Nueva Etapa

Se habían detenido a la mitad del camino a la tienda de ropa, absortas en su conversación. Nadie más había ingresado al patio y los encargados de las tiendas seguían ocupados en sus cosas, aparentemente sin prestarles atención, aunque la mujer que estaba a la puerta de la tienda de ropas echó una ojeada fugaz hacia ellas, como preguntándose porque tardaban tanto en llegar.

Muireall guardó silencio mientras Mayo revisaba sus recuerdos, algo arrepentida de haber provocado el tema ¿Para qué remover recuerdos tan dolorosos, tan vivos todavía, cuándo hubiese bastado con decir que vivía en una isla? Sin duda, se hubiese ahorrado el momento amargo que vendría, pero no acostumbraba mentir y no tenía ninguna razón válida para hacerlo ahora.

- Mi forma original es la de una foca – asintió, sorprendida de que la alada tuviera algún conocimiento sobre su raza..

Tras su aseveración, Mayo permaneció un momento callada, asimilando la información que había recibido. Muireall se preparó para la siguiente pregunta, la que no tardó en llegar.

- Porque… porque estoy obligada a hacerlo, mi piel fue robada y quemada.

Tras la vacilación inicial siguió hablando con rapidez, para no darle tiempo a su voz de quebrarse.

Mayo estaba boquiabierta. Entonces, aquellos seres también existían en este mundo tan extraño y variopinto. Apenas podía creérselo, pero si dudaba de lo que tenía delante, por muy imposible que le pareciese, no tenía más que mirar por encima de su hombro.

Le estaba costando una barbaridad imaginarse a una foca quitarse la piel y emerger de ella como una dama. Como mucho, su mente construía imágenes demasiado parecidas a la sirenita de Disney. Luego se acordó de cierto videoclip de Robbie Williams y fue peor. Pero lo que realmente le impactó con fuerza fue lo siguiente. Su piel... robada y quemada. Sin su piel, entonces, no podía volver a ser foca. Mayo no conocía el alcance de las consecuencias, pero eso sí que lo entendía. Se tapó la boca con una mano, horrorizada.

Necesitaba tiempo para asimilar todo aquello. Tenía muchas preguntas, pero todo era tan extravagante que prefería dejar que primero se asentasen en su cabeza todas aquellas raras ideas que podían ser perfectamente naturales en un mundo como el que ahora habitaba.

Tomó una mano de Muireall entre las suyas con suavidad.

-Querría saber más, de hecho estoy deseando oír todo lo que me quieras contar. Pero -miró alrededor- este no es lugar ni momento. Además, por raro que parezca este tipo de historias me parecen increíbles. Necesito digerirlo primero. Mientras tanto, cuenta conmigo. Te ayudaré en lo que pueda.

Tomó aire y exhaló profundamente.

-Vamos a terminar esas compras. En la playa hablaremos con calma y sin curiosos por medio.

Permaneció en completo silencio mientras Mayo trataba de asimilar la información que ella le había entregado. Le había sorprendido que la mujer supiera algo sobre su raza – pocos humanos fuera de la isla Fererne sabían de su existencia y la mayoría los consideraban sólo una leyenda - pero no le sorprendió leer las emociones que vibraban en su aura: asombro, desconcierto, horror.

Por un momento, pensó que el horror que la lada sentía, y expresaba, era hacia su propia persona, que la veía como una especie de monstruo o aberración, pero el gesto de tomarle una de las suyas, desvaneció por completo esa idea y la conmovió.

Sólo asintió ante sus palabras con un movimiento de cabeza; se sentía incapaz de hablar sin que ese dolor, siempre latente y ahora revivido, la desbordara. Además, no sabía qué decir. Hacía tan sólo un par de días vagaba por el reino sola y sin rumbo, sin encontrar ni motivo ni sentido a su vida, deseando que la muerte llegara pronto. Y ahora…

Ahora sabía que llevaba al hijo de su amor en sus entrañas, el capitán Delin le había otorgado su protección, Elyon su amistad y, ahora, Mayo le ofrecía su ayuda. Todavía no lograba similar del todo el enorme cambio en su situación. A veces creía que estaba soñando y que, tarde o temprano, despertaría para encontrase sola y enajenada en una playa cualquiera del reino. Muchas veces, también, durante su deambular de alma en pena, había rogado porque todo lo que le estaba pasando fuera sólo una pesadilla y por poder despertar en aquella playa de su isla junto a Malcolm.

