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Las memorias del caballero Arzhel de Loïc
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Las memorias del caballero Arzhel de Loïc
Tramas:
Un choque fortuito (terminada)
Liberando la mente (terminada - continuación en "Segundo puerto")
Segundo puerto (terminada)
Tierra Extraña (en curso)
Capítulos:
Donde hablo y confieso la existencia de mi hijo secreto
Donde se habla sobre el Ilustre Caballero que fue Gus de Loïc, fundador de la casa
Un choque fortuito (terminada)
Liberando la mente (terminada - continuación en "Segundo puerto")
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Donde se habla sobre el Ilustre Caballero que fue Gus de Loïc, fundador de la casa
Última edición por Arzhel de Loïc el 14/05/15, 03:21 pm, editado 5 veces
Arzhel de Loïc- Cantidad de envíos : 175
Re: Las memorias del caballero Arzhel de Loïc
Capítulo I: Donde se habla y confiesa la existencia del hijo secreto del caballero Arzhel de Loïc
Los últimos acontecimientos me han impedido centrarme en la redacción de mis memorias; la huida del muchacho, la promesa, la partida del pueblecito de Moramailë, todos estos hechos han relegado tal trabajo a un segundo plano. A pesar de ello, sería abominable que no las concluyera, aunque ahora pienso que mis aventuras, que yo creía terminadas, no lo están tanto.
En cualquier caso, lo que haré seran bosquejos, esbozos de mi vida que, si algún día vuelvo a mi pueblecillo de Moramailë (pues a mi mansión de Trinacria me parece harto difícil), ordenaré para dar forma definitiva a mis memorias.
Empezaré, pues, ante todo, explicando algo que ocurrió ahora hace exactamente diecisiete años... Yo contaba con treinta y cinco primaveras y un largo historial: me había alistado, me había convertido en oficial, me habían degradado, me habían vuelto a ascender, me habían cruzado la cara de un tajo y me habían licenciado con honores; Había vuelto a casa, comprobado que mi hacienda y mi honor estaban entredicho, y, durante muchos años, había estado viviendo de mi espada, que ponía al servicio del mejor postor. Y, ante todo, había cometido el asesinato más audaz de la decada en Trinacria, por lo que me había visto obligado a huir de la ciudad. Esa historia ya la contaré en otro momento, pues también merece ser explicada.
Como digo, pues, me encontraba absolutamente sin nada. Perseguido por la justicia del modo más implacable, resolví hacer lo que nunca antes había hecho, y que nunca más volvería a hacer en todos estos años: retirarme. Por mucho que confiara en mis habilidades con la espada, enfrentarse a toda la guardia de Trinacria era una locura, pero también la única opción, de querer quedarme en la ciudad.
Por lo tanto, con mi nueva (y fiel) montura, Dagodeiwos, puse rumbo a Moramailë. ¿Por qué Moramailë? Había estado allí, de joven, y me pareció un lugar ideal, un lienzo en blanco donde poder comenzar de nuevo. Vagué por sus fértiles planicies, buscando un lugar en el que asentarme. Hasta que, bordeando unos campo, una mirada me alcanzó en lo más hondo de mi ser. ¡Qué criatura extraordinaria! Su cabello negro, sus ojos oscuros, su semblante enteró me cautivó. Era mayor, pues se veía entrada en la madurez, mas en lugar de restarle encantos, se los sumaba al dejar entrever un arcano conocimiento inalcanzable para las jóvenes.
Yo llegaba cabalgando, con mi sombrero bien calado y, si bien también podía empezar a ver atrás mi juventud, aún era un caballero gallardo.
-¿Qué pueblo es aquél, milady? -le pregunté señalando las casas que se veían a lo lejos
-Es la villa de Darbash, señor caballero -respondió con una voz que parecía del más fino cristal
Yo asentí, pensativo. No tenía ningún lugar al que ir, y todos los pueblos eran iguales a mi parecer. Resolví en ese preciso instante fijar mi residencia en Darbash, sólo con tal de poder así ver a aquella mujer extraordinaria.
