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Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
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Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Su propio grito la llevaba en vilo, haciéndola casi volar sobre el piso. Nada veía, ni adelante ni atrás ni a la izquierda ni a la derecha, no por la oscuridad si no porque lo único que podía ver era su propio miedo. Ese miedo poblado de criaturas horrendas listas para echarse sobre ella, emergiendo desde ese mar de sangre en que parecía haberse convertido el mundo allá afuera.
Corrió hasta que su grito acabó por extinguirse y se quedó muda y sin fuerzas, pero aún asustada. Sólo entonces empezó a ser consciente del lugar donde estaba, Todo alrededor estaba en tinieblas, pero su propia cabellera, que ahora estaba suelta y parecía brillar con luz propia, le sirvió de lámpara. Tomando una larga guedeja con una de sus manos la extendió para ver mejor lo que la rodeaba.
Estaba casi bajo un gran arco, al final de un amplio patio limitado por dos pasillos, uno a cada lado, sostenidos por numerosas columnas en espiral. Su corazón latía apresuradamente, con una especie de repicar que provocaba un curioso eco en torno suyo. Paredes, techos, pisos parecían latir, respirar, susurrar, como si el colosal y todavía ignoto edificio estuviera vivo. Pero ni los rumores ni los olores – a flores mustias, a agua estancada, a papel viejo – que impregnaban el aire, lograron hacer mella sobre la fascinación que empezó a ejercer en ella el arco que tenía en frente. En el vano que cubría la oscuridad era tan densa que parecía sólida; se tragaba la tenue luz que emitía su cabello y la devolvía luego en fulgores que parecían estrellas. Tenía frente a ella un cielo a la vez oscuro y estrellado en el cual empezaban a formarse difusas siluetas. Inmensos ojos color ámbar la observaron fijamente un momento – y ella se sintió como un diminuto insecto bajo la mirada de un entomólogo – y se difuminaron luego en la oscuridad estrellada para luego dar paso a un intenso fulgor rojo, el que podía haber sido el reflejo de su propio vestido, pero que resultó ser una llamarada de sangre de la que surgió, horrenda, la legión de los no muertos. El pánico la clavó al piso, congelando hasta el grito que no llegó a salir de su garganta. Moría con su corazón incapaz de latir y sus pulmones impedidos de respirar, paralizados todos, cuando todas las estrellas de ese extraño cielo bajo el arco se unieron y un fulgor blanco eclipsó a los muertos revividos y luego se condensó en una forma, la figura de un hombre descalzo vestido de inmaculado blanco.
Akira
Ahora sí que salió el grito, un grito de alivio y dicha esta vez y sus ojos irradiaron más luz que su propia cabellera y las estrellas de aquel cielo. Libre de moverse otra vez, cortadas las cadenas del miedo, corrió a su encuentro, para abrazarlo, para besarlo, para cerciorase con todo su cuerpo de que era él… pero entonces la habitación giró y se encontró frente a uno de los pasillos laterales. Se dio la vuelta para encontrar de nuevo el arco y el cielo. Pero la habitación volvió a moverse y le mostró el otro corredor. Giró desesperada buscando a su amado, llamándolo con vehemencia, pero el patio le ocultaba, pertinaz, al cielo bajo el arco y a su amado en él. Bailó como un trompo movido por la cuerda de un jugador oculto en las sombras, hasta que el patio dejó de moverse y todo volvió a su lugar… pero ya no había arco, ni cielo ni Akira. Sólo el patio, los corredores y una pared rocosa en la que se veía una angosta puerta de añosa y sólida madera.
Desconcertada y abatida, se dejó caer de rodillas sobre el suelo. Sentía un profundo vacío en su interior, vacío y silencio. Silencio que se enseñoreaba del recinto en el que estaba, acallando sus rumores de cosa viva. Silencio helado y opresivo pero frágil, que fue roto en mil pedazos por el sonido de unos pasos. Pasos de pies calzados, firmes, decididos, rápidos. Los pasos de un hombre.
Se quedó donde estaba, tensa y alerta, dispuesta a huir frente a la menor señal de peligro, como una gacela que es acechada por su depredador.
Corrió hasta que su grito acabó por extinguirse y se quedó muda y sin fuerzas, pero aún asustada. Sólo entonces empezó a ser consciente del lugar donde estaba, Todo alrededor estaba en tinieblas, pero su propia cabellera, que ahora estaba suelta y parecía brillar con luz propia, le sirvió de lámpara. Tomando una larga guedeja con una de sus manos la extendió para ver mejor lo que la rodeaba.
Estaba casi bajo un gran arco, al final de un amplio patio limitado por dos pasillos, uno a cada lado, sostenidos por numerosas columnas en espiral. Su corazón latía apresuradamente, con una especie de repicar que provocaba un curioso eco en torno suyo. Paredes, techos, pisos parecían latir, respirar, susurrar, como si el colosal y todavía ignoto edificio estuviera vivo. Pero ni los rumores ni los olores – a flores mustias, a agua estancada, a papel viejo – que impregnaban el aire, lograron hacer mella sobre la fascinación que empezó a ejercer en ella el arco que tenía en frente. En el vano que cubría la oscuridad era tan densa que parecía sólida; se tragaba la tenue luz que emitía su cabello y la devolvía luego en fulgores que parecían estrellas. Tenía frente a ella un cielo a la vez oscuro y estrellado en el cual empezaban a formarse difusas siluetas. Inmensos ojos color ámbar la observaron fijamente un momento – y ella se sintió como un diminuto insecto bajo la mirada de un entomólogo – y se difuminaron luego en la oscuridad estrellada para luego dar paso a un intenso fulgor rojo, el que podía haber sido el reflejo de su propio vestido, pero que resultó ser una llamarada de sangre de la que surgió, horrenda, la legión de los no muertos. El pánico la clavó al piso, congelando hasta el grito que no llegó a salir de su garganta. Moría con su corazón incapaz de latir y sus pulmones impedidos de respirar, paralizados todos, cuando todas las estrellas de ese extraño cielo bajo el arco se unieron y un fulgor blanco eclipsó a los muertos revividos y luego se condensó en una forma, la figura de un hombre descalzo vestido de inmaculado blanco.
Akira
Ahora sí que salió el grito, un grito de alivio y dicha esta vez y sus ojos irradiaron más luz que su propia cabellera y las estrellas de aquel cielo. Libre de moverse otra vez, cortadas las cadenas del miedo, corrió a su encuentro, para abrazarlo, para besarlo, para cerciorase con todo su cuerpo de que era él… pero entonces la habitación giró y se encontró frente a uno de los pasillos laterales. Se dio la vuelta para encontrar de nuevo el arco y el cielo. Pero la habitación volvió a moverse y le mostró el otro corredor. Giró desesperada buscando a su amado, llamándolo con vehemencia, pero el patio le ocultaba, pertinaz, al cielo bajo el arco y a su amado en él. Bailó como un trompo movido por la cuerda de un jugador oculto en las sombras, hasta que el patio dejó de moverse y todo volvió a su lugar… pero ya no había arco, ni cielo ni Akira. Sólo el patio, los corredores y una pared rocosa en la que se veía una angosta puerta de añosa y sólida madera.
Desconcertada y abatida, se dejó caer de rodillas sobre el suelo. Sentía un profundo vacío en su interior, vacío y silencio. Silencio que se enseñoreaba del recinto en el que estaba, acallando sus rumores de cosa viva. Silencio helado y opresivo pero frágil, que fue roto en mil pedazos por el sonido de unos pasos. Pasos de pies calzados, firmes, decididos, rápidos. Los pasos de un hombre.
Se quedó donde estaba, tensa y alerta, dispuesta a huir frente a la menor señal de peligro, como una gacela que es acechada por su depredador.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
El cabello de la muchacha emitía un fulgor plateado que en parte era similar al de un fuego, titilaba y bailaba como si un viento agitase un candil, y Beck durante un momento simplemente observó. Quizás fue por lo mucho que se concentró en aquella luz, o quizás porque todo estaba perdiendo realmente luminosidad, el caso es que fue consciente de que aquel punto de luz era el único que hayaría a la redonda, porque si se quedaba atrás y no alcanzaba esa fuente de plateados brillos entonces habría quedado atrás en el camino y no habría más luz para él, quedaría a merced de la entidad oscura que había en el fondo de aquel edificio colosal y alienígena. Temeroso, comenzó a andar tras la que era Lisandot, aunque él no la reconociese en ese momento, dormida esa parte de su mente que la conocía superficialmente.
Así, con prisa y con pasos firmes rebasó un arco y otro, persiguiendo a la muchacha en su huida. Y al cruzar el último y llegar la entrada de la sala donde ella se había detenido no percibió la cosa oculta en el techo, entre las columnas, contrafuertes y ángeles de piedra que adornaban las esquinas y que ocultaban el hecho de que había una pasarela en la pared, en la parte superior, oculta como lo estaría el lugar por donde la realeza se pasea por un castillo, observando a la nobleza allá abajo. Aquella criatura parecía sacada de un sueño demente. Su cuerpo era alargado, como el de una lagartija, sin embargo, su cuerpo tenía un aspecto similar al de un alargado y extraño escarabajo marrón. Sus patas eran serpentinas y acababan en extrañas manos de múltiples dedos minúsculos que se agarraban a la pared como por arte de magia. Y su cabeza tenía una boca similar a la de un perro, sin embargo, su lengua era reptiliana y sus ojos los enormes y azabache de un insecto de agua. De ambos lados de su cuello salían dos brazos menores, que ahora agitaba mientras hacía pequeños y suaves ruiditos. Y allí abajo, Lisandot bailaba. Solo que no hacía tal, sino que giraba en desesperación, buscando algo que al parecer no existía, sin embargo, sus movimientos eran extrañamente hermosos y enérgicos, su ropa ondeaba irrealmente a su alrededor, como si no desease volver a su lógico estado cuando ella se detenía en su búsqueda, y su cabello brincaba y cabriolaba, emitiendo su inconstante brillo.
Entonces, aquello vio que tenía otra visita y se detuvo, y con ello la chica hizo lo mismo, deteniendo su búsqueda - danza - y cayendo de rodillas. Durante un segundo, la cosa sintió el deseo de retirarse, pero apenas un segundo después decidió que aquello sería aún más interesante, y comenzó de nuevo la salmodia de ruiditos casi inaudibles y gestos extraños de sus deformes brazos. Entre tanto, y mientras se acercaba a la chica, Beck miraba con asombro la pared rocosa que crecía al otro lado de la sala, como si el templo hubiese estado apoyado en una montaña que no había visto al entrar. La puerta de madera parecía llamarle, y habría jurado ver una niebla blancuzca salir por el hueco que quedaba entre aquella y el suelo, pero no estaba seguro. Era extraño que pudiese verla con tal claridad, pues alrededor de Lisandot y de sí mismo a penas podía ver diez pasos, antes de que todo quedase sumido en una densa penumbra.
