Nieve

"Me caigo".

Pasados unos segundos, el pensamiento que llegó a dominar la cansada y desbocada mente de la medio elfa fue ése. Balanceándose al borde del infinito durante instantes que le parecieron horas, Rose cerró los ojos con todas sus fuerzas. "Ya está", pensó. Sus brazos no tenían fuerza para alzarla, y sus dedos no resistirían mucho más.

Ella no se dio cuenta de nada. Ni de los perseguidores, ni de las sombras, ni siquiera de la reacción de Dulfary ante todas aquellas cosas. El profundo y lacerante agotamiento le atenazaba los sentidos. Se había convertido en dolor. Le dolía el pecho, le dolía la cabeza, sentía la sangre apelmazársele en el cuello. El dolor se convertía en el centro de sus percepciones, y poco a poco iba siendo incapaz de centrarse en otra cosa.

Casi se sorprendió cuando Dulfary le puso la mano en torno a la muñeca.

- Nnnh - gruñó, haciendo un esfuerzo, por vano que fuera.

Incluso con la ayuda de Dulfary, tardó en subir. Apenas le quedaban fuerzas, y no es que la Kazekage estuviese mucho mejor que ella. Lo único en lo que podía pensar cuando llegó arriba, la suma de todos sus pensamientos cuando le fallaron las piernas y se arrodilló momentáneamente sobre la nieve, era... en tenderse y dejar que pasara lo que tuviese que pasar. Pero no podía; no así, no simplemente tenderse a morir...

Pero tampoco podía seguir.

- Corre - dijo Dulfary.

Rose la miró.

- No puedo más... - bufó.

Estaba a punto de llorar. De impotencia, de rabia, de sentir que todavía estaban tan lejos de estar a salvo, de dolor. No obstante, incluso mientras decía éso, se desmentía a sí misma. Para ponerse en pie tuvo que agarrarse a Dulfary, rodearle la cintura con el brazo, pero finalmente lo consiguió. Correr... correr sería otro cantar.

Pero éso no significaba que no hiciese lo que pudo por seguir avanzando.
Pero se dio cuenta de que pasaba algo. Se volvió hacia Dulfary cuando apenas había dado unos pasos, casi encorvada por el frío y penetrante dolor que le atenazaba los lados del abdomen.

- ¿Dulfary? - preguntó, mirandola primero, y después a la oscuridad de la noche.

El paneo que hacía se detuvo ante las palabras de Rose. No supo que decir. Ella misma no podía más pero quedarse quieta era una muerte segura, ya no por los guardias sino por el clima. Casi sin darse cuenta le puso la mano en la cabeza cuando se levantaba.

- Solo un poco mas... - la ventaja de esa frase era ser tan indeterminada que no podría decirse jamás cuanto es “un poco mas”, pero tendría que bastar hasta llegar a las ruinas. La agarró del brazo y la ayudó a ponerse de pie.

- Solo aguanta un poco más, yo sé que puedes - se guardó para si, por fortuna, lo demás que estaba pensando. Dul no sabía que recién salía de los cuidados del lindo doctor del huerto y que eso afectaba su rendimiento. Pero estaba segura que si Rose se rendía... si no aguantaba, ella tampoco podría hacerlo.

Tenían que poder. Aun si las estaban siguendo por los techos. Tomó aire repetidas veces antes de responderle.

- Creo que nos estan siguiendo por los techos.. - dijo en voz baja. Para qué ocultar lo que sería un problema en cualquier momento - eso o me estoy enloqueciendo - sonrió con gracia por la alternativa y para restarse a sí misma tensión.

Empezó a caminar sin dejar de mirar en todas las direcciones, agradeciendo que no iban a ningun lugar seguro o que comprometiera a más personas.

- lista para correr? - era una pregunta retórica. Dio dos pasos largo, lista para darse el impulso para correr, pero solo lo haría cuando Rose ya estuviera en marcha.

"Nos están siguiendo".

La mirada de Rose debió ser graciosa. Al principio, no la apartó de los ojos de la kazekage. Aquella mirada rendida, perdida, que parecía tener que hacer un esfuerzo sólo por mantenerse, por conseguir que los ojos no se le volvieran hacia arriba y la naturaleza hiciese su trabajo. Como si no la entendiese por un un momento; luego, al siguiente, miró tras de sí, a la oscuridad.

Bizqueó ligeramente. Sus ojos, elfos en parte, alcanzaban tal vez un poco más lejos que los de Dulfary. Y si no hubiera visto lucecitas en el borde del campo de visión, si no hubiese tenido problemas para enfocar la vista, tal vez no se le habría escapado el movimiento de una sombra justo en el borde de su alcance. Habría estado segura, en vez de simplemente quedarse con la sensación de que había visto algo.

Frunció el ceño.

- ¿Qué hemos hecho? - preguntó casi con desesperación.

"¿Lista para correr?", preguntó Dulfary. La pelirroja cerró los ojos, se mordió el labio inferior, respiró con fuerza, encorvándose ligeramente mientras la kazekage daba un par de pasos. Apoyó las manos en las rodillas, cerró los dedos con fuerza en torno a la tela, se sintió desfallecer.

- No - musitó para sí misma.

Pero dio el primer paso... dispuesta a seguir. Dispuesta a... No. No podía. Físicamente, no podía. Por más que su voluntad lo intentara. Dio un paso, y le fallaron las piernas, teniendo que apoyar los brazos en el suelo para no darse de bruces contra la nieve. En ése momento, sintió ganas de llorar, pero no lo hizo.

Al contrario, no se sintió desesperada por haber llegado al límite de sus fuerzas, sino extrañamente determinada.

- Dulfary - susurró, cansina. - Sigue corriendo. Les entretendré.

Era su culpa. Dulfary no tenía por qué pagar las consecuencias de lo que ella se había buscado. Además... sentía que era hora de plantar cara. Su mano, aterida de frío, sin sensibilidad desde hacía un rato, se cerró torpemente en torno a la empuñadura de su espada.

Qué habían hecho?

Era complicado responder, sobre todo porque para la niña simplemente había hecho lo de siempre y esto no era más que el resultado normal a sus acciones. Pero no lo diría. No por su orgullo, si no por no ser cruel.

Se mordió el labio, sabiendo que lo mejor era no responder y a sabiendas que aquella respuesta que le daba a su pregunta era la más obvia. Pero agradecía sinceridad. No siguió avanzando y al verla en el suelo no pudo evitar que a ella sí se le aguaran los ojos. Por qué siempre tenían que pasar así las cosas? Por qué tenían que perseguirlas solo porque no se fueron a sus casas cuando ellos dijeron?

Miró al cielo, por entre los copos de nieve que seguían cayendo, a las nubes negras que ocultaban la luna y las estrellas; un instante que se le antojó una eternidad. Estiró la mano para que cayeran nieve sobre esta, y la apretó con fuerza, sientiendo como su cuerpo volvía a temblar un poco por el frío, pero sin cambiar de posición. Ni siquiera cuando hizo su propuesta bajó la mirada, a duras penas si sonrió con sarcasmo. No discutiría con ella, no tenía por qué saber o entender qué era lo que le estaba pidiendo ni a quien. Mucho menos comprender que se la había asignado a sí misma como misión.

El corazón volvía con calma a sus latidos habituales y con esto el viento se arremolinó por un momento en torno a ellas; un efecto sutil, nada que no fuera percibido como normal, pero que por un momento alejó la nevada que caía sobre ellas.

Al bajar la cabeza, volvió a fijar su vista en donde habían estado las sombras, sin que hubiera un cambio significativo en la escena, y la siguió descendiendo, la cabeza, hasta que quedó de rodillas justo frente a Rose. Se descubrió la cara y puso su mano, helada, sobre la de ella que se aferraba a la espada, reprimiendo el deseo de abrazarla.

- Yo no te voy a dejar atrás, a tu suerte - le sonrió, esa sonrisa de niña que no se le borraba a pesar de la maldición que tenía encima - Si crees que eres tan poco importante para arriesgarte de esa forma, tengo que informarte que diste con la última persona que aceptará semejante cosa, si está en mi mano no lo voy a permitir -

No le había dado argumentos para tal cosa. No estaba segura de si debía darselos, todo estaba dicho desde la subjetividad de la kazekage.


- Y además que estrategicamente sería un desastre - esta vez si sonrió con picardía, con mucho mejor animo - dividirnos solo le facilitaría las cosas a ellos. O les hacemos frente juntas, o corremos juntas - no la estaba poniendo a decidir, solo exponía su punto en lo que luchaba porque las lágrimas no se le fueran a escurrir.

