Nueva Etapa

Mayo bajó a Muireall del árbol mientras le hablaba de Rik. Le contó cómo lo había conocido en las montañas, aunque no le habló del tío de Rik ni del incendio de la biblioteca, ni de los planes que tenía para que el grifo le ayudara en su lucha contra el mago albino. Futura lucha, se corrigió mentalmente, porque en su propia opinión de momento no había hecho nada. Y ni siquiera sabía por dónde empezar…

Apartó el tema de su mente. Darle vueltas sin más no le daría nada más que un dolor de cabeza, y ahora mismo tenía cosas más importantes entre manos. Ayudó a Muireall a subir a lomos del grifo.

-¿Prefieres ir delante o detrás? –dijo. Ella también haría el viaje como pasajera, en parte por cuidar de Muireall, en parte por ahorrar energía. Rik las dejaría cerca de la ciudad, pero no a las puertas. Tenían un largo día por delante, que para Mayo prometía ser divertido. Mientras se encaramaba con Muireall observó una expresión extraña en el grifo. Como si arrugase la nariz, sólo que es muy difícil hacer eso cuando en lugar de nariz se tiene un pico.

-¿Ocurre algo?

Rik parpadeó y respondió en seguida, recuperando su habitual aspecto despreocupado.

-No, nada. Estaba pensando que, si queréis, os esperaré al atardecer en el mismo lugar donde os deje; así podréis regresar con rapidez y estaréis seguras.

-¡Gracias! – Mayo sonrió, encantada-. Pero no hagas nada que te ponga en peligro.

El grifo asintió. No dijo nada acerca del aroma tan peculiar que le había llegado, y que le había sorprendido, puesto que a primera vista había tomado a Muireall por una humana. Pero como no era asunto suyo, se limitó a ponerse en pie, sin encogerse de hombros para no desestabilizar a su cargamento, y emprendió el vuelo hacia la ciudad.

Escuchó la historia de Mayo con gran interés, sintiendo como aumentaba su admiración por la alada. A sus ojos, resultaba una mujer formidable, llena de coraje y decisión, capaz de sortear todo tipo de dificultades. Confiadamente, se dejó bajar del árbol y ayudar a subir a lomos del grifo.

- Adelante, por favor – contestó con suavidad. No podía estar segura de que los mareos no se presentarían durante el viaje y si así ocurría, necesitaría que alguien la sostuviera. Fugazmente, recordó cuando Delin había cumplido esa labor mientras viajaban sobre Kitiara. Saber que, gracias a su capacidad de colar, Mayo no corría peligro yendo atrás, la ayudó a decidirse.

La perplejidad de Rik no le pasó desapercibida, era notoria en su aura, y supo inmediatamente a que se debía. El grifo había captado que no era humana, por más que lo pareciera. Solía ocurrir así con los animales, comprendían su verdadera naturaleza de inmediato. El asunto no la preocupó; no se avergonzaba ser quien era y no tenía intención de ocultarlo. Si no se lo había dicho ni al capitán ni al elfo ni a la alada, era simplemente porque no le habían preguntado nada al respecto y era demasiado tímida como para empezar a hablar de si misma sin que mediara una pregunta directa. Sobre todo cuando se trataba de personas a las que apenas conocía.

El vuelo fue verdaderamente plácido, sin perturbaciones de ningún tipo, ni ráfagas de viento más violentas de lo usual, ni aves agresivas, ni mareos. La selkie lo disfrutó tanto, que casi lo lamentó cuando el grifo comenzó a descender, anunciando el termino del viaje.

-Fin de trayecto, señoras – informó Rik, planeando suavemente hasta aterrizar sin novedad en un amplio claro. No era el lugar más pintoresco del mundo, una extensión de terreno seco salpicado de matojos aquí y allá y rodeado de árboles que parecían haber pasado por un incendio reciente. Pero estaba a una distancia prudencial de la ciudad y resguardaba al grifo de miradas inoportunas, especialmente las de los guardias.

-Aprovecharé para realizar cierta inspección que llevaba tiempo planeando –dijo Rik-, y regresaré a recogeros por la tarde. Cuidado con el toque de queda.