Cuando hubo terminado de acercarse a la hermosa mujer de cabello luminoso (quizás era una mujer luciérnaga, quien sabe) una parte de su cerebro le gritó que la conocía. Trató de esforzarse, persiguiendo el hilo de esa idea, tratando de alcanzar de qué la conocía y por qué de repente tenía una extraña sensación de urgencia, como si algo estuviese gravemente mal
- como si ella estuviese en una cueva, inconsciente y herida -
pero la idea se le escapó, se le escurrió y solo le dejó un nombre: Lisandot, que él pronunció levemente, como con temor de equivocarse y hacer que la mujer se desvaneciese.
Así, con prisa y con pasos firmes rebasó un arco y otro, persiguiendo a la muchacha en su huida. Y al cruzar el último y llegar la entrada de la sala donde ella se había detenido no percibió la cosa oculta en el techo, entre las columnas, contrafuertes y ángeles de piedra que adornaban las esquinas y que ocultaban el hecho de que había una pasarela en la pared, en la parte superior, oculta como lo estaría el lugar por donde la realeza se pasea por un castillo, observando a la nobleza allá abajo. Aquella criatura parecía sacada de un sueño demente. Su cuerpo era alargado, como el de una lagartija, sin embargo, su cuerpo tenía un aspecto similar al de un alargado y extraño escarabajo marrón. Sus patas eran serpentinas y acababan en extrañas manos de múltiples dedos minúsculos que se agarraban a la pared como por arte de magia. Y su cabeza tenía una boca similar a la de un perro, sin embargo, su lengua era reptiliana y sus ojos los enormes y azabache de un insecto de agua. De ambos lados de su cuello salían dos brazos menores, que ahora agitaba mientras hacía pequeños y suaves ruiditos. Y allí abajo, Lisandot bailaba. Solo que no hacía tal, sino que giraba en desesperación, buscando algo que al parecer no existía, sin embargo, sus movimientos eran extrañamente hermosos y enérgicos, su ropa ondeaba irrealmente a su alrededor, como si no desease volver a su lógico estado cuando ella se detenía en su búsqueda, y su cabello brincaba y cabriolaba, emitiendo su inconstante brillo.
Entonces, aquello vio que tenía otra visita y se detuvo, y con ello la chica hizo lo mismo, deteniendo su búsqueda - danza - y cayendo de rodillas. Durante un segundo, la cosa sintió el deseo de retirarse, pero apenas un segundo después decidió que aquello sería aún más interesante, y comenzó de nuevo la salmodia de ruiditos casi inaudibles y gestos extraños de sus deformes brazos. Entre tanto, y mientras se acercaba a la chica, Beck miraba con asombro la pared rocosa que crecía al otro lado de la sala, como si el templo hubiese estado apoyado en una montaña que no había visto al entrar. La puerta de madera parecía llamarle, y habría jurado ver una niebla blancuzca salir por el hueco que quedaba entre aquella y el suelo, pero no estaba seguro. Era extraño que pudiese verla con tal claridad, pues alrededor de Lisandot y de sí mismo a penas podía ver diez pasos, antes de que todo quedase sumido en una densa penumbra.
Cuando hubo terminado de acercarse a la hermosa mujer de cabello luminoso (quizás era una mujer luciérnaga, quien sabe) una parte de su cerebro le gritó que la conocía. Trató de esforzarse, persiguiendo el hilo de esa idea, tratando de alcanzar de qué la conocía y por qué de repente tenía una extraña sensación de urgencia, como si algo estuviese gravemente mal
- como si ella estuviese en una cueva, inconsciente y herida -
pero la idea se le escapó, se le escurrió y solo le dejó un nombre: Lisandot, que él pronunció levemente, como con temor de equivocarse y hacer que la mujer se desvaneciese.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
El compás de los pasos que se acercaban marcaba el ritmo de un tiempo que se hacía eterno. Ignorante de la cosa que acechaba en las alturas y entre las sombras, ajena a todo lo que no fuera ese casi hipnótico sonido, aguardaba con los músculos en tensión, presta a ponerse de pie y echarse a correr si era necesario.
Entonces, el sonido cesó. El hombre se había detenido y la miraba, podía sentir su mirada sobre ella como si dicha mirada fuera en realidad una mano que la tocaba y quería apresarla. Sobresaltada, se levantó y echaba ya a correr cuando él habló y congeló su movimiento.
“Lisandot”
¿Su nombre? ¿El extraño la llamaba por su nombre? Asombrada, canceló su conato de huída y se volvió a mirarlo. La suave iluminación que su cabello entregaba, le permitía vislumbrar la silueta de un hombre robusto, de cabello blanco, casi como el suyo. La figura se le hacía extrañamente familiar. Sin darse cuenta, se acercó un paso hacia él,
- ¿Quién sois?
Su voz tenía notas de curiosidad y temor. Expectante, casi conteniendo la respiración, aguardó la respuesta.
*En la cueva, la durmiente, cuyas ropas mojadas la hacían temblar de frío, se revolvió en medio de sus sueños. El dolor taladró su pierna, arrancándole un quejido, pero sin llegar a despertarla*
Nerviosa, daba otro paso hacia el extraño, cuando un intenso e inesperado dolor atravesó su pierna derecha, haciéndola tambalear y, al mismo tiempo, una oleada de frío la traspasó. Desconcertada y temblando, se abrazó a si misma, como intentando protegerse y sus ojos le enviaron una muda pregunta al hombre parado frente a ella, como si él pudiera explicarle lo que le pasaba.
De pronto, imágenes fugaces – un bosque, una tormenta, una cueva- asomaron en su mente, pero antes que de transformarse en verdaderos recuerdos se disolvieron en la nada, llevándose consigo el dolor y el frío. Irguiéndose, como si nada hubiese pasado, le habló de nuevo al hombre.
- ¿Nos conocemos, señor?
La cosa que los observaba oculta entre las sombras movió sus minúsculos brazos y canturreó. La oscuridad giró en torno a ellos como si fuera un torbellino y la sala se llenó de aquella niebla blanca que emanaba de debajo de la puerta de madera en el muro de piedra que semejaba una montaña.
La niebla los envolvió con múltiples y sutiles tentáculos y los atrapó en una red tan etérea como poderosa. Lenta e inexorablemente la red los alzó, haciéndolos levitar en medio de las penumbras y llevándoles hacia la puerta la que, abierta ahora, abarcaba casi toda la longitud del muro montaña. Su viaje no era ya silencioso. El viento, surgido de mil puntos distintos, era conducido por el ser de las sombras – moviendo sus brazos diminutos como si fuera un director de orquesta – y ululaba para ellos extrañas melodías.
Entonces, el sonido cesó. El hombre se había detenido y la miraba, podía sentir su mirada sobre ella como si dicha mirada fuera en realidad una mano que la tocaba y quería apresarla. Sobresaltada, se levantó y echaba ya a correr cuando él habló y congeló su movimiento.
“Lisandot”
¿Su nombre? ¿El extraño la llamaba por su nombre? Asombrada, canceló su conato de huída y se volvió a mirarlo. La suave iluminación que su cabello entregaba, le permitía vislumbrar la silueta de un hombre robusto, de cabello blanco, casi como el suyo. La figura se le hacía extrañamente familiar. Sin darse cuenta, se acercó un paso hacia él,
- ¿Quién sois?
Su voz tenía notas de curiosidad y temor. Expectante, casi conteniendo la respiración, aguardó la respuesta.
*En la cueva, la durmiente, cuyas ropas mojadas la hacían temblar de frío, se revolvió en medio de sus sueños. El dolor taladró su pierna, arrancándole un quejido, pero sin llegar a despertarla*
Nerviosa, daba otro paso hacia el extraño, cuando un intenso e inesperado dolor atravesó su pierna derecha, haciéndola tambalear y, al mismo tiempo, una oleada de frío la traspasó. Desconcertada y temblando, se abrazó a si misma, como intentando protegerse y sus ojos le enviaron una muda pregunta al hombre parado frente a ella, como si él pudiera explicarle lo que le pasaba.
De pronto, imágenes fugaces – un bosque, una tormenta, una cueva- asomaron en su mente, pero antes que de transformarse en verdaderos recuerdos se disolvieron en la nada, llevándose consigo el dolor y el frío. Irguiéndose, como si nada hubiese pasado, le habló de nuevo al hombre.
- ¿Nos conocemos, señor?
La cosa que los observaba oculta entre las sombras movió sus minúsculos brazos y canturreó. La oscuridad giró en torno a ellos como si fuera un torbellino y la sala se llenó de aquella niebla blanca que emanaba de debajo de la puerta de madera en el muro de piedra que semejaba una montaña.
La niebla los envolvió con múltiples y sutiles tentáculos y los atrapó en una red tan etérea como poderosa. Lenta e inexorablemente la red los alzó, haciéndolos levitar en medio de las penumbras y llevándoles hacia la puerta la que, abierta ahora, abarcaba casi toda la longitud del muro montaña. Su viaje no era ya silencioso. El viento, surgido de mil puntos distintos, era conducido por el ser de las sombras – moviendo sus brazos diminutos como si fuera un director de orquesta – y ululaba para ellos extrañas melodías.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
¿La conocía? Era incapaz de concentrarse lo suficiente para poder recordarla, si es que realmente se había encontrado con ella antes, sin embargo, algo en ella le era poderosamente familiar, y mientras el viento neblinoso comenzaba a arremolinarse entre ellos pronunció un dubitativo “Sí”. Pero el eco de la taberna trajo un suave no, que se repitió incontables veces como una salmodia hasta perderse bajo el ruido de los murmullos del aire. Entonces comenzaron a levitar, mientras él la observaba, y no se habría dado cuenta en ningún momento de ello si no hubiese visto que a Lisandot le sucedía lo mismo. Miró a sus pies, más extrañado que horrorizado, y vio como la neblina parecía hacerse más densa bajo él, como un remolino que iba cogiendo fuerza y fuerza y lo transportaba hacia la pared, donde la puerta enorme comenzó a crujir con un extraño sonido metálico que a Beck no le dio buena espina.
