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Sombras rojizas.
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Re: Sombras rojizas.
De nuevo y por un breve momento volvió a desviar su atención al tema de Ajar y a cómo había ocurrido lo que habia ocurrido. En su mente repasaba los pasos, que había seguido uno a uno, y comprobaba siempre que todo parecía estar... bien. ¿Se había dejado algo? ¿Había memorizado mal el procedimiento? En cuanto volviera a su posada quería comprobarlo, pero hasta entonces debía apartar aquella inquietud estúpida de su mente. Y así lo hizo.
Su atención volvió a temas más prosaicos a tiempo para recibir el agradecimiento de la muchacha, al que Kirill no daba demasiada importancia. Su amor propio no necesitaba que le agradecieran nada; al contrario se le había extraño. Sabía de sobra que ayudar a jovencitas comenzaba a ser una afición casi sospechosa, pero es que no podía negar que ya tenía una lista de ellas: Altair, Myrrh, ahora la hilandera. Cada una tenía su historia, que a Kirill le interesaba más o menos... pero este caso tenía la particularidad de haber sido más una "coincidencia" que el que él hubiera ayudado en algo.
- No me las des. Sólo te estoy invitando a un plato del día, no pienses nada extraño.
Le restó toda la importancia que pudo porque era también lo que le convenía a él. En el proceso mIró un momento alrededor de la posada, pero no llegó a notar ninguna particularidad en la forma en que les miraban: curiosidad, desprecio, o siquiera una muestra de que se habían dado cuenta de que existían. Kirill no se caracterizaba por prestar mucha atención a su alrededor.
Vinieron a dejarles el plato y un cacho de pan para acompañar, si bien nada para beber. Sopa, probablemente salada y grasienta. Pero una sopa estaba bien y el mago no le haría ascos. No llenaría del todo el estómago pero era lo suficientemente densa para aportar toda la energía que debía reponer, o incluso más; los cachos de carne flotando, la superficie membranosa y las pocas hortalizas al fondo lo anunciaban. Kirill no agradeció las palabras de la camarera, considerándolas una rutina a la que no valía la pena responder, y simplemente tomó la cuchara para comenzar a cenar.
- Creí que eras una hilandera, no una intrépida aventurera - comentó, comenzando a sorber algo de la sopa. Ella por su parte se la tragó como si hiciera meses que no comía, algo que dejó a Kirill un poco de piedra - Menuda forma de tragar, cualquiera diría que no te alimentan. O será el apetito voraz de los hombres lobo.
Removió la sopa para que se enfriara un poco, como si la suposición que acababa de hacer fuera razonable y perfectamente normal. Por suerte la mesa en la que se encontraban estaba lo suficientemente apartada como para que sus vecinos no se escandalizaran o asustaran con lo que Kirill acababa de decir.
- Porque eso es lo que eres, ¿no?
Las lunas, el olfato, la forma de correr... a Kirill le cuadraba todo, aunque jamás en la vida se había cruzado de verdad con uno. Tenía entendido que algunos podían vivir entre humanos a pesar de la problemática de su condición, e incluso lo disimulaban. Y en el Credo había al menos uno que él supiera.
- No sabes la mitad de mi historia y no veo por qué te la voy a contar - respondió por el resto -, Vuelve a resumirme la tuya. Hilandera con madre muerta, ¿quemada?, a la que mantienen por el dinero que les aporta. Que odia su trabajo y a sus compañeras.
Su atención volvió a temas más prosaicos a tiempo para recibir el agradecimiento de la muchacha, al que Kirill no daba demasiada importancia. Su amor propio no necesitaba que le agradecieran nada; al contrario se le había extraño. Sabía de sobra que ayudar a jovencitas comenzaba a ser una afición casi sospechosa, pero es que no podía negar que ya tenía una lista de ellas: Altair, Myrrh, ahora la hilandera. Cada una tenía su historia, que a Kirill le interesaba más o menos... pero este caso tenía la particularidad de haber sido más una "coincidencia" que el que él hubiera ayudado en algo.
- No me las des. Sólo te estoy invitando a un plato del día, no pienses nada extraño.
Le restó toda la importancia que pudo porque era también lo que le convenía a él. En el proceso mIró un momento alrededor de la posada, pero no llegó a notar ninguna particularidad en la forma en que les miraban: curiosidad, desprecio, o siquiera una muestra de que se habían dado cuenta de que existían. Kirill no se caracterizaba por prestar mucha atención a su alrededor.
Vinieron a dejarles el plato y un cacho de pan para acompañar, si bien nada para beber. Sopa, probablemente salada y grasienta. Pero una sopa estaba bien y el mago no le haría ascos. No llenaría del todo el estómago pero era lo suficientemente densa para aportar toda la energía que debía reponer, o incluso más; los cachos de carne flotando, la superficie membranosa y las pocas hortalizas al fondo lo anunciaban. Kirill no agradeció las palabras de la camarera, considerándolas una rutina a la que no valía la pena responder, y simplemente tomó la cuchara para comenzar a cenar.
- Creí que eras una hilandera, no una intrépida aventurera - comentó, comenzando a sorber algo de la sopa. Ella por su parte se la tragó como si hiciera meses que no comía, algo que dejó a Kirill un poco de piedra - Menuda forma de tragar, cualquiera diría que no te alimentan. O será el apetito voraz de los hombres lobo.
Removió la sopa para que se enfriara un poco, como si la suposición que acababa de hacer fuera razonable y perfectamente normal. Por suerte la mesa en la que se encontraban estaba lo suficientemente apartada como para que sus vecinos no se escandalizaran o asustaran con lo que Kirill acababa de decir.
- Porque eso es lo que eres, ¿no?
Las lunas, el olfato, la forma de correr... a Kirill le cuadraba todo, aunque jamás en la vida se había cruzado de verdad con uno. Tenía entendido que algunos podían vivir entre humanos a pesar de la problemática de su condición, e incluso lo disimulaban. Y en el Credo había al menos uno que él supiera.
- No sabes la mitad de mi historia y no veo por qué te la voy a contar - respondió por el resto -, Vuelve a resumirme la tuya. Hilandera con madre muerta, ¿quemada?, a la que mantienen por el dinero que les aporta. Que odia su trabajo y a sus compañeras.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Sombras rojizas.
Sí, quizá se había dejado arrastrar por el último vestigio de su inocencia. Y eso le daba rabia, verdadera rabia. Desde el día en el que el arrebataron el cálido pecho sobre el cual todas sus preocupaciones se esfumaban, se había llenado de ponzoña, de hiel negra, de odio hecho esquirlas.
Había musitado las gracias como una estúpida muerta de hambre. Y el tipo no quería que...¿pensara nada extraño? Prefería no hacer elucubraciones...
Por eso, mientras tanteaba el colgante entre los dedos mirando la pared de atrás de Kirill, su expresión normalmente ensimismada se había tornado en un gesto más adusto. Con más ira contenida. Pero le lanzó una mirada indescifrable, quizá incluso ofendida, cuando oyó lo del hombre lobo.
Estaba quizá ya psíquicamente tan agotada que, aunque normalmente volvería a sentir una torrente de preguntas desconcertadas desfilando en su cabeza, simplemente se limitó a ponerle una cara de pocos amigos, sin abandonar la perplejidad de fondo.
Si hubiera sido frívola casi empezaría a echar de menos su autoestima. Pero en realidad la tenía de hierro reforzado al rojo vivo. Habría comenzado a replicarle si no fuera porque había empezado a hablarle.
- No sabes la mitad de mi historia y no veo por qué te la voy a contar - cuando oyó aquello una indignación casi infantil hizo mella en su semblante. ¡No era justo, no venía en aquella suerte de pacto no verbal! Ella había dado el primer paso dando su nombre, ahora le parecía que él, por su parte, estaba obligado a su vez deshacer el quiasmo. Pero era una tontería, una completa tontería, en ese momento se daba cuenta. Sí, definitivamente, cualquier atisbo de simpatía hacia él podría verse imposible. Y caerle bien a Lunne tampoco era algo fácil, así que supuso que era normal. Pese a que lo deseaba, no habría proferido otra palabra hasta que no oyó a su intercolutor continuar- Vuelve a resumirme la tuya. Hilandera con madre muerta, ¿quemada?, a la que mantienen por el dinero que les aporta. Que odia su trabajo y a sus compañeras.
Se irguió en el asiento, frunciendo los labios.
-¿Es una orden? -y sin dar tiempo de respuesta continuó- No veo por qué debe interesarte. O simplemente por qué debe ser de tu incumbencia. La verdad es que me siento estúpida contándole mi vida a alguien tan...-moduló la voz con una entonación meliflua y cáustica a la par- tan misterioso.
Le dirigió una sonrisa afilada, abriendo aun más los cortes de sus labios.
-Mi vida no puede resumirse de forma tan mierdosa, aunque lo sea. -se estaba enrabietando casi sin sentido e incluso de forma inmadura, era muy consciente de eso. Sabía que no era lo adecuado comportarse así con alguien que le había llenado el estómago, pero volvía a intuir que esa cordialidad tendría que tener solo un fin: rastrearla. ¿Para qué? No lo sabía. Como siempre.- Simplemente la única que puede decir que es una puta mierda soy yo ¿de acuerdo? -¿desde cuándo usaba tanto las palabras malsonantes? Pero parecía incluso brotar solo. El huésped más próximo sacudió la cabeza, mirándole con una reprobadora incredulidad. Recordando de nuevo lo quisquilloso de su interlocutor se apresuró a añadir:- O aunque no lo hayas dicho directamente. Ha dado esa sensación, lo has insinuado. O eso me ha parecido a mí ¡qué mas da!
Suspiró de nuevo, calmándose al instante como un globo que se deshincha. Una parte de ella quería salir de allí. Pero la eterna curiosidad o simplemente el hecho de escapar de la monotonía urbana la retenía. Su mirada era dura, desafiante, incluso demasiado tanto para su edad como para, dados los sexismos, una mujer. Pero sentía que le habían faltado el respeto. Y ella sí valoraba el respeto.
-Soy una humana, aunque no lo parezca, no te preocupes. Si lo dices por el pelo de mis piernas alegaré que no pienso arrancármelos uno por uno con cera de abeja recalentada -de nuevo su falsa, su amarga sonrisa se dibujó en su cara. Era consciente de que estaba soltando sandeces.
-¿Y tú? ¿Qué se supone qué eres tú? ¿Tú te depilas?
Había musitado las gracias como una estúpida muerta de hambre. Y el tipo no quería que...¿pensara nada extraño? Prefería no hacer elucubraciones...
Por eso, mientras tanteaba el colgante entre los dedos mirando la pared de atrás de Kirill, su expresión normalmente ensimismada se había tornado en un gesto más adusto. Con más ira contenida. Pero le lanzó una mirada indescifrable, quizá incluso ofendida, cuando oyó lo del hombre lobo.
Estaba quizá ya psíquicamente tan agotada que, aunque normalmente volvería a sentir una torrente de preguntas desconcertadas desfilando en su cabeza, simplemente se limitó a ponerle una cara de pocos amigos, sin abandonar la perplejidad de fondo.
Si hubiera sido frívola casi empezaría a echar de menos su autoestima. Pero en realidad la tenía de hierro reforzado al rojo vivo. Habría comenzado a replicarle si no fuera porque había empezado a hablarle.
