en su lugar él empujó el arma hacia el fondo, en su vientre, una estocada bastante limpia que no supo muy bien como evitar.

Bajó la mano, golpeando la hoja y variando su propio movimiento ya no para retroceder o irse aun lado, sino al frente, dando un giro con el que esperaba clavar su arma en la mano diestra de él, pero en su lugar fue recibida con un rodillazo a ese mismo punto donde debía clavarse la espada, sacándole el aire y mandándola por fin al piso.

- Ahora si - de nuevo esa sonrisa y ella reculó sobre la nieve perdiendo el paso de su mano, por lo resbaladizo de las lozas de piedra.
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Mensaje por Rose Riadh 23/10/09, 10:50 pm

Hilos de vaho que se difuminaban en la noche. Hay silencio, a pesar de los jadeos inevitables, del soplido del viento que se lleva el vapor de sus respiraciones agitadas. Dos pasos separan a cada uno del escudo, medio enterrado en un montículo de nieve, cuatro pasos entre ellos. Los copos siguen cayendo, indiferentes, manchándoles de blanco.

En los ojos del hombre se lee ira, odio, un profundo desagrado. En los ojos de ella, dudas, un deje de indignación, y también un atisbo de determinación, aunque la duda la devore a grandes bocados.

Su arma era más larga que la de él. Lo demostró cuando ambos dieron un paso adelante, como una coreografía, al mismo tiempo; y fue la longitud de la espada la que evitó que hubiese un segundo paso por parte del guardia. Los aceros se besaron, saltaron chispas de nuevo, otra vez el cálido abrazo de las cuchillas rasgando el silencio de la noche, el soldado estuvo a punto de dejar caer la suya.

- Te has burlado tres veces de mí - anunció la pelirroja, apuntando con la espada al hombre, - sin que yo te haya dicho ni hecho nada. Y ahora...

No le dió tregua ni para hablar. Tuvo que detenerse para descargar un golpe cuando el soldado intentó hacerse a un lado, de nuevo atacando. Su contraataque buscó el arma, la golpeó, pero ésta vez el soldado se defendió empujando con la suya, las lenguas de acero volviendo a apoyarse la una sobre la otra. Intentó desequilibrarla, la chica afianzó los pies. Dio medio paso adelante, devolviendo la presión, el hombre intentó darle un puñetazo. Falló. Ambos llevaron las manos que tenían libres a las respectivas espadas, para mantener aquella presa, inmóviles. La chica tuvo que volver a soltar la vaina de su arma.

- Que exista escoria como tú es suficiente ofensa - bramó el soldado.

A través del hueco entre los aceros, el guardia intentó escupirle. La posición de las espadas impidió que el salivajo llegase hasta la pelirroja, pero sintió que el corazón se le aceleraba un poco más ante aquella muestra supina de odio, de desprecio. Aquel hombre le daba miedo. No por lo que podía, sino por lo que quería hacerle.

Frunció el ceño.

- No lo entiendo - contestó, enfadada. - ¿Por qué me escupes? ¿Con qué derecho me llamas puta, por qué me llamas escoria?

- No tengo que explicarte nada - contestó el guardia. - Lamentarás haber...

Gruñó por el esfuerzo cuando lo hizo, pero lo hizo.

Aquel bastardo, aquel hijo de perra, no iba a contestar a sus preguntas, así que no tenía sentido dejarle terminar de hablar. Usó todas sus fuerzas para dar aquel paso adelante, para presionar todavía más. No lo habría podido hacer de no ser porque el soldado estaba desprevenido, convencido de que le oiría hablar. Consiguió acercarse, y ahora, fué ella la que, por fin, atacó. Al mismo tiempo que rompía la presa, le pateó el pecho, que sonó a lata bajo la presión de sus ajadas botas de cuero sobre la coraza, y le derribó de forma tan sorpresiva que casi estuvo a punto de caerse ella detrás. El guardia gimió, cayendo de bruces sobre la nieve, otra vez yéndose hacia abajo por la pendiente de la calle, y la espada libre se hundió en la nieve fresca, junto al escudo.

La pelirroja se apresuró a recoger la vaina, y se la ató rápidamente al cinturón mientras levantaba de la nieve el escudo, una rodela mediana de madera de nogal, fuerte, quizás algo pesada para su tamaño, con una pieza central de acero, del mismo acero que bordeaba su circunferencia. Estaba frío, y lleno de nieve, y la madera estaba mojada, pero lo sopesó y vió que podía usarlo. También cogió la espada corta del soldado, pero no para usarla, sino simplemente para que él no lo hiciera. ¡El maldito! Ya subía otra vez por la calle, rabioso de ira, como si aunque careciera de arma estuviera dispuesto a matar a la chica con sus propias manos. Desoyendo sus gritos - maldita sea, hubiera dado lo que fuera por ponerle de rodillas y hacerle pedir perdón - se volvió para correr calle arriba, con el otro pensamiento que le carcomía la cabeza latiendo fuerte en el interior de su cráneo: La chica, la chica rubia. Por favor, que esté bien, que no la hayan matado, que no...

... se paró.

Al doblar la esquina, de la que no estaba muy lejos, vio el panorama que habia dejado atrás. El soldado, ¿Quiénes eran aquellos malditos sádicos hijos de perra?, le había dado un rodillazo en el vientre, y se disponía a... ¡NO! No, no, no, no lo podía permitir. Aprovechando la ventaja que le sacaba al que la perseguía, hizo lo primero que se le pasó por la cabeza, sin pararse a pensar. Poniéndose la espada en la boca, se agachó junto a un recodo libre de nieve junto al camino, recogiendo una piedra de aspecto sólido. Y sin vacilar ni por un momento, le asestó una soberana pedrada en la cabeza al bastardo que estaba a punto de herir, si no algo peor, a la muchacha.

- ¡Corre! - casi gimió.
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Mensaje por Dulfary 24/10/09, 12:01 pm

La sonrisa del tipo la hizo fruncir el ceño. No estaba asustada, de peores había salido, claro que siempre con ayuda, y esta no tenía por que ser la excepción, por más que la ayuda en este caso se suponía que era ella.