Pero...

La pelirroja pensó en rechistar. Pensó en protestar, en quejarse, en apartar a Dulfary, en decirle algo que la convenciera de que era lo correcto; tú debes correr, yo te metí en ésto, es justo que las cuentas las pague yo, no mueras por mi culpa, ésto no tiene por qué ser así. Pero para ser francos, ninguno de éstos argumentos habría convencido a Dulfary, y Rose lo sabía.

Y en aquellos momentos no pudo evitar ser egoísta: No quería morir sola.

Sí, estaba convencida de que aquel era, iba a ser, su último movimiento. Tal vez por éso no insistió. Tal vez por éso simplemente asintió con la cabeza, desolada, sintiendo el aire hervir en sus pulmones y desgarrarle la tráquea a medida que exhalaba un hondo suspiro, mientras sus piernas hacían acopio de fuerza, de su última fuerza, y se ponía en pie.

La decisión... no había tal decisión, ya estaba tomada. No podía correr. Moriría de igual forma si lo hacía. Sólo quedaba plantar cara. Otra vez, para levantarse, tuvo que apoyarse en la joven Kazekage. Otra vez la miró a los ojos. Los de ella estaban vidriosos, reflejaban su estado, tal vez demasiado bien. La miró fija y largamente a los ojos, no sabiendo bien lo que decir, aunque ellos hablasen mejor que sus labios.

- Gracias - dijo, por fin.

No había un agradecimiento más sincero. Gracias por quedarte, por morir a mi lado, gracias por estar ahí. ¿Qué le agradecía...? Nada. Todo. Podía tener sentido o no tenerlo, pero era lo que sentía. La espada se deslizó lentamente fuera de su vaina, y Rose trató de no jadear tan fuerte como lo hacía.

- Elijamos terreno - dijo, señalando a una parte más amplia del tejado que se alzaba un poco más allá.

El borde no era un buen sitio para una pelea.

Por supuesto, desde la perspectiva de Dul, nadie moriría esa noche. Ni ellas, ni aquellos que se cruzaran por el camino de ambas. Así que aceptó el asentimiento con mucho más alivio.

Esta vez se tomó su tiempo antes de levantarse tras ella, se secó primero las lágrimas incipientes, con gran parte de la manga de su camiseta, antes de mirar hacia arriba, ya no al cielo sino a Rose. De nuevo no supo que decir pero la pelirroja lo dijo por las dos. Bajó la cabeza y la meneó de un lado a otro de forma categorica.

- No tienes que darlas - no cuando ella también se sentía agradecida. Al levantar la vista de nuevo tenía los ojos húmedos y estos siguieron el movimiento de la mano al sacar la espada. - Bien, que sea lo que tenga que ser -

En su mente, el movimiento de levantarse fue tan simple y gracil como siempre, un poco e fuerza en las pienras, si acaso apoyar la mano en el piso para hacerlo más energico yya estuvo. En la realidad, sus musculos se negaron aseguir con el movimiento, si se elevó unos centimetros antes de quedar en la misma posición, fue mucho. Efectivamente tuvo que apoyar la mano en el techo helado para que el cuerpo entero se resintiera al ponerse de pie. Se había dejado enfriar y ahi estaba el resuldado.

Pero no habia forma de no enfriarse.

Caminó hacía la parte más amplia, la ventisca se hizo mayor, al menos alrededor de ellas, dificultando por un momento la visibilidad, no solo de a quienes pretendía difucltarsela, sino de ellas mismas. A un lado de esa parte del techo clavó uno de sus cuchillios, no estaba mal tener un poco de ventaja si era necesaria.

Y ahora, a esperar.

* * *

Y vaya si tuvieron que esperar. Ellos, no salieron de sus lugares, al menos no se dejaron ver de ellas en lo que las rodeaban. Su propio plan aun era seguido de forma meticulosa. Ellos tenían sus abrigos de pieles por debajo de la capa y además, su camarada manejaba algo de magia de fuego, lo que los mantenía un poco más calientes. Por otro lado, elegian espacios donde las corrientes de aire no daban con ellos de fomra directa.
En resumen, no estaban pasando frío.

Ellas, como animalitos fuera de su habitat, no contaban eso y solo debían esperar a que la madre naturaleza siguiera haciendo su trabajo, debilitandolas por la temperatura, mientras ellos podían rodearlas para abordarlas por otro lugar.

Si, ellas los estaban esperando, ellos dejarian que continuaran esperando el tiempo que fuera necesario, de momento, nueve cambios en el reloj de arena.

* * *

- POR QUÉ SON TAN COBARDES QUE TIENEN MIEDO DE DAR LA CARA???? - el eco corrió por la ciudad en silencio y si no se prendieron luces en las casas, fue porque todos tenían miedo.

La nevada crecía en intensidad a medida que la noche se hacía más profunda.

Al principio, las defensas de Rose contra el cada vez más inclemente temporal consistían en el raído manto que le colgaba de los hombros. Mientras seguía a Dul, se arrebujó bajo él con ganas, mientras el calor que había generado su cuerpo a causa del esfuerzo y el cansancio se disipaba rápidamente bajo el castigo del helor; no obstante, enseguida extendió su escasa protección también al cuerpo de la joven kazekage, a la que envolvió con él. Pero la nieve iba calando lentamente; y el manto, poco a poco, iba dejando de servir como defensa.

A medida que los minutos de silencio y frío transcurrían, el cansancio se iba dejando notar. La extenuacion física parecía mitigarse, y la respiración desbocada de Rose decrecía poco a poco. Su corazón ya no latía tan rápido, aunque aún estaba sofocada, roja por el esfuerzo, y muy cansada. Sin embargo surgía el verdadero cansancio: El agotamiento mental. El agotamiento de los músculos que se negaban a responder, el velo del sueño.

Y el frío que empezaba a atenazar a ambas.

Llegados a un punto, la pelirroja abrazó de forma casi insconsciente a la joven, mientras aguardaban recortadas en las tinieblas. No solo porque buscase calor, sino porque se lo ofrecía. El manto ya no mantenía su calor. Dulfary gritó pasados unos instantes, rompiendo el silencio, y Rose se dio cuenta solo entonces de que habían cometido una equivocación. Había creído que... les atacarían.

Hijos de perra.

Podían dejarlas morir un poco más de frío y luego atacarlas a traición. ¿Por qué no? La traición está implícita en la condición humana. Por mucho que duela admitirlo, las personas que no son rastreras o traicioneras - ni ambas cosas a una vez sola - son anormales, gente que simplemente no ha comprendido las reglas del juego. Que ellas no fueran capaces de hacer algo así no significaba que nadie fuese a hacérselo a ellas.

¿De qué servía exasperarse...?

- Necesitamos un refugio - susurró, casi con un gemido al intentar moverse. - Tenemos que obligarles a salir...

Descubrió que le castañeteaban los dientes. El frío le hacía tiritar, y ahora se daba cuenta de que le temblaba la mandíbula. Notaba lágrimas frías que le escocían en el rostro sudoroso azotado por el frío glacial. Un chorro de vaho le manó de la garganta cuando intentó suspirar.

Estaban atrapadas. Lo sabía. No se atrevió a dar el primer paso, porque lo sabía...

El calor humano era lo que mejor le venía en ese momento. Su propia capa había dejado de ser de utilidad hacia un tiempo y solo representaba un lastre, aunque también era cierto que impedía que la ropa que tenía bajo esta se humedeciera tan rápido. Pero como prenda de abrigo... no, no servía ya.

Se dio el lujo de suspirar durante su espera. Ya no evitaba pensar en como la incomodaba el frío y mermaba sus fuerzas tal cual como esperaban los rastreadores, porque no tenía la energía para pensarlo siquiera. Ade,ás su mente trataba de trabajar tan rápido como podía en soluciones, en ideas, en lo que fuera que la mantuviera activa, al menos por dentro ya que todo movimiento había parado.

Justo cuando sintió llegar esa idea reveladora que las sacaría de ese embrollo, la medio elfa la abrazó y al abrir los ojos con sorpresa, pues no lo esperaba, el pensamiento se se cortó y se perdió. Pero no la apartó sino que regresó el gesto... y luego llegó el desespero y por el bien mental de la niña no vio la sonrisa que se dibujó en los rostros de ellos

- Tenemos que salir nosotras de aqui - casi lo gruñó por la ira con la que lo dijo. De la misma forma en que pasaba cuando tenía menos años que en ese momento, el viento reaccionó a sus emociones alteradas, era efecto del frío y el desgaste de sus fuerzas, el sutil remolino alrededor de ellas dejó de serlo, tomó fuerza y se expandió con cierta furia, muy parecida a la que hervía por dentro de la kazekage, alejando los copos que caían y despejando mucho más la vista y borrando la sonrisa de quienes aun permanecían ocultos pero sin ser suficiente para hacerlos salir.