- No sabes la mitad de mi historia y no veo por qué te la voy a contar - cuando oyó aquello una indignación casi infantil hizo mella en su semblante. ¡No era justo, no venía en aquella suerte de pacto no verbal! Ella había dado el primer paso dando su nombre, ahora le parecía que él, por su parte, estaba obligado a su vez deshacer el quiasmo. Pero era una tontería, una completa tontería, en ese momento se daba cuenta. Sí, definitivamente, cualquier atisbo de simpatía hacia él podría verse imposible. Y caerle bien a Lunne tampoco era algo fácil, así que supuso que era normal. Pese a que lo deseaba, no habría proferido otra palabra hasta que no oyó a su intercolutor continuar- Vuelve a resumirme la tuya. Hilandera con madre muerta, ¿quemada?, a la que mantienen por el dinero que les aporta. Que odia su trabajo y a sus compañeras.
Se irguió en el asiento, frunciendo los labios.
-¿Es una orden? -y sin dar tiempo de respuesta continuó- No veo por qué debe interesarte. O simplemente por qué debe ser de tu incumbencia. La verdad es que me siento estúpida contándole mi vida a alguien tan...-moduló la voz con una entonación meliflua y cáustica a la par- tan misterioso.
Le dirigió una sonrisa afilada, abriendo aun más los cortes de sus labios.
-Mi vida no puede resumirse de forma tan mierdosa, aunque lo sea. -se estaba enrabietando casi sin sentido e incluso de forma inmadura, era muy consciente de eso. Sabía que no era lo adecuado comportarse así con alguien que le había llenado el estómago, pero volvía a intuir que esa cordialidad tendría que tener solo un fin: rastrearla. ¿Para qué? No lo sabía. Como siempre.- Simplemente la única que puede decir que es una puta mierda soy yo ¿de acuerdo? -¿desde cuándo usaba tanto las palabras malsonantes? Pero parecía incluso brotar solo. El huésped más próximo sacudió la cabeza, mirándole con una reprobadora incredulidad. Recordando de nuevo lo quisquilloso de su interlocutor se apresuró a añadir:- O aunque no lo hayas dicho directamente. Ha dado esa sensación, lo has insinuado. O eso me ha parecido a mí ¡qué mas da!
Suspiró de nuevo, calmándose al instante como un globo que se deshincha. Una parte de ella quería salir de allí. Pero la eterna curiosidad o simplemente el hecho de escapar de la monotonía urbana la retenía. Su mirada era dura, desafiante, incluso demasiado tanto para su edad como para, dados los sexismos, una mujer. Pero sentía que le habían faltado el respeto. Y ella sí valoraba el respeto.
-Soy una humana, aunque no lo parezca, no te preocupes. Si lo dices por el pelo de mis piernas alegaré que no pienso arrancármelos uno por uno con cera de abeja recalentada -de nuevo su falsa, su amarga sonrisa se dibujó en su cara. Era consciente de que estaba soltando sandeces.
-¿Y tú? ¿Qué se supone qué eres tú? ¿Tú te depilas?
Lunne- Cantidad de envíos : 38
Re: Sombras rojizas.
Uno no siempre tenía la opción de codearse con gente que le cayera bien. A veces había que tragar con las personas más desagradables a tus ojos, con tal de que pudieran aportarte una cosa o dos. Era el caso de Kirill con Ajar... y por la pinta también lo sería de Lunne con Kirill. La muchacha parecía fácil de hacer estallar, y todo indicaba que ellos dos no iban a llevarse bien. Se presentaba como más irascible incluso que él mismo; o quizás es que le habían pillado en un día especialmente tranquilo porque tenía la mente en otras cosas.
Pero aquello no impedía que le irritara profundamente la actitud de la hilandera. Había una barrera de desafío que no debía pasarse y que ella había dejado atrás sobradamente. Kirill entrecerró primero los ojos en una amenaza silenciosa mientras ella continuaba hablando, y después los abrió y alzó una ceja, sorprendido. Debería haberla interrumpido antes, pero por el motivo que fuera dejó que Lunne soltara todo lo que tenía que soltar.
- Joder - soltó entonces -. No es mi culpa que estés histérica porque te tratan a patadas. Yo no te he tratado a patadas.
Era quizás echarle más sal a la herida, pero Kirill no se callaba contestaciones si las pensaba, por mucho mal que pudiera ahorrarse al mantener el silencio. Además, ¿le estaba tomando por tonto con todo aquello que le había dicho?
- Eres la primera humana que conozco que puede trepar por paredes, correr como un perro, oler cosas imperceptibles y clavar las uñas tres centímetros enteros - ironizó -. Mira, al resto puedes decirle lo que te de la puta gana, pero a mí no me vengas con que eres perfectamente humana.
Qué demonios, estaba enfadado. La verdad es que estaba enfadado con la actitud de ella, y ahora también sentía que le habían faltado al respeto. Una cosa es que no te respeten; otra cosa es que te digan gilipollez tras gilipollez, se burlen en tu cara y además pretendan ser los ofendidos.
- Te estás comportando como una estúpida niñata. Llego a saber que eras así y te dejaba en la calle. No he dicho que tu vida sea una mierda ni he insinuado nada; he preguntado por ella. Hay una pequeña diferencia. Eres tú la que piensa que es una mierda. A mí tu vida no me importa en lo más mínimo.
Exacto: que ella se hubiera deshinchado como un globo no implicaba que a Kirill fuera a pasarle lo mismo. Al contrario, el enfado había ido creciendo y su mirada volvía a arder. No estaba en un punto de pasar a las manos, pero sí en el de tener ganas de discutir, aquel en el que de ser necesario dices cosas hirientes con tal de enfadar más al otro y poder seguir demostrando que tienes razón.
- Eres tú quien comenzó contándome su vida y sus desgracias, y cómo eres una jodida desgraciada que no se atreve a dar un puñetazo sobre la mesa e irse de entre las hilanderas que la tienen maltratada. Si te jode que otra persona se de cuenta de que estás con la mierda hasta el cuello haz algo por resolverlo, ¿no?
Había elevado el tono de voz y como consecuencia en la taberna se habían detenido todas las conversaciones. Todo el mundo debía estar escuchando ahora, algunos con mayor incomodidad y otros con curiosidad, pero era imposible pasar por alto la discusión que estaban teniendo Lunne y Kirill.
Pero aquello no impedía que le irritara profundamente la actitud de la hilandera. Había una barrera de desafío que no debía pasarse y que ella había dejado atrás sobradamente. Kirill entrecerró primero los ojos en una amenaza silenciosa mientras ella continuaba hablando, y después los abrió y alzó una ceja, sorprendido. Debería haberla interrumpido antes, pero por el motivo que fuera dejó que Lunne soltara todo lo que tenía que soltar.
- Joder - soltó entonces -. No es mi culpa que estés histérica porque te tratan a patadas. Yo no te he tratado a patadas.
Era quizás echarle más sal a la herida, pero Kirill no se callaba contestaciones si las pensaba, por mucho mal que pudiera ahorrarse al mantener el silencio. Además, ¿le estaba tomando por tonto con todo aquello que le había dicho?
- Eres la primera humana que conozco que puede trepar por paredes, correr como un perro, oler cosas imperceptibles y clavar las uñas tres centímetros enteros - ironizó -. Mira, al resto puedes decirle lo que te de la puta gana, pero a mí no me vengas con que eres perfectamente humana.
Qué demonios, estaba enfadado. La verdad es que estaba enfadado con la actitud de ella, y ahora también sentía que le habían faltado al respeto. Una cosa es que no te respeten; otra cosa es que te digan gilipollez tras gilipollez, se burlen en tu cara y además pretendan ser los ofendidos.
- Te estás comportando como una estúpida niñata. Llego a saber que eras así y te dejaba en la calle. No he dicho que tu vida sea una mierda ni he insinuado nada; he preguntado por ella. Hay una pequeña diferencia. Eres tú la que piensa que es una mierda. A mí tu vida no me importa en lo más mínimo.
Exacto: que ella se hubiera deshinchado como un globo no implicaba que a Kirill fuera a pasarle lo mismo. Al contrario, el enfado había ido creciendo y su mirada volvía a arder. No estaba en un punto de pasar a las manos, pero sí en el de tener ganas de discutir, aquel en el que de ser necesario dices cosas hirientes con tal de enfadar más al otro y poder seguir demostrando que tienes razón.
- Eres tú quien comenzó contándome su vida y sus desgracias, y cómo eres una jodida desgraciada que no se atreve a dar un puñetazo sobre la mesa e irse de entre las hilanderas que la tienen maltratada. Si te jode que otra persona se de cuenta de que estás con la mierda hasta el cuello haz algo por resolverlo, ¿no?
Había elevado el tono de voz y como consecuencia en la taberna se habían detenido todas las conversaciones. Todo el mundo debía estar escuchando ahora, algunos con mayor incomodidad y otros con curiosidad, pero era imposible pasar por alto la discusión que estaban teniendo Lunne y Kirill.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Sombras rojizas.
...
Se quedó sin aliento. Dejó que cada palabra le traspasara la cara, le taladrara una por una sus oídos, mientras sus manos se convertían en dos puños de mármol. Si hubiera tenido algo más de color habría palidecido. Notó que sus pulsaciones se hacían más pesadas y de nuevo, lenta, muy lentamente, un horrible lodo se deslizo desde el nudo de su garganta hasta sus entrañas. Odio, dolor. Un odio espantoso, lento, informe. Gélido.
Podría haber chillado como la histérica que él bien decía que era. Podría -y deseaba- tirarle de una patada la mesa a la cara y salir corriendo -seguramente por última vez en su vida, pero no se paró a evaluar eso. En realidad quería salir de allí corriendo, como bien haría una auténtica niñata. Un animal herido, que en situaciones así tenía solo la opción de atacar o huir.
Pero no pensaba darle ese placer.
Había alzado su voz, mucho. Sí, realmente provocarle podría considerarse un acto digno de peligro. Sentía las miradas clavadas a su espalda. Había alzado la voz y ella se moría por responderle con un gruñido.
Pero el lodo, el lodo era más fuerte. Era mas denso. La asfixiaba.
Simplemente se quedó contemplándole, y por unos segundo su mirada daba auténticos escalofríos. Estaba vacía. Miraba sin ver aquellas pupilas cada vez más encendidas. Su rostro no cambió un ápice, toda expresión se convirtió en una máscara hierática.
La expectación del lugar casi quería que la peculiar "oponente" del pendenciero replicara y hubiera una trifulca histórica, incluso divertida para ellos. Pero tampoco les dio ese placer . Aquella máscara de tranquilidad se deslizaba segundo tras segundo, fijando su iris añil en Kirill.
Y de repente ocurrió. En apariencia no había cambiado nada, nada de nada. Seguía tan patéticamente quieta que como hace minutos, en aquel silencio espesado por su propio mutismo. Pero su mirada volvía a tomar la forma del fondo de los avernos, toda aquella amalgama rusiente y turbia se arremolinaba en sus ojos dilatados. Era su mirada la que se había abalanzado sobre él, silenciosa pero relampagueante.