Al caer torpemente al suelo, nuevamente tenía las manos libres para defenderse, por lo que pudo poner el kunai contra la espada cuando intento estocarla de nuevo. Tuvo que resistir con fuerza, su fuerza contra la fuerza de él y por obvias razones le estaba ganando. Además por su posición él tenía la ventaja, la cual iba a utilizar, levantó la pierna para patearla de nuevo cuando la piedra le golpeo en la cabeza.

Eso le hizo perder equilibrió y la niña terminó de hacerlo caer al ser ella quien lo pateó, esta vez, en la pierna que sostenía su peso. El golpe tanto del cuerpo como del metal contra la piedra de la calle tuvo que despertar a mas de uno.

Pero en la mente de la rubia solo estaba el salir de ahí antes que llegaran mas guardias. Sus pies resbalaron por el piso humedo con bastante torpeza pero se pudo levantar finalmente, y en su carrera por arlarse del tipo, por un instante volvió sobre sus pasos y lo pateó al costado haciendo que de nuevo resonara el metal.

Le dolió maá a ella, y sabía que eso pasaría, pero el detalle lo que contaba. Corrió hacia donde estaba la pelirroja, parecía estar bien, pero no reparó por mucho en eso porque sus ojos se fueron derecho hacía el hombre que ascendía por la calle siguiéndola.

Con la velocidad que solo da la practica sacó dos de sus cuchillos y los tres volaron hacia el hombre, impacatando mucho mejor que el anterior, uno le dio a la pierna haciendolo caer, los otro dos en el brazo, en el ante brazo y la mano cuando la subió para defenderse del primero.

- Si, corre!!! - agarró a Rose de la muñeca y la haló emprendiendo la huida, tapando de nuevo sus huellas con un poco de viento, aunque no también como la primera vez.
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Mensaje por Rose Riadh 24/10/09, 10:49 pm

Justo a continuación de lanzar la piedra, la chica vaciló sobre lo que debía hacer.

Su impulso más primario le llevó a avanzar dos o tres pasos hacia adelante justo al tirar la piedra, mientras cerraba con fuera los dedos en torno a la empuñadura de la espada, que se había quitado de la boca. Pero la roca hizo su efecto; la chica no tuvo muchos problemas para liberarse de él, de modo que se detuvo, volviéndose hacia la preocupación que le quedaba...

Se le ocurrió repetir la peripecia con éste otro hombre, pero mirando a sus ojos casi descubría que no quería hacerlo. No porque no creyese que estuviera de más herirle, que no se lo mereciera, el bastardo se lo había ganado a pulso; sino porque la ira que le inyectaba las córneas le estaba diciendo a gritos que, si le hería, las perseguiría hasta el fin del mundo. Pero de todas formas no iba a tener mucha opción...

Pudo correr más rápido en cuanto acabó de remontar la pendiente. Siendo un tipo robusto, que lo era, en cuatro zancadas se acercó a ella lo suficiente como para que no tuviese sentido lanzarle una piedra, y para disipar un poco sus dudas lo que debía o no hacer. Levantó el escudo, creyendo que su ataque, desarmado como estaba pero provisto de una coraza, sería una carga de hombro aprovechando el metal que le cubría el ídem, pero por enésima vez se equivocó.

Lo que hizo fue adelantar las manos, y agarrar el escudo.

No era un escudo pesado, pero era de buen tamaño. Debía medir dos veces lo que el antebrazo de la joven; lo que hizo que, para asirlo con ambas manos, tuviera que separarlas. Y la reacción de la pelirroja, aunque nacida del pánico que se le arremolinó en la boca al sentir el tirón, fue la más sencilla y natural del mundo: Tiró bruscamente de la rodela, haciéndole perder pie, y luego le estrelló el metal del borde en la cara.

Ahí quedaba su propósito de no dañarle. El tipo la soltó, claro, y se desplomó al suelo, sangrando profusamente por la sien izquierda. Pero no dejó de mirarla mientras lo hacía, y la chica dió un paso atrás sin poder apartar los ojos de los suyos. Todo ésto había pasado en unos cuantos segundos, demasiado rápido como para que reaccionara de otra forma. Leía más insultos y amenazas en sus ojos, sin necesidad de que las dijese, que seguramente lo hubiese hecho de no ser porque en ése momento la mano de Dulfary se cerró en torno a su muñeca, con la que sostenía la espada.

- ¿Es... estás bien? - preguntó mientras echaba a correr con ella, medio siguiéndola, medio arrastrada.

Pregunta estúpida, la chica estaba corriendo. Si no estaba bien, estaba viva, y estaría mejor cuando se hubiesen escapado de allí. La pregunta que debía haber hecho era, ¿Quiénes eran ésos...?, y seguramente se habría callado aquella última palabra, igual que en sus pensamientos se silenció. Corrió con ella, pues, y dejaron atrás enseguida a los soldados derribados mientras se adentraban en la calle contigua. Desgraciadamente, llegaron más gritos de auxilio, más llamadas a la guardia...

Y con ellos no tardaría en llegar la guardia.
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Mensaje por Dulfary 25/10/09, 02:48 pm

Le estaba costando trabajo correr, al menos al buen ritmo de siempre, entre el golpe, el frío clavándose en su pulmones por respirar por la boca, arrastrar a Rose y el mantener el efecto de la brisa tratando de borrar sus huellas, no estaba dando abasto.

Finalmente tuvo que admitir que necesitaba un respiro, un instante en que el latido de su corazón y la agitada respiración se pusieran de acuerdo antes que empezara a doler alguna de las dos. Giró en otra esquina y siguió halando de la pelirroja, olvidándose del viento que dejó se cubrirlas. Continuó hasta el final de calle, giró de nuevo y las recibió un callejón sin salida. Oscuro, con algunos escombros que tendrían que servir para ocultarse y varias puertas, todas de madera, todas cerradas pero sin saber si estaban aseguradas.

Una pésima elección, pero necesitaba detenerse.

