Censo
Últimos temas
Noticias
Afiliados normales
Mar de Jaspia es un foro basado en un mundo original con líneas argumentales que pertenecen a sus administradores y participantes. Tanto los escritos como el diseño están protegidos por una licencia Creative Commons. Algunos códigos fueron desarrollados por el equipo web de Protorol. La mayoría de nuestras imágenes son sacadas de DeviantArt y retocadas, si quieres créditos propios o te interesa alguna imagen en concreto, haznoslo saber.
KirillAdmin ♒ MP!
ChelsieAdmin ♒ MP!
LisandotMod ♒ MP!
DelinMod ♒ MP!
SophitiaColab ♒ MP!
CyrianColab ♒ MP!
Años Activos
Sombras rojizas.
2 participantes
Página 1 de 2.
Página 1 de 2. • 1, 2
Sombras rojizas.
/He aquí, por fin ,mi primer tema, completamente improvisado y libre. Espero no haber puesto algo que tenga que verse rectificado o que resulte pesado. Dicho esto, aquí va:/
*******************************************************************************************************
Tac, tac, tac, tac…
Aquel tamborileo sistemático había conseguido adormecerla. Notaba cómo cada giro de las madejas de hilo mecidas una y otra vez por los tornos, moviéndose todas casi al unísono, formaban una cadencia que había pasado a ser el reflejo de la monotonía de cada tarde en aquella diminuta estancia revestida de madera y atestada de hiladoras. Se sentía sumida en un pequeño mar conformado por aquellas destartaladas ruecas rotando a su alrededor; y aquella quietud únicamente amparada por el canto de las máquinas distaba mucho de resultarle agradable.
En efecto, un hastío atroz volvía a asentarse como una piedra entre sus sienes, y no pasaba mucho hasta que empezaba a mordisquearse repetidamente el labio inferior, como un mecanismo para canalizar su creciente nerviosismo. Obligaba a sus entumecidos dedos a coordinarse, a entretejer con aquella simple brizna lo que sería un pañuelo bordado mostrando una floresta. Pero notaba cómo se perdía entrelazando de un lado a otro la aguja, como si esta tomara vida propia y controlara sus manos, no viceversa. Reprimió un bufido.
A ella no le habían permitido acercarse a alguna máquina de hilar desde el primer día que lo hizo, porque si quedaba alguna duda de su torpeza natural, ella se cuidó de que se esfumara al verse al cuarto de hora con el torno desmembrado con sus piezas esparcidas por el suelo y por sus faldas, confundiéndose entre un arco iris de lana, al deshacerse casi todas las madejas de colores junto al desastre.
No lo lamentó tanto por el trasto endiablado, sobrenombre que otorgó al instrumento con todo su cariño mientras mascullaba entre dientes, sino por volver a oír los gritos estridentes de Jërda, cuya boca reseca ella se figuraba como una puerta con los engranajes oxidados que no paraba de abrir y cerrar, abrir y cerrar, mientras su voz tomaba la forma de sus chirridos estridentes. Se limitó a sellar los labios en una expresión ausente, levemente sardónica, mientras contemplaba a aquella mujercilla abotargada haciendo aspavientos con aquellos brazos rosados, deshaciéndose en juramentos mientras rogaba paciencia a la mismísima Dama. Se le retiró la paga de aquel día, por supuesto, y a ella no le supuso más perjuicio que no poder conciliar el sueño al sentir los retortijones de hambre en la boca del estómago.
No estaba poco acostumbrada a aquella sensación, tampoco. Parecía que a Jërda el infortunio de la hiladora le había pesado mucho, porque no volvió a ver una pieza de acero por jornadas más, pese a que al día siguiente se había vuelto a ensamblar la dichosa máquina, y no era la primera vez en el taller que sucedían cosas semejantes. Sin embargo daba la sensación de que no tenía derecho para quejarse.
- Agradece que demos cobijo a la cría de una bruja.
Se le tensaron los huesos de la mandíbula cuando volvió a recordar aquellas palabras. Ya no por una rabia cada vez más diluida, sino por cómo reaccionó la primera vez que llegaron a sus oídos. Un familiar pinchazo áspero en las palmas de las manos, que al poco tiempo reconocía con estupor como el contacto de sus propias uñas, curvadas más allá de lo que unas falanges normales permitirían. Cómo las paredes de su boca parecían recubrirse de hielo haciendo que temblaran sus labios incontrolablemente. Pero lo peor era aquel bombeo ígneo entre el esternón, como si su corazón se hubiera convertido en una bola de lava, deslizando fuego a cada rincón de su cuerpo.
Todavía no sabía cómo había conseguido mantenerse quieta, como una estatua. Una bruma cada vez más mayor inundaba su conciencia, y pese a que veía perfectamente la repelente cara de Jrëtel regodeándose de su reacción, con aquellos pequeños ojillos achinados mirándola fijamente, una película negra parecía velarle los ojos.
Con qué facilidad se desgarraría la piel de aquella asquerosa papada…
Dio un salto en el sitio cuando sintió algo en el hombro, girándose instantáneamente. Soltó el aire. Solamente era Aenei, que a su vez también se había echado hacia atrás, sobresaltada . Inmediatamente la misma se repuso, sonriendo con algo de timidez.
-- Esto…perdona. Pero como te vi medio atontada con aguja e hilo en mano… - su sonrisa se hizo más amplia, dejando al descubierto unos dientes graciosamente separados mientras se acomodaba un suave mechón castaño bajo la oreja.
Aenei era quizá la única compañía agradable de todo el gremio. Las demás hilanderas y bordadoras, siendo en su mayoría mujeronas o alguna muchacha de la misma edad o menor que ella, preferían rehuirla. Sin embargo, no podía evitar que incluso Aenei le pareciera de alguna forma…¿cargante?
- Ah, tranquila… No sé qué estaba pensando.
- Solo te digo que si te vuelve a ver Jërda de esta guisa, no sé…
- Sí, ya. Gracias.
Con un suspiro estiró las piernas, dejando el bordado sin acabar en la mesa mientras se incorporaba. Aquellos rizos encrespados acariciaron su cara.
- ¿Adónde vas ahora Lunne? Pero si no has teminad…
- No sé…aquí. Lejos. Ahora vengo –volvió a cortarla quizá con más brusquedad de la que hubiese querido, pero sentía de nuevo aquel conglomerado de cuerpos formando una atmósfera …no sabía si angustiante era la palabra
.
Otra vez percibió aquellos pares de decenas de ojos aguijoneando su espalda, siempre acusatorios, como si su misma existencia fuera una suerte de crimen impune. En todo caso, cruzó la sala, sorteando las ruecas –no sin tropezarse con más de una, por supuesto- y abrió de un empujón la puerta al exterior.
Caían las sombras en un lecho rojizo, por eso suspiró con alivio cuando un viento frío alborotó sus crenchas sobre la cara, sin sentir esa quemazón horrible cada vez que la luminosidad que parecía mandarle la Dama la traspasaba.
Dirigió sus ojos hacia arriba, saludando a las únicas acompañantes cuya presencia podría resultarle agradable:
- Aesir, Enki, Scathach…
*******************************************************************************************************
Tac, tac, tac, tac…
Aquel tamborileo sistemático había conseguido adormecerla. Notaba cómo cada giro de las madejas de hilo mecidas una y otra vez por los tornos, moviéndose todas casi al unísono, formaban una cadencia que había pasado a ser el reflejo de la monotonía de cada tarde en aquella diminuta estancia revestida de madera y atestada de hiladoras. Se sentía sumida en un pequeño mar conformado por aquellas destartaladas ruecas rotando a su alrededor; y aquella quietud únicamente amparada por el canto de las máquinas distaba mucho de resultarle agradable.
En efecto, un hastío atroz volvía a asentarse como una piedra entre sus sienes, y no pasaba mucho hasta que empezaba a mordisquearse repetidamente el labio inferior, como un mecanismo para canalizar su creciente nerviosismo. Obligaba a sus entumecidos dedos a coordinarse, a entretejer con aquella simple brizna lo que sería un pañuelo bordado mostrando una floresta. Pero notaba cómo se perdía entrelazando de un lado a otro la aguja, como si esta tomara vida propia y controlara sus manos, no viceversa. Reprimió un bufido.
A ella no le habían permitido acercarse a alguna máquina de hilar desde el primer día que lo hizo, porque si quedaba alguna duda de su torpeza natural, ella se cuidó de que se esfumara al verse al cuarto de hora con el torno desmembrado con sus piezas esparcidas por el suelo y por sus faldas, confundiéndose entre un arco iris de lana, al deshacerse casi todas las madejas de colores junto al desastre.
No lo lamentó tanto por el trasto endiablado, sobrenombre que otorgó al instrumento con todo su cariño mientras mascullaba entre dientes, sino por volver a oír los gritos estridentes de Jërda, cuya boca reseca ella se figuraba como una puerta con los engranajes oxidados que no paraba de abrir y cerrar, abrir y cerrar, mientras su voz tomaba la forma de sus chirridos estridentes. Se limitó a sellar los labios en una expresión ausente, levemente sardónica, mientras contemplaba a aquella mujercilla abotargada haciendo aspavientos con aquellos brazos rosados, deshaciéndose en juramentos mientras rogaba paciencia a la mismísima Dama. Se le retiró la paga de aquel día, por supuesto, y a ella no le supuso más perjuicio que no poder conciliar el sueño al sentir los retortijones de hambre en la boca del estómago.
No estaba poco acostumbrada a aquella sensación, tampoco. Parecía que a Jërda el infortunio de la hiladora le había pesado mucho, porque no volvió a ver una pieza de acero por jornadas más, pese a que al día siguiente se había vuelto a ensamblar la dichosa máquina, y no era la primera vez en el taller que sucedían cosas semejantes. Sin embargo daba la sensación de que no tenía derecho para quejarse.
- Agradece que demos cobijo a la cría de una bruja.
Se le tensaron los huesos de la mandíbula cuando volvió a recordar aquellas palabras. Ya no por una rabia cada vez más diluida, sino por cómo reaccionó la primera vez que llegaron a sus oídos. Un familiar pinchazo áspero en las palmas de las manos, que al poco tiempo reconocía con estupor como el contacto de sus propias uñas, curvadas más allá de lo que unas falanges normales permitirían. Cómo las paredes de su boca parecían recubrirse de hielo haciendo que temblaran sus labios incontrolablemente. Pero lo peor era aquel bombeo ígneo entre el esternón, como si su corazón se hubiera convertido en una bola de lava, deslizando fuego a cada rincón de su cuerpo.
Todavía no sabía cómo había conseguido mantenerse quieta, como una estatua. Una bruma cada vez más mayor inundaba su conciencia, y pese a que veía perfectamente la repelente cara de Jrëtel regodeándose de su reacción, con aquellos pequeños ojillos achinados mirándola fijamente, una película negra parecía velarle los ojos.
Con qué facilidad se desgarraría la piel de aquella asquerosa papada…
Dio un salto en el sitio cuando sintió algo en el hombro, girándose instantáneamente. Soltó el aire. Solamente era Aenei, que a su vez también se había echado hacia atrás, sobresaltada . Inmediatamente la misma se repuso, sonriendo con algo de timidez.
-- Esto…perdona. Pero como te vi medio atontada con aguja e hilo en mano… - su sonrisa se hizo más amplia, dejando al descubierto unos dientes graciosamente separados mientras se acomodaba un suave mechón castaño bajo la oreja.
Aenei era quizá la única compañía agradable de todo el gremio. Las demás hilanderas y bordadoras, siendo en su mayoría mujeronas o alguna muchacha de la misma edad o menor que ella, preferían rehuirla. Sin embargo, no podía evitar que incluso Aenei le pareciera de alguna forma…¿cargante?
- Ah, tranquila… No sé qué estaba pensando.
- Solo te digo que si te vuelve a ver Jërda de esta guisa, no sé…
- Sí, ya. Gracias.
Con un suspiro estiró las piernas, dejando el bordado sin acabar en la mesa mientras se incorporaba. Aquellos rizos encrespados acariciaron su cara.
- ¿Adónde vas ahora Lunne? Pero si no has teminad…
- No sé…aquí. Lejos. Ahora vengo –volvió a cortarla quizá con más brusquedad de la que hubiese querido, pero sentía de nuevo aquel conglomerado de cuerpos formando una atmósfera …no sabía si angustiante era la palabra
.
Otra vez percibió aquellos pares de decenas de ojos aguijoneando su espalda, siempre acusatorios, como si su misma existencia fuera una suerte de crimen impune. En todo caso, cruzó la sala, sorteando las ruecas –no sin tropezarse con más de una, por supuesto- y abrió de un empujón la puerta al exterior.
Caían las sombras en un lecho rojizo, por eso suspiró con alivio cuando un viento frío alborotó sus crenchas sobre la cara, sin sentir esa quemazón horrible cada vez que la luminosidad que parecía mandarle la Dama la traspasaba.
Dirigió sus ojos hacia arriba, saludando a las únicas acompañantes cuya presencia podría resultarle agradable:
- Aesir, Enki, Scathach…
Lunne- Cantidad de envíos : 38
Re: Sombras rojizas.
Después del total y completo desastre* en el que había terminado la tarea que le había mandado Ajar, Kirill no podía volverse así como así a Ur Shalasti. No era cuestión de miedo, no era cuestión de sensación de culpa: era que iba a quedar como un jodido incompetente sin excusas si retornaba en aquel momento y le pedía por favor a Ajar si no podía arreglar las cosas por él. Odiaba admitirlo, pero necesitaba a Ajar hasta poder convertirse en un mago invocador más poderoso que él, en cuyo momento... le mataría, le mataría sin dudarlo un instante. Le odiaba: a él y a sus recados, y odiaba lo mal que había salido todo.
Pero más valía calmarse.
Es decir, terminar con varios demonios rondando por Ashper estaba bien, estaba dentro de los planes de Ajar, quien le había mandado a terreno de la Orden expresamente para que los invocara allí: pero que escaparan a la voluntad de Kirill no era algo que se suponía que debería haber ocurrido. Estaba seguro de haber seguido las instrucciones paso a paso, pero algo había salido mal; todo porque se había distraído con aquella niña alada que encontró en la playa. Y bien es sabido que no hay nada más peligroso que un demonio que escapa al control de su propio invocador. En lugar de causar destroces, los demonios se agazapaban en la sombra y amenazaban con matarle a él, Kirill. No hay mayor prueba de incompetencia que haber terminado así. De nuevo pensó: ¿volver a Ur y pedirle a Ajar que le salve? Puso una mueca de desagrado de sólo pensarlo. Aquello era algo que tenía que resolver él.
Caía la noche, y con ello se acercaba el momento en que los seres que había invocado - ni siquiera estaba seguro de si sólo era uno o había más escondiéndose - ganarían fuerza y quizás saldrían a acabar con su vida. Kirill no tenía ganas de convertirse en un espectáculo dantesco de visceras, así que miraba a su alrededor casi con paranoia. Encerrarse en una habitación se le antojaba como la peor de las ideas, con lo que había salido al aire libre en busca de espacios abiertos. Lo cierto es que no tenía ni idea hacia dónde iba, pero caminando así, sentidos alerta, de golpe escuchó:
- ... Scathach...
Desenvainó su espada hacia la voz que había dicho eso. Que el demonio que había liberado conociera la forma antigua de su apellido y le llamara por él le parecía totalmente normal en su mente paranoica, y al girarse lo hizo preparado para lanzarse contra él. Lo que descubrió fue una muchacha joven que miraba hacia el firmamento, muy pálida y con ojeras marcadas, de ropa descuidada y mirada profunda, extrañamente llamativa en la luz rojo sangre de aquel atardecer. De alguna forma se fijó en todos estos detalles nada más verla, pensando tontamente que no recordaba que el demonio tuviera esa apariencia. Y al mismo tiempo podía ser el demonio disfrazado, ¿no?
- ¿Quién eres tú? - le preguntó, sin bajar la guardia.
*FDI: Estamos adelantando acontecimiento respecto a cosas que aún no he roleado... pero bueno =P
Pero más valía calmarse.
Es decir, terminar con varios demonios rondando por Ashper estaba bien, estaba dentro de los planes de Ajar, quien le había mandado a terreno de la Orden expresamente para que los invocara allí: pero que escaparan a la voluntad de Kirill no era algo que se suponía que debería haber ocurrido. Estaba seguro de haber seguido las instrucciones paso a paso, pero algo había salido mal; todo porque se había distraído con aquella niña alada que encontró en la playa. Y bien es sabido que no hay nada más peligroso que un demonio que escapa al control de su propio invocador. En lugar de causar destroces, los demonios se agazapaban en la sombra y amenazaban con matarle a él, Kirill. No hay mayor prueba de incompetencia que haber terminado así. De nuevo pensó: ¿volver a Ur y pedirle a Ajar que le salve? Puso una mueca de desagrado de sólo pensarlo. Aquello era algo que tenía que resolver él.
Caía la noche, y con ello se acercaba el momento en que los seres que había invocado - ni siquiera estaba seguro de si sólo era uno o había más escondiéndose - ganarían fuerza y quizás saldrían a acabar con su vida. Kirill no tenía ganas de convertirse en un espectáculo dantesco de visceras, así que miraba a su alrededor casi con paranoia. Encerrarse en una habitación se le antojaba como la peor de las ideas, con lo que había salido al aire libre en busca de espacios abiertos. Lo cierto es que no tenía ni idea hacia dónde iba, pero caminando así, sentidos alerta, de golpe escuchó:
- ... Scathach...
Desenvainó su espada hacia la voz que había dicho eso. Que el demonio que había liberado conociera la forma antigua de su apellido y le llamara por él le parecía totalmente normal en su mente paranoica, y al girarse lo hizo preparado para lanzarse contra él. Lo que descubrió fue una muchacha joven que miraba hacia el firmamento, muy pálida y con ojeras marcadas, de ropa descuidada y mirada profunda, extrañamente llamativa en la luz rojo sangre de aquel atardecer. De alguna forma se fijó en todos estos detalles nada más verla, pensando tontamente que no recordaba que el demonio tuviera esa apariencia. Y al mismo tiempo podía ser el demonio disfrazado, ¿no?
- ¿Quién eres tú? - le preguntó, sin bajar la guardia.
*FDI: Estamos adelantando acontecimiento respecto a cosas que aún no he roleado... pero bueno =P
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Sombras rojizas.
Muchas veces, cuando seguía dando vueltas en aquel camastro famélico y cubierto únicamente por una sábana astrosa intentando conciliar el sueño, Lunne se perdía en las sombras que dibujaba la noche en el techo de adobe, cubriendo el segundo piso, donde se encontraba su habitación. Su ventana constaba de una abertura formando un rectángulo irregular malamente taponado por dos tablas entrecruzadas, entre las cuales seguían colándose los suspiros del céfiro nocturno. A veces sentía un inmenso ojo observándola, agazapado tras esas tablas, y cuando giraba la cabeza se reflejaba la pupila de su adorada Scathach en la suya. Siempre cambiante y siempre inmóvil. ¿Dónde estaría? ¿Cómo se colgaría, cómo se sujetaba de la bóveda celeste? ¿Cómo aparecían, ella y sus dos escoltas, cuando se enderezaban las tinieblas? ¿Cómo…
-¿Quién eres tú?
Aquella voz fue un fogonazo acerado que la hizo aterrizar de nuevo de sus ensoñaciones, pegando un visible respingo. Sintió el vuelco de su corazón mientras un hormigueo bajaba por sus costillas cuando fijó la vista en el hombre que se encontraba a su lado.
Bajo la luz de las tres lunas, tenía ante sí una figura cuanto menos fantasmagórica. Nunca había visto una piel tan pálida salvo la suya, y aquel tono níveo era tal que el primer ramalazo de temor experimentó fue cuando se fijó en el contraste de su mirada oscura. De seguir contemplando sus rasgos y su extraña vestimenta no tuvo tiempo cuando se percató de golpe, saliendo ya completamente de su ensimismamiento, en cómo refulgía en un tono carmesí, por las luces vespertinas, el acero de su espada desenvainada, como si emulara la sangre en la que quería verse barnizada. Tenía ante sí un hombre armado y …¿la estaba hablando a ella?
Frunciendo el ceño, lo miró de arriba abajo en completo silencio, mientras el temor inicial iba escarchándose en su garganta. Parecía incluso estúpida observando a aquel hombre que parecía querer saber su identidad, y ¡vaya! podría rebanarle el cuello. ¿De dónde había salido? Le parecía un elemento ajeno a la rutina de aquel barrio comercial, donde todos los engranajes funcionaban, cada día, con la misma eficacia, girando, girando como las ruecas, desde siempre y para siempre. Pero de repente irrumpía aquel personaje…y además…
Es…tiene algo extraño…su…su olor…
Entornó los ojos, y alguna voz de su cabeza le dijo que como protocolo social, tenía que abrir la boca de una buena vez.
¿Protocolo social? Volvió a mirar la espada Tampoco creo que sea el caso…
Se daba cuenta de que era una situación incluso peligrosa, rozando el absurdo, sobre todo cuando en vez de replicar como lo habría dicho una Lunne con algo de lucidez, espetándole que dijera quién era él primero, las palabras que salieron de su boca, como si no hubiera oído la pregunta, casi sin pensar, fueron:
- … ¿Por qué hueles así?