Le puso las manos sobre los hombros a Rose y la miró a los ojos. El mo vimeitno le costó lo suyo, a pesar de verse bastante fluido desde el exterior; sentía los brazos de plomo, el cuerpo en general y al hablar, lo hacia con frases rapidas que agotaban del todo el aire que tomaba para poder expresarlas, asentuando su aparente ahogo.

- Hagamos teatro. No creo que nos dejen morir, así que les daremos lo que quieren aunque casi sea verdad y roguemos porque no se vuelva en nuestra contra. Te parece? - guardó silencio sin darse cuenta que no había explicado su plan, parte de lo embotada que estaba por el frío. - Un último esfuerzo, si? - casi se lo suplicó. - si, esto... sigamos con la ruta a las ruinas, dejemos distancia entre nosotras y dejamos un cebo que haya "caido" por el cansancio, esta bien, sin las comillas - no pudo evitar sonreir avergonzada - la otra tendrá que rodearlos rápidamente y cuando ellos caigan atacamos - sonrió orgullosa de su plan, de su remedo de plan.

- Lo malo es que tal vez nos quede mas complicado elegir terreno, peeeero, no se puede tener todo lo que se quiere, eh? -

Hacía rato que no sentía los dedos, ni el rostro.

Cuando sintió las manos de Dul sobre sus hombros, casi dio un respingo. Sus ropas estaban tan empapadas como su manto. La fría humedad se le clavó en la piel, y fue casi una ventaja. Logró despabilarla. Desde el fondo de sus ojos hundidos y enrojecidos, la luz de sus pupilas se clavó con firmeza en la kazekage.

- Pero... - atinó a susurrar.

Pero, es igual.

Pero, hay riesgo. Pero, ¿Es que acaso no lo había en no hacer lo que sugería la joven? ¿Había acaso una opción, de las pocas que tenían, que estuviese libre de riesgo? Si no hacían algo, no saldrían de allí. Si no las mataban aquellos bastardos, lo haría la hipotermia, y si no, lo haría el cansancio. El milagro era que ninguna de las dos hubiese cedido ya a él. A Rose le latían las orejas enrojecidas por el frío, ocultas bajo su pelo salpicado de nieve como su ropa, como su capa.

- En... entiendo - murmuró. - Yo... seré el cebo.

Dudó, pero no lo hizo porque fuese a aceptar que el "cebo" fuese Dul. No dudaba porque no quisiese adoptar ése rol en la estrategia de la kazekage; dudó, solo un momento, porque a su corazón le atenazó la sensación de que tal vez sería lo último que hiciese.

Todos sabemos que vamos a morir, por supuesto, pero hay momentos en la vida en los que uno es más consciente, más cercano, al hecho de que vamos a morir. En momentos como ése, no puedes evitar que un cierto pánico te recorra las venas. El temor de lo desconocido. Las creencias se remueven en tu interior y descubres lo triste, lo frío, lo vacío que es todo.

Rose fue consciente de que podía morir de verdad, y aun así, asintió con la cabeza de nuevo, y sus pupilas brillaron con más fuerza.

- Corre - dijo.

Temía que dijera eso, porque en su mente se veia mucho mas sencillo de lo que en realidad iba a ser su parte del truco, suponiendo que dicho truco funcionara. De la misma forma en que temió que ella aceptara semenjante plan, que dejara en sus manos la responsabilidad de la estrategia.

Se repitió para si misma mil veces que no estaba preparada, haciendo su mejor esfuerzo
para que el miedo ala responsabilidad no se reflejara en su cara. Tampoco tenía que esmerarse tanto, el cansancio era demasiado profundo como para ser desterrado de sus facciones con tanta facilidad.

Pero las cosas eran así. Por alguna razón, Rose creia que ella había propuesto un buen plan, que tenía credibilidad y que tenía buen juicio para establcer un curso de acción basado en la experiencia yno en fantasias; por supuesto, explicado desde lo obvio de su apariencia fisica hasta tenía sentido. Se dijo a sí misma que si supiera la verdad jamás habría aceptado tal cosa.

Pero la determinación de ROse para enfrentar las cosas equilibraba un poco la confianza que fluctuaba en ella.

- eh... no... no creo que sea creible si solo corro y ya, debemos movernos las dos, así sea despacio - dio dos pasos atrás dandose espacio y estirño la mano para invitarla a moverse dando otro paso atrás, con cuidado para que no fuera en falso y cayera.

* * *

A qué otra cosa jugaban esas dos? Ambos estaban perplejos, aunque ahora sabían algo de una de ellas, manejaba magia, detalle que no les era muy amenzante pues tenían el remedio para eso, la forma en que iniciaban y desistían no tenía mucho sentido a sus ojos.
Y de algo algo estaban los dos, era que no debía confiarse de una mujer, eran demasiado impredesibles.

Pero lo cierto era que parecía que iban a moverse nuevamente. Tal vez les había bajado la paranoia y al final resultaran siendo más utiles que como practica de entrenamiento.

La pelirroja apretó los dientes.

Plantar cara desde el principio era una tentación. Algo que le pedia el cuerpo, que le pedía el instinto. Quería luchar. Sabía que tendría que hacerlo, y que seguramente perdería, pero no quería darles el gusto de que pensaran que volvía a huír.

Pero en aquellos momentos era necesario. Si no por sí misma, por Dulfary. No iba a ponerla en peligro, no se iba a arriesgar a que la ignorasen cuando se quedase atrás para ir a por la kazekage. Fingiría. Y después... lucharía, si podía. Sonrió para sí misma. Dul le tiró de la mano, y no se resistió. Sacando de algún sitio unas fuerzas que ya no debería tener, volvió a correr, quedándose un poco por detrás de Dul, de nuevo enfrentándose al frío y a la extenuación, al terreno irregular de los tejados. Se preguntaba cuándo tendría la oportunidad de --

- Uhnff - gimió.

Su rostro tocó la nieve con demasiada fuerza, y sólo el volumen que se apilaba en las terrazas le libró de llevarse una herida seria o incluso de quedar inconsciente. La caída fué muy real, casi demasiado verídica. La pelirroja cayó de bruces al suelo, hundiendo la nariz en la nieve por un segundo. La inercia y la superficie resbaladiza hicieron su trabajo y la conminaron a avanzar unos metros, casi deslizándose, abriendo un surco en los montículos de blancura apilada.

Casi demasiado verídica.

Cerró los ojos un momento y esperó que Dulfary no se diera cuenta de que se había caído de verdad. Le habían fallado las piernas. No tenía fuerzas para sostenerse, y en algún momento había perdido el equilibrio lo suficiente como para torcerse un tobillo, que le dolía a rabiar. Pero sólo apretó los dientes, conteniendo el dolor que sentía, no permitiéndose a sí misma hacer un solo aspaviento aparte del gemido que se le había escapado.

"No te vuelvas", pensó. "No te des cuenta".

Dul iba avanzando, cada paso lo sentía mucho más pesado que el anterior y el aire helado cortando su garganta al pasar desde la boca, porque simplemente no podía respirar por la nariz, le dificultaba aun más el paso. No corría como ella quería, iba al trote, porque las piernas no daban para más, y porque tenía que guardar energía para cuando debiera moverse más rápido y poder sorprenderlos.

La conciencia se iba suprimiendo para dejar toda la reserva energetica al movimiento, cada vez más autómata, de correr, de trotar más bien, por esta razón se dio cuenta tarde de la caida de Rose.

~ es mentira, es mentira, es mentira ~ Faltó realmente muy poco para que se diera la vuelta y fuera a auxilarla, en su lugar, al reactivarse la conciencia primero vino el recordatorio de que era teatro y luego, la suplica porque en verdad lo fuera. No podía volverse, no sin saber en donde estaban los sabuesos.

~ qué importa como sea, yo la voy a proteger, si importa yo la voy a proteger ~ se repetía una y otra vez.

La niña seguía en su trote, ante los ojos asombrados de uno de los que las seguían, no solo continuaba sino que sacaba espacio entre una y otra, por eso el otro no la miraba alejarse, sino que clavaba su bota en la espalda de Rose asegurandola contra el piso para revisar qué tanto era una pantomima, recibiendo la colaboración del otro solo cuando la rubia se dejó caer del techo al terminar el conjunto de casas.