Entonces, desde las densas sombras que se extendían más allá de la neblina surgieron cinco figuras encapuchadas de tal forma que no se veía su rostro, haciendo resonar el metálico refuerzo de sus botas. Sus mangas eran largas y solo dejaban ver las manos, y vestían túnicas negras y rojas que se abrían a ambos lados de las piernas para dejarles movilidad. Cada una llevaba al cinto un pergamino, que desplegaron parsimoniosos mientras leían al unísono, cada uno gritando un nombre distinto a pleno pulmón:
-Thor
-Gorthak
-Niman
-Fenth
-Remus
Pero aun a pesar de dar distintos nombres, todos convinieron en señalar acusadoramente al mismo hombre, Beck, y tras una pausa que parecía ensayada comenzaron de nuevo a leer al unísono diferentes listas de delitos, cargos sobre un mismo hombre con distintas vidas, monstruo, usurpador y hereje. Sus voces se alzaban cada vez más altas, conforme la gravedad de los cargos aumentaban, en un crescendo atronador de furia justiciera que era acompañado por uno idéntico del ulular del viento, y los crujidos metálicos de la puerta, que disonantes parecían los de un instrumento que ha perdido el compás en mitad de la representación de la orquesta.
Las figuras comenzaron a moverse hacia él, lentamente y sin dejar de señalarle, y Beck, no por primera vez, sintió pánico, entonces un enorme chirrido se pudo oir a sus espaldas y la puerta enorme se abrió, arrastrándose con fuerza, a pesar de su tamaño, y golpeando la pared con un tremendo batacazo que causó fuertes ecos. Durante un instante se sintió más tranquilo, casi aliviado por alguna inexplicable razón, pero entonces una fuerza enorme surgió de la puerta, un viento huracanado y maloliente que les empujó y revolvió el cabello de Lisandot haciendo que bailase y lanzase su luz en todas direcciones. Y entonces, lo mismo que les había empujado este viento, los agarró y de forma repentina los succionó hacia la puerta. Fue como si aquel viento fuese las garras de una bestia, alcanzando su comida y echándosela a la boca con ansia, y después atravesaron la puerta dando veloces vueltas en el aire, atrapados en una corriente de aire gris.
Entonces, desde las densas sombras que se extendían más allá de la neblina surgieron cinco figuras encapuchadas de tal forma que no se veía su rostro, haciendo resonar el metálico refuerzo de sus botas. Sus mangas eran largas y solo dejaban ver las manos, y vestían túnicas negras y rojas que se abrían a ambos lados de las piernas para dejarles movilidad. Cada una llevaba al cinto un pergamino, que desplegaron parsimoniosos mientras leían al unísono, cada uno gritando un nombre distinto a pleno pulmón:
-Thor
-Gorthak
-Niman
-Fenth
-Remus
Pero aun a pesar de dar distintos nombres, todos convinieron en señalar acusadoramente al mismo hombre, Beck, y tras una pausa que parecía ensayada comenzaron de nuevo a leer al unísono diferentes listas de delitos, cargos sobre un mismo hombre con distintas vidas, monstruo, usurpador y hereje. Sus voces se alzaban cada vez más altas, conforme la gravedad de los cargos aumentaban, en un crescendo atronador de furia justiciera que era acompañado por uno idéntico del ulular del viento, y los crujidos metálicos de la puerta, que disonantes parecían los de un instrumento que ha perdido el compás en mitad de la representación de la orquesta.
Las figuras comenzaron a moverse hacia él, lentamente y sin dejar de señalarle, y Beck, no por primera vez, sintió pánico, entonces un enorme chirrido se pudo oir a sus espaldas y la puerta enorme se abrió, arrastrándose con fuerza, a pesar de su tamaño, y golpeando la pared con un tremendo batacazo que causó fuertes ecos. Durante un instante se sintió más tranquilo, casi aliviado por alguna inexplicable razón, pero entonces una fuerza enorme surgió de la puerta, un viento huracanado y maloliente que les empujó y revolvió el cabello de Lisandot haciendo que bailase y lanzase su luz en todas direcciones. Y entonces, lo mismo que les había empujado este viento, los agarró y de forma repentina los succionó hacia la puerta. Fue como si aquel viento fuese las garras de una bestia, alcanzando su comida y echándosela a la boca con ansia, y después atravesaron la puerta dando veloces vueltas en el aire, atrapados en una corriente de aire gris.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Los ecos que repetían la negativa a su pregunta no llegaron a sus oídos, ahogados por los sones del viento. La niebla los llevaba hacia la puerta, pero antes de que llegaran a ella, sonidos metálicos poblaron el aire y desde las sombras surgieron cinco figuras ominosas, amenazantes. Cada uno de ellas gritaba un nombre distinto y todas, sin embargo, señalaban al desconocido. La perplejidad que sintió ante el espectáculo pronto se transformó en terror. Aunque las figuras no le habían prestado la menor atención, las acusaciones que lanzaban contra el hombre despertaron ecos de otras acusaciones, lanzadas contra ella… ¿cuándo?... no conseguía recordarlo…
Hizo un intento de fuga cuando las figuras se movieron, pero un viento surgido desde la puerta, los empujó primero y los succionó después. Entraron girando en aquella oscuridad, como dos hojas en un torbellino.¿Cuánto tiempo giraron en esa corriente gris? Podría haber sido un segundo, podría haber sido una eternidad… ella no lo sabía. Sólo supo que, segundo o días después, el viento se detuvo y ellos cayeron hacia el suelo flotando como dos copos de nieve.
Las tinieblas se estaban disipando. La luna llena había entrado al enorme templo y había tomado su lugar en el techo como si aquel fuera el cielo y ahora acompañaba su caída con sus rayos, iluminando paulatinamente la estancia a medida que ellos bajaban. Cuando sus pies tocaron el suelo, una tenue claridad plateada los bañaba. Y revelaba que no estaban solos.
Árboles, flores y animales los acompañaban. Contuvo el aliento, sobrecogida, cuando descubrió que estaban esculpidos en un hielo tan puro que parecían hechos de diamante. Entonces, un grito de alborozo se escapó de sus labios: ¡era su jardín! ¡El jardín que Akira había hecho para ella! Exultante, corrió entre las figuras, acariciándolas como si estuvieran vivas, riendo y cantando de la felicidad de estar ahí de nuevo… pero. ¿dónde estaba él? ¿dónde estaba Akira? Seguramente quería jugar, quería que ella lo buscara.
Sonriente, vestida nuevamente de azul y con su trenza entretejida de flores, miraba a su alrededor tratando de decidir por donde iniciaría su búsqueda, cuando su mirada tropezó con el hombre. El desconocido, con su cabello blanco y su desgastada ropa verde, se le hizo nuevamente familiar, pero no consiguió recordarlo. Sacudió la cabeza con el ceño fruncido, contrariada. Él no debía estar ahí, ese jardín era sólo de ella y su amado; nadie más debía verlo. El intruso debía marcharse antes que el semielfo descubriera su presencia, sabía que él no se lo tomaría a bien y no quería que una pelea estropeara una noche encantadora.
Se acercó a él para decirle, con amabilidad y firmeza que debía marcharse cuanto antes, que aquel era un lugar privado, pero no llegó a cumplir su propósito. Desconcertantes sonidos, como si las figuras del jardín lloraran y se lamentaran, quebraron el silencio y le impidieron hablar. ¿Qué estaba pasando? Giró para mirar las figuras y descubrió que se estaban derritiendo lentamente. Sintió deseos de llorar, pero el maleficio no estaba completo. Como obedeciendo a una orden secreta e inapelable la luna se tiñó de rojo y cuando sus rayos, ahora de sangre, tocaron las figuras, estas se transformaron. Ante sus ojos espantados, cada una de las antaño hermosas figuras de hielo se transformó en un muerto viviente. Sediento de muerte, dolor y destrucción, el ejército de zombies comenzó a avanzar hacia ellos.
Hizo un intento de fuga cuando las figuras se movieron, pero un viento surgido desde la puerta, los empujó primero y los succionó después. Entraron girando en aquella oscuridad, como dos hojas en un torbellino.¿Cuánto tiempo giraron en esa corriente gris? Podría haber sido un segundo, podría haber sido una eternidad… ella no lo sabía. Sólo supo que, segundo o días después, el viento se detuvo y ellos cayeron hacia el suelo flotando como dos copos de nieve.
Las tinieblas se estaban disipando. La luna llena había entrado al enorme templo y había tomado su lugar en el techo como si aquel fuera el cielo y ahora acompañaba su caída con sus rayos, iluminando paulatinamente la estancia a medida que ellos bajaban. Cuando sus pies tocaron el suelo, una tenue claridad plateada los bañaba. Y revelaba que no estaban solos.
Árboles, flores y animales los acompañaban. Contuvo el aliento, sobrecogida, cuando descubrió que estaban esculpidos en un hielo tan puro que parecían hechos de diamante. Entonces, un grito de alborozo se escapó de sus labios: ¡era su jardín! ¡El jardín que Akira había hecho para ella! Exultante, corrió entre las figuras, acariciándolas como si estuvieran vivas, riendo y cantando de la felicidad de estar ahí de nuevo… pero. ¿dónde estaba él? ¿dónde estaba Akira? Seguramente quería jugar, quería que ella lo buscara.
Sonriente, vestida nuevamente de azul y con su trenza entretejida de flores, miraba a su alrededor tratando de decidir por donde iniciaría su búsqueda, cuando su mirada tropezó con el hombre. El desconocido, con su cabello blanco y su desgastada ropa verde, se le hizo nuevamente familiar, pero no consiguió recordarlo. Sacudió la cabeza con el ceño fruncido, contrariada. Él no debía estar ahí, ese jardín era sólo de ella y su amado; nadie más debía verlo. El intruso debía marcharse antes que el semielfo descubriera su presencia, sabía que él no se lo tomaría a bien y no quería que una pelea estropeara una noche encantadora.
Se acercó a él para decirle, con amabilidad y firmeza que debía marcharse cuanto antes, que aquel era un lugar privado, pero no llegó a cumplir su propósito. Desconcertantes sonidos, como si las figuras del jardín lloraran y se lamentaran, quebraron el silencio y le impidieron hablar. ¿Qué estaba pasando? Giró para mirar las figuras y descubrió que se estaban derritiendo lentamente. Sintió deseos de llorar, pero el maleficio no estaba completo. Como obedeciendo a una orden secreta e inapelable la luna se tiñó de rojo y cuando sus rayos, ahora de sangre, tocaron las figuras, estas se transformaron. Ante sus ojos espantados, cada una de las antaño hermosas figuras de hielo se transformó en un muerto viviente. Sediento de muerte, dolor y destrucción, el ejército de zombies comenzó a avanzar hacia ellos.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
En un segundo estaba boca arriba, y de golpe, y sin saber muy bien como, se giró en el aire y cayó de pie, con un movimiento felino y tan grácil que le resultó ajeno a sí mismo. Un fuerte sentimiento de irrealidad, una sensación de lejanía con lo que veía le inundó mientras se observaba, tratando de reconocer qué era lo que estaba mal.