-¿Quién eres tú?
Aquella voz fue un fogonazo acerado que la hizo aterrizar de nuevo de sus ensoñaciones, pegando un visible respingo. Sintió el vuelco de su corazón mientras un hormigueo bajaba por sus costillas cuando fijó la vista en el hombre que se encontraba a su lado.
Bajo la luz de las tres lunas, tenía ante sí una figura cuanto menos fantasmagórica. Nunca había visto una piel tan pálida salvo la suya, y aquel tono níveo era tal que el primer ramalazo de temor experimentó fue cuando se fijó en el contraste de su mirada oscura. De seguir contemplando sus rasgos y su extraña vestimenta no tuvo tiempo cuando se percató de golpe, saliendo ya completamente de su ensimismamiento, en cómo refulgía en un tono carmesí, por las luces vespertinas, el acero de su espada desenvainada, como si emulara la sangre en la que quería verse barnizada. Tenía ante sí un hombre armado y …¿la estaba hablando a ella?
Frunciendo el ceño, lo miró de arriba abajo en completo silencio, mientras el temor inicial iba escarchándose en su garganta. Parecía incluso estúpida observando a aquel hombre que parecía querer saber su identidad, y ¡vaya! podría rebanarle el cuello. ¿De dónde había salido? Le parecía un elemento ajeno a la rutina de aquel barrio comercial, donde todos los engranajes funcionaban, cada día, con la misma eficacia, girando, girando como las ruecas, desde siempre y para siempre. Pero de repente irrumpía aquel personaje…y además…
Es…tiene algo extraño…su…su olor…
Entornó los ojos, y alguna voz de su cabeza le dijo que como protocolo social, tenía que abrir la boca de una buena vez.
¿Protocolo social? Volvió a mirar la espada Tampoco creo que sea el caso…
Se daba cuenta de que era una situación incluso peligrosa, rozando el absurdo, sobre todo cuando en vez de replicar como lo habría dicho una Lunne con algo de lucidez, espetándole que dijera quién era él primero, las palabras que salieron de su boca, como si no hubiera oído la pregunta, casi sin pensar, fueron:
- … ¿Por qué hueles así?
Lunne- Cantidad de envíos : 38
Re: Sombras rojizas.
El respingo que dio aquella joven le tranquilizó: ponía en evidencia que la había sorprendido al interpelarla. Aquello significaba que no era ella quien le acechaba a él, que de hecho no esperaba encontrarle allí al bajar la mirada. Kirill casi comenzó a sentirse un poco estúpido por ser tan paranoico, pero entonces... ¿Por qué le había llamado por su nombre, si luego iba a sorprenderse por encontrarlo frente a ella?
No tenía mucho sentido, pero no estaba dispuesto a hacer más elucubraciones sin sentido. Kirill esperó que ella respondiera con mal disimulada impaciencia. ¿Era o no era un demonio, maldita sea? Casi notaba el nerviosismo reptando desde sus entrañas e impulsándole a la acción contra la muchacha, pero consiguió mantener la tranquilidad.
Cuando al fin llegó, la respuesta fue absurda. De hecho, había entornado los ojos, como desafiante, y entonces había preguntando... eso. El mago se quedó atónito, bloqueado sin saber muy bien a cuento de qué venía esa pregunta. Se quedó en siencio al menos tres largos segundos; en estas circunstancias, la contestación le salió sola, acompañada de una ligera bajada de guardia y un gesto de incomprensión total:
- ¡¿Qué tipo de respuesta es esa?!
Se mantuvo como estaba, sorprendido, con los ojos bien abiertos y respirando algo más rápido de lo normal. ¿Se había encontrado con una loca o con un demonio con olfato? Realmente necesitaba saberlo, pero esa pregunta... ¿Qué tenía que ver el olor con nada? ¿Estaba insinuando que apestaba? Kirill descuidaba muchas cosas, pero seguía siendo una persona limpia.
- No huelo de ninguna forma- rebatió -. ¿Qué eres, un perro?
¿Pero de qué estaba hablando? Le estaba siguiendo el juego, respondiendo a esa pregunta tan absurda. Cuando se dio cuenta se detuvo con un gesto de fastidio hacia sí mismo. Se estaba comportando como un estúpido y ni siquiera había determinado quién era ella. Su vida estaba en juego, por ridículo que pareciera, así que más le valía insistir.
- Me has llamado por mi apellido: ¿Por qué? - inquirió, armándose de paciencia y esperando que esta vez la respuesta fuera más clara. Por si acaso decidió insistir dos veces en la misma idea:- Justo he pasado por aquí y has dicho mi nombre, ¿Quién eres?
No tenía mucho sentido, pero no estaba dispuesto a hacer más elucubraciones sin sentido. Kirill esperó que ella respondiera con mal disimulada impaciencia. ¿Era o no era un demonio, maldita sea? Casi notaba el nerviosismo reptando desde sus entrañas e impulsándole a la acción contra la muchacha, pero consiguió mantener la tranquilidad.
Cuando al fin llegó, la respuesta fue absurda. De hecho, había entornado los ojos, como desafiante, y entonces había preguntando... eso. El mago se quedó atónito, bloqueado sin saber muy bien a cuento de qué venía esa pregunta. Se quedó en siencio al menos tres largos segundos; en estas circunstancias, la contestación le salió sola, acompañada de una ligera bajada de guardia y un gesto de incomprensión total:
- ¡¿Qué tipo de respuesta es esa?!
Se mantuvo como estaba, sorprendido, con los ojos bien abiertos y respirando algo más rápido de lo normal. ¿Se había encontrado con una loca o con un demonio con olfato? Realmente necesitaba saberlo, pero esa pregunta... ¿Qué tenía que ver el olor con nada? ¿Estaba insinuando que apestaba? Kirill descuidaba muchas cosas, pero seguía siendo una persona limpia.
- No huelo de ninguna forma- rebatió -. ¿Qué eres, un perro?
¿Pero de qué estaba hablando? Le estaba siguiendo el juego, respondiendo a esa pregunta tan absurda. Cuando se dio cuenta se detuvo con un gesto de fastidio hacia sí mismo. Se estaba comportando como un estúpido y ni siquiera había determinado quién era ella. Su vida estaba en juego, por ridículo que pareciera, así que más le valía insistir.
- Me has llamado por mi apellido: ¿Por qué? - inquirió, armándose de paciencia y esperando que esta vez la respuesta fuera más clara. Por si acaso decidió insistir dos veces en la misma idea:- Justo he pasado por aquí y has dicho mi nombre, ¿Quién eres?
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Sombras rojizas.
Por primera vez casi lamentó haberse dejado llevar antes por la lengua que por el raciocinio. Seguramente el desconocido pensaría que estaría juzgando sus hábitos higiénicos, cuando no era así. Simplemente...despedía un...¿olor? diferente. Desde que tenía uso de la razón recordaba que cada bocanada de aire aspirado traía consigo un rastro imbuido de aromas de sudores, piel, ropajes, sebo mezclado y..¿sangre? Pero era una amalgama siempre constante, en la ciudad, en el barrio, incluso en su propia madre. Por eso había conseguido acostumbrarse. Pero el del extraño...¿qué tenía?
Por más "sentido" que buscara al hecho de haber formulado esa pregunta, no lo encontraba. Y por eso no se sobresaltó demasiado de la respuesta del extraño. Se habría sentido maleducada si no fuera porque el afectado la estaba interpelando sosteniendo una espada. Sin embargo, su alteración como posible reflejo de un temperamento explosivo la hicieron tensarse más de lo que ya estaba.
Inclinó levemente la cabeza observando de hito en hito la reacción del hombre, hasta que el mismo hizo un amago de contestar su pregunta, parándose en seco.
¿Pero qué le ocurre? ¿Qué parece estar calculando?...¿Qué quiere de mí?
Ese último pensamiento volvió a tomar forma de intriga. Intriga solapada a un estado de completa alerta. Tuvo que esforzarse apretando los dedos en un puño para que no se notara que se estaban empezando a crispar espasmódicamente.
El desconocido volvió a insistir en su pregunta, y Lunne no pudo menos que arquear las cejas al oír que lo...¿había llamado? ¿Por su apellido? El sinsentido de la situación empezaba a formar un verdadero surco entre sus cejas.
-¿Tú...apellido? -no supo si realmente sería correcto tutearle, pero no lo pensó demasiado- ¿Tú apellido? -volvió a repetir alzando más las cejas, a la vez que intentaba recordar en qué santo momento había abierto la boca. Tenía la mala costumbre de hablar sola...¡Ah, las lunas! Alternó su mirada como una estúpida del extraño al cielo unas dos veces, antes de decir con cierta socarronería- ¿Desciendes de los cielos?
Se estaba dando cuenta de la vaguedad de sus respuestas y volvió a maldecirse en su fuero interno por no poder sostener una conversación medianamente normal con nadie -aunque la situación tampoco lo era demasiado. Además, había visto en su alteración inicial un amago de arremeter contra ella, así que empezó a mirar de soslayo a los lados de la calle. Tuvo la certeza de que no convenía provocarle...
Quizá si hubiera demasiado gente...o si no...¿tenía la navaja?
Juntó las pantornillas imperceptiblemente bajo las faldas y notó la vaina desgastada contra la piel. ¿Cómo sería la mejor forma de...?
Sacudió la cabeza. ¿En qué estaba pensando? Antes de hacer un movimiento seguramente sus intestinos adornarían las aceras.
Por más "sentido" que buscara al hecho de haber formulado esa pregunta, no lo encontraba. Y por eso no se sobresaltó demasiado de la respuesta del extraño. Se habría sentido maleducada si no fuera porque el afectado la estaba interpelando sosteniendo una espada. Sin embargo, su alteración como posible reflejo de un temperamento explosivo la hicieron tensarse más de lo que ya estaba.
Inclinó levemente la cabeza observando de hito en hito la reacción del hombre, hasta que el mismo hizo un amago de contestar su pregunta, parándose en seco.
¿Pero qué le ocurre? ¿Qué parece estar calculando?...¿Qué quiere de mí?
Ese último pensamiento volvió a tomar forma de intriga. Intriga solapada a un estado de completa alerta. Tuvo que esforzarse apretando los dedos en un puño para que no se notara que se estaban empezando a crispar espasmódicamente.
El desconocido volvió a insistir en su pregunta, y Lunne no pudo menos que arquear las cejas al oír que lo...¿había llamado? ¿Por su apellido? El sinsentido de la situación empezaba a formar un verdadero surco entre sus cejas.
-¿Tú...apellido? -no supo si realmente sería correcto tutearle, pero no lo pensó demasiado- ¿Tú apellido? -volvió a repetir alzando más las cejas, a la vez que intentaba recordar en qué santo momento había abierto la boca. Tenía la mala costumbre de hablar sola...¡Ah, las lunas! Alternó su mirada como una estúpida del extraño al cielo unas dos veces, antes de decir con cierta socarronería- ¿Desciendes de los cielos?
Se estaba dando cuenta de la vaguedad de sus respuestas y volvió a maldecirse en su fuero interno por no poder sostener una conversación medianamente normal con nadie -aunque la situación tampoco lo era demasiado. Además, había visto en su alteración inicial un amago de arremeter contra ella, así que empezó a mirar de soslayo a los lados de la calle. Tuvo la certeza de que no convenía provocarle...
Quizá si hubiera demasiado gente...o si no...¿tenía la navaja?
Juntó las pantornillas imperceptiblemente bajo las faldas y notó la vaina desgastada contra la piel. ¿Cómo sería la mejor forma de...?
Sacudió la cabeza. ¿En qué estaba pensando? Antes de hacer un movimiento seguramente sus intestinos adornarían las aceras.
Lunne- Cantidad de envíos : 38
Re: Sombras rojizas.
Ella no parecía intimidada, pero Kirill a penas se dio cuenta de ello. Estaba tan confuso como ella, y cuando las cejas de la muchacha se alzaban las de él se juntaban. ¿Le había llamado y ni siquiera se había dado cuenta de ello? Aquel sería el momento en que el mago habría empezado a pensar que había escuchado mal, que en realidad había sido todo un extraño malentendido, pero estaba demasiado seguro de haber oído su apellido en labios de la desconocida.
- ¿Te estás burlando de mí?
Bajó aún más la espada sin darse cuenta de ello. La situación requería que pensara, y resultaba tan desconcertante que no era capaz de intentar comprender algo y mantenerse en guardia al mismo tiempo. Frente a él, la chica sacudió la cabeza, aparentemente pensando en otra cosa, quizás tramando algo. ¡Muchacha extraña!
- Estoy perdiendo mi tiempo - murmuró para sí -...
En aquel preciso instante en que la punta de su espalda tocaba el suelo, una figura surgió de detrás del peliblanco. Kirill miraba a Lunne, medio ofendido por su socarronería, medio desconcertado, y la señalaba con la intención de decirle algo para dejar a aquella jovencita en su sitio, cuando de la figura surgió un largo brazo. El mago a penas había abierto la boca cuando sus ojos, que se habían entrecerrado amenazadoramente, volvieron a abrirse súbitamente al recibir Kirill un fuerte golpe desde la espalda. Su cuerpo salió impulsado hacia delante; soltó la espada y ésta resonó con un retumbar metálico al caer pesadamente al suelo a poca distancia de Lunne, y entre ella y... un ser de sombras, con largos brazos y sin rostro más allá de dos hilera de dientes que surgían de unas encías henchidas. Sus brazos se terminaban en unos dedos largos y puntiagudos, sin uñas, y de su espalda parecía surgir un vello más semejante a las espinas de un puercoespín.
Aún en el suelo, Kirill giró sobre sí para mirar atrás, y cuando vio al ser se le escapó una palabra:
- Mierda.
En aquel instante el demonio saltó hacia él y Kirill rodó por el suelo para esquivarlo. El mago intentó ponerse en pie, pero no le dio tiempo y sintió como una de aquellas manos de largos dedos le apresaba contra el suelo con una fuerza inusitada. Un hilillo de saliva del demonio le cayó sobre la piel; escocía como si fuera a quemarle, pero Kirill sólo podía debatirse contra aquella presa mientras veía los dientes acercarse. Con una mano intentaba evitar que le ahogara; con la otra buscaba su espada, que quedaba a su pesar demasiado lejos de su alcance aunque él no era capaz de verlo. La desesperación le llevó a darle un puñetazo a aquel ser allí donde debería haber tenido la cara, pero el demonio, lejos de amedrentarse, continuó acercando su no-rostro hacia él, insensible a cualquier golpe. Más de aquel icor que emanaba de entre las fauces cayó sobre la piel de Kirill, y esta vez el mago estuvo seguro de que le quemaba.
- ¿Te estás burlando de mí?
Bajó aún más la espada sin darse cuenta de ello. La situación requería que pensara, y resultaba tan desconcertante que no era capaz de intentar comprender algo y mantenerse en guardia al mismo tiempo. Frente a él, la chica sacudió la cabeza, aparentemente pensando en otra cosa, quizás tramando algo. ¡Muchacha extraña!
- Estoy perdiendo mi tiempo - murmuró para sí -...
En aquel preciso instante en que la punta de su espalda tocaba el suelo, una figura surgió de detrás del peliblanco. Kirill miraba a Lunne, medio ofendido por su socarronería, medio desconcertado, y la señalaba con la intención de decirle algo para dejar a aquella jovencita en su sitio, cuando de la figura surgió un largo brazo. El mago a penas había abierto la boca cuando sus ojos, que se habían entrecerrado amenazadoramente, volvieron a abrirse súbitamente al recibir Kirill un fuerte golpe desde la espalda. Su cuerpo salió impulsado hacia delante; soltó la espada y ésta resonó con un retumbar metálico al caer pesadamente al suelo a poca distancia de Lunne, y entre ella y... un ser de sombras, con largos brazos y sin rostro más allá de dos hilera de dientes que surgían de unas encías henchidas. Sus brazos se terminaban en unos dedos largos y puntiagudos, sin uñas, y de su espalda parecía surgir un vello más semejante a las espinas de un puercoespín.
Aún en el suelo, Kirill giró sobre sí para mirar atrás, y cuando vio al ser se le escapó una palabra:
- Mierda.
En aquel instante el demonio saltó hacia él y Kirill rodó por el suelo para esquivarlo. El mago intentó ponerse en pie, pero no le dio tiempo y sintió como una de aquellas manos de largos dedos le apresaba contra el suelo con una fuerza inusitada. Un hilillo de saliva del demonio le cayó sobre la piel; escocía como si fuera a quemarle, pero Kirill sólo podía debatirse contra aquella presa mientras veía los dientes acercarse. Con una mano intentaba evitar que le ahogara; con la otra buscaba su espada, que quedaba a su pesar demasiado lejos de su alcance aunque él no era capaz de verlo. La desesperación le llevó a darle un puñetazo a aquel ser allí donde debería haber tenido la cara, pero el demonio, lejos de amedrentarse, continuó acercando su no-rostro hacia él, insensible a cualquier golpe. Más de aquel icor que emanaba de entre las fauces cayó sobre la piel de Kirill, y esta vez el mago estuvo seguro de que le quemaba.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Sombras rojizas.
Pero ¿por qué me cuesta tanto responder a una nimia pregunta? Pero, por otro lado, ¿por qué le interesa tan…
Al principio creyó que era producto de su imaginación, siempre formando un mundo paralelo de todo. Pero cuando aquel remolino caliginoso se materializó detrás de la cabellera de nieve del extraño, de nuevo, por primera vez en su vida –cuántas experiencias nuevas le traía el forastero…- sintió cómo sus facciones formaban una auténtica máscara de miedo. Había oído muchas historias sobre distintas criaturas no humanas esparcidas por toda Jasperia, pero jamás había visto otro ser que no fuera la típica hilandera ashperina (aunque claro, separaba a Jërda como un espécimen aparte)
.
Supo que tendría que abrir la boca, hacer una interjección, algo, pero la verdad es que en los escasos segundos antes de que esa…cosa se desatara, se había quedado francamente admirada observándola: una repulsa pero a la vez una suerte de atracción hacia lo que emanaba aquel ser luchaban por tener cabida en su conciencia. Aquella oscuridad…
Quizá porque en general tampoco era demasiado expresiva y por eso se había limitado a entreabrir la boca e ir poniendo los ojos como platos y por eso su interlocutor no se habría fijado en el gesto que tomaba su cara, o quizás porque el hombre, que ya iba bajando su espada y parecía seguir cavilando sobre algo, habría bajado demasiado la guardia; reprimió un agudo chillido cuando vio al mismo escasos segundos después, tendido en el suelo por el golpe de lo que parecía un… ¿tentáculo? ¿Un brazo?
Esta vez no se sorprendió de poder, al mirar de nuevo, apreciar aquella espalda filosa y esa suerte de fauces aterradoras pese a que la oscuridad reinante era ya total -¿cuánto tiempo había estado allí?- y se le escapó un jadeo cuando aquella criatura arremetió contra el desconocido con un golpe fuerte. Se le iba nublando la razón, pero estaba segura solo de una cosa. El pálido necesita ayuda.
La espada que minutos antes estaba saludándola, salió disparada a escasos metros de ella, y cuando volvió a fijar la vista, aun estupefacta y con el sudor frío perlando su frente, se encontró un solo cuerpo integrado por la de esa…cosa, intentando aprisionar al hombre (Si es un hombre...)
Tengo que pensar rápido, pensar…
¿Pensar qué? ¿Qué ganaba con su condenada manía de pensar?
Llevaba tiempo agazapada de una manera grotesca, temblando de arriba abajo, y no se había dado cuenta. Sus pequeños músculos casi se remarcaban en la piel por la tensión que estaban soportando sus tendones. Y …¿por qué demonios estaba enseñando los dientes?
Sin pensárselo dos veces, se arrojó al lado de la espada, viendo que el hombre intentaba alcanzarla. Se subió las faldas en un instante -¿Pudor ahora?- y desenvainar el machete y arrojarlo a esa bestia fue solo un movimiento. Quizá por efecto de la adrenalina, quizá por su imaginación, pero nunca habría creído que tendría tanta potencia. En su mente revolucionada no se paró a pensar, como lo haría en condiciones normales, si aquella bestia podría atravesarlo, o lo más probable, esquivarlo, para luego atacarla a ella.
Nada más arrojar el machete, no vio otra forma de hacer llegar la espada sino con una patada que la mandaría recta a la mano del pelo-nieve. Se habría maldecido a gritos si gracias a su torpeza habitual, hubiera desviado la trayectoria del arma a otro lugar.
Miró hacia abajo. Sus uñas se habían sumergido en el empedrado. Las uñas de las manos. ¿En qué posición de había arqueado?
Al principio creyó que era producto de su imaginación, siempre formando un mundo paralelo de todo. Pero cuando aquel remolino caliginoso se materializó detrás de la cabellera de nieve del extraño, de nuevo, por primera vez en su vida –cuántas experiencias nuevas le traía el forastero…- sintió cómo sus facciones formaban una auténtica máscara de miedo. Había oído muchas historias sobre distintas criaturas no humanas esparcidas por toda Jasperia, pero jamás había visto otro ser que no fuera la típica hilandera ashperina (aunque claro, separaba a Jërda como un espécimen aparte)
.