- Atala de prisa y da la señal, no perdamos a la otra - sin esperar respuesta inició su propia carrera en dirección de Dul pero al llegar al borde no había rastro alguno de la chica. Ni siquiera en el techo por el que la vio correr; incluso era como si no hubiera llegado al piso en ningun momento. Su mano empezó a brillar y toda la nieve que caía a la calle se disipó, despejando la vista: no había sitio donde ocultarse.

En efecto, cuando la kazekage se dejó caer, se metió en el viento y por primera vez desde que dominara el elemento sintió el mismo frío mortuorio que solía sentir cuando entraba en las sombras, todo el cuerpo protesto por el esfuerzo físico que estaba haciendo pero de nada sirvió, su carrera contra el reloj al igual que la angustia de dejar sola a la medio elfa podían sobre ponerse a eso. Corrió como siempre se le había exigido que lo hiciera, su pie a duras penas si se apoyaba en uno u otro punto de salidas irregulares en las viviendas y la nieve se arremolinaba de nuevo en ese punto creando una capa uniforme, pero en esa calle a la que se había tirado, nunca puso sus pies, ni en ninguna.

Por supuesto sus perseguidores no eran ningunos novatos y cuando Dul se acercó por la espalda de quien tenía pisada a Rose este se giró justo cuando el compañero se acercaba al borde de la edificación. Lo pateó no con fuerza o técnica, lo hizo con rabia, descargando toda la frustración que tenía, la ira de su cuerpo por estarlo forzando a moverse así cuando ya casi no daba más. Lo hizo en el pecho, y el sujeto salió despedido lejos de ellas.

La caida del sujeto al piso coincidió con el hechizo del otro que al notar lo extraño de la situación se giró y encontró el cuadro, Dul cayendo como un gato en el suelo al costado de Rose, su compañero cayendo como un saco de papas un poco mas alla. Y el cuadro habría sido impresionante, intimidante de no ser porque la niña respiraba demasiado agitada por la boca, se notaba, aun desde su posición, cuanto le faltaba el aire.

Pero eso no fue del todo impedimento para poner la mano en el suelo para darse impulso y cargar de nuevo esta vez contra el compañero del soldado que acaba de tumbar, esta vez con armas sacadas de sitios secretos

~ va a estar bien, la voy a sacar de aquí, yo la voy a protejer, yo la voy a sacar de aquí, yo la... ~

Transcurrieron algunos instantes.

Decir que Rose permaneció alerta a lo que pasaba sería un eufemismo... y también, mentira. Digamos, simplemente, que la pelirroja se mantuvo consciente. A duras penas, tal vez sólo gracias al frío de la nieve contra su mejilla, al dolor del tobillo, del pecho, los brazos entumecidos cuando intentó apoyarlos en la gélida superficie para alzarse.

Pero, ah, los soldados llegaron más rápido de lo que creía. Sintió la dureza de una bota sobre su espalda, presionando hacia abajo, pisándola y empujando para contrarrestar el esfuerzo supino que hacía por levantarse. Apenas ofreció resistencia, pero hizo lo que pudo. Clavó los dedos y las rodillas en la nieve, con fuerza, pero al hombre le bastó con aplicar la suya propia, hasta que la presión de la bota se hizo dolorosa y sintió que todo su cuerpo era presionado contra el punzante frío de la nieve.

Entonces, la presión desapareció un instante, y Rose olvidó por un momento con quién se las veía. Volvió a alzarse, a tratar de hacerlo, como un resorte, incapaz de comprender que aunque se alzase la derribarían con facilidad, o tal vez creyendo que si oponía la suficiente resistencia no le harían caso a Dul. Alzó los hombros, tensó los brazos. El hombre volvió a dejar caer la pierna, pateándole la espalda con fuerza y hundiéndola en la nieve con un gemido ahogado, y dejó escapar una siniestra risotada cuando la nieve la silenció.

No escuchó lo que dijo el otro hombre. Escupió nieve cuando sintió la presión de una mano sobre su hombro, casi forzándola a volverse, y notó cómo una cuerda comenzaba a enrollarse en su muñeca cuando el hombre le alcanzaba las manos. Su subconsciente ató cabos y se hizo a la realidad, a la realidad de que pretendían atarla y que así le sería todavía menos útil a Dulfary, si es que vivía para cuando la rubia volviese. Su reacción, sin pensar, automática, fue volverse bruscamente y lanzarle un codazo a quien trataba de atarla. Una buena idea, pero el hombre reaccionó con más velocidad.

Lanzó el brazo, pero nunca llegó a su destino. El hombre, sentado a horcajadas  sobre su espalda, agarró su codo, después su muñeca, y tiró bruscamente de ambas hasta que casi le partió el codo. La pelirroja gimió de dolor, y trató de quitarse de encima al hombre levantándose, pero de nuevo él fue mas rápido y, tras asegurarle el brazo en la espalda de la forma más dolorosa posible, utilizó la mano que ahora le quedaba libre para sujetar la cabeza de la chica, y sepultarla otra vez en la nieve, con todas sus considerables fuerzas. De nuevo su quejido se convirtió en un gorgoteo ahogado por la nieve; y no supo si le dolía más el cuerpo o el orgullo cuando el hombre plantó una rodilla en su columna vertebral, acuclillándose a su lado, y le levantó la cabeza bruscamente tirándole de un mechón de pelo.

- No te resistas, perra - le dijo al oído, con una voz que a Rose nunca se le olvidaría. - O te despellejaré antes de...

Puf.

Nunca supo qué sucedió. Sus sentidos estaban perdidos en el frío, en la nieve que le taponaba la boca y la nariz, que le hacía tiritar y le colapsaba por completo las percepciones. En el dolor de su pie herido, en el dolor de la espalda golpeada, en el del brazo aprisionado. Solo sintió que la presión cedía de pronto, sin estar segura de por qué. Y durante un segundo se quedó inmóvil como una muñeca rota, sin asociar la falta de presión con la liberación momentánea que Dul le había conseguido.

No la vio, cuando alzó la cabeza Dul ya se había arrojado contra el otro soldado. Pero vio al que acababa de golpear, al que acababa de golpearla a ella. El golpe había sido tremendo, pero insuficiente para dejarle inconsciente, y se debatía sobre la nieve para tratar de levantarse. Movida más por el impulso de ser útil que por la racionalidad, la chica se le echó encima.
Aún llevaba la cuerda medio enroscada en la muñeca izquierda. Si hubiera sido inteligente, hubiera desenvainado la espada, y le hubiera amenazado en la garganta con ella. Como no lo fue, decidió hacer uso de la cuerda, y fue lo primero que empleó. La enrolló en torno a su garganta, intentando asfixiarle no para matarle, sino para dejarle inconsciente.

Obviamente, cuando se le ocurrió el plan no tuvo en cuenta la diferencia de estado físico, de cansancio y de fuerza que les separaba. El hombre fue cogido por sorpresa, y éso le ganó algunos segundos a Rose. Apretó con todas sus fuerzas, que no eran muchas, y el hombre gorjeó al sentir que se quedaba sin aliento. Primero se llevó las manos al cuello, cogiendo la soga. Enseguida se lo pensó mejor y cogió las muñecas de Rose, apretándolas hasta hacerle daño, forzándola a soltarle.

A continuación le asestó los dos puñetazos más rotundos que la pelirroja había recibido en su vida.

El primero le cruzó la cara. El segundo casi le hizo crujir la mandíbula. Los ojos índigo de la muchacha se clavaron un segundo en los de su agresor, con perpleja sorpresa, y ni siquiera comprendió que la sangre que vio caer sobre la mejilla del guardia, antes de que la vista se le desenfocase, era la que le chorreó de entre los labios.

Emitió un leve quejido, ya con los ojos en blanco, y cayó como un fardo con la cabeza sobre el hombro del soldado.

~ va a estar bien, solo un poco más, solo ~ no quiso pensar, ni tuvo el tiempo para hacerlo, en lo que vendría después que todo eso terminara. Tampoco se fijó en si ella se levantaba o como había terminado el soldado que había pateado. Solo era consiente que si no se hacía cargo, aunque fuera un poco, del otro la cosa se pondría aun más fea.

De nuevo, el número de veces que puso el pie en el suelo para darse impulso fue demasiado pequeño para la distancia que estaba recorriendo. El hombre sonrió de forma sombría, sin moverse de su posición, simplemente elevó la ballesta apuntándole, el viento de inmediato se levantó a modo de barrera para desviar el proyectil a lo el soldado, mientras disparaba, decía en una lengua que la niña no conocía un hechizo para deshacer la magia que invocaba al viento.