Se pegó a la pared dejando en libertad por fin la muñeca de Rose y por ende a toda ella. Respiraba por la boca y se agarró el sitio del golpe cerrando los ojos con fuerza al asentir por fin con la cabeza a esa pregunta que le había hecho y no había contestado, inclinándose un poco para ver si así dolía menos.

Cuando por fin la garganta empezó a dolor levantó la vista hacia ella y le sonrió.

- Si, pero voy a estar mejor cuando… no nos sigan la pista - lo decía tan de buen animo que no parecía que hablaran de lo mismo, que no percibieran con la misma gravedad lo que estaba sucediendo y que aun no acababa.

Se incorporó un poco, inhalando de forma más profunda un par de veces antes que su mirada se hiciera más severa, al menos tanto como lo permitían esos ojos escarlata tan contentos por disfrutar de todo eso como si fuera una travesura a gran escala.

- Qué crees que estabas haciendo? estás loca? cómo te quedas tan campante tras el toque de queda? - mientras soltaba la última pregunta la examinaba con la mirada - te hizo algo? estas herida? - esta vez si preguntaba un poco más en serio, más preocupada - lo siento, estoy nerviosa y cuando estoy nerviosa y me dejan hablo demasiado - se excusó
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Mensaje por Rose Riadh 25/10/09, 08:26 pm

Estaba tan cansada como ella, y éso era mucho.

No se fijó en las calles, pero hubiese sido tonto hacerlo. No conocía la ciudad, ya estaba perdida cuando Dulfary la encontró, se había perdido porque había querido. No porque no supiese encontrar el camino hacia donde se dirigía, sino porque no había encontrado adónde dirigirse. Y bueno, ahora, al parecer, lo más prudente era perderse donde nadie las encontrara.

Tenía las mejillas encendidas por el cansancio. Seguramente Dulfary se habría sentido mal por arrastrarla de haber sabido el estado en el que se encontraba realmente la chica, pero no se le pasó la cabeza que hubiese nada de malo en lo que había hecho. La venda que llevaba en la cabeza, además de estar bien disimulada por su pelo, podía pasar por un adorno; la que le cubría el torso era invisible para ella. No la imposibilitaba, pero comprensiblemente sus heridas acentuaban el cansancio.

Lo primero que hizo, después de pegar la espalda a la pared de la misma forma que hizo Dul, pero frente a ella, fue envainar la espada que todavía tenía en la mano. Después se dejó caer lentamente hasta quedarse sentada en el suelo, lo que se reveló como una idea pésima de inmediato, en cuanto el frío húmedo de la nieve se le coló por debajo de la capa y de la falda. Se volvió a levantar, pues, pero tuvo que mantener las manos sobre las rodillas mientras jadeaba.

Miró a los ojos de la muchacha cuando le hablaba... de cosas que no entendía.
¿Qué toque de queda? ¿Por qué la increpaba? ¿Era posible que, después de todo, hubiese hecho algo mal? Pero, ¿Qué crimen podía ser tan espantoso como para...? No, definitivamente no la entendía. Y seguramente el desconocimiento, la confusión, se traslucieron en sus ojos. Pestañeó, mientras sus labios se movían, sin saber qué decir, y luego negó con la cabeza para sí misma, sin saber si lo hacía para decir que no a algo o solo para sacudirse las ideas de ella.

- Es... estoy bien... - jadeó.

Le dolía el pecho donde el guardia le había dado la patada, y tenía hinchada la mejilla donde se había llevado el puñetazo. Aparte de éso, le dolía la herida de la espalda, como si se hubiese abierto, y en general se sentía como si le hubiese pasado un camión por encima. Pero no creyó que éso fuesen heridas serias, así que si le preguntabas a ella, como era el caso, estaba bien. Le preocupaba más el resto de las cosas que dijo la chica.

- No entiendo - siguió diciendo. - Solo... solo estaba paseando. ¿Qué toque de queda? ¿Qué he hecho mal? ¿Tenían... tenían razón ésos hombres, ésos...?

Oh, Dios.

Sacudió otra vez la cabeza, sin poder quitarse la imagen de los ojos de uno de los hombres de ella. Y tuvo que hacer una pregunta más. Una de la que sabía la respuesta, pero de alguna forma no se acababa de creer, no sabía si quería creer.

- ¿Eran... eran guardias de verdad...?

Oh, Dios, no entendía nada, nada aparte de que posiblemente había metido la pata,y mucho. Y si Dul, cuando estaba nerviosa, hablaba demasiado, ella no se había cortado a la hora de disparar preguntas a diestro y siniestro. Pero no dijo nada más, no supo qué más decir.
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Mensaje por Dulfary 26/10/09, 02:26 pm

Perfecto. Parecía no estar entendiendo lo que le estaba diciendo. De no ser porque ya la había escuchado hablar, habría jurado que no compartían el idioma. De donde había salido para no estar enterada de lo que ocurría?

La miró con detenimiento, un poco más seria. O estaba recién llegada y de alguna forma había eludido a los guardias del portón, o algo le había pasado que la tenía medio atontada de la situación general del Reino. Pero basta de conjeturas. Sonrió de nuevo, mucho más condescendiente, abrió la boca para decirle que no se preocupara, pero entonces empezó ella a responder a la colección de preguntas.

Primero asintió cuando confirmó que estaba bien. Eso era bueno, muy bueno desde todo punto de vista. Pero no pasó por su cabeza que acaso estuviera mintiendo, o que su sentido de estar bien y gravedad fuera tan distorsionado.

Tomó aire varias veces para asegurarse que no hablaría tan rápido como para confundirla más, y también para que le alcanzara.

- Si, para desgracia de las buenas personas de esta ciudad, son guardias de verdad, pero no, no tenían razón en la forma en que reaccionaron. Para controlar a la población existe un toque de queda desde el momento en que se pone el sol, hasta que vuelve a salir. Nadie debe estar en las calles, si te fijas, tal vez seamos las únicas, aparte de ellos, dando vueltas por ahí. Los que se atreven a salir y moverse por la ciudad suelen evitar que se les vea. Son unos patanes, abusadores a los que se les dio poder por medio de… bueno, llevando el estandarte del regente en sus armaduras. No creo que merezcan llamarse soldados, ni guardias, ni creo que lleguen a mercenarios – hizo una mueca de desagrado y vergüenza ajena. Y su propósito de hablar con calma se perdió a la mitad de lo que decía, ganando velocidad conforme avanzaba.