Supo que tendría que abrir la boca, hacer una interjección, algo, pero la verdad es que en los escasos segundos antes de que esa…cosa se desatara, se había quedado francamente admirada observándola: una repulsa pero a la vez una suerte de atracción hacia lo que emanaba aquel ser luchaban por tener cabida en su conciencia. Aquella oscuridad…
Quizá porque en general tampoco era demasiado expresiva y por eso se había limitado a entreabrir la boca e ir poniendo los ojos como platos y por eso su interlocutor no se habría fijado en el gesto que tomaba su cara, o quizás porque el hombre, que ya iba bajando su espada y parecía seguir cavilando sobre algo, habría bajado demasiado la guardia; reprimió un agudo chillido cuando vio al mismo escasos segundos después, tendido en el suelo por el golpe de lo que parecía un… ¿tentáculo? ¿Un brazo?
Esta vez no se sorprendió de poder, al mirar de nuevo, apreciar aquella espalda filosa y esa suerte de fauces aterradoras pese a que la oscuridad reinante era ya total -¿cuánto tiempo había estado allí?- y se le escapó un jadeo cuando aquella criatura arremetió contra el desconocido con un golpe fuerte. Se le iba nublando la razón, pero estaba segura solo de una cosa. El pálido necesita ayuda.
La espada que minutos antes estaba saludándola, salió disparada a escasos metros de ella, y cuando volvió a fijar la vista, aun estupefacta y con el sudor frío perlando su frente, se encontró un solo cuerpo integrado por la de esa…cosa, intentando aprisionar al hombre (Si es un hombre...)
Tengo que pensar rápido, pensar…
¿Pensar qué? ¿Qué ganaba con su condenada manía de pensar?
Llevaba tiempo agazapada de una manera grotesca, temblando de arriba abajo, y no se había dado cuenta. Sus pequeños músculos casi se remarcaban en la piel por la tensión que estaban soportando sus tendones. Y …¿por qué demonios estaba enseñando los dientes?
Sin pensárselo dos veces, se arrojó al lado de la espada, viendo que el hombre intentaba alcanzarla. Se subió las faldas en un instante -¿Pudor ahora?- y desenvainar el machete y arrojarlo a esa bestia fue solo un movimiento. Quizá por efecto de la adrenalina, quizá por su imaginación, pero nunca habría creído que tendría tanta potencia. En su mente revolucionada no se paró a pensar, como lo haría en condiciones normales, si aquella bestia podría atravesarlo, o lo más probable, esquivarlo, para luego atacarla a ella.
Nada más arrojar el machete, no vio otra forma de hacer llegar la espada sino con una patada que la mandaría recta a la mano del pelo-nieve. Se habría maldecido a gritos si gracias a su torpeza habitual, hubiera desviado la trayectoria del arma a otro lugar.
Miró hacia abajo. Sus uñas se habían sumergido en el empedrado. Las uñas de las manos. ¿En qué posición de había arqueado?
Lunne- Cantidad de envíos : 38
Re: Sombras rojizas.
Llegó a ver la expresión de miedo de Lunne, pero estaba tan metido en decirle una cosa o dos sobre lo que opinaba de su actitud que bien podría ella haber señalado a sus espaldas y haber gritado histéricamente, pues a Kirill no le habría dado tiempo a cambiar de actitud y darse cuenta de que estaba en peligro.
A consecuencia de aquello, ahora el mago se debatía en el suelo con la bestia, la cual le ganaba en fuerza al tenerle apresado en posición de desventaja. No podía evitar fijarse en los colmillos afilados que pendían de manera amenazadora sobre él, limpios de sangre como estaban por no haber probado carne en un largo periodo de encierro del que Kirill había sacado al ser. Era fácil imaginar aquellos dientes clavándose o aquellas manos arrancándole las entrañas, pero no había lugar para el miedo ante lo que podía venir en una situación como aquella. Obstinado en retomar una posición de igualdad, Kirill volvió a agarrar aquella mano. Intentaba apartarla para liberarse, la golpeaba y tiraba de ella con furia más que miedo brillando en sus ojos, su cuerpo totalmente invadido por una adrenalina desesperada, pero sus esfuerzos resultaron inútiles hasta el momento en que el ser profirió un grito escalofriante y, al echarse hacia atrás, liberó a Kirill del peso con el que le había mantenido en el suelo.
Aun sin saber qué había ocurrido, el hombre aprovechó aquella oportunidad para darle un rodillazo a la criatura e intentar apartarla de él de una patada. El ser se quejó, pero su atención ya no estaba del todo fija en Kirill: su cabeza se volvía buscando a otra persona que hasta aquel momento le había pasado prácticamente desapercibida; la localizó y durante un segundo la miró fijamente, con un gruñido extraño y sobrecogedor saliendo de su garganta. Con todo esto el mago consiguió poco en su intento de zafarse, pero lo suficiente como para ganar libertad de movimiento. En aquel preciso instante escuchó un frotamiento metálico deslizándose hacia él y notó la espada dando junto a su mano. No lo dudó y la asió con fuerza... La alzó y aunque le faltaba espacio de maniobra fue a clavársela a aquel ser aprovechando que se encontraba tan cerca que era imposible fallar.
Kirill quiso ahora ser él quien agarrara al demonio para mantenerlo quieto, pero cuando quiso hacerlo lo único que encontró fue aire. El ser había saltado hacia un lado para esquivarle; y con aquel mismo movimiento se lanzó contra Lunne como un lobo sediente de sangre.
- ¡Fuera! - fue la única palabra que le pudo gritar Kirill a la muchacha, aún tendido en el suelo, para intentar llamarla a la realidad y que esquivara la embestida.
A consecuencia de aquello, ahora el mago se debatía en el suelo con la bestia, la cual le ganaba en fuerza al tenerle apresado en posición de desventaja. No podía evitar fijarse en los colmillos afilados que pendían de manera amenazadora sobre él, limpios de sangre como estaban por no haber probado carne en un largo periodo de encierro del que Kirill había sacado al ser. Era fácil imaginar aquellos dientes clavándose o aquellas manos arrancándole las entrañas, pero no había lugar para el miedo ante lo que podía venir en una situación como aquella. Obstinado en retomar una posición de igualdad, Kirill volvió a agarrar aquella mano. Intentaba apartarla para liberarse, la golpeaba y tiraba de ella con furia más que miedo brillando en sus ojos, su cuerpo totalmente invadido por una adrenalina desesperada, pero sus esfuerzos resultaron inútiles hasta el momento en que el ser profirió un grito escalofriante y, al echarse hacia atrás, liberó a Kirill del peso con el que le había mantenido en el suelo.
Aun sin saber qué había ocurrido, el hombre aprovechó aquella oportunidad para darle un rodillazo a la criatura e intentar apartarla de él de una patada. El ser se quejó, pero su atención ya no estaba del todo fija en Kirill: su cabeza se volvía buscando a otra persona que hasta aquel momento le había pasado prácticamente desapercibida; la localizó y durante un segundo la miró fijamente, con un gruñido extraño y sobrecogedor saliendo de su garganta. Con todo esto el mago consiguió poco en su intento de zafarse, pero lo suficiente como para ganar libertad de movimiento. En aquel preciso instante escuchó un frotamiento metálico deslizándose hacia él y notó la espada dando junto a su mano. No lo dudó y la asió con fuerza... La alzó y aunque le faltaba espacio de maniobra fue a clavársela a aquel ser aprovechando que se encontraba tan cerca que era imposible fallar.
Kirill quiso ahora ser él quien agarrara al demonio para mantenerlo quieto, pero cuando quiso hacerlo lo único que encontró fue aire. El ser había saltado hacia un lado para esquivarle; y con aquel mismo movimiento se lanzó contra Lunne como un lobo sediente de sangre.
- ¡Fuera! - fue la única palabra que le pudo gritar Kirill a la muchacha, aún tendido en el suelo, para intentar llamarla a la realidad y que esquivara la embestida.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Sombras rojizas.
Aquel grito hizo que alzara la mirada de sus manos agarrotadas hacia lo que le arrancó, ahora sí, un chillido que pareció cortar el aire. Aquel súbdito de las pesadillas, aquel retoño de los avernos iba directo hacia...¡ella!
El terror y la sorpresa sirvieron para dilatar aquellas milésimas de segundo como si se vieran moldeadas a cámara lenta. Aquellos gruñidos reverberando entre sus oídos, escapando de esa sonrisa grotesca ávida por cerrarse y desgarrar todo aquello que fuera carne, esa suerte de manos dándole impulso para despojarla de las entrañas contra el suelo. Y el aviso, el maldito aviso.
Correr. Correr. CORRER.
Otro gruñido más agudo y rasgado sirvió de trasfondo a los rugidos de aquella bestia. Sintió la garganta raspada, y se sorprendió de comprobar que ahora era ella la que gruñía como un pequeño animalillo acorralado. El viento acarició su cara con fuerza. ¿Estaba volando? Pudo mirar hacia abajo y se dio cuenta de que una región de su cerebro parecía haberse apagado. No controlaba sus pies, sus manos, su cuerpo. Solo veía cómo sus piernas, ayudadas por los brazos flexionándose una y otra vez contra el suelo, la impulsaban hacia arriba. Los guijarros que desprendía de los caminos se colaban entre los pequeños huecos de los dedos. Sentía el aliento estremecedor de la bestia en la nuca. No sabía si era algo bueno o malo que la calle estuviera casi desierta. En esos momentos no podía preocuparse por el hecho de que Jërda estaría empezando a buscarla.
Algo cambió de plano. Se dio cuenta de que estaba casi en vertical. ¿¡Estaba escalando el edificio?! El fatal sobresalto como su mismo estupor pudieron contra su equilibrio, se sintió caer al suelo y de nuevo ese maldito chillido animal, que no parecía nacer de su propia voz, le perforó las cuerdas vocales. Sintió algo suave y elástico en la espalda antes de verse amortiguada por un toldo sujeto a unos soportes de madera. No duró mucho, por supuesto, porque la misma se rasgó y sintió el golpe del suelo en las espaldas.
Algo se cernió sobre ella. Solo una palabra retumbaba en su mente febril.
Amenaza.
Tenía que atacar.
Se impulsó hacia delante, hacia la sombra en la que venía sentenciada su muerte, de forma suicida. Algo tiraba de sus dientes. Algo que hacía que su mandíbula de contrajera hasta límites insospechados. No lo pensó.
El terror y la sorpresa sirvieron para dilatar aquellas milésimas de segundo como si se vieran moldeadas a cámara lenta. Aquellos gruñidos reverberando entre sus oídos, escapando de esa sonrisa grotesca ávida por cerrarse y desgarrar todo aquello que fuera carne, esa suerte de manos dándole impulso para despojarla de las entrañas contra el suelo. Y el aviso, el maldito aviso.
Correr. Correr. CORRER.
Otro gruñido más agudo y rasgado sirvió de trasfondo a los rugidos de aquella bestia. Sintió la garganta raspada, y se sorprendió de comprobar que ahora era ella la que gruñía como un pequeño animalillo acorralado. El viento acarició su cara con fuerza. ¿Estaba volando? Pudo mirar hacia abajo y se dio cuenta de que una región de su cerebro parecía haberse apagado. No controlaba sus pies, sus manos, su cuerpo. Solo veía cómo sus piernas, ayudadas por los brazos flexionándose una y otra vez contra el suelo, la impulsaban hacia arriba. Los guijarros que desprendía de los caminos se colaban entre los pequeños huecos de los dedos. Sentía el aliento estremecedor de la bestia en la nuca. No sabía si era algo bueno o malo que la calle estuviera casi desierta. En esos momentos no podía preocuparse por el hecho de que Jërda estaría empezando a buscarla.
Algo cambió de plano. Se dio cuenta de que estaba casi en vertical. ¿¡Estaba escalando el edificio?! El fatal sobresalto como su mismo estupor pudieron contra su equilibrio, se sintió caer al suelo y de nuevo ese maldito chillido animal, que no parecía nacer de su propia voz, le perforó las cuerdas vocales. Sintió algo suave y elástico en la espalda antes de verse amortiguada por un toldo sujeto a unos soportes de madera. No duró mucho, por supuesto, porque la misma se rasgó y sintió el golpe del suelo en las espaldas.
Algo se cernió sobre ella. Solo una palabra retumbaba en su mente febril.
Amenaza.
Tenía que atacar.
Se impulsó hacia delante, hacia la sombra en la que venía sentenciada su muerte, de forma suicida. Algo tiraba de sus dientes. Algo que hacía que su mandíbula de contrajera hasta límites insospechados. No lo pensó.
Última edición por Lunne el 14/04/13, 08:11 am, editado 1 vez
Lunne- Cantidad de envíos : 38
Re: Sombras rojizas.
El demonio iba a matar a esa niña e iba a dejar la calle totalmente sucia con sus restos; Kirill estuvo seguro de ello cuando vio cómo el ser que él había invocado se lanzaba contra la muchacha. Y por un lado, ¿qué le importaba a él que muriera una transeúnte cualquiera? Si se paraba a pensarlo sólo era una persona más; pero como no tenía tiempo de considerarlo pausadamente, por acto reflejo se preocupó de que iba a matar a la extraña y descarada muchacha. Se puso de pie todo lo rápido posible para evitarlo, planeando lanzarse a las espaldas puntiagudas del demonio para que éste devolviera su atención a la presa correcta. Pudo ver que el demonio tenía un arma clavada en la piel, una especie de navaja, que sin duda era lo que le había enfurecido de aquella manera.
Sin embargo, antes de que hubiera terminado de ponerse en pie la chica y el monstruo habían salido corriendo en una frenética carrera. Aquella velocidad, aquella forma de correr, con mil perdones pero no eran humanas. ¿Un demonio persiguiendo a un demonio? Kirill miró hacia donde se habían ido; había un rastro de sangre de la herida que había recibido la bestia.
Se descubrió corriendo en la dirección que marcaba el rastro. La verdad es que no importaba qué fuera ella: lo primero era que tenía que acabar con el demonio. En la noche se escuchaban gruñidos antinaturales que sin duda alimentarían nuevas leyendas en Ashper; mientras, Kirill corría todo lo rápido que le permitían las piernas en dirección a aquellos sonidos. Vio cómo la muchacha caía desde las alturas directamente sobre un toldo que se rompió bajo ella; vio cómo se volvía hacia el demonio y cómo era ella la que saltaba hacia él.
El mundo estaba mal de la olla. Estuvo tentado de retardar su entrada en escena con tal de ver cómo terminaba aquel choque entre demonio y muchacha, pero estaba demasiado seguro de que ella saldría perdiendo. Con toda la fuerza que pudo, le lanzó un ataque de oscuridad a la bestia, de forma que desvió su trayectoria para que no pudiera acertar a la chica. Kirill, mientras tanto, terminó de correr hasta posicionarse no demasiado lejos de ella, otra vez enfrentándose al demonio. Se quedó en silencio, porque en aquel momento la muchacha no parecía una persona con la que se pudiera dialogar; de hecho a penas parecía una persona, sino un animal.
El ser recuperó el equilibrio con una velocidad inusitada y lanzó una de sus manos contra Kirill para apartarle de su camino; su brazo pareció estirarse para ello. El hombre la paró con la espada, pero ésta quedó enganchada entre dos de los largos dedos. El cuerpo y la otra mano, mientras tanto, volvieron a fijarse en Lunne, y por unos segundos Kirill no llegó a ver qué ocurría por ese lado. Por su parte consiguió desviar la mano y lanzarle un fuerte golpe al brazo, similar a un hachazo, que llegó a encontrarse con el hueso de la criatura. El ser chilló fuertemente.
Sin embargo, antes de que hubiera terminado de ponerse en pie la chica y el monstruo habían salido corriendo en una frenética carrera. Aquella velocidad, aquella forma de correr, con mil perdones pero no eran humanas. ¿Un demonio persiguiendo a un demonio? Kirill miró hacia donde se habían ido; había un rastro de sangre de la herida que había recibido la bestia.
Se descubrió corriendo en la dirección que marcaba el rastro. La verdad es que no importaba qué fuera ella: lo primero era que tenía que acabar con el demonio. En la noche se escuchaban gruñidos antinaturales que sin duda alimentarían nuevas leyendas en Ashper; mientras, Kirill corría todo lo rápido que le permitían las piernas en dirección a aquellos sonidos. Vio cómo la muchacha caía desde las alturas directamente sobre un toldo que se rompió bajo ella; vio cómo se volvía hacia el demonio y cómo era ella la que saltaba hacia él.
El mundo estaba mal de la olla. Estuvo tentado de retardar su entrada en escena con tal de ver cómo terminaba aquel choque entre demonio y muchacha, pero estaba demasiado seguro de que ella saldría perdiendo. Con toda la fuerza que pudo, le lanzó un ataque de oscuridad a la bestia, de forma que desvió su trayectoria para que no pudiera acertar a la chica. Kirill, mientras tanto, terminó de correr hasta posicionarse no demasiado lejos de ella, otra vez enfrentándose al demonio. Se quedó en silencio, porque en aquel momento la muchacha no parecía una persona con la que se pudiera dialogar; de hecho a penas parecía una persona, sino un animal.
El ser recuperó el equilibrio con una velocidad inusitada y lanzó una de sus manos contra Kirill para apartarle de su camino; su brazo pareció estirarse para ello. El hombre la paró con la espada, pero ésta quedó enganchada entre dos de los largos dedos. El cuerpo y la otra mano, mientras tanto, volvieron a fijarse en Lunne, y por unos segundos Kirill no llegó a ver qué ocurría por ese lado. Por su parte consiguió desviar la mano y lanzarle un fuerte golpe al brazo, similar a un hachazo, que llegó a encontrarse con el hueso de la criatura. El ser chilló fuertemente.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Sombras rojizas.
Esperó encontrarse con un nuevo tacto, quizá hasta se había preparado inconscientemente para ser impulsada hacia atrás por la bestia y por eso había hundido la zona occipital alzando un poco el cuello por la hipotética caída. Pero se encontró con el sáxeo beso del suelo. Bastante patético, la verdad. ¿Dónde demonios estaba la sombra?
Su cabeza era un hervidero con un fondo de color rojo. El terror que iba incubando en su pecho solo servía para otorgarle una especie de júbilo enfermizo que no hacía más que incitarla a desear más pelea. Como si de alguna forma, por más que estuviera segura de que era una absoluta necedad temeraria y que quizá lo último que vería serían aquellos colmillos yendo directo a sus arterias; sintiera la necesidad de dejar el rol de presa. Y un hilillo fresco, levemente nauseabundo, manaba del conjunto de aquel ser, algo que no era más que un estímulo para seguir aquel suicidio.
Rodó llevándose una mano a la boca dolorida por la caída. Pequeños cortes veteaban la piel de su rostro, y un sabor metálico se escapaba de la comisura de sus labios. Tragó saliva con una mal fingida fruición.
Pudo ver cómo su "nuevo amigo" era el que asestaba un golpe hacia uno de los apéndices que intentaban apartarlo de alguna forma. No tenía mayor margen de visión, sobre todo porque aquella mueca esperpéntica volvió a fijarse en ella. Para volver a abrirse y chillar con una histeria que hizo que se le erizara más, si cabe, cada poro de la piel. Sin alternar la posición, Lunne volvió a separar sus labios resecos y a enseñarle los dientes. Tras ese chillido el olor se hizo más fuerte. Más deseo de lanzarse contra esa cosa.
...
¿PERO QUÉ DEMONIOS...?
Solo fue un segundo, pero aquel pensamiento con algo de cordura, pujando desde hace mucho rato por salir, hizo añicos el ígneo embotamiento en el que se había metido. ¿Qué se suponía que estaba pasando? ¿Le había sentado tan mal no comer por dos días que estaba delirando en otro de sus sueños infortunados?
No pudo seguir pensando, porque aunque parcialmente, no todo su cuerpo se hallaba bajo control. Si no, habría dado alaridos de dolor si hubiera sentido cómo se veían forzados sus tendones a tensarse más y más, o cómo cada una de sus falanges no podían hacer gala ya de aquel nombre.
Aquel maldito tentáculo pasó silvando por su lado, a escasos centímetros de su oreja izquierda. ¿Era normal que no se hubiera dado cuenta de cómo había rodado de forma tan rápida? Se incorporó alejándose de aquel escenario. Sentía un constante pitido en los oídos, el pulso en las sienes.
Dos partes de ella parecían controlarla, atrayéndola a una u otra dirección. La más reciente la empujaba a salir lo más rápido de allí, donde fuera, quizá aporrear la puerta de la venta y esconderse bajo la cama. Pero la más...visceral la atraía hacia la bestia. Hacia su espalda. Parecía por un momento fijarse en el hombre de cabello plateado -se planteó por primera vez quién era precisamente él. Estaba distraída, quizá si corría...
Esos pinchos ¿eran vello? ¿serían peligrosos? Si solo pudiera reventar la parte más cálida de su cuello... Sintió cómo aumentaba la frecuencia de sus latidos. La navaja. Refulgía a la luz de las tres lunas vagamente, pero allí estaba.