Y todo aquello era irreal también, todas aquellas estatuas de hielo, reflejando la luz de Lisandot, como si en cierto modo fuesen parte de ella, como si fuesen trocitos de su misma y hermosa alma diseminados por aquella sala, le traían a la mente la incongruente imagen de un tapiz a medio realizar. Si se concentraba quizás podría incluso mirar dentro de ella, pues poco a poco iba ganando una apariencia cristalina y de hermosa fragilidad, hasta el punto en el que se sintió levemente extrañado cuando ella le miró directamente y frunció su ceño. Casi habría esperado oir el roce del hielo contra hielo, pero no fue así. Ella se dirigió hacia él, sus ojos azulados cargados de desagrado y Beck sintió deseos de esconderse detrás de algo, pero no le dio tiempo, ella se acercó hasta estar bastante cerca, y entonces se detuvo, con una nota de incertidumbre bailándole en los labios (oh, y aquel temor y duda sí era real), se volvió y miró atrás, por encima del hombro, y sus ojos se humedecieron de dolor y miedo.
Pero Beck solo tenía ojos para ella, porque ella brillaba, porque cuando la miraba algo le gritaba en su mente “ella es” y eso era lo importante. Era algo difícil de explicar, pero algo le gritaba que las otras cosas no eran, y le reprendía por no comprenderlo. Y sólo cuando todo se tiñó de rojo apartó la mirada de ella y se encontró, sorprendido, con que la sala estaba llena de criaturas no muertas que se dirigían hacia ellos. Atemorizado, observó por encima del hombro y no vio por donde huir, ni lugar donde trepar, ¡nada! Estaban perdidos, y ya comenzaba a sentir el frío tacto de la desesperación y el pánico en su espina dorsal cuando una voz le llamó claramente.
- Aquí, en tu cintura- dijo. Y cuando miró vio que era su falcata, perfectamente guardada en su funda, unida a su cinturón. Y de golpe, sintió el peso y el tacto del arma en su cadera. Pero todo había sido tan repentino que su mente se negaba en cierto modo a creerlo, aquella no podía ser y no era su arma. Pero la veía, la sentía, ¿cómo no iba a ser real? De todas formas, no tenía otra opción que combatir, y ninguna otra arma a la que acudir, así que asió con fuerza el mango y extrajo el arma levemente curvada hacia el lado opuesto de las cimitarras y avanzó rápido, en una carga de tres pasos, rebanando la cabeza al zombi más cercano. Con un giro, lanzó un tajo hacia el zombi siguiente a su izquierda, mientras el resto se acercaban y alargaban sus manos hacia él, emitiendo un sonido lúgubre parecido a un lamento musitado. El tajo se saldó con una muñeca amputada, y lo siguió una patada potente que derribó a la torpe criatura y le sirvió a él para girarse y golpear hacia el zombi que se le acercaba por la espalda, tambaleante, y descargarle la hoja desde arriba, en un arco que acabó con un crujido y el cráneo de la criatura partido por la mitad como un melón, que al reventar arrojó restos de sesos podridos en todas las direcciones. Para repulsión de Beck, parte de estos sesos salpicaron en su boca entreabierta, pero no notó ningún sabor
- Porque aquello no era real-
porque la adrenalina corría por sus venas y sólo podía sentir el mango de su acero, prieto en sus manos, y oír y ver a sus múltiples enemigos. Se giró y combatió a dos más, pero entonces pasó algo que no había previsto: el primer zombi, al que había decapitado, había caído entre tanto de rodillas y no se había movido más, pero al pasar él a su lado, la forma humana sin cabeza pareció percibirle de alguna misteriosa forma, y alzó repentinamente sus dos brazos y le agarró. Se debatió y lanzo un golpe a los brazos que le sujetaban, pero la hoja se paró en el hueso y no consiguió liberarle de aquellas manos que más bien eran garras. El segundo golpe iba más cargado de desesperación y se acercó más a la meta, pero fue el tercero el que lo logró. Sin embargo, fue una victoria pírrica, pues era demasiado tarde. El tiempo que había perdido en liberarse había sido demasiado grande, y media docena de brazos increíblemente fuertes le agarraron y le impideron moverse. Quiso pensar “menuda muerte voy a tener”, pero lo que le vino a la cabeza fue una idea alocada y extraña, probablemente fruto del pánico: “ahora es cuando me despierto”. Pero ni una cosa ni otra pasaron, de momento, las criaturas comenzaron a arrastrarlo por el suelo, sujetándole de los brazos y una pierna, y apenas pudo ver por el rabillo del ojo que parecía que también llevaban a la muchacha, pasos más atrás. De esta incómoda manera, les llevaron hasta una escalinata, y sus cuerpos se magullaron al ser golpeados contra cada escalón, y finalmente, cuando llegaron arriba, los soltaron y, como si nada hubiese pasado, comenzaron a apartarse, alejándose y gimiendo. Y conforme se apartaron aquellas bestias, él pudo ver que la señorita Eclath estaba a unos pasos, levantándose, y que tras ella, justo en la cúspide de aquella escalinata, había una extraña y gran mansión, con las luces encendidas.
Beck miró a las criaturas, y vio que solo se habían retirado unos metros, y que los miraban, con sus ojos muertos, de forma paciente y anhelante. Y aquellas miradas le dieron escalofríos.
Y todo aquello era irreal también, todas aquellas estatuas de hielo, reflejando la luz de Lisandot, como si en cierto modo fuesen parte de ella, como si fuesen trocitos de su misma y hermosa alma diseminados por aquella sala, le traían a la mente la incongruente imagen de un tapiz a medio realizar. Si se concentraba quizás podría incluso mirar dentro de ella, pues poco a poco iba ganando una apariencia cristalina y de hermosa fragilidad, hasta el punto en el que se sintió levemente extrañado cuando ella le miró directamente y frunció su ceño. Casi habría esperado oir el roce del hielo contra hielo, pero no fue así. Ella se dirigió hacia él, sus ojos azulados cargados de desagrado y Beck sintió deseos de esconderse detrás de algo, pero no le dio tiempo, ella se acercó hasta estar bastante cerca, y entonces se detuvo, con una nota de incertidumbre bailándole en los labios (oh, y aquel temor y duda sí era real), se volvió y miró atrás, por encima del hombro, y sus ojos se humedecieron de dolor y miedo.
Pero Beck solo tenía ojos para ella, porque ella brillaba, porque cuando la miraba algo le gritaba en su mente “ella es” y eso era lo importante. Era algo difícil de explicar, pero algo le gritaba que las otras cosas no eran, y le reprendía por no comprenderlo. Y sólo cuando todo se tiñó de rojo apartó la mirada de ella y se encontró, sorprendido, con que la sala estaba llena de criaturas no muertas que se dirigían hacia ellos. Atemorizado, observó por encima del hombro y no vio por donde huir, ni lugar donde trepar, ¡nada! Estaban perdidos, y ya comenzaba a sentir el frío tacto de la desesperación y el pánico en su espina dorsal cuando una voz le llamó claramente.
- Aquí, en tu cintura- dijo. Y cuando miró vio que era su falcata, perfectamente guardada en su funda, unida a su cinturón. Y de golpe, sintió el peso y el tacto del arma en su cadera. Pero todo había sido tan repentino que su mente se negaba en cierto modo a creerlo, aquella no podía ser y no era su arma. Pero la veía, la sentía, ¿cómo no iba a ser real? De todas formas, no tenía otra opción que combatir, y ninguna otra arma a la que acudir, así que asió con fuerza el mango y extrajo el arma levemente curvada hacia el lado opuesto de las cimitarras y avanzó rápido, en una carga de tres pasos, rebanando la cabeza al zombi más cercano. Con un giro, lanzó un tajo hacia el zombi siguiente a su izquierda, mientras el resto se acercaban y alargaban sus manos hacia él, emitiendo un sonido lúgubre parecido a un lamento musitado. El tajo se saldó con una muñeca amputada, y lo siguió una patada potente que derribó a la torpe criatura y le sirvió a él para girarse y golpear hacia el zombi que se le acercaba por la espalda, tambaleante, y descargarle la hoja desde arriba, en un arco que acabó con un crujido y el cráneo de la criatura partido por la mitad como un melón, que al reventar arrojó restos de sesos podridos en todas las direcciones. Para repulsión de Beck, parte de estos sesos salpicaron en su boca entreabierta, pero no notó ningún sabor
- Porque aquello no era real-
porque la adrenalina corría por sus venas y sólo podía sentir el mango de su acero, prieto en sus manos, y oír y ver a sus múltiples enemigos. Se giró y combatió a dos más, pero entonces pasó algo que no había previsto: el primer zombi, al que había decapitado, había caído entre tanto de rodillas y no se había movido más, pero al pasar él a su lado, la forma humana sin cabeza pareció percibirle de alguna misteriosa forma, y alzó repentinamente sus dos brazos y le agarró. Se debatió y lanzo un golpe a los brazos que le sujetaban, pero la hoja se paró en el hueso y no consiguió liberarle de aquellas manos que más bien eran garras. El segundo golpe iba más cargado de desesperación y se acercó más a la meta, pero fue el tercero el que lo logró. Sin embargo, fue una victoria pírrica, pues era demasiado tarde. El tiempo que había perdido en liberarse había sido demasiado grande, y media docena de brazos increíblemente fuertes le agarraron y le impideron moverse. Quiso pensar “menuda muerte voy a tener”, pero lo que le vino a la cabeza fue una idea alocada y extraña, probablemente fruto del pánico: “ahora es cuando me despierto”. Pero ni una cosa ni otra pasaron, de momento, las criaturas comenzaron a arrastrarlo por el suelo, sujetándole de los brazos y una pierna, y apenas pudo ver por el rabillo del ojo que parecía que también llevaban a la muchacha, pasos más atrás. De esta incómoda manera, les llevaron hasta una escalinata, y sus cuerpos se magullaron al ser golpeados contra cada escalón, y finalmente, cuando llegaron arriba, los soltaron y, como si nada hubiese pasado, comenzaron a apartarse, alejándose y gimiendo. Y conforme se apartaron aquellas bestias, él pudo ver que la señorita Eclath estaba a unos pasos, levantándose, y que tras ella, justo en la cúspide de aquella escalinata, había una extraña y gran mansión, con las luces encendidas.