Despegó nuevamente, dejando a Mayo con la curiosidad de saber qué sería lo que iba a inspeccionar, y pronto desapareció tras una colina cercana. Mayo sacudió sus alas como para ponerlas en orden y comprobó con un rápido toque de sus dedos que su bolsa seguía fuertemente sujeta a cinturón y que no se le había caído nada durante el vuelo.

-Vamos –invitó, haciendo un gesto a Muireall para que caminara a su lado-. ¿Por dónde empezaremos? Supongo que por la ropa.

En ocasiones como esta echaba de menos la inmensa selección de ropa lista para llevar que había dado por sentado que siempre tendría a mano en las tiendas de Brighton. Aún así, la capital de Cascadas estaba lo suficientemente surtida como para no tener que hacerse todas y cada una de las prendas que necesitaba. Y, por supuesto, sabía exactamente dónde buscar.

-Estaba pensando que podemos buscarte unos vestidos y ropa interior y luego ir a por un juego de toallas y otras cosas que necesites. ¿Tienes una lista de lo que te gustaría comprar?

Llegaron a las puertas de la ciudad, abiertas de par en par ahora que el sol estaba alto. Si no mirabas a tu alrededor, si no te fijabas en el paisaje ni en las expresiones de los guardias y de los viandantes, casi podías creer que reinaba la normalidad. [b]

- Gracias, señor Rik – dijo, antes de bajar ruidosamente.

El lugar donde habían aterrizado tenía un aspecto desolador y ella se preguntó si la ciudad a la que se dirigían sería también un lugar de apariencia triste. Probablemente sí. Con todo lo que le habían contado sobre el reino, era difícil imaginar que pudieran encontrar un sitio feliz.

Un súbito dolor se apoderó de ella al darse cuenta de que su bebé nacería en medio de la oscuridad, la opresión y el medio. No quería algo así, pero privada de volver al mar, no tenía otro lugar adonde ir y al menos aquí había encontrado gente bondadosa dispuesta ayudarla.

La voz de Mayo la sacó de sus cavilaciones. Echó a andar a su lado asintiendo con la cabeza a sus palabras; había venido a comprar un vestido, le parecía lógico empezar por la ropa… pero… ¿por qué decía empezar?

Las siguientes palabras de la alada contestaron su pregunta, la sorprendieron y la abrumaron. No era que no supiera de lo que estaba hablando Mayo. Durante su estancia en la casa de Angus y, luego, durante su viaje a Cascadas, había tenido tiempo suficiente para conocer las cosas que usaban los humanos en sus personas y en sus casas. Pero no había pensado en nada de eso cuando salió de la Posada de Hielo, había pasado varias semanas como un animal salvaje, precisamente hasta el día anterior y aún no asimilaba el cambio que había sufrido su viada en tan pocas horas ni lograba hacerse una idea de lo que iba a necesitar. Sólo había pensado en el vestido.

- Yo… no… no tengo una lista... no pensé más que en el vestido – balbuceó azorada.

Se sentía muy torpe. Si iba a vivir y trabajar entre humanos, iba a necesitar todo lo que Mayo decía, ¿cómo no había pensado en eso? Tenía que haberle preguntado a Delin si podía usar su dinero para comprar algo más que un vestido.

- El capitán me prestó el dinero para comprar un vestido, ¿creéis que sea correcto que compre más cosas?

Ella pensaba devolverle todo el dinero que él le había prestado, comprara una cosa o comprara diez, pero necesitaba la opinión de la alada sobre ese punto.

Mayo rió por lo bajo.

-Por supuesto. Es más, si regresamos sin haber adquirido lo indispensable para ti –y me consta que eso va a ser unas cuantas cosas más aparte de un vestido-, estoy segura de que el capitán me retorcerá el pescuezo. O lo intentará, al menos.

Hizo una pausa mientras observaba a su alrededor. Eligió las calles más anchas y transitadas para cruzar la ciudad, por ser también las más seguras. Al fin y al cabo, el bullicio sería mayor en el mercado, aunque ella sabía bien en qué locales refugiarse mientras realizaban sus compras. Miró brevemente a su compañera. Sus muy necesarias compras, añadió mentalmente.