Y luego... descuidaran vuestras mercedes que obvie los detalles que prosiguieron... Liberé la aldea del yugo de los bandidos, ganándome el respeto de todos los habitantes del pueblo y, después, el cargo de alguacil. Grande fue mi cólera, al saber que aquella mujer estaba casada y, de hecho, tenía dos hijos. Pero no se le pueden poner diques al mar, que dicen. La amistad que me unía a Nford Ponjater, su esposo, no bastó para detener la pasión con la que nos amábamos, siempre de manera furtiva.
Sólo una vez pudimos consumar nuestro amor, por miedo a que nos encontraran: supondría la deshonra para ambos, como mínimo. Sin embargo, una sola unión bastó para engendrar en ella mi único vástago: no llevaría mi apellido, y tendría que renunciar a él por su bien, el de su madre y el mío propio, pero no pude evitar tener siempre una gran predilección por el muchacho, que demostró desde siempre que no era ningún pueblerino.
Como prácticamente único hombre culto del pueblo fui, en ciertos aspectos, preceptor suyo. Y, secretamente, ayudé siempre que pude a él y a su familia, como cuando el "padre" no podía pagar la bella arpa mágica que después encontró el muchacho en su jergón.
Y ahora, tras su huida, no me queda más que encontrarlo para, ahora que es mayor, decirle la verdad: que es descendiente de una de las más antiguas y gloriosas estirpes de caballeros de Trinacria, y que tiene allí todo un patrimonio que reclamar.
Los últimos acontecimientos me han impedido centrarme en la redacción de mis memorias; la huida del muchacho, la promesa, la partida del pueblecito de Moramailë, todos estos hechos han relegado tal trabajo a un segundo plano. A pesar de ello, sería abominable que no las concluyera, aunque ahora pienso que mis aventuras, que yo creía terminadas, no lo están tanto.
En cualquier caso, lo que haré seran bosquejos, esbozos de mi vida que, si algún día vuelvo a mi pueblecillo de Moramailë (pues a mi mansión de Trinacria me parece harto difícil), ordenaré para dar forma definitiva a mis memorias.
Empezaré, pues, ante todo, explicando algo que ocurrió ahora hace exactamente diecisiete años... Yo contaba con treinta y cinco primaveras y un largo historial: me había alistado, me había convertido en oficial, me habían degradado, me habían vuelto a ascender, me habían cruzado la cara de un tajo y me habían licenciado con honores; Había vuelto a casa, comprobado que mi hacienda y mi honor estaban entredicho, y, durante muchos años, había estado viviendo de mi espada, que ponía al servicio del mejor postor. Y, ante todo, había cometido el asesinato más audaz de la decada en Trinacria, por lo que me había visto obligado a huir de la ciudad. Esa historia ya la contaré en otro momento, pues también merece ser explicada.
Como digo, pues, me encontraba absolutamente sin nada. Perseguido por la justicia del modo más implacable, resolví hacer lo que nunca antes había hecho, y que nunca más volvería a hacer en todos estos años: retirarme. Por mucho que confiara en mis habilidades con la espada, enfrentarse a toda la guardia de Trinacria era una locura, pero también la única opción, de querer quedarme en la ciudad.
Por lo tanto, con mi nueva (y fiel) montura, Dagodeiwos, puse rumbo a Moramailë. ¿Por qué Moramailë? Había estado allí, de joven, y me pareció un lugar ideal, un lienzo en blanco donde poder comenzar de nuevo. Vagué por sus fértiles planicies, buscando un lugar en el que asentarme. Hasta que, bordeando unos campo, una mirada me alcanzó en lo más hondo de mi ser. ¡Qué criatura extraordinaria! Su cabello negro, sus ojos oscuros, su semblante enteró me cautivó. Era mayor, pues se veía entrada en la madurez, mas en lugar de restarle encantos, se los sumaba al dejar entrever un arcano conocimiento inalcanzable para las jóvenes.
Yo llegaba cabalgando, con mi sombrero bien calado y, si bien también podía empezar a ver atrás mi juventud, aún era un caballero gallardo.
