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Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
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Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Mientras aún miraba hacia arriba, una juguetona gota de agua le cayó en la frente, mezclándose con su sudor, y sobrepasó su ceja, cayendo sobre su ojo y obligándole a bizquear mientras miraba a Lisandot subir, que se movía con agilidad propia de la juventud. Beck se sentía aún joven, pero ya había pasado hacía mucho tiempo aquella época en la que habría prestado más atención al movimiento de las caderas de la joven. Ahora solo pensaba en que su pregunta era inútil, porque pasó lo que sabía que pasaría, puso en alerta a la muchacha, que vaciló a penas un momento antes de responder. Sin embargo, su pregunta lo pilló una pizca por sorpresa, y durante un momento abrió la boca con la intención de negarlo, como si temer algo fuese muestra de poca hombría, pero reconsideró justo antes de que las palabras saliesen de su boca.
- Sí.- para qué mentir, cuando no es necesario ni producente, aunque se calló el añadir que el sentimiento solía ser recíproco con los magos que se encontraba, que le trataban como una molestia, como mínimo, y a veces con sincero temor.- Aunque admito que nos vendría genial que fueses una.- se esforzó por sonreir, mientras sus músculos se tensaban para subir los últimos peldaños, mientras Lisandot alcanzaba su objetivo.- Les tengo el mismo miedo que le tengo a un hombre arm...- Justo en ese momento Beck comenzó a darse cuenta de algo raro, cuando al tocar el siguiente peldaño no lo sintió, aunque a pesar de todo, se apoyó en él y seguía subiendo a su costa. Un escalofrío le recorrió la espalda, y atemorizado y actuando por un instinto que repentinamente no se fiaba de que la escala le soportase, se impulsó para agarrarse al lugar donde el tronco principal se bifurcaba en cuatro poderosas ramas. Su mano alcanzó la primera de ellas y se enrolló a su alrededor, mientras la otra hacía lo propio, encontrándose ambas manos arriba de la rama, donde se cerraron en un apretón, llevándole punzadas de dolor en la mano herida, pero evitando de momento que cayese desde una altura suficiente como para partirle las dos piernas. Trató como pudo de enganchar sus piernas en torno a la rama, pero todo lo que consiguió fue meter los pies en dos huecos del tronco principal. Dado que estaba ocupado tratando de no matarse con la caída, no pudo contemplar como la escala simplemente se esfumaba.
Giró su cabeza hacia Lisandot por debajo de la rama a la que estaba agarrado, que por suerte era gruesa y parecía capaz de soportarle con creces, y le echó una mirada suplicante mientras le decía:
- Échame una mano, agárrame la pierna y súbemela hasta donde pueda apoyarla mejor... ¡o algo! - apretó los dientes mientras intentaba subir de nuevo sus piernas a la rama, pero falló porque no encontraba un agarre, ya que no podía mirar donde estaba intentando colocarlas. Pataleó un poco y volvió a encontrar los dos apoyos en el tronco principal, que por lo pronto eran lo mejor que tenía.
- Sí.- para qué mentir, cuando no es necesario ni producente, aunque se calló el añadir que el sentimiento solía ser recíproco con los magos que se encontraba, que le trataban como una molestia, como mínimo, y a veces con sincero temor.- Aunque admito que nos vendría genial que fueses una.- se esforzó por sonreir, mientras sus músculos se tensaban para subir los últimos peldaños, mientras Lisandot alcanzaba su objetivo.- Les tengo el mismo miedo que le tengo a un hombre arm...- Justo en ese momento Beck comenzó a darse cuenta de algo raro, cuando al tocar el siguiente peldaño no lo sintió, aunque a pesar de todo, se apoyó en él y seguía subiendo a su costa. Un escalofrío le recorrió la espalda, y atemorizado y actuando por un instinto que repentinamente no se fiaba de que la escala le soportase, se impulsó para agarrarse al lugar donde el tronco principal se bifurcaba en cuatro poderosas ramas. Su mano alcanzó la primera de ellas y se enrolló a su alrededor, mientras la otra hacía lo propio, encontrándose ambas manos arriba de la rama, donde se cerraron en un apretón, llevándole punzadas de dolor en la mano herida, pero evitando de momento que cayese desde una altura suficiente como para partirle las dos piernas. Trató como pudo de enganchar sus piernas en torno a la rama, pero todo lo que consiguió fue meter los pies en dos huecos del tronco principal. Dado que estaba ocupado tratando de no matarse con la caída, no pudo contemplar como la escala simplemente se esfumaba.
Giró su cabeza hacia Lisandot por debajo de la rama a la que estaba agarrado, que por suerte era gruesa y parecía capaz de soportarle con creces, y le echó una mirada suplicante mientras le decía:
- Échame una mano, agárrame la pierna y súbemela hasta donde pueda apoyarla mejor... ¡o algo! - apretó los dientes mientras intentaba subir de nuevo sus piernas a la rama, pero falló porque no encontraba un agarre, ya que no podía mirar donde estaba intentando colocarlas. Pataleó un poco y volvió a encontrar los dos apoyos en el tronco principal, que por lo pronto eran lo mejor que tenía.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
La lluvia golpeaba fuerte la copa del árbol, pero el espeso techo vegetal resistía bien; salvo alguna que otra gota que se escurría por entre las hendiduras del follaje, todo bajo él continuaba seco.
Mientras subía rápidamente, permanecía atenta a la respuesta de Beck, aguzando el oído para poder captar, por sobre el sonido del viento y de la lluvia, más que sus mismas palabras, el tono y las inflexiones de su voz. Eso, más que otra cosa, le ayudaría a decidir si el hombre que subía tras ella podía convertirse en una amenaza o no.
La sinceridad de la respuesta y el tono con que fue dicha la sorprendieron y le causaron una impresión favorable. Pocos hombres son capaces de admitir abiertamente que le temen a algo y, además, la voz de Beck no reflejaba ni odio ni resentimiento hacia aquellos a quienes temía; sólo había en ella la aceptación de su sentimiento.
Más tranquila, terminó de subir sin dejar de prestar atención a lo que él decía. Le interesaba conocer la causa de su temor; si lograba disiparlo podría usar su magia en beneficio de ambos. Se acomodaba en la rama cuando la súbita interrupción de Beck, en medio de una palabra, la hizo mirar hacia él.
Se quedó helada. Beck había logrado asirse a la rama, en la que ella misma estaba, apenas un segundo antes de que la escalera que ella había materializado se desvaneciera en el aire; sólo la rapidez de sus reflejos lo habían salvado de una caída potencialmente fatal.
Incapaz de reaccionar, presenció la infructuosa lucha del hombre por terminar de subirse a la rama, hasta que la voz de éste la sacó de su aturdimiento. Sí, tenía que hacer algo para ayudarlo a subir, él no iba a aguantar mucho colgado ahí.
Tratar de agarrarle una pierna para subírsela implicaba sacar medio cuerpo fuera de la rama y la exponía a ella a una caída. Muy riesgoso. Lo mejor era soñar otra escala por medio de la cual Beck pudiera completar la subida. Eso delataría que hacía magia, desde luego, pero después se ocuparía de eso.
Apoyándose en el tronco, cerró los ojos y soñó una escalera. Unos cuantos segundos después, sujeta de la rama inmediatamente superior y pegada al costado del cuerpo de Beck, surgió de la nada una nueva escala de cuerdas. Era sólida, pero corta; su largo era apenas suficiente para acoger la estatura del hombre. La soñó un par de minutos y abrió los ojos.
- Pasad a la escalera, pronto – lo apremió, sentándose a horcajadas en la rama y extendiendo una mano para ayudarle.
Su voz tenía una leve e involuntaria nota de incertidumbre. Pese a que procuraba mantener la calma, lo cierto es que estaba perpleja e inquieta. Había tardado más de lo habitual en materializar la escala y era más corta de lo que se había propuesto. Le afligía la idea de que no durara lo suficiente y, al mismo tiempo, una duda aciaga tomaba forma en su mente. ¿Estaba volviendo a perder el control de su poder? Sólo imaginarlo hacía que se le formara un nudo en la boca del estómago.
Mientras subía rápidamente, permanecía atenta a la respuesta de Beck, aguzando el oído para poder captar, por sobre el sonido del viento y de la lluvia, más que sus mismas palabras, el tono y las inflexiones de su voz. Eso, más que otra cosa, le ayudaría a decidir si el hombre que subía tras ella podía convertirse en una amenaza o no.
La sinceridad de la respuesta y el tono con que fue dicha la sorprendieron y le causaron una impresión favorable. Pocos hombres son capaces de admitir abiertamente que le temen a algo y, además, la voz de Beck no reflejaba ni odio ni resentimiento hacia aquellos a quienes temía; sólo había en ella la aceptación de su sentimiento.
Más tranquila, terminó de subir sin dejar de prestar atención a lo que él decía. Le interesaba conocer la causa de su temor; si lograba disiparlo podría usar su magia en beneficio de ambos. Se acomodaba en la rama cuando la súbita interrupción de Beck, en medio de una palabra, la hizo mirar hacia él.
Se quedó helada. Beck había logrado asirse a la rama, en la que ella misma estaba, apenas un segundo antes de que la escalera que ella había materializado se desvaneciera en el aire; sólo la rapidez de sus reflejos lo habían salvado de una caída potencialmente fatal.
Incapaz de reaccionar, presenció la infructuosa lucha del hombre por terminar de subirse a la rama, hasta que la voz de éste la sacó de su aturdimiento. Sí, tenía que hacer algo para ayudarlo a subir, él no iba a aguantar mucho colgado ahí.
Tratar de agarrarle una pierna para subírsela implicaba sacar medio cuerpo fuera de la rama y la exponía a ella a una caída. Muy riesgoso. Lo mejor era soñar otra escala por medio de la cual Beck pudiera completar la subida. Eso delataría que hacía magia, desde luego, pero después se ocuparía de eso.
Apoyándose en el tronco, cerró los ojos y soñó una escalera. Unos cuantos segundos después, sujeta de la rama inmediatamente superior y pegada al costado del cuerpo de Beck, surgió de la nada una nueva escala de cuerdas. Era sólida, pero corta; su largo era apenas suficiente para acoger la estatura del hombre. La soñó un par de minutos y abrió los ojos.
- Pasad a la escalera, pronto – lo apremió, sentándose a horcajadas en la rama y extendiendo una mano para ayudarle.
Su voz tenía una leve e involuntaria nota de incertidumbre. Pese a que procuraba mantener la calma, lo cierto es que estaba perpleja e inquieta. Había tardado más de lo habitual en materializar la escala y era más corta de lo que se había propuesto. Le afligía la idea de que no durara lo suficiente y, al mismo tiempo, una duda aciaga tomaba forma en su mente. ¿Estaba volviendo a perder el control de su poder? Sólo imaginarlo hacía que se le formara un nudo en la boca del estómago.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Pataleó de nuevo, cuando uno de sus pies se escurrió y perdió su apoyo, pero tampoco estaba en una situación tan preocupante, dado que aunque no podía terminar de subirse a la rama, tampoco estaba tan mal sujeto, y Lisandot le echaría una mano enseguida. Sin embargo, la ayuda se empezó a demorar, y Beck comenzó a sentir de nuevo que sus entumecidos brazos acusaban el cansancio de las horas de nado de la noche anterior.
- ¿Eh, chica? -entre dientes, la llamó, pero aunque la veía por el rabillo del ojo no le respondió. ¿Habría visto algo? ¿Estaría haciendo uso de sus poderes mágicos? Beck sintió el cosquilleo desagradable que siempre le producía pensar en lo sobrenatural. Recordó que la última vez que se había relacionado con un mago su capa se había prendido fuego espontáneamente y tuvo ganas de gruñir algún improperio, mientras buscaba un nuevo agarre para su pie.
Justo cuando iba a alzar la voz para llamar a la chica, esta se asomó tendiéndole una escala de cuerda. A penas había pasado un largo minuto colgado cuando se decidió a soltarse de la rama. Primero, se soltó de la mano izquierda y se agarró a la cuerda, justo encima de un peldaño, y después se desasió de la otra, quedando un segundo colgado solo de la izquierda, y bamboleándose, se agarró, con punzadas de dolor en su mano aún herida. Se alzó a pulso, hasta que pudo colocar un pie en el primer peldaño de la corta escala, y acto seguido miró hacia arriba, y vio a la muchacha mirándolo con cara de preocupación. Le tendía una mano, y durante una décima de segundo se sintió reticente a tocarla, pero finalmente, sin pensar ni por qué lo hacía, ya que realmente no necesitaba la ayuda, tendió agarró la mano tendida y terminó de subirse a la rama. Acto seguido, miró hacia atrás, hacia el punto donde había estado colgado y se limpió el sudor de su frente con la improvisada venda de su mano. Durante una décima de segundo tuvo ganas de reír, imaginándose colgado allí, y se habría reído de no haber tenido que abandonar su nuevo hogar hace tan poco, o de no haber tenido a un grupo de piratas pisándole los talones. Así que no se rió, sino que, dando la espalda al lugar donde había estado a punto de sufrir una fatal caída, le echó un rápido y tímido vistazo a la cada vez más sorprendente señorita Eclath.
- Gracias. Debe ser como la tercera vez que casi me mato en menos de un día.- lo dijo en un tono de conversación, intentando rebajar la tensión, pues ahora mismo era obvio que ella había omitido la verdad: Quizá no era exactamente una hechicera, pero bien que le parecía una en este momento.- No está mal para un hombre que hace solo cuatro años era un simple posadero, ¿eh? -Y esta vez sí que pudo sonreír, mientras durante un segundo se permitía el lujo de imaginarse en su hermosa taberna. La verdad, Beck creía que quizás le habría gustado ser posadero, sin más preocupaciones que un par de reyertas entre beodos a la semana.
Era consciente de que cuando la chica acabase por comprender los sutiles efectos sobre la magia que su presencia creaba su máscara se iría a la porra, nadie creería que un simple ex-posadero resulta poseer una extraña aura respecto a lo sobrenatural, pero Beck no solía abandonar una máscara tan rápidamente. Principalmente porque se negaba a mostrarse al descubierto, por si sus perseguidores estaban cerca, pero también, sinceramente, porque le gustaba imaginarse su vida de otra forma. “¿Cómo habría sido si...?” era una pregunta que acudía frecuentemente a su mente y con la que le gustaba juguetear.
Finalmente, no presionó a Lisandot para que le revelase la naturaleza de su poder. Si quería hacerlo, bien, de lo contrario, para él era casi indiferente. Lo que si sabía es que pronto su cobertura vegetal comenzaría a filtrar agua, y que si comenzaban los truenos su miedo a los rayos le haría bajar, aunque abajo hubiese una docena de piratas, o incluso una veintena esperándole. De hecho, aunque no había oído ninguno de momento, seguía atento a su posible retumbar.
- ¿Eh, chica? -entre dientes, la llamó, pero aunque la veía por el rabillo del ojo no le respondió. ¿Habría visto algo? ¿Estaría haciendo uso de sus poderes mágicos? Beck sintió el cosquilleo desagradable que siempre le producía pensar en lo sobrenatural. Recordó que la última vez que se había relacionado con un mago su capa se había prendido fuego espontáneamente y tuvo ganas de gruñir algún improperio, mientras buscaba un nuevo agarre para su pie.
Justo cuando iba a alzar la voz para llamar a la chica, esta se asomó tendiéndole una escala de cuerda. A penas había pasado un largo minuto colgado cuando se decidió a soltarse de la rama. Primero, se soltó de la mano izquierda y se agarró a la cuerda, justo encima de un peldaño, y después se desasió de la otra, quedando un segundo colgado solo de la izquierda, y bamboleándose, se agarró, con punzadas de dolor en su mano aún herida. Se alzó a pulso, hasta que pudo colocar un pie en el primer peldaño de la corta escala, y acto seguido miró hacia arriba, y vio a la muchacha mirándolo con cara de preocupación. Le tendía una mano, y durante una décima de segundo se sintió reticente a tocarla, pero finalmente, sin pensar ni por qué lo hacía, ya que realmente no necesitaba la ayuda, tendió agarró la mano tendida y terminó de subirse a la rama. Acto seguido, miró hacia atrás, hacia el punto donde había estado colgado y se limpió el sudor de su frente con la improvisada venda de su mano. Durante una décima de segundo tuvo ganas de reír, imaginándose colgado allí, y se habría reído de no haber tenido que abandonar su nuevo hogar hace tan poco, o de no haber tenido a un grupo de piratas pisándole los talones. Así que no se rió, sino que, dando la espalda al lugar donde había estado a punto de sufrir una fatal caída, le echó un rápido y tímido vistazo a la cada vez más sorprendente señorita Eclath.
- Gracias. Debe ser como la tercera vez que casi me mato en menos de un día.- lo dijo en un tono de conversación, intentando rebajar la tensión, pues ahora mismo era obvio que ella había omitido la verdad: Quizá no era exactamente una hechicera, pero bien que le parecía una en este momento.- No está mal para un hombre que hace solo cuatro años era un simple posadero, ¿eh? -Y esta vez sí que pudo sonreír, mientras durante un segundo se permitía el lujo de imaginarse en su hermosa taberna. La verdad, Beck creía que quizás le habría gustado ser posadero, sin más preocupaciones que un par de reyertas entre beodos a la semana.
Era consciente de que cuando la chica acabase por comprender los sutiles efectos sobre la magia que su presencia creaba su máscara se iría a la porra, nadie creería que un simple ex-posadero resulta poseer una extraña aura respecto a lo sobrenatural, pero Beck no solía abandonar una máscara tan rápidamente. Principalmente porque se negaba a mostrarse al descubierto, por si sus perseguidores estaban cerca, pero también, sinceramente, porque le gustaba imaginarse su vida de otra forma. “¿Cómo habría sido si...?” era una pregunta que acudía frecuentemente a su mente y con la que le gustaba juguetear.
Finalmente, no presionó a Lisandot para que le revelase la naturaleza de su poder. Si quería hacerlo, bien, de lo contrario, para él era casi indiferente. Lo que si sabía es que pronto su cobertura vegetal comenzaría a filtrar agua, y que si comenzaban los truenos su miedo a los rayos le haría bajar, aunque abajo hubiese una docena de piratas, o incluso una veintena esperándole. De hecho, aunque no había oído ninguno de momento, seguía atento a su posible retumbar.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Si realmente la escalera se hubiera esfumado antes de lo previsto, poco y nada hubiese podido hacer para ayudar a Beck: el hombre era más alto y pesado que ella y seguramente la hubiera arrastrado en una posible caída; pero no pensó en al extender la mano, fue un gesto instintivo. Afortunadamente, la escalera perduró lo suficiente.
Cuando Beck se encontró ya a salvo en la ramo, se acomodó nuevamente en la rama alejándose un poco de él. Lo miraba y escuchaba un poco distraída, ocupada más bien en sus propios pensamientos, tratando de decidir que hacer a continuación. Había cosas que eran obvias y no merecían mayor cuestionamiento: debía curar el rostro y la mano de Beck; era parte del deber que había asumido como parte de su vida hacía ya muchos años. Pero había otras…
- De nada – contestó automáticamente a su agradecimiento y luego agregó -¿Dejasteis vuestra posada voluntariamente para iros con los piratas?