Beck miró a las criaturas, y vio que solo se habían retirado unos metros, y que los miraban, con sus ojos muertos, de forma paciente y anhelante. Y aquellas miradas le dieron escalofríos.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
No había hacia donde huir pero, irracionalmente, huyó. No iba hacia ninguna parte en su fuga, sólo corría desesperadamente, intentando eludir a las monstruosas que intentaban atraparla. Zigzagueaba, saltaba, se agachaba, en una suerte de danza macabra, mientras el intruso en su jardín – que ya no era su jardín y estaba lleno de intrusos – combatía contra los zombies. Era un hombre valiente, pero ella no podía ayudarle. Si tan sólo Akira hubiese estado ahí…
Pero no estaba y lo único que ella podía hacer era seguir huyendo. Era menuda y ágil y el terror la hacía volar; no le resultaba difícil eludir a los fuertes, pero pesados, muertos vivientes y hubiese podido seguir haciéndolo hasta caer extenuada, pero al correr su adornada trenza volaba tras ella y fue su propio cabello el que la traicionó. Ya sea por azar o por atinado cálculo, la mano de uno de los engendros la agarró por el pelo y tiró de ella.
Soltó un agudo grito de terror al sentirse primero jalada y luego cautiva; una de sus manos viajó a la cabeza en un fútil intento de soltarse pero, al mismo tiempo y sin que realmente se diera cuenta de lo que hacía, llevó la otra hacia el bolso que colgaba en su costado, rebuscando frenéticamente en su interior. No tardó más de un segundo en aparecer armada de una brillante tijera y, sin la menor vacilación, cortó su trenza…
- una sensación de intenso déja vu la dominó, como si alguna vez hubiera estado en una situación similar -
… y ya liberada reanudó su huida, eludiendo apenas a los entes que se abalanzaban ya sobre ella. Comenzaba a cansarse, la energía que el terror le daba era como una llamarada fulgurante, pero de vida breve y la desesperanza empezó a hacerse sitio en su ánimo. No había a donde escapar y no podía correr eternamente y el valeroso hombre del traje verde no podría contra todos esos engendros. Estaba perdidos, los atraparían y los matarían.
Entonces, en medio de su desolación, una voz susurró en su cabeza:
Aluunros
¡Aluunros! El grifo, su grifo… Debía llamarlo, debía invocarlo… él los salvaría. Sin dejar de correr ni por un instante, buscó la garra que llevaba en el cuello bajo la ropa y la apretó con fuerza hasta que ésta atravesó su mano y bebió su sangre.
Hubo una como llamarada de fuego negro y el enorme grifo apareció en la sala, respondiendo a la invocación de su sangre. Cada gota que caía en la garra le robaba un poco de su vida y se la concedía al magnífico animal, quien se lanzó al ataque sin dilación. Decapitó, mutiló, despanzurró sin tregua ni misericordia pero, ¡ay!, sin importar cuan destrozados estuvieran, los soldados de ese ejército infernal volvían a la carga, impasibles, implacables, inexorables.
La dádiva de su sangre cobraba su precio. Ya no podía correr ni moverse y pese al feroz ataque del grifo, los zombies se apoderaron de ella. Una niebla roja cubrió sus ojos y se desmayó y Aluunros, como comprendiendo que ya nada podía hacer ahí y que su presencia acabaría por desangrarla se esfumó en el aire.
Recobró la conciencia momentos después, en lo alto de una escalera. Mareada y confusa, se puso de pie con dificultad, mirando en torno suyo, insegura. Aquel hombre estaba ahí y también las criaturas que los habían soltado y se habían alejado, pero los observaban con aquellos ojos sin vida como si aguardaran algo.
Se encontraba de espaldas a una mansión amplia e iluminada cuya puerta se abrió en forma silenciosa posibilitando la aparición de un hombre, quien se detuvo en el umbral. No escuchó nada, ni un rechinido de la puerta ni un rumor de pasos, ni los zombies hicieron gesto alguno, pero supo, sintió, que había alguien ahí. Una presencia que hizo que la piel se le erizara. Lenta, muy lentamente, giró para ver quien estaba ahí…
- aquello era imposible, debía estar soñando –
Un altivo caballero la miraba con rostro severo. Apuesto y fornido, de cabellos castaños y ojos pardos. Un hombre al que había amado y que la muerte le había arrebatado… sintió que el corazón se le congelaba… él, ¿era uno de ellos, un muerto viviente?... Pero no, no lo parecía… se veía tan vivo como la última vez…
Perpleja y perturbada, avanzó un pasito hacia él…
- ¿Cedric? – inquirió con voz temblorosa.
Pero no estaba y lo único que ella podía hacer era seguir huyendo. Era menuda y ágil y el terror la hacía volar; no le resultaba difícil eludir a los fuertes, pero pesados, muertos vivientes y hubiese podido seguir haciéndolo hasta caer extenuada, pero al correr su adornada trenza volaba tras ella y fue su propio cabello el que la traicionó. Ya sea por azar o por atinado cálculo, la mano de uno de los engendros la agarró por el pelo y tiró de ella.
Soltó un agudo grito de terror al sentirse primero jalada y luego cautiva; una de sus manos viajó a la cabeza en un fútil intento de soltarse pero, al mismo tiempo y sin que realmente se diera cuenta de lo que hacía, llevó la otra hacia el bolso que colgaba en su costado, rebuscando frenéticamente en su interior. No tardó más de un segundo en aparecer armada de una brillante tijera y, sin la menor vacilación, cortó su trenza…
- una sensación de intenso déja vu la dominó, como si alguna vez hubiera estado en una situación similar -
… y ya liberada reanudó su huida, eludiendo apenas a los entes que se abalanzaban ya sobre ella. Comenzaba a cansarse, la energía que el terror le daba era como una llamarada fulgurante, pero de vida breve y la desesperanza empezó a hacerse sitio en su ánimo. No había a donde escapar y no podía correr eternamente y el valeroso hombre del traje verde no podría contra todos esos engendros. Estaba perdidos, los atraparían y los matarían.
Entonces, en medio de su desolación, una voz susurró en su cabeza:
Aluunros
¡Aluunros! El grifo, su grifo… Debía llamarlo, debía invocarlo… él los salvaría. Sin dejar de correr ni por un instante, buscó la garra que llevaba en el cuello bajo la ropa y la apretó con fuerza hasta que ésta atravesó su mano y bebió su sangre.
Hubo una como llamarada de fuego negro y el enorme grifo apareció en la sala, respondiendo a la invocación de su sangre. Cada gota que caía en la garra le robaba un poco de su vida y se la concedía al magnífico animal, quien se lanzó al ataque sin dilación. Decapitó, mutiló, despanzurró sin tregua ni misericordia pero, ¡ay!, sin importar cuan destrozados estuvieran, los soldados de ese ejército infernal volvían a la carga, impasibles, implacables, inexorables.
La dádiva de su sangre cobraba su precio. Ya no podía correr ni moverse y pese al feroz ataque del grifo, los zombies se apoderaron de ella. Una niebla roja cubrió sus ojos y se desmayó y Aluunros, como comprendiendo que ya nada podía hacer ahí y que su presencia acabaría por desangrarla se esfumó en el aire.
Recobró la conciencia momentos después, en lo alto de una escalera. Mareada y confusa, se puso de pie con dificultad, mirando en torno suyo, insegura. Aquel hombre estaba ahí y también las criaturas que los habían soltado y se habían alejado, pero los observaban con aquellos ojos sin vida como si aguardaran algo.
Se encontraba de espaldas a una mansión amplia e iluminada cuya puerta se abrió en forma silenciosa posibilitando la aparición de un hombre, quien se detuvo en el umbral. No escuchó nada, ni un rechinido de la puerta ni un rumor de pasos, ni los zombies hicieron gesto alguno, pero supo, sintió, que había alguien ahí. Una presencia que hizo que la piel se le erizara. Lenta, muy lentamente, giró para ver quien estaba ahí…
- aquello era imposible, debía estar soñando –
Un altivo caballero la miraba con rostro severo. Apuesto y fornido, de cabellos castaños y ojos pardos. Un hombre al que había amado y que la muerte le había arrebatado… sintió que el corazón se le congelaba… él, ¿era uno de ellos, un muerto viviente?... Pero no, no lo parecía… se veía tan vivo como la última vez…
Perpleja y perturbada, avanzó un pasito hacia él…
- ¿Cedric? – inquirió con voz temblorosa.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
El hombre era ciertamente imponente, de amplios hombros y fuertes brazos, considerable altura y el cabello bien cuidado enmarcando un rostro severo pero hermoso. Sus pasos eran firmes y seguros bajo una ropa cuidada con cierto corte militar, pero pensada para la comodidad y no para la lucha. La ropa que llevaría un caballero de cierto rango en sus horas de asueto, quizás. La única concesión puramente militar que vestía era una protección metálica para su hombro derecho.
Su rostro mostraba una gentil y cortés sonrisa cuando se detuvo ante el portal de la magnífica mansión, con la luz que surgía por la puerta recortando su figura y agitó la cabeza negativamente, ante la pregunta de Lis.
- No, señorita, me temo que me confundís con otro. Soy Henry de Maglavar.- dirigió una leve reverencia a Beck, que no le correspondió más por la sorpresa que por otra cosa, y acto seguido tendió su mano vuelta hacia abajo hacia la chica, con obvia intención de que la tomase, mientras con el otro brazo les indicaba la puerta con un suave gesto que acompañó de palabras momentos después.- Permitidme daros la bienvenida a mi hogar, estaréis cansados y doloridos, y aquí podréis retomar fuerzas. Disfrutad con la compañía del resto de invitados. Ah, y no hagáis mucho caso del señor Prickwick, diría que está levemente perturbado.
Detrás, los zombis comenzaron a dispersarse lentamente, casi de mala gana. Beck, que lo vio, se sintió lo suficientemente aliviado, a pesar de estar cubierto de moratones, como para dejar que se le escapase una pregunta:
- ¿Qué es este sitio?- y no se refería solo a la mansión que estaba extrañamente construida en una piedra de aspecto grisáceo y pizarra, con pequeños ventanucos a intervalos regulares, sino a la escalinata que subía hasta a ella y al campo absolutamente vacío y gris que se veía más allá.
Su rostro mostraba una gentil y cortés sonrisa cuando se detuvo ante el portal de la magnífica mansión, con la luz que surgía por la puerta recortando su figura y agitó la cabeza negativamente, ante la pregunta de Lis.