Se impulsó de nuevo, con otro chillido, corcovándose para tomar impulso. Sus garras (¿garras? en todo caso, no eran uñas) se clavaron en lo que serían los hombros de la criatura. Sintió cómo vibraba su cuerpo por un rugido furibundo, y ella chilló a su vez, por pánico, por desesperación, por odio. Agarró como pudo, antes de caer hacia atrás, su navaja ensangrentada. Cuando aquel tentáculo que tenía libre quiso atravesarla, se encontró con el filo del machete, sujetado por sus brazos temblorosos. Lo pasó de parte en parte, salpicando el suelo y sus ropas de fluido, y aturdiéndose solo un instante, un instante suficiente que le sirvió para impulsarse hacia atrás.
Se tambaleó.
Una debilidad desgarradora estaba abriéndose paso entre sus miembros. Su boca dolía, sus encías parecían haberse rasgado. Se intentó arrastrar lo más lejos que pudo.
Estaba agotada. Muy agotada.
Su cabeza era un hervidero con un fondo de color rojo. El terror que iba incubando en su pecho solo servía para otorgarle una especie de júbilo enfermizo que no hacía más que incitarla a desear más pelea. Como si de alguna forma, por más que estuviera segura de que era una absoluta necedad temeraria y que quizá lo último que vería serían aquellos colmillos yendo directo a sus arterias; sintiera la necesidad de dejar el rol de presa. Y un hilillo fresco, levemente nauseabundo, manaba del conjunto de aquel ser, algo que no era más que un estímulo para seguir aquel suicidio.
Rodó llevándose una mano a la boca dolorida por la caída. Pequeños cortes veteaban la piel de su rostro, y un sabor metálico se escapaba de la comisura de sus labios. Tragó saliva con una mal fingida fruición.
Pudo ver cómo su "nuevo amigo" era el que asestaba un golpe hacia uno de los apéndices que intentaban apartarlo de alguna forma. No tenía mayor margen de visión, sobre todo porque aquella mueca esperpéntica volvió a fijarse en ella. Para volver a abrirse y chillar con una histeria que hizo que se le erizara más, si cabe, cada poro de la piel. Sin alternar la posición, Lunne volvió a separar sus labios resecos y a enseñarle los dientes. Tras ese chillido el olor se hizo más fuerte. Más deseo de lanzarse contra esa cosa.
...
¿PERO QUÉ DEMONIOS...?
Solo fue un segundo, pero aquel pensamiento con algo de cordura, pujando desde hace mucho rato por salir, hizo añicos el ígneo embotamiento en el que se había metido. ¿Qué se suponía que estaba pasando? ¿Le había sentado tan mal no comer por dos días que estaba delirando en otro de sus sueños infortunados?
No pudo seguir pensando, porque aunque parcialmente, no todo su cuerpo se hallaba bajo control. Si no, habría dado alaridos de dolor si hubiera sentido cómo se veían forzados sus tendones a tensarse más y más, o cómo cada una de sus falanges no podían hacer gala ya de aquel nombre.
Aquel maldito tentáculo pasó silvando por su lado, a escasos centímetros de su oreja izquierda. ¿Era normal que no se hubiera dado cuenta de cómo había rodado de forma tan rápida? Se incorporó alejándose de aquel escenario. Sentía un constante pitido en los oídos, el pulso en las sienes.
Dos partes de ella parecían controlarla, atrayéndola a una u otra dirección. La más reciente la empujaba a salir lo más rápido de allí, donde fuera, quizá aporrear la puerta de la venta y esconderse bajo la cama. Pero la más...visceral la atraía hacia la bestia. Hacia su espalda. Parecía por un momento fijarse en el hombre de cabello plateado -se planteó por primera vez quién era precisamente él. Estaba distraída, quizá si corría...
Esos pinchos ¿eran vello? ¿serían peligrosos? Si solo pudiera reventar la parte más cálida de su cuello... Sintió cómo aumentaba la frecuencia de sus latidos. La navaja. Refulgía a la luz de las tres lunas vagamente, pero allí estaba.
Se impulsó de nuevo, con otro chillido, corcovándose para tomar impulso. Sus garras (¿garras? en todo caso, no eran uñas) se clavaron en lo que serían los hombros de la criatura. Sintió cómo vibraba su cuerpo por un rugido furibundo, y ella chilló a su vez, por pánico, por desesperación, por odio. Agarró como pudo, antes de caer hacia atrás, su navaja ensangrentada. Cuando aquel tentáculo que tenía libre quiso atravesarla, se encontró con el filo del machete, sujetado por sus brazos temblorosos. Lo pasó de parte en parte, salpicando el suelo y sus ropas de fluido, y aturdiéndose solo un instante, un instante suficiente que le sirvió para impulsarse hacia atrás.
Se tambaleó.
Una debilidad desgarradora estaba abriéndose paso entre sus miembros. Su boca dolía, sus encías parecían haberse rasgado. Se intentó arrastrar lo más lejos que pudo.
Estaba agotada. Muy agotada.
Lunne- Cantidad de envíos : 38
Re: Sombras rojizas.
Kirill quiso repetir el golpe con el que ya había herido a la criatura, y con saña habría descargado espadazo tras espadazo hasta dejar aquella mano suelta sobre la tierra de la calle; pero no podía esperar ser más rápido en volver a descargar el golpe que lo que el ser lo fue en retirar la mano herida.
El brazo que había desaparecido volvió a por él, si bien ya herido; Kirill lo esquivó con un desplazamiento lateral, pero el ser terminó el movimiento en un arco hasta encontrar el cuerpo de su víctima y, por mucho que ésta volvió a interponer la espada, aplastarla contra un muro cercano. Kirill soltó un grito grave al impactar contra la pared; a pesar de estar herida la criatura era sorprendentemente fuerte, y el golpe recibido dejó al hombre sin aliento y casi le llevó a clavarse su propia espada, que el monstruo empujaba contra él.
El mago volvió a verse en una situación en la que se encontraba apresado, si bien esta vez las fauces no estaban allí para soltar su icor sobre él. No podía soltar la espada, y necesitaba ambas manos para mantenerla entre él y la bestia... pero de golpe la presión disminuyó y Kirill la apartó con fuerza sin dudarlo. Esta vez le dio un fuerte golpe al brazo para obligarlo a bajar hasta el suelo, lo pisó con fuerza y descargó un potente golpe allí donde ya había herido. La mano quedó cercenada en el suelo.
A pesar de todo, sabía que se regeneraría. Sólo esperaba que no fuera lo suficientemente rápido.
Al alzar la mirada vio el motivo por el que había podido liberarse: a la bestia con la muchacha al cuello. Ella le hería con lo que parecían garras, de tal forma que la sangre negruzca del ser salpicaba la calle. El intercambio posterior le quedó menos claro: Kirill no podía dejar escapar la oportunidad de ser dos contra el demonio y al verlo distraído se lanzó también a por él. El ser pareció librarse de alguna forma de la muchacha y la atacaba con su mano aún completa; Kirill en aquel momento se lanzó directo a su abdomen, espada por delante, y un segundo después de que el demonio gritara por la navaja que le había atravesado el brazo, Kirill le dio aún más motivos para chillar: con la fuerza del impulso clavó la espada hasta lo más hondo. Sin apéndices restantes, el ser no pudo defenderse ni evitar la muerte. Se quedó totalmente inmóvil, con las fauces hacia el cielo, y, un segundo más tarde, su cuerpo se deshizo en cenizas.
Kirill miró a su alrededor. Al lado de la pared contra la que le había lanzado hacía un momento descubrió lo único que quedaba del ser: una de sus dos manos de dedos puntiagudos. El mago la cogió, consciente por un momento del valor que tenía, tanto económico, como mágico, como justificativo frente a Ajar. Era un trofeo obsceno, pero demasiado valioso como para dejarlo tirado en medio de la calle.
Fue hacia la desconocida, aquel ser más animal que humano, envolviendo su premio en una tela mientras caminaba. La muchacha se había comportado como un verdadero hombre lobo a lo largo de todo aquel encuentro; gruñendo, atacando con garras, corriendo como un animal. Y además era pálida como un vampiro. Aunque no es que él fuera nadie para decir nada sobre la palidez, ¿mm?
- ¿Cuántos años tienes? - le preguntó cuando llegó a su altura, tras dedicarle una breve mirada. - Estás entera, ¿mm?
El brazo que había desaparecido volvió a por él, si bien ya herido; Kirill lo esquivó con un desplazamiento lateral, pero el ser terminó el movimiento en un arco hasta encontrar el cuerpo de su víctima y, por mucho que ésta volvió a interponer la espada, aplastarla contra un muro cercano. Kirill soltó un grito grave al impactar contra la pared; a pesar de estar herida la criatura era sorprendentemente fuerte, y el golpe recibido dejó al hombre sin aliento y casi le llevó a clavarse su propia espada, que el monstruo empujaba contra él.
El mago volvió a verse en una situación en la que se encontraba apresado, si bien esta vez las fauces no estaban allí para soltar su icor sobre él. No podía soltar la espada, y necesitaba ambas manos para mantenerla entre él y la bestia... pero de golpe la presión disminuyó y Kirill la apartó con fuerza sin dudarlo. Esta vez le dio un fuerte golpe al brazo para obligarlo a bajar hasta el suelo, lo pisó con fuerza y descargó un potente golpe allí donde ya había herido. La mano quedó cercenada en el suelo.
A pesar de todo, sabía que se regeneraría. Sólo esperaba que no fuera lo suficientemente rápido.
Al alzar la mirada vio el motivo por el que había podido liberarse: a la bestia con la muchacha al cuello. Ella le hería con lo que parecían garras, de tal forma que la sangre negruzca del ser salpicaba la calle. El intercambio posterior le quedó menos claro: Kirill no podía dejar escapar la oportunidad de ser dos contra el demonio y al verlo distraído se lanzó también a por él. El ser pareció librarse de alguna forma de la muchacha y la atacaba con su mano aún completa; Kirill en aquel momento se lanzó directo a su abdomen, espada por delante, y un segundo después de que el demonio gritara por la navaja que le había atravesado el brazo, Kirill le dio aún más motivos para chillar: con la fuerza del impulso clavó la espada hasta lo más hondo. Sin apéndices restantes, el ser no pudo defenderse ni evitar la muerte. Se quedó totalmente inmóvil, con las fauces hacia el cielo, y, un segundo más tarde, su cuerpo se deshizo en cenizas.
Kirill miró a su alrededor. Al lado de la pared contra la que le había lanzado hacía un momento descubrió lo único que quedaba del ser: una de sus dos manos de dedos puntiagudos. El mago la cogió, consciente por un momento del valor que tenía, tanto económico, como mágico, como justificativo frente a Ajar. Era un trofeo obsceno, pero demasiado valioso como para dejarlo tirado en medio de la calle.
Fue hacia la desconocida, aquel ser más animal que humano, envolviendo su premio en una tela mientras caminaba. La muchacha se había comportado como un verdadero hombre lobo a lo largo de todo aquel encuentro; gruñendo, atacando con garras, corriendo como un animal. Y además era pálida como un vampiro. Aunque no es que él fuera nadie para decir nada sobre la palidez, ¿mm?
- ¿Cuántos años tienes? - le preguntó cuando llegó a su altura, tras dedicarle una breve mirada. - Estás entera, ¿mm?
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Sombras rojizas.
Nebulosas. De nuevo aquellas malditas nebulosas. Parecían espirales de humo que mecían cada recoveco de su conciencia, como si pudieran deformarla, estirar y contraer sus límites, removerla a su voluntad. Tenían tantos colores que era imposible distinguir ninguno. Amarillos y azules que gritaban. Gritaban con su madre, se juntaban, se arrodillaban. Se apagaban. Aquel violeta que adormecía. Aquel violeta que acariciaba, aquel violeta que se dejaba caer sin temor hacia la nada. ¡Oh y el verde! El verde vibraba. El verde siseaba transformándose a veces en una serpiente medio reseca. Qué tibios estaban a veces los campos...Y el olor a lluvia...
Pero entonces se derramaba el rojo, el rojo por doquier. El rojo se hundía en sí mismo formando un abismo negro. Y recordó las pesadillas, los gritos, la furia contenida, la cabeza bamboleante entre las manos. Negro, negro.
Otra vez no...
Parpadeó pesadamente, apoyándose contra lo primero que le pareció firme. Necesitaba algo sentir algo compacto, algo rígido, mientras su cabeza se deshacía en niebla. Recordó que mientras se arrastraba sintió de nuevo algo oleaginoso derramándose por su espalda. Un olor penetrante, ahora casi narcotizante, había hecho que contuviera una arcada.
La secuencia de imágenes de nuevo parecía haberse visto engullida en una burbuja que ralentizaba el tiempo, volviendo dúctiles los segundos. Lo primero que volvió a ver al alzar con lentitud la barbilla y enfocar la vista, a aquella cámara lenta, fue la caída de aquel monstruo inconcebible, casi completamente mutilado, en una estela negra y gris. Parpadeó de nuevo, mientras observaba maravillada cómo se materializaba la esencia de la destrucción frente a sus ojos. Tras el último pestañeo, lo que tenía delante tenía un montón de cenizas.
¿Estoy volviendo a delirar...?
Pero volvió a ver al extraño, tan inquietantemente tranquilo. Cubierto de aquella suerte de sangre azabache. Ahora que lo pensaba, ella también. ¿De dónde si no vendría el origen de aquellas horribles náuseas que ahora parecían sacudirle el estómago? Se miró despacio. Las manos, las faldas, los pies desnudos...
Maldición, se me han soltado las alpargatas.
...
Qué pensamiento más irrelevante.
Un momento ¡sus manos! Las puntas de los dedos estaban prácticamente desolladas. Se habría alegrado de ver sus normales y corrientes uñas si no fuera porque estaban impregnadas de sangre reseca. Tanto de ella como del ser. Tomó una fuerte bocanada de aire. Su lengua se tanteó el paladar. Un escozor agudo.
Sintió unos pasos aproximándose a ella, y se acurrucó con su propio cuerpo. No sabía que sentía, si miedo, incredulidad...o simplemente un hondo cansancio. Se quedó mirando las faldas deshilachadas, ahora sucias de aun mas mugre, cuando volvió a oír su voz:
-¿Cuántos años tienes? Estás entera ¿mm?
¿Cómo que cuántos años tenía? ¿Ese tipo tenía la especialidad de hacer las preguntas más inverosímiles en los momentos más fuera de lugar? ¿Qué tenía que ver en ese momento? Además, nadie le había preguntado cosa semejante. ¿Cuántos años tenía? Ni sabía qué era un año exactamente. Aunque recordaba que cada vez que la ciudad de cubría de frío, en uno de los primeros días, cuando era muy pequeña, su madre se permitía comprarle un panecillo de mantequilla. La última vez que le dio uno recordó oír: "Mi niña ya tiene 6 inviernos". ¿Cuántos habían pasado desde...que se fue?
Se sorprendió contando con los dedos, musitando por lo bajo. Cuando abrió la boca para replicar, tuvo que darse la vuelta porque las arcadas se habían convertido en verdaderos puños apresándole el estómago, forzándolo a verter algo inexistente. Una saliva sucia caía en el suelo mientras se llevaba una mano al estómago contorsionado. Una última vez y algo amargo y verdoso se deslizó entre sus dientes. Se limpió malamente con el dorso de la mano, y con los ojos llorosos por las arcadas, volteó el rostro hacia su interlocutor:
-Diecisiete. Dieciséis.
Pero entonces se derramaba el rojo, el rojo por doquier. El rojo se hundía en sí mismo formando un abismo negro. Y recordó las pesadillas, los gritos, la furia contenida, la cabeza bamboleante entre las manos. Negro, negro.
Otra vez no...
Parpadeó pesadamente, apoyándose contra lo primero que le pareció firme. Necesitaba algo sentir algo compacto, algo rígido, mientras su cabeza se deshacía en niebla. Recordó que mientras se arrastraba sintió de nuevo algo oleaginoso derramándose por su espalda. Un olor penetrante, ahora casi narcotizante, había hecho que contuviera una arcada.
La secuencia de imágenes de nuevo parecía haberse visto engullida en una burbuja que ralentizaba el tiempo, volviendo dúctiles los segundos. Lo primero que volvió a ver al alzar con lentitud la barbilla y enfocar la vista, a aquella cámara lenta, fue la caída de aquel monstruo inconcebible, casi completamente mutilado, en una estela negra y gris. Parpadeó de nuevo, mientras observaba maravillada cómo se materializaba la esencia de la destrucción frente a sus ojos. Tras el último pestañeo, lo que tenía delante tenía un montón de cenizas.
¿Estoy volviendo a delirar...?
Pero volvió a ver al extraño, tan inquietantemente tranquilo. Cubierto de aquella suerte de sangre azabache. Ahora que lo pensaba, ella también. ¿De dónde si no vendría el origen de aquellas horribles náuseas que ahora parecían sacudirle el estómago? Se miró despacio. Las manos, las faldas, los pies desnudos...
Maldición, se me han soltado las alpargatas.
...
Qué pensamiento más irrelevante.
Un momento ¡sus manos! Las puntas de los dedos estaban prácticamente desolladas. Se habría alegrado de ver sus normales y corrientes uñas si no fuera porque estaban impregnadas de sangre reseca. Tanto de ella como del ser. Tomó una fuerte bocanada de aire. Su lengua se tanteó el paladar. Un escozor agudo.
Sintió unos pasos aproximándose a ella, y se acurrucó con su propio cuerpo. No sabía que sentía, si miedo, incredulidad...o simplemente un hondo cansancio. Se quedó mirando las faldas deshilachadas, ahora sucias de aun mas mugre, cuando volvió a oír su voz:
-¿Cuántos años tienes? Estás entera ¿mm?
¿Cómo que cuántos años tenía? ¿Ese tipo tenía la especialidad de hacer las preguntas más inverosímiles en los momentos más fuera de lugar? ¿Qué tenía que ver en ese momento? Además, nadie le había preguntado cosa semejante. ¿Cuántos años tenía? Ni sabía qué era un año exactamente. Aunque recordaba que cada vez que la ciudad de cubría de frío, en uno de los primeros días, cuando era muy pequeña, su madre se permitía comprarle un panecillo de mantequilla. La última vez que le dio uno recordó oír: "Mi niña ya tiene 6 inviernos". ¿Cuántos habían pasado desde...que se fue?
Se sorprendió contando con los dedos, musitando por lo bajo. Cuando abrió la boca para replicar, tuvo que darse la vuelta porque las arcadas se habían convertido en verdaderos puños apresándole el estómago, forzándolo a verter algo inexistente. Una saliva sucia caía en el suelo mientras se llevaba una mano al estómago contorsionado. Una última vez y algo amargo y verdoso se deslizó entre sus dientes. Se limpió malamente con el dorso de la mano, y con los ojos llorosos por las arcadas, volteó el rostro hacia su interlocutor:
-Diecisiete. Dieciséis.
Lunne- Cantidad de envíos : 38
Re: Sombras rojizas.
Bueno, no hacía falta que contara con los dedos... Ni que fuera tan difícil recordar la edad; sólo había que actualizarla una vez al año. Pero al verla hacer eso vio también lo manchadas que tenía las manos de la sangre viscosa y oscura de aquel ser; se dio cuenta de que él mismo estaba muy salpicado de ella, y además recordó las quemaduras que le había producido la saliva del monstruo. Se tocó la piel en los lugares en los que recordaba haber sentido el icor y la descubrió sensible e irritada. Hizo un gesto de desagrado al darse cuenta.
La chica tenía dieciséis años. No era lo suficientemente niña ni lo suficientemente mujer como para haberle faltado a él al respeto, y esto era lo que quería decirle Kirill antes, cuando le había atacado el demonio desde la espalda... pero como que ahora se le habían pasado las ganas. Podía recriminarle cosas, o podía pasar a otro tema. Más valía olvidar lo de que le había llamado por su apellido, porque sólo le había dado quebraderos de cabeza.
- Apuesto que en esos dieciséis años no habías visto un demonio como ese, ¿mm? - comentó en lugar de regañarla.
Se puso de cuclillas junto a ella. La pobre tenía los ojos llorosos de vomitar, la cara con heridas por cómo se había comido el suelo antes, y las manos llenas de sangre. Kirill sonrió divertido ante el espectáculo, en nada enternecido y más proclive a la burla que a la empatía.
- Te has puesto perdida. Venga, ni que diera tanto asco. Antes le metiste los dedos hasta los nudillos - recordó, exagerando un poco - y más que vomitar gruñías como una bestia.
La volvió a mirar en silencio durante un par de segundos. No es que fuera una belleza despampanante y elegantemente vestida para empezar, pero en aquel momento realmente estaba hecha unos zorros. Se rió brevemente por lo bajo, un leve "Hmf" que se tradujo en una sonrisa en la comisura de los labios.
- ¿Necesitas ayuda para ponerte en pie?
La chica tenía dieciséis años. No era lo suficientemente niña ni lo suficientemente mujer como para haberle faltado a él al respeto, y esto era lo que quería decirle Kirill antes, cuando le había atacado el demonio desde la espalda... pero como que ahora se le habían pasado las ganas. Podía recriminarle cosas, o podía pasar a otro tema. Más valía olvidar lo de que le había llamado por su apellido, porque sólo le había dado quebraderos de cabeza.