-El valor de un juicio reside en su fundamento. Así que no perderé tu tiempo ni el mío haciéndote saber que el hecho de que te contara mi vida era porque me perseguiste como un puto loco obligándome a decírtelo. Fuiste tú el que salió de la nada, fuiste tú el que puso mi vida en peligro. Condenado -no pudo evitar sisear aquella última palabra, pese a que se aferraba en no caer en el recurso fácil del insulto- No tengo por qué explicarte que nadie me maltrata.Nadie puede maltratarme. NADIE - esta palabra fue el primer grito que salió de aquel discurso quedo, con un tono muerto. Por eso más de un curioso de alrededor pegó un bote. Quiso añadir algo más, pero se levantó lentamente, señalándole- Tú también estás con la mierda hasta el cuello. Y lo sabes.
Se alejó unos pasos, hasta volver a girarse de nuevo.
-Mucha suerte. Espero que no volvamos a vernos.
Se quedó sin aliento. Dejó que cada palabra le traspasara la cara, le taladrara una por una sus oídos, mientras sus manos se convertían en dos puños de mármol. Si hubiera tenido algo más de color habría palidecido. Notó que sus pulsaciones se hacían más pesadas y de nuevo, lenta, muy lentamente, un horrible lodo se deslizo desde el nudo de su garganta hasta sus entrañas. Odio, dolor. Un odio espantoso, lento, informe. Gélido.
Podría haber chillado como la histérica que él bien decía que era. Podría -y deseaba- tirarle de una patada la mesa a la cara y salir corriendo -seguramente por última vez en su vida, pero no se paró a evaluar eso. En realidad quería salir de allí corriendo, como bien haría una auténtica niñata. Un animal herido, que en situaciones así tenía solo la opción de atacar o huir.
Pero no pensaba darle ese placer.
Había alzado su voz, mucho. Sí, realmente provocarle podría considerarse un acto digno de peligro. Sentía las miradas clavadas a su espalda. Había alzado la voz y ella se moría por responderle con un gruñido.
Pero el lodo, el lodo era más fuerte. Era mas denso. La asfixiaba.
Simplemente se quedó contemplándole, y por unos segundo su mirada daba auténticos escalofríos. Estaba vacía. Miraba sin ver aquellas pupilas cada vez más encendidas. Su rostro no cambió un ápice, toda expresión se convirtió en una máscara hierática.
La expectación del lugar casi quería que la peculiar "oponente" del pendenciero replicara y hubiera una trifulca histórica, incluso divertida para ellos. Pero tampoco les dio ese placer . Aquella máscara de tranquilidad se deslizaba segundo tras segundo, fijando su iris añil en Kirill.
Y de repente ocurrió. En apariencia no había cambiado nada, nada de nada. Seguía tan patéticamente quieta que como hace minutos, en aquel silencio espesado por su propio mutismo. Pero su mirada volvía a tomar la forma del fondo de los avernos, toda aquella amalgama rusiente y turbia se arremolinaba en sus ojos dilatados. Era su mirada la que se había abalanzado sobre él, silenciosa pero relampagueante.
-El valor de un juicio reside en su fundamento. Así que no perderé tu tiempo ni el mío haciéndote saber que el hecho de que te contara mi vida era porque me perseguiste como un puto loco obligándome a decírtelo. Fuiste tú el que salió de la nada, fuiste tú el que puso mi vida en peligro. Condenado -no pudo evitar sisear aquella última palabra, pese a que se aferraba en no caer en el recurso fácil del insulto- No tengo por qué explicarte que nadie me maltrata.Nadie puede maltratarme. NADIE - esta palabra fue el primer grito que salió de aquel discurso quedo, con un tono muerto. Por eso más de un curioso de alrededor pegó un bote. Quiso añadir algo más, pero se levantó lentamente, señalándole- Tú también estás con la mierda hasta el cuello. Y lo sabes.
Se alejó unos pasos, hasta volver a girarse de nuevo.
-Mucha suerte. Espero que no volvamos a vernos.
Lunne- Cantidad de envíos : 38
Re: Sombras rojizas.
No le había dado pie a que siguieran discutiendo y eso hacía que Kirill hirviera más por dentro al no poder exteriorizar nada. Tenía ganas de gritarle, tenía ganas de dejarla en su sitio, de insultarla y de ridiculizarla, pero no tenía casi a qué asirse por ese largo silencio que a ella le había dado por adoptar. Era una máscara de apatía, sin sentimientos; probablemente porque estaba demasiado rota por dentro. Un ser enfermo por el ambiente nocivo en el que se encontraba. O, al menos así quería verlo Kirill.
- ¿NADIE? ¡Que bien que lo demuestras! - le gritó de vuelta -. ¡Y qué bien que estamos los dos cubiertos de mierda! ¡Sobre todo yo, de quien no sabes absolutamente NADA!
Ella se levantó lentamente. ¿Iba a irse? ¿Era eso, iba a irse y a dejarle allí sentado como a un gilipollas? Kirill se puso de pie de golpe y le dio un manotazo a su bol, que cayó al suelo derramando todo su contenido. Se escuchó un sonoro golpe cuando dio contra el piso, y el caldo grasiento salpicó hacia todos los lados. El hombre se inclinó sobre la mesa, apoyándose como desafiándola a levantarse de verdad. Pero es que ella se levantaba, sin duda se levantaba y se alejaba algunos pasos. Le deseaba buena suerte y que no volvieran a verse.
Kirill, cegado, avanzó rápidamente hasta ella y la agarró de la muñeca, como para retenerla. La agarró con fuerza y se la retorció, y disfrutó con aquel pequeño gesto en el fondo de su alma; tenía ganas de hacerle daño para devolverle su falta de educación. Pero es cierto: no tenía nada más que decirle ni ningún motivo para retenerla. Simplemente la obligó a estar con él dos segundos más en los que ella pudiera sufrir y mirarle con odio. ODIO. Prefería el odio a la suma indiferencia, y prefería también el miedo.
¿Pero qué iba a hacer? ¿Secuestrarla en una casa hasta que ella cambiara de actitud? No, ni siquiera tenía ganas de seguir en su compañía, ni motivos para hacerlo. Si quería irse, que lo hiciera. Que se fuera de vuelta a su miserable existencia. Se habían conocido con una coincidencia, pero aquella coincidencia no les había aportado nada.
- Entonces volveremos a vernos - le dijo todo lo fríamente que pudo en aquella situación -. Yo no necesito suerte. Tengo mucho más de lo que tú tienes en esta vida.
La soltó. Que hiciera lo que viniera en gana. Le dio la espalda y sacó unas monedas del fondo del bolsillo, que colocó con total desprecio sobre la mesa aunque no había terminado ni de comerse el pan. Después salió sin mirar atrás, sin importarle cómo se había quedado la gente, si le habían tomado por un maltratador, por familia, si no habían entendido nada o si creían haberlo comprendido todo. Estaba asqueado con el mundo. Muy fastidiado con como habían terminado las cosas. No tenía ganas de ser amable con nadie, de volver a gastar una moneda por nadie, de tener un buen pensamiento para nadie.
Quizás era cierto que estaba en la mierda. Lo estaba desde que había perdido a Nadyssra. Pero no le importaba y, aun en la mierda con todo el resto de seres humanos que pueblan la tierra, iba a destacar, tarde o temprano, y estaría listo para cuando ella volviera. No tenía ninguna otra ambición.
- ¿NADIE? ¡Que bien que lo demuestras! - le gritó de vuelta -. ¡Y qué bien que estamos los dos cubiertos de mierda! ¡Sobre todo yo, de quien no sabes absolutamente NADA!
Ella se levantó lentamente. ¿Iba a irse? ¿Era eso, iba a irse y a dejarle allí sentado como a un gilipollas? Kirill se puso de pie de golpe y le dio un manotazo a su bol, que cayó al suelo derramando todo su contenido. Se escuchó un sonoro golpe cuando dio contra el piso, y el caldo grasiento salpicó hacia todos los lados. El hombre se inclinó sobre la mesa, apoyándose como desafiándola a levantarse de verdad. Pero es que ella se levantaba, sin duda se levantaba y se alejaba algunos pasos. Le deseaba buena suerte y que no volvieran a verse.
Kirill, cegado, avanzó rápidamente hasta ella y la agarró de la muñeca, como para retenerla. La agarró con fuerza y se la retorció, y disfrutó con aquel pequeño gesto en el fondo de su alma; tenía ganas de hacerle daño para devolverle su falta de educación. Pero es cierto: no tenía nada más que decirle ni ningún motivo para retenerla. Simplemente la obligó a estar con él dos segundos más en los que ella pudiera sufrir y mirarle con odio. ODIO. Prefería el odio a la suma indiferencia, y prefería también el miedo.
¿Pero qué iba a hacer? ¿Secuestrarla en una casa hasta que ella cambiara de actitud? No, ni siquiera tenía ganas de seguir en su compañía, ni motivos para hacerlo. Si quería irse, que lo hiciera. Que se fuera de vuelta a su miserable existencia. Se habían conocido con una coincidencia, pero aquella coincidencia no les había aportado nada.
- Entonces volveremos a vernos - le dijo todo lo fríamente que pudo en aquella situación -. Yo no necesito suerte. Tengo mucho más de lo que tú tienes en esta vida.
La soltó. Que hiciera lo que viniera en gana. Le dio la espalda y sacó unas monedas del fondo del bolsillo, que colocó con total desprecio sobre la mesa aunque no había terminado ni de comerse el pan. Después salió sin mirar atrás, sin importarle cómo se había quedado la gente, si le habían tomado por un maltratador, por familia, si no habían entendido nada o si creían haberlo comprendido todo. Estaba asqueado con el mundo. Muy fastidiado con como habían terminado las cosas. No tenía ganas de ser amable con nadie, de volver a gastar una moneda por nadie, de tener un buen pensamiento para nadie.
Quizás era cierto que estaba en la mierda. Lo estaba desde que había perdido a Nadyssra. Pero no le importaba y, aun en la mierda con todo el resto de seres humanos que pueblan la tierra, iba a destacar, tarde o temprano, y estaría listo para cuando ella volviera. No tenía ninguna otra ambición.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Sombras rojizas.
Miró cómo giraba el recipiente en una aureola de gotas de grasas derramando alrededor. Todo el mundo estaba tan asustado que se podían escuchar incluso todas y cada una de sus respiraciones. No importaba, realmente necesitaba salir de allí. Era demasiado.
Se giró pero no pudo avanzar. Se vio violentamente forzada y de nuevo un peso sobrehumano contorsionó su muñeca. No tuvo tiempo de esocnder su mueca de dolor cuando se fijó en aquella mirada llena de...odio. También odio. Un odio que le laceró hasta lo más hondo de sus sustancia. Le empezaron a temblar los labios mientras el dolor subía hasta el hombro. Todo el desprecio que pudiera imaginarse se estaba convirtiendo en una gran bola y se arrojaba contra ella.
Le enseñó los dientes.
Acto seguido le sonrió mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Lágrimas que como siempre, escasos minutos volvieron a absorberse, como si su alma estuviera demasiado seca. Le sonrió y siguió sonriendo, con un gesto torcido mientras sus palabras volvieron a brotar, ígneas. Pero solo que entonces no había olvidado resguardarse en su coraza. Resbalaron en ella. O eso se obligó a creer.