-No te preocupes por el dinero, cariño. Delin te ha dado lo que ha creído necesario, y le sacaremos buen partido, ya lo verás. Veamos lo que tienen ahí.

Señaló un puesto totalmente cubierto de puntillas y tapetes, cuya parte trasera iba a dar a una tiendecita medio oculta por el mismo puesto. Levantando un tapiz barato que semi cubría la entrada, Mayo invitó a Muireall a penetrar con un gesto de sus manos. En el interior encontrarían ropa utilitaria, lencería y una buena colección de comadres que, apretadas unas contra otras, admiraban las mercaderías mientras intercambiaban chismes de barrio.

Asintió sin decir palabra, sintiéndose más tranquila y confiada. Sin duda, Mayo estaba en lo cierto; seguramente el capitán sabía que el dinero que le había dado alcanzaba para mucho más que comprar un vestido. Debía adquirir cuánto fuera necesario en esta ocasión, así no tendría que molestar a otra persona para que la acompañara después. Se dejaría guiar por la alada en todo lo que hubiera que hacer, ella sabía mucho más de todo aquello y era muy amable, además.

Las calles más transitadas podían ser más seguras, pero para ellas eran también las más complicadas. Demasiada gente, demasiadas auras a su alrededor con emociones que leería involuntariamente y la avasallarían si no se mantenía en guardia, creando una barrera entre las personas que las rodeaban y ella. Para sus mayores, seleccionar las auras que querían leer y bloquear las restantes, protegiéndose de la invasión de emociones y sentimientos ajenos, eran estrategias que la práctica y la experiencia habían vuelto automáticas. Pero ella era muy joven y no había desarrollado del todo esas destrezas; necesitaba esfuerzo y concentración para lograrlo.

La tiendecita a la que Mayo la invitó a entrar estaba llena de mujeres examinando prendas y charlando y de mercancías, dispuestas aquí y allá, tan variadas como ella no había visto nunca. Confusa, miró alrededor sin saber por donde empezar.

Mayo hizo una seña a Muireall para que se acercase a uno de los mostradores. Tenía el sobre de cristal, para exhibir lo que guardaba en sus cajones. En un extremo había un montoncito de toallas bordadas, y en el centro una mañanita tejida en lana de un blanco inmaculado. Al otro lado, botitas y gorritos para bebé.

-Podrías empezar por elegir un par de toallas, ¿te parece? También la ropa interior… Y le pediré a la dueña que te enseñe algunos vestidos. Te los puedes probar en la trastienda.

Se separó unos pasos para llamar la atención de la tendera, que estaba enfrascada en una discusión acerca de lo baja que era la calidad de la leche en aquellos días aciagos y lo antipáticos que eran los guardias. Inmediatamente, dos señoras orondas de mediana edad llenaron el espacio entre ellas para admirar los artículos del mostrador y manosear los ovillos de lana de un cesto situado al otro extremo.

La austeridad era lo que había predominado en la casa de Angus, aunque su estancia en ella lo había hecho prosperar, cómo solía sucederles a los hombres que desposaban selkies, aunque fuera contra la voluntad de éstas. Pero Angus no era un hombre generoso – el no ser correspondido en sus sentimientos lo había vuelto aún más mezquino - y se había limitado a proveer a su forzada esposa de lo necesario para no despertar las habladurías de la aldea.

Las cosas que había tenido habían sido tan modestas que el repertorio de mercancías que ofrecía la tienda, por lo demás una tienda sencilla, aparecía ante sus ojos como algo realmente lujoso.

- Hay mucho para elegir aquí – comentó con tono admirativo – tienen cosas muy lindas.

Había escogido ya un par de toallas bordadas con motivos de flores y algunas piezas de ropa interior de suave algodón y se encontraba embelesada contemplando la ropita de bebé, cuando una ráfaga de sentimientos de envidia y rencor llegó hasta ella, tan intensa que la hizo tambalear.

Mayo sonrió ante el comentario de Muireall y se volvió hacia la tendera, intentando llamar su atención. Al explicarle lo que necesitaba, la mujer entró en la trastienda para sacar algunas cosas que pensó que serían adecuadas. Mientras tanto, Mayo se quedó donde estaba, algo ausente entre el barullo aunque mirando en la dirección general hacia donde se encontraba su joven compañera. La vida gustaba de burlarse de la gente, pensó. Una chica en la situación de Muireall lo último que necesitaba era acabar en un territorio como aquel, donde todo era cada vez más peligroso.