- Apuesto que en esos dieciséis años no habías visto un demonio como ese, ¿mm? - comentó en lugar de regañarla.
Se puso de cuclillas junto a ella. La pobre tenía los ojos llorosos de vomitar, la cara con heridas por cómo se había comido el suelo antes, y las manos llenas de sangre. Kirill sonrió divertido ante el espectáculo, en nada enternecido y más proclive a la burla que a la empatía.
- Te has puesto perdida. Venga, ni que diera tanto asco. Antes le metiste los dedos hasta los nudillos - recordó, exagerando un poco - y más que vomitar gruñías como una bestia.
La volvió a mirar en silencio durante un par de segundos. No es que fuera una belleza despampanante y elegantemente vestida para empezar, pero en aquel momento realmente estaba hecha unos zorros. Se rió brevemente por lo bajo, un leve "Hmf" que se tradujo en una sonrisa en la comisura de los labios.
- ¿Necesitas ayuda para ponerte en pie?
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Sombras rojizas.
Abrió los ojos, más aun si cabía, al oír la respuesta de aquel hombre que cada vez le iba pareciendo más y más...¿curioso? ¿enigmático? O, por qué callarlo, irritante al notar de alguna forma el trasfondo de ironía tras sus palabras.
-¿Un...demonio?... -balbuceó aun medio atontada. Pero entonces su orgullo empezó a molestarse al darse cuenta de que desde que habría entablado su "curiosa" charla con el peliblanco, había dado la sensación de ser una anormal que no podía articular dos frases seguidas. Se aclaró su sufrida garganta, y con una nerviosa risotada impertinente (¿qué mas podía hacer si ya iba a perder el juicio?), declaró- No has visto a Jërda.
Mierda ¡JËRDA!
Vio que el hombre se ponía en cuclillas a su lado, observándola. A la mayoría de las muchachas a las cuales alguien del sexo opuesto mirara por más de unos intencionados y convenientes segundos, había visto que se sonrojaban o expresaban una incomodidad o desagrado en la mayoría de los casos artificial, como sacudiendo en el aire el estandarte de su aparente pudor. Pero Lunne, aparte de que sabía que si llamaba la atención no era por sus tributos físicos precisamente, siempre había calificado aquellas acciones de meros melindres vomitivos.
Por eso le sostuvo una mirada fija, inquisitiva, acerando más sus ojos cuando vio un atisbo de diversión en el gesto del desconocido.
Qué divertido. Acabas de desmembrar a un ser del infierno delante de mis ojos y me sonríes mientras el resto de sus vísceras se enfría en mi cara. Sí, divertido.
Tras la segunda respuesta del hombre, apretó mas los labios. ¿Acaso no notaba aquel tufo en el ambiente? Quizá realmente tendría que replantear sus concepciones hacia la higiene. Pero cuando le remembró -de forma hipérbolica, claro- cómo había gruñido y había hundido sus manos (¿manos?) en el lomo de aquel monstruo que seguramente poblaría sus posteriores pesadillas, volvió a estremecerse. Entonces sí había sido real, entonces ella...
-¿Necesitas ayuda para ponerte en pie?
Su orgullo -cosa que por primera vez vio que existía- se hinchió en aquel momento casi en forma de rabieta. ¿Tenía que hacer entonces el papel de pobre damisela en apuros a la que el valeroso guerrero había salvado del monstruo con la fortaleza de su brazo empuñando la espada? Sin contestar apenas, se levantó reprimiendo un gemido cuando pareció tomar noción de cada fibra de su entramado muscular, poniendo los brazos en jarras. Pero como siempre, la dignidad no tardó en abandonarla, porque se tambaleó en el sitio cayendo de culo. Siseó un juramento.
Antes de que el caballero la intentara ayudar -si eso pretendía, claro, o quizá ya estaría volviendo a formar aquella sonrisa rebosando un sarcasmo hediondo- se apoyó en sus manos, que entonces parecían de carnicero- para volver a incorporarse.
Miró a su alrededor. Restos de sangre por doquier, el toldo de una tienda completamente rasgado. Las paredes con grietas sospechosas. ¿Cómo iba a explicar lo sucedido?
No, no, perdonen, pero no es culpa mía. Estaba conversando con las lunas cuando un tipo de pelo blanco me preguntó mi identidad con una espada mientras un demonio surgía por detrás y lo atacaba. Entonces yo me comporté como un jabalí degenerado y me lancé contra él, escalé diez o quince pies, y luego el demonio se había convertido en polvo y...
Se sostuvo las sienes con ambas manos. Casi empezó a echar de menos su anterior estado de hipnotismo inducido por la rutina. ¿Qué iba a hacer ahora?
Miró de nuevo al hombre, de forma casi acusatoria, y dirigió la vista hacia el taller. A lo lejos, las luces de los candiles se apagaban. Se irguió en el sitio cuando atisbó una sombra saliendo del sitio, a lo lejos indistinguible, pero aterradoramente reconocible segundos después. ¿Los habría visto? ¿Quién era? Solo faltaba Jërda para rematar el escenario...
Pero el grito, el primer grito humano que había oído aquella noche, no pertenecía a la vieja. No, quizá era mucho peor. Alguien había visto la sangre y se habría temido lo peor. La voz era de Aenei.
Giró de nuevo la cabeza hacia el tipo, mientras las primeras notas de sollozo llegaban a sus oídos. Solo musitó, mirándole con una tranquilidad casi cómica:
-Mierda.
-¿Un...demonio?... -balbuceó aun medio atontada. Pero entonces su orgullo empezó a molestarse al darse cuenta de que desde que habría entablado su "curiosa" charla con el peliblanco, había dado la sensación de ser una anormal que no podía articular dos frases seguidas. Se aclaró su sufrida garganta, y con una nerviosa risotada impertinente (¿qué mas podía hacer si ya iba a perder el juicio?), declaró- No has visto a Jërda.
Mierda ¡JËRDA!
Vio que el hombre se ponía en cuclillas a su lado, observándola. A la mayoría de las muchachas a las cuales alguien del sexo opuesto mirara por más de unos intencionados y convenientes segundos, había visto que se sonrojaban o expresaban una incomodidad o desagrado en la mayoría de los casos artificial, como sacudiendo en el aire el estandarte de su aparente pudor. Pero Lunne, aparte de que sabía que si llamaba la atención no era por sus tributos físicos precisamente, siempre había calificado aquellas acciones de meros melindres vomitivos.
Por eso le sostuvo una mirada fija, inquisitiva, acerando más sus ojos cuando vio un atisbo de diversión en el gesto del desconocido.
Qué divertido. Acabas de desmembrar a un ser del infierno delante de mis ojos y me sonríes mientras el resto de sus vísceras se enfría en mi cara. Sí, divertido.
Tras la segunda respuesta del hombre, apretó mas los labios. ¿Acaso no notaba aquel tufo en el ambiente? Quizá realmente tendría que replantear sus concepciones hacia la higiene. Pero cuando le remembró -de forma hipérbolica, claro- cómo había gruñido y había hundido sus manos (¿manos?) en el lomo de aquel monstruo que seguramente poblaría sus posteriores pesadillas, volvió a estremecerse. Entonces sí había sido real, entonces ella...
-¿Necesitas ayuda para ponerte en pie?
Su orgullo -cosa que por primera vez vio que existía- se hinchió en aquel momento casi en forma de rabieta. ¿Tenía que hacer entonces el papel de pobre damisela en apuros a la que el valeroso guerrero había salvado del monstruo con la fortaleza de su brazo empuñando la espada? Sin contestar apenas, se levantó reprimiendo un gemido cuando pareció tomar noción de cada fibra de su entramado muscular, poniendo los brazos en jarras. Pero como siempre, la dignidad no tardó en abandonarla, porque se tambaleó en el sitio cayendo de culo. Siseó un juramento.
Antes de que el caballero la intentara ayudar -si eso pretendía, claro, o quizá ya estaría volviendo a formar aquella sonrisa rebosando un sarcasmo hediondo- se apoyó en sus manos, que entonces parecían de carnicero- para volver a incorporarse.
Miró a su alrededor. Restos de sangre por doquier, el toldo de una tienda completamente rasgado. Las paredes con grietas sospechosas. ¿Cómo iba a explicar lo sucedido?
No, no, perdonen, pero no es culpa mía. Estaba conversando con las lunas cuando un tipo de pelo blanco me preguntó mi identidad con una espada mientras un demonio surgía por detrás y lo atacaba. Entonces yo me comporté como un jabalí degenerado y me lancé contra él, escalé diez o quince pies, y luego el demonio se había convertido en polvo y...
Se sostuvo las sienes con ambas manos. Casi empezó a echar de menos su anterior estado de hipnotismo inducido por la rutina. ¿Qué iba a hacer ahora?
Miró de nuevo al hombre, de forma casi acusatoria, y dirigió la vista hacia el taller. A lo lejos, las luces de los candiles se apagaban. Se irguió en el sitio cuando atisbó una sombra saliendo del sitio, a lo lejos indistinguible, pero aterradoramente reconocible segundos después. ¿Los habría visto? ¿Quién era? Solo faltaba Jërda para rematar el escenario...
Pero el grito, el primer grito humano que había oído aquella noche, no pertenecía a la vieja. No, quizá era mucho peor. Alguien había visto la sangre y se habría temido lo peor. La voz era de Aenei.
Giró de nuevo la cabeza hacia el tipo, mientras las primeras notas de sollozo llegaban a sus oídos. Solo musitó, mirándole con una tranquilidad casi cómica:
-Mierda.
Lunne- Cantidad de envíos : 38
Re: Sombras rojizas.
Kirill hizo una mueca medio divertida medio asqueada, casi como si recordara cómo era Jërda y fuera a darle la razón a la muchacha.
- No, no he visto a Jërda, pero seguro que he visto cosas peores.
A la chiquilla (aunque con dieciséis años no es que fuera tan chiquilla) parecía que le costaba expresar cualquier contestación que resultara demasiado larga. Lo máximo que había escuchado de su boca había sido aquella frase de cuatro palabras, y no parecía que otra fuera a venir a hacerle competencia. Más tarde o en otras circunstancias esto podría molestar a Kirill, pero en aquel momento sólo contribuía a divertirle. Quizás era toda aquella adrenalina que había liberado, el haber conseguido librarse del demonio con relativa facilidad - y sin perder sangre ni resultar herido, como en otras ocasiones -, lo ridículo de la velada o el aspecto de la joven, pero sin duda una suma de factores le habían llevado a aquel instante de buen humor burlón.
Ella le miró con los labios apretados, cosa realmente innecesaria porque no es que hubiera ninguna verborrea de palabras pugnando por salir de ese cuerpecillo, le pareció a Kirill, y casi pareció ofenderse ante la pregunta del mago. Y es que era una pregunta más que un ofrecimiento, y por ello la reacción de la joven fue tanto mejor: porque él la habría puesto en pie, probablemente, a cambio del pequeño momento de diversión que se había llevado por haberla visto tan destrozada en el suelo; pero tal como estaban las cosas, si se levantaba sola libraba al mago de tener que considerarla una pusilánime. Kirill empatizaba más con el orgullo que con la petición de auxilio de muchacha en apuros que ella había imaginado. Él no era un valeroso caballero. Para empezar, ni siquiera creía en el honor.
Pero el esfuerzo por ser digna pareció en vano: se cayó al suelo de culo, de vuelta a la suciedad de la calle, aún más grasienta con la sangre del ser que podía haber caído allí. Kirill soltó una breve carcajada y, ahora más dispuesto a identificarse con ella y a ayudarla de buena fe, le tendió el brazo para servirle de apoyo para ponerse en pie. Pero fue innecesario, porque ella misma terminó de alzarse. El mago la miró, divertido pero ya no burlón, mientras ella evaluaba los alrededores.
La muchacha no parecía estar del todo bien. Antes ya tenía algo extraño cuando miraba hacia el cielo, o cuando se quedaba embobada sin dar una contestación clara, pero ahora se tomaba de las sienes como si estuviera mareada (a Kirill no se le ocurrió que quizás no terminaba de comprender qué había ocurrido y se encontraba muy confusa) y parecía, de alguna forma, como un poco perdida. Kirill abandonó la sonrisilla y se puso más serio.
- Eh - la llamó, intentando que volviera a la realidad- Será mejor que vuelvas a tu casa. Tu madre querrá saber con quién has estado jugando al cazador y la presa. No me mires así - añadió por la forma en que ella le recriminó con la mirada lo que había ocurrido. Él no se sentía culpable de nada.
Se escuchó un grito de mujer no demasiado lejos. Pero fuera por un violador, un asesino, o simplemente que había visto los restos de la pequeña batalla que había acontecido en las calles de Ashper, Kirill no pareció inmutarse. Levantó la mirada hacia el lugar del que venía, pero ni se preocupó ni hizo gesto de ir hacia allá.
- ¿Qué? ¿Una amiga tuya? - le preguntó a la muchacha cuando vio que ella sí reaccionaba.
- No, no he visto a Jërda, pero seguro que he visto cosas peores.
A la chiquilla (aunque con dieciséis años no es que fuera tan chiquilla) parecía que le costaba expresar cualquier contestación que resultara demasiado larga. Lo máximo que había escuchado de su boca había sido aquella frase de cuatro palabras, y no parecía que otra fuera a venir a hacerle competencia. Más tarde o en otras circunstancias esto podría molestar a Kirill, pero en aquel momento sólo contribuía a divertirle. Quizás era toda aquella adrenalina que había liberado, el haber conseguido librarse del demonio con relativa facilidad - y sin perder sangre ni resultar herido, como en otras ocasiones -, lo ridículo de la velada o el aspecto de la joven, pero sin duda una suma de factores le habían llevado a aquel instante de buen humor burlón.
Ella le miró con los labios apretados, cosa realmente innecesaria porque no es que hubiera ninguna verborrea de palabras pugnando por salir de ese cuerpecillo, le pareció a Kirill, y casi pareció ofenderse ante la pregunta del mago. Y es que era una pregunta más que un ofrecimiento, y por ello la reacción de la joven fue tanto mejor: porque él la habría puesto en pie, probablemente, a cambio del pequeño momento de diversión que se había llevado por haberla visto tan destrozada en el suelo; pero tal como estaban las cosas, si se levantaba sola libraba al mago de tener que considerarla una pusilánime. Kirill empatizaba más con el orgullo que con la petición de auxilio de muchacha en apuros que ella había imaginado. Él no era un valeroso caballero. Para empezar, ni siquiera creía en el honor.
Pero el esfuerzo por ser digna pareció en vano: se cayó al suelo de culo, de vuelta a la suciedad de la calle, aún más grasienta con la sangre del ser que podía haber caído allí. Kirill soltó una breve carcajada y, ahora más dispuesto a identificarse con ella y a ayudarla de buena fe, le tendió el brazo para servirle de apoyo para ponerse en pie. Pero fue innecesario, porque ella misma terminó de alzarse. El mago la miró, divertido pero ya no burlón, mientras ella evaluaba los alrededores.
La muchacha no parecía estar del todo bien. Antes ya tenía algo extraño cuando miraba hacia el cielo, o cuando se quedaba embobada sin dar una contestación clara, pero ahora se tomaba de las sienes como si estuviera mareada (a Kirill no se le ocurrió que quizás no terminaba de comprender qué había ocurrido y se encontraba muy confusa) y parecía, de alguna forma, como un poco perdida. Kirill abandonó la sonrisilla y se puso más serio.
- Eh - la llamó, intentando que volviera a la realidad- Será mejor que vuelvas a tu casa. Tu madre querrá saber con quién has estado jugando al cazador y la presa. No me mires así - añadió por la forma en que ella le recriminó con la mirada lo que había ocurrido. Él no se sentía culpable de nada.
Se escuchó un grito de mujer no demasiado lejos. Pero fuera por un violador, un asesino, o simplemente que había visto los restos de la pequeña batalla que había acontecido en las calles de Ashper, Kirill no pareció inmutarse. Levantó la mirada hacia el lugar del que venía, pero ni se preocupó ni hizo gesto de ir hacia allá.
- ¿Qué? ¿Una amiga tuya? - le preguntó a la muchacha cuando vio que ella sí reaccionaba.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Sombras rojizas.
Casi le pareció agradable la cara del tipo cuando le siguió la broma respecto a su adorada maestra del gremio, pero claro, duró un instante. Se esfumó con sus carcajadas.
Mi madre...
Pudo ladear la cabeza para tragarse a duras penas el nudo que muy a pesar parecía haberse formado casi instantáneamente en su garganta. Aquel aplomo del desconocido, paradójicamente, incrementaba su nerviosismo. Ni parecía inmutarse cuando le taladraba con la mirada.
Pero cuando la melodiosa voz de Aenei se procesaba en horror en estado puro en sus tímpanos, no vio tampoco un cambio significativo en aquellas facciones burlonas (y curiosas, muy curiosas...) ¿Acaso no se daba cuenta del revuelo que supondría en la ciudad? Por más que fuera más bien un barrio marginal, a las afueras. Y era imposible que no se hubieran oído sus graznidos y los golpes contra los muros.
-No tengo amigos. -espetó, sin saber por qué perdía el tiempo entonces contestando a aquella pregunta- Pero no quiero encontrarlos en prisión ¿entiendes?
Empezaba a impacientarse con aquel temple de mármol. Pero ahora que lo pensaba, bien podría estar aquel extraño tranquilo, porque darse a la fuga o esquivar a un hatajo de humanos somnolientos y babeantes no le costaría demasiado, por lo que acababa de ver. La que se iba a ver agraciada con las consecuencias era ella.
Hizo un gesto hacia Aenei, que había corrido de nuevo dentro del taller.
-Avisará a cualquiera, yo que sé, revolucionará la ciudad y...
Se paró en seco. Una amarga sonrisa se dibujó en su cara cuando pensó:
¿Cómo que revolucionar la ciudad? ¿Acaso es tan importante una mocosa como yo? Si en fondo querían carbonizarme a mí también en su día. Y a Jërda le supondría un desembarazo increíble no tener que pagar a un elemento que no hace más que destrozarle las hiladoras y se lleva más pinchazos en las manos que en los bordados.
Sí, definitivamente no daría la sensación de ser muy habladora. ¿Pero cuándo lo había sido? Distendió los dedos, intentado repartir el peso de su cuerpo en sus enclenques piernas.
Suspiró profunda y ruidosamente y susurró en voz baja, quizá para poner al hombre en antecedentes, quizá para dar un poco de sentido a todo el episodio en el que se había visto envuelta o quizá para no caer en un arranque de locura:
-Soy una hilandera, o eso creo. Quemaron a mi madre y le tiraron restos de tomate. Estaba bordando un precioso jardín alumbrado por las áureas hebras que nuestra Dama hace brillar cada amanecer. Pero olía demasiado a carne y las odio a todas, a todas -Dio un paso hacia él- Ahora no sé si volverán a buscarme o decidirán qué cara poner para cuando encuentren mi hipotético cadáver. Solo sé que tengo hambre, tengo sueño y eres extraño. Perdón por la descortesía.
Se mordió la lengua, literalmente. Miró con ansiedad cada edificio, de repente cada ventana le parecía un ojo mirándola. Un ojo...Eso le hizo acordarse de...
Alzó la cabeza hacia las tres lunas, las tres malditas lunas. Qué hermosas eran siempre.
-Qué has hecho Scathach...- susurró antes de darse a la carrera. A cualquier lugar.
Encontraré una fuente y me lavaré y pensaré en algo verosímil y...
Mi madre...
Pudo ladear la cabeza para tragarse a duras penas el nudo que muy a pesar parecía haberse formado casi instantáneamente en su garganta. Aquel aplomo del desconocido, paradójicamente, incrementaba su nerviosismo. Ni parecía inmutarse cuando le taladraba con la mirada.
Pero cuando la melodiosa voz de Aenei se procesaba en horror en estado puro en sus tímpanos, no vio tampoco un cambio significativo en aquellas facciones burlonas (y curiosas, muy curiosas...) ¿Acaso no se daba cuenta del revuelo que supondría en la ciudad? Por más que fuera más bien un barrio marginal, a las afueras. Y era imposible que no se hubieran oído sus graznidos y los golpes contra los muros.
-No tengo amigos. -espetó, sin saber por qué perdía el tiempo entonces contestando a aquella pregunta- Pero no quiero encontrarlos en prisión ¿entiendes?
Empezaba a impacientarse con aquel temple de mármol. Pero ahora que lo pensaba, bien podría estar aquel extraño tranquilo, porque darse a la fuga o esquivar a un hatajo de humanos somnolientos y babeantes no le costaría demasiado, por lo que acababa de ver. La que se iba a ver agraciada con las consecuencias era ella.
Hizo un gesto hacia Aenei, que había corrido de nuevo dentro del taller.
-Avisará a cualquiera, yo que sé, revolucionará la ciudad y...
Se paró en seco. Una amarga sonrisa se dibujó en su cara cuando pensó:
¿Cómo que revolucionar la ciudad? ¿Acaso es tan importante una mocosa como yo? Si en fondo querían carbonizarme a mí también en su día. Y a Jërda le supondría un desembarazo increíble no tener que pagar a un elemento que no hace más que destrozarle las hiladoras y se lleva más pinchazos en las manos que en los bordados.