Mientras tintineaban las monedas, le observó saliendo de la puerta. Ahora se suponía que estaba ella en evidencia.
-Mucho, tendrás mucho. ¡PERO NO LA MADUREZ PARA RAZONAR CON UNA CRÍA!
Supo que entonces no había nada detrás de la puerta. En unos minutos le pareció que todo había sido un torbellino, una vorágine de acontecimientos...y finalmente un mero espejismo.
No quiso fijarse más en su público. Todos sus sentimientos más amargos, más negros, estaban constreñidos a presión. Se arrojó fuera de allí, a la oscuridad reinante.
Su visión no tardó en distinguir los contornos con una nitidez considerable.
En efecto, estaba sola. Notó de nuevo el empedrado bajo los pies. Un golpe de calor en la nuca. Quiso avanzar pero se cayó de culo, por segunda o tercera vez en aquel día.
Se quedó mirando fijamente la nada. Todo se desdibujaba en un frenesí ahora insondable. Perdió la noción del espacio, del tiempo. Apoyó la cara entre las rodillas y se quedó allí.
El céfiro estaba cada vez más frío.
Se giró pero no pudo avanzar. Se vio violentamente forzada y de nuevo un peso sobrehumano contorsionó su muñeca. No tuvo tiempo de esocnder su mueca de dolor cuando se fijó en aquella mirada llena de...odio. También odio. Un odio que le laceró hasta lo más hondo de sus sustancia. Le empezaron a temblar los labios mientras el dolor subía hasta el hombro. Todo el desprecio que pudiera imaginarse se estaba convirtiendo en una gran bola y se arrojaba contra ella.
Le enseñó los dientes.
Acto seguido le sonrió mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Lágrimas que como siempre, escasos minutos volvieron a absorberse, como si su alma estuviera demasiado seca. Le sonrió y siguió sonriendo, con un gesto torcido mientras sus palabras volvieron a brotar, ígneas. Pero solo que entonces no había olvidado resguardarse en su coraza. Resbalaron en ella. O eso se obligó a creer.
Mientras tintineaban las monedas, le observó saliendo de la puerta. Ahora se suponía que estaba ella en evidencia.
-Mucho, tendrás mucho. ¡PERO NO LA MADUREZ PARA RAZONAR CON UNA CRÍA!
Supo que entonces no había nada detrás de la puerta. En unos minutos le pareció que todo había sido un torbellino, una vorágine de acontecimientos...y finalmente un mero espejismo.
No quiso fijarse más en su público. Todos sus sentimientos más amargos, más negros, estaban constreñidos a presión. Se arrojó fuera de allí, a la oscuridad reinante.
Su visión no tardó en distinguir los contornos con una nitidez considerable.
En efecto, estaba sola. Notó de nuevo el empedrado bajo los pies. Un golpe de calor en la nuca. Quiso avanzar pero se cayó de culo, por segunda o tercera vez en aquel día.
Se quedó mirando fijamente la nada. Todo se desdibujaba en un frenesí ahora insondable. Perdió la noción del espacio, del tiempo. Apoyó la cara entre las rodillas y se quedó allí.
El céfiro estaba cada vez más frío.
Lunne- Cantidad de envíos : 38
Re: Sombras rojizas.
/Continuación del episodio, tanto como colofón como comienzo de nuevos principios:/
Dejó que los últimos pitidos se evanescieran en un eco solo existente entre las paredes de su cráneo. Alzó la vista, con los ojos inyectados en sangre por el cansancio, la ira, quizá el atisbo de lágrimas que no tardó en tardó en desaparecer. Era un sentimiento agridulce volver a experimentar aquel calor bajo los globos oculares. Qué curioso parecía aquel rocío que manaba, fluía sin trabas, y se dejaba caer en las mejillas de todos los demás. Los extraños de su alrededor. Luego parecían aliviados. Seguramente eso que llamaban llanto serían sus penas derritiéndose en agua salada. Nunca reconocería que los envidiaba.
Estaba rodeada de extraños y lo sabía, siempre lo había sabido. Pero no podía decir por qué. Definitivamente no era un licántropo, eso bien podría asegurarlo, al menos en cierto grado. Pero lo cierto era que tras la pubertad aquel pequeño monstruo agazapado en su interior le roía de cuando en cuando. ¿Qué había pasado aquella noche? ¿Qué había sentido bajo los labios, en su boca, en su garganta? ¿Sus manos? ¿Su…”forma de correr como un perro”? Notaba que volvía el dolor de cabeza, como si su mente fuera una niña malcriada que no quisiera a darle vueltas al mismo tema.
Se miró los brazos tendidos en sus rodillas. Macilentos, rasgados. Se quedó embobada mirando las motas beiges en la punta de sus dedos. Pequeños lunares irregulares que dejaban ver su carne carmesí. A su alrededor, pequeñas zonas de piel aún más pálida, casi azulada –seguramente piel muerta. Las rajas seguían ramificándose por todo el largo de sus dedos, difuminándose finalmente en la palma de la mano.Un escozor terrible le recorría la médula por cada ráfaga de viento. Se protegió las heridas ocultando los dedos en sendos puños.
¿Qué ha salido…de…aquí…? ¿Qué se supone…que soy?
Siempre había sabido que la serenidad era su escudo, su protección. La alarma, el miedo, la furia ciega eran turbaciones de las cuales siempre se había intentado mantener alejada. Y lo conseguía, sí, día a día. A su manera.
Pero no tras todo lo que había pasado. Se había lanzado de cabeza contra un demonio y…
De nuevo se chocó con la negativa tajante de su fuero interno a seguir con las mismas.
Pasaban los minutos y se agudizaba su oído. Pisadas, risotadas en las tabernas circundantes. Era peligroso estar allí, pero de alguna forma había perdido todo el sentido del temor tras todo lo ocurrido. Oyó un portazo repentino pero no giró la cabeza. Un podrido hálito a alcohol barato se desparramó en el aire. Una sombra a su lado se tambaleaba balbuceando cosas ininteligibles.
Por suerte, no la percibió. Aquella letanía buceando en su burbuja de ebriedad se alejó lentamente mientras el borracho torcía una esquina.
No podía seguir allí, sentada, con el mundo encima suyo. Y se levantó con energía, manteniendo el equilibrio, comenzando a andar con toda la rapidez que su estado ajado le permitía. Y pensar que había sido capaz de correr con un demonio por detrás…
Su sentido de la orientación tampoco era una maravilla. No recordaba ni por dónde habían venido hacia allí, así que estuvo dando vueltas por la misma callejuela sin darse cuenta. En las esquinas, a veces, parecían esconderse algo más que las sombras. Pero se obligó a caminar, sin mirar atrás. ¿Qué pasaría si de repente de le venía por atrás, o de frente, un ladrón, un violador, un loco, lo que fuera, apuñalándole instantáneamente el cuello?
Lo mataría. Si reaccionara a tiempo. Si pudiera. No lo sé. Solo sé que lo mataría.
También había perdido la navaja.
Ladridos de perros callejeros, abandonados. Algunas luces en las ventanas se encendían. Algo había pasado para que esa parte de la ciudad estuviera tan desierta. Se escabulló en un rincón para pasar desapercibida de un grupo de muchachos corriendo hacia otro lado.
-¡Corred más rápido imbéciles! ¡Tenéis que verlo, es brutal! ¡Parece una carnicería y hay un cuerpo quemado!
Contuvo el aliento, no pudiendo escuchar la contestación de los demás. Se sentía perdida. Quizá realmente le habría convenido quedarse en su sitio al lado del hombre lunar. Pero ya no importaba, debía actuar rápido.
Se chocó con algo al intentar morderse el labio inferior. Algo deformado, duro. Afilado.
Atónita, se llevó una mano temblorosa a aquello que parecía surgir de su propia boca. Algo parecía tirar de sus incisivos. El tacto del borde de los colmillos descansaba a cada lado de la comisura de sus labios. Soltó un gemido, mientras intentaba “retraer”, “esconder”, lo que fuera…eso. No podía controlarse, coordinarse. La adrenalina, por más que no se disparara, estaba empezando a irrigar sus vasos sanguíneos, y por eso, aunque fuera involuntario, volvía a ser presa de esa pesadilla. Empezaba a tener miedo de sí misma.
Intentó normalizar su respiración, pero sus jadeos desesperados se sucedían conforme se apoyaba contra la pared, tapándose “aquello” con las manos. Cerró los ojos con fuerza. Quizá se trataba simplemente de ignorarlo, de actuar con…¿naturalidad?
Tomó una bocanada de aire. Y salió del callejón.
Chocó contra algo sucio y blando, pestilente, y los ojos empañados del borracho anterior (podía reconocerlo por su olor) intentaron descifrar su cara. Una botella resbalaba de sus manos grasientas. Se deshizo de su parte consciente de un tirón.
Su pequeña mano se lanzó a su cuello, mientras una exclamación gutural deformaba los gruesos labios del extraño. Demasiado tarde. Vio su boca y dio un traspié hacia atrás, escapando del brazo de Lunne al dar con el suelo. La botella se cayó disparando esquirlas de cristal por doquier. Lunne adivinó sus pensamientos, y de una patada mandó la mitad del vaso fuera del alcance del pobre miserable, pisando con todas sus fuerzas, aunque no llevaba zapatos, la mano del ebrio cuando pese a todo quiso protegerse cogiendo la astilla más grande del vidrio. La punta traspasó su rechoncha palma de parte en parte, mientras un denso aroma subía hacia sus fosas nasales, convirtiéndose en lava.
Flexionó las rodillas obviando los ridículos alaridos del hombre, posando su cabeza solo a un palmo de la suya. Otro olor penetrante y ácido se propagó entre ellos, y la chica se retiró, asqueada. Su supuesta víctima se había orinado encima. Ya no servía.
Sin preocuparse de si le atacaría o no se alejó a paso rápido, dejando al atónito transeúnte buceando en su charco de inmundicias, aun con la repugnancia tallada en su semblante. Solo se desvió un momento para alcanzar lo que quedaba de la botella, con los bordes terminando en una suerte de dentadura afilada.
Se detuvo un segundo. Había alguien más allí: almizcle, más alcohol, hierbas aromáticas descompuestas. Sonrió lentamente, si aquella mueca pudiera denominarse realmente sonrisa, y se deslizó hacia el foco del olor. Sentía el miedo de la desconocida, apoltronada contra una pared, reverberando hacia ella. Sin duda habría visto todo.
Saltó delante suyo antes de que se diera a la carrera, y a la luz plateada se mostraron los rasgos de la mujer: unas cejas artificialmente arqueadas (seguramente remodeladas con unas pinzas) y unos pequeños ojos perdiéndose en una aureola de polvos cárdenos, como si le hubieran dado sendos puñetazos en cada cuenca. Sus labios rezumaban carmín barato, y su pelo rojo se soltaba a su alrededor.
La prostituta quiso volver a escabullirse, quizá empujarla, pero Lunne le pasó un brazo por el cuello, arqueándola a duras penas contra ella, pese a que le sacaba como media cabeza de altura. Sus colmillos rozaron amenazadoramente el hueco de su cuello.