- Bueno, tampoco podemos quedarnos mucho tiempo en un solo lugar, pronto estarán buscando algo en especifico, o sea, nosotras - al decirlo torció la cabeza con una sonrisa de orgullo mezclada con nerviosismo - y la voz correrá muy rápido, ya saben que están buscando algo, cualquier cosa que se mueva, bueno... no sé... hay que salir de aquí, de ser posible, de la ciudad antes que nos agarren o buscar un sitio donde refugiarnos sin tener que involucrar a otros - como de costumbre cuando se emocionaba habló algo rápido, sin que las palabras llegaran a atropellarse entre sí, pero con muy pocas pausas.

Tomó aire, varias veces y revisó con la vista el lugar. Los techos siempre eran una opción para ella, pero si había una alternativa que le sirviera a ambas, tanto mejor.

- Si estas en condiciones vamos a aventurarnos a encontrar un mejor lugar donde no nos acorralen de nuevo y si no… - clavó la vista en una de las puertas – bueno, podemos intentar abrir alguna puerta y ver que nos depara la fortuna. No soy buena para decidir, menos para guiar a otros - confesó, sin pena alguna – pero … - pero tampoco sabía qué hacer y dependía del buen estado de ella para intentar cualquier cosa.
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Mensaje por Rose Riadh 26/10/09, 11:24 pm

La mirada que la pelirroja le devolvió debió ser digna de enmarcar.

Escuchó con mucha atención, pero de todas formas no acabó de entender lo que le decía. Los soldados... no, debía evitar el empleo de ésa palabra a partir de ahora. Ella sabía lo que era un soldado, era una sensación que llevaba muy dentro, pegada al corazón, y no tenía nada que ver con ésa gentuza. Los guardias, o gendarmes, o como fuera, viles matones en su opinión, eran... realmente 'agentes del orden'.

Pero no lo entendía. Eran, pues, unos abusones, simples alborotadores sin respeto alguno, en su propia carne había tenido constancia de lo que le hacían a la gente que... ¿Salía de noche? ¿Ése había sido su terrible crimen? ¿Violar un... toque de queda? ¿Y la gente simplemente lo aceptaba, aterrorizada? Por un momento sus pensamientos volvieron al punto en el que el soldamatón le había dicho que, si no tenía nada de valor, se lo buscarían. Y se sonrojó, súbitamente consciente de qué podía haber significado éso.

- No puedo creerlo. ¿Por qué lo hacen? - preguntó. - ¿Cómo es que lo consiente el regente? ¿Cómo es que lo consiente...? - hizo un gesto a su alrededor - ¿La... la gente?

No entendía nada.

No entendía, pero asintió con la cabeza, perfectamente consciente de lo que la chica le estaba diciendo. Tenían que huír, de nada servía quedarse paradas en el mismo sitio. Los matones las estarían buscando para hacerlas pagar por su... "crimen". Sacudió la cabeza, helada por el pensamiento... era demasiado surrealista. Pero tenía razón. Tenían que salir de allí, y tenían que evitar involucrar a gente mientras lo hacían.

- No quiero que nadie tenga problemas por mi culpa - musitó en voz muy baja, apenada. - Ya te he causado a tí suficientes...

Cerró los ojos.

Abrir una puerta al azar era lo peor que podían hacer. La gente del otro lado se sobresaltaría en el mejor de los casos, delatándolas, o tendrían problemas con la guardia por ayudarlas, en el peor. Y aquellos bastardos no parecían del tipo de gente que hacía muchas preguntas antes de matar, o que se aseguraba de que realmente las habían ayudado. Respiró hondo, un poco más descansada, unas cuantas veces, y luego alzó los ojos hacia la chica.

- Si nos están buscando no podemos ir de casa en casa - dijo. - No sería justo para quienes viven en ellas.

Miró a su alrededor. Por allí no parecía haber ningún almacén, ni nada que se le pareciera. Ningún escondite. Se mordió el labio.

- ¿Y salir de la ciudad? - preguntó. - ¿Nos costaría mucho?
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Mensaje por Dulfary 27/10/09, 01:57 pm

Pero Dul si entendía porque parecía tan confundida. Y de cierto modo se alegró de ello. No porque le gustara ver a las personas confundidas ni mucho menos, si no porque mostraba, ante sus ojos, que era la clase de personas que pensaba más o menos como ella, alguien noble, con sentido de lo correcto, que se indignaba por esa clase de cosas, que no le era indiferente ni sacaba partido, solo que aun no había asumido que lo bizarro de la situación era real, que esa clase de cosas si pasaban.

Era la primera vez en varias semanas que no se sentía sola. Eso la hizo sonreir.

Sin embargo para explicarle el por qué de las cosas, el por qué del conscentimiento del Rey, tendría que contarle un poco de la historia del Reino, ese poco que era el todo que ella conocia por no investigar mas... por no arriesgarse a viajar a las Islas Malditas de forma predeterminada a completar la versión de los hechos y la razón por la cual había hecho esto Zergould, suponiendo que existiería alguna mas allá de su ambición o su simple legendaria maldad

- La gente lo admite porque es lógico que tengan miedo, son ciudadanos que tenían vidas apacibles, sumidas en la rutina y hasta aburridas, pero tranquilas, no digo que no tuvieran su malechor por ahí, pero eran personas de bien, que no le hacían daño a otros, no a esta escala. No estan aocustumbrados y el valor para hacerles frente supongo que se les fue tras varios fracasos, después de todo, aunque sean menos, estan armados y no tienen respeto. - suspiró y asomó con sumo cuidado la cabeza por la paredilla, mirando hacia la calle a la que le daba la espalda Rose y luego, practicamente se tiró contra la pared contraria, repitió la operacion del otro lado.