Sus divagaciones casi le hicieron ignorar el extraño bamboleo de la joven. ¿Se habría mareado? Quizás el ambiente cargado de la tienda no le estaba haciendo bien. Se acercó a ella, sorteando como pudo a la clientela. ¿Por qué había siempre tanta gente allí? Avanzó despacio, porque las otras mujeres se empeñaban en meterse por en medio y no moverse. Era peor que un concierto de verano.

-¡Muireall! ¿Te encuentras bien?

Se aferró a las prendas que había elegido como si ellos pudieran darle el sostén necesario para no caer y respiró profundamente, con los ojos cerrados, intentando escudarse en el recuerdo del momento en que el doctor Andrzej le había informado que estaba embarazada para protegerse de la oleada de sentimientos negativos que llegaba hasta ella.

Había logrado abstraerse hasta tal punto que la voz de Mayo le llegó como si estuviera muy lejana. Abrió los ojos y miró a su alrededor, dubitativa. La persona cuya aura la había impactado ya no estaba allí, pero ahora era sensible a las auras de todos los presentes como si todas esas personas estuvieran gritándole al oído. Hizo un esfuerzo por concentrarse sólo en la alada.

- Yo… sí… no… es que… había alguien…

Se detuvo, azorada, sin saber como seguir… ¿Cómo explicárselo si Mayo no sabía nada sobre ella? Y ese no era el momento ni el lugar para explicar nada. Sólo quería terminar las compras y salir luego de ese lugar abrumador.

- Yo… lamento haberos preocupado… estoy bien ahora…. os lo agradezco. Mirad – añadió con timidez - escogí algunas cosas.

¿Había alguien? Perpleja, Mayo miró a su alrededor. Desde luego que había alguien, el local estaba repleto. Iba a preguntar “Había alguien que ¿qué?”, pero Muireall cambió de tema en seguida y le mostró las cosas que había elegido.

-Son muy bonitas –dijo, apreciativa-. Y no hace falta que me hables de vos, mujer. Ven, te presentaré a la dueña. Le he pedido que nos saque unas toallas de algodón, las más suaves que tenga.

Tomó a la muchacha de la mano y la condujo hasta el mostrador donde había hablado con el ama del establecimiento, que en seguida apareció con un montón de toallas de diversos tipos y tamaños en sus manos.

-¡Estupendo! Después de esto iremos a por algo de ropa para ti y tomaremos un refresco. Y la otra tienda es mucho más tranquila, te lo aseguro –dijo Mayo, guiñándole un ojo a su compañera.

Por supuesto, Mayo no le había entendido y ella no se sentía con ánimos de explicar nada. Dócilmente siguió a la alada, reconfortada con la idea de ir a un lugar más tranquilo, y fue a ver las toallas que la dueña de la tienda le ofrecía, tratando de concentrase sólo en eso. La variedad de toallas era enorme a sus ojos, y todas eran muy suaves. Mientras intentaba escoger, lo cual no le resultaba fácil ya que todo le parecía bonito y bueno, sintió un aguijonazo de nostalgia al pensar que no hubiese necesitado nada de eso en su forma original. Su piel era todo su atiendo y el sol era su toalla; no precisaba nada más. ¿Quedaría en alguna parte algo de esa piel cuya destrucción la había condenado el exilio en tierra firme?

- ¿Habéis decidido ya lo que llevaréis?

La voz de la tendera interrumpió el flujo de sus pensamientos. Sobresaltada, se dio cuenta de que se había quedado inmóvil con una toalla en las manos, mirando sin ver.

- Sí, sí – reaccionando con cierto esfuerzo señaló la ropa interior que había escogido y algunas toallas - ¿Cuál es su precio?

Cuando la dueña se lo indicó se dio cuenta, avergonzada, que no sabía cuanto representaba eso en el dinero que llevaba. Con las mejillas rojas, se volvió hacia Mayo, extendiéndole la bolsa con el dinero.