Hablaba en el tono cortés de quien, en una reunión social, sigue una conversación que le resulta más bien indiferente para no desairar a su interlocutor. En otro instante la historia del posadero devenido en pirata desertor le hubiera resultado muy interesante, pero ahora sus pensamientos estaban en otra parte.
¿Debía usar su poder para procurarles, a ella y su eventual socio de desdichas, comida caliente y un refugio adecuado contra la tormenta? ¿Podía confiar en él? ¿Podía confiar en sí misma?
Se había demorado más de lo usual en materializar la escala de cuerdas y había sido más corta de lo que se había propuesto pero, después de todo, había materializado exactamente lo que había querido y cuando lo había deseado. No estaba materializando cosas involuntariamente; el problema no era falta de control, quizás solamente era cansancio. Había estado enferma hacía relativamente poco tiempo, aún no se había recuperado por completo y la huída por el bosque y el miedo que había sentido – que aún sentía – la habían agotado. Probablemente iba a serle más difícil materializar lo que quisiera, pero iba a poder hacerlo.
Y respecto a Beck… Había manifestado temor hacia los hechiceros, pero no odio. Y no parecía tener la menor intención de atacarla, incluso se mostraba amable. Su actitud le parecía sincera, después de todo no tenía porque fingir; era más fuerte que ella, estaba armado y ella no tenía ya donde huir. Estaba a su merced, si quisiera dañarla ya lo hubiera intentado; por supuesto, él no sabía nada acerca de Aluunros.
Para usar su magia tendría que hablarle a Beck sobre ella y eso significaba admitir que había ocultado parte de la verdad; le sabía mal. Para ganar un poco de tiempo mientras tomaba una decisión, se dio a la tarea de volver a curar a Beck. Luego de rebuscar un poco en su bolso, se acercó nuevamente a él.
- Estáis herido, os curaré de nuevo – no le pedía su anuencia para hacerlo, daba por sentado que tenía que ser así.
Con los suaves y precisos movimientos de siempre curó las heridas del rostro primero y de la mano, después. Acabada de vendar esta última se quedó mirando a Beck con aire pensativo, había tomado su decisión.
- No mentí cuando os dije que no era una hechicera, pero tampoco os dije toda la verdad. No hago conjuros, hechizos ni brujerías pero si hago magia. Tengo algunos dones relacionados con los sueños; uno de ellos es que puedo materializar las cosas con las que sueño; así creé la escalera de cuerdas.
Apartándose un poco de Beck, aguardó expectante su reacción. Sin darse cuenta de lo que hacía, se había llevado la mano a la base del cuello. Bajo su ropa llevaba la garra que le había regalado Akira. Con ella y mediante la ofrenda de su sangre podía invocar a Aluunros, el grifo. Su amigo, su protector, su última esperanza ante el peligro.
Cuando Beck se encontró ya a salvo en la ramo, se acomodó nuevamente en la rama alejándose un poco de él. Lo miraba y escuchaba un poco distraída, ocupada más bien en sus propios pensamientos, tratando de decidir que hacer a continuación. Había cosas que eran obvias y no merecían mayor cuestionamiento: debía curar el rostro y la mano de Beck; era parte del deber que había asumido como parte de su vida hacía ya muchos años. Pero había otras…
- De nada – contestó automáticamente a su agradecimiento y luego agregó -¿Dejasteis vuestra posada voluntariamente para iros con los piratas?
Hablaba en el tono cortés de quien, en una reunión social, sigue una conversación que le resulta más bien indiferente para no desairar a su interlocutor. En otro instante la historia del posadero devenido en pirata desertor le hubiera resultado muy interesante, pero ahora sus pensamientos estaban en otra parte.
¿Debía usar su poder para procurarles, a ella y su eventual socio de desdichas, comida caliente y un refugio adecuado contra la tormenta? ¿Podía confiar en él? ¿Podía confiar en sí misma?
Se había demorado más de lo usual en materializar la escala de cuerdas y había sido más corta de lo que se había propuesto pero, después de todo, había materializado exactamente lo que había querido y cuando lo había deseado. No estaba materializando cosas involuntariamente; el problema no era falta de control, quizás solamente era cansancio. Había estado enferma hacía relativamente poco tiempo, aún no se había recuperado por completo y la huída por el bosque y el miedo que había sentido – que aún sentía – la habían agotado. Probablemente iba a serle más difícil materializar lo que quisiera, pero iba a poder hacerlo.
Y respecto a Beck… Había manifestado temor hacia los hechiceros, pero no odio. Y no parecía tener la menor intención de atacarla, incluso se mostraba amable. Su actitud le parecía sincera, después de todo no tenía porque fingir; era más fuerte que ella, estaba armado y ella no tenía ya donde huir. Estaba a su merced, si quisiera dañarla ya lo hubiera intentado; por supuesto, él no sabía nada acerca de Aluunros.
Para usar su magia tendría que hablarle a Beck sobre ella y eso significaba admitir que había ocultado parte de la verdad; le sabía mal. Para ganar un poco de tiempo mientras tomaba una decisión, se dio a la tarea de volver a curar a Beck. Luego de rebuscar un poco en su bolso, se acercó nuevamente a él.
- Estáis herido, os curaré de nuevo – no le pedía su anuencia para hacerlo, daba por sentado que tenía que ser así.
Con los suaves y precisos movimientos de siempre curó las heridas del rostro primero y de la mano, después. Acabada de vendar esta última se quedó mirando a Beck con aire pensativo, había tomado su decisión.
- No mentí cuando os dije que no era una hechicera, pero tampoco os dije toda la verdad. No hago conjuros, hechizos ni brujerías pero si hago magia. Tengo algunos dones relacionados con los sueños; uno de ellos es que puedo materializar las cosas con las que sueño; así creé la escalera de cuerdas.
Apartándose un poco de Beck, aguardó expectante su reacción. Sin darse cuenta de lo que hacía, se había llevado la mano a la base del cuello. Bajo su ropa llevaba la garra que le había regalado Akira. Con ella y mediante la ofrenda de su sangre podía invocar a Aluunros, el grifo. Su amigo, su protector, su última esperanza ante el peligro.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
“El fuego siempre ardía acogedor, la luz cálida se filtraba por las ventanas y se despedía llegada la noche, y entonces una docena de lamparas de aceite iluminaba el lugar. Las paredes eran de fresca piedra y tenían varias pieles colgadas en varios puntos, de animales que el mismo posadero había cazado en sus años de mocedad. Cada cerveza era más fresca y en cada mesa se sentaba alguien digno de conversación, casi un amigo. Las camareras eran...”
Una frase sacó a Beck de su ensoñación, que estaba siendo increíblemente real, hasta el punto de resultar casi hipnótica. “¿Dejasteis vuestra posada voluntariamente para iros con los piratas?” le había preguntado. Un poco molesto, en parte por sacarlo de su ensoñación y en parte por insinuar siquiera que alguien dejaría su excepcional posada teniendo opción de evitarlo, replicó:
- ¿Voluntariamente? No.- con un ademán le quitó importancia al asunto antes de añadir como somera explicación- Ardió.
Echó un vistazo por debajo de las ramas y no vio nada, ni escuchó a ninguno de los piratas en las proximidades. Cuando ella se ofreció a curarle de nuevo asintió y esbozó una sonrisa, de nuevo impelido interiormente a evitar el contacto físico, pero incapaz de hacerlo sin forzar una situación incómoda. Le llamó la atención el hecho de que ella no hiciese ningún comentario. Algunos usuarios de la magia con los que se había cruzado habían demostrado cierta incomodidad al tocarle, incluso llegando a decir que su tacto era desagradable. Pero ella se encargaba de su cuidado sin ninguna muestra de haber percibido nada raro, curándole la herida que tenía por encima del ojo, haciéndole guiñarlo y poner una mueca. El hombre le echó un vistazo a los ojos de la jovencita, que ahora no tenían un color tan profundamente oscuro. Era asombroso. Sentía la fuerte presión de preguntarle si de verdad no notaba nada raro en él y durante un segundo se permitió fantasear con que su poder, fuera el que fuese, no se viese afectado y no le trajese efectos secundarios. Sin embargo, no preguntó nada. Lo que sí se planteó es si sus ojos se estarían volviendo levemente azulados, como había descubierto que pasaba cuando se encontraba en contacto con magia durante un tiempo moderado. Luego empezarían las jaquecas, pero todavía faltaba para eso.
Iba a preguntar algo, pero se dio cuenta de que la chica se disponía a contarle algo. Y así fue, Lisandot explicó de manera más que suficiente lo que él ya sospechaba, que había algo singular en ella, fuese del tipo que fuese. Observó como daba un tímido paso atrás y se llevaba la mano al cuello, en un gesto que interpretó como timidez, aunque sabía que había algo más. No entendía muy bien como funcionaba lo que ella explicaba (¿se había quedado dormida para invocar una escala?), pero eso era lo de menos. La miró a los ojos y con gravedad le respondió.
- Entonces espero que tengas sueños hermosos.- asintió y finalmente esbozó una sonrisa.- Gracias. Por tus cuidados y por contármelo, a veces es duro ser diferente.- carraspeó y decidido a cambiar de tema preguntó acercándose y bajando el tono para poder conversar sin ser oídos si algún corsario pasase cerca:- ¿Los ciudadanos locales están habituados a la magia o son hostiles a ella?
Se sentó sobre la rama, de cara a Lisandot y con las piernas encogidas bajo su cuerpo, sus manos descansando sobre sus rodillas y se colocó su curioso medallón en la parte delantera del cuello, porque se había metido por su espalda cuando había quedado colgado bajo la rama.
Una frase sacó a Beck de su ensoñación, que estaba siendo increíblemente real, hasta el punto de resultar casi hipnótica. “¿Dejasteis vuestra posada voluntariamente para iros con los piratas?” le había preguntado. Un poco molesto, en parte por sacarlo de su ensoñación y en parte por insinuar siquiera que alguien dejaría su excepcional posada teniendo opción de evitarlo, replicó:
- ¿Voluntariamente? No.- con un ademán le quitó importancia al asunto antes de añadir como somera explicación- Ardió.
Echó un vistazo por debajo de las ramas y no vio nada, ni escuchó a ninguno de los piratas en las proximidades. Cuando ella se ofreció a curarle de nuevo asintió y esbozó una sonrisa, de nuevo impelido interiormente a evitar el contacto físico, pero incapaz de hacerlo sin forzar una situación incómoda. Le llamó la atención el hecho de que ella no hiciese ningún comentario. Algunos usuarios de la magia con los que se había cruzado habían demostrado cierta incomodidad al tocarle, incluso llegando a decir que su tacto era desagradable. Pero ella se encargaba de su cuidado sin ninguna muestra de haber percibido nada raro, curándole la herida que tenía por encima del ojo, haciéndole guiñarlo y poner una mueca. El hombre le echó un vistazo a los ojos de la jovencita, que ahora no tenían un color tan profundamente oscuro. Era asombroso. Sentía la fuerte presión de preguntarle si de verdad no notaba nada raro en él y durante un segundo se permitió fantasear con que su poder, fuera el que fuese, no se viese afectado y no le trajese efectos secundarios. Sin embargo, no preguntó nada. Lo que sí se planteó es si sus ojos se estarían volviendo levemente azulados, como había descubierto que pasaba cuando se encontraba en contacto con magia durante un tiempo moderado. Luego empezarían las jaquecas, pero todavía faltaba para eso.
Iba a preguntar algo, pero se dio cuenta de que la chica se disponía a contarle algo. Y así fue, Lisandot explicó de manera más que suficiente lo que él ya sospechaba, que había algo singular en ella, fuese del tipo que fuese. Observó como daba un tímido paso atrás y se llevaba la mano al cuello, en un gesto que interpretó como timidez, aunque sabía que había algo más. No entendía muy bien como funcionaba lo que ella explicaba (¿se había quedado dormida para invocar una escala?), pero eso era lo de menos. La miró a los ojos y con gravedad le respondió.
- Entonces espero que tengas sueños hermosos.- asintió y finalmente esbozó una sonrisa.- Gracias. Por tus cuidados y por contármelo, a veces es duro ser diferente.- carraspeó y decidido a cambiar de tema preguntó acercándose y bajando el tono para poder conversar sin ser oídos si algún corsario pasase cerca:- ¿Los ciudadanos locales están habituados a la magia o son hostiles a ella?
Se sentó sobre la rama, de cara a Lisandot y con las piernas encogidas bajo su cuerpo, sus manos descansando sobre sus rodillas y se colocó su curioso medallón en la parte delantera del cuello, porque se había metido por su espalda cuando había quedado colgado bajo la rama.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
No había sentido nada fuera de lo normal cuando había tocado a Beck para curarlo la primera vez, pero sí había experimentado una leve incomodidad al hacerlo por segunda vez. Sin embargo, no atribuyó dicha sensación a su paciente, si no que la adjudicó al cansancio y la tensión emocional que experimentaba en esos momentos. Que los ojos de él comenzaran a tornarse azulados tampoco le llamó particularmente de atención. Si sus propios ojos cambiaban de color al ritmo de sus emociones, ¿porqué iba a sorprenderle que cambiaran los ojos de otro ser? No era la primera vez que conocía a alguien que también tuviera esa característica.
Suspiró de alivio ante la respuesta de Beck frente a su confesión y sus ojos se aclararon un poco más. ¡No tenía nada que temer de él! Se relajó visiblemente y adoptó una postura más cómoda, alejando la mano de su cuello. Era un enorme alivio no tener que estar en guardia contra su compañero de rama. Le sonrió en respuesta a sus buenos deseos y su agradecimiento y asintió sin decir nada a lo de “a veces es duro ser diferente” Eso era algo que ella sabía muy bien, pero no era un tema del que le gustara hablar.
Sólo cuando Beck le preguntó sobre la reacción de los ciudadanos ante la magia cayó en la cuenta de que él suponía que ella era lugareña. Era lógico, no tenía porque pensar de una manera diferente.
- No lo sé. Llevo muy poco tiempo aquí y no he tenido ocasión de averiguarlo.
Al menos, la magia no era un tema de conversación habitual entre la gente que había conocido, tanto en la posada como en el puesto de hierbas. En realidad, ni siquiera era tema. En los días que llevaba en Trinacria no había oído hablar ni de sucesos ni de seres mágicos y, por lo tanto, no había podido conocer la postura de la gente respecto a eso. Era cuestión de tiempo, suponía, enterarse de cómo se daban las cosas en la ciudad en relación a ese tema; llevaba poco tiempo ahí y, ocupada en instalarse, no había hecho mucha vida social. De todos modos, por precaución, sólo había usado su poder frente a Akira e incluso así, en forma muy moderada; en una posada hay demasiados ojos y oídos y no quería exponerse hasta estar segura del terreno que pisaba.
- Desde que llegué, al único extraño al que le he mostrado mi poder ha sido a vos.
Y lo había hecho, llena de temor, porque no había tenido alternativa posible; dejar a Beck, agotado y herido, abandonado a su suerte, nunca había sido una opción. Había sido difícil, pero ya había pasado el Rubicón y podía seguir adelante y usar su poder con mucha más tranquilidad y confianza.
Enhorabuena que podía hacerlo porque la lluvia se colaba cada vez más abundantemente por su techo vegetal y la temperatura había bajado considerablemente. Tenía un par de mantas – que se apresuró a sacar - en su bolso mágico, pero estaba claro que ellas no bastarían para mantenerlos relativamente secos y confortables. Le extendió una de las mantas a Beck y le explicó su plan; iba a sentirse más segura usando su magia si él estaba de acuerdo en que lo hiciera.
- Yo puedo soñar comida caliente para ambos – explicó – y un refugio mejor que éste. Habitualmente no me resulta difícil, pero tal vez en esta ocasión me lleve más tiempo hacerlo. Creo que el cansancio me está afectando, la segunda escala que soñé no salió exactamente como quería – frunció levemente el entrecejo al decir esto – pero de todos modos puedo hacerlo y estaremos mucho mejor que ahora. ¿Velaríais mi sueño mientras lo hago? – le sonrió.
Suspiró de alivio ante la respuesta de Beck frente a su confesión y sus ojos se aclararon un poco más. ¡No tenía nada que temer de él! Se relajó visiblemente y adoptó una postura más cómoda, alejando la mano de su cuello. Era un enorme alivio no tener que estar en guardia contra su compañero de rama. Le sonrió en respuesta a sus buenos deseos y su agradecimiento y asintió sin decir nada a lo de “a veces es duro ser diferente” Eso era algo que ella sabía muy bien, pero no era un tema del que le gustara hablar.
Sólo cuando Beck le preguntó sobre la reacción de los ciudadanos ante la magia cayó en la cuenta de que él suponía que ella era lugareña. Era lógico, no tenía porque pensar de una manera diferente.
- No lo sé. Llevo muy poco tiempo aquí y no he tenido ocasión de averiguarlo.
Al menos, la magia no era un tema de conversación habitual entre la gente que había conocido, tanto en la posada como en el puesto de hierbas. En realidad, ni siquiera era tema. En los días que llevaba en Trinacria no había oído hablar ni de sucesos ni de seres mágicos y, por lo tanto, no había podido conocer la postura de la gente respecto a eso. Era cuestión de tiempo, suponía, enterarse de cómo se daban las cosas en la ciudad en relación a ese tema; llevaba poco tiempo ahí y, ocupada en instalarse, no había hecho mucha vida social. De todos modos, por precaución, sólo había usado su poder frente a Akira e incluso así, en forma muy moderada; en una posada hay demasiados ojos y oídos y no quería exponerse hasta estar segura del terreno que pisaba.
- Desde que llegué, al único extraño al que le he mostrado mi poder ha sido a vos.
Y lo había hecho, llena de temor, porque no había tenido alternativa posible; dejar a Beck, agotado y herido, abandonado a su suerte, nunca había sido una opción. Había sido difícil, pero ya había pasado el Rubicón y podía seguir adelante y usar su poder con mucha más tranquilidad y confianza.
Enhorabuena que podía hacerlo porque la lluvia se colaba cada vez más abundantemente por su techo vegetal y la temperatura había bajado considerablemente. Tenía un par de mantas – que se apresuró a sacar - en su bolso mágico, pero estaba claro que ellas no bastarían para mantenerlos relativamente secos y confortables. Le extendió una de las mantas a Beck y le explicó su plan; iba a sentirse más segura usando su magia si él estaba de acuerdo en que lo hiciera.
- Yo puedo soñar comida caliente para ambos – explicó – y un refugio mejor que éste. Habitualmente no me resulta difícil, pero tal vez en esta ocasión me lleve más tiempo hacerlo. Creo que el cansancio me está afectando, la segunda escala que soñé no salió exactamente como quería – frunció levemente el entrecejo al decir esto – pero de todos modos puedo hacerlo y estaremos mucho mejor que ahora. ¿Velaríais mi sueño mientras lo hago? – le sonrió.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
“Solo una persona acomplejada o profundamente prudente oculta sus propias habilidades, pues es natural enorgullecerse de los propios méritos” le había dicho el monje Baskerville, al que durante un par de años había considerado su mentor y mejor amigo, con aquellos ojos azules y profundamente inteligentes. Puede que Eclath fuese ambas cosas, especialmente si estaba fuera de su hogar, siendo nueva en la zona y temiendo utilizar, al parecer, su poder delante de otros. Durante un segundo estuvo a punto de preguntar si ella también era una fugitiva de su poder, deseoso de descubrir alguien como él, un instante de debilidad bajo su máscara del que se recuperó pasándose la lengua fugazmente por los labios secos.