-¿Qué pueblo es aquél, milady? -le pregunté señalando las casas que se veían a lo lejos
-Es la villa de Darbash, señor caballero -respondió con una voz que parecía del más fino cristal
Yo asentí, pensativo. No tenía ningún lugar al que ir, y todos los pueblos eran iguales a mi parecer. Resolví en ese preciso instante fijar mi residencia en Darbash, sólo con tal de poder así ver a aquella mujer extraordinaria.
Y luego... descuidaran vuestras mercedes que obvie los detalles que prosiguieron... Liberé la aldea del yugo de los bandidos, ganándome el respeto de todos los habitantes del pueblo y, después, el cargo de alguacil. Grande fue mi cólera, al saber que aquella mujer estaba casada y, de hecho, tenía dos hijos. Pero no se le pueden poner diques al mar, que dicen. La amistad que me unía a Nford Ponjater, su esposo, no bastó para detener la pasión con la que nos amábamos, siempre de manera furtiva.
Sólo una vez pudimos consumar nuestro amor, por miedo a que nos encontraran: supondría la deshonra para ambos, como mínimo. Sin embargo, una sola unión bastó para engendrar en ella mi único vástago: no llevaría mi apellido, y tendría que renunciar a él por su bien, el de su madre y el mío propio, pero no pude evitar tener siempre una gran predilección por el muchacho, que demostró desde siempre que no era ningún pueblerino.
Como prácticamente único hombre culto del pueblo fui, en ciertos aspectos, preceptor suyo. Y, secretamente, ayudé siempre que pude a él y a su familia, como cuando el "padre" no podía pagar la bella arpa mágica que después encontró el muchacho en su jergón.
Y ahora, tras su huida, no me queda más que encontrarlo para, ahora que es mayor, decirle la verdad: que es descendiente de una de las más antiguas y gloriosas estirpes de caballeros de Trinacria, y que tiene allí todo un patrimonio que reclamar.
Arzhel de Loïc- Cantidad de envíos : 175
Re: Las memorias del caballero Arzhel de Loïc
Capítulo II: Donde se habla sobre el Ilustre Caballero que fue Gus de Loïc, fundador de la casa
Para conocer a un hombre, siempre dijo mi padre que debía conocerse a todos los que le precedieron. Según mis pesquisas, el nombre Loïc procede de Rhylia, concretamente de una villa cercana a Lytenberg llamada Luyic, señorío de la familia Andrien, que contaba (y según me consta, cuenta en la actualidad todavía) con una fuerte tradición paladinesca entre sus hombres. Sin embargo, uno de los hijos del señor Rivaille de Andrien, Gus de Andrien, no sentía en absoluto la llamada de la Dama, y carecía completamente de la vocación que requiere ser un paladín.
Aunque era diestro con la espada y observaba algunos de los valores típicos de la nobleza militar (honor, coraje, tradición), estaba en marcado desacuerdo con las cerradas opiniones de la Orden de la Dama y su padre. Y contando con catorce años, justo antes de prestar juramento a la Orden, decidió que ese no era su sitio y puso pies en polvorosa: recogió unos cuantos dineros (muchos, si leyéramos los pocos documentos de Ashper, la Orden y la familia que hablan de ello) y pagó de incóginto un pasaje al primer barco que abandonara la isla, que resultó tener por destino Kuzueth.
Si Kuzueth es aún hoy en día una isla salvaje e inhóspita, tres siglos antes de la escritura de éstas líneas háganse la idea vuesas mercedes. Era una de las primeras expediciones con la intención de explorar la inmensa selva, formada de hombres atraídos por los rumores de las grandes riquezas que allí se escondían. Como no podía ser de otro modo, mi antepasado Gus se unió a ellos, iniciando así sus aventuras.
No sonrió la suerte a la expedición de ese navío cuyo nombre ha perdido la historia: según los diarios personales de mi ancestro, las bestias, la enfermedad y los nativos fueron acabando con la tripulación una vez tomaron tierra en la costa este de la isla y el objetivo de los supervivientes fue cambiando: ya no era encontrar la legendaria ciudad de Loalouyaa, sino llegar al villorio de Daosh, al sur. De los cuarenta y tres miembros que iniciarion el viaje, solamente dos cumplieron este nuevo objetivo: Gus, y un tipo hosco y huraño llamado Albert Frontelic con el que mi antepasado comenzó a trazar una cierta amistad.
