Nueva Etapa

Delin se sorprendió de lo escaso del desayuno de la selkie, no es que supiera mucho de embarazadas y su alimento, pero normalmente, por lo que había podido escuchar, se comía más abundantemente. Pero no dijo nada, no quería molestarla y tenía cierta prisa.

- Te llevo hasta allí.

A pesar de que era necesario que diera la cara y le pasaran los informes diarios, a pesar de que era mejor que no les vieran juntos demasiado tiempo, a pesar de que quería alejarse de ella y pensar; también deseaba quedarse a su lado.

Abrió la puerta y salió primero al pasillo, no solo por la falta de educación en cuanto a cortesía, también por la costumbre de ver primero si había peligro. Esperó fuera apoyado en la puerta hasta que la muchacha salió y se encaminó hacia la cocina, pero no por el camino más directo.

- Por aquí pasa menos gente, es mejor que conozcas este camino.

- Gracias, capitán -

Sin más comentarios, se levantó y lo siguió. Percibía los sentimientos contradictorios de él, pero de una manera más difusa que en ocasiones anteriores ya que sus propias emociones, exaltadas por el movimiento del bebé en su vientre, estaban esta vez en primer plano.

Prestó mucha atención a la ruta que le indicaba Delin para memorizarla bien. Conocer un camino por el que pasara menos gente le parecía muy conveniente. Estar con mucha gente la agobiaba y las personas que no conocía solían intimidarla. Más que nada porque nunca sabía muy bien que hacer frente a ellas, como comportarse.

Mientras caminaba, pese a la etención que prestaba a la ruta, una parte de su mente comenzó a pensar en la diligencia en que la iba ayudar Mayo. Encontrar ropa. Ella había dicho "ir de compras". Ir de compras con otra mujer era una experiencia absolutamente nueva para a ella. Más aún tratándose de comprar ropa. Ir de compras... comprar...

Repitió mentalmente las palabras un par de veces... y entonces cayó en la cuenta. Para comprar se necesita dinero y ella no lo tenía. Se detuvo en seco e instintivamente tocó a Delin en el brazo.

- Capitán, ella... dijo que ibamos a ir de compras... pero... yo no puedo... no tengo dinero... tendré que disculparme con ella...

Su voz denotaba la pena que le provocaba ocasionar tantas molestias.

Mayo sabía que Elyon tenía razón, por mucho que le pesara. A ojos de los que tenían el poder en sus manos en aquel lugar, el joven elfo no era más que un esclavo, sin libertad y sin derechos.

-Ya sé lo que haré –dijo-. Cuando llegue el momento, busca en mi refugio del valle.

Aquel era el lugar más seguro que conocía en todo el reino. Inaccesible para muchos, desconocido por la mayoría, tenía rincones donde guardar las cosas para que no estuvieran a la vista y era también un buen lugar para guarecerse tanto de las inclemencias del tiempo como de la crueldad de las circunstancias. Si para cuando Elyon pudiese volver a disfrutar de su libertad ella ya no… no estaba disponible, él podría utilizar el refugio y encontrar en él sus ahorros.

Su refugio… ahora que se paraba a pensarlo, nunca se había planteado donde vivía Mayo, nunca había preguntado y se había acostumbrado a ahogar la curiosidad que sentía por tantas cosas que no era algo extraña ya para él, el hecho de ni siquiera preguntar algunas obviedades que no estaba fuera de contexto.

- ¿Vives en el valle? Era un bonito lugar, me pregunto cómo estará ahora… - se quedó pensando un rato en aquel mágico lugar, había paseado por allí infinidad de veces cuando tenía un rato libre de sus obligaciones, también era un lugar donde a su madre… suspiró… mejor no pensar en aquella época – no recuerdo haber visto ningún refugio por allí, supongo que será nuevo, ya me indicarás donde se encuentra por si algún día puedo hacerte una visita

No se le ocurrió la posibilidad de que alguna vez su amiga no estaría, ni se planteó la posibilidad de que tuviera que ir a buscar el dinero, esperaría a pedírselo a ella.

Delin se quedó mirándola en silencio durante un rato, no se había planteado la posibilidad de que ella no tuviera unas monedas para comprarse algo, ni siquiera había sopesado la posibilidad de que necesitara dinero para comprarse ropa, obviamente para comprar se necesitaba dinero, pero no había pensado en ello cuando Mayo la invitó a ir de compras.