Cual fue su sorpresa al darse cuenta que el viento no se disipó desviando la saeta y ahora tenía prácticamente encima a la muchacha rubia, no podría quitarse y si ella no se detenía caerían los dos al vacio.

Dio un paso atrás, posicionándose para recibirla y que por impulso de él solo cayera ella al vacio, pero la muchacha se barrió por el suelo, él dio un salto al lado esquivándola y entonces el viento volvió a agredirlo, estando en el aire no podía moverse bien y la fuerza de la ráfaga lo envió fuera del techo.

Sin darle mucho tiempo, fue el turno de Dul para asomarse por el borde y le lanzó las armas que tenía lista, no para herirlo y mucho menos matarlo, sino para clavarlo firmemente a las piedras que se ocultaban bajo la nieve de la calle. El golpe seco del cuerpo contra el mundo la obligó a cerrar los ojos y esto, todo el cansancio acumulado se posicionó de ella.

Le costó mucho trabajo llegar a estar a cuatro patas para darse impulso y ponerse de pie. Le costaba horrores respirar y el aire que entraba en sus pulmones parecía no ser suficiente o simplemente no servir para el propósito vital. Contuvo la respiración como otras tantas veces había hecho, pero el ritmo desaforado del corazón le impedía mantenerse así por mucho tiempo.

Sacando otro poco de fuerzas de donde no las tenia se puso de pie tambaleándose. Se pasó la mano por la frente, untándola de nieve, pero retirándose el cabello, que por lo húmedo se quedó allí donde ella lo dejaba.

~ tengo que sacarla de aquí, tengo que… ~ al girarse se cruzó con otra sonrisa que poco o nada le gustó, una sonrisa de triunfo y burla que le cayó como un balde de agua. No podía ser, dio dos pasos al frente y ante una sencilla señal de advertencia del sujeto se detuvo dócilmente.

Después de los dos puños, en algún punto mientras la niña corría y terminaba con su “trabajo” con el otro, el soldado al que se enfrentaba Rose se había puesto nuevamente de pie, pero además de eso, la tenía como escudo humano, la sujetaba por la cintura agarrando firmemente soga que ataba su mano, de modo que le daba la vuelta desde la espalda, y la propia espada de Rose contra su cuello.

La mirada de resentimiento de la niña, solo acrecentó su sonrisa. Con la vista revisó muy bien sus opciones, estando como estaba, él no podría moverse muy libremente, pero le quedaba la duda a ella de qué sería más rápido, si ella llegando hasta ellos o él cortándole el cuello.

- Oye… – llamó a Rose preocupada

- Manos arriba, ríndete sin trucos – ordenó él.

- Oye… - sus ojos volvieron a los del soldado – estas perdido – sentenció dando un paso al frente deteniendo el segundo cuando el filo se acercó a un mas a la piel – si la matas no tendrás… - jadeó – no tendrás con qué negociar – se le olvidó el detalle de sonreír al final de la frase si lo que quería era intimidarlo

Para bien, o para mal, la pelirroja no reaccionó.

El guardia - ¿Sería correcto llamarlo "soldado", ahora que Rose estaba inconsciente? - la manejó con destreza. En sus manos la muchacha se movió como una muñeca, sin oponer resistencia, sin que siquiera la inercia fuera un problema. Tenía experiencia en tomar rehenes; sabía de dónde la tenía que agarrar, cómo tenía que tirar, cómo sujetarla. Seguramente, de haber estado consciente, Rose habría sentido un profundo asco ante aquella idea y lo que le evocaba.

Pero, para ella, ahora el mundo era un lugar un poco más oscuro. Un sitio sombrío, confuso, por el que desfilaban voces, rostros y recuerdos que se entremezclaban rápidamente en su cabeza. Pero, si era sueño o pesadilla... éso no supo diferenciarlo.

El frío del acero helado por el clima sobre su garganta le hizo estremecerse y dejar escapar un quejido ahogado. Incluso aunque apenas habían pasado unos instantes desde que recibiera los golpes, el moretón en su barbilla ya era más que evidente. El hombre no se había contenido en lo más mínimo; el hilo de sangre que se le escapaba de entre los labios, partido el inferior, y que recorría su mandíbula para ir a morir sobre la hoja de su espada, que le amenazaba la garganta, era el testigo mudo del salvajismo del golpe.
En cierto modo, era previsible lo que iba a decir a continuación.

- ¿Quién ha dicho que quiera negociar? - gruñó. - Vamos, las manos arriba. No lo voy a repetir.

Y el mundo daba vueltas, y las luces y las formas se mezclaban sin ton ni son sin que a la pelirroja, inmersa en el mar de percepciones perdidas sin pensamientos ni razón que es la inconsciencia, pareciese inmutarle que la hoja le apretase la garganta hasta arrancarle un hilo de sangre, una gota, delgada y diminuta, pero que pareció continuar el camino dejado por el rastro de sangre que le manaba de la boca y seguir descendiendo a través de ella hasta llegar al punto del pecho en el que se unen las clavículas, donde describió la curva de una de ellas y pareció quedarse ahí.

La pelirroja se agitó levemente, y por un momento casi pareció abrir los ojos. Pero, no hubo reacción. No hubo consciencia.

Si había escuchado bien? Lo dudó por un momento más. En verdad había dicho que no quería negociar? Sin que fuera un acto voluntario, apretó el puño, lo que trajo una sonrisa de alivio al guardia que supo camuflarla muy bien para que pareciera de satisfacción.

No entendía por qué no quería negociar, pero si entendía que cualquier remedo de plan que tuviera se acababa de venir abajo. No alzó las manos como se le pedía, en su lugar volvió a sopesar sus opciones al respecto.

Por la forma en la que tenía sujeta solo habia uno o dos puntos donde podría herirlo a él desde la distancia, en un tiro limpio y sin fallas; pero el tiempo que tardaría el kunai en viajar de su mano al cuerpo de él, uno o dos segundos, era tiempo de sobra para que él le cortara el cuello e incluso usarla como escudo humano (medioelfico en este caso). En lo que entrecerraba los ojos frunciendo el ceño, dos cosas vinieron a su mente, la primera, el resultado de su acción, una Rose sin cabeza y un guardia riendose; la segunda, chocarse con la idea de "si yo fuera el guardia lo haría así" anudada con el cuestionamiento de: desde cuando pensaba, a ese nivel, sobre las opciones de respuesta combativas y sanguinarias de otros?

Por un corto instante, el que le tomó sacar un cuchillo, estuvo a punto de decirle que el hecho de no matarla de una vez era una buena respuesta a la pregunta que le formulaba, sin embargo eso lo llavaría a asesinarla por demostrar lo contrario y probar su punto y era eso precisamente lo que no quería. Claro que ella tambien podía intentar engañarlo.

- Que aun no has huido como el cobarde que eres - sonrió sacando un segundo cuchillo pero sin una posición ofensiva. El abrió la boca para decir algo pero - además - ella se le adelantó - si no quieres negociar, nada me impide matarte de una vez y continuar con mi camino - la sonrisa y la mirada llena de confianza y sangre fría (aunque lo frío viniera por el clima y porque lo sintiera) lo hizo dudar a él por un momento.

- No quieres que nada malo le pase a tu amiga, así que aquí no hay negociación y punto - gruñó y fue el turno de Dul para volver a dudar, pero se cruzó de brazos para ocultarlo.

- Te doy hasta tres, sueltala o... - jadeó de nuevo con falta de aire - o atente... -

El soldado sonrió.

Y es que casi parecía fácil adivinar las intenciones de Dulfary. A lo largo del tiempo, desde que comenzara hacía ya mucho la ocupación del Reino de las Cascadas por parte de Zergould, había visto muchas cosas. Había visto a gente como Dulfary, demasiado noble como para abandonar sus principios por salvar su vida. Pero era perro viejo, y no estaba dispuesto a caer en un truco tan manido.

Y sin embargo, aun a pesar de su sonrisa de autosuficiencia, de su mirada de "No hay nada que puedas hacer", el hombre dio un paso atrás.

Por dos causas.

La primera, fue un pensamiento que cruzó su mente. Fugaz, tal vez insuficiente como para hacerle dudar de manera tan estruendosa, pero aun así, presente: La muchacha acababa de escapar dejando atrás a su compañera. Enseguida un pensamiento más racional se interpuso: Seguro que lo habían arreglado. Además, después de todo, había vuelto a por ella. No iba a atacarle. Pero...