Obediente, siguió a su acompañante hasta el puesto de ropa. La dueña las recibió con una amplia sonrisa, satisfecha al ver que por fin habían decidido acercarse.

- ¡Bienvenidas! Tengo los mejores y más lindos vestidos de la ciudad, entren y admírenlos con confianza; también podéis probároslos con comodidad, si queréis – su voz sonaba cordial, invitadora - Y también tengo espléndidas telas si no encontráis algo a vuestro gusto – añadió luego de echar una discreta ojeada a la espalda de Mayo.

Ahora Mayo se sentía algo desorientada. No podía dejar de darle vueltas a lo que le acababa de contar Muireall, por mucho que intentase dejarlo a un lado por el momento. Cuando la vendedora le ofreció sus tejidos aludiendo a los diseños “especiales” que necesitaba, no pudo menos que pensar en cómo se sentiría ella si le cortasen las alas. No era que no se pudiese acostumbrar de nuevo a no tenerlas. Una cosa sería que desapareciesen, junto con todos los demás atributos que había adquirido, y volver a ser una humana normal y corriente. Otra muy distinta, privarla de algo que ahora formaba parte de su cuerpo. Sería como cortarle los brazos. Doloroso a corto, medio y largo plazo. Peor que cuando le brotaron aquellos apéndices extra. Suprimió un escalofrío y forzó una sonrisa, que poco a poco volvió a sentirse natural en su rostro.

-La verdad es que no sé coser apenas -comentó-. Una amiga me enseñó algo sencillo para poder disponer de vestuario adecuado. Si no, creo que iría siempre hecha un asco -rió, y pidió ver tanto las telas como los vestidos que había preparados.

Había ropajes de varios tipos, tejidos a mano y con telar, algunos más sencillos que otros, alguna tela espectacular que se notaba destinada a convertirse en ropa de ceremonia. Mayo le propuso algunos a Muireall, preguntándole qué estilo prefería y si deseaba también comprar unos metros de tela para preparar algo más.

Mutilada y exiliada. Esos eran los términos exactos para describir su situación. No importaba cuán bien pudiera irle de ahora en adelante, el sentimiento de pérdida la acompañaría hasta el fin de sus días. Había perdido una parte de su propio ser y había perdido la posibilidad de volver al mundo del que provenía; siempre estaría incompleta, nada ni nadie podría devolverle lo que había perdido.

Abstraída en el marasmo de sus propios sentimientos y en aquellos que leía en Mayo, prácticamente no escuchó lo que la vendedora les decía ni vio la mercancía que les mostraba. Sólo cuando la alada pudo controlar sus propios sentimientos y le contestó a la tendera pudo ella, con un gran esfuerzo, volver a conectarse con la realidad presente.

No estaba acostumbrada al lujo y sus gustos eran muy sencillos. De todos los modelos que su compañera le proponía, escogió un largo vestido de color gris perla, de largas mangas y con un delicado bordado en el cerrado cuello. Lo más importante, tenía una falda amplia; sabía que su vientre pronto crecería y un vestido ajustado pronto dejaría de serle útil. No quería abusar de la generosidad del capitán gastando más de lo estrictamente necesario.

Por lo mismo, decidió comprar sólo un vestido y acogió gustosa la idea de adquirir algunos metros de tela para confeccionar más ropa. Algo más para ella, sí, pero principalmente para preparar ropa para su bebé.

Mientras afinaban los últimos detalles de su compra, recordó que le había escuchado decir a Mayo, como si estuviera muy lejos, que casi no sabía coser. Tal vez tuviera una oportunidad de retribuirle su ayuda y gentileza.

- Si me permites, yo puedo preparar un vestido para ti; me agradará mucho hacerlo.

-¿De verdad? Pues... seria estupendo -respondió Mayo-. ¡Un traje exclusivo, caramba!

La vendedora rió con ella y aprovechó para mostrarles unas telas ligeras, muy bonitas. Pero Mayo las rechazó. Además de ser demasiado caras para ella, necesitaba algo más práctico, especialmente en aquella estación.

-Preferiría algo que me protegiese del viento cuando vuelo.

-Pero querrás también algo bonito para impresionar a... esa persona especial, ¿verdad? -replicó la dueña con desparpajo. Mirad, qué brocados. Y este encaje. Si lo pones sobre una camisa de seda, no habrá quien se te resista.

Mayo notó cómo, estúpidamente, le subía la temperatura del rostro. Seguramente se estaba poniendo colorada. Para disimular, se volvió y observó a su alrededor, tratando de encontrar alguna tela con la que darle un giro a la conversación.