Metió la mano en sus bolsillos y sacó una pequeña bolsa con varias monedas. Viviendo en la posada como capitán de Zergould no gastaba casi y ahorraba casi todo lo que tenía. Le puso la bolsa en la mano a Muireall cerrándola sobre ella, sin pensar que ella podía rechazarlo, hasta que, inmediatamente después de hacerlo, recordó que ella ni siquiera había querido que la pagaran la habitación.

- Solo es un préstamo.

Esperaba que con aquello se diera por satisfecha y utilizara las monedas en comprar lo necesario. También esperaba que olvidara el préstamo pero no lo creía probable. Sin esperar una respuesta soltó la mano de la selkie y volvió a ponerse en marcha.

La silenciosa mirada de Delin consiguió ponerla nerviosa. Su condición de forastera en ese mundo se le mostraba de nuevo con toda su fuerza. Dinero. Sabía que los humanos lo utilizaban, por supuesto. Pero ella no acostumbraba, no sabía, usarlo y nunca pensaba en él.

En el mar no precisas dinero; él te da todo lo que necesitas si sabes como procurártelo. Y luego en tierra firme... Angus jamás había permitido que sus manos tocaran un céntimo, siempre temeroso de un escape aunque la posesión de su piel de foca lo convertía en su eterno captor.

Tampoco había usado dinero en el viaje; el trueque había sido su manera de procurarse transporte y alimento. Su trabajo había sido su moneda de cambio: había cuidado niños y animales, limpiado casas... Ya en el reino, había vagado de un lado a otro, luego de escapar de la clínica del huerto, pescando su alimento las pocas veces que había sentido deseos de comer.

Perdida en sus pensamientos, casi no se dio cuenta cuando Delin le puso algo en la mano. Lo miró con sorpresa cuando él declaró que era un préstamo, pero no alcanzó a decir nada cuando el capitán, fiel a su estilo, se alejó sin despedirse siquiera.

Monedas. Eso era lo que contenía el saquito que ahora encerraba su mano. Ignoraba por completo el valor de las mismas, pero se lo preguntaría a Mayo o a Elyon. Compraría lo que necesitaba para ella y su bebé, en primer lugar el bebé, pero le devolvería todo, aunque tardara.

Abrió la puerta de la cocina lentamente, con algo de indecisión. Le apenaba la idea de molestar, de ser inoportuna; quizás se había apresurado mucho y la alada y el elfo aún desayunaban. Al menos, aún estaban sentados a la mesa.

Se quedó de pie en la entrada, vacilante, sin saber qué hacer o qué decir.

-El valle todavía era bonito cuando yo llegué. Ahora… está diferente.

Si Elyon había conocido el valle en todo su esplendor y no había presenciado cómo se había ido degradando, a Mayo no le apetecía estropear la imagen guardada en su memoria con detalles que no iban a aportarle nada. Diría lo justo y gracias.

-Quedan algunos rincones agradables. Me hice una casa en uno de ellos. Te haré un mapa para que puedas llegar.

Desde luego, el valle se resistía a entregarse íntegramente a los poderes oscuros que lo estaban aniquilando. Pero por cuánto tiempo más no podía saberse. Por cada matorral que rebrotaba morían tres. Ya casi no quedaban bestias –las supervivientes se habían marchado en busca de mejores pastos, y el espacio estaba siendo lentamente repoblado por monstruos de toda clase, agresivos y letales. Y el agua… nadie sabía a dónde estaba yendo a parar, pero cada vez fluía menos de los pocos manantiales que quedaban activos.

-De hecho, podría hacerte un esquema ahora. Así podemos asegurarnos de que sabes a qué lugar me refiero. Aunque si conoces esa parte del valle seguro que no te cuesta encontrarlo sabiendo lo que buscas.

Con papel y lápiz empezó a dibujar un crudo diagrama de la zona, incluyendo en los márgenes el lago helado con la posada y la ciudad como referencias. Estaba tratando de explicar dónde exactamente se encontraba la casa-cueva del árbol cuando la puerta se abrió. El inicial respingo se calmó de inmediato cuando Mayo vio que no se trataba de un soldado palurdo e impaciente, sino de la dulce Muireall.

-¡Hola! –saludó animadamente-. ¿Ya habéis terminado? ¿Adónde se ha marchado ese tipo? Siempre igual… Siéntate con nosotros, acabaremos en seguida.