El hecho de que recalcase que era el primer extraño que veía su poder en el lugar recalcaba el hecho de que no estaba sola. Sintió curiosidad, ¿estaría con más “soñadores”? El caso es que ella tenía a alguien, él no. No se permitió la envidia, no era ni momento ni lugar. Además, estaba acostumbrado, la gente con habilidades siempre se encontraba apartada, cuanto más aquel con habilidades que le hacen ser rechazado entre el resto de personas excepcionales. Además, se sintió reconfortado por el hecho de que pareciese que la chica comenzaba a confiar en él. Él no habría confiado en sí mismo de haber sido ella, lo sabía bien.
Cuando Lisandot manifestó la dificultad a la hora de “soñar” su breve sueño de que al fin hubiese encontrado un poder sobrenatural que no se viese afectado por su habilidad se rompió en pedazos y se lo llevó el viento del suspiro que salió del pecho de Beck.
- ¿Si sueñas un refugio no será demasiado llamativo? Prefiero el frío a que me... nos cojan.- buscó una excusa, mientras sacaba su cantimplora e intentaba usar una gran hoja del árbol para canalizar algunas gotas a su cantimplora. Tenía mucha sed, solo había echado un leve trago a la cantimplora de Lisandot desde el día anterior, pero no iba a manifestarlo, de momento, podría soportarlo.- Además, en todo caso, prescinde de todo lo que no sea estrictamente necesario. No hace falta que inventes comida ni comodidades. Estás cansada y estresada, no debes presionarte.- Beck siguió tratando de inventar maneras de que usase el mínimo de energía. No quería comenzar a sufrir problemas, sería peligroso, y además, nunca sabía uno lo que podía saber. Hacia adentro maldijo su situación y la razón de sus cuitas, su pequeño poder.- Por lo demás, intentaré vigilarte, aunque admito que no sé qué hacer si pasa algo y estás desfallecida.
El hecho de que recalcase que era el primer extraño que veía su poder en el lugar recalcaba el hecho de que no estaba sola. Sintió curiosidad, ¿estaría con más “soñadores”? El caso es que ella tenía a alguien, él no. No se permitió la envidia, no era ni momento ni lugar. Además, estaba acostumbrado, la gente con habilidades siempre se encontraba apartada, cuanto más aquel con habilidades que le hacen ser rechazado entre el resto de personas excepcionales. Además, se sintió reconfortado por el hecho de que pareciese que la chica comenzaba a confiar en él. Él no habría confiado en sí mismo de haber sido ella, lo sabía bien.
Cuando Lisandot manifestó la dificultad a la hora de “soñar” su breve sueño de que al fin hubiese encontrado un poder sobrenatural que no se viese afectado por su habilidad se rompió en pedazos y se lo llevó el viento del suspiro que salió del pecho de Beck.
- ¿Si sueñas un refugio no será demasiado llamativo? Prefiero el frío a que me... nos cojan.- buscó una excusa, mientras sacaba su cantimplora e intentaba usar una gran hoja del árbol para canalizar algunas gotas a su cantimplora. Tenía mucha sed, solo había echado un leve trago a la cantimplora de Lisandot desde el día anterior, pero no iba a manifestarlo, de momento, podría soportarlo.- Además, en todo caso, prescinde de todo lo que no sea estrictamente necesario. No hace falta que inventes comida ni comodidades. Estás cansada y estresada, no debes presionarte.- Beck siguió tratando de inventar maneras de que usase el mínimo de energía. No quería comenzar a sufrir problemas, sería peligroso, y además, nunca sabía uno lo que podía saber. Hacia adentro maldijo su situación y la razón de sus cuitas, su pequeño poder.- Por lo demás, intentaré vigilarte, aunque admito que no sé qué hacer si pasa algo y estás desfallecida.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Cuando era una niña mostraba sus poderes sin temor alguno; lo que hacía era tan natural para ella que había tardado en darse cuenta de que los demás no poseían dichos dones. Sintió pena cuando por fin lo comprendió, pena de que esas habilidades tan especiales no las poseyeran todos, pero siguió usándolas con libertad y hasta con alegría; disfrutaba compartiendo su don con los que la rodeaban: tejiendo hermosos sueños para ellos, soñando comidas deliciosas y otros pequeños y fugaces placeres. Tardó también en advertir, y aceptar, que sus obsequios no sólo no eran bien recibidos si no que, además, provocaban temor entre aquellos a quienes iban dirigidos. En una comunidad de seres absolutamente normales, no suele tolerarse bien la presencia de aptitudes mágicas; más bien, dicha presencia provoca desconfianza, temor y envidia. Cuando por fin comprendió esa amarga realidad, ya era demasiado tarde. Su gente la rechazaba y su único camino fue el exilio.
Envidia, temor, rechazo y persecuciones por brujería marcaron su camino hasta que por fin aprendió a ocultar sus habilidades con los sueños y a mostrar sólo su talento para la sanación. Nunca había conocido a, ni había oído hablar de, otros como ella, pero había buscado incansablemente algún lugar donde habitaran suficientes criaturas mágicas como para dejar de sentirse diferente. Y durante algún tiempo, lo había encontrado.
Escuchó atentamente los comentarios de Beck, asintiendo ante sus palabras. Él tenía razón, estaba cansada y estresada. Estando en óptimas condiciones, soñar un refugio adecuado que durara hasta el cese de la tormenta, le tomaría varios minutos. Tal como estaba ahora, y a juzgar por lo sucedido con la escalera, tardaría muchísimo más; era posible, incluso, que precisara dormir todo el tiempo que necesitaran el refugio. Aunque podía despertar voluntariamente cuando hubiese cumplido su propósito, dormir la colocaba en una situación de vulnerabilidad e indefensión; su confianza en Beck había aumentado, pero aún no era la suficiente como para dormir largo tiempo en su presencia, quedando a su entera merced. Mientras menos tiempo tuviera que dormir, sería mucho mejor.
- Sois muy amable al preocuparos por mí. Tenéis razón, estoy muy cansada, tal vez soñar un refugio no sea lo más apropiado. Soñaré unas capas de seda élfica, bastarán para mantenernos secos y abrigados. Además, creo que tengo unos bombones en mi bolso, nos servirán para calmar un poco el hambre – sonrió - ¡Ah! Si sucede algo, sólo tenéis que despertarme.
Se alejó un poco del hombre y se sentó de una manera más cómoda, apoyándose en una elevación de la rama, para enseguida cerrar los ojos. Se durmió de inmediato. De haber seguido las cosas su curso normal, sólo instantes después hubiesen aparecido las capas en la rama, pero debieron pasar largos cinco minutos para que por fin se materializaran. Eran un par de capas de seda élfica color verde, provistas de sendas capuchas. Siguió durmiendo un rato más, para asegurarse de que perduraran el tiempo suficiente.
Envidia, temor, rechazo y persecuciones por brujería marcaron su camino hasta que por fin aprendió a ocultar sus habilidades con los sueños y a mostrar sólo su talento para la sanación. Nunca había conocido a, ni había oído hablar de, otros como ella, pero había buscado incansablemente algún lugar donde habitaran suficientes criaturas mágicas como para dejar de sentirse diferente. Y durante algún tiempo, lo había encontrado.
Escuchó atentamente los comentarios de Beck, asintiendo ante sus palabras. Él tenía razón, estaba cansada y estresada. Estando en óptimas condiciones, soñar un refugio adecuado que durara hasta el cese de la tormenta, le tomaría varios minutos. Tal como estaba ahora, y a juzgar por lo sucedido con la escalera, tardaría muchísimo más; era posible, incluso, que precisara dormir todo el tiempo que necesitaran el refugio. Aunque podía despertar voluntariamente cuando hubiese cumplido su propósito, dormir la colocaba en una situación de vulnerabilidad e indefensión; su confianza en Beck había aumentado, pero aún no era la suficiente como para dormir largo tiempo en su presencia, quedando a su entera merced. Mientras menos tiempo tuviera que dormir, sería mucho mejor.
- Sois muy amable al preocuparos por mí. Tenéis razón, estoy muy cansada, tal vez soñar un refugio no sea lo más apropiado. Soñaré unas capas de seda élfica, bastarán para mantenernos secos y abrigados. Además, creo que tengo unos bombones en mi bolso, nos servirán para calmar un poco el hambre – sonrió - ¡Ah! Si sucede algo, sólo tenéis que despertarme.
Se alejó un poco del hombre y se sentó de una manera más cómoda, apoyándose en una elevación de la rama, para enseguida cerrar los ojos. Se durmió de inmediato. De haber seguido las cosas su curso normal, sólo instantes después hubiesen aparecido las capas en la rama, pero debieron pasar largos cinco minutos para que por fin se materializaran. Eran un par de capas de seda élfica color verde, provistas de sendas capuchas. Siguió durmiendo un rato más, para asegurarse de que perduraran el tiempo suficiente.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
- No es nada. Cualquier cosa que puedas lograr estará bien.- mientras lo decía Beck se echaba las pocas gotas que había conseguido a la garganta.- Yo vigilo.
Increíblemente rápido, Lisandot se quedó dormida sobre la rama del árbol, su ahora corto cabello mojado agitado de vez en cuando por las cada vez más fuertes rachas de viento. Algo lejos Beck escuchó el ruido de varias personas al atravesar un matorral, pero no creía que le descubriesen ahí arriba con el estado del temporal actual. Estarían demasiado preocupados retornando al barco a achicar agua y quizás a marcharse antes de que se descubriese su posición por parte de las flotas de las fuerzas de la Ley o bien antes de que el temporal arreciase y destrozase el barco contra el litoral.
Durante el primer minuto, Beck jugueteó tranquilamente con la pluma que su maestro una vez le había regalado, mientras el agua le caía y el bebía la que le era posible capturar en la cantimplora. Recordó con amargura como había tenido que deshacerse de su tinta, que para él era muy preciada, pero se alegró de no haber perdido aquella pequeña pluma con sus iniciales en cobre. Si en vez de llevarla en su saquillo la hubiese llevado en su mochila ahora estaría en el fondo del mar, junto con su capa.
Con estos pensamientos, miró de nuevo a la muchacha, pensando en cómo funcionaría su poder y si ahora le estaría drenando su energía. Creía que sí, casi podía sentir un leve pulsar monótono, pero no podía estar seguro, porque Beck era muy sugestionable y a veces creía sentir lo que no sentía realmente. La jovencita dormía, aunque para él aquello tenía más de trance que de verdadero sueño, y sus labios permanecían levemente entreabiertos. ¿Sería capaz de percibir el mundo exterior mientras estaba en este trance? ¿Lo notaría si alguien se acercase y acariciase su pelo? Era una pregunta estúpida, pero Beck últimamente se había preguntado más de una vez como habría sido tener una hija. Ginebra había parecido muy dispuesta, pero su pasado había regresado y todo había cambiado. Toda la tranquilidad se había vuelto miedo, y como para reforzar este sentimiento de temor, un rayo cayó lejano, aún mar a dentro e iluminó el cielo con su inenarrable poder. Wilhelm se encogió instintivamente, mientras todos los cabellos de su cuerpo se erizaban por el temor, y hasta se quedó blanco, pétreo, mirando el horizonte con los ojos desencajados mientras unas primeras punzadas de dolor comenzaban a repicarle en la sien. La garganta se le quedó seca como un desierto y el estómago se le encogió cuando escuchó el sonoro trueno, mientras apretaba la pluma con ambas manos, buscando consuelo.
Lisandot se movió levemente, a penas un centímetro y él sintió el loco deseo de acercársele y despertarla, atemorizado. Pero no lo hizo. Durante un minuto se debatió contra su necesidad de no sentirse solo, o de correr aunque no había a donde hacerlo. Finalmente, a penas segundos después de que las capas se materializasen (lo cual le sorprendió pues fue muy repentino), se hizo una sola concesión: apoyaría su mano contra la espinilla de ella, eso es todo, así si pasaba algo podría despertarla más rápidamente, con solo zarandearla un poco. Y si el solo apoyar su mano la despertaba siempre podría decirle que no sabía si seguiría durmiendo tras haber logrado crear las capas o si debía despertarla.
Con reverencia, mirando de reojo al horizonte temeroso de que hubiese más rayos, apoyó suavemente su mano a penas algo por encima del tobillo de ella y entonces notó un terrible escozor desde la punta de su mano hasta su cabeza, mientras una lluvia de imágenes se la inundaba. Vio delfines, la luna llena, vio a Ginebra que decía “Néstor, ¿tu nunca descansas?” justo el día en que él descubrió que habían vuelto, vio sus propias manos manchadas de sangre, sus brazos sujetando el frágil cuerpo de la niña, y el horror en las caras de los guardias, pero sus caras no eran las reales, eran de un hombre de orejas puntiagudas y aspecto duro, peligroso. Recordó la celda de tortura. Cada vez las imágenes traían un más fuerte sabor de pleno horror a Beck, cada vez eran más reales tan reales que intentó chillar, pero no pudo. Sin embargo, en su cabeza sí escuchó el chillido de aquel animal que había cazado con un hacha, la primera vida que había quitado.
A penas una décima de segundo después de haber establecido el contacto con Lisandot se rompía éste, mientras el hombre retiraba la mano repentinamente, como si doliese. Para él había sido más que un instante y su mente estaba cargada de horror. Trastabilló retirándose, y estuvo a punto de caer, sin embargo, cayó sentado sobre la rama, sintiendo la cabeza muy ligera y su corazón a mil por hora, su estómago intentó vomitar, pero no había nada en él y sólo expulsó bilis. “No era real” se dijo, y esta idea caló poco a poco ayudándole a recomponerse, aunque su tez se mantuvo blanca como la cera hasta el momento en que ella, Lisandot Eclath, entreabrió los ojos.
Increíblemente rápido, Lisandot se quedó dormida sobre la rama del árbol, su ahora corto cabello mojado agitado de vez en cuando por las cada vez más fuertes rachas de viento. Algo lejos Beck escuchó el ruido de varias personas al atravesar un matorral, pero no creía que le descubriesen ahí arriba con el estado del temporal actual. Estarían demasiado preocupados retornando al barco a achicar agua y quizás a marcharse antes de que se descubriese su posición por parte de las flotas de las fuerzas de la Ley o bien antes de que el temporal arreciase y destrozase el barco contra el litoral.
Durante el primer minuto, Beck jugueteó tranquilamente con la pluma que su maestro una vez le había regalado, mientras el agua le caía y el bebía la que le era posible capturar en la cantimplora. Recordó con amargura como había tenido que deshacerse de su tinta, que para él era muy preciada, pero se alegró de no haber perdido aquella pequeña pluma con sus iniciales en cobre. Si en vez de llevarla en su saquillo la hubiese llevado en su mochila ahora estaría en el fondo del mar, junto con su capa.
Con estos pensamientos, miró de nuevo a la muchacha, pensando en cómo funcionaría su poder y si ahora le estaría drenando su energía. Creía que sí, casi podía sentir un leve pulsar monótono, pero no podía estar seguro, porque Beck era muy sugestionable y a veces creía sentir lo que no sentía realmente. La jovencita dormía, aunque para él aquello tenía más de trance que de verdadero sueño, y sus labios permanecían levemente entreabiertos. ¿Sería capaz de percibir el mundo exterior mientras estaba en este trance? ¿Lo notaría si alguien se acercase y acariciase su pelo? Era una pregunta estúpida, pero Beck últimamente se había preguntado más de una vez como habría sido tener una hija. Ginebra había parecido muy dispuesta, pero su pasado había regresado y todo había cambiado. Toda la tranquilidad se había vuelto miedo, y como para reforzar este sentimiento de temor, un rayo cayó lejano, aún mar a dentro e iluminó el cielo con su inenarrable poder. Wilhelm se encogió instintivamente, mientras todos los cabellos de su cuerpo se erizaban por el temor, y hasta se quedó blanco, pétreo, mirando el horizonte con los ojos desencajados mientras unas primeras punzadas de dolor comenzaban a repicarle en la sien. La garganta se le quedó seca como un desierto y el estómago se le encogió cuando escuchó el sonoro trueno, mientras apretaba la pluma con ambas manos, buscando consuelo.
Lisandot se movió levemente, a penas un centímetro y él sintió el loco deseo de acercársele y despertarla, atemorizado. Pero no lo hizo. Durante un minuto se debatió contra su necesidad de no sentirse solo, o de correr aunque no había a donde hacerlo. Finalmente, a penas segundos después de que las capas se materializasen (lo cual le sorprendió pues fue muy repentino), se hizo una sola concesión: apoyaría su mano contra la espinilla de ella, eso es todo, así si pasaba algo podría despertarla más rápidamente, con solo zarandearla un poco. Y si el solo apoyar su mano la despertaba siempre podría decirle que no sabía si seguiría durmiendo tras haber logrado crear las capas o si debía despertarla.
Con reverencia, mirando de reojo al horizonte temeroso de que hubiese más rayos, apoyó suavemente su mano a penas algo por encima del tobillo de ella y entonces notó un terrible escozor desde la punta de su mano hasta su cabeza, mientras una lluvia de imágenes se la inundaba. Vio delfines, la luna llena, vio a Ginebra que decía “Néstor, ¿tu nunca descansas?” justo el día en que él descubrió que habían vuelto, vio sus propias manos manchadas de sangre, sus brazos sujetando el frágil cuerpo de la niña, y el horror en las caras de los guardias, pero sus caras no eran las reales, eran de un hombre de orejas puntiagudas y aspecto duro, peligroso. Recordó la celda de tortura. Cada vez las imágenes traían un más fuerte sabor de pleno horror a Beck, cada vez eran más reales tan reales que intentó chillar, pero no pudo. Sin embargo, en su cabeza sí escuchó el chillido de aquel animal que había cazado con un hacha, la primera vida que había quitado.
A penas una décima de segundo después de haber establecido el contacto con Lisandot se rompía éste, mientras el hombre retiraba la mano repentinamente, como si doliese. Para él había sido más que un instante y su mente estaba cargada de horror. Trastabilló retirándose, y estuvo a punto de caer, sin embargo, cayó sentado sobre la rama, sintiendo la cabeza muy ligera y su corazón a mil por hora, su estómago intentó vomitar, pero no había nada en él y sólo expulsó bilis. “No era real” se dijo, y esta idea caló poco a poco ayudándole a recomponerse, aunque su tez se mantuvo blanca como la cera hasta el momento en que ella, Lisandot Eclath, entreabrió los ojos.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Su sueño mágico era distinto del sueño fisiológico propio de los humanos, el cual ella también poseía. Su sueño normal, como el de cualquier otra persona, la aislaba casi por completo del mundo exterior, de modo que sólo estímulos directos o intensos podían interrumpirlo.
Durante el sueño mágico en cambio, mantenía cierto contacto con el ambiente que lo rodeaba, en todo lo relacionado a las materializaciones que creaba. Esto le permitía controlarlas cuando se trataba de criaturas vivas, por ejemplo, o saber cuando podía dejar ya de soñarlas en el caso de aquellas materializaciones cuya magnitud la obligaban a dormir todo el tiempo. En el presente caso, sabía que las capas ya habían sido creadas y que había tardado mucho en hacerlo, por lo que debería dormir más tiempo. No percibió el sonido del trueno.