Pero sintió un pinchazo. Y un quejido escapó de entre sus dientes, haciéndole retroceder apenas unos centímetros, pero lo suficiente como para hacerle dar el consabido paso atrás. El frío del acero contra la piel, la presión de su cuerpo contra el de ella... la pelirroja tenía los ojos abiertos.

De acuerdo, tal vez las fuerzas aún no se habían reencontrado con ella. Pero había algo en aquella situación que la parte subconsciente de la mente de Rose no podía dejar escapar sin una reacción. Su cuerpo recordaba, aún, la presión del pecho de un hombre al que ponía cara, pero cuyo nombre no podía recordar por muy familiar que le resultase, apretado contra su espalda mientras sentía el frío de una hoja, el dolor punzante del metal, atravesándole piel y carne.

Entonces no había nada que pudiera hacer, pero sintió rabia. Dolor. Miedo. Traición. No sabía muy bien a qué pertenecían los recuerdos, todo en su mente era un torbellino demasiado confuso para poner nombres, para asociar rostros. Pero sabía que había sucedido, no era una alucinación. Entonces no reaccionó, no supo por qué. La situación era distinta.

Ahora...

Apenas se daba cuenta de lo que había hecho. Como antes, quien había actuado no era la Rose que había hablado con Dulfary, la niña perdida y confusa que apenas sabía dónde estaba y qué era de su vida. El soldado que llevaba dentro, la guerrera perdida y olvidada en los confines de la mente de aquella niña, había hecho su movimiento. Aun con las pocas fuerzas que tenía. Su mano derecha estaba sobre la mano del soldado, presionando sobre sus dedos para arrebatarle la espada, que de momento había conseguido separar unos centímetros de su cuello. Y la respuesta a la pregunta no formulada de por qué un hombre que la superaba en fuerzas dejaba que una chica al borde de la inconsciencia le apartase la mano yacía en la otra, en la mano izquierda de Rose. La que sujetaba un delgado y alargado puñal escondido en su cinto, que ahora estaba hundido en el muslo del hombre, prácticamente hasta la empuñadura. Un golpe certero, que había buscado la femoral. Tendría suerte si se recuperaba, y mucha más si volvía a andar bien.

Los ojos que miraron a Dulfary fueron, por un momento, los de la guerrera. Los labios fruncidos, los dientes apretados, señal del esfuerzo que estaba haciendo ya no por mantenerse de pie, sino por mantener la espada lejos de su cuello. Era como si Rose estuviera luchando porque aquella parte de sí misma fuera la dominante el tiempo suficiente como para salir de aquello.

Era difícil mantener su posición de persona fría y confiada cuando su mirada se iba de un punto a otro en el rostro de Rose lleno de su propia sangre, antes de mantenerse en los ojos del hombre. Tenía que haberlo pegado muy duro, y sus moretones le afirmaban tal hipótesis. Sus ojos, los de Dul, le decían lo mismo que pensaba: Perro!

Pero el hombre ya no tenía puesta su atención en ella, sino en la consecuencia de los actos de la medio elfa, en el dolor de su pierna proveniente de una daga que no sabía que tenía, en el esfuerzo por no dejar ir a su presa aun en medio de su sorpresa por tal descuido de su parte.

A Dulfary le tomó un poco más darse cuenta de lo acontecido, como si su mente no fuera consiente del milagro que estaba esperando cuando había estado haciendo tiempo.

Su nueva amiga estaba luchado por su libertad y su interior vibró con admiración, por la capacidad de sobreponerse a las circunstancia y seguir adelante, por lo que para la niña era fuerza interior, por su habilidad aunque aun necesitara un poco de ayuda para que ambas salieran de esa con éxito pues Dul sabía que estaba muy cansada; no estar en una situación tan critica y la nombraba secretamente su heroína.

El lapso duró muy poco. Estaba lejos para poderla apoyar, y atacar al soldado en un punto comprometedor era aun más arriesgado dadas las nuevas circunstancias, pero aun podía seguir inclinando la balanza a favor de ellas.

El kunai dejó una estela en medio de los copos al cortar el aire y luego tanto estela como los copos se tiñeron de rojo en su descenso a la tierra al rasgar piel y musculo del guardia en el brazo que se peleaba por el control de la espada de Rose.

El gruñido de dolor del hombre no se hizo esperar, la fuerza que empleaba para contrarrestar la que imponía Rose se redujo notablemente y dio un paso atrás como nuevo punto de apoyo. No se podía dejar ganar de dos mujeres que se suponía estaban débiles.

Por fin.

Aún débil y jadeante como estaba, la pelirroja no pudo más que dejar escapar un profundo suspiro de alivio cuando Dulfary consiguió que el guardia – ya no soldado – perdiese el agarre. Permitió que pudiera levantarle la mano, un poco, muy poco. Lo suficiente.

El pánico le mordía el estómago. Estaba nerviosa. Estaba... aterrorizada. El corazón le latía desbocado, y la mente seguía en blanco, vacía de contenidos, sólo instintos, esperanza, miedo.

Lo siguiente que sucedió, ocurrió en apenas unas décimas de segundo: La muchacha cerró los ojos, abandonándose nuevamente a aquella parte de sí que podía salvarlas, aquella otra que aún recordaba quien era y que sabía lo que debía hacer, cómo debía actuar: A Riadh. El subconsciente le decía que ése era su nombre correcto. El dolor, el ataque, había hecho que el hombre entreabriese los dedos, aunque la fracción de segundo en la que la Rose aterrorizada vaciló casi fue suficiente para frustrar su intento de escape. Pero recuperó su arma.

Tal vez un rato después desearía no haberlo hecho, pero lo hizo.

Un movimiento tan natural como simple, y la Rose soldado, la Rose que sabía lo que estaba haciendo, no vaciló en lo más mínimo. La Rose que estaba muerta de miedo, la que había cerrado los ojos para pasarle el control a Riadh, que le hablaba a través de los instintos, quedó de lado por completo, y apenas se enteró de lo que sucedía. Suyos eran los movimientos, las manos que blandían la espada. Los pensamientos...

No había pensamientos. Su mente estaba en blanco. Sólo instintos, sólo esperanzas, sólo miedo.

La espada estuvo un momento en el aire, sin dueño. La mano de Rose se retorció entonces violentamente, y el hombre profirió un gemido. De haberle impreso más fuerza, tal vez podría haberle roto la muñeca, pero la pelirroja estaba débil, herida y extenuada. Se quedó en un tirón muy incómodo, muy feo, que dolió lo suficiente como para que soltase el arma, que la muchacha estaba dispuesta para recoger. En el mismo movimiento, se volvió para encararle, tirando de la mano para mantenerle indefenso.

Natural, simple, fluído como el mercurio.

Riadh sopesó apenas una fracción de segundo el arma, y terminó su giro. Descargó la hoja con todas sus fuerzas, un único golpe, en vertical, aprovechando la inercia del movimiento. En el brazo del hombre no había armadura que detuviese un golpe; sólo era un infiltrador, un batidor. La hoja penetró la carne sin dificultad, y el aullido que le siguió fue tan desgarrador como el chapoteo de la sangre en la nieve.

La hoja manchada salió por el otro lado del antebrazo, mientras el soldado, manco, se desplomaba al suelo con un quejido, la mano que aún conservaba fuertemente cerrada sobre el muñón, como si pudiera detener la hemorragia con ella.

Natural y simple. Tanto, que incluso Rose Riadh tardó un segundo en reaccionar ante lo que había hecho.

Tardó un segundo en abrir los ojos, en palidecer de súbito, en dar un paso atrás, con gesto horrorizado, llevándose las manos a la boca, sin atender al tintineo de su arma al caer al suelo. En fijar los ojos en la herida del del hombre, en la sangre que manaba de ella, la sangre que manchaba su espada, la sangre que manchaba ahora la nieve.

- Dios - susurró. - ¿Qué he hecho?

¿Lo peor...?

Lo peor fue la vocecita que, en el fondo de su mente, respondió a su pregunta de inmediato, sin vacilar ni por un segundo: "Lo correcto".

Supo, de inmediato, que no era la primera vez que hería a alguien. Quizás ni siquiera la primera vez que... ponía la vida de alguien en riesgo. Una imagen le surcó la mente, pero no pudo entenderla. Tenía miedo. De pronto, se hacía una pregunta, una en la que no había recaído antes.

¿Quién era?

El impulso de su carrera se vio truncado cuando sus ojos vieron en cámara lenta todo la maniobra con el arma, la fluidez de su movimiento, la seguridad en cada paso y aun por debajo de su expresión; la iba siguiendo al darse la vuelta y encararlo

~ wo… oh no… ~ las cosas habían ido mucho mas allá que dejarlo fuera de combate: se le había neutralizado del todo, al menos eso era lo que se veía desde la posición en la que estaba la niña.