(FDI: Delin ya no va a participar en este tema ^^)

Elyon suspiró, eso de “diferente” no sonaba a que estuviera precisamente distinto, pero igual de bello que lo recordaba, era más bien como el resto del reino, iba perdiendo su magia y su color poco a poco. Estaba dejando de ser el reino que recordaba para pasar a ser un reino totalmente desconocido y gris.

Observaba con atención el mapa de Mayo, realmente no se le daba mal dar indicaciones y, partiendo de la base de que conocía la zona, le fue bastante fácil ubicar el refugio de la alada. Lo que más le sorprendió de sus explicaciones fue que el refugio fuera… en alto. Si te parabas a pensarlo tenía su lógico por supuesto, pero jamás se hubiera imaginado que un refugio así fuera más seguro y menos vistoso.

No tuvo tiempo de preguntar nada, aunque hubiera preguntado a Mayo por unas escaleras ocultas o mecanismo para poder subir al refugio, Muireall apareció por la puerta. Sonriendo le ofreció una banqueta.

- ¡Que rapidez! Espero que el capitán no haya sido descortés y te haya permitido desayunar bien, tienes que cuidarte mucho. Siéntate por aquí, enseguida te dejaré a Mayo para ti solita.

Sonrió, mientras terminaba de desayunar, si no se daba prisa no tendría tiempo para terminar, pues los soldados del cambio de turno no tardarían en llegar, cansados malhumorados e impacientes por un desayuno, unos cuantos gritos y patadas, e improperios por la lentitud del servicio ya que querían irse a la cama.

La sonrisa con que correspondió a los saludos de Mayo y Elyon vaciló y terminó por desaparecer al escuchar sus comentarios respecto a Delin. Con razón o sin ella, le parecieron algo descalificatorios y, sin saber por qué, eso la incomodó. Más exactamente, le dolió.

- El capitán ha sido muy bondadoso conmigo, pero tenía que regresar a su trabajo- explicó mientras se sentaba en la banqueta que le ofrecía el elfo - Gracias, Elyon; no os preocupéis, he desayunado bien. Lamento haber llegado tan pronto, no os apresuréis por mi.

Aguardó en silencio a que terminaran, dando vuelta a los pensamientos en su cabeza y a la bolsita con monedas en su mano. Pese al malestar que sus comentarios le habían provocado, no estaba enfadada con sus anfitriones, ni siquiera estaba molesta.

Seguramente ellos juzgaban al capitán por su coraza exterior y por la rudeza de sus modales. No eran malas personas, sólo se comportaban como la mayor parte de la gente lo hacía. No era su culpa no poder ver más allá de lo aparente.

Mayo observó a Muireall sin decir nada. A su parecer, Delin había encontrado a alguien con su mismo sentido del humor, o sea nulo. Terminó de darle sus explicaciones a Elyon y luego se encaró de nuevo con la muchacha con una sonrisa de simpatía.

-No sé por qué pero me parece que crees que nuestra opinión del capitán es bastante pobre –comenzó-. Yo particularmente prefiero tomarme las cosas a broma porque si no, en este ambiente en el que estamos viviendo, me ahogaría. Cada uno lo lleva como puede. Y además no es buena idea pregonar las bondades de nadie por aquí, especialmente las de la persona que nos ocupa. Pero los dos –hizo un suave movimiento con la cabeza en dirección al elfo- sabemos perfectamente que las apariencias pueden ocultar una verdad muy diferente, y ambos hemos sido beneficiarios de lo que hay debajo de ese caparazón tan duro.

Su mirada se deslizó hasta Elyon y luego se perdió unos momentos en un mundo interior lleno de recuerdos amargos. Cuando hablo, lo hizo muy seria.

-Cada uno lo lleva como puede –repitió, despacio-. Puede que esa sea su mejor defensa tal como están las cosas. No la rompas.

Elyon se quedó un poco sorprendido por la reacción de Muireall, es como si le hubiera sentado mal una pequeña broma y no lograba entenderlo. Para él, esos momentos eran los mejores, cuando aun se podía permitir sonreír, cuando podía compartir risas con un amigo… y vaya si escaseaban esos momentos y, sobre todo, los amigos. Sin embargo él, había tenido suerte, había encontrado a Delin a Mayo y, ahora, a la muchacha… o eso esperaba.