A la mujer se le doblaron las piernas, y Lunne dio un paso hacia atrás. Su cabeza volvía a ser una locura fragmentada, con voces encontradas. Una de ellas, y era la que había tenido hasta ese día, le urgía dejar de hacer aquello.
Pero en realidad le parecía lo más natural del mundo.
En todo caso, no había llegado hasta el punto de tentar a sus sentidos probando aquel licor de olor curioso. Sangre.
Su sombra se dibujó en la faz casi desvanecida de la cortesana, y alargando el brazo con el cuello de la botella rota en mano, posó sus pinchos sobre su pecho agitado.
-Desnúdate- susurró sin mudar la expresión.
Seguramente la pelirroja habría oído aquello cientas de veces más, pero en circunstancias más diferentes. Ahora no sabía cómo actuar ante aquella niña, y temblaba como una hoja. La botella se acercó más a su tráquea.
-Vamos.
Sentía las manos congeladas, y no se movió. Con impaciencia, Lunne agarró con la mano libre la cabellera de la pobre chica, obligándola a ponerse en pie, aunque dado a que realmente era más alta que ella, tuvo que conformarse con que se pusiera de rodillas.
Soy un maldito monstruo…
Aquella oración pereció en las profundidades de su mente cuando volvió a exhortar más fuerte que se quitara la ropa. Pareció ser más persuasiva cuando enseñó los dientes.
Así pues, cuando vio que se despojaba de su corpiño y faldas, intentando cubrir con los brazos su cuerpo desnudo, únicamente ataviado por la ropa interior, soltó inmediatamente a la chica.
Se desabrochó sus ropajes a su vez tirándolos con presteza al lado de la ropa, en comparación mucho más limpia, de la meretriz. Ni que decir tenía que todo atisbo de pudor o vergüenza estaba en índices nulos. Su piel se erizó también al contacto de la brisa.
Pero no tenían por qué malinterpretarla, no iba a ofrecer un espectáculo lésbico, ni por asomo. Recogió rápidamente la ropa que minutos antes descansaba entre las curvas de una prostituta y se las enfundó, intentando acomodarse a ella, ajustando el corpiño. Las faldas no tenían mayor problema, porque pese a que su verdadera propietaria era más alta, las de su oficio solían enseñar más los tobillos.
Miró a la chica un momento, y después dirigió la vista hacia sus viejas ropas ensangrentadas. Tiró su anterior arma improvisada a un lado.
-Gracias. Puedes quedarte con mi ropa, si quieres.
Se acomodó el pelo a un lado, intentando ocultar parcialmente sus greñas. Aun no sabía de qué intentaba ocultarse exactamente, pero su espíritu paranoico se había disparado.
Comenzó a correr calle abajo, dejando atrás aquellas callejas. Dentro de poco clarearía el día, y quizá todo sería más fácil.
Dejó que los últimos pitidos se evanescieran en un eco solo existente entre las paredes de su cráneo. Alzó la vista, con los ojos inyectados en sangre por el cansancio, la ira, quizá el atisbo de lágrimas que no tardó en tardó en desaparecer. Era un sentimiento agridulce volver a experimentar aquel calor bajo los globos oculares. Qué curioso parecía aquel rocío que manaba, fluía sin trabas, y se dejaba caer en las mejillas de todos los demás. Los extraños de su alrededor. Luego parecían aliviados. Seguramente eso que llamaban llanto serían sus penas derritiéndose en agua salada. Nunca reconocería que los envidiaba.
Estaba rodeada de extraños y lo sabía, siempre lo había sabido. Pero no podía decir por qué. Definitivamente no era un licántropo, eso bien podría asegurarlo, al menos en cierto grado. Pero lo cierto era que tras la pubertad aquel pequeño monstruo agazapado en su interior le roía de cuando en cuando. ¿Qué había pasado aquella noche? ¿Qué había sentido bajo los labios, en su boca, en su garganta? ¿Sus manos? ¿Su…”forma de correr como un perro”? Notaba que volvía el dolor de cabeza, como si su mente fuera una niña malcriada que no quisiera a darle vueltas al mismo tema.
Se miró los brazos tendidos en sus rodillas. Macilentos, rasgados. Se quedó embobada mirando las motas beiges en la punta de sus dedos. Pequeños lunares irregulares que dejaban ver su carne carmesí. A su alrededor, pequeñas zonas de piel aún más pálida, casi azulada –seguramente piel muerta. Las rajas seguían ramificándose por todo el largo de sus dedos, difuminándose finalmente en la palma de la mano.Un escozor terrible le recorría la médula por cada ráfaga de viento. Se protegió las heridas ocultando los dedos en sendos puños.
¿Qué ha salido…de…aquí…? ¿Qué se supone…que soy?
Siempre había sabido que la serenidad era su escudo, su protección. La alarma, el miedo, la furia ciega eran turbaciones de las cuales siempre se había intentado mantener alejada. Y lo conseguía, sí, día a día. A su manera.
Pero no tras todo lo que había pasado. Se había lanzado de cabeza contra un demonio y…
De nuevo se chocó con la negativa tajante de su fuero interno a seguir con las mismas.
Pasaban los minutos y se agudizaba su oído. Pisadas, risotadas en las tabernas circundantes. Era peligroso estar allí, pero de alguna forma había perdido todo el sentido del temor tras todo lo ocurrido. Oyó un portazo repentino pero no giró la cabeza. Un podrido hálito a alcohol barato se desparramó en el aire. Una sombra a su lado se tambaleaba balbuceando cosas ininteligibles.
Por suerte, no la percibió. Aquella letanía buceando en su burbuja de ebriedad se alejó lentamente mientras el borracho torcía una esquina.
No podía seguir allí, sentada, con el mundo encima suyo. Y se levantó con energía, manteniendo el equilibrio, comenzando a andar con toda la rapidez que su estado ajado le permitía. Y pensar que había sido capaz de correr con un demonio por detrás…
Su sentido de la orientación tampoco era una maravilla. No recordaba ni por dónde habían venido hacia allí, así que estuvo dando vueltas por la misma callejuela sin darse cuenta. En las esquinas, a veces, parecían esconderse algo más que las sombras. Pero se obligó a caminar, sin mirar atrás. ¿Qué pasaría si de repente de le venía por atrás, o de frente, un ladrón, un violador, un loco, lo que fuera, apuñalándole instantáneamente el cuello?
Lo mataría. Si reaccionara a tiempo. Si pudiera. No lo sé. Solo sé que lo mataría.
También había perdido la navaja.
Ladridos de perros callejeros, abandonados. Algunas luces en las ventanas se encendían. Algo había pasado para que esa parte de la ciudad estuviera tan desierta. Se escabulló en un rincón para pasar desapercibida de un grupo de muchachos corriendo hacia otro lado.
-¡Corred más rápido imbéciles! ¡Tenéis que verlo, es brutal! ¡Parece una carnicería y hay un cuerpo quemado!
Contuvo el aliento, no pudiendo escuchar la contestación de los demás. Se sentía perdida. Quizá realmente le habría convenido quedarse en su sitio al lado del hombre lunar. Pero ya no importaba, debía actuar rápido.
Se chocó con algo al intentar morderse el labio inferior. Algo deformado, duro. Afilado.
Atónita, se llevó una mano temblorosa a aquello que parecía surgir de su propia boca. Algo parecía tirar de sus incisivos. El tacto del borde de los colmillos descansaba a cada lado de la comisura de sus labios. Soltó un gemido, mientras intentaba “retraer”, “esconder”, lo que fuera…eso. No podía controlarse, coordinarse. La adrenalina, por más que no se disparara, estaba empezando a irrigar sus vasos sanguíneos, y por eso, aunque fuera involuntario, volvía a ser presa de esa pesadilla. Empezaba a tener miedo de sí misma.
Intentó normalizar su respiración, pero sus jadeos desesperados se sucedían conforme se apoyaba contra la pared, tapándose “aquello” con las manos. Cerró los ojos con fuerza. Quizá se trataba simplemente de ignorarlo, de actuar con…¿naturalidad?
Tomó una bocanada de aire. Y salió del callejón.
Chocó contra algo sucio y blando, pestilente, y los ojos empañados del borracho anterior (podía reconocerlo por su olor) intentaron descifrar su cara. Una botella resbalaba de sus manos grasientas. Se deshizo de su parte consciente de un tirón.
Su pequeña mano se lanzó a su cuello, mientras una exclamación gutural deformaba los gruesos labios del extraño. Demasiado tarde. Vio su boca y dio un traspié hacia atrás, escapando del brazo de Lunne al dar con el suelo. La botella se cayó disparando esquirlas de cristal por doquier. Lunne adivinó sus pensamientos, y de una patada mandó la mitad del vaso fuera del alcance del pobre miserable, pisando con todas sus fuerzas, aunque no llevaba zapatos, la mano del ebrio cuando pese a todo quiso protegerse cogiendo la astilla más grande del vidrio. La punta traspasó su rechoncha palma de parte en parte, mientras un denso aroma subía hacia sus fosas nasales, convirtiéndose en lava.
Flexionó las rodillas obviando los ridículos alaridos del hombre, posando su cabeza solo a un palmo de la suya. Otro olor penetrante y ácido se propagó entre ellos, y la chica se retiró, asqueada. Su supuesta víctima se había orinado encima. Ya no servía.
Sin preocuparse de si le atacaría o no se alejó a paso rápido, dejando al atónito transeúnte buceando en su charco de inmundicias, aun con la repugnancia tallada en su semblante. Solo se desvió un momento para alcanzar lo que quedaba de la botella, con los bordes terminando en una suerte de dentadura afilada.
Se detuvo un segundo. Había alguien más allí: almizcle, más alcohol, hierbas aromáticas descompuestas. Sonrió lentamente, si aquella mueca pudiera denominarse realmente sonrisa, y se deslizó hacia el foco del olor. Sentía el miedo de la desconocida, apoltronada contra una pared, reverberando hacia ella. Sin duda habría visto todo.
Saltó delante suyo antes de que se diera a la carrera, y a la luz plateada se mostraron los rasgos de la mujer: unas cejas artificialmente arqueadas (seguramente remodeladas con unas pinzas) y unos pequeños ojos perdiéndose en una aureola de polvos cárdenos, como si le hubieran dado sendos puñetazos en cada cuenca. Sus labios rezumaban carmín barato, y su pelo rojo se soltaba a su alrededor.
La prostituta quiso volver a escabullirse, quizá empujarla, pero Lunne le pasó un brazo por el cuello, arqueándola a duras penas contra ella, pese a que le sacaba como media cabeza de altura. Sus colmillos rozaron amenazadoramente el hueco de su cuello.
A la mujer se le doblaron las piernas, y Lunne dio un paso hacia atrás. Su cabeza volvía a ser una locura fragmentada, con voces encontradas. Una de ellas, y era la que había tenido hasta ese día, le urgía dejar de hacer aquello.
Pero en realidad le parecía lo más natural del mundo.
En todo caso, no había llegado hasta el punto de tentar a sus sentidos probando aquel licor de olor curioso. Sangre.
Su sombra se dibujó en la faz casi desvanecida de la cortesana, y alargando el brazo con el cuello de la botella rota en mano, posó sus pinchos sobre su pecho agitado.