- No, señorita, me temo que me confundís con otro. Soy Henry de Maglavar.- dirigió una leve reverencia a Beck, que no le correspondió más por la sorpresa que por otra cosa, y acto seguido tendió su mano vuelta hacia abajo hacia la chica, con obvia intención de que la tomase, mientras con el otro brazo les indicaba la puerta con un suave gesto que acompañó de palabras momentos después.- Permitidme daros la bienvenida a mi hogar, estaréis cansados y doloridos, y aquí podréis retomar fuerzas. Disfrutad con la compañía del resto de invitados. Ah, y no hagáis mucho caso del señor Prickwick, diría que está levemente perturbado.
Detrás, los zombis comenzaron a dispersarse lentamente, casi de mala gana. Beck, que lo vio, se sintió lo suficientemente aliviado, a pesar de estar cubierto de moratones, como para dejar que se le escapase una pregunta:
- ¿Qué es este sitio?- y no se refería solo a la mansión que estaba extrañamente construida en una piedra de aspecto grisáceo y pizarra, con pequeños ventanucos a intervalos regulares, sino a la escalinata que subía hasta a ella y al campo absolutamente vacío y gris que se veía más allá.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
A medida que el caballero hablaba su apariencia se iba modificando a los ojos de la semihada. Fue como si un pintor borrara su obra recién acabada y pintara encima otra totalmente diferente. Aquel era un magnífico caballero, pero no era Cedric. Satisfecha y tranquila al comprobar que él no le mentía, le hizo una reverencia a modo de saludo y tomó la mano que se le tendía.
El caballero comenzó a caminar con tranquilos pasos, dirigiéndose a la mansión, al tiempo que respondía la pregunta de Beck.
- Este sitio es el señorío de Maglavar, mi casa y mis tierras desde tiempos ancestrales – su voz tenía el tono apático de quien da una respuesta demasiado obvia a una pregunta insulsa.
Enormes candelabros de cristal se alineaban a su paso, brindando una luminosidad que no desmerecía a la del sol y que permitía admirar las tallas, esculturas y tapices que ornamentaban las paredes con profusión. Era tan abigarrado el decorado que era imposible apreciar cada forma en plenitud y al final sólo quedaba en los sentidos la impresión de un abrumador calidoscopio de colores y líneas.
Guiada por el caballero cruzó un vestíbulo en cuyo centro una fuente arrojaba chorros de agua iridiscentes hacia el cielo y entró a un fastuoso comedor. La vajilla de oro refulgía sobre la larga mesa cubierta con manteles de hilo blanco. Era aquella una cena de gala y todos los invitados estaban vestidos apropiadamente para la ocasión. Escoltada por el anfitrión, se dirigió a un lugar en que una delicada tarjeta proclamaba su nombre y tomó asiento con garbo, olvidada totalmente de sus magulladuras, de su mano herida y aún sangrante y de su desaliñado aspecto.
Los invitados captaron prontamente su atención, pasaba con ellos una cosa muy curiosa. Cada vez que miraba a alguna de aquellas damas o de aquellos caballeros creía reconocer a alguien de su pasado – su primer maestro de sanación, la dueña de la posada que la había albergado al llegar a Cascadas, el capitán del barco en que llegara a Jaspia y tantos otros – pero luego, al mirarlos de nuevo se daba cuenta que eran personas completamente distintas y luego, al volver a mirar, ahí estaban de nuevo. Algo mareada bajó la vista hacia su plato, que le sonreía con una ancha boca cuajada de rubíes y sólo la alzó cuando oyó el tintineo de una campana.
Un hombre bajo y delgado, vestido con una levita negra y adornado con un tocado de plumas púrpuras – ¿el señor Prickwick acaso? – comenzaba un discurso.
- Bipiepen vepenipidopos, gepentipilepes dapamapas y hoponoporapablepes capabapalleperopos, apa lapa capasapa depe lopos supuepeñopos ypi lapas pepesapadipillapas. Dipisfruputapad depe lapa cepenapa copon epesmeperopo prepepaparapadapa, peperopopo nopo queperapaipis sapabeper lopo quepe copomepeipis. ¡Fepelipicepes lopos quepe pepermapanepecepn epen lapa ipignoporapancipiapa!
Al terminar su discurso, hizo repicar de nuevo la campanilla y las puertas del comedor se abrieron, dando paso a los mozos que servirían la cena. Los zombies habían vuelto. Impecablemente vestidos, avanzaban llevando humeantes soperas.
El caballero comenzó a caminar con tranquilos pasos, dirigiéndose a la mansión, al tiempo que respondía la pregunta de Beck.
- Este sitio es el señorío de Maglavar, mi casa y mis tierras desde tiempos ancestrales – su voz tenía el tono apático de quien da una respuesta demasiado obvia a una pregunta insulsa.
Enormes candelabros de cristal se alineaban a su paso, brindando una luminosidad que no desmerecía a la del sol y que permitía admirar las tallas, esculturas y tapices que ornamentaban las paredes con profusión. Era tan abigarrado el decorado que era imposible apreciar cada forma en plenitud y al final sólo quedaba en los sentidos la impresión de un abrumador calidoscopio de colores y líneas.
Guiada por el caballero cruzó un vestíbulo en cuyo centro una fuente arrojaba chorros de agua iridiscentes hacia el cielo y entró a un fastuoso comedor. La vajilla de oro refulgía sobre la larga mesa cubierta con manteles de hilo blanco. Era aquella una cena de gala y todos los invitados estaban vestidos apropiadamente para la ocasión. Escoltada por el anfitrión, se dirigió a un lugar en que una delicada tarjeta proclamaba su nombre y tomó asiento con garbo, olvidada totalmente de sus magulladuras, de su mano herida y aún sangrante y de su desaliñado aspecto.
Los invitados captaron prontamente su atención, pasaba con ellos una cosa muy curiosa. Cada vez que miraba a alguna de aquellas damas o de aquellos caballeros creía reconocer a alguien de su pasado – su primer maestro de sanación, la dueña de la posada que la había albergado al llegar a Cascadas, el capitán del barco en que llegara a Jaspia y tantos otros – pero luego, al mirarlos de nuevo se daba cuenta que eran personas completamente distintas y luego, al volver a mirar, ahí estaban de nuevo. Algo mareada bajó la vista hacia su plato, que le sonreía con una ancha boca cuajada de rubíes y sólo la alzó cuando oyó el tintineo de una campana.
Un hombre bajo y delgado, vestido con una levita negra y adornado con un tocado de plumas púrpuras – ¿el señor Prickwick acaso? – comenzaba un discurso.
- Bipiepen vepenipidopos, gepentipilepes dapamapas y hoponoporapablepes capabapalleperopos, apa lapa capasapa depe lopos supuepeñopos ypi lapas pepesapadipillapas. Dipisfruputapad depe lapa cepenapa copon epesmeperopo prepepaparapadapa, peperopopo nopo queperapaipis sapabeper lopo quepe copomepeipis. ¡Fepelipicepes lopos quepe pepermapanepecepn epen lapa ipignoporapancipiapa!
Al terminar su discurso, hizo repicar de nuevo la campanilla y las puertas del comedor se abrieron, dando paso a los mozos que servirían la cena. Los zombies habían vuelto. Impecablemente vestidos, avanzaban llevando humeantes soperas.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Beck sintió un fuerte escalofrío cuando se dio cuenta de que todos le estaban mirando. Sin embargo, cuando se giró, ninguno de ellos le miraba. Se asombró, o él estaba muy confuso, o bien ellos eran muy rápidos. Sólo un hombre de aspecto serio y ojos profundos le mantuvo la mirada, desde el fondo de la sala. Era prácticamente el único que no sonreía, ni alzaba su copa, cuando el brindis comenzó. Lo cierto es que no entendió ni una palabra de lo que se había dicho, y miró de hito en hito tratando de descifrar qué raro idioma era aquel.
Cuando ya más o menos comenzaba a recuperarse de la agobiante sensación de estar siendo observado por todos un nuevo golpe de efecto le devolvió la intranquilidad, cuando los zombis entraron en la sala ataviados como sirvientes. Se le hizo un nudo seco en la garganta, y se llevó la copa que tenía delante a la boca, con la intención de eliminar la desagradable sensación, aprovechando el brindis. El vino que había en su copa tenía un regusto algo excesivo a barrica de roble, pero por lo demás era bueno y le sentó bien. Los tambaleantes muertos animados colocaron las fuentes sin derramar nada, para asombro de Beck y, como si nada de aquello estuviese sucediendo, o más bien como si fuese lo más normal del mundo los asistentes a la mesa comenzaron una tranquila charla, nada más brindar.
Beck miró a Lis con una expresión que manifestaba claramente su incomodidad. Su mirada casi decía “¿Esto que es?”. E iba a preguntarle algo, solo moviendo los labios, algo como “¿Qué hacemos aquí?” cuando el Señor de Maglavar se le adelantó, dirigiéndose hacia Lisandot y él, girándose todas las miradas hacia el extremo desde el que dirigía la mesa.
- Ah, mis nuevos invitados. Decidme, ¿qué os ha traído hasta estas tierras? En especial, me alegra vuestra presencia, y espero que seáis motivo de satisfacción para nuestros demás huéspedes. Aunque, señorita, debo decir que vos alegráis solo con veros. Contadme algo de vosotros.- Mientras escuchaba la parrafada, Beck se dio cuenta: No sabía por qué estaba allí. No se acordaba de como se había despertado esa mañana, ni qué había estado haciendo en aquel templo. ¿Cómo era eso posible? Pero su mente parecía funcionar sola, como si solo fuese un mero observador de sus propios actos, y respondió:
- Yo busco un barco, el Bisne, está atracado en el puerto y necesitan ayuda para poder salir, porque los han detenido por haber ayudado a un proscrito.- La idea le había venido sola y la había soltado de dicha manera, sin saber ni por qué. Henry, de todas formas, asintió, como si fuese lo más lógico del mundo, y luego miró a Lisandot, esperando su historia.
Cuando ya más o menos comenzaba a recuperarse de la agobiante sensación de estar siendo observado por todos un nuevo golpe de efecto le devolvió la intranquilidad, cuando los zombis entraron en la sala ataviados como sirvientes. Se le hizo un nudo seco en la garganta, y se llevó la copa que tenía delante a la boca, con la intención de eliminar la desagradable sensación, aprovechando el brindis. El vino que había en su copa tenía un regusto algo excesivo a barrica de roble, pero por lo demás era bueno y le sentó bien. Los tambaleantes muertos animados colocaron las fuentes sin derramar nada, para asombro de Beck y, como si nada de aquello estuviese sucediendo, o más bien como si fuese lo más normal del mundo los asistentes a la mesa comenzaron una tranquila charla, nada más brindar.