Sí, definitivamente no daría la sensación de ser muy habladora. ¿Pero cuándo lo había sido? Distendió los dedos, intentado repartir el peso de su cuerpo en sus enclenques piernas.
Suspiró profunda y ruidosamente y susurró en voz baja, quizá para poner al hombre en antecedentes, quizá para dar un poco de sentido a todo el episodio en el que se había visto envuelta o quizá para no caer en un arranque de locura:
-Soy una hilandera, o eso creo. Quemaron a mi madre y le tiraron restos de tomate. Estaba bordando un precioso jardín alumbrado por las áureas hebras que nuestra Dama hace brillar cada amanecer. Pero olía demasiado a carne y las odio a todas, a todas -Dio un paso hacia él- Ahora no sé si volverán a buscarme o decidirán qué cara poner para cuando encuentren mi hipotético cadáver. Solo sé que tengo hambre, tengo sueño y eres extraño. Perdón por la descortesía.
Se mordió la lengua, literalmente. Miró con ansiedad cada edificio, de repente cada ventana le parecía un ojo mirándola. Un ojo...Eso le hizo acordarse de...
Alzó la cabeza hacia las tres lunas, las tres malditas lunas. Qué hermosas eran siempre.
-Qué has hecho Scathach...- susurró antes de darse a la carrera. A cualquier lugar.
Encontraré una fuente y me lavaré y pensaré en algo verosímil y...
Lunne- Cantidad de envíos : 38
Re: Sombras rojizas.
No es que Kirill fuera verdaderamente capaz de escapar con total certeza de una persecución si esta llegaba a ocurrir. Es que era lo suficientemente inconsciente como para no pensar que podía de darse el caso contrario al que tenía mente, en el que le alcanzaran o le culparan por algo. Pero por supuesto Lunne no podía saberlo, y por fuera Kirill demostraba tanta seguridad y aplomo que habría parecido el más fuerte de los guerreros del reino, por mucho que en realidad distara de serlo.
La muchacha aseguró no tener amigos y ahora sí se reflejó algo de sorpresa en el rostro de Kirill. Es decir, en realidad no había mucho motivo para sorprenderse, pero había sido más bien el hecho de que afirmara aquello en la situación en la que se encontraban lo que le había tomado por sorpresa. Ella prosiguió hablando antes de que Kirill pudiera cambiar mucho de expresión, con lo que escuchó sin interrumpir cómo describía la revolución de la ciudad que estaba por acontecer.
No entendió la sonrisa extraña que se dibujo en la cara de la chica, pero que se interrumpiera sí fue una ocasión para bajarle los humos.
- Cosas peores ocurren que un demonio muerto en la calle de una ciudad. No van a encarcelar a nadie por haber ensuciado las calles y roto un toldo con tantas pruebas de que ha habido "algo" suelto que casualmente hemos matado nosotros - hizo de nuevo una de sus pequeñas muecas -. Antes tendrían que agradecérnoslo.
Dicho eso, casi estuvo a punto de irse. Ya no quedaba mucho por hacer allí: tenía lo que quería. Pero fue en ese punto cuando la joven decidió hablar de una vez por todas y eso le mantuvo quieto. Eso, y la extraña forma que tenía de contar las cosas.
- ¿Eres una hilandera, "crees"? - debía ser el detalle menos relevante de toda la historia, pero por ser el primero Kirill se había quedado con él.
Su madre estaba muerta (tanto mejor, ¿quién necesita familia?), y ella se dedicaba a hilar pero... le molestaba que olía a carne. De nuevo aquella mención a un olfato excepcional; nada sorprendente sabiendo cómo había corrido antes. Otro detalle más llamó la atención de Kirill y tras medio segundo de silencio expresó la pregunta que se hacía inmediatamente al escuchar la breve historia.
- ¿Si las odias a todas por qué sigues allí?
Era algo que él, personalmente, no podía entender. Lo preguntó frontalmente y sin tapujo alguno, a mitad una cuestión y a mitad una invitación para que les dejara y punto, si realmente se sentía mal entre hilanderas. Pero quizás ella no llegó a escuchar esa pregunta, porque en lugar de responder murmuró:
-Qué has hecho Scathach...
Al ponerse a correr Lunne se perdió la cara de sorpresa más sincera que podría haberle visto a Kirill hasta aquel momento. El hombre se quedó de piedra durante un par de segundos, tiempo que ella tuvo para correr y ganar distancia respecto a él, y después, de golpe, recuperó espíritu, frunció el ceño y gritó:
- ¡EH, ESPERA UN MOMENTO!
Inmediatamente echó a correr detrás de ella, intentando alcanzarla. Ahora sí, que sí, que sí, había oído su nombre: ¿cómo lo sabía ella? ¿Y cómo que "qué has hecho"? Kirill no era una persona curiosa, pero aquello superaba los límites de cualquier indiferencia. El mago iba más cargado, pero la muchacha no había conseguido ganar tanta distancia cuando él comenzó a correr. Hizo su mejor esfuerzo con el objetivo de alcanzarla, agarrarla, y a ser posible reducirla, cogerla de las manos, inmovilizarla contra una pared, o lo que fuera suficiente con tal de que ella se quedara quieta y le explicara una cosa o dos.
- ¡Quieta ahí! - gritó, persiguiéndola. No iba a dejar que se escapara.
La muchacha aseguró no tener amigos y ahora sí se reflejó algo de sorpresa en el rostro de Kirill. Es decir, en realidad no había mucho motivo para sorprenderse, pero había sido más bien el hecho de que afirmara aquello en la situación en la que se encontraban lo que le había tomado por sorpresa. Ella prosiguió hablando antes de que Kirill pudiera cambiar mucho de expresión, con lo que escuchó sin interrumpir cómo describía la revolución de la ciudad que estaba por acontecer.
No entendió la sonrisa extraña que se dibujo en la cara de la chica, pero que se interrumpiera sí fue una ocasión para bajarle los humos.
- Cosas peores ocurren que un demonio muerto en la calle de una ciudad. No van a encarcelar a nadie por haber ensuciado las calles y roto un toldo con tantas pruebas de que ha habido "algo" suelto que casualmente hemos matado nosotros - hizo de nuevo una de sus pequeñas muecas -. Antes tendrían que agradecérnoslo.
Dicho eso, casi estuvo a punto de irse. Ya no quedaba mucho por hacer allí: tenía lo que quería. Pero fue en ese punto cuando la joven decidió hablar de una vez por todas y eso le mantuvo quieto. Eso, y la extraña forma que tenía de contar las cosas.
- ¿Eres una hilandera, "crees"? - debía ser el detalle menos relevante de toda la historia, pero por ser el primero Kirill se había quedado con él.
Su madre estaba muerta (tanto mejor, ¿quién necesita familia?), y ella se dedicaba a hilar pero... le molestaba que olía a carne. De nuevo aquella mención a un olfato excepcional; nada sorprendente sabiendo cómo había corrido antes. Otro detalle más llamó la atención de Kirill y tras medio segundo de silencio expresó la pregunta que se hacía inmediatamente al escuchar la breve historia.
- ¿Si las odias a todas por qué sigues allí?
Era algo que él, personalmente, no podía entender. Lo preguntó frontalmente y sin tapujo alguno, a mitad una cuestión y a mitad una invitación para que les dejara y punto, si realmente se sentía mal entre hilanderas. Pero quizás ella no llegó a escuchar esa pregunta, porque en lugar de responder murmuró:
-Qué has hecho Scathach...
Al ponerse a correr Lunne se perdió la cara de sorpresa más sincera que podría haberle visto a Kirill hasta aquel momento. El hombre se quedó de piedra durante un par de segundos, tiempo que ella tuvo para correr y ganar distancia respecto a él, y después, de golpe, recuperó espíritu, frunció el ceño y gritó:
- ¡EH, ESPERA UN MOMENTO!
Inmediatamente echó a correr detrás de ella, intentando alcanzarla. Ahora sí, que sí, que sí, había oído su nombre: ¿cómo lo sabía ella? ¿Y cómo que "qué has hecho"? Kirill no era una persona curiosa, pero aquello superaba los límites de cualquier indiferencia. El mago iba más cargado, pero la muchacha no había conseguido ganar tanta distancia cuando él comenzó a correr. Hizo su mejor esfuerzo con el objetivo de alcanzarla, agarrarla, y a ser posible reducirla, cogerla de las manos, inmovilizarla contra una pared, o lo que fuera suficiente con tal de que ella se quedara quieta y le explicara una cosa o dos.
- ¡Quieta ahí! - gritó, persiguiéndola. No iba a dejar que se escapara.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Sombras rojizas.
Entonces más que nunca se dio cuenta de lo paranoicas que solían ser las relaciones que originaba su intrincada mente. Ya había sacado conclusiones alternativas e ideado algún esquema de reacción para salir del embrollo, invirtiendo los papeles de la situación.
Qué cansado es a veces ser yo...
Si de nuevo su subconsciente no se hubiera apoderado de ella (cosa que ese día sucedía de forma cada vez más alarmante) se habría quedado congelada con una mueca indescriptible frente al extraño. Es cierto ¿por qué no se iba? Cientas de palabras se agolparon en ese segundo en su mente, confundiéndose unas con otras:
Pues porque tengo la manía de necesitar llevarme algo a la boca y necesitar un techo, y todo eso se intercambia por circulitos de metal, sorpresa. Y es lo único que puede proveerme de esos circulitos porque...
...
Una bofetada, en parte potenciada por el tono directo empleado por Kirill, pareció chasquear en su mente maltrecha.
No, lo que ocurre es que soy una cobarde. Cobarde.
Pero entonces ¿estaba corriendo? Sí, ahora recordaba: se lavaría, pensaría alg...
Un grito a su espalda.
- ...ESPERA UN MOMENTO!
Si ya de por sí sus piernas no podían sostenerla, poco pudo hacer el impulso que originó el sobresalto al notar los rápidos pasos del desconocido a su espalda. Parecía un auténtico día de persecuciones. Otro reflejo pareció querer abrirse a través de su cuerpo, pero el último chorro de aquella energía estaba completamente agotada. Y dolía, todo dolía.
Así que lo que en principio quiso ser otro grito, aunque fuera de alerta, de sorpresa, se estancó en una mueca conformada por sus labios semiabiertos.
-¡Quieta ahí!
No supo si realmente fue ella la que paró, o fue él quién la alcanzó casi abalanzándose sobre ella -lo más probable es que casi se habría dado de morros contra el suelo si precisamente su persecutor no la hubiera sujetado- pero en todo caso, casi se dejó hacer, cuando notó aquella presión apresándola contra una pared.
Lunne jamás había gritado. En ocasiones estuvo por perder los estribos, pero nada que no fuera reprimido por sus labios contraídos, como pórticos salvaguardando su eterno mutismo. Jamás había gritado, y por eso casi se sorprendió de escuchar por primera vez su voz tan alta. Parecía que no fuera la suya.
-¿QUÉ, QUÉ, QUÉ PASA AHORA?- dejó que sus cuerdas vocales se damnificaran más sin reparar en las consecuencias. Había cerrado los ojos muy fuerte, quizá para no mirar de nuevo aquellas pupilas de carbón.
O quizás porque tenía miedo, verdadero miedo de la reacción.
Respiraba muy deprisa.
Qué cansado es a veces ser yo...
Si de nuevo su subconsciente no se hubiera apoderado de ella (cosa que ese día sucedía de forma cada vez más alarmante) se habría quedado congelada con una mueca indescriptible frente al extraño. Es cierto ¿por qué no se iba? Cientas de palabras se agolparon en ese segundo en su mente, confundiéndose unas con otras:
Pues porque tengo la manía de necesitar llevarme algo a la boca y necesitar un techo, y todo eso se intercambia por circulitos de metal, sorpresa. Y es lo único que puede proveerme de esos circulitos porque...
...
Una bofetada, en parte potenciada por el tono directo empleado por Kirill, pareció chasquear en su mente maltrecha.
No, lo que ocurre es que soy una cobarde. Cobarde.
Pero entonces ¿estaba corriendo? Sí, ahora recordaba: se lavaría, pensaría alg...
Un grito a su espalda.
- ...ESPERA UN MOMENTO!
Si ya de por sí sus piernas no podían sostenerla, poco pudo hacer el impulso que originó el sobresalto al notar los rápidos pasos del desconocido a su espalda. Parecía un auténtico día de persecuciones. Otro reflejo pareció querer abrirse a través de su cuerpo, pero el último chorro de aquella energía estaba completamente agotada. Y dolía, todo dolía.
Así que lo que en principio quiso ser otro grito, aunque fuera de alerta, de sorpresa, se estancó en una mueca conformada por sus labios semiabiertos.
-¡Quieta ahí!
No supo si realmente fue ella la que paró, o fue él quién la alcanzó casi abalanzándose sobre ella -lo más probable es que casi se habría dado de morros contra el suelo si precisamente su persecutor no la hubiera sujetado- pero en todo caso, casi se dejó hacer, cuando notó aquella presión apresándola contra una pared.
Lunne jamás había gritado. En ocasiones estuvo por perder los estribos, pero nada que no fuera reprimido por sus labios contraídos, como pórticos salvaguardando su eterno mutismo. Jamás había gritado, y por eso casi se sorprendió de escuchar por primera vez su voz tan alta. Parecía que no fuera la suya.
-¿QUÉ, QUÉ, QUÉ PASA AHORA?- dejó que sus cuerdas vocales se damnificaran más sin reparar en las consecuencias. Había cerrado los ojos muy fuerte, quizá para no mirar de nuevo aquellas pupilas de carbón.
O quizás porque tenía miedo, verdadero miedo de la reacción.
Respiraba muy deprisa.
Lunne- Cantidad de envíos : 38
Re: Sombras rojizas.
No iba a dejar que escapara, no tras haber vuelto a escuchar cómo le había llamado. Quizás no le habría afectado tanto de no haber sido por lo súbito que había sido: decir aquello, recriminándole lo que había sucedido, y echarse a la carrera inmediatamente. Puso toda su energía en alcanzarla, no importaba cuánto corriera. La habría encontrado si se hubiera escondido de él - o aquella era la sensación que tenía en aquel momento.
No hubo lugar para la satisfacción cuando comprobó que iba a alcanzarla; estaba demasiado metido en la carrera, en no dejar que escapara. Ella había reducido el ritmo respecto a cómo había salido disparada, pero Kirill no se dio cuenta y se concentró únicamente en forzar sus músculos para alcanzar a aquella que se le escapaba: pues tenía esa sensación de que ella era una fugitiva, que pretendía escapársele, y que por tanto tenía motivos para huir y él para cazarla. La atrapó cuando la muchacha comenzaba a caerse; tiró de ella con fuerza para enderezarla, probablemente haciéndole daño en un brazo, y la estrelló contra una pared cercana para mantenerla quieta.
- MIRAME - gritó como respuesta a los gritos de ella, pretendiendo acallarla al demostrarle que él podía gritar con tanta o más fuerza.
Era una orden, y se lo transmitió por la forma en que la agarró por los hombros. La sacudió al mismo tiempo que se lo decía, y después fue directo a comprobar la mirada de ella, a ver si tenía los ojos abiertos o cerrados. Soltó uno de los hombros y con la mano libre la agarró por la barbilla, obligándola a que mirara hacia él.
- ¿Por qué cierras así los ojos? ¿Crees que te voy a pegar? - y por su tono de voz habría parecido que sí iba a hacerlo.
Le refulgían los ojos como si estuviera verdaderamente enfadado, aunque se trataba más de un estado inducido por la carrera, el griterío y las muestras de violencia que ya había dado. Su gesto estaba lejos de ser tranquilo: al contrario se encontraba exaltado, respirando rápido al igual que ella. Casi había alarma en la forma en la que la miraba.
- ¿Por qué has comenzado a huir de mi? Me lo vas a explicar - y apretó un poco más la barbilla; la otra mano seguía empujándola contra el muro -, antes de que te suelte. ¿Cómo sabes mi nombre? ¿Te ha enviado Ajar, es eso? ¿Eres miembro del Credo? ¿Eres uno de sus demonios?
Sus temores se desarrollaban en más y más posibilidades. Y si era un demonio de Ajar debía matarlo: no podía permitir que fuera a advertir a su amo de lo que había ocurrido, de lo mal que había ido todo. Kirill prefería ir a decírselo él mismo si no conseguía ocultarlo, pero ser espiado, que su fallo fuera de boca en oído... no, nunca.
No hubo lugar para la satisfacción cuando comprobó que iba a alcanzarla; estaba demasiado metido en la carrera, en no dejar que escapara. Ella había reducido el ritmo respecto a cómo había salido disparada, pero Kirill no se dio cuenta y se concentró únicamente en forzar sus músculos para alcanzar a aquella que se le escapaba: pues tenía esa sensación de que ella era una fugitiva, que pretendía escapársele, y que por tanto tenía motivos para huir y él para cazarla. La atrapó cuando la muchacha comenzaba a caerse; tiró de ella con fuerza para enderezarla, probablemente haciéndole daño en un brazo, y la estrelló contra una pared cercana para mantenerla quieta.
- MIRAME - gritó como respuesta a los gritos de ella, pretendiendo acallarla al demostrarle que él podía gritar con tanta o más fuerza.
Era una orden, y se lo transmitió por la forma en que la agarró por los hombros. La sacudió al mismo tiempo que se lo decía, y después fue directo a comprobar la mirada de ella, a ver si tenía los ojos abiertos o cerrados. Soltó uno de los hombros y con la mano libre la agarró por la barbilla, obligándola a que mirara hacia él.
- ¿Por qué cierras así los ojos? ¿Crees que te voy a pegar? - y por su tono de voz habría parecido que sí iba a hacerlo.
Le refulgían los ojos como si estuviera verdaderamente enfadado, aunque se trataba más de un estado inducido por la carrera, el griterío y las muestras de violencia que ya había dado. Su gesto estaba lejos de ser tranquilo: al contrario se encontraba exaltado, respirando rápido al igual que ella. Casi había alarma en la forma en la que la miraba.
- ¿Por qué has comenzado a huir de mi? Me lo vas a explicar - y apretó un poco más la barbilla; la otra mano seguía empujándola contra el muro -, antes de que te suelte. ¿Cómo sabes mi nombre? ¿Te ha enviado Ajar, es eso? ¿Eres miembro del Credo? ¿Eres uno de sus demonios?
Sus temores se desarrollaban en más y más posibilidades. Y si era un demonio de Ajar debía matarlo: no podía permitir que fuera a advertir a su amo de lo que había ocurrido, de lo mal que había ido todo. Kirill prefería ir a decírselo él mismo si no conseguía ocultarlo, pero ser espiado, que su fallo fuera de boca en oído... no, nunca.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Sombras rojizas.
-MÍRAME
Su voz retumbó en sus oídos haciendo que arrugara más el rostro. Se encogió más contra su espalda, odiando, odiando profundamente estar acorrolada de esa forma, sin fuerzas, sin posibilidad de alzar la cabeza sobre ese poderoso cuerpo arrinconándola a su merced. Aquel tono imperativo taladrándole de arriba abajo. Lo que bullía en su interior era una humillación quizá más profunda de la habitual o la conveniente.
Demasiado cerca. Demasiado…cerca…
Aun no era consciente de su propio cuerpo, pero con el aumento de aquella presión en su brazo –que entonces se dio cuenta de que estaba estampado en la pared en una posición realmente extraña y por ende, bastante dolorosa- sentía que en su torrente sanguíneo se habían instalado millares de cabecitas de alfileres perforándole las venas. Su olor, aquel dichoso aroma nuevo, especial, extraño (La palabra siempre es “extraño”) volvió a envolverla. Pero no estaba por entonces aun para esas tonterías. Incluso parecía que los poros de su piel se mostraban reacios a erizarse por la alerta de lo exhausta que estaba.
Se dejó sacudir por los hombros, impasible, aun sin atreverse a separar los párpados, pero notando cómo incluso a su pesar empezaba a tensarse. No duraba mucho. Sus músculos, atrofiados, se desfallecían sobre sus huesos indolentes. Se mordió el labio inferior, mientras un halo rojizo subía por sus mejillas. Y no precisamente por vergüenza.
Abrió de golpe aquellos ojos inmensos, casi negros tanto por el reflejo de las sombras como por la dilatación de sus pupilas. Un observador perspicaz habría notado incluso que no eran del todo circulares. Pero su acompañante empezaba a apresarla de la barbilla, y ella sentía una garra de hielo en la garganta. Como si el hecho de aferrar aquella parte de su rostro corroborara definitivamente que en el fondo no era más que una cría inofensiva.
-- ¿Por qué has comenzado a huir de mi? Me lo vas a explicar antes de que te suelte. ¿Cómo sabes mi nombre? ¿Te ha enviado Ajar, es eso? ¿Eres miembro del Credo? ¿Eres uno de sus demonios?
Todo aquel atolladero de disparates, de incongruencias, de preguntas tan sin sentido, tan fuera de su mundo empezaron a bailarle entre las sienes. ¿Huir de él? ¿Su nombre de nuevo? ¿Quién, maldita sea, era ese tal “Jajar”? ¿Miembro del Credo? ¿Credo de qué, que significaba todo aquello? ¿Un demonio? ¿Un demonio ella? ¿No pensaría convertirla a ella en cenizas, no?