Ambos llegaron a Daosh, decía, y tras descansar unos días o unas semanas, no se concreta mucho, se aburrieron del pueblo y siguieron con su viaje. ¿Su meta ahora? Llegar a la vecina Nehmen, concretamente a una floreciente Enie en la que todo hombre con agallas y dispuesto a ensuciarse un poco las manos era capaz de hacer fortuna con rapidez. O al menos eso creían. Consiguieron (no se aclaran demasiado los medios) una pequeña embarcación para bordear la costa, que habían aprendido la lección por las malas: adentrarse en Kuzueth a la ligera no es una empresa con demasiadas posibilidades de salir bien. Bordearon la costa de la inmensa isla y luego pusieron rumbo al sur, llegando a Nehmen en pocos días.
Ya en esa época era Enie una ciudad de piratas y contrabandistas, y aunque las fantasías de ambos habían excedido con creces la cruda realidad, Gus y Albert se lanzaron a la vida disipada y licenciosa que se respiraba en la urbe. Allí fue donde se originó el nombre Loïc: Gus decía ser nativo de Luyic, que debido al acento y a la diferente pronuncia de la isla acabó deformándose al apellido actual de la familia.
Varios años pasaron ambos de tripulación en tripulación, y aunque en general censuro la piratería (no en vano mi barba cubre una cicatriz de sable, sufrida justamente frente a las costas de la isla que nos ocupa), aquellos hombres que huían del mal gobierno, las injusticias o tradiciones demasiado arcaicas realmente tenían pocas opciones a considerarse dignas de un noble. Y aquello, lo más parecido a la milicia a lo que podían aspirar, era su único refugio.
También participó mi antepasado en expediciones a la jungla, por lo general infructuosas... El caso es que terminaría haciéndose un nombre en la isla y su sociedad de calaveras a base de abordar y saquear barcos de toda bandera y origen. Todo cambió el día en que, muchos años más tarde (Gus debía contar ya aproximadamente con treinta) surgió un conflicto entre el duque de Cessele y Su Majestad el Rey. La sociedad de piratas y maleantes de Nehmen quedó dividida entre aquellos que creían que lo mejor era respaldar al duque, los que opinaban que debían apoyar a la corona, y aquellos a quienes se les daban una higa reyes, duques y las madres que los parieron a todos. Por supuesto, lo que estaba claro es que aquellas gentes sólo buscaban en su mayoría lucrarse, importándoles más bien poco los motivos de unos y otros y su legitimidad.
Y una vez más Gus de Andrien, ahora conocido como Gus de Loïc, tomó la opción que la historia terminaría adjudicando como correcta. Entrevistándose de incógnito con agentes reales, acordó que él y su tripulación, así como unos cuantos capitanes de confianza, serían leales al rey durante la guerra. Y lo más importante, él juró lealtad al rey a cambio del perdón por sus actos de piratería, y protección de la familia Andrien y la Orden de la Dama que (más los primeros que los segundos), seguían buscándole tras todos esos años.
Las campañas fueron un éxito, y el navío de Gus participó activamente en el bloqueo de Móselec, interceptando correos y demás navíos del ducado. Y lo que es de más importancia: fue determinante a la hora de convencer al resto de la comunidad de Enie de que el bando más provechoso era el del Rey. Incluso arriesgó parte de su mal lograda fortuna haciéndola pasar como un presente de Su Majestad a las gentes de Nehmen, regalo que luego recuperó de las arcas trinacrianas. Consiguiendo así la no participación de los piratas, que constituían una de las principales fuerzas que Cessele podía aspirar a reunir para la batalla, la guerra no tardó en decantarse hacia el Rey. Y como le había sido prometido, a Gus de Loïc le fueron perdonados sus pasados crímenes y fue nombrado caballero de Su Majestad el Rey, ante las mismas narices de un ya anciano Rivaille de Andrien, que no pudo hacer más que desvincular (redundantemente, pues había nacido una nueva familia nobiliaria) su estirpe de la fundada por su hijo, y cortar con ella toda clase de relaciones. Aún hoy subsiste la enemistad entre ambas familias.