Beck miró a Lis con una expresión que manifestaba claramente su incomodidad. Su mirada casi decía “¿Esto que es?”. E iba a preguntarle algo, solo moviendo los labios, algo como “¿Qué hacemos aquí?” cuando el Señor de Maglavar se le adelantó, dirigiéndose hacia Lisandot y él, girándose todas las miradas hacia el extremo desde el que dirigía la mesa.
- Ah, mis nuevos invitados. Decidme, ¿qué os ha traído hasta estas tierras? En especial, me alegra vuestra presencia, y espero que seáis motivo de satisfacción para nuestros demás huéspedes. Aunque, señorita, debo decir que vos alegráis solo con veros. Contadme algo de vosotros.- Mientras escuchaba la parrafada, Beck se dio cuenta: No sabía por qué estaba allí. No se acordaba de como se había despertado esa mañana, ni qué había estado haciendo en aquel templo. ¿Cómo era eso posible? Pero su mente parecía funcionar sola, como si solo fuese un mero observador de sus propios actos, y respondió:
- Yo busco un barco, el Bisne, está atracado en el puerto y necesitan ayuda para poder salir, porque los han detenido por haber ayudado a un proscrito.- La idea le había venido sola y la había soltado de dicha manera, sin saber ni por qué. Henry, de todas formas, asintió, como si fuese lo más lógico del mundo, y luego miró a Lisandot, esperando su historia.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Se quedó helada, con el vaso en los labios, sintiendo que su corazón dejaba de latir, cuando vio aparecer a los zombies transformados en camareros. Tuvo un fuerte impulso de gritar y salir corriendo, pero el ver que todos se comportaban con tanta calma y naturalidad la hizo sentir que sería muy ridículo comportarse así, una absoluta falta de etiqueta. Así que se quedó sentada, con la mayor compostura posible, casi sin advertir la mirada de Beck.
Con esfuerzo comenzó escuchar lo que el señor de Maglaver estaba diciendo, pero apenas el caballero había empezado a hablar cuando sirvieron la sopa y, a pesar de su buena disposición, perdió por completo el hilo de sus palabras: ¡su sopa la estaba mirando! Con un gesto nervioso, rechazó el plato e intentó concentrarse en lo que el hombre canoso estaba contestando. Al parecer, el señor de la casa había preguntado algo; la respuesta de Beck la hizo deducir que deseaba saber por qué estaban allí y ahora la mirada del caballero se dirigía a ella, esperando.
- Yo estoy buscando… algo…
El rubor cubrió sus mejillas al advertir que aún no sabía qué estaba buscando ahí ni por qué buscaba aquello. Indagó en su memoria buscando una respuesta, pero no obtuvo nada; lo único que sabía era que había despertado de una siesta con la firme convicción de que debía buscar algo. Miró turbada al caballero y ensayaba una explicación cuando una creciente algarabía entre los invitados la interrumpió. Miraban a un hombre de aspecto serio y de ojos profundos, que parecía mantenerse al margen de todos y no le quitaba los ojos de encima a Beck. Riendo, lo señalaban y parecían pedirle algo; el hombre del tocado púrpura era quien llevaba la voz cantante.
- ¡Vamos, señor Mavek! Un poco de magia para animar la reunión. Seguro que podéis convocar alguno de esos fabulosos animales que acostumbráis para deleite del apuesto caballero y la bella señorita. ¡Vamos! No os hagáis de rogar, eso es una descortesía.
El aludido negaba vehementemente con la cabeza, se había puesto pálido y miraba a Beck con auténtico terror. Señalándolo, comenzó a balbucear.
- No… no puedo… él… él….
Entonces sucedió algo sorprendente. La escena en la habitación comenzó a reverberar y, de súbito, un haz de luz multicolor comenzó a salir desde el señor Mavek y se dirigió hacia Beck, formando una especie de arcoiris entre el cuerpo de ambos hombres. Por cada instante que el fenómeno se mantenía, Mavek se hacía más pequeño y descolorido. Cuando finalmente el haz de luz desapreció, el comedor pareció volver a la normalidad, pero el hombre de los ojos profundos estaba desmadejado en su silla, mucho más pequeño y pálido de lo que Lis recordaba haberlo visto.
Perpleja y asustada, se volvió a mirar a Beck con una muda interrogante en la mirada y, como si obedecieran a una orden secreta, los ojos de todos los presentes se clavaron en el hombre del pelo cano.
Con esfuerzo comenzó escuchar lo que el señor de Maglaver estaba diciendo, pero apenas el caballero había empezado a hablar cuando sirvieron la sopa y, a pesar de su buena disposición, perdió por completo el hilo de sus palabras: ¡su sopa la estaba mirando! Con un gesto nervioso, rechazó el plato e intentó concentrarse en lo que el hombre canoso estaba contestando. Al parecer, el señor de la casa había preguntado algo; la respuesta de Beck la hizo deducir que deseaba saber por qué estaban allí y ahora la mirada del caballero se dirigía a ella, esperando.
- Yo estoy buscando… algo…
El rubor cubrió sus mejillas al advertir que aún no sabía qué estaba buscando ahí ni por qué buscaba aquello. Indagó en su memoria buscando una respuesta, pero no obtuvo nada; lo único que sabía era que había despertado de una siesta con la firme convicción de que debía buscar algo. Miró turbada al caballero y ensayaba una explicación cuando una creciente algarabía entre los invitados la interrumpió. Miraban a un hombre de aspecto serio y de ojos profundos, que parecía mantenerse al margen de todos y no le quitaba los ojos de encima a Beck. Riendo, lo señalaban y parecían pedirle algo; el hombre del tocado púrpura era quien llevaba la voz cantante.
- ¡Vamos, señor Mavek! Un poco de magia para animar la reunión. Seguro que podéis convocar alguno de esos fabulosos animales que acostumbráis para deleite del apuesto caballero y la bella señorita. ¡Vamos! No os hagáis de rogar, eso es una descortesía.
El aludido negaba vehementemente con la cabeza, se había puesto pálido y miraba a Beck con auténtico terror. Señalándolo, comenzó a balbucear.
- No… no puedo… él… él….
Entonces sucedió algo sorprendente. La escena en la habitación comenzó a reverberar y, de súbito, un haz de luz multicolor comenzó a salir desde el señor Mavek y se dirigió hacia Beck, formando una especie de arcoiris entre el cuerpo de ambos hombres. Por cada instante que el fenómeno se mantenía, Mavek se hacía más pequeño y descolorido. Cuando finalmente el haz de luz desapreció, el comedor pareció volver a la normalidad, pero el hombre de los ojos profundos estaba desmadejado en su silla, mucho más pequeño y pálido de lo que Lis recordaba haberlo visto.
Perpleja y asustada, se volvió a mirar a Beck con una muda interrogante en la mirada y, como si obedecieran a una orden secreta, los ojos de todos los presentes se clavaron en el hombre del pelo cano.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Con los ojos abiertos y una mueca horrorizada, Beck trató de hundirse en la silla en la que sentaba, de encogerse mientras aquel extraño caudal de color le alcanzaba. Cuando cesó, y se hizo el silencio, su mirada de animal acorralado saltó de un miembro de la mesa a otro, y todos le miraban. Finalmente, cuando se topó con la mirada de Lisandot se agarró a la mesa, con el corazón latiéndole tan fuerte en el pecho que pensó que le explotaría intentó inventar una excusa, pero nada le llegaba a la mente. Finalmente, cuando fue a abrir la boca iba a hacerlo con una disculpa. Sin embargo no salió ninguna palabra de su boca. O bueno, al menos no salió de ninguna manera normal, sino en forma de luz, de letras luminosas que dibujaron en el aire antes de disiparse un colorido:
- Lo siento.- Y nada más surgió de la boca de Beck, porque se cerró en seco y se quedó mirando como hipnotizado las letras que se volvían borrosas e irreconocibles. Otro tomó la voz cantante, el Señor de Maglavar, que así intervino.
- Dejen de mirar al caballero y ayuden al señor Mavek, necesitará de atención, de paños calientes, hagan algo. ¡Vamos, vamos!- y casi espantó al resto de comensales con gestos bruscos. -Estás visiblemente alterado.- se dirigía a Beck.- Puedes subir a tu habitación y descansar. Un lacayo te acompañará.
Con un chasqueo de dedos un zombi-mayordomo se acercó y comenzó a subir las escaleras. Beck no necesitó más presión para huir, echando una última mirada entre aterrorizada y suplicante a Lisandot, salió a correr detrás de su guía y lo adelantó escaleras arriba, en busca de una habitación que no le traía solución alguna, pero le daba una salida de aquella habitación por la que escapar... al menos de momento.
Abajo, el Señor de Maglavar miró a Lisandot inquisitivamente y le dijo:
- No sé si has entendido lo que ha sucedido, pero sé que eres una sanadora. Quizás el señor Mavek necesite tu ayuda.- Luego se giró, majestuosamente, para salir quizás esperando que Lisandot la siguiese, aunque la miró por encima del hombro para concluir.- Y quizás el señor Beck también.
FDI: Pido disculpas por mi muy muy lento ritmo de posteo. Estoy de exámenes, y además tengo aquí a mi novia con la que echo el poco tiempo que tengo
- Lo siento.- Y nada más surgió de la boca de Beck, porque se cerró en seco y se quedó mirando como hipnotizado las letras que se volvían borrosas e irreconocibles. Otro tomó la voz cantante, el Señor de Maglavar, que así intervino.
- Dejen de mirar al caballero y ayuden al señor Mavek, necesitará de atención, de paños calientes, hagan algo. ¡Vamos, vamos!- y casi espantó al resto de comensales con gestos bruscos. -Estás visiblemente alterado.- se dirigía a Beck.- Puedes subir a tu habitación y descansar. Un lacayo te acompañará.
Con un chasqueo de dedos un zombi-mayordomo se acercó y comenzó a subir las escaleras. Beck no necesitó más presión para huir, echando una última mirada entre aterrorizada y suplicante a Lisandot, salió a correr detrás de su guía y lo adelantó escaleras arriba, en busca de una habitación que no le traía solución alguna, pero le daba una salida de aquella habitación por la que escapar... al menos de momento.
Abajo, el Señor de Maglavar miró a Lisandot inquisitivamente y le dijo:
- No sé si has entendido lo que ha sucedido, pero sé que eres una sanadora. Quizás el señor Mavek necesite tu ayuda.- Luego se giró, majestuosamente, para salir quizás esperando que Lisandot la siguiese, aunque la miró por encima del hombro para concluir.- Y quizás el señor Beck también.