Se centró en las explicaciones de su amiga, achacando la seriedad de la embarazada a la falta de confianza y su aparente timidez. Cuando, tuvo claro donde se encontraba el refugio, terminó de comerse su desayuno mientras escuchaba las palabras de Mayo totalmente sorprendido. Había mucha razón en ellas, pero él no hubiera sabido expresarlo tan bien. Cuando su mirada se cruzó con la de la alada, el elfo también recordó los momentos vividos desde la invasión a Elithird y un escalofrío recorrió su espina dorsal.

- Procura no contarle a nadie las bondades del capitán, o las tuyas propias

Nada más terminar de pronunciar sus palabras empezaron a escucharse los pasos, nada discretos de los soldados. Solo le quedaban un par te minutos para olvidarse de las risas y las bromas. El par te minutos que tardarían en dar su informe al capitán. Suspirando se puso en pie y empezó a preparar las jarras, bandejas y demás que iba a necesitar.

- Yo debo de dejaros. Será mejor que salgáis por la puerta de atrás cuando os vayáis.

Alguna vez había tenido sentido del humor y era probable que, bajo todas las heridas emocionales que había sufrido, siguiera teniéndolo. Simplemente, no había entendido que hablaban en broma. Cuando no conoces los códigos del lugar en que te encuentras, cuando apenas conoces a la gente que te rodea, es muy díficil distinguir una broma de lo que no lo es.

Permaneció en silencio, escuchándolos perpleja. Delin le había hablado de los peligros del reino, allá en la cascada. Del tirano que gobernaba y de las patrullas que atemorizaban a los ciudadanos. Con todo, no había alcanzado a hacerse ni una pálida idea de lo que realmente sucedía en Cascadas.

No sabía de la magia oscura que agostaba, inexorable, la belleza del reino. Ni de la maldad que lo envolvía como una neblina densa, espesa, provocando que el terror, el odio, la deseperanza y el dolor se volvieran omnipresentes compañeros de sus habitantes. No lo sabía, ni siquiera se lo imaginaba.

Por eso, el sentido de las palabras de Mayo y Elyon se le escapaba. Pero no se le escapaban sus sentimientos: amargura, dolor, miedo. ¿Qué clase de mundo era aquel en que no debías hablar de la bondad de un hombre? Si eso podía perjudicar al capitán, no lo haría... pero no lo entendía.

Suspiró, mortificada, sintiéndose tonta e ignorante y completamente fuera de lugar. Sentía, además, que había ofendido de alguna manera a la alada y al elfo, pero ni siquiera se le ocurría que decir para disculparse.

El sonido de los pasos de los soldados la sacó de su abstracción y su mutismo.

- Yo... permitidme... permíteme ayudarte, Elyon - dijo, poniéndóse de pie.

Vaya, pensó Mayo para sus adentros. Ella también oyó el ruido afuera y le hacía tanta gracia como a Elyon. Había visto cómo lo trataban los soldados mientras trabajaba, y había tenido que hacer un esfuerzo para no salir a “discutir amablemente” acerca de las maneras que debían observar los clientes; tan sólo habría conseguido meterse en un lío muy serio, y ni siquiera era bueno para ella dejarse ver mucho en ninguna parte. Lo mejor en aquellas circunstancias era no destacar.

Miró a Muireall, con su rostro serio, dulce e inocente.

Estuvo a punto de decirle algo, pero cambió de idea y dejó que ayudase al elfo. Al fin y al cabo, iba a trabajar allí, así que esto le serviría para ir conociendo la cocina un poco. Habló a Elyon en voz baja.

-No dejes que salga a servir a esos desgraciados –dijo, aunque le sabía mal cada vez que veía al joven elfo cargando con el muerto de tener que ocuparse de aquellos zafios matagatos-. Si necesitas ayuda para sacar la comida, lo haré yo misma.

Antes de que pudiera darse cuenta Muireall trataba de ayudarlo y Mayo le decía que no se lo permitiera. Por supuesto que no, ya se lo había dicho arriba ÉL serviría las mesas y se encargaría de las tareas que requirieran un trato más directo con el “cliente”. Además, aquel día la muchacha tenía muchas cosas que hacer, para empezar, instalarse, organizarse y comprar ropa, por lo que había oído.