-No se me resisten de todos modos -masculló, más por llevar la contraria que por nada-. Mui, ¿no será mucho trabajo para ti?

No le prestó mucha atención al diálogo entre Mayo y la vendedora, lo que ésta decía no tenía mucho sentido para ella; desconocía la coquetería como la entendían los humanos y la idea de vestirse para seducir a alguien le era totalmente ajena. Si usaba ropa, era porque ahora tenía una forma humana y no era costumbre entre ellos ir desnudos y, además su piel ahora no podía abrigarla; si se había preocupado porque su atuendo estuviera presentable, era porque sabía que los humanos le concedían importancia a esas cosas y no quería disgustar al capitán.

Así que si bien captó el azoramiento de la alada, no lo entendió, pero tampoco trató de hacerlo. La urgencia por ir junto al mar comenzaba a dominarla nuevamente; quería terminar las compras ya y partir. Y aunque su timidez le impedía expresar su apremio y exigir a su acompañante que se apresurara, la posibilidad de que simplemente abandonara la tienda y corriera en busca de la playa guiada sólo por su instinto, era cada vez mayor. Selkies cautivas que habían recuperado su piel habían abandonado a sus maridos y a sus hijos ya grandes para volver a su mundo marino, sin mirar atrás y sin un lamento. Ella no podía ya regresar, pero su necesidad de estar junto al mar podía llegar a ser tan imperiosa como para olvidarlo todo por seguir su impulso.

- ¿Qué? – se había distraído un poco – Oh, no, no lo será en absoluto, te lo aseguro.

Iba a ser bueno estar ocupada, le ayudaría a no pensar, a combatir la nostalgia. Podría estar tranquila hasta que el mar la llamara de nuevo y ella tuviera que dejarlo todo para atender a su llamada. Como ahora. ¿Le faltaría mucho a Mayo aún?

El diálogo entre Mayo y la tendera fue más o menos así:

-No, gracias. Es muy atrevido para mi gusto.
-Es el último grito.
-Claro que hay gritos. Es transparente.
-Puedes ponerlo encima de otra cosita, mira...
-Entonces tendría que comprar dos cosas, no me... ¡Oye! ¡Ese también es transparente!
-Pero si los pones juntos hacen un efecto muy bonito...
-Claro, y me los quieres colocar a mí porque nadie te los compra. Dame cuatro metros de eso de ahí.
-¿Eso de felpa?
-Eso tan práctico para el invierno, sí.

Mientras la vendedora gruñía por no haber podido convencer a Mayo y por vivir en un lugar con gente de tan poco porte y cortaba la cantidad de tela solicitada, Mayo seleccionó un par de artículos más, pagó con premura y se alejó de la tienda con Muireall a buen paso.

-Caramba con la chica. Se me había olvidado por qué voy poco a esa tienda... Vamos a buscar a Rik.

¿Por qué esa mujer insistía en que Mayo llevara algo que no quería? Esa actitud le resultaba muy curiosa, ¿acaso su labor no consistía en proporcionarle a la persona que compraba lo que ella quería y no al revés? El disgusto y hasta el desprecio que la comerciante sentía ante la decisión de su clienta estaban muy claros para la selkie, quien no lograba comprenderlos.

De todos modos, agradecía que no hubiese sido así con ella, lo que probablemente se debía a que la alada había tomado el control de todo. De haber estado sola, su timidez le hubiese impedido oponerse a la insistencia de la tendera y probablemente hubiera salido del lugar con un montón de cosas demasiado caras, que ni le gustaban ni le servían. El capitán había sido muy previsor al pedirle a Mayo que la acompañara y ella, muy generosa al aceptar hacerlo.

Aunque su acompañante salió a paso vivo de la tienda para ella, que ardía en deseos de estar en la playa, el ritmo de marcha todavía resultaba lento. Así que cuando Mayo habló de ir a buscar a Rik, una sonrisa iluminó su cara ¡Irían volando! Eso era maravilloso, muy pronto estaría donde tanto anhelaba estar.

Más relajada al saber que luego su deseo se vería cumplido, tuvo el ánimo suficiente para expresar algo de la curiosidad que la conducta de la comerciante le había causado.

- ¿Por qué esa mujer te hablaba así y trataba de obligarte a comprar algo que no querías? – preguntó sin disminuir el paso.