- ¿Queréis… quieres ayudarme? … No sé cuánto es.

Mayo murmuró un “oh” apagado, comprendiendo, y procedió a tomar el dinero que necesitaba. Le mostró a la muchacha lo que estaba haciendo y tomó nota mentalmente de que debía aprovechar la pausa de luego para repasar con ella los valores de las monedas. La comerciante sonrió con benevolencia y algo de paternalismo.

-Se nota que sois recién llegada. Bah, pero no os preocupéis, es fácil acostumbrarse al cambio. Aunque no es que abunde en estos días, ni el cambio ni nada. No es un buen momento el que habéis escogido para venir a este reino… lástima.

A medida que hablaba, su expresión se iba haciendo más y más sombría. Pero cuando terminó de hablar, sonrió nuevamente y pareció que era como un foco de luz y calor en el establecimiento.

-¡Bueno, ya está bien de añoranzas! ¡Siempre decimos que antaño fue mejor, y lo mejor aún está por venir! ¡Ánimo chicas, que se acaba todo y lo vais a necesitar para celebrar el regreso del rey!

-Si te oye un guardia vas a ver lo que celebras –indicó una clienta, burlona.

-¡Lo sobornaremos con unos ligueros! –dijo otra. Las mujeres rieron.

-Prisa os dais por sobornar con lo que no habéis pagado, pilluelas –dijo la dueña, mientras empaquetaba la compra de Muireall y se la entregaba-. Aquí tenéis. Veréis como os gustan más con cada vez que las uséis.

Prestó tanta atención como pudo a las explicaciones y demostraciones de Mayo, pero las emociones de las presentes la perturbaban y distraían. Sus escasas defensas habían sucumbido ante la ráfaga de emociones negativas que había percibido poco antes, y se encontraba absolutamente permeable.

Sus ojos se llenaron de lágrimas a medida que el humor de la tendera se hacía cada vez más sombrío, pero cuando ella sonrió su luz y calor no lograron entibiar el corazón de la selkie. Sus propios sentimientos sombríos, todavía frescos, todavía latentes, se habían despertado y la inundaban. Se sentía de nuevo sola, desesperanzada, sin un motivo para vivir, tal como había estado hasta hace un par de días atrás.

Perdida en su tristeza no oyó ni los comentarios ni las risas y tuvo que hacer un enorme esfuerzo para recordar donde y con quien se encontraba y porqué y empezar a salir de su intenso y momentáneo marasmo.

- Gracias, señora, estoy segura de que así será – respondió con voz apenas audible a las palabras de la comerciante y se volvió a mirar a Mayo, en una muda pregunta acerca de su próximo destino.

Ya no tenía deseos de seguir ahí, el deseo de ver el mar empezaba a crecer dentro de ella, pero aún podía controlarlo y no quería desairar a la alada, que tan amable había sido con ella.

A Mayo le habría gustado saber cómo animar a la muchacha, que parecía tan desamparada y triste, pero no tenía ni idea de cómo. Tendría que conocerla un poco mejor para eso. Al menos, sí que podía llevarla a un lugar más tranquilo. Tras pagar las compras y despedirse de la tendera, llevó a Mui de vuelta a la plaza y la cruzaron mientras observaba lo que había disponible. Pescado, pasteles de carne, cestos, utensilios varios, quesos, panecillos recién hechos… Casi sin detenerse, le hizo una seña a un muchacho que atendía un puesto de fruta y le lanzó dos monedas. El chico, con una sonrisa pícara, le arrojó a su vez un par de piezas de fruta que Mayo cazó al vuelo. Eran ovaladas, de piel suave de un color amarillo verdoso, y tenían aspecto de jugosas. Estaban en su punto. Desde que Mayo descubriera aquella fruta autóctona, le había tomado el gusto a su carne dulce y refrescante.

Al otro lado de la plaza, condujo a Muireall hasta la fachada de un edificio de aspecto agradable y cuidado. Bajando unos escalones para atravesar el portal y subiendo un par de escalones más, se encontraron en un patio ancho, cubierto de hierba con losas planas creando cuatro senderos que confluían en una fuente central de la que manaba agua fresca. Lo que antaño fuera un chorro exhuberante que animaba el patio con su sonido no era ya más que un hilo de agua que mantenía llena la pila de la fuente a pesar de todo. Pasando por entre algunos arbolitos cuidados con esmero, Mayo invitó a Muireall a sentarse en el borde de la fuente y sumergió las frutas en el agua cristalina para lavarlas.