- El regente.... el Regente es un mago maldito, que ni debe saber lo que ocurre en las calles y si lo sabe no le importa, ya obtuvo lo que quería, o peor... esta de acuerdo como parte de todo - al decirlo, lo dijo con tono enardecido pero en voz baja.

Hora de moverse.

- Estamos casi al centro, los límites estan algo lejos y mejor custodiados, pero - sonrió con malicia - son ellos los que deben temer por nosotras - fingió la risa malevola o al menos trató antes de empezar a toser y entonces si reirse de forma natural, pero siempre por lo bajo para no atraerlos por el sonido hacia ellas - lo siento, chiste interno. Tratemos que no nos vean y buscar las salidas de la ciudad por los suburbios... - aunque ahora cualquier parte podía caer en esa clasificación - De acuerdo, no metamos a nadie que ya este en su casa y no te preocupes, aun no me causas suficientes problemas - sonrió amistosamente, tratando de confortarla.

- Lista? vamos -
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Mensaje por Rose Riadh 27/10/09, 10:31 pm

Escuchó en silencio, sin apartar los ojos de Dulfary.

Ya se había imaginado que la razón era el miedo... tristemente, el miedo es la razón de muchas cosas. Hacía un rato, había estado a punto de ser la causa de que no se atreviese a golpear a un tipo que se merecía que le hubiera partido la nariz. Miró al reborde metálico del escudo, todavía manchado de la esencia carmesí de la vida. Aunque el pensamiento le disgustó, no pudo evitar alegrarse de haberle hecho daño.

- Qué... triste - susurró casi para sí misma.

Había un pequeño detalle que se le escapaba, y era que el regente había ascendido al poder recientemente. Sin saber éso, simplemente creyó que ésta situación se había dado toda la vida. Posiblemente la jovencita que tenía ante sí había tenido que soportarlo desde que era pequeña. Se sintió mal por ella, se sintió triste, y se sintió... ignorante. No había nada que pudiera decir al respecto. La chica lo había explicado todo, y aunque sentía rabia de escucharlo, no le diría lo que creía que aquellas gentes tenían que hacer. No tenía derecho. No había pasado por lo mismo que ella, sólo era una extranjera, y una bastante ignorante.

Se acercó a ella, poniéndose justo detrás. Era inútil que lo hiciese de otro modo. La chica se conocía la ciudad, ella no. Asintió con la cabeza; la sonrisa de Dulfary logró su objetivo. La reconfortó muchísimo. Le devolvió otra, una sonrisa sincera, alegre, bonita.

- Espero no causarte más - respondió. - Estoy lista. Te sigo.
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Mensaje por Dulfary 28/10/09, 04:53 pm

Suspiró. Sí, era triste, pero era lo que había y por eso se estaba tratando de solucionar. Quería indagarle más cosas a la muchacha, averiguar hasta que punto estaba inconforme con la situación que se encontró en un Reino que recién la recibía y por supuesto meterle ideas terroristas e insurgentes, aunque más que meter tal vez solo incentivar.

- Por cierto - dijo antes de retomar su huida por la ciudad - creo que te debo una disculpa - no le dio más explicaciones, tampoco lo haría después. Si quedaba como una persona extraña, pues que así fuera; había dudado de ella, pensado que pertenecía a la banda de forajidos al servicio del Rey mal llamados Soldados, lo menos que podía hacer era pedirle disculpas, aunque no le dijera el por qué.

Tenía ahora otras cosas en su mente, por ejemplo, la nieve. Volvía a nevar, algo a su favor si se encontraban con alguien, pero algo en contra de ellas mismas, por la baja temperatura. Respiró hondo varias veces y regresó ese paso inicial que iba a dar para volver a mirarla, con una sonrisa ingenua.

- Soy… - lo pensó bien, qué probabilidad tenían de salir bien libradas de todo eso? Qué pasaría si le daba su nombre real y las atrapaban? Se sintió mal, pero prefirió distorsionar la verdad, un poco – bueno, de momento y para lo que necesites me puedes decir… - volvió a dudar, mejor decirle la verdad - Dulfary – la sonrisa se hizo más amplia y conforme volvía la vista a la calle que debía abordar para tomarse la ciudad, esta, desapareció.

Asomó otra vez la cabeza a la espera que no hubiera nadie, como efectivamente era. Primer paso sobre la nieve recién puesta, primera huella. Con el corazón en la garganta por sus nervios, avanzó pegada a una de las paredes de piedra de la casa, lo hacía despacio, no por cautela adaptativa, pero lo hacía. No sabía a donde dirigirse, si aquello fuera una misión, tal vez no estaría tan nerviosa.

La incesante danza de los copos de nieve al caer, uno tras otro, siempre acompañados de miles más, todos uniformados, todos con esos vestiditos blancos e impecables, pronto cubrió tanto su cabeza como sus hombros, le era incomodo, pero ponerse la capota de su capa de viajes, al asomarse, era algo mucho mas arriesgado por lo sencillo que sería para ver. Quien diría que en una noche nevada, el ser rubia sería una ventaja?

Llegar a la siguiente esquina, en una calle tan larga tomó su tiempo, no demasiado, pero si se tenía en cuenta que estaban contra reloj por la posible aparición de más personas de la guardia, fue una pequeña eternidad desde el punto de vista estratégico, al menos el de la niña. Al llegar, se recostó aun más contra la pared. Desde donde estaba no alanzaba a ver hasta el lado contrario, sobre la calle que cruzaba aquella en la que ellas estaban, pero si avanzaba otro poco si podrían verla desde cierto punto de la intersección de calles.

Pasó saliva, otra vez, y miró hacia atrás, a la calle sobre la que avanzaban. Estaba vacía, no las habían seguido hasta ahí y no se habían internado en ella, aun. De ser necesario, a no ser que tuvieran armas de rango cosa que no podía descartar, podían regresar sobre esa misma calle, rápidamente y correr hasta perderlos de nuevo. Puso de nuevo sus ojos en Rose y sonrió inquieta.

~ esa es tu misión ~ se dijo a sí misma, se acomodó su mascara de tela y volvió a caminar, deslizando la espalda contra el barro de la edificación en la que estaba ahora, con la vista fija al frente, atenta a si de ese lado de la calle que en cualquier momento vería, había personal de la guardia.