-Desnúdate- susurró sin mudar la expresión.
Seguramente la pelirroja habría oído aquello cientas de veces más, pero en circunstancias más diferentes. Ahora no sabía cómo actuar ante aquella niña, y temblaba como una hoja. La botella se acercó más a su tráquea.
-Vamos.
Sentía las manos congeladas, y no se movió. Con impaciencia, Lunne agarró con la mano libre la cabellera de la pobre chica, obligándola a ponerse en pie, aunque dado a que realmente era más alta que ella, tuvo que conformarse con que se pusiera de rodillas.
Soy un maldito monstruo…
Aquella oración pereció en las profundidades de su mente cuando volvió a exhortar más fuerte que se quitara la ropa. Pareció ser más persuasiva cuando enseñó los dientes.
Así pues, cuando vio que se despojaba de su corpiño y faldas, intentando cubrir con los brazos su cuerpo desnudo, únicamente ataviado por la ropa interior, soltó inmediatamente a la chica.
Se desabrochó sus ropajes a su vez tirándolos con presteza al lado de la ropa, en comparación mucho más limpia, de la meretriz. Ni que decir tenía que todo atisbo de pudor o vergüenza estaba en índices nulos. Su piel se erizó también al contacto de la brisa.
Pero no tenían por qué malinterpretarla, no iba a ofrecer un espectáculo lésbico, ni por asomo. Recogió rápidamente la ropa que minutos antes descansaba entre las curvas de una prostituta y se las enfundó, intentando acomodarse a ella, ajustando el corpiño. Las faldas no tenían mayor problema, porque pese a que su verdadera propietaria era más alta, las de su oficio solían enseñar más los tobillos.
Miró a la chica un momento, y después dirigió la vista hacia sus viejas ropas ensangrentadas. Tiró su anterior arma improvisada a un lado.
-Gracias. Puedes quedarte con mi ropa, si quieres.
Se acomodó el pelo a un lado, intentando ocultar parcialmente sus greñas. Aun no sabía de qué intentaba ocultarse exactamente, pero su espíritu paranoico se había disparado.
Comenzó a correr calle abajo, dejando atrás aquellas callejas. Dentro de poco clarearía el día, y quizá todo sería más fácil.
Lunne- Cantidad de envíos : 38
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/Continuación del episodio, tanto como colofón como comienzo de nuevos principios:/
Odiaba no poder ir más rápido. Sus piernas parecían haberse tornado en plomo.
Sin embargo continuó corriendo, sorteando como podía los obstáculos, irregularidades y basura que parecían ofrecer aquellas calles, antojándosele laberínticas, a las damnificadas plantas de sus pies. Los edificios, incólumes, borrosos, grises, se sucedían a su paso. Un vértigo adormecido empezaba a hacer mella bajo su estómago.
Amanecía. Una fragua ambarina penetraba los últimos vestigios de un añil pálido, la sombra enferma de una noche que parecía dejarse disipar a regañadientes. Sí, amanecía de nuevo, pero la urbe ya no le parecía la misma. Ahora era consciente de que todas sus acciones implicaban algo nuevo: ya no es que estuviera alienada respecto a esa muchedumbre confundiéndose cada día, activados por los resortes de una existencia predeterminada, atados uno por uno a aquello que parecía amodorrarlos poco a poco y a la vez empujarlos a la existencia: el miedo. No, ya no era únicamente aquello, pues aparte de ser extraña se sentía como una suerte de fugitiva. Ashper nunca había sido su hogar.
Se detuvo, resguardándose contra una pared para intentar concentrar su orientación. Al parecer las tabernas tampoco estaban tan alejadas como a su dilatada mente maltrecha le había parecido en un principio. Las fachadas ya le eran completamente conocidas: dispuestos en hilera a las orillas del río inerte que conformaba el empedrado, los pequeños talleres se hacinaban unos contra otros, adornados con toldos, carteles carcomidos por la pátina de la lluvia y a veces una estela de colores de seda ondeando desde sus puestos. Pero el aire estaba recargado. Más allá, se congregaba un grupo mayor de personas y un enjambre de voces se elevaba conforme la luz iluminaba mejor aquel escenario dantesco.
Pudo atisbar mejor los restos de sangre coagulada entre los surcos de las cunetas y los muros mientras a su alrededor, como en un coro estúpido, se inclinaban los ojos como platos, unas veces irradiando terror, otras morbo, de los primeros ashperinos que osaron abrir la puerta una vez protegidos aparentemente por el respaldo del astro rey. Voces confundidas como una gran masa de palabras atropelladas convertía aquel hervidero en todavía más insoportable.
Intentó recalcular pero un temblor nervioso iba propagándose in crescendo conforme más y más gente se asomaba desde los pequeños balcones o ventanales para acompañar la escena de todavía más curiosidad escabrosa o un temor que empapaba el aire de sudor frío. Sintió algo parecido a dos guijarros en la nuca y por el rabillo del ojo observó a un joven con la mirada adusta dirigida hacia …ella. Intentó calmarse para no dejarse vencer en un arranque paranoico, pero el hecho de sospechar que alguien podría estarla observando teniendo en cuenta la presión que sentía ya de por sí, no ayudaba demasiado.
¿Y cómo esperas que no te miren? Veamos, aparte de que seguramente te habrá confundido con otro tipo de señorita por el tipo de atuendo que llevas puesto, no es muy normal ver a alguien agazapado tan “disimuladamente” contra una pared.
Cogió una bocanada de aire, y sin pensárselo dos veces se encaminó hacia el camino habitual de la venta donde solía comer, dormir y delirar. Tuvo que hacer de tripas corazón, y, con el pecho contraído, cruzar el trecho que separaba la calle ornamentada por restos demoníacos de un pequeño establecimiento destartalado, de madera, con dos pisos apenas construidos entre una esquina llena de malas hierbas, como si fuera el único rincón donde la naturaleza no se viera sofocada por el gris de las urbe. No pudo evitar que se le erizara el vello de la nuca, bien escondido por la cortina enmarañada de sus rizos, mientras retumbaban por sus oídos palabras como “chillidos”, “rugidos”, “atroz”, “pleguemos a la Dama”, “espíritu”, “era el toldo nuevo”…etcétera.
Llegó hasta su punto de refugio, o eso le parecía, embistiendo la puerta quizá con más fuerza de la debida, a juzgar de la expresión fastidiada de la mujerona que le abrió el paso refunfuñando entre dientes. La entrada de la luz solar irritó sus grandes ojos sin expresión, inundados de somnolencia y legañas. A la buena de Mariê le importaba tres rábanos si había o no pasado por allí un demonio ,con tal de que la dejaran roncar a su gusto.
-¿Estas son horas, Lunn…? – un bostezo descomunal le cruzó la cara – no pienso volver a abrirte la puerta otra ve…ez. Te has vuelto a dejar las llaves en el taller…¿verdad? –antes de que pudiera responder, dio un manotazo al aire- Te he guardado un poco de remolacha forrajera y…
-Gracias, gracias – la ventera se estremeció cuando notó el tacto de la mano de Lunne antes de que la misma desapareciera escaleras arriba.
Se apoyó en el marco de la puerta de su habitación, y se sorprendió encontrando algo parecido a cariño por aquel pequeño espacio que había llegado su propio refugio. Algo únicamente suyo, una parcela donde poblar sus divagaciones. Pero no tenía tiempo de sentimentalismos.
Comprobó con satisfacción que su mochila seguía intacta, con la flauta de madera descansando en un costado. Pasó levemente sus dedos reprimiendo una sonrisa, y se ajustó las cuerdas de la desgastada bolsa de tela a la espalda, aunque pensándoselo mejor, y haciendo gala de su desconfianza, se ajustó la misma en el abdomen. Contaba con aquellos pícaros que bien podrían hacerle una leve sangría al zurrón para extraer el par de piezas de acero de su interior –se volvió a increpar, recordando eso, el hecho de haber perdido la navaja.
Quiso dar un paso hacia delante pero se dejó caer, abatida, en la cama. Estaba cercada por todos lados. ¿Por qué seguía siendo tan estúpida y no decía tranquilamente, incluso con orgullo, que había librado a la ciudad de un demonio? En el fondo parecía que no era esa la verdadera cuestión. Sentía que debía ocultar algo, que había hecho algo malo, que había algo en su naturaleza que incitaba que la rechazara todo género humano. O quizá simplemente era una excusa, el detonante, para tener el coraje de salir de allí.
Algo le iluminó la cara como un relámpago. ¡Lo recordaba, aquel día partía mercancía de telas de Ashper! Si pudiera llegar al puerto y quizá escalando el…
Parecía demasiado imposible. No podría sortear los controles y no alcanzaría ni la octava parte del navío. Se volvió a sentir pusilánime, estúpida, arrinconada.
¿Y por qué ir por mar? Quizá en las praderas, un tiempo…
Sin embargo, movida por un resorte y por otro intervalo de lucidez recordó lo mismo.
¡Maldita sea, centrémonos! Hoy salía mercancía, lo cual quiere decir que en el taller estarán preparando la misma…
De repente se le figuraron aquellas cajas enormes atestadas de telas de colores, como un pequeño mar cromado. Recordaba esconderse de pequeña en aquella enorme gruta, jugando con su madre. Cabía dentro incluso con las piernas estiradas. Recordaba la mala cara de su madre cuando le decía que estaba en un ataúd…¿Serviría entonces? ¿No levantaría sospechas tanto peso?
Mientras sopesaba todo esto un portazo se hizo notar en la quietud hogareña de la venta. Se levantó con cautela y se asomó desde la puerta hasta la escasa visión que daba desde más abajo de la escalera. Y se le heló el pulso.
-¡Traigan a esa pequeña puta, a esa maldita bruja aquí abajo! – una voz irritada de anciano taladraba sus oídos, ya no por sus improperios, que a primera vista no podrían ir dirigidos a ella; sino por lo que agitaba en su rolliza mano como prueba incuestionable: una alpargata granada, medio rota, llena de sangre. Su condenada alpargata. Reconoció el mismo tono voz que escasos minutos antes clamaba por el “toldo nuevo”.
- Yo siempre lo supe, siempre lo supe – la voz que menos querría escuchar en esos momentos se hizo oír en la cacofonía que siempre la acompañaba: Jërda. Lunne apretó la mandíbula hasta hacerse daño. Notó de nuevo sus manos contraídas, pero eso ya no le supuso ninguna sorpresa. Parecía haber hecho las paces con su cuerpo. Y este le pedía huir. Se encaminó, sin distinguir bien la contestación de Mariê, hacia la habitación contigua, desocupada. Se apresuró a abrir las pequeñas portezuelas de madera que resguardaban la ventana del exterior, y mientras sentía unos pasos pesados ascender por las escaleras, se asomó rápidamente al exterior, tomando impulso con las piernas y con los brazos.
Mientras la figura perezosa de Mariê se iba recortando contra el vano de la puerta, la habitación ya estaba vacía.
.
Se agarró como pudo a un saliente de la parte trasera de la venta mientras reprimía un grito mordiéndose ferozmente la lengua. Llegó a creer en los milagros cuando sus entumecidas e irreconocibles manos se asieron del alféizar de una ventana abierta. Se mantuvo allí, colgada patéticamente mientras un pitido mayor laceraba sus oídos. Miró hacia abajo. En realidad calculó que apenas serían treinta pies de caída una vez se dejara desde allí. Solamente tenía que soltarse. Soltarse. Se le aceleró el pulso. Tenía que hacerlo. Alguien miraría hacia allí o la empezarían a esperar fuera.