Restaurado su patrimonio y elevado su estatus al de caballero, Gus de Loïc aprovechó sus lazos a ambos lados de la moneda de la legalidad para aumentar las arcas familiares. Manteniendo buenas relaciones con Nehmen, los navíos en que invertía llegaban seguros a su destino, y su astucia para los negocios resultó estar a la par con su sutilidad para la diplomacia. Se casó con una flamante dama de la alta sociedad de la metrópolis, y pasó el resto de su vida como un patricio, un nuevo rico, instaurando las bases que serían símbolos de su familia: la espada familiar (que ahora reposa en mi cinto), y la mansión de Loïc en Trinacria. Murió en esa misma casa, a los sesenta y ocho años de edad, dejando a dos hijos para heredar su apellido.
pd. Me he tomado la libertad de tocar un poco la historia lejana del archipiélago! Si hay algo que se consdiere inapropiado, lo cambio sin problemas ^^.
Para conocer a un hombre, siempre dijo mi padre que debía conocerse a todos los que le precedieron. Según mis pesquisas, el nombre Loïc procede de Rhylia, concretamente de una villa cercana a Lytenberg llamada Luyic, señorío de la familia Andrien, que contaba (y según me consta, cuenta en la actualidad todavía) con una fuerte tradición paladinesca entre sus hombres. Sin embargo, uno de los hijos del señor Rivaille de Andrien, Gus de Andrien, no sentía en absoluto la llamada de la Dama, y carecía completamente de la vocación que requiere ser un paladín.
Aunque era diestro con la espada y observaba algunos de los valores típicos de la nobleza militar (honor, coraje, tradición), estaba en marcado desacuerdo con las cerradas opiniones de la Orden de la Dama y su padre. Y contando con catorce años, justo antes de prestar juramento a la Orden, decidió que ese no era su sitio y puso pies en polvorosa: recogió unos cuantos dineros (muchos, si leyéramos los pocos documentos de Ashper, la Orden y la familia que hablan de ello) y pagó de incóginto un pasaje al primer barco que abandonara la isla, que resultó tener por destino Kuzueth.
Si Kuzueth es aún hoy en día una isla salvaje e inhóspita, tres siglos antes de la escritura de éstas líneas háganse la idea vuesas mercedes. Era una de las primeras expediciones con la intención de explorar la inmensa selva, formada de hombres atraídos por los rumores de las grandes riquezas que allí se escondían. Como no podía ser de otro modo, mi antepasado Gus se unió a ellos, iniciando así sus aventuras.
No sonrió la suerte a la expedición de ese navío cuyo nombre ha perdido la historia: según los diarios personales de mi ancestro, las bestias, la enfermedad y los nativos fueron acabando con la tripulación una vez tomaron tierra en la costa este de la isla y el objetivo de los supervivientes fue cambiando: ya no era encontrar la legendaria ciudad de Loalouyaa, sino llegar al villorio de Daosh, al sur. De los cuarenta y tres miembros que iniciarion el viaje, solamente dos cumplieron este nuevo objetivo: Gus, y un tipo hosco y huraño llamado Albert Frontelic con el que mi antepasado comenzó a trazar una cierta amistad.
Ambos llegaron a Daosh, decía, y tras descansar unos días o unas semanas, no se concreta mucho, se aburrieron del pueblo y siguieron con su viaje. ¿Su meta ahora? Llegar a la vecina Nehmen, concretamente a una floreciente Enie en la que todo hombre con agallas y dispuesto a ensuciarse un poco las manos era capaz de hacer fortuna con rapidez. O al menos eso creían. Consiguieron (no se aclaran demasiado los medios) una pequeña embarcación para bordear la costa, que habían aprendido la lección por las malas: adentrarse en Kuzueth a la ligera no es una empresa con demasiadas posibilidades de salir bien. Bordearon la costa de la inmensa isla y luego pusieron rumbo al sur, llegando a Nehmen en pocos días.