Tampoco percibió verdaderamente el toque de la mano de Beck en su pierna, tan breve fue éste, pero sí experimentó una inédita sensación. Inmersa en su sueño creador, sintió como otra parte de su poder, la de tejer sueños para otros, actuaba fuera del control de su voluntad, y al hacerlo, parte de su energía escapaba fuera de ella. Fue una vivencia breve, pero intensa y tan extraña, que estuvo a punto de despertar sin querer hacerlo. Con un esfuerzo de voluntad, siguió dormida, pero una nueva angustia anidó en su mente.
Ella misma era la única soñadora que había conocido jamás. Suponía que debía haber otros, no era lo suficientemente vanidosa como para creerse la única, pero lo cierto es que nunca se había encontrado con ninguno. Y había deseado tanto encontrar uno. Había logrado encontrar gente - sanadores, curanderas, médicos, chamanes – que le habían enseñado todo lo concerniente al arte de la sanación y de la herbolaria. Pero jamás había encontrado a nadie que pudiera enseñarle a comprender y a manejar sus poderes oníricos.
Si Beck le hubiese preguntado como funcionaba su poder, no habría podido contestarle. No lo sabía. Sabía lo que tenía que hacer para que funcionara, pero no sabía cómo funcionaba. Había aprendido a usarlo sola, por ensayo y error, y aún continuaba aprendiendo. Se había llevado no pocas sorpresas al darse cuenta de lo que era capaz de hacer y no todas habían sido agradables. Concretamente desde su llegada a Cascadas, algunas la habían aterrado. Bajo determinadas circunstancias había perdido el control de su poder, o de parte de él. Se había visto imposibilitada de regresar a su cuerpo herido después de un viaje astral y había materializado cosas sin proponérselo; había materializado sus propias pesadillas, producto de la fiebre. Todavía se estremecía al recordarlo.
Aún no había inducido sueños en nadie sin haberse propuesto hacerlo. Sin embargo, mientras dormía para completar la materialización, en un segundo plano de su mente, su intuición le decía que sí había hecho soñar a alguien. Cuando por fin dio por terminada la materialización, esa idea se abrió paso hasta su conciencia. Experimentaba la fuerte sensación de haber inducido un sueño en una persona – que sólo podía ser Beck – mientras soñaba para materializar las capas y sin haber tenido ninguna intención de hacerlo. No tenía la menor idea del resultado que había podido tener eso, pero no tenía ninguna confianza de que fuera algo bueno. Cuando su poder se escapaba de su control, el resultado nunca lo era. Tembló de angustia al pensarlo y, aunque ya había culminado la materialización, siguió aún con los ojos cerrados de puro temor a lo que podía encontrar al abrirlos. De sobra sabía lo que una pesadilla podía provocarle a un hombre.
Cuando finalmente se decidió a despertar y a enfrentarse a lo que fuera que hubiese pasado vio que el hombre estaba tremendamente asustado, eso era obvio, y no le cupo la menor duda que ella había provocado ese temor. Un ramalazo de culpa la sacudió y la hizo erguirse tan de prisa que casi pierde el equilibrio.
- Beck, ¿qué pasó? - preguntó con voz temblorosa, acercándose a él, pero sin tocarlo - ¿Por qué estáis así? ¿Yo os hice eso? ¿Os provoque un sueño... una pesadilla?
Estaba segura de que sí, pero anhelaba que él la desmintiera, que le dijera que el miedo que evidenciaba lo había provocado otra cosa, cualquier otra cosa. La horrorizaba pensar que había vuelto a perder el control de su poder, sin que mediaran heridas o enfermedades que lo explicaran. Si sólo el cansancio la hacía perder ese control, se estaba volviendo una persona peligrosa. La idea le helaba la sangre.
Conteniendo la respiración, con los ojos negros de angustia, culpa y temor, aguardó la respuesta de Beck.
Durante el sueño mágico en cambio, mantenía cierto contacto con el ambiente que lo rodeaba, en todo lo relacionado a las materializaciones que creaba. Esto le permitía controlarlas cuando se trataba de criaturas vivas, por ejemplo, o saber cuando podía dejar ya de soñarlas en el caso de aquellas materializaciones cuya magnitud la obligaban a dormir todo el tiempo. En el presente caso, sabía que las capas ya habían sido creadas y que había tardado mucho en hacerlo, por lo que debería dormir más tiempo. No percibió el sonido del trueno.
Tampoco percibió verdaderamente el toque de la mano de Beck en su pierna, tan breve fue éste, pero sí experimentó una inédita sensación. Inmersa en su sueño creador, sintió como otra parte de su poder, la de tejer sueños para otros, actuaba fuera del control de su voluntad, y al hacerlo, parte de su energía escapaba fuera de ella. Fue una vivencia breve, pero intensa y tan extraña, que estuvo a punto de despertar sin querer hacerlo. Con un esfuerzo de voluntad, siguió dormida, pero una nueva angustia anidó en su mente.
Ella misma era la única soñadora que había conocido jamás. Suponía que debía haber otros, no era lo suficientemente vanidosa como para creerse la única, pero lo cierto es que nunca se había encontrado con ninguno. Y había deseado tanto encontrar uno. Había logrado encontrar gente - sanadores, curanderas, médicos, chamanes – que le habían enseñado todo lo concerniente al arte de la sanación y de la herbolaria. Pero jamás había encontrado a nadie que pudiera enseñarle a comprender y a manejar sus poderes oníricos.
Si Beck le hubiese preguntado como funcionaba su poder, no habría podido contestarle. No lo sabía. Sabía lo que tenía que hacer para que funcionara, pero no sabía cómo funcionaba. Había aprendido a usarlo sola, por ensayo y error, y aún continuaba aprendiendo. Se había llevado no pocas sorpresas al darse cuenta de lo que era capaz de hacer y no todas habían sido agradables. Concretamente desde su llegada a Cascadas, algunas la habían aterrado. Bajo determinadas circunstancias había perdido el control de su poder, o de parte de él. Se había visto imposibilitada de regresar a su cuerpo herido después de un viaje astral y había materializado cosas sin proponérselo; había materializado sus propias pesadillas, producto de la fiebre. Todavía se estremecía al recordarlo.
Aún no había inducido sueños en nadie sin haberse propuesto hacerlo. Sin embargo, mientras dormía para completar la materialización, en un segundo plano de su mente, su intuición le decía que sí había hecho soñar a alguien. Cuando por fin dio por terminada la materialización, esa idea se abrió paso hasta su conciencia. Experimentaba la fuerte sensación de haber inducido un sueño en una persona – que sólo podía ser Beck – mientras soñaba para materializar las capas y sin haber tenido ninguna intención de hacerlo. No tenía la menor idea del resultado que había podido tener eso, pero no tenía ninguna confianza de que fuera algo bueno. Cuando su poder se escapaba de su control, el resultado nunca lo era. Tembló de angustia al pensarlo y, aunque ya había culminado la materialización, siguió aún con los ojos cerrados de puro temor a lo que podía encontrar al abrirlos. De sobra sabía lo que una pesadilla podía provocarle a un hombre.
Cuando finalmente se decidió a despertar y a enfrentarse a lo que fuera que hubiese pasado vio que el hombre estaba tremendamente asustado, eso era obvio, y no le cupo la menor duda que ella había provocado ese temor. Un ramalazo de culpa la sacudió y la hizo erguirse tan de prisa que casi pierde el equilibrio.
- Beck, ¿qué pasó? - preguntó con voz temblorosa, acercándose a él, pero sin tocarlo - ¿Por qué estáis así? ¿Yo os hice eso? ¿Os provoque un sueño... una pesadilla?
Estaba segura de que sí, pero anhelaba que él la desmintiera, que le dijera que el miedo que evidenciaba lo había provocado otra cosa, cualquier otra cosa. La horrorizaba pensar que había vuelto a perder el control de su poder, sin que mediaran heridas o enfermedades que lo explicaran. Si sólo el cansancio la hacía perder ese control, se estaba volviendo una persona peligrosa. La idea le helaba la sangre.
Conteniendo la respiración, con los ojos negros de angustia, culpa y temor, aguardó la respuesta de Beck.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Aún eran pequeñas termitas que le pululaban por la cabeza, dándole pinchazos en las sienes y pasándole tras los ojos formando puntitos de luz en su visión, pero crecerían y roerían, ñac ñac ñac, incansáblemente. Su estómago se removió una última vez, dolorido, y notó como le costaba levemente respirar y se le aceleraba el pulso. Curiosamente, a pesar del pánico, había una pequeña parte de su cabeza que decía “todo está bien, puedo controlarlo”, pero él ya no estaba tan seguro, ya le diesen náuseas, ya mareos, ya se sintiese débil o le costase razonar, las cosas irían a peor hasta que su energía se liberase. De lo contrario, enfermaría a ojos vista, aunque no habría razón alguna para ello. Lo peor es que si Lisandot se empeñaba en curarle y utilizaba para ello cualquier truco mágico eso solo lo haría ir a peor. De momento a penas era nada, había llegado a pasar hasta tres semanas junto a un mago y no había muerto, pero ya era molesto. Y estaban los rayos, ¿y si había más rayos?
Beck obligó a la parte más sensata de su cabeza a expulsar a la otra del mando, debía hacerlo antes de que Lisandot se preocupase. Durante una décima de segundo ni siquiera reconoció su nombre falso, durante otra décima de segundo tuvo ganas de echarle a ella las culpas de todo, pero entonces reaccionó y razonó. Al principio, la voz se le quebró y le salió como un gañido, pero poco a poco recuperó el sonido y al oirse a si mismo Beck recobró algo la compostura.
- Estoy bien- aunque era obvio que no-. Ha sido mi culpa. No debería haberte tocado mientras usabas tus poderes, lo siento. No sabía que sería... malo.- Respiró hondo antes de atreverse a admitir una pequeña verdad sobre sí mismo, y aún así le costó porque era algo orgulloso.- Quería despertarte porque le tengo miedo a los rayos. Estamos en alto y...- Entonces, Beck se dio cuenta de que aún sostenía la pluma firmemente sujeta en su mano derecha, que estaba apretada en un puño. La admiró durante un segundo antes de guardársela de nuevo. Entre tanto, tuvo la impresión de que Lisandot le había preguntado algo, algo así como quien se la había regalado. Pero no era real, ella aún no se había movido, sujeta por algún miedo propio y secreto. Él se obligó a volver a la realidad, preocupado por esta leve y extraña divagación.
Al ver que ella seguía mirándolo, preocupada, pensando que le había causado algún mal. La pobre no sabía siquiera que el que se lo causaba era él a ella, robándole su poder y creándole problemas, que ella no había hecho nada mal, sino que todo se debía a él. Pero ahí seguía ella, así que para tranquilizarla añadió:
- He revivido imágenes de mi pasado. Sólo que de forma brusca.- dejó un silencio antes de recordar la primera imagen y sonreír-. También vi delfines, aunque no entiendo como es posible que supiese que eran delfines, porque realmente nunca he visto uno. Simplemente lo sabía, es raro, ¿no?
Tras unos segundos en los que el viento le agitó el cabello y zarandeó un poco el árbol bajo el cada vez más oscuro cielo, añadió:
- Quizás deberíamos desplazarnos algo más tierra adentro, vi unos riscos y quizás haya alguna pequeña cueva en la que cobijarnos. Esta tormenta no tiene pinta de ir a durar menos de unas horas.
Con un gesto de agradecimiento, echó mano a la capa élfica que, de alguna manera, ella había fabricado para él. Era suave y cómoda y le protegería del frío, el viento y la lluvia, aunque no de las punzadas en su estómago, ni las futuras en su cabeza, fruto de la creciente jaqueca.
Beck obligó a la parte más sensata de su cabeza a expulsar a la otra del mando, debía hacerlo antes de que Lisandot se preocupase. Durante una décima de segundo ni siquiera reconoció su nombre falso, durante otra décima de segundo tuvo ganas de echarle a ella las culpas de todo, pero entonces reaccionó y razonó. Al principio, la voz se le quebró y le salió como un gañido, pero poco a poco recuperó el sonido y al oirse a si mismo Beck recobró algo la compostura.
- Estoy bien- aunque era obvio que no-. Ha sido mi culpa. No debería haberte tocado mientras usabas tus poderes, lo siento. No sabía que sería... malo.- Respiró hondo antes de atreverse a admitir una pequeña verdad sobre sí mismo, y aún así le costó porque era algo orgulloso.- Quería despertarte porque le tengo miedo a los rayos. Estamos en alto y...- Entonces, Beck se dio cuenta de que aún sostenía la pluma firmemente sujeta en su mano derecha, que estaba apretada en un puño. La admiró durante un segundo antes de guardársela de nuevo. Entre tanto, tuvo la impresión de que Lisandot le había preguntado algo, algo así como quien se la había regalado. Pero no era real, ella aún no se había movido, sujeta por algún miedo propio y secreto. Él se obligó a volver a la realidad, preocupado por esta leve y extraña divagación.
Al ver que ella seguía mirándolo, preocupada, pensando que le había causado algún mal. La pobre no sabía siquiera que el que se lo causaba era él a ella, robándole su poder y creándole problemas, que ella no había hecho nada mal, sino que todo se debía a él. Pero ahí seguía ella, así que para tranquilizarla añadió:
- He revivido imágenes de mi pasado. Sólo que de forma brusca.- dejó un silencio antes de recordar la primera imagen y sonreír-. También vi delfines, aunque no entiendo como es posible que supiese que eran delfines, porque realmente nunca he visto uno. Simplemente lo sabía, es raro, ¿no?
Tras unos segundos en los que el viento le agitó el cabello y zarandeó un poco el árbol bajo el cada vez más oscuro cielo, añadió:
- Quizás deberíamos desplazarnos algo más tierra adentro, vi unos riscos y quizás haya alguna pequeña cueva en la que cobijarnos. Esta tormenta no tiene pinta de ir a durar menos de unas horas.
Con un gesto de agradecimiento, echó mano a la capa élfica que, de alguna manera, ella había fabricado para él. Era suave y cómoda y le protegería del frío, el viento y la lluvia, aunque no de las punzadas en su estómago, ni las futuras en su cabeza, fruto de la creciente jaqueca.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Que Beck admitiera temerle a los rayos – lo que explicaba su apariencia de miedo - no representó para ella ningún consuelo. No tenía porque pasarle nada sólo por tocarla mientras soñaba para materializar algo. Nunca le había sucedido algo así; Akira la había llevado en brazos alguna vez, mientras materializaba a un grupo de personas, y no le había sucedido nada. La comprobación del hecho de que había vuelto a perder el control de su poder la abrumó tanto que fue incapaz de hablar y de decirle que él no tenía la culpa de nada, que eso no debería haber sucedido. Tampoco la tranquilizó saber que no le había provocado una pesadilla; no había dependido de su voluntad, sólo había sido un afortunado azar que no hubiese tenido sueños horrorosos.
Que en un sueño aparecieran cosas que uno nunca hubiera visto en la vida real y uno supiera, intuitivamente y sin lugar a dudas, de que se trataba no era en realidad algo raro. El mundo onírico tiene su propia lógica, que es muy diferente a la del mundo de la vigilia. Bajo otras circunstancias, tal vez hubiese intentado explicarle algo de eso a Beck, pero ahora estaba muy lejos de poder mantener una chrala ilustrativa o simplemente social.
Las implicancias de haber perdido el control de su poder estando en buen estado de salud, sólo cansada, la hundían en un mar de desconsuelo y desesperanza. No hubiera vacilado en dejar de usar sus poderes oníricos si con ellos le hubiese causado daño a la gente pero, tal como se daban las cosas, ni siquiera tenía esa posibilidad. Su poder se manifestaba fuera de su voluntad; no sabía cuando ni como sucedería ni las consecuencias que eso tendría. Tanto podía materializar paraísos como infiernos, tejer para otros maravillosos ensueños o devastadoras pesadillas. Se había convertido en una persona potencialmente peligrosa. Podía hacer muchísimo daño sin proponérselo, sin siquiera darse cuenta. No podía correr ese riesgo.
Como no podía evitar dormir – necesitaba hacerlo como cualquier criatura - la única salida era el aislamiento hasta que pudiera descubrir que era lo que andaba mal y pudiera solucionarlo. La perspectiva de una soledad absoluta la desolaba, la idea de alejarse de Akira, de su amor, le partía el alma, pero no podía ponerlo en peligro, a él menos que a nadie. Si sólo existiera alguien que pudiera ayudarla…
Perdida en sus amargas cavilaciones, al comienzo las últimas palabras de Beck sólo fueron meros sonidos para ella sin más significado que la cantinela de la lluvia y el gemido del viento. Pero, tras un tiempo anormalmente largo, por fin lograron hacerse un espacio en su dolorida y confusa mente y provocaron una reacción en ella. Claro, había una tormenta y había rayos y estaban arriba de un árbol. Un árbol no es un buen lugar para estar cuando están cayendo rayos. En ese preciso instante a ella no le hubiera importado en lo más mínimo que literalmente la partiera un rayo, pero Beck no tenía la culpa de lo que le sucedía y no podría bajar sin su ayuda.
- Sí, debemos bajar de aquí – asintió con voz opaca, mustia – Tendré que soñar otra escalera.
Un suspiro que era casi un lamento escapó de sus labios al decir esto. No quería hacerlo, temía a lo que pudiera pasar si dormía, pero no tenía alternativa; no había otra manera de bajar del árbol. ¿Por qué nunca se le había ocurrido incluir una escalera de cuerdas en el equipaje que llevaba en su bolsito mágico? Miró a Beck con ojos apagados.
- No me toquéis mientras duermo, quedaos lo más lejos posible, no quiero haceros daño.
Se alejó lo más que pudo, sin siquiera mirar la capa que había creado, y se dio a la tarea de soñar la escala de cuerdas, la que logró materializar, con mucho esfuerzo, algunos minutos después.
Que en un sueño aparecieran cosas que uno nunca hubiera visto en la vida real y uno supiera, intuitivamente y sin lugar a dudas, de que se trataba no era en realidad algo raro. El mundo onírico tiene su propia lógica, que es muy diferente a la del mundo de la vigilia. Bajo otras circunstancias, tal vez hubiese intentado explicarle algo de eso a Beck, pero ahora estaba muy lejos de poder mantener una chrala ilustrativa o simplemente social.
Las implicancias de haber perdido el control de su poder estando en buen estado de salud, sólo cansada, la hundían en un mar de desconsuelo y desesperanza. No hubiera vacilado en dejar de usar sus poderes oníricos si con ellos le hubiese causado daño a la gente pero, tal como se daban las cosas, ni siquiera tenía esa posibilidad. Su poder se manifestaba fuera de su voluntad; no sabía cuando ni como sucedería ni las consecuencias que eso tendría. Tanto podía materializar paraísos como infiernos, tejer para otros maravillosos ensueños o devastadoras pesadillas. Se había convertido en una persona potencialmente peligrosa. Podía hacer muchísimo daño sin proponérselo, sin siquiera darse cuenta. No podía correr ese riesgo.