-Bueno... tanto como obligarme... Más bien convencerme. Es una comerciante, vive de lo que gana en su tienda y su objetivo es vender lo máximo posible para ganar más. Lo que pasa es que tiene un plan de marketing algo agresivo. Pero todos los vendedores vienen a ser lo mismo. Hablan y hablan para convencerte de que no puedes vivir sin poseer lo que ellos venden. Algunos son muy buenos en eso.

Mayo hablaba en voz más bien baja, con su paso ajustado al de Muireall, sin dejar de mirar al frente. Una vez que vio una patrulla de soldados al fondo de una calle, optó por tomar a su compañera del brazo y se desviaron por una callejuela muy corta que daba a otra calle principal, evitando una posible confrontación indeseada. Llegaron sin más novedad a las puertas de la ciudad y, tomando el mismo camino por el que habían llegado, marcharon hacia el claro, con Mayo vigilando constantemente que no las siguieran. Dos mujeres solas, cargadas con paquetes y sin armas parecían presa fácil, y no le apetecía tener que demostrar lo contrario en aquella ocasión. Una vez en el claro, se elevaría por encima de los árboles para llamar a Rik y advertirle de que lo esperaban. Oiría su grito e iría a buscarlas. Y estaba segura de que aceptaría contento la idea de un paseo por la playa.

No entendió del todo la respuesta de Mayo, pero pronto el asunto dejó de interesarle. La caminata de vuelta al punto de partida estaba lejos de ser un paseo relajado y agradable. Cuando su compañera la tomó por un brazo y la hizo desviarse por una callejuela, al vislumbrar una patrulla, recordó de pronto algunas de las explicaciones que el capitán le diera en la playa de la Gran Cascada y un escalofrío recorrió su espalda. Que la alada vigilara constantemente para asegurase que no eran seguidas no mejoró la cosa.

Había vivido en una especie de limbo desde su llegada al reino, lo que se había acentuado luego de sufrir las quemaduras. En su vagar por aquellas tierras había logrado percibir los sentimientos de dolor, miedo y desesperanza que abundaban en aquellos lugares – lo que la había impulsado a alejarse del contacto con la gente – pero no se había hecho una idea cabal de lo que pasaba en el reino. Ni siquiera con las explicaciones de Delin lo había podido dimensionar realmente. Sólo ahora, con las precauciones de Mayo y su contenida tensión, comenzaba a atisbar lo que era la vida en ese lugar y su alma se ensombrecía aún más de lo habitual al pensarlo.

Afortunadamente, llegaron al claro sin contratiempos, nadie parecía haberlas seguido. Aliviada, se detuvo mirando a Mayo interrogativamente.

Por su parte, Mayo hizo una seña a Muireall para que esperase mientras llamaba a Rik. El imponente grifo pronto hizo aparición, y se mostró muy contento con la idea. Le gustaba la playa.

El trayecto nuevamente fue tranquilo y sin contratiempos. Aterrizaron en una playa de arena rosada y gruesa. Tan pronto como sus pasajeras hubieron desembarcado, Rik se echó al suelo y dio un par de vueltas sobre si mismo.

-Me encanta este sitio -murmuró con placer.

Mayo se sentó frente a la orilla, no lejos del agua. Antes de marcharse, intentaría pescar algo para la cena. No iba preparada, pero algo pensaría para transportar el pescado fresco. Se le ocurrió que esa sería una interesante aplicación para las blusas de tul transparente que había visto en la tienda. Ah, demasiado tarde. Con un suspiro jocoso, extendió las alas y se tumbó en la arena. Sol, tranquilidad y la posibilidad de estirarse a gusto eran tres cosas de las que disfrutaba poco últimamente.

-La verdad es que la vida en este sitio se está convirtiendo en un asco. Acierto a llegar un par de meses más tarde, y no lo cuento seguro -dijo.

Aunque el viaje fue plácido no lo disfrutó como la primera vez. Su urgencia por estar junto al mar era cada vez mayor y aún el vuelo del grifo se le hacía demasiado lento. Cuando aterrizaron en la playa, una hermosa playa de arena rosada que no había visto antes, se desembarcó con rapidez y, luego de agradecer a la alada y el grifo, comenzó a caminar hacia la orilla.

No contestó a los comentarios de Mayo y Rik, ni siquiera los escuchó. El ruido y el movimiento de las olas la embrujaban y la hacía ir hacia ellas, sin prestar atención a nada más. Se había olvidado por completo de sus acompañantes, todo lo que había en su mente era ese mar que la reclamaba y en cuyas aguas anhelaba sumergirse.