Se acercó a la embarazada y le puso las manos sobre los hombros con suavidad, aunque su mirada era decidida y de esas que no admiten reproches.

- Nonono, ya hablaremos de cómo me puedes ayudar mañana o pasado, ahora tienes que organizar tu cuarto y comprar y… esas cosas. Yo puedo encargarme de esto.

Teniendo la escusa de las compras e instalación no quería ofenderla ni alarmarla con comentarios sobre que ella no podía servir o lo… brutos (por decirlo suavemente) que eran los soldados con el personal. Además, conocía a un par de ellos que no tendrían reparos en meter las manos más allá de donde era políticamente correcto. Sin esperar a que pudiera dar una respuesta ni una réplica, la condujo hasta donde estaba la alada.

- Ahora vas con ella y te organizas – cogió un llavero con un montón de llaves de su cinturón y se lo entregó a Mayo – ¿Podrías enseñarla donde está su habitación? Es esta llave – indicó una de ellas y le dio unas breves indicaciones sobre cuál era la habitación, al fin y al cabo ella se conocía la posada y seguramente no tendría problemas. Se giró hacia la selkie – hoy no tienes que preocuparte nada más que por ti y si necesitas algo, anótalo y esta noche te ayudaré con lo que sea. Disfrutad!

Sonrió a ambas y, de nuevo antes de que pudieran replicar, se giró para coger una bandeja, puso su rostro de nuevo serio y salió a atender las mesas antes de que los malditos soldados se colaran de nuevo en su cocina para insultar su poca agilidad y aprovechar la ocasión para golpearlo.

El amable pero firme rechazo de Elyon a su oferta de ayuda, la descolocó. Cuando él había llevado el desayuno a la habitación de Delin, habían acordado que ella se encargaría de la cocina y de atender a las monturas, pero no había esperado que rechazara su ayuda en otras tareas.

La perplejidad y el desconcierto que le habían causado las recomendaciones de sus interlocutores de no hablar de las bondades del capitán o de las suyas, le habían impedido percibir la tensión que los pasos de los soldados habían causado en ellos. De modo que no se dio cuenta del propósito de protegerla de los soldados que había tras el rechazo del elfo; simplemente pensó que era un exceso de precaución de su parte, debido a que ella estaba encinta.

Tuvo la intención de manifestar una protesta, tenía todo el día para instalarse y comprar y si iba a trabajar allí no quería que la trataran como una inválida sólo por estar embarazada, pero Elyon no le dio tiempo de decir nada. Sus indicaciones eran muy claras y no admitían réplica.

Se quedó mirándolo cuando él salió con la bandeja, con una creciente sensación de frustración e impotencia. Quería ser independiente, valerse por sí misma y no convertirse en una carga para todo el que se cruzara con ella. Con un suspiro, se volvió hacia Mayo.

- Elyon y el capitán han sido muy amables, pero lamento que os hayan hecho cargar conmigo.

Mayo la miró extrañada y luego cambió su expresión por una sonrisita gatuna.

-¿Cargar? Pero si estoy encantada. Últimamente no tengo muchas oportunidades de charlar con otras chicas, ¿sabes? Todo el tiempo se me va en esquivar a esos estúpidos de las armaduras y otras lindezas con que el actual gobernante ha tenido a bien decorar el paisaje. Además –añadió en tono conspiratorio mientras la tomaba de un brazo con suavidad y la llevaba hacia la puerta-, me muero de curiosidad por saber cómo conociste al capitán. Me lo puedes contar de camino a la ciudad. Queda un poco lejos, así que se nos irá buena parte del día sólo en ir, hacer las compras y volver. Elyon tiene razón, lo mejor es que aproveches el día de hoy para instalarte y situarte, yo te ayudaré en lo que haga falta, y así mañana estarás lista y ya sabrás cómo funciona todo.

Tomó la llave que le había señalado Elyon y la levantó a la altura de sus ojos, mirándola casi con expectación. Aquel lugar mágico la fascinaba, y las llaves le recordaban en qué consistía su magia.

-¿Sabes cómo funcionan las habitaciones? Imagina cómo quieres que sea la tuya. Puedes incluir lo que sea –dijo, poniendo énfasis en las últimas palabras. Le puso la llave en la mano.

-Concéntrate en el aspecto de tu habitación ideal justo antes de abrir la puerta… y sonríe.