Como no podía evitar dormir – necesitaba hacerlo como cualquier criatura - la única salida era el aislamiento hasta que pudiera descubrir que era lo que andaba mal y pudiera solucionarlo. La perspectiva de una soledad absoluta la desolaba, la idea de alejarse de Akira, de su amor, le partía el alma, pero no podía ponerlo en peligro, a él menos que a nadie. Si sólo existiera alguien que pudiera ayudarla…
Perdida en sus amargas cavilaciones, al comienzo las últimas palabras de Beck sólo fueron meros sonidos para ella sin más significado que la cantinela de la lluvia y el gemido del viento. Pero, tras un tiempo anormalmente largo, por fin lograron hacerse un espacio en su dolorida y confusa mente y provocaron una reacción en ella. Claro, había una tormenta y había rayos y estaban arriba de un árbol. Un árbol no es un buen lugar para estar cuando están cayendo rayos. En ese preciso instante a ella no le hubiera importado en lo más mínimo que literalmente la partiera un rayo, pero Beck no tenía la culpa de lo que le sucedía y no podría bajar sin su ayuda.
- Sí, debemos bajar de aquí – asintió con voz opaca, mustia – Tendré que soñar otra escalera.
Un suspiro que era casi un lamento escapó de sus labios al decir esto. No quería hacerlo, temía a lo que pudiera pasar si dormía, pero no tenía alternativa; no había otra manera de bajar del árbol. ¿Por qué nunca se le había ocurrido incluir una escalera de cuerdas en el equipaje que llevaba en su bolsito mágico? Miró a Beck con ojos apagados.
- No me toquéis mientras duermo, quedaos lo más lejos posible, no quiero haceros daño.
Se alejó lo más que pudo, sin siquiera mirar la capa que había creado, y se dio a la tarea de soñar la escala de cuerdas, la que logró materializar, con mucho esfuerzo, algunos minutos después.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Conforme la chica cayó en ese extraño sueño creador la máscara de Beck cayó y él se permitió echarle un largo vistazo mientras la lluvia seguía cayendo y el aire arreciaba agitando las ramas en un susurro cada vez más fuerte, como si el viento trajese el susurro de una gran bestia que despertase molesta. Un pájaro negro y de pico anaranjado (seguramente un mirlo) fue a pararse en una rama cercana, los miró torciendo el cuello como solo las aves hacen y decidió que no eran peligrosos. Él no le prestó demasiada atención: pensaba. Sus pensamientos estaban puestos en la chica que tenía delante. Había visto su mirada perdida y la extraña amargura en su gesto distraído. Su preocupación por ayudarle le señalaba que no era una persona introvertida y egoísta, quizás no de modo consciente, sino todo lo contrario. Se esforzaba por hacer bien y era obvio. Y ahora estaba preocupada por lo que ella creía que había producido en él. Quizás hasta se había marchado sola al bosque por temor a lo que podía producir a quienes conocía. Desconocía, cosa normal, que esto no era culpa de ella, sino que lo era de Beck, o al menos de ambos a partes iguales, como la flecha no vuela si no hay arco que la dispare. Se sintió levemente culpable, pero ya había asumido que él era como era, nada más.
Y ahora, se estaba presionando para construir otra escala con la que bajar de aquel árbol, del que Beck podría haber bajado solo de estar en las mejores condiciones físicas, pero no era el caso. Y lo hacía ella porque creía que estar en aquel sitio era su culpa, culpa de que ella había corrido y no suerte de que ella hubiese podido subirlos hasta allí y salvarlos de las miradas hasta que la tormenta les cubriese. Y hablando de cubrir, poco a poco la lluvia cubría las ropas de Lisandot y hacía que se pegasen húmedas a su cuerpo. Eran pesadas, y eso era bueno (no ya porque cubriesen la hermosura del cuerpo joven a las miradas, que en aquel momento era lo de menos, sino porque abrigaban). Si seguía mojándose así se enfriaría y enfermaría, o bien tendrían que hacer un fuego y no era probable que encontrasen buena leña. Echándole un último vistazo, Beck se acercó con cortos pasos y cubrió el cuerpo durmiente con su capa. Luego se aproximó a la otra y se la echó por los hombros, agradeciendo su tacto agradable y su mejor protección.
Pasó dos minutos silenciosamente acuclillado en la rama, observando al mirlo y los alrededores, como podía a través de las ramas. Entonces, el pájaro dio un par de brincos y echó a volar, nervioso, hacia la tempestad en busca de otro refugio. En el exterior, otro par de pájaros pasaron volando, ambos en la misma dirección. Se habría preguntado qué los había asustado, pero en ese momento apareció la escala, a unos pasos de él. La miró largos segundos maravillándose en el inexplicable poder de la muchacha y luego simplemente se permitió divagar ahondando en la vida inventada de su nuevo yo, hasta que ella despertó.
- Mejor que el mejor trabajo de nudos del mejor marinero- fueron la bienvenida al mundo de los despiertos que le dio. Habría añadido “no sé muy bien qué habría hecho sin ti para echarme una mano”, pero no lo dijo, como tantas cosas en la vida que se piensan y no se hacen. En cambio, sonrió y la miró, con agradecimiento. En su lugar, las palabras que salieron de su boca fueron.- Yo primero, si no te importa.- Y acto seguido comenzó a bajar por la escala, confiando en que aguantase suficiente como para que ella bajase acto seguido.
Y ahora, se estaba presionando para construir otra escala con la que bajar de aquel árbol, del que Beck podría haber bajado solo de estar en las mejores condiciones físicas, pero no era el caso. Y lo hacía ella porque creía que estar en aquel sitio era su culpa, culpa de que ella había corrido y no suerte de que ella hubiese podido subirlos hasta allí y salvarlos de las miradas hasta que la tormenta les cubriese. Y hablando de cubrir, poco a poco la lluvia cubría las ropas de Lisandot y hacía que se pegasen húmedas a su cuerpo. Eran pesadas, y eso era bueno (no ya porque cubriesen la hermosura del cuerpo joven a las miradas, que en aquel momento era lo de menos, sino porque abrigaban). Si seguía mojándose así se enfriaría y enfermaría, o bien tendrían que hacer un fuego y no era probable que encontrasen buena leña. Echándole un último vistazo, Beck se acercó con cortos pasos y cubrió el cuerpo durmiente con su capa. Luego se aproximó a la otra y se la echó por los hombros, agradeciendo su tacto agradable y su mejor protección.
Pasó dos minutos silenciosamente acuclillado en la rama, observando al mirlo y los alrededores, como podía a través de las ramas. Entonces, el pájaro dio un par de brincos y echó a volar, nervioso, hacia la tempestad en busca de otro refugio. En el exterior, otro par de pájaros pasaron volando, ambos en la misma dirección. Se habría preguntado qué los había asustado, pero en ese momento apareció la escala, a unos pasos de él. La miró largos segundos maravillándose en el inexplicable poder de la muchacha y luego simplemente se permitió divagar ahondando en la vida inventada de su nuevo yo, hasta que ella despertó.
- Mejor que el mejor trabajo de nudos del mejor marinero- fueron la bienvenida al mundo de los despiertos que le dio. Habría añadido “no sé muy bien qué habría hecho sin ti para echarme una mano”, pero no lo dijo, como tantas cosas en la vida que se piensan y no se hacen. En cambio, sonrió y la miró, con agradecimiento. En su lugar, las palabras que salieron de su boca fueron.- Yo primero, si no te importa.- Y acto seguido comenzó a bajar por la escala, confiando en que aguantase suficiente como para que ella bajase acto seguido.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Contestó con una desvaída sonrisa al cumplido y la sonrisa de gratitud de Beck. Estaba muy preocupada. En condiciones normales, hubiese sabido exactamente cuanto tiempo debía soñar la escala para que permaneciera en el mundo real el tiempo necesario para permitirles bajar sin problemas, pero ahora todo había cambiado. No sólo había perdido el control de su poder usándolo involuntariamente, si no que tampoco podía hacer las cosas como deseaba cuando sí se proponía usarlo; le costaba más materializar las cosas y estas duraban menos.
No sabía cuanto podía durar la escala – no se había atrevido a soñar mucho por temor a lo que pudiera pasar - , así que sintió alivio cuando Beck decidió bajar primero. Mientras lo miraba iniciar el descenso, la idea de quedarse donde estaba cobró fuerza en su mente. Sería la mejor manera de mantenerse lejos de él y evitar hacerle daño involuntariamente. Una vez abajo, el antiguo posadero no podría volver a subir y tendría que buscar un refugio en tierra, alejándose de ahí. Luego, apenas la tormenta pasara, ella bajaría del árbol y se iría sin estridencias. Sí, era lo mejor. Se envolvió bien en la capa, sus ropas húmedas la hacían sentir frío, y se acomodó para la espera.
Un rayo cayendo en la linde del bosque quebró por un momento la oscuridad de la tormenta, pero no atrajo mayormente su atención, lo que sí consiguió el retumbar del trueno subsiguiente, el que la trajo de vuelta bruscamente a la realidad de la tempestad y del peligro que corría. Porque la posibilidad de morir achicharrada por un rayo es bastante alta para alguien que se encuentra encaramada en un árbol, sobre todo si es uno muy alto. Pese a la angustia y la pena que sentía y el desolador futuro que imaginaba, no quería morir; sólo deseaba ocultarse, aislarse de todos hasta que pudiera encontrar una solución a su problema. La idea de que, si realmente había perdido el control de su poder, no importaba cuan lejos se marchara ni que tan sola se propusiera estar, siempre seguiría siendo peligrosa, ya que los sueños no tienen límites ni de tiempo ni de espacio, estaba bloqueada en un rincón de su mente y no la atormentaba todavía.
No quería morir y, además, estaba Akira. No podía esfumarse de su vida así nada más, sin un adiós, sin una explicación. Ella conocía bien la agonía resultante de la desaparición de un ser amado; verlo marchar un día para luego no saber nada más de él. Sin rastros, sin noticias durante días y semanas, ahogándose en la incertidumbre, viendo desgranarse las horas en espera de una respuesta que jamás llegaba, muriendo un poco con cada esperanza perdida. No podía hacerle eso, no podía someterlo a vivir en ese desesperante limbo. Tenía que explicarle lo que le sucedía y lo que iba a hacer.
Cuando estuviera en tierra se separaría de Beck. Ahora tenía que bajar de ese árbol y tenía que hacerlo ya, la escala iba a desvanecerse en cualquier momento y no se atrevía a correr el riesgo de soñar algo más. Con súbito apremio se levantó y comenzó a descender la escala a la mayor velocidad posible. Pero su vacilación le había costado unos instantes preciosos.
Le faltaban alrededor de tres metros para llegar al suelo cuando la escala se desvaneció bajo ella, regresando al mundo de los sueños del que había venido.
Con un grito, se precipitó al vacío.
No sabía cuanto podía durar la escala – no se había atrevido a soñar mucho por temor a lo que pudiera pasar - , así que sintió alivio cuando Beck decidió bajar primero. Mientras lo miraba iniciar el descenso, la idea de quedarse donde estaba cobró fuerza en su mente. Sería la mejor manera de mantenerse lejos de él y evitar hacerle daño involuntariamente. Una vez abajo, el antiguo posadero no podría volver a subir y tendría que buscar un refugio en tierra, alejándose de ahí. Luego, apenas la tormenta pasara, ella bajaría del árbol y se iría sin estridencias. Sí, era lo mejor. Se envolvió bien en la capa, sus ropas húmedas la hacían sentir frío, y se acomodó para la espera.
Un rayo cayendo en la linde del bosque quebró por un momento la oscuridad de la tormenta, pero no atrajo mayormente su atención, lo que sí consiguió el retumbar del trueno subsiguiente, el que la trajo de vuelta bruscamente a la realidad de la tempestad y del peligro que corría. Porque la posibilidad de morir achicharrada por un rayo es bastante alta para alguien que se encuentra encaramada en un árbol, sobre todo si es uno muy alto. Pese a la angustia y la pena que sentía y el desolador futuro que imaginaba, no quería morir; sólo deseaba ocultarse, aislarse de todos hasta que pudiera encontrar una solución a su problema. La idea de que, si realmente había perdido el control de su poder, no importaba cuan lejos se marchara ni que tan sola se propusiera estar, siempre seguiría siendo peligrosa, ya que los sueños no tienen límites ni de tiempo ni de espacio, estaba bloqueada en un rincón de su mente y no la atormentaba todavía.
No quería morir y, además, estaba Akira. No podía esfumarse de su vida así nada más, sin un adiós, sin una explicación. Ella conocía bien la agonía resultante de la desaparición de un ser amado; verlo marchar un día para luego no saber nada más de él. Sin rastros, sin noticias durante días y semanas, ahogándose en la incertidumbre, viendo desgranarse las horas en espera de una respuesta que jamás llegaba, muriendo un poco con cada esperanza perdida. No podía hacerle eso, no podía someterlo a vivir en ese desesperante limbo. Tenía que explicarle lo que le sucedía y lo que iba a hacer.
Cuando estuviera en tierra se separaría de Beck. Ahora tenía que bajar de ese árbol y tenía que hacerlo ya, la escala iba a desvanecerse en cualquier momento y no se atrevía a correr el riesgo de soñar algo más. Con súbito apremio se levantó y comenzó a descender la escala a la mayor velocidad posible. Pero su vacilación le había costado unos instantes preciosos.
Le faltaban alrededor de tres metros para llegar al suelo cuando la escala se desvaneció bajo ella, regresando al mundo de los sueños del que había venido.
Con un grito, se precipitó al vacío.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Antes de comenzar a descender le había dado tiempo a ver la expresión de Lisandot. Era obvio que no se encontraba en un buen estado de ánimo, pero dudaba que fuese sólo por haberle causado unas visiones. Su preocupación era excesiva y patente, y aunque Beck no era un experto en los sentimientos ajenos, sino en fingir los propios, supuso que quizás ella no estaba en el bosque sólo por casualidad, quizás huía de hacer algún mal a alguien. Quizás se preocupaba porque temía encontrarse causando problemas a su retorno con los suyos.
Estos eran los pensamientos del hombre mientras bajaba con precisión la escala, dando un paso tras otro sin vértigo alguno, con tal normalidad que cualquiera diría que bajaba de árboles tan altos a menudo. Pero cuando estaba a apenas un par de metros del suelo un rayo cayó y Beck sintió como se desgarraba su serenidad y se hacía añicos. Sus nudillos apretaban tanto la cuerda que se volvían blancos, y tenía miedo de mirar hacia arriba, pues tenía la estúpida sensación de que entonces le caería un rayo. Estuvo así un par de segundos, exigiéndole, luego pidiéndole y luego suplicándole a sus manos que se desasiesen de la cuerda y le permitiesen bajar otro peldaño. El trueno llegó antes que la respuesta de sus miembros, y finalmente llegó al suelo, momento en el que las rodillas comenzaron a temblarle. Miró hacia arriba y vio a la chica a la que debía guiar a un refugio seguro bajar los primeros metros de la escala y luego se giró para escudriñar el cielo. Los rayos eran escasos, se vio forzado a admitir, aunque a él se le hiciesen demasiados. No era probable un incendio, menos con la vegetación tan verde.
Estaba abriendo y cerrando los puños tratando de recuperar el riego sanguíneo que no le había llegado durante segundos, de tan fuerte como se había aferrado a la escala, con los ojos abiertos como platos de puro miedo, de espaldas al árbol que le había resguardado. Entonces, se le pusieron todos los nervios de punta, cuando Lisandot gritó y comenzó a caer. Su cuerpo en caída era veloz, y en apenas un segundo llegó al nivel del suelo, pero los reflejos siempre alerta de Beck que le habían permitido sobrevivir los últimos veinte años también eran muy rápidos y su cuerpo respondió a la perfección a la alerta. Se giró con rapidez, e intentó más por instinto que por otra cosa coger el cuerpo de Lisandot al vuelo, entre sus brazos. Quizás lo habría logrado si hubiese tenido una décima de segundo más. En lugar de ello, Lisandot, que caía de espaldas, golpeó contra el pecho y los brazos alzados pero aún no listos para recogerla. El golpe fue tal que Beck cayó de espaldas y Lisandot giró y cayó, al menos con menos fuerza, de cara al suelo. El primero sintió una fuerte punzada de dolor en el pecho mientras boqueaba, tomando el aire que le había arrebatado la colisión. Entonces notó que apenas podía mover el brazo derecho y con esa conciencia llegó un nuevo y fuerte dolor a la altura del hombro que ahogó con un sordo grito.
Ella había caído de cara al suelo, y Beck la veía aún inmóvil. Se trató de levantar como pudo, preocupado, y al apoyarse sin querer en el hombro herido se dio cuenta de que no era tan grave como doloroso. No estaba roto, quizás ni siquiera dislocado. Pero, ¿cómo estaría ella? Entonces un terrible pensamiento se le pasó por la cabeza. Si estaba inconsciente iba a tener que cargar con ella durante un largo rato. Y no sabía si estaba en condiciones físicas como para cargar su peso pero eso no era lo peor. Lo peor era que si ella estaba inconsciente se iba a ver obligado a mantener contacto físico durante un largo rato.
Ni los espíritus sabían cómo les afectaría eso.
Estos eran los pensamientos del hombre mientras bajaba con precisión la escala, dando un paso tras otro sin vértigo alguno, con tal normalidad que cualquiera diría que bajaba de árboles tan altos a menudo. Pero cuando estaba a apenas un par de metros del suelo un rayo cayó y Beck sintió como se desgarraba su serenidad y se hacía añicos. Sus nudillos apretaban tanto la cuerda que se volvían blancos, y tenía miedo de mirar hacia arriba, pues tenía la estúpida sensación de que entonces le caería un rayo. Estuvo así un par de segundos, exigiéndole, luego pidiéndole y luego suplicándole a sus manos que se desasiesen de la cuerda y le permitiesen bajar otro peldaño. El trueno llegó antes que la respuesta de sus miembros, y finalmente llegó al suelo, momento en el que las rodillas comenzaron a temblarle. Miró hacia arriba y vio a la chica a la que debía guiar a un refugio seguro bajar los primeros metros de la escala y luego se giró para escudriñar el cielo. Los rayos eran escasos, se vio forzado a admitir, aunque a él se le hiciesen demasiados. No era probable un incendio, menos con la vegetación tan verde.
Estaba abriendo y cerrando los puños tratando de recuperar el riego sanguíneo que no le había llegado durante segundos, de tan fuerte como se había aferrado a la escala, con los ojos abiertos como platos de puro miedo, de espaldas al árbol que le había resguardado. Entonces, se le pusieron todos los nervios de punta, cuando Lisandot gritó y comenzó a caer. Su cuerpo en caída era veloz, y en apenas un segundo llegó al nivel del suelo, pero los reflejos siempre alerta de Beck que le habían permitido sobrevivir los últimos veinte años también eran muy rápidos y su cuerpo respondió a la perfección a la alerta. Se giró con rapidez, e intentó más por instinto que por otra cosa coger el cuerpo de Lisandot al vuelo, entre sus brazos. Quizás lo habría logrado si hubiese tenido una décima de segundo más. En lugar de ello, Lisandot, que caía de espaldas, golpeó contra el pecho y los brazos alzados pero aún no listos para recogerla. El golpe fue tal que Beck cayó de espaldas y Lisandot giró y cayó, al menos con menos fuerza, de cara al suelo. El primero sintió una fuerte punzada de dolor en el pecho mientras boqueaba, tomando el aire que le había arrebatado la colisión. Entonces notó que apenas podía mover el brazo derecho y con esa conciencia llegó un nuevo y fuerte dolor a la altura del hombro que ahogó con un sordo grito.