No bien estuvo en la orilla, se quitó rápidamente el vestido – y las cicatrices que surcaban sus hombros y su espalda brillaron bajo la luz del sol – y, sin la menor vacilación, se zambulló desapareciendo en las profundidades del mar.

Mayo irguió la cabeza para ver cómo Muireall corría al agua, se desvestía y... ni se fijó en el estupendo estilo con el que se echó al agua a bucear. La visión de aquella espalda maltratada se le había grabado en las retinas como un fogonazo, y todo lo demás había quedado atenuado en la imagen. Reaccionó segundos más tarde, cuando Rik le preguntó lo que le pasaba. Decidió disimular su turbación con una broma; más tarde le preguntaría a la muchacha discretamente por aquellas nada discretas heridas.

-¡Huy, qué descoco! ¡No mires, Rik!

-Muy graciosa. Que yo sepa, a ti no te molesta mirarme y yo siempre voy desnudo.

-No es lo mismo.

-Es exactamente lo mismo. El problema de los humanos, elfos y demás humanoides que se envuelven en trapos es que son unos simios pelados.

-¡Eh, oye!

-No grites, que te oigo perfectamente. Por cierto, tiene estilo en el agua la señorita. Claro que siendo de su especie, es natural.

-¿Tú lo sabías? ¿Por qué siempre soy la última en enterarme de todo? En fin, como tarde mucho en asomar la cabeza, sea de la especie que sea, voy a tener que ir a buscarla. No sé por qué, pero tengo la vaga sensación de que si a Muireall le pasara algo estando conmigo, el capi me haría la manicura a la Fumanchú.

-¿Cómo?

-Con astillas y eso... Ahora que lo pienso, es curioso que los juegos de manicura siempre llevan palitos de naranjo...

-¿Qué es eso de fumanchu?

-Déjalo, no tiene importancia. Oye, las cicatrices esas también son naturales de su especie?

-No. Me temo que nuestra amiga ha debido pasar por alguna experiencia terrible.

Mayo fijó la mirada en el agua, esperando ver el rostro de la joven emerger entre las olas. Sus propias cicatrices, causadas por el nacimiento de sus alas, se habían curado hacía tiempo; pero, mientras las tuvo, cada una de ellas le dolió horriblemente. Muireall tenía la espalda llena de señales espantosas.

Apenas se sumergió, todo lo demás desapareció para ella. Delin, Mayo, Rick, Elyon, eran seres de un mundo distinto y ajeno que no tenían cabida en el mundo en el que se encontraba ahora. Gozosa, buceó y nadó en aquellas aguas nuevas para ella pero, al mismo tiempo, parecidas en tantas cosas a las de su costa natal. Siguió las corrientes, exploró el fondo marino y persiguió peces, atrapándolos y lanzándolos hacia la orilla para recogerlos y comerlos después. De cuando en cuando, emergía para tomar aire y volvía a sumergirse después.

Durante algunos benditos, mágicos momentos, olvidó que estaba en su forma humana y al emerger para tomar aire se dirigió a unos roqueríos cercanos y trepó a ellos para tomar el sol tendida en una roca, tal como lo hacía cuando estaba con su manada. Tal era la fuerza de su ilusión que incluso se alimentó de un pez que acababa de capturar y al que no se preocupó de cocinar; las focas no guisan su alimento.

Sin embargo, ninguna ilusión es eterna. Por muy feliz que nos haga, por fuerza ha de terminar. Y la suya empezó a morir cuando volvió a sumergirse tras el descanso en los roqueríos, Llevaba mucho tiempo nadando y su forma humana era menos resistente que su forma original; falta de resistencia agravada por lo mal alimentada que estaba desde hacía semanas. Cuando las fuerzas comenzaron a fallarle, el bello espejismo terminó.

Recordó quien era ahora y donde estaba y recordó al bebé que llevaba en su vientre. Era hora de regresar. Y como cada vez que se acercaba a la orilla del mar o entraba en sus aguas, desde que había quedado confinada en tierra firme, al gozo del reencuentro le siguió el dolor de la separación.

Tristemente nadó hasta la orilla y al salir del mar y ver a Rik y Mayo tomó conciencia de su desnudez y la vergüenza coloreó sus mejillas. Rápidamente tomó su vestido y les dio la espalda para ponérselo, porque no se atrevía a mirarles a la cara. Sin embargo, al mirar de nuevo el agua, el peso de su nostalgia fue más fuerte que su pudor.

Se quedó inmóvil mirando el ir y venir de las olas, abrazada a su vestido, con el pelo agitado por el viento y las lágrimas rodando por sus mejillas.