-Toma, te sentirás mejor –dijo, alargándole una a la joven. Miró a su alrededor. Había en el patio dos o tres personas, cada una ocupada en algo a la puerta de alguno de los tres establecimientos que cobijaba aquel curioso rincón. Enmarcando una de ellas había una cantidad de rollos de tela y algunas prendas colgadas para lucirlas en beneficio de la clientela.

Podía captar la preocupación de Mayo y lamentaba sinceramente preocuparla, pero no podía controlar su creciente sentimiento de tristeza y orfandad, al cual se le añadía la culpa por ser una fuente de molestias e inquietudes. En silencio y con aire ausente, la siguió fuera de la tienda, dejándose guiar por aquellas calles desconocidas.

No le prestó atención a los puestos frente a los que cruzaban. De haberlo hecho y de haberse atrevido, le hubiera pedido a la alada que compraran algo de pescado, pero pasó sin enterarse de nada, agradeciendo interiormente el que pronto dejaran la concurrida plaza.

El lugar al que llegaron era tranquilo y agradable y estaba prácticamente vacío. Aparte de ellas mismas, sólo había tres personas más que no les prestaron ninguna atención. La serenidad de aquel patio y lo solitario que estaba, en comparación con el atestado mercado, contribuyeron a relajarla enormemente. Y la sensación de bienestar aumentó cuando se sentaron en el borde de la fuente. No era el mar, pero era agua al fin y al cabo y era su elemento.

- Gracias – susurró, recibiendo la fruta.

La mordisqueó distraídamente. Su sabor y su textura le eran absolutamente desconocidos y para su paladar, acostumbrado a los frutos del mar, eran incluso raros pero no le resultaron desagradables. De todos modos, no les prestó mucha atención; la necesidad de ir junto al mar se hacía cada vez mayor y trataba de reunir valor para hacerle una petición a Mayo. No quería abusar de su amabilidad, pero tenía tantas ganas de ver las olas aunque fuera sólo por unos momentos…

Después de largos momentos de cavilar, se resolvió al menos a hacer una pregunta.

- Mayo, ¿el mar queda muy lejos de aquí?

Menos mal que Muireall parecía encontrarse mejor ahora. Estaba claro que no era una persona a quien le gustasen las multitudes. En tal caso, la siguiente tienda no la haría sentirse tan incómoda. En cualquier caso, se estaba planteando recortar un poco la excursión y repetirla otro día para el resto de los artículos que la joven necesitaría. Pero un vestido nuevo sí que le iba a hacer falta ya mismo, se dijo mirando el estado de las ropas que traía.

La pregunta de Muireall le llamo la atención por lo inesperada. ¿En que estaría pensando? ¿Querría quizás encontrar un barco para volver al lugar de donde procedía? Si tan a disgusto se sentía allí, no la culpaba. Eran tiempos duros, y ella no estaba en la mejor de las situaciones. Por un instante le preocupó la posibilidad de que quisiera marcharse a la francesa. En tal caso, seguramente el capitán se pondría hecho un basilisco. Bueno, un poco más que de costumbre. Le echaría la culpa a Mayo de asustarla tanto que se quisiera escapar o algo así. No deseaba darle a la muchacha falsas impresiones de lo que podía esperar en aquel lugar, pero tampoco se trataba de pintárselo todo tan negro que quisiera poner pies en polvorosa. Delin no se merecía eso.

-Pues... depende -respondió con cautela-. A vuelo de pájaro queda a un ratito. ¿Por que lo preguntas?

No pensaba en dejar Cascadas. Aún no tenía una conciencia clara de lo mal que estaban las cosas en aquel reino y, no pudiendo retornar a su forma original para volver al mar, no tenía mayor sentido para ella volver a su tierra natal y menos ahora que sabía que estaba embarazada. Era un viaje largo, pesado y hasta peligroso; sólo su desesperación por recuperar su piel la había motivado a hacerlo. Pero claro, Mayo no podía saber eso.