Ella había caído de cara al suelo, y Beck la veía aún inmóvil. Se trató de levantar como pudo, preocupado, y al apoyarse sin querer en el hombro herido se dio cuenta de que no era tan grave como doloroso. No estaba roto, quizás ni siquiera dislocado. Pero, ¿cómo estaría ella? Entonces un terrible pensamiento se le pasó por la cabeza. Si estaba inconsciente iba a tener que cargar con ella durante un largo rato. Y no sabía si estaba en condiciones físicas como para cargar su peso pero eso no era lo peor. Lo peor era que si ella estaba inconsciente se iba a ver obligado a mantener contacto físico durante un largo rato.
Ni los espíritus sabían cómo les afectaría eso.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Su grito había sido algo instintivo, una acción meramente refleja, porque el sentimiento que la dominara durante el breve lapso de su caída no había sido el miedo, había sido la incredulidad. Una abrumadora y paralizante incredulidad. Su mente se negaba a aceptar lo que le estaba ocurriendo y eso la privó de poder siquiera intentar algo que detuviera o amortiguara su caída. Nunca había sido una mujer de acción, intrépida y llena de recursos, pero nunca había estado en un estado de indefensión tan completa: Siempre había podido, al menos, tratar de huir o de ocultarse.
El violento golpe contra el cuerpo de Beck la hizo perder el sentido de inmediato, por lo que no supo que el hombre se había interpuesto entre ella y el suelo, amortiguando en parte su caída. Sólo estuvo inconsciente durante algunos instantes, pero al volver en sí experimentó tal dolor en todo su cuerpo que a lo único que atinó fue a quedarse completamente quieta. Le dolía hasta el hecho de respirar y durante un indeterminado período de tiempo el dolor físico invadió su mente, su cuerpo y espíritu sin dejar lugar para nada más.
Estuvo tirada ahí, como una muñeca rota, hasta que, más allá del dolor, su cuerpo empezó a tomar nota del suelo frío y mojado en el que se apoyaba su mejilla y de la lluvia que mojaba sus piernas desprovistas de la protección de la capa, al desarreglarse esta durante la caída. Contra todo lo esperado, seguía viva y su instinto le indicaba que tenía que levantarse y buscar un refugio. Estaba demasiado aturdida como para analizar porque estaba de bruces en el suelo si había caído de espaldas o para preguntarse donde estaba Beck.
Hizo un intento de incorporarse,. pero renovadas ondas de dolor la hicieron llorar y desistir. Las lágrimas rodaban por sus mejillas mezclándose con las gotas de lluvia. El dolor comprometía prácticamente todo su cuerpo, pero comenzaba a hacerse más notorio en su pierna derecha. No creía ser capaz de levantarse por sí misma y, habiendo olvidado momentáneamente a Beck, no tenía esperanza alguna de recibir ayuda en medio de una tormenta como esa.
El miedo, su tan habitual compañero de viaje, extendió sus garras sobre ella y la atrapó, dejando en segundo plano al dolor. ¡Iba a morir ahí! ¡Sola, ignorada, abandonada sobre el barro como un insecto! ¡No, no, no!
El miedo, si no te paraliza, puede ser una emoción muy útil: te alista para la huída o para el ataque. El violento temor, casi pánico, de morir en ese lugar le dio el impulso que necesitaba para sobreponerse a la fatiga y el dolor. Con un penoso esfuerzo, que le arrancó ayes y nuevas lágrimas, logro izarse hasta quedar apoyada en sus manos y sus rodillas, temblando.
El violento golpe contra el cuerpo de Beck la hizo perder el sentido de inmediato, por lo que no supo que el hombre se había interpuesto entre ella y el suelo, amortiguando en parte su caída. Sólo estuvo inconsciente durante algunos instantes, pero al volver en sí experimentó tal dolor en todo su cuerpo que a lo único que atinó fue a quedarse completamente quieta. Le dolía hasta el hecho de respirar y durante un indeterminado período de tiempo el dolor físico invadió su mente, su cuerpo y espíritu sin dejar lugar para nada más.
Estuvo tirada ahí, como una muñeca rota, hasta que, más allá del dolor, su cuerpo empezó a tomar nota del suelo frío y mojado en el que se apoyaba su mejilla y de la lluvia que mojaba sus piernas desprovistas de la protección de la capa, al desarreglarse esta durante la caída. Contra todo lo esperado, seguía viva y su instinto le indicaba que tenía que levantarse y buscar un refugio. Estaba demasiado aturdida como para analizar porque estaba de bruces en el suelo si había caído de espaldas o para preguntarse donde estaba Beck.
Hizo un intento de incorporarse,. pero renovadas ondas de dolor la hicieron llorar y desistir. Las lágrimas rodaban por sus mejillas mezclándose con las gotas de lluvia. El dolor comprometía prácticamente todo su cuerpo, pero comenzaba a hacerse más notorio en su pierna derecha. No creía ser capaz de levantarse por sí misma y, habiendo olvidado momentáneamente a Beck, no tenía esperanza alguna de recibir ayuda en medio de una tormenta como esa.
El miedo, su tan habitual compañero de viaje, extendió sus garras sobre ella y la atrapó, dejando en segundo plano al dolor. ¡Iba a morir ahí! ¡Sola, ignorada, abandonada sobre el barro como un insecto! ¡No, no, no!
El miedo, si no te paraliza, puede ser una emoción muy útil: te alista para la huída o para el ataque. El violento temor, casi pánico, de morir en ese lugar le dio el impulso que necesitaba para sobreponerse a la fatiga y el dolor. Con un penoso esfuerzo, que le arrancó ayes y nuevas lágrimas, logro izarse hasta quedar apoyada en sus manos y sus rodillas, temblando.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Se acercó al cuerpo aún inerte, aterrado por el hecho de que ella pudiese estar muerta. Luego aquella pequeña parte mezquina y cobarde que siempre habla zalamera le dijo que si ella estaba herida de muerte debía abandonarla, no debían encontrarla con su cadáver. Además, tendría muchas preguntas que responder. Pero no quería escuchar a esa voz. No ahora. Se estaba inclinando a las espaldas de la chica, para ver si seguía respirando, cuando la vio moverse durante un segundo. ¡Estaba viva! Su primer instinto fue ayudarla a levantarse, pues debía estar realmente malherida, pero entonces observó el gesto en el rostro inclinado de Lisandot y se apartó un paso.
Porque reconocía aquel gesto. Sabía que él lo había tenido mil veces en su cara, y aunque sabía que todas aquellas veces le habría gustado tener a alguien a su lado prácticamente nunca lo había tenido. No lo hacía por egoísmo, en una estúpida venganza contra alguien que no tenía nada que ver con el dolor que había sufrido, sino por convicción: era consciente de que aquello era lo que lo había hecho más fuerte, por más que le hubiese dolido. Porque hay veces en que debemos al menos tener la oportunidad de levantarnos solos.
Beck recordó fugazmente la trenza que la valiente mujer que tenía a sus pies se había cortado para liberarse de las ramas y poder seguir huyendo. Tenía coraje, determinación, templanza. Y un corazón noble, generoso. Y era una fugitiva, como él. Durante una décima de segundo se vio a él en el suelo, sangrando y llorando y sacando fuerzas de su propia rabia para seguir adelante. Sonrió durante un segundo, admirado, luego su rostro se serenó y adoptó un gesto apreciativo, finalmente, en el momento en que ella se ponía a cuatro patas intentando alzarse decidió que era suficiente. Agarrándose el brazo que colgaba de su hombro dolorido se puso ante ella con dos pasos y se acuclilló.
- Lis, eh Lis .- Y cuando ella miró alzando el rostro débilmente se permitió cogerle la mejilla y secarle una lágrima con el mismo vendaje de su mano izquierda que ella misma le había puesto. La miró a los ojos, casi obligándola a sostener su penetrante mirada con la suya confusa (al parecer ni siquiera debía saber muy bien donde estaba, sus ojos estaban un poco desenfocados. El golpe debía de haber sido realmente muy fuerte. Y ella aún más).- No es fuerte el caballero que nunca cae derrotado, sino el que siéndolo se levanta y vuelve a la lucha.- hizo una pausa.- ¿Te echo una mano? Podría cargarte hasta un refugio, podrías estar herida y yo estoy bien.- ignoró patentemente el quejido de dolor de su hombro, que pusilánime se quería negar en rotundo a cargar a nada o a nadie.- Hasta el caballero más fuerte tiene escuderos.- y le guiñó un ojo, tratando de simular que no estaba preocupado por el hecho de que ella podía morir si la caída le había producido heridas internas o le había afectado a la cabeza.
Porque reconocía aquel gesto. Sabía que él lo había tenido mil veces en su cara, y aunque sabía que todas aquellas veces le habría gustado tener a alguien a su lado prácticamente nunca lo había tenido. No lo hacía por egoísmo, en una estúpida venganza contra alguien que no tenía nada que ver con el dolor que había sufrido, sino por convicción: era consciente de que aquello era lo que lo había hecho más fuerte, por más que le hubiese dolido. Porque hay veces en que debemos al menos tener la oportunidad de levantarnos solos.
Beck recordó fugazmente la trenza que la valiente mujer que tenía a sus pies se había cortado para liberarse de las ramas y poder seguir huyendo. Tenía coraje, determinación, templanza. Y un corazón noble, generoso. Y era una fugitiva, como él. Durante una décima de segundo se vio a él en el suelo, sangrando y llorando y sacando fuerzas de su propia rabia para seguir adelante. Sonrió durante un segundo, admirado, luego su rostro se serenó y adoptó un gesto apreciativo, finalmente, en el momento en que ella se ponía a cuatro patas intentando alzarse decidió que era suficiente. Agarrándose el brazo que colgaba de su hombro dolorido se puso ante ella con dos pasos y se acuclilló.
- Lis, eh Lis .- Y cuando ella miró alzando el rostro débilmente se permitió cogerle la mejilla y secarle una lágrima con el mismo vendaje de su mano izquierda que ella misma le había puesto. La miró a los ojos, casi obligándola a sostener su penetrante mirada con la suya confusa (al parecer ni siquiera debía saber muy bien donde estaba, sus ojos estaban un poco desenfocados. El golpe debía de haber sido realmente muy fuerte. Y ella aún más).- No es fuerte el caballero que nunca cae derrotado, sino el que siéndolo se levanta y vuelve a la lucha.- hizo una pausa.- ¿Te echo una mano? Podría cargarte hasta un refugio, podrías estar herida y yo estoy bien.- ignoró patentemente el quejido de dolor de su hombro, que pusilánime se quería negar en rotundo a cargar a nada o a nadie.- Hasta el caballero más fuerte tiene escuderos.- y le guiñó un ojo, tratando de simular que no estaba preocupado por el hecho de que ella podía morir si la caída le había producido heridas internas o le había afectado a la cabeza.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
La voz que pronunciaba su nombre llegó a ella rasgando el espeso manto de dolor que la envolvía. ¿Quién? Dirigió su velada mirada en dirección adonde había venido la voz y entonces recordó al hombre que había estado con ella en el árbol, Beck. Su voz era amistosa y le ofrecía cargarla.
No tuvo tiempo de responder. En un instante todo el dolor de su cuerpo se concentró, fulminante, en su pierna derecha, haciéndola desplomarse de costado con un grito. Se ovilló de lado sobre el mojado suelo, agarrándose la pierna. Quizás se la había roto. Quizás tenía otras heridas que no podía aún percibir. Tembló de miedo y dolor. Sentía la presencia de la muerte muy cerca suyo.
La idea la aterrorizó… y la hizo rebelarse de nuevo. No podía, no quería morir en ese lugar. No quería morir aún. Era sanadora, tenía que sanarse a sí misma. Pero no podía sola.
Reuniendo las escasas fuerzas que le quedaban se tumbó de espaldas y luego se incorporó, apoyándose en los codos, hasta quedar sentada.
Estaba exhausta. No quería que Beck la cargara. No porque se hubiese dado cuenta de que él estaba herido – estaba demasiado choqueada para notarlo y ni siquiera sabía que él había interceptado su caída – si no porque el instinto le decía que era peligroso para Beck tocarla, que ella podía dañarlo si lo hacía. Pero estaba tan cansada…
No podría levantarse sola, estaba segura de eso. Si no aceptaba la ayuda de Beck, se quedaría ahí, transida de dolor, empapándose en la inclemente lluvia – las capas pronto se esfumarían como se había esfumado la escalera – hasta que efectivamente muriera,
Tal vez… estaba demasiado cansada para que sus poderes se manifestaran. Si evitaba dormir… si evitaba que le diera fiebre… tal vez no pasaría nada… no le haría daño…
Los pensamientos giraban veloces en su cabeza, mientras cada célula de su cuerpo gritaba de dolor. Una ráfaga de viento hizo caer la capucha y agitó su ahora corto cabello, mientras la luz de un nuevo rayo barría por un momento la oscuridad de la tormenta.
- Beck – llamó con voz temblorosa – A-ayúdadme, por favor.
No tuvo tiempo de responder. En un instante todo el dolor de su cuerpo se concentró, fulminante, en su pierna derecha, haciéndola desplomarse de costado con un grito. Se ovilló de lado sobre el mojado suelo, agarrándose la pierna. Quizás se la había roto. Quizás tenía otras heridas que no podía aún percibir. Tembló de miedo y dolor. Sentía la presencia de la muerte muy cerca suyo.
La idea la aterrorizó… y la hizo rebelarse de nuevo. No podía, no quería morir en ese lugar. No quería morir aún. Era sanadora, tenía que sanarse a sí misma. Pero no podía sola.
Reuniendo las escasas fuerzas que le quedaban se tumbó de espaldas y luego se incorporó, apoyándose en los codos, hasta quedar sentada.
Estaba exhausta. No quería que Beck la cargara. No porque se hubiese dado cuenta de que él estaba herido – estaba demasiado choqueada para notarlo y ni siquiera sabía que él había interceptado su caída – si no porque el instinto le decía que era peligroso para Beck tocarla, que ella podía dañarlo si lo hacía. Pero estaba tan cansada…
No podría levantarse sola, estaba segura de eso. Si no aceptaba la ayuda de Beck, se quedaría ahí, transida de dolor, empapándose en la inclemente lluvia – las capas pronto se esfumarían como se había esfumado la escalera – hasta que efectivamente muriera,
Tal vez… estaba demasiado cansada para que sus poderes se manifestaran. Si evitaba dormir… si evitaba que le diera fiebre… tal vez no pasaría nada… no le haría daño…
Los pensamientos giraban veloces en su cabeza, mientras cada célula de su cuerpo gritaba de dolor. Una ráfaga de viento hizo caer la capucha y agitó su ahora corto cabello, mientras la luz de un nuevo rayo barría por un momento la oscuridad de la tormenta.
- Beck – llamó con voz temblorosa – A-ayúdadme, por favor.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Ella tardó solo un par de segundos en responder, pero observándola Beck fue consciente de dos cosas, una de que esos segundos a Lisandot se le tenían que haber hecho eternos, y dos, que estaba tan mal que le costaba hasta concentrarse lo suficiente como para entenderle cuando le hablaba. La observó con ojo crítico, primero su cara constreñida de dolor, y luego su cuerpo. No sabía tantear en busca de costillas rotas, pero bien podía ver que la rodilla estaba en una postura rara.
- Tranquila, voy a echar un vistazo.- Y se agachó apartando un poco la tela para ver qué había sido. No podía estar muy seguro, porque no entendía de sanación, pero sí que entendía de heridas y estaba seguro de que aquella rodilla estaba inutilizada. Si se había dislocado la rodilla, se había hecho un esguince o se la había partido era para él un misterio, aunque al menos el hueso parecía estar más o menos en su sitio, con lo cual de haber algo roto no era sino la rodilla en sí. El rayo llegó y Beck se mordió la lengua del susto, pero se obligó a razonar, seguir concentrado en Lis, porque si pensaba en la tormenta le daría un ataque de pánico. Trató de mover un poco sus hombros, notando que el derecho seguía bastante maltrecho, pero quizás podría con ella. Se apartó la duda de la mente. No quizás, seguro, tenía que hacerlo. Porque la otra opción era abandonarla a la muerte y marcharse, y no iba a hacerlo, por más que resultase tentador el camino más fácil. Ya cargaba con bastantes muertes de momento en su conciencia.
- Tranquila Lis, no estás tan mal.- la miró a la cara, aún acuclillado, y vio que ella a penas le entendía entre el velo del dolor. Tendría que hacerlo solo. Mordiéndose el labio para que le distrajese del dolor del hombro, estiró su brazo derecho y lo pasó por detrás de la espalda sentada de Lisandot, luego pasó el otro brazo por debajo de las rodillas de Lisandot y, sabedor de que eso iba a hacerle daño, porque iba a llevar la rodilla colgando hasta que encontrasen un refugio comenzó a hablar con voz conciliadora. Voz de cuenta cuentos.
- Te llevaré en brazos, ¿vale? No eres la primera persona que cargo en un bosque, ¿sabes?- trató de sonreír mientras comenzaba a tensar su hombro derecho para alzarla.- Una vez mientras cazaba encontré un niño llamado Aldwin que se había perdido y...- Aunando sus fuerzas se puso en pie cargando a Lisandot, inspirando fuertemente y apretando los dientes para contener el dolor, como tratando de atraparlo en su boca y tragárselo. Las piernas de Lisandot perdieron el suelo como apoyo y sólo le quedó como apoyo el brazo izquierdo de su portador, que le pasaba bajo las rodillas dobladas. Beck esperaba un chillido de dolor por respuesta, pero apretó más a Lisandot, para evitar que se le cayese. Y con un gran esfuerzo mental, siguió hablando- ...y casi pesaba tan poco como tú.- tratando de olvidar la lluvia, los rayos y el dolor, mientras se dirigía al lugar donde había visto un pequeño montículo al despistar a los piratas. Con suerte habría una cueva cerca. A penas pensaba, sólo tenía su cuerpo para moverse y su boca para hablar, para contar la historia del niño que se había perdido en el bosque, que había encontrado la linde desnutrido y deshidratado.
Así, sin saberlo Lisandot, le contó una historia de su niñez, de cuando había vagado durante días por el bosque y casi había muerto. Sólo que cuando él se había perdido en el bosque no había aparecido un adulto que le sacase en brazos del bosque, pero la historia era así más hermosa. Sí, lo era, y poco a poco le ayudó a ir acercándose a su objetivo, mientras la vegetación iba clareando levemente y la pendiente aumentaba proporcionalmente.
- Tranquila, voy a echar un vistazo.- Y se agachó apartando un poco la tela para ver qué había sido. No podía estar muy seguro, porque no entendía de sanación, pero sí que entendía de heridas y estaba seguro de que aquella rodilla estaba inutilizada. Si se había dislocado la rodilla, se había hecho un esguince o se la había partido era para él un misterio, aunque al menos el hueso parecía estar más o menos en su sitio, con lo cual de haber algo roto no era sino la rodilla en sí. El rayo llegó y Beck se mordió la lengua del susto, pero se obligó a razonar, seguir concentrado en Lis, porque si pensaba en la tormenta le daría un ataque de pánico. Trató de mover un poco sus hombros, notando que el derecho seguía bastante maltrecho, pero quizás podría con ella. Se apartó la duda de la mente. No quizás, seguro, tenía que hacerlo. Porque la otra opción era abandonarla a la muerte y marcharse, y no iba a hacerlo, por más que resultase tentador el camino más fácil. Ya cargaba con bastantes muertes de momento en su conciencia.