Desde luego, si algo le faltaba a la muchacha para ser perfectamente encantadora era una sonrisa. Mayo concedía que era difícil, en aquellas circunstancias, encontrar motivos para sonreír. Pero si ella misma lo había conseguido…

Le alivió muchísimo saber que la mujer alada no consideraba una carga acompañarla y ayudarla y que, por el contrario, pareciera disfrutar de la perspectiva de hacerlo. Aunque esto último no lo entendió del todo, ya que ir de compras y cotillear era actividades fuera de su experiencia. Tampoco entendió que Mayo sintiera tanta curiosidad por saber como había conocido al capitán; ella no tenía problemas en contárselo pero, ¿por qué le interesaría tanto?

Tenía mucho que aprender aún acerca de los humanos y tendría sobrado tiempo para hacerlo... todo el resto de su vida, estando como estaba, prisionera en tierra firme...

No, no debía pensar en eso; no ahora. Elyon y Mayo tenían razón; tenía que instalarse, organizarse, situarse... el bien de su bebé estaba en juego. Las frases de Mayo respecto a como funcionaban las habitaciones le ayudó a desviar de su mente los pensamientos amargos.

- ¿Puede ser como yo quiera? - preguntó asombrada, tomando la llave.

Si la alada lo decía, debía ser así. ¿Y qué podía ser más grato para ella que estar en una playa, aunque sólo fuera una ilusión? Una playa de suave arena, con grandes olas golpeando las rocas y salpicando de espuma todo alrededor. En su forma de foca no hubiese necesitado nada más. Pero su forma humana tenía otras necesidades, así que imaginó también un sencillo lecho y un pequeño baúl donde guardar sus cosas y las de su bebé.

¿Resultaría? Con una sonrisa de expectación marcando hoyuelos en sus mejillas, metió la llave en la cerradura y la hizo girar.

Mayo miró dentro de la habitación con asombro. A ella nunca se le habría ocurrido algo así.

-¡Es una idea fantástica! ¡Me encanta! –dijo entusiasmada. Una playa dentro del dormitorio era algo surrealista, pero se acercaba mucho a la idea de Mayo de un paraíso.

-A mí también me gusta el mar. Me gustaba mucho nadar, aunque ahora, con esas dos ahí –señaló brevemente en dirección a su espalda- no es lo mismo. Cuesta mucho más, y ya no puedo bucear. Bueno, entrar en picado en el agua es divertido, pero tengo que salir en seguida.

Observó a su alrededor. Al parecer la muchacha había puesto toda su concentración en el paisaje y había olvidado los detalles prácticos. Vio una cama y un baúl, pero el conjunto era definitivamente mucho más austero que su propio refugio había sido en sus inicios. Bueno, siempre podría ir haciendo modificaciones. Pero si empezaba a darle ideas, serían sus ideas, no las de la joven. Decidió callar y darle espacio y tiempo y se preguntó en silencio si la mágica arena se mantendría a raya o si se metería por todas partes como la habitual.

Sus ojos se abrieron de par en par ante el espectáculo. ¡Había resultado! Su estancia en esa habitación sería mucho más llevadera; la ilusión era perfecta.

Le alegró saber que a Mayo también le gustaba el mar, pero su comentario de que ahora le costaba más nadar y no podía bucear debido a sus alas, despertó su curiosidad. ¿Acaso no había nacido así? Con todo, su timidez le impidió hacer preguntas; la conocía demasiado poco para tener ese tipo de confianza.

Elyon y Mayo le habían hablado de instalarse, pero lo cierto era que, ya decidido el aspecto de su habitación, no tenía nada más que instalar. Titubeando miró a la alada.

- Yo... creo que ya estoy instalada... no tengo equipaje... Si queréis... podemos irnos ya...

La situación la cohibía; no quería que Mayo empleara más tiempo del necesario en ayudarla, pero tampoco quería parecer que le estaba metiendo prisa. La miraba esperando una respuesta cuando recordó algo.

- El capitán me ha prestado estas monedas para hacer mis compras - dijo, tendiéndole el saquito - pero desconozco su valor; tendréis que ayudarme también en eso.

Concluyó la última frase con las mejillas rojas por el bochorno que su ignorancia le causaba.

Mayo tomó el saquito y ojeó su contenido.