Ella no podía captar los pensamientos de la alada, pero sí captó sus sentimientos y no pudo entenderlos. Podía comprender que la sorprendiera, pero no que la preocupara o la hiciera ponerse cautelosa ¿Por qué le pasaba eso? ¿Qué tenía de malo o peligroso preguntar donde quedaba el mar? Ya estaba arrepentida de haberlo hecho, pero Mayo merecía una respuesta a su pregunta.

- Yo… yo deseo verlo - respondió con un leve temblor en su voz.

Su timidez la inhibía de explicarle que no era el simple deseo de quien quiere pasar un momento agradable en un lugar bonito, que lo suyo era un anhelo imperioso, una necesidad urgente. Que la atormentaba estar junto al mar y no poder regresar a él, pero que moría un poco cada vez que se encontraba lejos. Que esa iba a ser una especie de despedida, porque no sabía cuando podría volver a verlo luego de retornar a la posada.

Sólo guardó silencio, con los ojos clavados en el suelo, luego de esa simple respuesta.

Mayo observó a la joven, que más parecía que acababa de confesar un pecado indescriptible en lugar de una petición tan simple. Claro que no podía comprender totalmente el alcance de su añoranza. Lo que percibió fue un sincero deseo; probablemente, el de sentirse en un ambiente familiar y envolverse en su confort.

Un frapuccino con caramelo en el paseo marítimo mientras charlas con tus amigos de toda la vida, de música, de literatura, de la última película de Kevin Smith...

-Oye, pues eso tiene arreglo -dijo, pensativa-. Se me ocurre que no estaría mal conseguir un poco de pescado fresco para la cena.

Se llevó una mano a la barbilla y empezó a golpear los labios suavemente con la yema del índice.

-Podríamos hacer lo siguiente: después de esta tienda, volvemos al claro y le pedimos a Rik que nos lleve a la costa. Pasamos allí un rato y luego volvemos a casa. Ya tendrás lo imprescindible, y del resto podemos ocuparnos otro día; mañana mismo, si quieres. ¿Qué te parece?

No conocía nada sobre la historia de Mayo. No sabía que, aunque de una manera completamente distinta a la suya, la alada también había sido arrancada de su mundo estaba imposibilitada de regresar a él. Por lo tanto, no esperaba que ella pudiera entender, aunque fuera en parte el alcance y el deseo de su necesidad. Pensaba que su compañera pasaría por alto el tema y propondría que siguieran con las compras, después de todo ya bastante tiempo le había quitado.

Se había resignado a intentar controlar su anhelo hasta estar de vuelta en la posada e intentar una breve escapada a la playita en que había habitado el último tiempo, cuando Mayo habló. Sus ojos se iluminaban cada vez más con cada palabra que la alada pronunciaba.

- ¿De veras? ¿De veras podremos ir? – su voz tenía el mismo tono incrédulo y esperanzado de un niño al que le prometen un regalo con el que ha soñado por largo tiempo – Es maravilloso, eres muy buena, gracias, gracias.

Olvidando por un momento su timidez y dejándose llevar por un impulso de gratitud, abrazó brevemente a Mayo. Cuando se separó sus mejillas estaban arreboladas por su impertinencia, pero también lucían los hoyuelos que una amplia sonrisa habían marcado en ellas.

Muireall se había puesto colorada. Mira que emocionarse tanto por una excursión... Mayo sonrió ampliamente.

-Nah, a mí también me gusta el mar. Venga, vamos a terminar esas compras, que ahora me están entrando ganas a mí de tumbarme en la playa y no hacer nada durante un rato.

Se puso en pie y le hizo una seña para que la siguiese a la tienda que exhibía las telas y vestiduras.

-Vamos a ver lo que encontramos. ¿Vivías junto al mar en el lugar de donde procedes? Es fácil echarlo de menos cuando se está acostumbrado a verlo todos los días. Yo vivía en una ciudad costera y solía dar un paseo por la playa todos los días, antes de entrar a trabajar. Es tan relajante...