. . . . .

- Ajam... – dijo el superior del soldado cuando este terminó de contar su versión de los hechos, sin reparar en si sus palabras eran verdad, mentira o verdades a medias que no dejaran su orgullo por el piso. Solo se quedó con lo mas relevante, eran dos, estaban armadas, podían ser rebeldes (y muy seguramente lo eran), estaban huyendo y eran mujeres, a lo demás, le puso realmente muy poca atención.

Mientras ellos dos hablaban, varios de hombres que se habían reunido ante la alarma que habían dado, se desplegaban siguiendo a las presuntas rebeldes; un par de ellos, que no llevaban las llamativas y escandalosas armaduras metálicas, si no de cuero, se fijaban en el suelo, en lo poco que dejaba la ver la nieve ahora que volvía a caer, en las huellas que se desvanecían a causa del clima, otro estudiaba con detenimiento el cuchillo que había estado clavado en uno de los soldados. Entre los tres, sacaron su propia versión de lo que había acontecido.

Desde el cielo, gracias al color de sus ropas y armaduras, parecían hormigas moviéndose, todo el grupo, hormigas negras sobre una manto blanco y café. Ellos no habían perdido tiempo hablando sobre la situación política y social del lugar, tampoco había hecho movimientos lentos. Todo lo contrario, se movían rápido, demostrando que no todos eran como esos tres que habían gritado por dos mujeres, mostrando que algunos si tomaban en serio su trabajo y lo hacían como profesionales.

Pronto, las calles era barridas por sus intrincados laberintos por unos, desde los techos por otros, ya no buscando posibles infractores, y por ende rebeldes en reunión, si no teniendo muy claro cuales eran sus presas. Qué tan difícil podía ser notar en medio de la noche a una pelirroja y una rubia?

El rastro se perdía en ocasiones, parecía que el viento había jugado en contra ellos, pero no lo había hecho tan bien como para favorecer a esas dos, porque algunas huellas perduraban, a pesar de la nevada, a pesar de su mediocre esfuerzo y tarde o temprano los llevarían a ellas.

. . . . . .

La puntica del kunai se asomó por la pared y por su filo y su metal cuidado, y poco usado, todo hay que decirlo, servía de espejo. Del lado de la calle donde podían verlas, no había nadie, del otro, al que miraba con el arma había algunos guardias, se estaban reorganizando mucho más rápido de lo que ellas tomaban decisiones.

En realidad eran dos patrullas que se habían encontrado y estaba regando la voz y se desplazaban cubriendo la mayor cantidad de calles, apostando un soldado cada esquina. Los que estaban reunidos en ese momento, señalaban en una y otra dirección, cada cosa que decían llegaba a los oídos de Dulfary en forma de murmullos ininteligibles, hablaban a medida que se alejaban unos de otro, dejando atrás a algunos. No estaban lejos, pero tampoco estaban lo suficientemente cerca para atacarlos sin que dieran la alarma, y no debían permanecer más tiempo quietas.

Escondió el arma y miró a Rose mostrando un número de dedos igual al de guardias. Hasta ahí le llegaba la imaginación a la niña. De forma inconsciente miró al techo de la casa que tenía en frente y empezó a soñar. Con su excelente puntería podía atinar a la garganta de dos de ellos y con la velocidad de ambas… que tan buena era la velocidad de su compañera? Bueno, le había hecho frente a un guardia mucho mejor que ella misma, de vuelta a sus cavilaciones internas… con la velocidad de ambas se podían hacer cargo de los otros en medio de la sorpresa del ataque. Suspiró.

Nada de eso era factible, primero porque ellos estaban del todo alertas, aunque lograra los blancos y dos no gritaran, los otros no iban a esperar pacientemente a que ellas llegaran, y lo primero en la lista de inconvenientes, atinar a las gargantas equivalía a matarlos y no quería eso.

- Si tú tienes alguna idea, te escucho, si no… no sé, tratemos de regresar – sugirió.
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Mensaje por Rose Riadh 29/10/09, 09:41 pm

Y la nieve se recrudecía otra vez.

A Rose no se le pasó por alto lo mucho que la chica vaciló para darle su nombre. Pero, no supo darle significado a aquellos instantes de silencio entre palabra y palabra. ¿Se lo estaba pensando, o simplemente tenía la cabeza en demasiadas cosas? En cualquier caso, no tuvo tiempo de contestar. La chica se movió con gran rapidez, y la siguió con toda la premura de la que fue capaz. La blancura de la nieve se enfrentaba con valor a la oscuridad de la noche. La estampa, si las circunstancias hubieran sido distintas, habría sido preciosa.

Corrió como un gamo detrás de Dulfary, hundiendo los pies en la nieve y sintiendo cómo el aire frío se le helaba en la garganta, y se dio cuenta de lo maleducada que había sido. Pero, como pasara en otra ocasión no mucho antes, no pudo evitar vacilar. En su caso no era porque no estuviese segura de querer darle su verdadero nombre, sino por todo lo contrario. De nuevo, se peleaban su instinto y su razón; el primero le decía que la palabra, el sustantivo que tenía asociado con su propia imagen, el nombre que reconocía como suyo, era Rose. El sentido común le decía que no estaba segura de éso.

No, había algo más. Tenía la sensación de que Rose no era su nombre, sino una especie de... apodo. Pero no tenía forma de llegar al verdadero en su estado. Casi atropelló a Dulfary, perdida como iba en sus divagaciones. Se agarró a los barrotes de una ventana junto a la que pasaba para frenar cuando ella lo hizo, y se acuclilló junto a ella sin sufrir finalmente el percance. Exhaló una columna de vaho, cansada, y alzó los ojos hacia los de Dulfary cuando ésta la miró de nuevo.

- Me llamo Rose - jadeó. - Perdona, debí decírtelo antes.