No entiendo, no entiendo, no entiendo nada…
Intentó sacudir la cabeza, pero se encontró con la mano del extraño, truncándole cualquier movimiento. Si hubiera tenido algo más de calidez en el pecho seguramente habría roto a llorar. Pero no había llorado nunca realmente. No sabía cómo se hacía.
Se estaba agobiando. Llevó una de sus pequeñas manos a la muñeca del brazo que pegaba su cabeza a la pared. Se dio cuenta de que era inútil, incluso estúpido.
Observó de nuevo a Kirill.
Lo perforó con las pupilas, con una intensidad inusitada, mientras su voz, en contraste, sonaba monocorde pero rasgada al expresar:
-No te conozco. No te he visto nunca. Ni si quiera sé si debo tutearte, pero no es respeto lo que siento ahora mismo precisamente –debería haberse callado esa parte, sí. Se paró un segundo pero continuó a pesar de todo. Claro que tenía miedo. Menos mal que una dieta tan frugal como la suya no acarreaba muchas necesidades de descargar las tripas. Si no la situación sí que habría sido espantosamente humillante- No sé ni siquiera tu nombre. Ni tu apellido, ni nada de ti, ni nada de tu amigo Bájar o Gájar. Y...¿un demonio? No había visto ninguno hasta…-se estremeció- hasta ahora. Tu nombre –volvió a repetir porque ya intuía que era aquella obsesión la que no le dejaba tranquilo- no lo sé. No lo sé. No lo sé.
>>No huía de ti. Huía de mí misma, de la situación. Si las hilanderas me encuentran así seguramente se las apañarán para quemarme a mí también. Lo desean, lo han deseado siempre. Pero las ganacias que obtenían de mi madre no eran pocas, así que he sabido siempre que Jërda va recibiendo aquel capital cada periodo de tiempo con la condición de mantenerme como aprendiz-¿por qué estaba empezando a contar eso?- Quería…quería lavarme toda esta porquería. Luego entraría desorientada alegando que me perdí y que vi a un demonio convirtiéndose en polvo. Pero si me ven con las manos llenas de sangre lo harán, lo sé.
Lo miró largamente, mientras exhalaba un hondo suspiro. Explicar cosas con una coherencia lineal no era su fuerte. Susurró como si quisiera poner fin a todo aquel embrollo:
-Yo solo hablaba con las lunas.
Y volvió a recitar, con la misma entonación que al principio, cuando salió del taller escasas horas antes -¿o habían sido minutos?- todavía en su microcosmos de normalidad:
-Aesir, Enki, Scathach…
Su voz retumbó en sus oídos haciendo que arrugara más el rostro. Se encogió más contra su espalda, odiando, odiando profundamente estar acorrolada de esa forma, sin fuerzas, sin posibilidad de alzar la cabeza sobre ese poderoso cuerpo arrinconándola a su merced. Aquel tono imperativo taladrándole de arriba abajo. Lo que bullía en su interior era una humillación quizá más profunda de la habitual o la conveniente.
Demasiado cerca. Demasiado…cerca…
Aun no era consciente de su propio cuerpo, pero con el aumento de aquella presión en su brazo –que entonces se dio cuenta de que estaba estampado en la pared en una posición realmente extraña y por ende, bastante dolorosa- sentía que en su torrente sanguíneo se habían instalado millares de cabecitas de alfileres perforándole las venas. Su olor, aquel dichoso aroma nuevo, especial, extraño (La palabra siempre es “extraño”) volvió a envolverla. Pero no estaba por entonces aun para esas tonterías. Incluso parecía que los poros de su piel se mostraban reacios a erizarse por la alerta de lo exhausta que estaba.
Se dejó sacudir por los hombros, impasible, aun sin atreverse a separar los párpados, pero notando cómo incluso a su pesar empezaba a tensarse. No duraba mucho. Sus músculos, atrofiados, se desfallecían sobre sus huesos indolentes. Se mordió el labio inferior, mientras un halo rojizo subía por sus mejillas. Y no precisamente por vergüenza.
Abrió de golpe aquellos ojos inmensos, casi negros tanto por el reflejo de las sombras como por la dilatación de sus pupilas. Un observador perspicaz habría notado incluso que no eran del todo circulares. Pero su acompañante empezaba a apresarla de la barbilla, y ella sentía una garra de hielo en la garganta. Como si el hecho de aferrar aquella parte de su rostro corroborara definitivamente que en el fondo no era más que una cría inofensiva.
-- ¿Por qué has comenzado a huir de mi? Me lo vas a explicar antes de que te suelte. ¿Cómo sabes mi nombre? ¿Te ha enviado Ajar, es eso? ¿Eres miembro del Credo? ¿Eres uno de sus demonios?
Todo aquel atolladero de disparates, de incongruencias, de preguntas tan sin sentido, tan fuera de su mundo empezaron a bailarle entre las sienes. ¿Huir de él? ¿Su nombre de nuevo? ¿Quién, maldita sea, era ese tal “Jajar”? ¿Miembro del Credo? ¿Credo de qué, que significaba todo aquello? ¿Un demonio? ¿Un demonio ella? ¿No pensaría convertirla a ella en cenizas, no?
No entiendo, no entiendo, no entiendo nada…
Intentó sacudir la cabeza, pero se encontró con la mano del extraño, truncándole cualquier movimiento. Si hubiera tenido algo más de calidez en el pecho seguramente habría roto a llorar. Pero no había llorado nunca realmente. No sabía cómo se hacía.
Se estaba agobiando. Llevó una de sus pequeñas manos a la muñeca del brazo que pegaba su cabeza a la pared. Se dio cuenta de que era inútil, incluso estúpido.
Observó de nuevo a Kirill.
Lo perforó con las pupilas, con una intensidad inusitada, mientras su voz, en contraste, sonaba monocorde pero rasgada al expresar:
-No te conozco. No te he visto nunca. Ni si quiera sé si debo tutearte, pero no es respeto lo que siento ahora mismo precisamente –debería haberse callado esa parte, sí. Se paró un segundo pero continuó a pesar de todo. Claro que tenía miedo. Menos mal que una dieta tan frugal como la suya no acarreaba muchas necesidades de descargar las tripas. Si no la situación sí que habría sido espantosamente humillante- No sé ni siquiera tu nombre. Ni tu apellido, ni nada de ti, ni nada de tu amigo Bájar o Gájar. Y...¿un demonio? No había visto ninguno hasta…-se estremeció- hasta ahora. Tu nombre –volvió a repetir porque ya intuía que era aquella obsesión la que no le dejaba tranquilo- no lo sé. No lo sé. No lo sé.
>>No huía de ti. Huía de mí misma, de la situación. Si las hilanderas me encuentran así seguramente se las apañarán para quemarme a mí también. Lo desean, lo han deseado siempre. Pero las ganacias que obtenían de mi madre no eran pocas, así que he sabido siempre que Jërda va recibiendo aquel capital cada periodo de tiempo con la condición de mantenerme como aprendiz-¿por qué estaba empezando a contar eso?- Quería…quería lavarme toda esta porquería. Luego entraría desorientada alegando que me perdí y que vi a un demonio convirtiéndose en polvo. Pero si me ven con las manos llenas de sangre lo harán, lo sé.
Lo miró largamente, mientras exhalaba un hondo suspiro. Explicar cosas con una coherencia lineal no era su fuerte. Susurró como si quisiera poner fin a todo aquel embrollo:
-Yo solo hablaba con las lunas.
Y volvió a recitar, con la misma entonación que al principio, cuando salió del taller escasas horas antes -¿o habían sido minutos?- todavía en su microcosmos de normalidad:
-Aesir, Enki, Scathach…
Lunne- Cantidad de envíos : 38
Re: Sombras rojizas.
-Aesir, Enki, Scathach…
La mantuvo un par de segundos más, el tiempo de acabar de comprender aquella nueva información. Hablaba con las lunas... las lunas de aquel lugar, en el que tenían un nombre diferente de aquel que se les daba en el lugar del que él venía. Al terminar de comprenderlo achicó los ojos y la soltó de golpe, tanto de la barbilla como del hombro.
Se quedó en silencio unos instantes, reflexionando ahora sobre lo que había ocurrido y lo que la muchacha le había dicho. ¿Por qué no irse directamente si ya había determinado que ella no era una amenaza? El malentendido había sido estúpido; todo una coincidencia tonta que no daba lugar a que se demorase más tiempo. Pero aquella mirada oscura le había gustado, aquella impertinencia a pesar de su fragilidad. No era, como le había parecido al principio, una adolescente faltando al respeto, sino una cría asustada y a pesar de todo siendo sincera de una manera desafiante. Kirill intuyó que era la clase de voluntad extrañamente quebradiza dentro de su fortaleza, pero sincera, que a Ajar parecía gustarle tanto. En cuanto a sí mismo... no estaba tan seguro de que aquello le gustara; pero sí la mirada que le había dedicado antes. Podía permitirse perder un poco de tiempo.
- Scatach - repitió el nombre de la tercera luna -; es la forma antigua de mi apellido. Mi apellido es Skatha.
Lo dijo casi como una reflexión en voz alta, mirando hacia otro lado. Mantenía el ceño ligeramente fruncido mientras terminaba de procesar lo poco que sabía.
- ¿Eres consciente de que el respeto no sirve de nada? - comentó cuando la volvió a mirar - Nadie necesita respeto si puede valerse por sí mismo.
Determinó que no valía la pena pensar de más. Todo parecía relativamente simple; pero al mismo tiempo... Miró a su alrededor; se dio cuenta de que había tirado la mano de demonio al suelo con tal de agarrar a aquella muchacha. Se agachó para recogerla, a riesgo de que ella escapara mientras tanto si así lo deseaba. Ya no tenía motivos para retenerla por la fuerza, aunque casi esperaba que ella, por propia voluntad o por puro miedo o debilidad, se quedara en su sitio.
- "Ajar" - recalcó el nombre mientras se agachaba y después volvió frente a ella - no es mi amigo. Es mi maestro - lo dijo con desagrado - por el momento. Me llamo Kirill Skatha; y tú no me has dicho aún tu nombre aunque me has contado la mitad de tu historia.
No tenía dónde guardar la mano de demonio, grande como era, con lo que la ató como pudo a su cinturón, para llevarla colgando junto a la espada sin que molestara demasiado. Tenía que pensar qué haría con ella exactamente. Tenía que pensar qué haría con Ajar, cómo le explicaría lo ocurrido. Tenía que pensar por qué había ocurrido lo que había ocurrido. En cuanto más lo pensaba menos sentido tenía...
- Ven conmigo, te invitaré a algo de comer. Puedes terminar de contarme quién y qué eres.
Dicho lo cual comenzó a andar por la calle. La mayoría de las ventanas estaban cerradas; al escuchar los gritos demoníacos y el ruido de pelea todos se habían atrincherado y aún no se atrevían a salir, pero sin duda pronto llegaría la guardia de la ciudad o equivalente, y Kirill prefería haberse ido antes. No le apetecía tener que explicar nada.
La mantuvo un par de segundos más, el tiempo de acabar de comprender aquella nueva información. Hablaba con las lunas... las lunas de aquel lugar, en el que tenían un nombre diferente de aquel que se les daba en el lugar del que él venía. Al terminar de comprenderlo achicó los ojos y la soltó de golpe, tanto de la barbilla como del hombro.
Se quedó en silencio unos instantes, reflexionando ahora sobre lo que había ocurrido y lo que la muchacha le había dicho. ¿Por qué no irse directamente si ya había determinado que ella no era una amenaza? El malentendido había sido estúpido; todo una coincidencia tonta que no daba lugar a que se demorase más tiempo. Pero aquella mirada oscura le había gustado, aquella impertinencia a pesar de su fragilidad. No era, como le había parecido al principio, una adolescente faltando al respeto, sino una cría asustada y a pesar de todo siendo sincera de una manera desafiante. Kirill intuyó que era la clase de voluntad extrañamente quebradiza dentro de su fortaleza, pero sincera, que a Ajar parecía gustarle tanto. En cuanto a sí mismo... no estaba tan seguro de que aquello le gustara; pero sí la mirada que le había dedicado antes. Podía permitirse perder un poco de tiempo.
- Scatach - repitió el nombre de la tercera luna -; es la forma antigua de mi apellido. Mi apellido es Skatha.
Lo dijo casi como una reflexión en voz alta, mirando hacia otro lado. Mantenía el ceño ligeramente fruncido mientras terminaba de procesar lo poco que sabía.
- ¿Eres consciente de que el respeto no sirve de nada? - comentó cuando la volvió a mirar - Nadie necesita respeto si puede valerse por sí mismo.
Determinó que no valía la pena pensar de más. Todo parecía relativamente simple; pero al mismo tiempo... Miró a su alrededor; se dio cuenta de que había tirado la mano de demonio al suelo con tal de agarrar a aquella muchacha. Se agachó para recogerla, a riesgo de que ella escapara mientras tanto si así lo deseaba. Ya no tenía motivos para retenerla por la fuerza, aunque casi esperaba que ella, por propia voluntad o por puro miedo o debilidad, se quedara en su sitio.
- "Ajar" - recalcó el nombre mientras se agachaba y después volvió frente a ella - no es mi amigo. Es mi maestro - lo dijo con desagrado - por el momento. Me llamo Kirill Skatha; y tú no me has dicho aún tu nombre aunque me has contado la mitad de tu historia.
No tenía dónde guardar la mano de demonio, grande como era, con lo que la ató como pudo a su cinturón, para llevarla colgando junto a la espada sin que molestara demasiado. Tenía que pensar qué haría con ella exactamente. Tenía que pensar qué haría con Ajar, cómo le explicaría lo ocurrido. Tenía que pensar por qué había ocurrido lo que había ocurrido. En cuanto más lo pensaba menos sentido tenía...
- Ven conmigo, te invitaré a algo de comer. Puedes terminar de contarme quién y qué eres.
Dicho lo cual comenzó a andar por la calle. La mayoría de las ventanas estaban cerradas; al escuchar los gritos demoníacos y el ruido de pelea todos se habían atrincherado y aún no se atrevían a salir, pero sin duda pronto llegaría la guardia de la ciudad o equivalente, y Kirill prefería haberse ido antes. No le apetecía tener que explicar nada.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Sombras rojizas.
Inhaló una fuerte bocanada de aire mientras se echaba sobre el muro contra el cual había estado segundos antes apresada. Sentía que las piernas apenas se sostenían y casi habría sido preferible verse sujeta a la fuerza que obligarse a sí misma a no dar con la cara en el suelo. Miró al hombre, ya más lejos de ella, revitalizada levemente con una pequeña sensación de alivio.
Ladeó la cabeza, aun descansando sobre la seguridad plana de la pared, mientras observaba aquel extraño cabello destacando sutilmente en la oscuridad nocturna.
Cuando nombró su (¿su?) tercera luna fijó la mirada de él de inmediato.
Un chasquido de comprensión casi inmediata se abrió paso en su desgastada mente.
Todo era un maldito malentendido, aun con espacios sin esclarecer, pero tan absurdo que era casi preferible no volver al mismo.
Así que...Skatha. ¿Una variante de Scathach? La verdad es que la pronunciación era distinta pero inconfundible. Se figuró aquel ojo mirando la escena, divertido del caos que él mismo desde su trono entre los astros había creado. Scathach, Scathach. ¿Quién diría que una luna le haría enfrentarse a un demonio?
Contempló entonces al hombre como la primera vez, y no ocultó la mirada cuando el mismo giró su rostro hacia ella.
-- ¿Eres consciente de que el respeto no sirve de nada? Nadie necesita respeto si puede valerse por sí mismo.
Frunció el ceño a su vez, parándose a reflexionar sobre aquel inesperado comentario. Se pasó la lengua por los labios -en los cuales descubrió de nuevo el rastro de un sabor a sangre- y repitió para sí misma la última frase. En realidad compartía aquello completamente, solo que a veces tomaba el respeto como algo más que una variante de reconocimiento social.
-Eso implica un respeto hacia ti mismo -musitó de forma casi inaudible, remarcando la penúltima palabra.
Vio a su acompañante agacharse, y distinguió aquel bulto que antes tampoco le había pasado desapercibido, en el fragor de aquel paroxismo de pesadilla que prefería olvidar. Entornó los ojos, y el extremo de la garra, ya completamente fría y recubierta de coágulos ocultos por el pañuelo, provocó de nuevo otro estremecimiento y que tragara saliva.
-- "Ajar" -Ups - no es mi amigo. Es mi maestro, por el momento. -así que tenía un...maestro. ¿De qué? Tampoco parecía suscitarle mucha emoción- Me llamo Kirill Skatha; y tú no me has dicho aún tu nombre aunque me has contado la mitad de tu historia.
Curioso nombre. Suena...punzante.
Se dio cuenta de que realmente no le había dicho cómo se llamaba, como si fuera lo menos importante, pese a que le había preguntado precisamente eso al principio. ¿Ahora tendría que presentarse? Pero el hombre solo le había dicho que ella no le había descubierto su nombre, no le había preguntado nada.
Entonces oyó algo que, aunque sonara simple, completamente cotidiano e incluso amable, la dejó descolocada.
- Ven conmigo, te invitaré a algo de comer. Puedes terminar de contarme quién y qué eres.
Nadie había compartido su comida con ella. Es más, era una compra tan preciada que calculaba cuántos bordados tendría que entregar para poder permitirse algo caliente. No esperaba tanta cordialidad de alguien que segundos antes parecía querer destriparla.
¿Contarle quién soy? Y...¿ lo que soy? No me creía tan fea...
Además...¿qué hace perdiendo el tiempo aquí?
Miró nerviosamente las ventanas agrupadas en los edificios. Se preguntaba por segunda vez en aquella extraña aventura cómo podía estar tan tranquilo. ¿No había oído que tenía que lavarse y...?
Pero se sorprendió siguiéndole cautelosamente, arrastrando los pies. Claro que no tardó en sentir el frío y las perforaciones del empedrado en las plantas y volvió a maldecirse en voz baja. No sabía por qué, pero en efecto, lo alcanzó a duras penas e intentó mantener el paso al lado del extraño personaje, manteniendo, sin embargo, un espacio entre ellos.
Quizá simplemente tenía mucha hambre.
Ladeó la cabeza, aun descansando sobre la seguridad plana de la pared, mientras observaba aquel extraño cabello destacando sutilmente en la oscuridad nocturna.
Cuando nombró su (¿su?) tercera luna fijó la mirada de él de inmediato.
Un chasquido de comprensión casi inmediata se abrió paso en su desgastada mente.
Todo era un maldito malentendido, aun con espacios sin esclarecer, pero tan absurdo que era casi preferible no volver al mismo.
Así que...Skatha. ¿Una variante de Scathach? La verdad es que la pronunciación era distinta pero inconfundible. Se figuró aquel ojo mirando la escena, divertido del caos que él mismo desde su trono entre los astros había creado. Scathach, Scathach. ¿Quién diría que una luna le haría enfrentarse a un demonio?
Contempló entonces al hombre como la primera vez, y no ocultó la mirada cuando el mismo giró su rostro hacia ella.
-- ¿Eres consciente de que el respeto no sirve de nada? Nadie necesita respeto si puede valerse por sí mismo.
Frunció el ceño a su vez, parándose a reflexionar sobre aquel inesperado comentario. Se pasó la lengua por los labios -en los cuales descubrió de nuevo el rastro de un sabor a sangre- y repitió para sí misma la última frase. En realidad compartía aquello completamente, solo que a veces tomaba el respeto como algo más que una variante de reconocimiento social.
-Eso implica un respeto hacia ti mismo -musitó de forma casi inaudible, remarcando la penúltima palabra.
Vio a su acompañante agacharse, y distinguió aquel bulto que antes tampoco le había pasado desapercibido, en el fragor de aquel paroxismo de pesadilla que prefería olvidar. Entornó los ojos, y el extremo de la garra, ya completamente fría y recubierta de coágulos ocultos por el pañuelo, provocó de nuevo otro estremecimiento y que tragara saliva.
-- "Ajar" -Ups - no es mi amigo. Es mi maestro, por el momento. -así que tenía un...maestro. ¿De qué? Tampoco parecía suscitarle mucha emoción- Me llamo Kirill Skatha; y tú no me has dicho aún tu nombre aunque me has contado la mitad de tu historia.
Curioso nombre. Suena...punzante.
Se dio cuenta de que realmente no le había dicho cómo se llamaba, como si fuera lo menos importante, pese a que le había preguntado precisamente eso al principio. ¿Ahora tendría que presentarse? Pero el hombre solo le había dicho que ella no le había descubierto su nombre, no le había preguntado nada.
Entonces oyó algo que, aunque sonara simple, completamente cotidiano e incluso amable, la dejó descolocada.
- Ven conmigo, te invitaré a algo de comer. Puedes terminar de contarme quién y qué eres.
Nadie había compartido su comida con ella. Es más, era una compra tan preciada que calculaba cuántos bordados tendría que entregar para poder permitirse algo caliente. No esperaba tanta cordialidad de alguien que segundos antes parecía querer destriparla.