- Tranquila Lis, no estás tan mal.- la miró a la cara, aún acuclillado, y vio que ella a penas le entendía entre el velo del dolor. Tendría que hacerlo solo. Mordiéndose el labio para que le distrajese del dolor del hombro, estiró su brazo derecho y lo pasó por detrás de la espalda sentada de Lisandot, luego pasó el otro brazo por debajo de las rodillas de Lisandot y, sabedor de que eso iba a hacerle daño, porque iba a llevar la rodilla colgando hasta que encontrasen un refugio comenzó a hablar con voz conciliadora. Voz de cuenta cuentos.
- Te llevaré en brazos, ¿vale? No eres la primera persona que cargo en un bosque, ¿sabes?- trató de sonreír mientras comenzaba a tensar su hombro derecho para alzarla.- Una vez mientras cazaba encontré un niño llamado Aldwin que se había perdido y...- Aunando sus fuerzas se puso en pie cargando a Lisandot, inspirando fuertemente y apretando los dientes para contener el dolor, como tratando de atraparlo en su boca y tragárselo. Las piernas de Lisandot perdieron el suelo como apoyo y sólo le quedó como apoyo el brazo izquierdo de su portador, que le pasaba bajo las rodillas dobladas. Beck esperaba un chillido de dolor por respuesta, pero apretó más a Lisandot, para evitar que se le cayese. Y con un gran esfuerzo mental, siguió hablando- ...y casi pesaba tan poco como tú.- tratando de olvidar la lluvia, los rayos y el dolor, mientras se dirigía al lugar donde había visto un pequeño montículo al despistar a los piratas. Con suerte habría una cueva cerca. A penas pensaba, sólo tenía su cuerpo para moverse y su boca para hablar, para contar la historia del niño que se había perdido en el bosque, que había encontrado la linde desnutrido y deshidratado.
Así, sin saberlo Lisandot, le contó una historia de su niñez, de cuando había vagado durante días por el bosque y casi había muerto. Sólo que cuando él se había perdido en el bosque no había aparecido un adulto que le sacase en brazos del bosque, pero la historia era así más hermosa. Sí, lo era, y poco a poco le ayudó a ir acercándose a su objetivo, mientras la vegetación iba clareando levemente y la pendiente aumentaba proporcionalmente.
Última edición por Beck el 15/04/10, 07:34 pm, editado 1 vez
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Por sobre el dolor que nublaba su mente, sentía la presencia del hombre transmitiéndole seguridad. ¡Él iba a ayudarla! Esa certeza serenó un poco su ánimo. El dolor físico persistiría hasta que pudiera hacer algo para ayudarse a sí misma, pero la angustia de morir sola y abandonada en ese lugar, remitió.
Un sordo gemido se le escapó cuando Beck la levantó y su rodilla quedó colgando en el aire. Mordiéndose los labios para contener nuevos gritos, apoyo la cabeza en el pecho del hombre, en una instintiva búsqueda de protección y consuelo. La experiencia de estar enferma o herida no era desconocida para ella, pero no recordaba haber sentido antes un dolor tan abarcador ni haber estado tan incapacitada estando consciente.
Ser transportada así y el mismo hecho de haberse acurrucado en los brazos del antiguo posadero la hacían sentir como una niña pequeña y débil. Y ahora él le contaba una historia para distraerla y tranquilizarla. Lejanas imágenes de su infancia vinieron a su mente, evocando aquel tiempo en que su padre le narraba cuentos y le enseñaba a leer y un repentino acceso de nostalgia le arrancó nuevas lágrimas. Con todo, la historia que Beck le contaba, una hermosa historia, logró capturar su dispersa atención, haciéndola abstraerse en parte del dolor.
Era una mujer menuda y no destacaba por su vigor físico, pero era también una mujer fuerte, aunque a ella misma le costaba reconocer su propia fortaleza. Había vivido sola la mayor parte de su vida, había tenido que comenzar desde cero muchas veces dejando atrás todo lo logrado, había arrostrado privaciones y peligros y siempre había conseguido salir adelante. Y no siempre había contado con alguien que la ayudara, como ahora. Se sentía protegida, confortada y en su espíritu nacían sentimientos de calma y confianza que iban medrando pese al sufrimiento físico, junto a una profunda gratitud hacia el hombre que la cargaba.
No hubiese podido decir adonde se dirigían ni cuanto tiempo tardaban. Sólo lograba tener noción de los ruidos de la tormenta por sobre el casi hipnótico sonido de la voz de Beck narrando. Un repentino espasmo de los brazos que la sostenían y del pecho en el que se apoyaba, seguido rápidamente por el retumbar de un trueno, la hicieron comprender que había caído un rayo. Y casi enseguida la lluvia que empapaba inmisericorde su cabello y su ropa le avisó que, finalmente, las capas que los protegían se habían desvanecido.
No estuvieron mucho tiempo a la intemperie después de eso, sin embargo. Pronto estuvieron a cubierto de la lluvia, el viento y los rayos. Entre el alivio de sentirse a resguardo y el dolor que iba y venía en oleadas, tardó en percibir el creciente peso en su costado izquierdo, allí donde su bolso mágico había quedado en contacto con el cuerpo de Beck.
Un sordo gemido se le escapó cuando Beck la levantó y su rodilla quedó colgando en el aire. Mordiéndose los labios para contener nuevos gritos, apoyo la cabeza en el pecho del hombre, en una instintiva búsqueda de protección y consuelo. La experiencia de estar enferma o herida no era desconocida para ella, pero no recordaba haber sentido antes un dolor tan abarcador ni haber estado tan incapacitada estando consciente.
Ser transportada así y el mismo hecho de haberse acurrucado en los brazos del antiguo posadero la hacían sentir como una niña pequeña y débil. Y ahora él le contaba una historia para distraerla y tranquilizarla. Lejanas imágenes de su infancia vinieron a su mente, evocando aquel tiempo en que su padre le narraba cuentos y le enseñaba a leer y un repentino acceso de nostalgia le arrancó nuevas lágrimas. Con todo, la historia que Beck le contaba, una hermosa historia, logró capturar su dispersa atención, haciéndola abstraerse en parte del dolor.
Era una mujer menuda y no destacaba por su vigor físico, pero era también una mujer fuerte, aunque a ella misma le costaba reconocer su propia fortaleza. Había vivido sola la mayor parte de su vida, había tenido que comenzar desde cero muchas veces dejando atrás todo lo logrado, había arrostrado privaciones y peligros y siempre había conseguido salir adelante. Y no siempre había contado con alguien que la ayudara, como ahora. Se sentía protegida, confortada y en su espíritu nacían sentimientos de calma y confianza que iban medrando pese al sufrimiento físico, junto a una profunda gratitud hacia el hombre que la cargaba.
No hubiese podido decir adonde se dirigían ni cuanto tiempo tardaban. Sólo lograba tener noción de los ruidos de la tormenta por sobre el casi hipnótico sonido de la voz de Beck narrando. Un repentino espasmo de los brazos que la sostenían y del pecho en el que se apoyaba, seguido rápidamente por el retumbar de un trueno, la hicieron comprender que había caído un rayo. Y casi enseguida la lluvia que empapaba inmisericorde su cabello y su ropa le avisó que, finalmente, las capas que los protegían se habían desvanecido.
No estuvieron mucho tiempo a la intemperie después de eso, sin embargo. Pronto estuvieron a cubierto de la lluvia, el viento y los rayos. Entre el alivio de sentirse a resguardo y el dolor que iba y venía en oleadas, tardó en percibir el creciente peso en su costado izquierdo, allí donde su bolso mágico había quedado en contacto con el cuerpo de Beck.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Al principio cada paso fue una tortura, pero él mismo se concentró tanto en su historia que por un momento casi olvidó donde estaba. Una sola lágrima se le escapó y no pudo secarla, por lo que cayó solitaria hasta su barbilla, donde quedó atrapada en su barba de un par de días y se mezcló con la lluvia.
Pero incluso aunque su capacidad de abstracción fuese tan alta había algo que no encajaba. Se movía con precisión y fuerza y no se sentía cansado. No notaba el dolor en el hombro, ni en la mano herida ni en la cara. Se sentía por primera vez en el día seguro y fuerte, la confianza en sus habilidades había aumentado de manera repentina y poco lógica. Daba zancadas amplias y subía ágilmente por la pendiente en busca de la cueva más cercana. Incluso los rayos de la tormenta solo le hacían dar un leve respingo, sin que sus rodillas temblasen. Se sentía exultante y vivo, se sentía poderoso, se sentía como en una maldita nube, observando el sol de igual a igual. En definitiva, se sentía drogado.
Tardó casi un minuto en encontrar la entrada de una pequeña cueva, que era baja. Antes de encontrarla había pensado incongruentemente que daba igual, que si no encontraba una cueva podía llevarla a la ciudad de todas maneras. Casi le costaba concentrarse en el hecho de que realmente no sabía donde estaba la ciudad. Se asomó y vio que parecía extenderse más al fondo. Quizás tendría un metro y medio de altura en la entrada, pero luego subía hasta los cuatro en algunos puntos, y tenía como dos metros de ancho y cinco de fondo, aunque con una forma muy irregular. Agachándose, entró y buscó una zona llana donde dejar a Lisandot. Colocó su mochila bajo la cabeza de la joven para que le protegiese, mientras ella miraba alrededor algo desubicada. Y entonces al mirarla a los ojos se dio cuenta: estaba intoxicado. Los ojos de la chica tenían un tono menos vivo de lo normal, pero no solo era ella, sino que todo parecía más pálido e irreal, al mirarse las manos se dio cuenta de que parecían más nítidas, como si sólo él fuese auténtico. No muchas veces había llegado a estar tan sobrecargado como para alterar su percepción levemente, aunque algunas veces se había sentido levemente borracho. Ahora se sentía extraño y ni siquiera fue capaz de preocuparse completamente mientras pensaba difusamente "verás cuando comience la parte mala”. Hasta el dolor de cabeza había desaparecido, aunque sabía que era por poco tiempo. Chico, esta Lisandot de veras tenía energías.
Y a su alrededor el mundo seguía difuminándose y perdiendo color. Pronto se convertiría en un mar de colores degradados y oscuros. A pesar de sentirse enérgico, algo le llamaba a tumbarse, a descansar, se sentó cerca de Lisandot, apoyando la espalda contra la piedra, a pesar de que ya casi no veía nada y quiso advertir a la chica de que le había robado sus poderes y ahora no sabía bien qué pasaba. Pero ni un ruido llegó a salir de su boca y él sintió como una mano que surgía de su propia mente comenzaba a tirar de su conciencia hasta hundirla, profundamente entre las capas del sueño. Percibió algo más, pero no supo que era, sin embargo, a un par de pasos de distancia, Lisandot Eclath también se dormía, o mejor dicho entraba en un trance inducido que les llevaría a ambos a un peculiar sueño compartido.
Pero incluso aunque su capacidad de abstracción fuese tan alta había algo que no encajaba. Se movía con precisión y fuerza y no se sentía cansado. No notaba el dolor en el hombro, ni en la mano herida ni en la cara. Se sentía por primera vez en el día seguro y fuerte, la confianza en sus habilidades había aumentado de manera repentina y poco lógica. Daba zancadas amplias y subía ágilmente por la pendiente en busca de la cueva más cercana. Incluso los rayos de la tormenta solo le hacían dar un leve respingo, sin que sus rodillas temblasen. Se sentía exultante y vivo, se sentía poderoso, se sentía como en una maldita nube, observando el sol de igual a igual. En definitiva, se sentía drogado.
Tardó casi un minuto en encontrar la entrada de una pequeña cueva, que era baja. Antes de encontrarla había pensado incongruentemente que daba igual, que si no encontraba una cueva podía llevarla a la ciudad de todas maneras. Casi le costaba concentrarse en el hecho de que realmente no sabía donde estaba la ciudad. Se asomó y vio que parecía extenderse más al fondo. Quizás tendría un metro y medio de altura en la entrada, pero luego subía hasta los cuatro en algunos puntos, y tenía como dos metros de ancho y cinco de fondo, aunque con una forma muy irregular. Agachándose, entró y buscó una zona llana donde dejar a Lisandot. Colocó su mochila bajo la cabeza de la joven para que le protegiese, mientras ella miraba alrededor algo desubicada. Y entonces al mirarla a los ojos se dio cuenta: estaba intoxicado. Los ojos de la chica tenían un tono menos vivo de lo normal, pero no solo era ella, sino que todo parecía más pálido e irreal, al mirarse las manos se dio cuenta de que parecían más nítidas, como si sólo él fuese auténtico. No muchas veces había llegado a estar tan sobrecargado como para alterar su percepción levemente, aunque algunas veces se había sentido levemente borracho. Ahora se sentía extraño y ni siquiera fue capaz de preocuparse completamente mientras pensaba difusamente "verás cuando comience la parte mala”. Hasta el dolor de cabeza había desaparecido, aunque sabía que era por poco tiempo. Chico, esta Lisandot de veras tenía energías.
Y a su alrededor el mundo seguía difuminándose y perdiendo color. Pronto se convertiría en un mar de colores degradados y oscuros. A pesar de sentirse enérgico, algo le llamaba a tumbarse, a descansar, se sentó cerca de Lisandot, apoyando la espalda contra la piedra, a pesar de que ya casi no veía nada y quiso advertir a la chica de que le había robado sus poderes y ahora no sabía bien qué pasaba. Pero ni un ruido llegó a salir de su boca y él sintió como una mano que surgía de su propia mente comenzaba a tirar de su conciencia hasta hundirla, profundamente entre las capas del sueño. Percibió algo más, pero no supo que era, sin embargo, a un par de pasos de distancia, Lisandot Eclath también se dormía, o mejor dicho entraba en un trance inducido que les llevaría a ambos a un peculiar sueño compartido.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Un suspiro de alivio se escapó de sus labios cuando Beck la dejó en el suelo y colocó la mochila bajo su cabeza. Su túnica y sus pantalones, del color azul que tanto le gustaba, estaban mojados, pero ni siquiera se daba cuenta cabal de eso. Estaba exhausta, pero no era sólo el intenso dolor la causa de su agotamiento. La pérdida de su energía mágica, la que estaba siendo “robada” por Beck, le provocaba una lasitud semejante a la que puede experimentar una persona a la que un vampiro le está succionando la sangre.
El peso en su costado izquierdo había aumentado hasta obligarla a tumbarse sobre ese lado, con el consiguiente maltrato de su lesionada pierna derecha; instintivamente, casi sin darse cuenta de ello, se afanó por soltar el bolso mágico de su cintura. El que había sido un bolso pequeño y liviano había aumentado en veinte veces su peso y tamaño, convirtiéndose en una masa informe que ella miró sin comprender.
¿Qué le había pasado a su bolso? Miró a su alrededor perpleja, como si la caverna hubiese podido darle la respuesta a tan desconcertante enigma el que, por lo demás, pronto salió del foco de su cada vez más dispersa atención. Estaba demasiado cansada para hacerse preguntas.
Su agotamiento daba lugar a un creciente adormecimiento y una alarma sonó algún lugar de su mente ¡No debía dormir! ¡Era peligroso hacerlo! Quiso buscar en su bolso algún reconstituyente, algún tónico que reparara sus energías y la mantuviera despierta… pero su bolso ya no era su bolso… y costaba tanto moverse…
Quiso decirle a Beck que no la dejara dormir… pero costaba hablar… costaba moverse… costaba mantener los ojos abiertos... Por primera vez alguien la inducía a dormir, usando sobre ella su propio poder, y no podía resistirse a él. Sin que pudiera hacer nada al respecto, se quedó profundamente dormida, sumergida en las simas de un sueño mágico.
El tibio toque de los rayos solares sobre su rostro la hizo despertar por fin ¿Sol? Sorprendida, se sentó de golpe mirando a su alrededor. Se encontraba en una vasta y yerma planicie color turquesa, bajo un cielo índigo completamente despejado. La tormenta había pasado pero, ¿dónde estaba la caverna? ¿y el bosque? Se puso de pie, oteando el horizonte, sin comprender como había llegado a ese lugar y, sólo entonces, advirtió que no sentía dolor alguno. Perpleja, dirigió su mirada sobre si misma. Su ropa, una larga y flotante túnica de color rojo oscuro, estaba seca y limpia y su larga trenza, entretejida de flores, caía sobre su hombro. Entonces lo comprendió, había soñado todo: los piratas, el árbol, la tormenta, la cueva. ¡Qué sueño tan vívido había sido! Aún le costaba separarlo de la realidad. Con una sonrisa, vio sobre el suelo lo que quedaba de su almuerzo. Se había dormido después de comer, estaba muy cansada. La caminata había sido larga y extenuante y aún no encontraba lo que había ido a buscar. No conseguía recordar qué era aquello, pero por alguna razón, eso no le extrañaba ni le preocupaba en lo más mínimo. Lo sabría a su debido tiempo, como sabía ahora que debía dirigirse al gran edificio que acababa de surgir en el horizonte, justo a tiempo, como debía ser. Un delgado y luminoso sendero surgió bajo sus pies y ella echó a andar, tan contenta de que todo funcionara como debía, que empezó a cantar mientras caminaba.
El peso en su costado izquierdo había aumentado hasta obligarla a tumbarse sobre ese lado, con el consiguiente maltrato de su lesionada pierna derecha; instintivamente, casi sin darse cuenta de ello, se afanó por soltar el bolso mágico de su cintura. El que había sido un bolso pequeño y liviano había aumentado en veinte veces su peso y tamaño, convirtiéndose en una masa informe que ella miró sin comprender.
¿Qué le había pasado a su bolso? Miró a su alrededor perpleja, como si la caverna hubiese podido darle la respuesta a tan desconcertante enigma el que, por lo demás, pronto salió del foco de su cada vez más dispersa atención. Estaba demasiado cansada para hacerse preguntas.
Su agotamiento daba lugar a un creciente adormecimiento y una alarma sonó algún lugar de su mente ¡No debía dormir! ¡Era peligroso hacerlo! Quiso buscar en su bolso algún reconstituyente, algún tónico que reparara sus energías y la mantuviera despierta… pero su bolso ya no era su bolso… y costaba tanto moverse…
Quiso decirle a Beck que no la dejara dormir… pero costaba hablar… costaba moverse… costaba mantener los ojos abiertos... Por primera vez alguien la inducía a dormir, usando sobre ella su propio poder, y no podía resistirse a él. Sin que pudiera hacer nada al respecto, se quedó profundamente dormida, sumergida en las simas de un sueño mágico.