Intentó adelantarse un poco, pero desistió de inmediato cuando vio a la chica sacar un kunai. No se le ocurrió que fuera a usarlo de espejo, pero asumió de inmediato que la jovencita era, sin duda, mejor exploradora que ella. Y las circunstancias le daban la razón. Era cierto que el color del pelo de Dulfary le daba una ventaja al estar sobre la nieve, pero al mismo tiempo le creaba a Rose un problema.

Al darse cuenta, se sintió avergonzada. Arrebujada en su capa negra sobre el fondo blanco de la nieve, y con la larga cabellera pelirroja agitándosele al viento - por cubierta que estuviese de pequeñas motitas blancas -, se sintió como un blanco móvil. No podía haber nada que resaltase más que ella en toda la maldita Ciudad. Debía ser como si llevase una linterna.

Para colmo, tenían compañía. Dulfary examinó durante unos instantes, y luego le enseñó varios dedos. Tantos guardias, imaginó. La rubia desechó la idea antes de decírsela en voz alta, pero ella tampoco habría aceptado matar a ninguno de los guardias. En el Reino de las Cascadas había mucha gente que no sentía el más mínimo respeto por la continuidad de la vida, pero éso ella no tenía por qué saberlo. Ante la pregunta, miró a su alrededor un momento, hasta que finalmente posó los ojos sobre la ventana enrejada sobre la que todavía tenía la mano derecha.

- ¿Los tejados? - preguntó, mientras ponía la otra mano sobre los barrotes.

Eran resistentes. La casa a la que pertenecía la ventana era alta, pero la ventana también lo era. Dulfary parecía ágil y ella estaba segura de poder llegar al tejado trepando por los barrotes. El problema sería bajar de allí más adelante o desplazarse en silencio a través de las techumbres. De hecho, podía ser un gran problema. Se mordió el labio.

- O regresar - coreó.

Siguió el contorno superior de la casa con la mirada, y vio que había una especie de cornisa que conducía a un pequeño arco de piedra tendido entre aquella casa y la de justo enfrente. No se había dado cuenta antes. Era estrecho, pero lo podían usar para cambiar de tejado. Miró a Dulfary con incredulidad, insegura de si era una buena idea. La verdad es que estaba muy insegura acerca de todo. El corazón le latía deprisa. Dul pensaba que sólo era una extranjera, pero la verdad...

La verdad era que no tenía ni idea de nada, y éso, en una situación como aquella, era muy peligroso.
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Mensaje por Dulfary 29/10/09, 09:50 pm

La espalda de nuevo contra la casa. No solo la espalda, también la cabeza. La pared estaba fría. No podía estar de otra forma, pero lo que en verdad le preocupaba en medio de todo, en medio de la gran cantidad de cosas que en verdad le preocupaban en ese momento, era que al igual que la pared, si la nevada persistía, ellas podían estarse congelando.

- No te preocupes por eso, lo importante es que ahora sabemos como nos llamamos y no vamos a tratarnos de "oye tú" - lo susurró, al final soltó una risita a todas luces cargada de nervios.

Le había devuelto su disyuntiva, claro que con mejores opciones que las que ella proponía. Ir por el tejado. Si, eso era una buena opción. Esa era casi siempre su opción. Ya empezaba a sentirse gato callejero de estar tanto tiempo en los tejados y esa idea, no le disgustaba en lo más mínimo.

Miró los techos, las opciones para apoyarse al subir a él y como pasar de una acera a otra mientras tomaban el impulso de correr. Si saltaban eran blancos fáciles, si se quedaban en tierra también. Regresar por donde venían era encontrarse con quienes las seguían casi de forma segura.

- Que sean los tejados, entonces - anunció. - Puedes subir sin ayuda? - preguntó volviendo a perder la vista en el fondo de la calle. Tenía una razón para ir detrás de ella, cubrir de nuevo las huellas, en especial esas últimas.

Como fuera, el tiempo se les estaba acabando mucho más rápido ahora que aquellos que se quedaron rezagados de la patrulla se acercaban por la calle, conversaban entre sí, palabras que se iban entre el viento y que morían aplastadas por los copos de nieve, pero que eran rematadas por risa y luego por un golpe metálico cuando uno golpeó al otro para que no hiciera ruido y las espantara si acaso estaban cerca.

Mientras esperaba que ella subiera, empezó a hacer katas, para que el viento se arremolinara y dirigirlo a borrar las huellas que estaban por ahí. Estaba cumpliendo su cometido, espirales de viento corrían calle abajo arrestando con sigo los copos, levantando en un nuevo baile a la nieve que ya se había asentado y que servía para tapar su rastro.

Bajó las manos y la nevada siguió con su curso normal. Con las manos, también bajó la cabeza y cerró los ojos. Eso debía servir por el momento. Hora de ayudar a su nueva amiga (nunca se sorprendería a sí misma notando la facilidad con la que llamaba amigos a quienes acababa de conocer) alzó la vista y el mundo se detuvo para más de una persona. Para dos personas.

Para Ziven, solo había sido cosa de casualidad, su grupo había tomado en otra dirección y él los perdió por un momento. El zumbar del viento le dijo por donde no meterse para no enfriarse más de lo que ya estaba, pero cuando el viento cayó sus comunes ojos café se quedaron viendo el cuadro del final del pasaje que precisamente quería evitar un momento antes.

Si, los que dieron la alarma hablaban con la verdad, eran dos mujeres, una pelirroja y otra rubia, pero habían exagerado al decir que eran muy hábiles, si no qué hacían, por qué estaban ahí, esperando a que él se ganara el reconocimiento de su Superior por encontrarlas primero. El momento que le tomó salir de su estado perplejo por el descubrimiento, fue lo que le tomó a la kazakage poner sus ojos en los de él, igual de contrariada.

Se quedó quieta, incluso después que él levantara su ballesta, apuntara y disparara. Le estaba tomando demasiado tiempo el darse cuenta que si, ese era un soldado, que si, las habían descubierto muy rápido y muy fácil y que si, le estaba disparando. La saeta cortó el espacio dejando una estela, una abertura entre los copos que no dejaban de caer, iba directo a ella. Dio un paso atrás, no podría quitarse de su recorrido y tirarse al piso, que sería lo más fácil la dejaría muy mal parada para levantarse, por eso se echó hacia tras con tanta fuerza como para hacer una voltereta. La saeta pasó por sobre ella y se fue a clavar en la tierra varios metros atrás.