La perspectiva de que pronto volvería a ver el mar y de que podría pasar algunos minutos junto a él, borró de una plumada su melancolía y su abatimiento. Sabía bien que estar en la playa, mirando las olas, incluso si nadaba en ellas, tendría un sabor agridulce, la alegría de estar y la tristeza de no poder quedarse y que sufriría al partir, pero no le importaba. Pese a todo, estar en contacto con el océano la hacía revivir.

Contenta, se dirigió a la tienda que Mayo le señalaba, dominando el impulso de echarse a correr para llegar pronto. No le importaba el vestido que fueran a comprar, cualquiera estaría bien, todo lo que le importaba era acabar pronto con las compras e ir a la playa.

La pregunta de la alada, hecha en un tono completamente normal de conversación, la hizo vacilar un momento antes de contestar. Ella le inspiraba total confianza, pero no estaba habituada a hablar sobre ese tema. Malcolm, y Angus para su desgracia, habían sabido quién era sin que tuviera que decírselos y la gente que había encontrado en su viaje la había tomado por humana. Desde que dejara la isla Fererne, sólo el doctor Andrzej había sabido la verdad sobre su origen; el capitán Delin no había hecho ninguna pregunta al respecto.

- No, yo no vivía junto al mar – contestó al cabo de un momento, decidiéndose por fin – Yo vivía en el mar.

Vaya cambiazo que había dado el humor de Muireall en cosa de un minuto. Desde luego, le gustaba el mar, no cabía duda. O bien necesitaba algo de él. Con la de gente rara que había conocido en aquel lugar, nunca sabía a qué atenerse. O sea, sí que cabía duda.

Le alegraba haber podido animar a la muchacha por fin. Y de paso había encontrado un tema de conversación que les interesaba a las dos. Aunque, cuando Muireall le respondió, aminoró el paso notablemente. Era aquella una corrección demasiado específica como para dejarla pasar.

Quiso asegurarse de que había oído bien, a pesar de que sabía perfectamente lo que había oído. Pero podía ser cosa de las diferencias de idioma.

-Eh... ¿vivías en una isla?

Esperó la réplica con expectación. Porque de junto a a en... va un mundo.

Realmente, al doctor Andrzej no había tenido que explicarle nada. Él había sabido qué era ella con solo oírle hablar de su piel de foca. Pero parecía muy claro que Mayo no sabía nada acerca de criaturas con forma humana que vivieran en el mar. Su asombro lo demostraba a las claras.

En el breve lapso que la alada tardó en preguntarle si vivía en una isla, como queriendo confirmar si había escuchado bien, se preguntó fugazmente si su acompañante sería humana. Había conocido elfos, dragones y un hongo humanoide, pero nunca había conocido a un ser humano alado. No había tenido ocasión de pensar en ello en el escaso tiempo que tenían de conocerse; le habían pasado demasiadas cosas desde el día anterior y aún no lograba asimilarlas todas. No era extraño, dadas las circunstancias, que saber la raza de la mujer que tan gentilmente había accedido a acompañarla no le hubiera despertado ninguna inquietud.

No tenía la menor intención de hacerse la misteriosa ni de jugar con la expectativa Mayo, así que contestó a su pregunta de la manera más clara posible.

- No, yo vivía en el mar. Nací en una playa, en una isla, pero vivía en el mar. Soy una selkie, ¿has oído hablar de mi raza?

Aguardó la respuesta, preparándose para las preguntas que probablemente vendrían y para el dolor que, inevitablemente, removerían.

Una selkie... le sonaba el término. Su abuela le había contado muchas leyendas irlandesas, y estaba segura de que su repertorio incluía selkies. Criaturas marinas, una especie de sirenas. Si las atrapaban, tenían que quedarse con sus captores porque... se apoderaban de su ropa marina. No, no era ropa. Poco a poco, recordó los detalles del relato; era la piel. Miró a Muireall con nuevos ojos.

-¿Focas? ¿Tu aspecto humano no es tu forma original? Caramba...

Ponderó lo que aquello significaba. Explicaba perfectamente por qué tantas ganas de ver el mar, aunque... nada más. No podía ser que Delin la estuviese reteniendo a posta. No tenía sentido.

-Pero entonces... ¿por qué vives en tierra firme?