¿Contarle quién soy? Y...¿ lo que soy? No me creía tan fea...
Además...¿qué hace perdiendo el tiempo aquí?
Miró nerviosamente las ventanas agrupadas en los edificios. Se preguntaba por segunda vez en aquella extraña aventura cómo podía estar tan tranquilo. ¿No había oído que tenía que lavarse y...?
Pero se sorprendió siguiéndole cautelosamente, arrastrando los pies. Claro que no tardó en sentir el frío y las perforaciones del empedrado en las plantas y volvió a maldecirse en voz baja. No sabía por qué, pero en efecto, lo alcanzó a duras penas e intentó mantener el paso al lado del extraño personaje, manteniendo, sin embargo, un espacio entre ellos.
Quizá simplemente tenía mucha hambre.
Lunne- Cantidad de envíos : 38
Re: Sombras rojizas.
¿Así que no le iba a decir su nombre? Bueno, tampoco se lo había pedido, y lo había hecho así aposta. Si ella prefería ser desconfiaba y reservada, al menos en aquel detalle, que así fuera. Para él continuaría siendo "la muchacha" o "hilandera", aunque parecía que no era un trabajo que a ella le gustara. Se había hecho un poco de lío con su historia, de todas formas; iba a tener que pedirle que la repitiera.
Ella le seguía a cierta distancia, manteniendo un espacio precavido. Kirill no se opuso a ello. Que estuviera lejos o cerca le daba exactamente igual si le seguía; y si no le hubiera seguido tampoco habría sido tan grave. Pero parecía que la oferta de comida la había convencido, o quizas (Kirill prefería pensar aquello) una cierta curiosidad, o un espíritu desafiante que no iba a dejar las cosas así como así. Sea como fuera, aquella noche pagaría por dos platos.
Avanzó sin demasiada prisa, pero tampoco demasiado lento, para salir de aquella zona. Pronto comenzó a escucharse un poco más de movimiento; varios pasos corriendo no demasiado lejos con los que no llegaron a cruzarse, y que iban en dirección contraria. Kirill ni siquiera tuvo la prevención de esconder la mano de demonio, no fuera que alguien la viera; pero medio envuelta como estaba ya era algo dificil de distinguir, si bien la sangre teñía la tela en la que se encontraba.
No tardaron en llegar a una pequeña fuente frente a la que se paró Kirill. Mojó ambas manos y frotó para quitarse la sangre de las mismas, y después se lavó la cara. No valía la pena intentar hacer nada con la ropa, pero por suerte no veía ninguna mancha significativa; más bien polvo y arena por cada vez que había estado en el suelo. Se apartó para dejar que la muchacha hiciera lo mismo si lo veía conveniente, mientras él limpiaba de sangre la hoja de su espada. Terminado este proceso volvió a envainar y esperó con los brazos cruzados que ella estuviera lista.
- Vamos - dijo entonces.
Continuó caminando hacia zonas en las que había más vida a aquellas horas. Tabernas y posadas donde pudieran obtener algún plato a buen precio, si bien no estaban demasiado frecuentadas.
- ¿Tienes algún lugar que prefieras? - preguntó, aunque era difícil hablar si ella se mantenía tan lejos.
Finalmente entró en un local cualquiera, con algunas personas dentro pero tranquilo. Saludó al entrar y fue a una mesa vacía, suficientemente apartada del resto; retiró una silla e invitó a la muchacha a sentarse en la misma. Quería ver si la hilandera se sentaba donde le ofrecía, acercándose de aquella manera a él, o prefería tomar otra silla. Hecha esta comprobación, se sentó él mismo.
- Supongo que te esperarás a hablar a cuando tengas la tripa llena - miró a un lado y llamó la atención del posadero -. El plato del día. Sea el que sea.
Ella le seguía a cierta distancia, manteniendo un espacio precavido. Kirill no se opuso a ello. Que estuviera lejos o cerca le daba exactamente igual si le seguía; y si no le hubiera seguido tampoco habría sido tan grave. Pero parecía que la oferta de comida la había convencido, o quizas (Kirill prefería pensar aquello) una cierta curiosidad, o un espíritu desafiante que no iba a dejar las cosas así como así. Sea como fuera, aquella noche pagaría por dos platos.
Avanzó sin demasiada prisa, pero tampoco demasiado lento, para salir de aquella zona. Pronto comenzó a escucharse un poco más de movimiento; varios pasos corriendo no demasiado lejos con los que no llegaron a cruzarse, y que iban en dirección contraria. Kirill ni siquiera tuvo la prevención de esconder la mano de demonio, no fuera que alguien la viera; pero medio envuelta como estaba ya era algo dificil de distinguir, si bien la sangre teñía la tela en la que se encontraba.
No tardaron en llegar a una pequeña fuente frente a la que se paró Kirill. Mojó ambas manos y frotó para quitarse la sangre de las mismas, y después se lavó la cara. No valía la pena intentar hacer nada con la ropa, pero por suerte no veía ninguna mancha significativa; más bien polvo y arena por cada vez que había estado en el suelo. Se apartó para dejar que la muchacha hiciera lo mismo si lo veía conveniente, mientras él limpiaba de sangre la hoja de su espada. Terminado este proceso volvió a envainar y esperó con los brazos cruzados que ella estuviera lista.
- Vamos - dijo entonces.
Continuó caminando hacia zonas en las que había más vida a aquellas horas. Tabernas y posadas donde pudieran obtener algún plato a buen precio, si bien no estaban demasiado frecuentadas.
- ¿Tienes algún lugar que prefieras? - preguntó, aunque era difícil hablar si ella se mantenía tan lejos.
Finalmente entró en un local cualquiera, con algunas personas dentro pero tranquilo. Saludó al entrar y fue a una mesa vacía, suficientemente apartada del resto; retiró una silla e invitó a la muchacha a sentarse en la misma. Quería ver si la hilandera se sentaba donde le ofrecía, acercándose de aquella manera a él, o prefería tomar otra silla. Hecha esta comprobación, se sentó él mismo.
- Supongo que te esperarás a hablar a cuando tengas la tripa llena - miró a un lado y llamó la atención del posadero -. El plato del día. Sea el que sea.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Sombras rojizas.
Algunas veces miraba de reojo a Kirill, confirmando una y otra vez aquel temple extraño: sereno pero explosivo. O eso le parecía a ella. Era definitivamente noche cerrada, y aquella quietud casi sepulcral se vio alterada por el tumulto de las voces que poco a poco, creciendo lentamente, se oían a su espalda. Crispó los dedos de las manos, obligándose a mover un pie sobre otro, sintiendo en cada paso las asperezas del suelo -y alguna que otra porquería, por qué callarlo. Menos mal que las faldas le ocultaban incluso los tobillos, rasgándose conforme se rozaban en el suelo. Más de una vez se había pisado la falda y caído de morros- y se apretó los brazos al estómago. Un grupo de gente parecía correr hacia ellos, y pegó un respingo cuando ellos ya les habían ignorado. En todo caso, ya no podía pensar muchas cosas con claridad. Todo se difuminaba.
Se pararon en una fuente y todo su ser gritó de alegría. No es que Lunne fuera una fanática de la limpieza, ni muchísimo menos, pero necesitaba de forma acuciante quitarse aquel maldito olor de encima. Cada vez se veía más amainado, sobre todo por el aire fresco, pero aquel malestar seguía atenazándola. Esperó pacientemente a que Kirill se lavara, y nada más apartarse casi se arrojó a la misma. En una facción de segunda, cuando creía que Kirill no estaría mirando, metió de golpe toda la cabeza bajo el gélido chorro de agua, de forma casi maníaca. Intentó que el líquido no le mojara demasiado la cabellera, pero tampoco fue muy logrado. Se frotó las manos una y otra y otra vez, rápidamente para no hacer perder más tiempo a su singular acompañante. La ropa no tenía remedio. Podría haberse quitado la camisa de debajo del desgastado corsé, pero era lo suficientemente bajo y ceñido como para temer el hecho de verse atajada por unos extraños preguntando cuánto cobraba.
Solo confiaba en que no pareciera demasiado sangre. Tampoco era demasiado rojiza, se suponía. Una ráfaga de viento le hizo sentir por primera vez el escozor de los cortes en la cara.
Continuaron caminando. Por un momento incluso pareció natural, normal, el breve paseo que estaban dando por los suburbios en plena medianoche. El caso era que ya había superado un nivel del sinsentido que parecía haberla inmunizado.
Lunne tampoco había frecuentado mucho esos sitios. En realidad apenas se alejaba del barrio de las hilanderas salvo para aislarse para tocar la...¡la flauta! Se la había dejado en el saco. Entonces, se dio cuenta por primera vez de sí misma. De sus cosas. Pareció despertar de un letargo mientras sus piernas la obligaban a seguir caminando.
Buscó el tacto metálico del colgante en el cuello, encima del escote. Parecía un milagro que no se hubiera hecho trizas. Contempló unos segundos el ajado guardapelo. No se había abierto. Todo estaba...donde tenía que estar. Apretó el diminuto circulo entre las manos y se sintió mejor, mucho mejor.
-¿Tienes algún lugar que prefieras?
Se encogió de hombros, aunque seguramente no la habría visto. Pese a todo, no recortó las distancias hasta que se adentraron en una taberna al azar.
Al principio se quedó un segundo tras la puerta, detrás de Kirill. Pero se obligó a entrar y sortear las mesas para seguirle. Se tropezó con una silla pero siguió adelante. El ambiente podría haber sido agradable. No había demasiado gente, y a esas horas de la noche mostraba una quietud hasta acogedora. Solo el hombre que estaba sentado en la silla que le puso la zancadilla mostraba claros signos de haberse pasado con los tragos. Aquella mirada deslocalizada se topó con la incisiva expresión de la muchacha.
Vio que su amable acompañante retiraba una silla, y se sentaba acto seguido en otra cercana. Entonces sería para ella, claro. No dudaba que era amable por su parte, pero su eterna coraza decidió por ella. Miró el ofrecimiento, el asiento desocupado, servicial y decidió sentarse justo en frente de Kirill. Tenía que mirarle frontalmente a los ojos, se sentía más segura.
- Supongo que te esperarás a hablar a cuando tengas la tripa llena - en ese punto Lunne no pudo evitar sonrojarse levemente y mirarse un segundo las manos. Le parecía todo aquello incluso incómodo. Una suerte de timidez más bien antisocial, opresora, le hacía dudar qué hacer, cómo comportarse en ese momento. Hasta le costaba decir una simples palabras de cortesía. En ese momento unos pasos pesados trajeron consigo una aureola de sudor, humo, cuero desgastado, frituras y pescado en conserva. Se acercaba el posadero- El plato del día. Sea el que sea.
Un gañido de afirmación precedió a la vuelta del mismo con la misma abulia con la que había venido. Jugueteó con sus dedos antes de abrir la boca por primera vez en todo el camino. Cuando tenía que decir cosas semejantes era cuando no era capaz de sostener la mirada.
-Gracias. Muchas gracias. -quiso añadir algo más, pero giró la cabeza al sentir algo en la nuca.La mayoría se había quedado observándola, con una mezcla entre socarronería, intriga, y desconcierto. Era verdad que venía andrajosa pero no soportaba de nuevo aquella atención morbosa que la asqueaba. Arrastró toda una oleada de miradas gélidas a lo largo de la estancia, antes de volverse hacia Kirill.
Quiso decir algo pero entonces un aroma a comida recién hecha invadió sus fosas nasales. El retortijón en su estómago fue claramente audible y apretó las mandíbulas. Nunca podría empezar a decir con un poco de dignidad.
-Y...¿ahora es cuando los intrépidos aventureros dan a conocer sus respectivas historias y se cuentan sus vidas dramáticas?- golpeó varias veces la superficie de la desgastada mesa con la uña del dedo índice- En realidad, estamos en paz.
Volvió a alzar la mirada directamente a los ojos del hombre.
-Tú no sabes mi nombre pero sabes la mitad de mi historia. Yo sé tu nombre pero no sé ni la mitad de tu historia.
Ya no intentó disimular su curiosidad, todavía con reservas. De nuevo aquellas pisadas bamboleantes se acercaron a la mesa. En este caso, ya antes de que se acercara, Lunne sabía que no era el mismo posadero. Pigmentos, un olor menos tosco pero más empalagoso. Siempre...siempre, una calidez bajo la piel. Aunque en el extraño fuera distinta, claro. Recogido el pelo bajo un pañuelo y ceñido su cuerpo en un corpiño quizá demasiado estrecho, se acercó una muchacha de quizá cinco o cuatro años mayor que ella. Sonrió mientras dejaba descansar dos cuencos enfrente de cada uno.
-Que aproveche- a Lunne le pareció que tenía una voz irritante.
El olor a caldo recién hecho realmente la embriagaba. Dos o tres trozos de carnes como pedruscos flotaban en el líquido amarillento, y lo que parecía ser una hojita de perejil. O un insecto.
En todo caso, se le borraron todas las fórmulas de cortesía en un instante -tampoco pensaba que Kirill las compartiera- y con ambas manos se llevó el cuenco a los labios, engullendo el contenido quizá en tres tragos. Dejó el plato en el sitio, mientras se limpiaba con el borde del mantel. No era su culpa, no había servilletas.
Claro que dos o tres hombres la estaban mirando hacía un cuarto de hora con el desagrado pintado en los rostros. Todo lo que hacía esa muchacha no era ni por asomo conveniente. Solo faltaba que eructara para terminar de mejorar la situación.
Lunne soltó un leve gemido llevándose la mano al estómago repentinamente hinchado, dejándose caer sobre la silla. Por un momento su mirada se perdió en la nada y se volvió a tantear el colgante con la mano derecha.
- Me llamo Lunne. Solo Lunne.
Se pararon en una fuente y todo su ser gritó de alegría. No es que Lunne fuera una fanática de la limpieza, ni muchísimo menos, pero necesitaba de forma acuciante quitarse aquel maldito olor de encima. Cada vez se veía más amainado, sobre todo por el aire fresco, pero aquel malestar seguía atenazándola. Esperó pacientemente a que Kirill se lavara, y nada más apartarse casi se arrojó a la misma. En una facción de segunda, cuando creía que Kirill no estaría mirando, metió de golpe toda la cabeza bajo el gélido chorro de agua, de forma casi maníaca. Intentó que el líquido no le mojara demasiado la cabellera, pero tampoco fue muy logrado. Se frotó las manos una y otra y otra vez, rápidamente para no hacer perder más tiempo a su singular acompañante. La ropa no tenía remedio. Podría haberse quitado la camisa de debajo del desgastado corsé, pero era lo suficientemente bajo y ceñido como para temer el hecho de verse atajada por unos extraños preguntando cuánto cobraba.
Solo confiaba en que no pareciera demasiado sangre. Tampoco era demasiado rojiza, se suponía. Una ráfaga de viento le hizo sentir por primera vez el escozor de los cortes en la cara.
Continuaron caminando. Por un momento incluso pareció natural, normal, el breve paseo que estaban dando por los suburbios en plena medianoche. El caso era que ya había superado un nivel del sinsentido que parecía haberla inmunizado.
Lunne tampoco había frecuentado mucho esos sitios. En realidad apenas se alejaba del barrio de las hilanderas salvo para aislarse para tocar la...¡la flauta! Se la había dejado en el saco. Entonces, se dio cuenta por primera vez de sí misma. De sus cosas. Pareció despertar de un letargo mientras sus piernas la obligaban a seguir caminando.
Buscó el tacto metálico del colgante en el cuello, encima del escote. Parecía un milagro que no se hubiera hecho trizas. Contempló unos segundos el ajado guardapelo. No se había abierto. Todo estaba...donde tenía que estar. Apretó el diminuto circulo entre las manos y se sintió mejor, mucho mejor.
-¿Tienes algún lugar que prefieras?
Se encogió de hombros, aunque seguramente no la habría visto. Pese a todo, no recortó las distancias hasta que se adentraron en una taberna al azar.
Al principio se quedó un segundo tras la puerta, detrás de Kirill. Pero se obligó a entrar y sortear las mesas para seguirle. Se tropezó con una silla pero siguió adelante. El ambiente podría haber sido agradable. No había demasiado gente, y a esas horas de la noche mostraba una quietud hasta acogedora. Solo el hombre que estaba sentado en la silla que le puso la zancadilla mostraba claros signos de haberse pasado con los tragos. Aquella mirada deslocalizada se topó con la incisiva expresión de la muchacha.
Vio que su amable acompañante retiraba una silla, y se sentaba acto seguido en otra cercana. Entonces sería para ella, claro. No dudaba que era amable por su parte, pero su eterna coraza decidió por ella. Miró el ofrecimiento, el asiento desocupado, servicial y decidió sentarse justo en frente de Kirill. Tenía que mirarle frontalmente a los ojos, se sentía más segura.
- Supongo que te esperarás a hablar a cuando tengas la tripa llena - en ese punto Lunne no pudo evitar sonrojarse levemente y mirarse un segundo las manos. Le parecía todo aquello incluso incómodo. Una suerte de timidez más bien antisocial, opresora, le hacía dudar qué hacer, cómo comportarse en ese momento. Hasta le costaba decir una simples palabras de cortesía. En ese momento unos pasos pesados trajeron consigo una aureola de sudor, humo, cuero desgastado, frituras y pescado en conserva. Se acercaba el posadero- El plato del día. Sea el que sea.
Un gañido de afirmación precedió a la vuelta del mismo con la misma abulia con la que había venido. Jugueteó con sus dedos antes de abrir la boca por primera vez en todo el camino. Cuando tenía que decir cosas semejantes era cuando no era capaz de sostener la mirada.
-Gracias. Muchas gracias. -quiso añadir algo más, pero giró la cabeza al sentir algo en la nuca.La mayoría se había quedado observándola, con una mezcla entre socarronería, intriga, y desconcierto. Era verdad que venía andrajosa pero no soportaba de nuevo aquella atención morbosa que la asqueaba. Arrastró toda una oleada de miradas gélidas a lo largo de la estancia, antes de volverse hacia Kirill.
Quiso decir algo pero entonces un aroma a comida recién hecha invadió sus fosas nasales. El retortijón en su estómago fue claramente audible y apretó las mandíbulas. Nunca podría empezar a decir con un poco de dignidad.
-Y...¿ahora es cuando los intrépidos aventureros dan a conocer sus respectivas historias y se cuentan sus vidas dramáticas?- golpeó varias veces la superficie de la desgastada mesa con la uña del dedo índice- En realidad, estamos en paz.
Volvió a alzar la mirada directamente a los ojos del hombre.
-Tú no sabes mi nombre pero sabes la mitad de mi historia. Yo sé tu nombre pero no sé ni la mitad de tu historia.
Ya no intentó disimular su curiosidad, todavía con reservas. De nuevo aquellas pisadas bamboleantes se acercaron a la mesa. En este caso, ya antes de que se acercara, Lunne sabía que no era el mismo posadero. Pigmentos, un olor menos tosco pero más empalagoso. Siempre...siempre, una calidez bajo la piel. Aunque en el extraño fuera distinta, claro. Recogido el pelo bajo un pañuelo y ceñido su cuerpo en un corpiño quizá demasiado estrecho, se acercó una muchacha de quizá cinco o cuatro años mayor que ella. Sonrió mientras dejaba descansar dos cuencos enfrente de cada uno.
-Que aproveche- a Lunne le pareció que tenía una voz irritante.
El olor a caldo recién hecho realmente la embriagaba. Dos o tres trozos de carnes como pedruscos flotaban en el líquido amarillento, y lo que parecía ser una hojita de perejil. O un insecto.
En todo caso, se le borraron todas las fórmulas de cortesía en un instante -tampoco pensaba que Kirill las compartiera- y con ambas manos se llevó el cuenco a los labios, engullendo el contenido quizá en tres tragos. Dejó el plato en el sitio, mientras se limpiaba con el borde del mantel. No era su culpa, no había servilletas.
Claro que dos o tres hombres la estaban mirando hacía un cuarto de hora con el desagrado pintado en los rostros. Todo lo que hacía esa muchacha no era ni por asomo conveniente. Solo faltaba que eructara para terminar de mejorar la situación.
Lunne soltó un leve gemido llevándose la mano al estómago repentinamente hinchado, dejándose caer sobre la silla. Por un momento su mirada se perdió en la nada y se volvió a tantear el colgante con la mano derecha.
- Me llamo Lunne. Solo Lunne.
Lunne- Cantidad de envíos : 38
Página 1 de 2. • 1, 2
Página 1 de 2.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
14/11/24, 09:56 pm por Alma Swann
» El Vals de los Enmascarados
11/11/24, 09:24 am por Luthys
» Adonde me lleven los sueños
04/04/18, 08:55 pm por Lisandot
» Sentimientos encontrados
22/02/18, 10:03 pm por Songèrie
» El fin de un viaje y el comienzo de otro.
04/02/18, 03:16 pm por Florangél
» Vini, saquei, marchi
30/01/18, 06:23 pm por Narrador
» Rumbo a Moselec (Trama 3)
30/01/18, 06:01 pm por Narrador
» Trama 3 . Se reclutan piratas y maleantes varios
30/01/18, 05:58 pm por Narrador
» Vestigios del pasado
30/08/17, 06:51 pm por Auria