La nieve, fría, se le coló hasta los huesos a través de sus manos cuando las puso en el suelo, sus piernas describieron un círculo y con el impulso de sus brazos en la tierra siguieren su trayecto hasta volver a tocar el piso, justo en la mitad de la intersección de calles.

~ mierda... corre Rose, corre ~ solo lo pensó.
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Mensaje por Rose Riadh 30/10/09, 06:51 pm

Al tejado entonces.

Rose asintió fugazmente con la cabeza, y ya que tenía las manos puestas sobre los barrotes, empezó a trepar. No por salir de allí en primer lugar, ni por dejár atrás a Dulfary en modo alguno, sino porque no pensó que importara. No pensó, en general... Si lo hubiera hecho, se le habría ocurrido que igual se caía. Después de todo, estaba el asunto de sus heridas, que le restaban algo de movilidad. Pero podía subir sola... Y cuanto antes trepara, antes podría hacer Dulfary lo propio.

Sin embargo, no lo hizo.

La pelirroja no conocía las habilidades de Dulfary, y no entendió bien qué era lo que estaba haciendo, pero parecía importante. Trepó con rapidez, ascendiendo todo lo que podía por la ventana, apartando con las manos los montoncitos de nieve entre los helados barrotes para apoyarse luego y emplearlos como si fueran una escalera. No sentía los dedos. Cuando llegó arriba del todo, estaba a sus buenos dos metros del suelo, y había un ventanuco un poco más arriba, separado de la reja por una cornisa. Ya no podía trepar más porque tendría que soltarse las manos y caería, pero podía intentar...

Hop, intentó no gruñir en voz demasiado alta cuando saltó. La herida de su espalda le dio un latigazo cuando se agarró de la cornisa, aguantando de pronto todo el peso de su cuerpo con los brazos. Quiso gritar, pero se mordió la lengua, consiguiendo sólo un gemido en su lugar. Cerró los ojos, respirando fuerte, haciéndose a la idea de que tenía que aguantar, buscar con las manos el arco de la fachada, agarrarse y --

Ocurrió en cuanto saltó. Y como estaba ocupada en ello, no se dio cuenta.

El movimiento había sido sencillo. Desde los barrotes, se dio impulso con los pies para saltar hasta la cornisa, y desde ahí volvió a poner los pies en los barrotes más altos. Apenas se podía sujetar con las manos, así que saltó hacia el lado, adonde estaba el arco, apoyándose de nuevo con los pies. Al hacerlo, se soltó de la ventana, y se agarranchó del estrecho arco de piedra, pataleando un instante en el aire mientras sus pies encontraban asidero y sus brazos luchaban contra la nieve en busca de un lugar donde poner los dedos. Al final apoyó el vientre sobre la piedra...

... y escuchó el zumbido de la flecha.

Entonces si. Entonces miró hacia el fondo de la calle, y vio allí al soldado que recargaba con parsimonia la ballesta, seguro de la ventaja que le daba la distancia. Ballesta. Zumbido. Flecha. Las ideas se agolparon de pronto en su mente y se giró bruscamente.

- ¡Dulfary! - exclamó. - ¡Ahhh!

La traicionó el giro. Vio las estrellas al hacerlo. La herida que tenía en la espalda, todavía tierna, le dijo: "Recuérdame, recuerda que sigo aquí", y ésta vez no pudo evitar un fuerte quejido. La muchacha había acabado en la intersección entre los caminos... por la que venía el resto de la comitiva que formaban los guardias. Casi sintió el pensamiento. "Corre, Rose. Corre". Los guardias que venían por allí no la habían visto. Hubiera sido tan sencillo acabar de subir al arco y salir de allí...

Hubiera sido tan horrible. Jamás se lo habría perdonado. Incluso el acto de hacer fuerza para terminar de subir al arco, dolorida como estaba, le dió una profunda vergüenza. Dulfary estaba en su derecho de pensar que estaba a punto de traicionarla, de dejarla a su suerte con los soldados que venían en su dirección. Apoyó una rodilla sobre la piedra, y gateó a cuatro patas sobre el arco. Cruzó la calle con rapidez, hasta encontrarse al otro lado. Para entonces, los soldados habían desenvainado sus armas.

- ¿Qué tenemos aquí? - preguntó uno.

- ¿No es una de las zorritas que buscamos? - le contestó, burlón, el otro, mientras se adelantaba hacia Dulfary - Pero está sola. Eh, rubita, ¿Y tu amiguita...?

El campanazo del metal chocando contra el metal destrozó lo poco que quedaba del silencio de la noche. El guardia no supo lo que le había golpeado, pero sí supo que cayó de bruces al suelo, y que el tremendo ruido por poco le deja sordo. Por la posición en la que estaba Dulfary, ella sí pudo ver lo que había sido. Rose le había arrojado el escudo, contra el casco. La rodela de madera, que para zanjar las cuestiones anteriores sobre su tamaño diremos no que "no era demasiado grande" ni que "no era pequeña", sino que medía unos ochenta centímetros de diámetro, abolló profundamente el casco a la altura de la sien derecha, haciéndole caer de bruces, y después se hundió en la nieve a los pies de la rubia.

- ¡Du...! ¡Oye, tú! - casi gritó Rose, desde el tejado. - ¡El escudo!

Imprudente, estuvo a punto de decir su nombre, pero tuvo un arranque de lucidez y lo sustituyó por la broma de hacía unos instantes. Esperaba que el grito distrajese al otro guardia, pero lo cierto es que su voz estaba cargada de urgencia porque el ballestero acababa de terminar de tensar el arma y se disponía a efectuar un segundo disparo... que no tendría efecto gracias al escudo. Lo que no se le ocurrió ni por un momento fue que, debido a su anuncio en voz alta de que no llevaba escudo, el ballestero tuviese también un arranque de lucidez. La lucidez de apuntarle a ella, que seguia siendo un blanco perfecto sobre la nieve de los tejados.
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