…
Soltó los dedos de golpe, llevándose los antebrazos instintivamente por detrás de la nuca.
Y volvió a ver las estrellas, mientras notaba un crujido atroz en la muñeca derecha. Se intentó incorporar a duras penas. Notaba un sabor a sangre entre los dientes. Se había mordido demasiado la lengua del puro pánico reprimido.
Vamos, vamos, el taller solo está a dos pasos…
Cojeando, mientras reprimía los alaridos de dolor, de cansancio y el creciente escozor que hacía mella cada mordisco que parecía propinarle la luz del sol, y en un acto casi se suicida, llegó a su vez a la parte trasera del taller. Bendijo la existencia de la puerta de utensilios, situada en el lado opuesto de la entrada principal. Podría haberse metido en otro apuro si no fuera porque la cerradura tanto del trastero como de la sala de hiladoras fuera esencialmente el mismo: así que no tuvo más que rebuscar en el zurrón atado a la cintura para abrirlo a duras penas, echando un vistazo hacia atrás. Todavía no pasaba un alma. Tuvo que contener un grito de júbilo.
Entró a la súbita oscuridad reinante, y una atmósfera fresca y umbría le hizo soltar un suspiro de alivio. Cerró rápidamente la puerta a su paso mientras sus pupilas se acostumbraban, casi con gusto, a la ausencia de aquella luz engorrosa. Y esta vez, pese a todo, no pudo reprimir una sonrisa cuando, en efecto, se le aparecieron el par de barriles, casi de su altura. Todavía no los habían candado, y pudo abrir el que le pareció más conveniente –uno de forma rectangular, como un verdadero ataúd. Además, podría caber perfectamente sin retirar trozos de tela: por lo general, pocas cajas de mercancía salían rebosantes de ese mismo taller. Sin embargo, pese a todos estos golpes de suerte, de nuevo aparecían trabas.
¿Cómo se supone que voy a estarme medio día o un día o no sé cuántos dentro de telas a presión? ¿Acaso quieres morir asfixiada, estúpida?¿Qué haré cuando llegué al destino? ¿Qué…
Una puerta se abrió y Lunne se echó hacia atrás. La puerta de las hiladoras. Una hilandera la habría oído o quizá…
-¡Lunne! – Aenei corrió hacia ella mientras Lunne se echaba hacia atrás, entre contrariada y sorprendida.
-Tú, qué haces…
-¡Eso te tendría que preguntar yo! – Aenei parecía desconcertada y divertida, despreocupada. Parecía no haberse enterado de nada todavía. - ¿Dónde se supone que fuiste? Te he estado buscando toda la tarde, Clàure decía hasta que tú…
-Escucha – Lunne la cortó en seco. Era su única oportunidad, y por más que le doliera s u ego pronunciar esas tres palabras, dependía de su supervivencia. Así que le musitó, casi a regañadientes: - Tienes que ayudarme.
-¿Ayudarte…? –el frío de las manos de Lunne, curvadas en una posición extraña, comenzaban cuanto menos a intimidar a la muchacha. Pese a todo, dijo- Sí, pero…¿cómo?
Lunne señaló la caja rectangular.
-¿Está terminado, lleno?
-Sí, no nos dio ma…
- Vale, escucha. Me voy a meter aquí y vas a cubrirme con las telas, luego lo candarás. Para que no me asfixie, me harás al menos dos agujeros en la parte donde estará mi cabeza.
La expresión de Aenei era el desconcierto personificado. Empezó a fruncir el ceño, ante la impaciencia de Lunne.
-Pero…
-Por favor. Por favor, Aenei.
-¿Pero…por qué? –su mirada inocente se le antojó necia al preguntar- ¿Has hecho algo malo?
-…No lo entiendes. Si no me voy de Ashper caerá una maldición y…
Empezó a dar vueltas, mientras sentía un nudo en la garganta.
-Caerá una ...maldición y morirás, por eso debo alejarme.
Sí, buscaba aquel destello que siempre aparecía, aquel destello que había sido el motivo de una diversión casi sádica por parte de Lunne desde que eran pequeñas: el destello de miedo que aparecía en los claros ojos azules de Aenei cada vez que ella se escondía entre las sombras y la asustaba, o le contaba a la luz de las velas historias de asesinatos atroces en los suburbios. Ese mismo destello era el que buscaba Lunne, como si fuera el cebo que lentamente sometería a la pobre chica a su voluntad. La pátina del miedo no hacía más que infundirle más seguridad. Así que clavó sus impasibles ojos, cuyo iris se había convertido únicamente en un cerco añil rodeando dos círculos negros como abismos.
-Me lo ha dicho la Dama. Imagínate que un garfio te recorre el esternón de arriba hacia abajo para rodearse en tus vísceras y salir hacia atrás, mientras cada poro de tu piel se inflama. Creerás que serán llamas, pero no será más que la sangre de tus venas ya reventabas pugnando por bañar tu piel convirtiéndose en...papel. Imagínate todo eso y no será ni la mínima parte de lo que te pasara. Por eso debo ir a...purificarme - entonces reconoció que, efectivamente, mentía de pena.
Alguien que no hubiera sido Aenei empezaría a partirse el pecho en la cara de Lunne, pero la pequeña ignorante fue corriendo a por un pequeño puñal mientras Lunne retiraba rápidamente los pliegues de tela para acomodarse dentro de su improvisada jaula. No vio otra forma razonable y mínimamente cómoda que el estar en posición fetal, mirando hacia un lado del bloque. Entre Aenei y ella hicieron dos pequeños agujeros, como pudieron, pasando desapercibidos al taparse con unas cuantas capas de cendal. Esperaba no sentir la necesidad de aire fresco hasta que estuviera en el barco, entonces podría retirar la tela. Luego pensaría en algo.
No pudo evitar sentir una suerte de claustrofobia cuando todo se tornó en negro mientras Aenei, sigilosamente, acomodaba como buenamente podía los repliegues de los bordados encima suyo. En una suerte de alucinación le pareció que descansaba bajo tierra, ante la mirada impasible de las estrellas mientras la tierra la sepultaba entre los gusanos.
Pero al reposar por un momento en una superficie lisa, bajo mantas, aunque fuera en esas estrambóticas condiciones, la sumieron en una suerte de modorra que obligaron a sus ojos a cerrarse. Después de dar las gracias a Aenei mientras le hacía jurar que no se lo diría y nadie, y tras oír, con un vuelco en el estómago, el graznido metálico del candado sellando su fortaleza, se permitió el lujo de soñar.
Odiaba no poder ir más rápido. Sus piernas parecían haberse tornado en plomo.
Sin embargo continuó corriendo, sorteando como podía los obstáculos, irregularidades y basura que parecían ofrecer aquellas calles, antojándosele laberínticas, a las damnificadas plantas de sus pies. Los edificios, incólumes, borrosos, grises, se sucedían a su paso. Un vértigo adormecido empezaba a hacer mella bajo su estómago.
Amanecía. Una fragua ambarina penetraba los últimos vestigios de un añil pálido, la sombra enferma de una noche que parecía dejarse disipar a regañadientes. Sí, amanecía de nuevo, pero la urbe ya no le parecía la misma. Ahora era consciente de que todas sus acciones implicaban algo nuevo: ya no es que estuviera alienada respecto a esa muchedumbre confundiéndose cada día, activados por los resortes de una existencia predeterminada, atados uno por uno a aquello que parecía amodorrarlos poco a poco y a la vez empujarlos a la existencia: el miedo. No, ya no era únicamente aquello, pues aparte de ser extraña se sentía como una suerte de fugitiva. Ashper nunca había sido su hogar.
Se detuvo, resguardándose contra una pared para intentar concentrar su orientación. Al parecer las tabernas tampoco estaban tan alejadas como a su dilatada mente maltrecha le había parecido en un principio. Las fachadas ya le eran completamente conocidas: dispuestos en hilera a las orillas del río inerte que conformaba el empedrado, los pequeños talleres se hacinaban unos contra otros, adornados con toldos, carteles carcomidos por la pátina de la lluvia y a veces una estela de colores de seda ondeando desde sus puestos. Pero el aire estaba recargado. Más allá, se congregaba un grupo mayor de personas y un enjambre de voces se elevaba conforme la luz iluminaba mejor aquel escenario dantesco.
Pudo atisbar mejor los restos de sangre coagulada entre los surcos de las cunetas y los muros mientras a su alrededor, como en un coro estúpido, se inclinaban los ojos como platos, unas veces irradiando terror, otras morbo, de los primeros ashperinos que osaron abrir la puerta una vez protegidos aparentemente por el respaldo del astro rey. Voces confundidas como una gran masa de palabras atropelladas convertía aquel hervidero en todavía más insoportable.
Intentó recalcular pero un temblor nervioso iba propagándose in crescendo conforme más y más gente se asomaba desde los pequeños balcones o ventanales para acompañar la escena de todavía más curiosidad escabrosa o un temor que empapaba el aire de sudor frío. Sintió algo parecido a dos guijarros en la nuca y por el rabillo del ojo observó a un joven con la mirada adusta dirigida hacia …ella. Intentó calmarse para no dejarse vencer en un arranque paranoico, pero el hecho de sospechar que alguien podría estarla observando teniendo en cuenta la presión que sentía ya de por sí, no ayudaba demasiado.
¿Y cómo esperas que no te miren? Veamos, aparte de que seguramente te habrá confundido con otro tipo de señorita por el tipo de atuendo que llevas puesto, no es muy normal ver a alguien agazapado tan “disimuladamente” contra una pared.
Cogió una bocanada de aire, y sin pensárselo dos veces se encaminó hacia el camino habitual de la venta donde solía comer, dormir y delirar. Tuvo que hacer de tripas corazón, y, con el pecho contraído, cruzar el trecho que separaba la calle ornamentada por restos demoníacos de un pequeño establecimiento destartalado, de madera, con dos pisos apenas construidos entre una esquina llena de malas hierbas, como si fuera el único rincón donde la naturaleza no se viera sofocada por el gris de las urbe. No pudo evitar que se le erizara el vello de la nuca, bien escondido por la cortina enmarañada de sus rizos, mientras retumbaban por sus oídos palabras como “chillidos”, “rugidos”, “atroz”, “pleguemos a la Dama”, “espíritu”, “era el toldo nuevo”…etcétera.
Llegó hasta su punto de refugio, o eso le parecía, embistiendo la puerta quizá con más fuerza de la debida, a juzgar de la expresión fastidiada de la mujerona que le abrió el paso refunfuñando entre dientes. La entrada de la luz solar irritó sus grandes ojos sin expresión, inundados de somnolencia y legañas. A la buena de Mariê le importaba tres rábanos si había o no pasado por allí un demonio ,con tal de que la dejaran roncar a su gusto.