-El capitán es un hombre generoso –dijo, y le devolvió la bolsa a la muchacha con una sonrisa-. No te preocupes por lo del cambio, eso lo arreglaremos hoy. Te mostraré lo que cuestan las cosas de primera necesidad y otras cosas, para que te hagas una idea general. A mí me pasó igual, tuve que aprenderlo prácticamente todo porque en el lugar de donde vengo todo es muy diferente. ¿De dónde vienes tú?

La miró y se dio cuenta de que estaba encendida de puro rubor. Ladeó la cabeza ligeramente antes de continuar.

-Vamos pues, pongámonos en marcha. Debes de estar acalorada con tanto trajín y seguro que un poco de aire fresco te sienta bien. Y por el camino charlaremos.

Abrió la puerta y le hizo a Muireall una grácil seña con un brazo para que pasara primero.

-¡El mercado nos espera!

Recibió el saquito de vuelta, correspondiendo a la sonrisa de Mayo con timidez. Saber que ella también había tenido que aprenderlo todo en ese mundo, la tranquilizaba y aliviaba su vergüenza. También le inspiró cierta curiosidad que se esfumó ante la pregunta de alada; la cohibía hablar de si misma.

- Yo… vengo de la isla Fererne…

Esa isla, donde había conocido a Malcolm, era también, su tierra natal. Aunque su mundo era el profundo mar, había nacido en tierra firme; las selkies, en su forma original, daban a luz sus crías en pequeñas playas protegidas por roqueríos. Y a esas playas volvían, de cuando en cuando, a descansar y tomar el sol adoptando forma humana.

Se perdía ya en la evocación, cuando Mayo la salvó del ensimismamiento y de los inoportunos recuerdos. Suspiró, sacudiendo la cabeza y atravesó el umbral con paso leve, atendiendo a la señal de su cicerone.

- ¿El Mercado queda muy lejos?

El nombre de la patria de Muireall no le dijo nada a Mayo. Quizás más adelante podría localizar la isla en algún mapa y aprender algo sobre ella. Puede que durante el camino la muchacha quisiera contarle cosas de aquel lugar – a la gente le suele agradar hablar de su hogar, especialmente si tienen ocasión de exaltarlo ante alguien que lo desconoce por completo. Ella misma disfrutaba describiendo retazos de su vida anterior a Andrzej, aunque por la cara que ponía él al escucharla no estaba muy segura de si lo que despertaba en él con sus historias era sorpresa, asombro o rechazo.

La pregunta de Muireall le hizo concentrarse en el viaje. La caminata era larga y posiblemente demasiado agotadora para la joven. Si para cuando llegasen a las puertas de la ciudad Muireall estaba ya cansada, poco iban a poder hacer durante el resto del día. Ella normalmente hacía el trayecto volando, pero no se atrevía a transportar a una persona durante tanto rato. ¿Qué medio de transporte podrían utilizar? Era demasiado tarde para pedirle un viaje a alguno de los carreteros que surtían la posada, ya se habían marchado todos. No conocía a nadie que les pudiera prestar una montura ni otro tipo de transporte. Tendrían que hacer carro-stop durante el camino, y lo malo era que no sabía cuánto tardarían en encontrar a alguien que las llevase. Qué fastidio.

Con una mueca de decepción se quedó mirando al horizonte, en dirección a las cercanas montañas que separaban el lago del valle.

En las montañas estaba la solución más rápida.

-Ya lo tengo –dijo-. ¡Muireall! Te llevaré hasta la otra orilla del lago y te dejaré en un sitio seguro mientras busco a… a nuestro chófer particular. ¿Qué te parece? Sólo serán unos minutos.

El aspecto pensativo de la alada ante su pregunta la sorprendió; no había imaginado que fuera tan difícil contestarla. También la sorprendió percibir preocupación, decepción y hasta cierta molestia en ella.

¿Qué pasaba? ¿Por qué una pregunta sencilla y lógica la hacía reaccionar así? ¿Sería un viaje muy largo? ¿O muy peligroso? Tal vez había recordado que tenía otras cosas qué hacer o, simplemente, se había arrepentido de aceptar acompañarla. La idea la puso nerviosa; no le gustaba que alguien estuviera forzado a hacer cosas por ella. Nunca había deseado ser una carga o una imposición para nadie, pero en los últimos dos días lo estaba siendo para todos lo que se encontraban con ella.