El tibio toque de los rayos solares sobre su rostro la hizo despertar por fin ¿Sol? Sorprendida, se sentó de golpe mirando a su alrededor. Se encontraba en una vasta y yerma planicie color turquesa, bajo un cielo índigo completamente despejado. La tormenta había pasado pero, ¿dónde estaba la caverna? ¿y el bosque? Se puso de pie, oteando el horizonte, sin comprender como había llegado a ese lugar y, sólo entonces, advirtió que no sentía dolor alguno. Perpleja, dirigió su mirada sobre si misma. Su ropa, una larga y flotante túnica de color rojo oscuro, estaba seca y limpia y su larga trenza, entretejida de flores, caía sobre su hombro. Entonces lo comprendió, había soñado todo: los piratas, el árbol, la tormenta, la cueva. ¡Qué sueño tan vívido había sido! Aún le costaba separarlo de la realidad. Con una sonrisa, vio sobre el suelo lo que quedaba de su almuerzo. Se había dormido después de comer, estaba muy cansada. La caminata había sido larga y extenuante y aún no encontraba lo que había ido a buscar. No conseguía recordar qué era aquello, pero por alguna razón, eso no le extrañaba ni le preocupaba en lo más mínimo. Lo sabría a su debido tiempo, como sabía ahora que debía dirigirse al gran edificio que acababa de surgir en el horizonte, justo a tiempo, como debía ser. Un delgado y luminoso sendero surgió bajo sus pies y ella echó a andar, tan contenta de que todo funcionara como debía, que empezó a cantar mientras caminaba.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Durante un segundo le sujetaron fuertemente, tanto que no podía moverse. Todos eran amigos, conocidos que le susurraban razones para quedarse, que le pedían que se quedase con ellos. Pero estaba demasiado cansado para escuchar nada, demasiado roto como para evitar que sus oídos quedasen sordos. Y sin embargo, tenía energías para avanzar, porque avanzar es todo lo que le queda a veces a uno. Coger algo y centrarse solo en ello y en resolverlo. Tomar un camino y ver qué hay tras el recodo. Tomar un tocón y hacer una hermosa talla. Convertir el metal en un arma a base
de golpes, calor y sudor. Hacer de un pedazo de tierra un jardín. Crear. Conocer. Soñar.
Y uno a uno los brazos fueron perdiendo fuerza y soltando su agarre, mientras se desvanecían los rostros y todo se hacía no ya luminoso, pero colorido. Y el camino se fue haciendo claro, los pájaros cantaban en su dirección, y casi los árboles parecían crecer con sus ramas señalando la correcta dirección. El suelo era un camino de arena en la que crecían motas de vegetación, cada brizna de hierba cantando una oda al camino del peregrino. Sabía que podía avanzar con solo quererlo, pero no sabía si lo quería suficiente, ¿entonces qué habría sido del camino? Sin embargo, esta duda se desvaneció cuando el extraño sol cuyos rayos tenían una cualidad levemente azulada reflejó sobre el jade de un edificio lejano. Cuando lo miró se le hizo obvio que era algo pasado, pero sin embargo a pesar de todo estaba levemente vivo, como latente, y conforme más se concentraba en él más grande se hacía, más visible y más vivo. Sus colores se convirtieron en la piedra y la hiedra sobre ella, brillando como los más verdes ojos de un ser ultraterreno. Las esquinas del extraño edificio mastodóntico eran difíciles de comprender para la mente, tanto que uno diría que a veces podría haber más de 360º grados en un círculo. Mirarlo demasiado fijamente producía un extraño mareo y punzadas en todos los sentidos, desde la vista hasta el olfato, por el que percibía el olor añejo de la irrealidad.
En contra de lo que habría hecho en cualquier otro momento, Beck olvidó mirar por encima del hombro y entró en el templo por una puerta que le hacía inmensamente diminuto en comparación. El sol le iluminó durante un par de segundos, haciéndole brillar casi como el metal bruñido y de golpe esta brillante cualidad desapareció cuando se introdujo en las sombras.
Entonces, sin saber muy bien por qué, cantó con una voz que no era del todo suya:
La canción continuaba, pero también viajaba por el camino, y al parecer más rápido que Beck, por lo que se le escapó como un hilo de una madeja y aunque trató de retener el significado no pudo. Durante unos segundos se sintió débil y perdido y miró a su alrededor. Por primera vez fue consciente de las estatuas gigantescas a ambos lados del pórtico. Una de ellas había perdido mucha de su integridad. La otra le miraba ceñudo, como un perenne guardián y Beck no pudo dilucidar si lo que le molestaba era que hubiese cantado o que hubiese dejado de hacerlo.
de golpes, calor y sudor. Hacer de un pedazo de tierra un jardín. Crear. Conocer. Soñar.
Y uno a uno los brazos fueron perdiendo fuerza y soltando su agarre, mientras se desvanecían los rostros y todo se hacía no ya luminoso, pero colorido. Y el camino se fue haciendo claro, los pájaros cantaban en su dirección, y casi los árboles parecían crecer con sus ramas señalando la correcta dirección. El suelo era un camino de arena en la que crecían motas de vegetación, cada brizna de hierba cantando una oda al camino del peregrino. Sabía que podía avanzar con solo quererlo, pero no sabía si lo quería suficiente, ¿entonces qué habría sido del camino? Sin embargo, esta duda se desvaneció cuando el extraño sol cuyos rayos tenían una cualidad levemente azulada reflejó sobre el jade de un edificio lejano. Cuando lo miró se le hizo obvio que era algo pasado, pero sin embargo a pesar de todo estaba levemente vivo, como latente, y conforme más se concentraba en él más grande se hacía, más visible y más vivo. Sus colores se convirtieron en la piedra y la hiedra sobre ella, brillando como los más verdes ojos de un ser ultraterreno. Las esquinas del extraño edificio mastodóntico eran difíciles de comprender para la mente, tanto que uno diría que a veces podría haber más de 360º grados en un círculo. Mirarlo demasiado fijamente producía un extraño mareo y punzadas en todos los sentidos, desde la vista hasta el olfato, por el que percibía el olor añejo de la irrealidad.
En contra de lo que habría hecho en cualquier otro momento, Beck olvidó mirar por encima del hombro y entró en el templo por una puerta que le hacía inmensamente diminuto en comparación. El sol le iluminó durante un par de segundos, haciéndole brillar casi como el metal bruñido y de golpe esta brillante cualidad desapareció cuando se introdujo en las sombras.
Entonces, sin saber muy bien por qué, cantó con una voz que no era del todo suya:
Pronto os veré, donde se acaba el ser
allí os veré, juntos y reencontrados
y cantaréis: aquí descansamos
hasta poder todo ver rehacer.
allí os veré, juntos y reencontrados
y cantaréis: aquí descansamos
hasta poder todo ver rehacer.
La canción continuaba, pero también viajaba por el camino, y al parecer más rápido que Beck, por lo que se le escapó como un hilo de una madeja y aunque trató de retener el significado no pudo. Durante unos segundos se sintió débil y perdido y miró a su alrededor. Por primera vez fue consciente de las estatuas gigantescas a ambos lados del pórtico. Una de ellas había perdido mucha de su integridad. La otra le miraba ceñudo, como un perenne guardián y Beck no pudo dilucidar si lo que le molestaba era que hubiese cantado o que hubiese dejado de hacerlo.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
A medida que se acercaba al edificio podía ver que este tenía proporciones colosales y una forma difícil de definir. ¿Era circular? ¿Era rectangular? Extrañamente parecía ser ambas cosas el mismo tiempo y allá sobre el horizonte parecía latir como una cosa viva y su piedra jade refulgía bajo los reflejos levemente azulados del sol. Reflejos que iban cambiando coo obedeciendo a una orden secreta: de azulados pasaron a un tono verdoso para luego tomar tintes violáceos y de ahí mutar al color de la plata; en este punto el propio sol se transformó y ya no fue el sol si no la luna, una enorme luna nacarada que cubrió gran parte del cielo.
Su claridad la envolvió como un delicado manto y, por un momento, ella se sintió como una hija de la luna y deseó volar hacia esa madre que brillaba en el cielo. Pero el camino, antes luminoso y ahora opaco bajo los rayos nacarinos, la retenía firmemente, impidiéndole alzar el vuelo. Intentó dialogar con el sendero, convencerlo de que la dejara marchar hacia su madre, pero este comenzó a ondular bajo sus pies, corcoveando como un caballo encabritado y ella tuvo que abandonar todo intento de razonamiento para empezar a danzar, única manera de no caer.
Así, danzando, el chúcaro camino la llevaba hacia el templo, el que bajo la luz de la luna – la que gradualmente iba adquiriendo matices rojizos- se veía fascinante y grotesco a la vez. Parecía vivo y palpitante a tal extremo que pensó que se agazapaba para saltar sobre ella, él gigantesco y ella tan infinitesimal, y se detuvo mientras ejecutaba un paso de baile en lo alto del sendero. Le pidió a la senda que la dejara partir e ir hacia su madre pero, entonces, ésta se tiñó de un color rojo oscuro. Un pánico desconocido, ancestral, le erizó el cabello y el dolor la traspasó el corazón. Su madre la abandonaba y el templo la acechaba, ¿qué podía hacer?
Se revolvió indecisa, presa de la duda y el temor, luchando contra el sendero que la arrastraba hasta el templo, cuando una canción, proveniente de allende del edificio, viajó por el camino y vino a su encuentro.
“Pronto os veré, donde se acaba el ser
allí os veré, juntos y reencontrados
y cantaréis: aquí descansamos
hasta poder todo ver rehacer.”
No logró aprehender el significado cabal de las palabras, pero ellas le infundieron calma. Eran una llamada, una invitación. En el templo estaba lo que había ido a buscar (aunque aún no sabía lo que era), en el templo estaría segura, a salvo del hechizo de la luna roja.
Dejó de luchar y, mansamente, permitió que el sendero la llevara hasta las puertas del templo.
Su inmensidad la sobrecogió. Enormes figuras, tan grandes que no conseguía identificarlas, guardaban la entrada bañadas por la luz escarlata de la luna. Parecían rezumar sangre y la visión la hizo vacilar atemorizada. Se volvió a mirar a su alrededor, pensando en buscar un camino de fuga y entonces vio que la planicie entera se había transformado en un mar de sangre. Gritando de terror, corrió a refugiarse al interior del sombrío templo; su plateada cabellera era el único punto de luz en medio de las penumbras.
Su claridad la envolvió como un delicado manto y, por un momento, ella se sintió como una hija de la luna y deseó volar hacia esa madre que brillaba en el cielo. Pero el camino, antes luminoso y ahora opaco bajo los rayos nacarinos, la retenía firmemente, impidiéndole alzar el vuelo. Intentó dialogar con el sendero, convencerlo de que la dejara marchar hacia su madre, pero este comenzó a ondular bajo sus pies, corcoveando como un caballo encabritado y ella tuvo que abandonar todo intento de razonamiento para empezar a danzar, única manera de no caer.
Así, danzando, el chúcaro camino la llevaba hacia el templo, el que bajo la luz de la luna – la que gradualmente iba adquiriendo matices rojizos- se veía fascinante y grotesco a la vez. Parecía vivo y palpitante a tal extremo que pensó que se agazapaba para saltar sobre ella, él gigantesco y ella tan infinitesimal, y se detuvo mientras ejecutaba un paso de baile en lo alto del sendero. Le pidió a la senda que la dejara partir e ir hacia su madre pero, entonces, ésta se tiñó de un color rojo oscuro. Un pánico desconocido, ancestral, le erizó el cabello y el dolor la traspasó el corazón. Su madre la abandonaba y el templo la acechaba, ¿qué podía hacer?
Se revolvió indecisa, presa de la duda y el temor, luchando contra el sendero que la arrastraba hasta el templo, cuando una canción, proveniente de allende del edificio, viajó por el camino y vino a su encuentro.
“Pronto os veré, donde se acaba el ser
allí os veré, juntos y reencontrados
y cantaréis: aquí descansamos
hasta poder todo ver rehacer.”
No logró aprehender el significado cabal de las palabras, pero ellas le infundieron calma. Eran una llamada, una invitación. En el templo estaba lo que había ido a buscar (aunque aún no sabía lo que era), en el templo estaría segura, a salvo del hechizo de la luna roja.
Dejó de luchar y, mansamente, permitió que el sendero la llevara hasta las puertas del templo.
Su inmensidad la sobrecogió. Enormes figuras, tan grandes que no conseguía identificarlas, guardaban la entrada bañadas por la luz escarlata de la luna. Parecían rezumar sangre y la visión la hizo vacilar atemorizada. Se volvió a mirar a su alrededor, pensando en buscar un camino de fuga y entonces vio que la planicie entera se había transformado en un mar de sangre. Gritando de terror, corrió a refugiarse al interior del sombrío templo; su plateada cabellera era el único punto de luz en medio de las penumbras.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Tímidamente, apartó la mirada de la magnificente estatua y miró a su alrededor, más curioso que atemorizado. El enorme pasillo daba a una zona amplia con abundantes cascotes, donde el techo estaba abierto, aunque no quedaba claro si por que éste se hubiese derrumbado o porque fuese originalmente así. En dicho patio interior había dos pasillos correderos a ambos lados, soportados por dos docenas de columnas en espiral cada uno. Desde allí llegaba un sonido sibilante, como de aire corriendo. Y aunque su camino estaba por en medio de la sala, avanzando más al interior del templo, Beck decidió que podía apartarse lo suficiente como para ver de donde venía aquel sonido.
Con pasos firmes se acercó al pasillo corredero de su izquierda, alejándose de la zona iluminada por el rayo vertical de luz que caía desde la abertura del techo. Accedió al pasillo, admirando las retorcidas columnas, que parecían piedra fundida y retorcida por un extraño torno, y observó que el sonido parecía venir de un lateral y al explorar resultó que en un recoveco encontró unas escaleras de caracol que bajaban. El sonido sibilante del viento era rítmico, y Beck comenzó a bajar casi hipnotizado por el sonido, primero un paso, luego otro. Algo en lo profundo de su mente le dijo que no debería estar haciendo lo que hacía, pero no le hizo caso a esas reservas y se apoyó en la pared dispuesto a bajar más. Y fue el tacto de la pared redonda lo que le sacó de su ensimismamiento: estaba cargada de un musgo levemente pegajoso y que se le pegó a los dedos, con un tacto irreal y viscoso. Pero lo peor fue lo que notó entonces: la pared se movía levemente con cada corriente de aire, que ahora que se fijaba le llegaba cálida y cargada de un olor a rancio y antiguo, incluso con un leve olor a agua estancada. Era como si el mismo templo estuviese respirando, como si algo terrible habitase en el fondo de aquél lugar, aguardando en un inclemente sueño, y él se horrorizó ante la idea de que despertase. Repentinamente aterrorizado por aquella escalera y la oscuridad viviente a la que llevaba se giró y se dispuso a correr, pero sus pies estaban en escalones traicioneros y cargados de liquen resbaladizo, y se escurrió y cayó a cuatro patas, y a pesar de que era imposible comenzó a resbalar hacia abajo, como si en vez de en una escalera estuviese en una rampa de lodo. Aguantó su primer impulso de gritar y gimiendo desesperado se agarró a los lados y empujó con las piernas. Pero siguió cayendo y comenzó a vencerle el pánico. Y entonces, tan de repente como había comenzado a resbalar, dejó de hacerlo y salió de la escalera, recuperando su equilibrio sobre sus dos piernas a media carrera. Salió con tal premura que se golpeó de frente contra una de las columnas en espiral, pero no le importó en absoluto, salió del pasillo lateral rogando a su fortuna por poder regresar a su camino y sólo en ese momento fue consciente de algo: el techo abierto por el que antes entraba luz estaba de nuevo tapado y los cascotes del suelo habían desaparecido, como si nunca hubiesen estado allí.
Entonces, para su repentino sobresalto, una voz femenina rasgó el silencio con un estridente grito, y acto seguido pasó corriendo, apenas a media decena de metros de él, pero sin verle en la repentina oscuridad que había inundado el lugar. Aquella chica estaba
- en una cueva, abandonada y herida, donde él era el único que podía ayudarla, pero sin embargo, no estaba allí para hacerlo -
perdida y aterrorizada y él parecía ser el único cerca para ayudarla. Además, quizás podría ayudarle a saber qué había en el camino y donde estaba, así que tras dos segundos de duda, en los que ella le sacó una larga distancia, comenzó a seguirla, mirando por encima del hombro hacia la entrada, temeroso de lo que pudiese haberla asustado. Sin embargo, la luz era extraña fuera y desde allí no pudo ver nada, solo un extraño brillo de colores. Sintiéndose enfermo por aquel fenómeno luminoso apartó su mirada y se concentró en el cabello plateado extrañamente familiar de la muchacha, que parecía una antorcha algo más adelante en el camino, y la siguió, dispuesto a llamarla.
Con pasos firmes se acercó al pasillo corredero de su izquierda, alejándose de la zona iluminada por el rayo vertical de luz que caía desde la abertura del techo. Accedió al pasillo, admirando las retorcidas columnas, que parecían piedra fundida y retorcida por un extraño torno, y observó que el sonido parecía venir de un lateral y al explorar resultó que en un recoveco encontró unas escaleras de caracol que bajaban. El sonido sibilante del viento era rítmico, y Beck comenzó a bajar casi hipnotizado por el sonido, primero un paso, luego otro. Algo en lo profundo de su mente le dijo que no debería estar haciendo lo que hacía, pero no le hizo caso a esas reservas y se apoyó en la pared dispuesto a bajar más. Y fue el tacto de la pared redonda lo que le sacó de su ensimismamiento: estaba cargada de un musgo levemente pegajoso y que se le pegó a los dedos, con un tacto irreal y viscoso. Pero lo peor fue lo que notó entonces: la pared se movía levemente con cada corriente de aire, que ahora que se fijaba le llegaba cálida y cargada de un olor a rancio y antiguo, incluso con un leve olor a agua estancada. Era como si el mismo templo estuviese respirando, como si algo terrible habitase en el fondo de aquél lugar, aguardando en un inclemente sueño, y él se horrorizó ante la idea de que despertase. Repentinamente aterrorizado por aquella escalera y la oscuridad viviente a la que llevaba se giró y se dispuso a correr, pero sus pies estaban en escalones traicioneros y cargados de liquen resbaladizo, y se escurrió y cayó a cuatro patas, y a pesar de que era imposible comenzó a resbalar hacia abajo, como si en vez de en una escalera estuviese en una rampa de lodo. Aguantó su primer impulso de gritar y gimiendo desesperado se agarró a los lados y empujó con las piernas. Pero siguió cayendo y comenzó a vencerle el pánico. Y entonces, tan de repente como había comenzado a resbalar, dejó de hacerlo y salió de la escalera, recuperando su equilibrio sobre sus dos piernas a media carrera. Salió con tal premura que se golpeó de frente contra una de las columnas en espiral, pero no le importó en absoluto, salió del pasillo lateral rogando a su fortuna por poder regresar a su camino y sólo en ese momento fue consciente de algo: el techo abierto por el que antes entraba luz estaba de nuevo tapado y los cascotes del suelo habían desaparecido, como si nunca hubiesen estado allí.
Entonces, para su repentino sobresalto, una voz femenina rasgó el silencio con un estridente grito, y acto seguido pasó corriendo, apenas a media decena de metros de él, pero sin verle en la repentina oscuridad que había inundado el lugar. Aquella chica estaba
- en una cueva, abandonada y herida, donde él era el único que podía ayudarla, pero sin embargo, no estaba allí para hacerlo -
perdida y aterrorizada y él parecía ser el único cerca para ayudarla. Además, quizás podría ayudarle a saber qué había en el camino y donde estaba, así que tras dos segundos de duda, en los que ella le sacó una larga distancia, comenzó a seguirla, mirando por encima del hombro hacia la entrada, temeroso de lo que pudiese haberla asustado. Sin embargo, la luz era extraña fuera y desde allí no pudo ver nada, solo un extraño brillo de colores. Sintiéndose enfermo por aquel fenómeno luminoso apartó su mirada y se concentró en el cabello plateado extrañamente familiar de la muchacha, que parecía una antorcha algo más adelante en el camino, y la siguió, dispuesto a llamarla.
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