-¿Estas son horas, Lunn…? – un bostezo descomunal le cruzó la cara – no pienso volver a abrirte la puerta otra ve…ez. Te has vuelto a dejar las llaves en el taller…¿verdad? –antes de que pudiera responder, dio un manotazo al aire- Te he guardado un poco de remolacha forrajera y…
-Gracias, gracias – la ventera se estremeció cuando notó el tacto de la mano de Lunne antes de que la misma desapareciera escaleras arriba.
Se apoyó en el marco de la puerta de su habitación, y se sorprendió encontrando algo parecido a cariño por aquel pequeño espacio que había llegado su propio refugio. Algo únicamente suyo, una parcela donde poblar sus divagaciones. Pero no tenía tiempo de sentimentalismos.
Comprobó con satisfacción que su mochila seguía intacta, con la flauta de madera descansando en un costado. Pasó levemente sus dedos reprimiendo una sonrisa, y se ajustó las cuerdas de la desgastada bolsa de tela a la espalda, aunque pensándoselo mejor, y haciendo gala de su desconfianza, se ajustó la misma en el abdomen. Contaba con aquellos pícaros que bien podrían hacerle una leve sangría al zurrón para extraer el par de piezas de acero de su interior –se volvió a increpar, recordando eso, el hecho de haber perdido la navaja.
Quiso dar un paso hacia delante pero se dejó caer, abatida, en la cama. Estaba cercada por todos lados. ¿Por qué seguía siendo tan estúpida y no decía tranquilamente, incluso con orgullo, que había librado a la ciudad de un demonio? En el fondo parecía que no era esa la verdadera cuestión. Sentía que debía ocultar algo, que había hecho algo malo, que había algo en su naturaleza que incitaba que la rechazara todo género humano. O quizá simplemente era una excusa, el detonante, para tener el coraje de salir de allí.
Algo le iluminó la cara como un relámpago. ¡Lo recordaba, aquel día partía mercancía de telas de Ashper! Si pudiera llegar al puerto y quizá escalando el…
Parecía demasiado imposible. No podría sortear los controles y no alcanzaría ni la octava parte del navío. Se volvió a sentir pusilánime, estúpida, arrinconada.
¿Y por qué ir por mar? Quizá en las praderas, un tiempo…
Sin embargo, movida por un resorte y por otro intervalo de lucidez recordó lo mismo.
¡Maldita sea, centrémonos! Hoy salía mercancía, lo cual quiere decir que en el taller estarán preparando la misma…
De repente se le figuraron aquellas cajas enormes atestadas de telas de colores, como un pequeño mar cromado. Recordaba esconderse de pequeña en aquella enorme gruta, jugando con su madre. Cabía dentro incluso con las piernas estiradas. Recordaba la mala cara de su madre cuando le decía que estaba en un ataúd…¿Serviría entonces? ¿No levantaría sospechas tanto peso?
Mientras sopesaba todo esto un portazo se hizo notar en la quietud hogareña de la venta. Se levantó con cautela y se asomó desde la puerta hasta la escasa visión que daba desde más abajo de la escalera. Y se le heló el pulso.
-¡Traigan a esa pequeña puta, a esa maldita bruja aquí abajo! – una voz irritada de anciano taladraba sus oídos, ya no por sus improperios, que a primera vista no podrían ir dirigidos a ella; sino por lo que agitaba en su rolliza mano como prueba incuestionable: una alpargata granada, medio rota, llena de sangre. Su condenada alpargata. Reconoció el mismo tono voz que escasos minutos antes clamaba por el “toldo nuevo”.
- Yo siempre lo supe, siempre lo supe – la voz que menos querría escuchar en esos momentos se hizo oír en la cacofonía que siempre la acompañaba: Jërda. Lunne apretó la mandíbula hasta hacerse daño. Notó de nuevo sus manos contraídas, pero eso ya no le supuso ninguna sorpresa. Parecía haber hecho las paces con su cuerpo. Y este le pedía huir. Se encaminó, sin distinguir bien la contestación de Mariê, hacia la habitación contigua, desocupada. Se apresuró a abrir las pequeñas portezuelas de madera que resguardaban la ventana del exterior, y mientras sentía unos pasos pesados ascender por las escaleras, se asomó rápidamente al exterior, tomando impulso con las piernas y con los brazos.
Mientras la figura perezosa de Mariê se iba recortando contra el vano de la puerta, la habitación ya estaba vacía.
.
Se agarró como pudo a un saliente de la parte trasera de la venta mientras reprimía un grito mordiéndose ferozmente la lengua. Llegó a creer en los milagros cuando sus entumecidas e irreconocibles manos se asieron del alféizar de una ventana abierta. Se mantuvo allí, colgada patéticamente mientras un pitido mayor laceraba sus oídos. Miró hacia abajo. En realidad calculó que apenas serían treinta pies de caída una vez se dejara desde allí. Solamente tenía que soltarse. Soltarse. Se le aceleró el pulso. Tenía que hacerlo. Alguien miraría hacia allí o la empezarían a esperar fuera.
…
Soltó los dedos de golpe, llevándose los antebrazos instintivamente por detrás de la nuca.
Y volvió a ver las estrellas, mientras notaba un crujido atroz en la muñeca derecha. Se intentó incorporar a duras penas. Notaba un sabor a sangre entre los dientes. Se había mordido demasiado la lengua del puro pánico reprimido.
Vamos, vamos, el taller solo está a dos pasos…
Cojeando, mientras reprimía los alaridos de dolor, de cansancio y el creciente escozor que hacía mella cada mordisco que parecía propinarle la luz del sol, y en un acto casi se suicida, llegó a su vez a la parte trasera del taller. Bendijo la existencia de la puerta de utensilios, situada en el lado opuesto de la entrada principal. Podría haberse metido en otro apuro si no fuera porque la cerradura tanto del trastero como de la sala de hiladoras fuera esencialmente el mismo: así que no tuvo más que rebuscar en el zurrón atado a la cintura para abrirlo a duras penas, echando un vistazo hacia atrás. Todavía no pasaba un alma. Tuvo que contener un grito de júbilo.
Entró a la súbita oscuridad reinante, y una atmósfera fresca y umbría le hizo soltar un suspiro de alivio. Cerró rápidamente la puerta a su paso mientras sus pupilas se acostumbraban, casi con gusto, a la ausencia de aquella luz engorrosa. Y esta vez, pese a todo, no pudo reprimir una sonrisa cuando, en efecto, se le aparecieron el par de barriles, casi de su altura. Todavía no los habían candado, y pudo abrir el que le pareció más conveniente –uno de forma rectangular, como un verdadero ataúd. Además, podría caber perfectamente sin retirar trozos de tela: por lo general, pocas cajas de mercancía salían rebosantes de ese mismo taller. Sin embargo, pese a todos estos golpes de suerte, de nuevo aparecían trabas.
¿Cómo se supone que voy a estarme medio día o un día o no sé cuántos dentro de telas a presión? ¿Acaso quieres morir asfixiada, estúpida?¿Qué haré cuando llegué al destino? ¿Qué…
Una puerta se abrió y Lunne se echó hacia atrás. La puerta de las hiladoras. Una hilandera la habría oído o quizá…
-¡Lunne! – Aenei corrió hacia ella mientras Lunne se echaba hacia atrás, entre contrariada y sorprendida.
-Tú, qué haces…
-¡Eso te tendría que preguntar yo! – Aenei parecía desconcertada y divertida, despreocupada. Parecía no haberse enterado de nada todavía. - ¿Dónde se supone que fuiste? Te he estado buscando toda la tarde, Clàure decía hasta que tú…
-Escucha – Lunne la cortó en seco. Era su única oportunidad, y por más que le doliera s u ego pronunciar esas tres palabras, dependía de su supervivencia. Así que le musitó, casi a regañadientes: - Tienes que ayudarme.
-¿Ayudarte…? –el frío de las manos de Lunne, curvadas en una posición extraña, comenzaban cuanto menos a intimidar a la muchacha. Pese a todo, dijo- Sí, pero…¿cómo?
Lunne señaló la caja rectangular.
-¿Está terminado, lleno?
-Sí, no nos dio ma…
- Vale, escucha. Me voy a meter aquí y vas a cubrirme con las telas, luego lo candarás. Para que no me asfixie, me harás al menos dos agujeros en la parte donde estará mi cabeza.
La expresión de Aenei era el desconcierto personificado. Empezó a fruncir el ceño, ante la impaciencia de Lunne.
-Pero…
-Por favor. Por favor, Aenei.
-¿Pero…por qué? –su mirada inocente se le antojó necia al preguntar- ¿Has hecho algo malo?
-…No lo entiendes. Si no me voy de Ashper caerá una maldición y…
Empezó a dar vueltas, mientras sentía un nudo en la garganta.
-Caerá una ...maldición y morirás, por eso debo alejarme.
Sí, buscaba aquel destello que siempre aparecía, aquel destello que había sido el motivo de una diversión casi sádica por parte de Lunne desde que eran pequeñas: el destello de miedo que aparecía en los claros ojos azules de Aenei cada vez que ella se escondía entre las sombras y la asustaba, o le contaba a la luz de las velas historias de asesinatos atroces en los suburbios. Ese mismo destello era el que buscaba Lunne, como si fuera el cebo que lentamente sometería a la pobre chica a su voluntad. La pátina del miedo no hacía más que infundirle más seguridad. Así que clavó sus impasibles ojos, cuyo iris se había convertido únicamente en un cerco añil rodeando dos círculos negros como abismos.
-Me lo ha dicho la Dama. Imagínate que un garfio te recorre el esternón de arriba hacia abajo para rodearse en tus vísceras y salir hacia atrás, mientras cada poro de tu piel se inflama. Creerás que serán llamas, pero no será más que la sangre de tus venas ya reventabas pugnando por bañar tu piel convirtiéndose en...papel. Imagínate todo eso y no será ni la mínima parte de lo que te pasara. Por eso debo ir a...purificarme - entonces reconoció que, efectivamente, mentía de pena.
Alguien que no hubiera sido Aenei empezaría a partirse el pecho en la cara de Lunne, pero la pequeña ignorante fue corriendo a por un pequeño puñal mientras Lunne retiraba rápidamente los pliegues de tela para acomodarse dentro de su improvisada jaula. No vio otra forma razonable y mínimamente cómoda que el estar en posición fetal, mirando hacia un lado del bloque. Entre Aenei y ella hicieron dos pequeños agujeros, como pudieron, pasando desapercibidos al taparse con unas cuantas capas de cendal. Esperaba no sentir la necesidad de aire fresco hasta que estuviera en el barco, entonces podría retirar la tela. Luego pensaría en algo.
No pudo evitar sentir una suerte de claustrofobia cuando todo se tornó en negro mientras Aenei, sigilosamente, acomodaba como buenamente podía los repliegues de los bordados encima suyo. En una suerte de alucinación le pareció que descansaba bajo tierra, ante la mirada impasible de las estrellas mientras la tierra la sepultaba entre los gusanos.
Pero al reposar por un momento en una superficie lisa, bajo mantas, aunque fuera en esas estrambóticas condiciones, la sumieron en una suerte de modorra que obligaron a sus ojos a cerrarse. Después de dar las gracias a Aenei mientras le hacía jurar que no se lo diría y nadie, y tras oír, con un vuelco en el estómago, el graznido metálico del candado sellando su fortaleza, se permitió el lujo de soñar.
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