Quizás Mayo era demasiado amable como para decirle que había cambiado de idea o, tal vez, no quería defraudar al capitán; ellos eran amigos y él se lo había pedido como favor. Fuera como fuera, sería mejor cancelar el viaje. Después de todo, no necesitaba nada en forma urgente. Su vestido aún servía y a nadie parecía importarle que estuviera viejo y gastado y el bebé tardaría aún meses en nacer, tendría tiempo suficiente para comprar lo que hiciera falta. Incluso quizás ya hubiera ganado su propio dinero y no necesitaría el préstamo de Delin.

Iba a decirle a su acompañante lo que había pensado cuando ésta se le adelantó y le hizo una propuesta. Tan convencida estaba ya de suspender la salida, que al comienzo no entendió del todo lo que le estaba diciendo. ¿Dejarla en un lugar seguro en el otro lado? ¿Buscar un chofer?

- Cla-claro – balbuceó algo aturdida - Pero, ¿me llevareis volando? ¿No pesaré demasiado?

-Oh, no, qué va. No para un trayecto tan corto, al menos. Pero la verdad es que la ciudad no cae tan cerca como todo eso y la caminata nos llevaría demasiado tiempo, y no me atrevo a llevar a alguien volando en un viaje así. Por eso voy a traer un transporte adecuado que nos dejará cerca del mercado en un periquete. No te preocupes, no tardaré nada y además te dejaré en un lugar seguro.

Dicho y hecho, Mayo tomó en brazos a la muchacha y despegó, planeando pocos metros por encima de las aguas del lago. Se llegó hasta un rincón poco frecuentado y que no podía ser observado por los guardias desde su posición en la posada; depositó su carga cuidadosamente sobre una enorme rama, no muy alta pero lo suficiente como para mantener a Muireall oculta ante posibles peligros, y se marchó en dirección a las montañas.

Diez minutos escasos más tarde, regresó. Y tras de ella, algo inmenso y alado, de tonos dorados, parecía perseguirla. Si fue así como lo percibió Muireall al verlos llegar, pronto pudo deshacer sus temores cuando la enorme bestia alada aterrizó en el suelo bajo el árbol donde se encontraba ella y Mayo se posó, sana y salva, en la rama más cercana.

-Siento haber tardado –dijo, disponiéndose a ayudar a Muireall a regresar a tierra firme-. Nuestro transporte es un poco terco a veces. Te presento a Rik.

Desde abajo, la bestia alada y peluda dejó de estirar el cuerpo para dedicar una reverencia a las jóvenes.

-Es un placer, señorita –dijo con voz suave y educada. Su pico parecía sonreír, a pesar de su rigidez.

No entendió mucho las explicaciones que le dio Mayo, pero se dejó llevar con confianza, su aura irradiaba seguridad. El breve viaje, el cuarto vuelo que realizaba en su vida, transcurrió sin incidentes y le resultó realmente grato.

La rama sobre la que la depositó la alada era grande y sólida y le pareció no sólo segura, sino también confortable. Se acomodó cuidadosamente entre el follaje, no olvidaba las advertencias sobre las patrullas que le había hecho Delin, y esperó tranquila el regreso de su acompañante, alternando sus pensamientos entre la curiosidad por el medio de transporte que iba a traer Mayo y las reflexiones sobre el brusco cambio que había experimentado su vida en las últimas cuarenta y ocho horas. Era el segundo repentino y gran cambio que el curso de su vida había sufrido. El primero la había llevado a conocer las simas del dolor, físico, mental y emocional. El segundo, le brindaba una luz de esperanza.

Meditaba sobre eso cuando la alada regresó… perseguida por un enorme animal dorado, tan alado como ella. El sobresalto inicial que sintiera fue fugaz. No leía miedo en el aura de Mayo, no se encontraba en peligro. Y la criatura, pese a su aspecto, no le pareció amenazante. Decidió esperar el curso de los acontecimientos, alerta a usar su capacidad de empatía con el inmenso ser si, a fin de cuentas, percibía que sí era una amenaza.

Sin embargo, no fue preciso utilizarla. En sólo unos instantes, Mayo posada en una rama cerca suyo, le presentaba a la criatura, quien ya había tomado tierra.

- E- el placer es mío, señor Rik – balbuceó sorprendida de oírle hablar, haciendo una cortés venia con la cabeza. Intentar una reverencia estando sobre la rama no le pareció adecuado.