Ya en esa época era Enie una ciudad de piratas y contrabandistas, y aunque las fantasías de ambos habían excedido con creces la cruda realidad, Gus y Albert se lanzaron a la vida disipada y licenciosa que se respiraba en la urbe. Allí fue donde se originó el nombre Loïc: Gus decía ser nativo de Luyic, que debido al acento y a la diferente pronuncia de la isla acabó deformándose al apellido actual de la familia.
Varios años pasaron ambos de tripulación en tripulación, y aunque en general censuro la piratería (no en vano mi barba cubre una cicatriz de sable, sufrida justamente frente a las costas de la isla que nos ocupa), aquellos hombres que huían del mal gobierno, las injusticias o tradiciones demasiado arcaicas realmente tenían pocas opciones a considerarse dignas de un noble. Y aquello, lo más parecido a la milicia a lo que podían aspirar, era su único refugio.
También participó mi antepasado en expediciones a la jungla, por lo general infructuosas... El caso es que terminaría haciéndose un nombre en la isla y su sociedad de calaveras a base de abordar y saquear barcos de toda bandera y origen. Todo cambió el día en que, muchos años más tarde (Gus debía contar ya aproximadamente con treinta) surgió un conflicto entre el duque de Cessele y Su Majestad el Rey. La sociedad de piratas y maleantes de Nehmen quedó dividida entre aquellos que creían que lo mejor era respaldar al duque, los que opinaban que debían apoyar a la corona, y aquellos a quienes se les daban una higa reyes, duques y las madres que los parieron a todos. Por supuesto, lo que estaba claro es que aquellas gentes sólo buscaban en su mayoría lucrarse, importándoles más bien poco los motivos de unos y otros y su legitimidad.
Y una vez más Gus de Andrien, ahora conocido como Gus de Loïc, tomó la opción que la historia terminaría adjudicando como correcta. Entrevistándose de incógnito con agentes reales, acordó que él y su tripulación, así como unos cuantos capitanes de confianza, serían leales al rey durante la guerra. Y lo más importante, él juró lealtad al rey a cambio del perdón por sus actos de piratería, y protección de la familia Andrien y la Orden de la Dama que (más los primeros que los segundos), seguían buscándole tras todos esos años.
Las campañas fueron un éxito, y el navío de Gus participó activamente en el bloqueo de Móselec, interceptando correos y demás navíos del ducado. Y lo que es de más importancia: fue determinante a la hora de convencer al resto de la comunidad de Enie de que el bando más provechoso era el del Rey. Incluso arriesgó parte de su mal lograda fortuna haciéndola pasar como un presente de Su Majestad a las gentes de Nehmen, regalo que luego recuperó de las arcas trinacrianas. Consiguiendo así la no participación de los piratas, que constituían una de las principales fuerzas que Cessele podía aspirar a reunir para la batalla, la guerra no tardó en decantarse hacia el Rey. Y como le había sido prometido, a Gus de Loïc le fueron perdonados sus pasados crímenes y fue nombrado caballero de Su Majestad el Rey, ante las mismas narices de un ya anciano Rivaille de Andrien, que no pudo hacer más que desvincular (redundantemente, pues había nacido una nueva familia nobiliaria) su estirpe de la fundada por su hijo, y cortar con ella toda clase de relaciones. Aún hoy subsiste la enemistad entre ambas familias.
Restaurado su patrimonio y elevado su estatus al de caballero, Gus de Loïc aprovechó sus lazos a ambos lados de la moneda de la legalidad para aumentar las arcas familiares. Manteniendo buenas relaciones con Nehmen, los navíos en que invertía llegaban seguros a su destino, y su astucia para los negocios resultó estar a la par con su sutilidad para la diplomacia. Se casó con una flamante dama de la alta sociedad de la metrópolis, y pasó el resto de su vida como un patricio, un nuevo rico, instaurando las bases que serían símbolos de su familia: la espada familiar (que ahora reposa en mi cinto), y la mansión de Loïc en Trinacria. Murió en esa misma casa, a los sesenta y ocho años de edad, dejando a dos hijos para heredar su apellido.
pd. Me he tomado la libertad de tocar un poco la historia lejana del archipiélago! Si hay algo que se consdiere inapropiado, lo cambio sin problemas ^^.
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