Dejó de correr pues ya era demasiado tarde. Mucha más sangre se unió a la que ella había sacado con su cuchillo, caía a borbotones sobre la nieve, resaltando de forma chocante contra su blancura, pero no era eso lo que ella estaba mirando un poco aterrada. Miraba la espalda de Rose.

Se preguntaba si en efecto había matado al sujeto o solo lo había herido de gravedad. El quejido, la cantidad de sangre le decía que era lo primero.

Por un momento, por un fragmento de la noche, ese que iba desde que se la cruzó en problemas con los guardias al final del atardecer hasta hacia un segundo, creyó, casi totalmente convencida, que no era la de la clase de persona que mataba. Se llevó la mano al pecho impactada por la forma en que esa imagen idealizada que tenía de Rose se rompía en mil pedazos.

Lo había matado con tanta facilidad (“facilidad”) y…

Y, nada. No podía reprocharle nada, ni reclamarle nada, ni hacerle un escándalo por lo sucedido, por más que estuviera en desacuerdo, por más que le doliera darse cuenta que de nuevo se había equivocado al juzgar a alguien, el hacerlo no cambiaría las cosas, no le regresaría la vida al hombre que sin duda si las habría matado después de hacerles quien sabe que cosas y además… aunque ella jamás lo hubiera hecho así, la medio elfa estaba en un situación en que era su vida o la de él y la elección era obvia.

Eso no quitaba que no pudiera creerlo, que estuviera petrificada viendo la escena, mientras la parte mas practica y menos impresionable de ella, le decía que se estaba adelantado, que primero debía asegurarse que el sujeto estaba muerto, que no conocía por donde había cortado la espada.

El golpe del metal contra la piedra del techo al dejar caer su espada la sacó de esa nube de desencanto. Al despabilarse pasaron dos cosas. La primera, tuvo uno de esos flashes incontrolados (y que debería controlar) en los que se ponía en marcha el Don de sus Ojos Rojos y le permitía ver el corazón de las personas. La segunda, se dio cuenta de la aparente reacción de pánico de Rose ante lo que había hecho. La sumatoria de ambas hizo que los trozos de imagen que tenía de la pelirroja se unieran nuevamente; obviamente no era la misma imagen, pero se seguía pareciendo mucho a la anterior.

Lo que vieron sus ojos rojos de descendiente de Sheikah, fue que Rose tenía un corazón extraño, que parecía dividido en dos entes siendo el mismo pero que ambos lados de la moneda apuntaban a lo que la niña consideraba “un buen corazón” y ni aun lo que acababa de hacer lo empañaba al combinar ambas mitades.

Se acercó por su espalda caminando despacio hasta posar la mano en su hombro. Aun sin quitar su expresión de impacto puso los ojos en el hombre que se terminaba de desangrar en el piso. Prácticamente estaba muerto y su corazón se veía podrido, el corazón de alguien “malo”.

- Rose… - susurró, no se atrevió a preguntar lo que ya la cara de la medio elfa le decía que estaba preguntándose, qué había hecho? Pero tampoco podía preguntar si estaba bien.


Ambas parecían estar en shock. Un momento. No estaba muerto, ni tenía una herida… de cuando la herida era mortal, pero aun no estaba muerto, aun se le podía salvar. Sin poderlo evitar una expresiva sonrisa de alivio se posó en su cara.

No podía tranquilizarla en ese momento, tenía algo mas urgente que hacer. Se puso en cuclillas frente al hombre y lo tomó por los hombros. Este la miró son verla.

- Mírame! – le ordenó y la mirada se focalizó en ella y volvió a llenarse de ira, de odio. Du le mantuvo la mirada, con desafío, no por chula, si no para mantener la adrenalina en él –no te muevas –

- Perra!!! – CHAS!!! El golpe de la mano de Dul contra la cara de él resonó en la noche. Al menos le sirvió para dejarlo mentalmente aturdido por un momento y para que su mano se calentara

- Más respeto con la persona que evitará que te mueras, rata – lo dijo con rabia, mientras le agarraba el hombro en el que estaba el muñón y sin dudas empezó a hundirle varios puntos de presión hasta que la sangre paró entre quejidos de dolor. El tipo necesitaba un doctor urgente.

- R.. – pasó saliva – Necesito algo con qué vendarlo – le pidió a Rose, para obligarla a moverse, sin girar al verla – Mírame! – volvió a ordenar y le movió la cara. No se había dado cuenta de lo gratificante que había sido golpearlo.

- Las voy a matar!!! – gritó él.

- Si no pudiste con dos manos, que crees que lograras con una sola? – se le burló. Perfecto, necesitaba más adrenalina para mantenerlo consiente, había perdido mucha sangre, pero su sonrisa se apagó cuando la agarró del cuello.

No, no le había matado.

... pero eso era solo una cuestión de tiempo, claro. La herida que le había causado era bastante fea, y seguramente no sobreviviría al desangramiento. A no ser que recibiese ayuda. Claro que, en aquellos momentos, la pelirroja estaba demasiado bloqueada, demasiado aturdida, como para caer en ése detalle.

Como hipnotizada, miraba a la herida que le había causado al hombre, pulsante, sangrante. El brazo cortado dejaba ver el hueso, la carne de los músculos, la sangre chorreante. Era una visión que le horrorizaba, pero no hubo náusea, ni malestar a causa de ella. Comprendió que le era familiar, y de nuevo volvió a caer en sus dudas. Pero, ¿Quién era?

Aquello era algo que le daba mucho miedo. Le había dado miedo cada día, desde que había recuperado el sentido tras... lo que quiera que fuera lo que le pasase. ¿Y si acababa por recuperar la memoria... y descubría que era una asesina, una malhechora?

Perdida en su introspección, apenas se dio cuenta de lo que hacía Dulfary. No hasta que le llamó la atención, sacándola del momentáneo trance.

Algo para vendar.

La pelirroja sacudió la cabeza, moviendo torpemente las manos hasta la bolsa bajo su capa, donde guardaba... un puñado muy escaso de provisiones. Entre ellas, estaba segura, había una venda. Podía servir temporalmente, pero...

Sí, la encontró. Pero cuando lo hizo, miró hacia Dulfary, y volvió a dejarla caer en el interior de la mochila. Se adelantó un par de pasos, de pronto sintiendo un súbito arranque de ira, de adrenalina, y sin pensárselo dos veces le conectó al soldado una tremenda patada en los riñones, clavándole la puntera de las botas en el abdomen y haciéndole doblarse con un agudo gemido al tiempo que soltaba el cuello de Dulfary.

- ¡Animal! - le gritó, casi sin darse cuenta de que lo hacía. - ¿Así pagas que...?

... pero, ¿Qué estaban haciendo? Miró a Dulfary.

Cielos, no podía dejarle morir. No porque no se lo mereciera, sino porque no quería llevar ésa carga sobre su conciencia. Pero no iba a gastar sus recursos en alguien como él, no podía hacerlo. Aquella serpiente traicionera le despertaba un sentimiento que reconocía como odio, pero con el que no estaba familiarizada. El tipo se estaba retorciendo (más aún) de dolor, y la semielfa...

La semielfa respiró con fuerza.

- No podemos pararnos – murmuró, recuperando su estado normal, agotada, acabada, pero determinada. - No te mereces ésto, pero no voy a dejar que mueras.

Arrancó un pedazo de su túnica – de la que el soldado llevaba bajo la armadura, que no de la suya. Un pedazo alargado, bastante fuerte, al que le dio dos vueltas con bastante maestría. No sabía cómo es que tenía el conocimiento sobre lo que debía hacer, pero lo agradecía. Dulfary había detenido la sangre, no sabía cómo, pero Rose consideró oportuno... en fin, cerró los ojos para que no le afectase, y con rapidez, cerró con todas sus fuerzas el paño en torno al muñón, tirando hasta que el hombre dejó escapar un gemido de dolor.

Esperó un segundo, y cuando le hubo cortado la circulación, apretó el trapo con fuerza, y le hizo un nudo. Aquello... aquello era una chapuza, pero serviría hasta que le encontrasen. Entre lo que Dulfary hizo y eso, sobreviviría, si el frío no le mataba.

...

En realidad aquel hombre tenía pocas posibilidades de sobrevivir, pero éso... en realidad, Rose, con cierta tristeza, descubrió que no le importaba tanto como le hubiera gustado.

- Vamos – le dijo a Dulfary.

El sobresalto inicial cuando el soldado la tomó del cuello, se vio opacado por la sorpresa al ser arrastrada por el hombre en su caer hacia adelante al recibir el golpe de Rose. Se alejó rápidamente de él, asustada, ya no por el peligro que representara en sí, si no por no poder comprender del todo como era posible que su naturaleza destructiva iba más allá de las circunstancias y del hecho que ella estaba tratando de ayudarlo. Ok, ella se lo había buscado por su lengua floja, pero, tan lejos llegaba?

Si bien no era la primera vez que se topaba con alguien de esas características, ésta vez la asustó sobre manera el cómo estaba dispuesto a someterla, a lastimarla aun por encima de su propia derrota. No. Se sobó el cuello tosiendo por reflejo más que por molestia o necesidad. Él no estaba derrotado todavía. No era la primera vez, ni la mas impactante, pero si le aterraba que tan hondo se podía estar, que tan arraigado podía quedar un sentimiento, una emoción en alguien. ¿por qué? Es que acaso no conocían un límite? Si ella misma no lo conocía en el lado contrario del espectro por qué otros tendrían que conocerlo? Pero lo estaba tratando de ayudar, era valido que fuera un poco tarde para eso, mas después que ambas lo habían agredido, pero… por que? Le dirigió una mirada dolida al hombre sin saber si la estaba enfocando o no.

Alzó la vista hacia Rose. Estaba casi convencida que algo le había dicho, pero su cabeza no lo procesó. Negó despacio y esperó que fuera la repuesta correcta a lo que había preguntado. Ya tenían suficiente como para preocuparla con sus racionamientos internos.

- Vámonos… vámonos de aquí – suplicó en un susurro, olvidando por un instante todas las veces que se dijo que ella estaba a cargo, que ella la cuidaría. Estaba cansada, el cuerpo no respondió a su propio pedido, de hecho hizo todo lo contrario, le envió todas las reacciones fruto de los estímulos del ambiente, la humedad, el frío, los golpes, dolor de huesos…eso que le dolía tenían que ser los huesos.

Faltó muy poco para dejarse caer hacia atrás y dejar que todo siguiera su curso natural… Para qué quería el equilibrio en el mundo? Para que personitas como ese guardia lo rompieran con lo ponzoñoso de su corazón? Sí, Rose le había dicho algo. Se forzó a mirarla de nuevo. Solo estaba cansada, no estaba hilando bien las ideas. Era para personitas como Rose.

No era el lugar, no era el momento, no eran las condiciones para pensarlo. Sacudió la cabeza y los copos de nieve que habían anidado en su cabello enmarañado y húmedo cayeron frente a sus ojos y sobre sus hombros. Era el momento para moverse, para que el instinto mas básico las sacara de ahí, lo que pasara por la mente, miró al hombre, por el corazón, tendría que esperar.

El sujeto estaba vendado. Rose lo había vendado. La medioelfa sabía más cosas de las que parecía a primera vista.

- Si lo encuentran a tiempo sobrevivirá, su vida ahora está ahora en manos de sus camaradas por decisión de él… - lo sentenció, aunque en el fondo de su alma realmente esperaba que alguien lo rescatara a tiempo – Rose... estas bien? – preguntó con demasiada preocupación y no solo se refería a la parte física.

La semielfa no contestó de inmediato.

La misma idea le golpeaba duro en la mente, deprimiéndola. No pudo evitar seguir contemplando a aquel desecho humano durante unos instantes más. Le repugnaba su imagen, lo que representaba. Tanto odio. Tanta agresividad. No las conocía, pero le habían dicho que la gente se le debía subyugar. Y estaba dispuesto a matar, a sacrificar su vida por matar a quien no lo hiciese.

Quizás no debió vendarle. Pero en alguna parte de su alma, se habría sentido tan sucia, tan vil, tan insoportablemente llena de oscuridad como aquel ser al que contemplaba. Un ser vano, fallido. Se mordió el labio sin quererlo. Le ardían los ojos, y el frío se cebaba en sus lágrimas.

- No – contestó, en voz muy baja, casi para sí misma. - Pero no podemos detenernos.

Se acarició la mandíbula, aún dolorida. Su vida ahora dependía de gente como él. El mismo pensamiento servía para que la pelirroja sintiese un profundo y lacerante... asco. Como él. Integridades retorcidas, voluntades hechas de odio.

Cerró los ojos, y se volvió hacia Dulfary. Tal vez fuera cobarde, pero necesitaba correr, huir. Olvidar aquello y pensar que el mundo seguía siendo un lugar donde predominaban las personas como... Dulfary. Asintió con la cabeza. Pero la chica parecía bloqueada, así que fue ella quien dio el primer puñado de pasos.

Le dolían las piernas. No era sólo algo fruto del cansancio, había dolor físico. Los cardenales y el frío la estaban matando lentamente, y sabía de sobra que, si encontraban un lugar donde caerse muertas, se despertaría, como poco, con fiebre. Si es que no la mataba una pulmonía. Pero caminó, sin importar todo aquello.

No sabía adónde tenían que ir, pero tenía que hacer reaccionar a Dulfary. Y en aquellos momentos, Dulfary, la vida de aquella muchacha, le importaba mucho. Mucho más que la suya.

- Quizás... - musitó, tras dar un puñado de pasos que le costaron más de lo que estaba dispuesta a admitir.

Tragó saliva. Era como si tuviera un millón de cuchillas afiladas en la garganta.

- Quizás sí debiéramos escondernos en cualquier sitio – admitió.

No llegarían a ningún lado así.

Se puso de pie despacio, a la velocidad a la que le respondía el cuerpo ahora que había dejado que el frío volviera a ganar terreno al quedarse quieta por tanto tiempo. Fue casi doloroso el levantarse, las articulaciones traquearon como si llevara horas sentada en la mismo posición, y dio un par de pasos en retroceso antes de volver a estar en equilibrio, para cual tuvo que apoyar las manos en las rodillas.

Si, debían buscar refugio. A este paso no llegarían jamás a las Ruinas. Pero no podían exponer a las personas que no estuvieran involucradas en todo aquello.

- Plan… - se demoró pensando en la letra que quería ponerle al plan. Toda la noche había sido tan caótica que era un mero formalismo el que forzara a su mente a recordar algo tan irrelevante como eso. Daba igual la letra, pero quería que sonara bien – Plan L… si llegamos un poco mas al… - no importaba el rumbo cardinal, mientras no fuera al centro de donde venían – podremos tratar de colarnos en algún almacén, tomamos aire, descansamos del… del frío y seguimos hacía… hacía… - no quería ir a las ruinas.

Los pasos que dio hacia el borde del tejado fueron bastante torpes, con grandes inspiraciones de aire en cada movimiento que le resecaron otro poco la garganta. De forma inconsciente se la acarició mientras dejaba caer la vista hacía el vacio entre un edificio y otro.

Sin adrenalina de por medio era muy difícil mantenerse en movimiento y no sucumbir a la tentación de dejarse caer sobre la nieve a descansar, a dormir… tal vez para siempre.

- No podemos seguir por los techos, estando como estamos no podremos saltar – eso, concentrarse en lo que debían y no podían hacer para no pensar mas en lo que había dicho el soldado que yacía en el techo – hay que bajar – aunque era una afirmación, no se atrevió a moverse hasta no tener la aprobación al respecto, por parte de Rose.

La pelirroja exhaló una bocanada de vaho.

El frío dolía en el pecho, y pasar la noche a la intemperie no era una posibilidad. Ahora estaban agotadas, pero cuando se les acabase el calor del ejercicio lo pasarían mal. No podían dejar de moverse. Pero sus movimientos eran ahora lentos, renqueantes. Tanto una como la otra estaban... jodidas, por así resumirlo.

Continuar por los tejados habría sido una locura. Pero, si lo que Dulfary había dicho era cierto, continuar por el suelo significaría que llamarían la atención de cualquier guardia que encontraran. Y vuelta a empezar. Rose no le veía salida a la situación en la que se encontraban. Morir de frío, morir en manos de la guardia, o arriesgarse a poner en peligro a otra gente.

- No llegaremos lejos por abajo – gruñó, ronca.

Almacenes. Pero ni siquiera sabía en qué dirección estaban. Rose suspiró lentamente, dejando una nueva columna de vaho en el aire. Le dolía tanto el pecho que pensó que había enfermado. Se arrebujó en el viejo manto, empapado de la humedad de la nieve. Hacía rato que no le protegía del frío.

- Dul – murmuró. - Si no encontramos ésos almacenes, tendremos que considerar...

“... meternos en alguna casa”, pensó para sí misma. Por más que la idea le siguiese resultando reprobable.