FDI: Pido disculpas por mi muy muy lento ritmo de posteo. Estoy de exámenes, y además tengo aquí a mi novia con la que echo el poco tiempo que tengo
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Sí, un animal acorralado o un criminal sorprendido in fraganti en su crimen, así aparecía Beck ante sus interrogadores ojos. Todavía no lograba asimilar del todo el episodio que acababa de presenciar y la desmesurada reacción del hombre del pelo cano le resultaba incomprensible, si hasta parecía al borde de un colapso. Entonces, los labios del hombre se abrieron, pero no emitieron sonido alguno; de ella salieron letras de colores que flotaron en el aire y compusieron una frase: “Lo siento”
¿Lo sentía? ¿Por qué? ¿Él era el responsable de lo que le había pasado al señor Mavek? ¿Cómo? ¿Y porqué se disculpaba con ella? ¿Por qué le dirigía esa mirada suplicante antes de partir? Algo pugnó por salir desde el fondo de su mente, era como si todas las piezas de un intrincado rompecabezas estuvieran a punto de calzar para mostrar la forma que ocultaban…
*en la caverna, la durmiente se agitó y gimió, inquieta, próxima a despertar*
… entonces, el señor de Maglavar volvió a hablar, dirigiéndose a ella esta vez y la solución al enigma volvió momentáneamente a las sombras.
No entendía del todo lo que había pasado, no aún, pero sí comprendía que alguien necesitaba su ayuda. Sólo hizo una señal afirmativa con la cabeza en respuesta a las palabras del caballero y se dispuso a seguirlo, como él parecía esperar… sólo que no caminó a ninguna parte.
Simplemente apareció en una habitación en la que el desfallecido señor Mavek reposaba sobre una cama, atendido por un camarero zombie. Alguna vez había visto a una persona que había estado a punto de morir luego de que un vampiro se alimentara de ella… el pobre Mavek tenía un aspecto muy similar. Estaba lívido y exangüe, pero no corría riesgo vital. Con descanso y un reconstituyente que le recetó no tardaría en recuperar sus fuerzas, las físicas al menos. Intuía que el mago había sufrido un daño distinto, que ella no podía ni diagnosticar ni tratar…
Terminada su labor con Mavek, recordó que el dueño de casa había mencionado también a Beck. Y como si el sólo recuerdo fuera una suerte de conjuro, se encontró en la habitación del hombre del pelo cano. Sin duda, había muchas preguntas que podía haberle formulada, pero sólo una salió de sus labios.
- ¿Qué eres tú?
Un ruido que parecía emerger de las profundidades de la tierra hizo eco a sus palabras y como obedeciendo a una orden secreta, la habitación comenzó a estremecerse violentamente.
¿Lo sentía? ¿Por qué? ¿Él era el responsable de lo que le había pasado al señor Mavek? ¿Cómo? ¿Y porqué se disculpaba con ella? ¿Por qué le dirigía esa mirada suplicante antes de partir? Algo pugnó por salir desde el fondo de su mente, era como si todas las piezas de un intrincado rompecabezas estuvieran a punto de calzar para mostrar la forma que ocultaban…
*en la caverna, la durmiente se agitó y gimió, inquieta, próxima a despertar*
… entonces, el señor de Maglavar volvió a hablar, dirigiéndose a ella esta vez y la solución al enigma volvió momentáneamente a las sombras.
No entendía del todo lo que había pasado, no aún, pero sí comprendía que alguien necesitaba su ayuda. Sólo hizo una señal afirmativa con la cabeza en respuesta a las palabras del caballero y se dispuso a seguirlo, como él parecía esperar… sólo que no caminó a ninguna parte.
Simplemente apareció en una habitación en la que el desfallecido señor Mavek reposaba sobre una cama, atendido por un camarero zombie. Alguna vez había visto a una persona que había estado a punto de morir luego de que un vampiro se alimentara de ella… el pobre Mavek tenía un aspecto muy similar. Estaba lívido y exangüe, pero no corría riesgo vital. Con descanso y un reconstituyente que le recetó no tardaría en recuperar sus fuerzas, las físicas al menos. Intuía que el mago había sufrido un daño distinto, que ella no podía ni diagnosticar ni tratar…
Terminada su labor con Mavek, recordó que el dueño de casa había mencionado también a Beck. Y como si el sólo recuerdo fuera una suerte de conjuro, se encontró en la habitación del hombre del pelo cano. Sin duda, había muchas preguntas que podía haberle formulada, pero sólo una salió de sus labios.
- ¿Qué eres tú?
Un ruido que parecía emerger de las profundidades de la tierra hizo eco a sus palabras y como obedeciendo a una orden secreta, la habitación comenzó a estremecerse violentamente.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Conforme entró en el cuarto cerró la puerta con un nervioso portazo que resonó en la cerrada habitación y echó un vistazo en derredor. La habitación era pequeña y consistía en una cama de aspecto cómodo, cubierta por una manta turquesa de aspecto aterciopelado, una cómoda, un armario de vetusto aspecto, y al fondo una ventana, y a ambos lados dos espejos. Cansado, y notando como le temblaban las rodillas se dejó caer sobre la cama tratando de pensar un plan. Siempre había tenido un plan, no iba a ser menos ahora. Pero su cerebro se negaba a funcionar, y se perdía en laberintos lógicos por los que las ideas corrían y se escurrían en cuanto alcanzaba a formar la más mínima idea coherente. Solo podía pensar en que de nuevo se había delatado, en que comenzarían las molestas preguntas, las miradas, y al final vendrían en sus oscuras capas, haciendo sus pesquisas, husmeando. Tenía ganas de gritar, pero temía que si lo hacía vendría alguien y tendría que dar explicaciones.
Finalmente, suspirando sonoramente, se levantó y comenzó a deambular por la habitación, nervioso y tratando de decidir qué podría hacer ahora. Se acercó a la ventana y observó la verde pradera que había afuera. Quizás podría correr de nuevo, pero se sentía muy cansado. Tan cansado que pensó que unas enormes ojeras habrían surgido bajo sus antaño alegres ojos grises. Su pelo estaría más cano, tendría más arrugas y su figura habría decaído. Tan seguro estaba de ello que se miró al espejo, buscando estos gestos. Sin embargo, el Beck que le devolvió la mirada no era más viejo. De hecho, parecía tan sano y fuerte que nunca podría haber encajado esa apariencia con como se sentía. Quizá por eso no le extrañó (al menos no mucho) cuando se dio cuenta de que su copia en el espejo no seguía sus movimientos, sino que le miraba escrutadora y cuando se dio cuenta de esto, cuando tuvo la certeza, su reflejo le sonrió macabramente.
- Hola, muchacho.- Beck no necesitó más que oir esa voz para saber que yo le miraba desde el espejo. Era Niman el Infausto. Y no le llamaban así sin razón, porque bajo este nombre el mismo hombre que hoy era Beck había matado a tres guardias y a una pareja de campesinos, por si acaso daban la alarma. Aún recordaba aquellos hechos, y sobre todo recordaba cómo había dejado de ser Niman. Horrorizado, se miró las manos y le extrañó que ni las suyas ni las del yo del espejo estuviesen manchadas de sangre. La sangre de un niño debería ser imborrable, para castigo de los infanticidas. Parpadeó, intentando que la visión desapareciese, pero no lo hizo, sino que le continuó hablando.- Huyendo aún, ¿eh?- Le miró con una fingida piedad, que solo hizo que sus próximas palabras, que había tomado de la mujer que le había amado, fuesen aún más crueles.- ¿Tú nunca descansas? - Igual de cruel fue la sonrisa posterior.
- Déjame en paz, maldita sea.- le gritó desgañítándose y olvidándose de las posibles explicaciones que tendría que dar, ahora también por hablar con su reflejo en el espejo.- Lárgate y no vuelvas- Ante estas palabras, su reflejo se puso repentinamente muy serio, y su mirada fue acerada cuando contestó.
- Yo puedo dejarte en paz, lo sabes. Aun a pesar de las pesadillas que te acosan por las noches por lo que hiciste, yo puedo dejarte en paz. Pero ellos no van a hacerlo, lo sabes, ¿verdad?- el yo del espejo dejó pasar unos segundos en silencio, como para dejarle asimilar los hechos y luego continuó, con un tono entre autoritario y sugestivo.- Nunca te dejarán vivir, nunca serás uno más, deberías asumirlo, deberías ser lo que ellos creen que eres. Deberías liberarte. Deberías ser tú como eres. Deberías liberar lo que realmente somos y llevas dentro.
Estas palabras enfurecieron a Beck, que apretó los puños hasta clavarse las uñas. Hacía un tiempo había llegado a pensar que no era humano. Que era algo más, y que ese algo estaba en su interior. Había tratado durante años de averiguar qué era, pero finalmente, había renunciado porque ese camino le llevaba por una senda de dolores ajenos, y, sobre todo, porque había comprendido que solo buscaba una excusa para no sentirse un humano más, para no comprender que él podría haber sido una persona de las que le odiaban y temían sin conocerle, si la vida hubiese sido solo algo diferente. El caso es que Beck había llegado a su límite, y apretó los dientes hasta que le supo la boca a sangre, y los ojos se le llenaron de lágrimas de rabia, que le escocían como fuego. Quería gritar, quería romper algo, pero finalmente de su boca solo salió una ronca frase, las palabras estranguladas por la misma fuerza de su rabia sonaron frías y firmes.
- No soy nada. No soy nada superior. Porque me causen mal desconocidos yo no lo pagaré con terceros inocentes. Yo no soy como ellos.- Y diciendo esto se giró de espaldas al espejo, y curiosamente, en el mismo momento en que dejó de mirar el espejo comprendió que su otro yo no podría hablarle si lo ignoraba. Así que lo ignoró durante un minuto, hasta que si su rabia no se aplacó, al menos la enterró.
Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que Lisandot estaba en su cuarto. Ignoraba cuanto tiempo había pasado ella allí, pero podía ver su mirada cuando le preguntó, y pudo oir claramente sus palabras. Le asombró el repentino bofetón que fueron aquellas palabras. El dolor fue casi físico y le hizo tambalearse. ¿Cómo ella, precisamente, podía acudir hasta alguien distinto, alguien que se ocupaba tanto de ocultar sus cualidades y de ser una persona más y dejarle tan claro con tan pocas palabras que no lo era? O al menos, que a los ojos de la mayoría nunca lo sería. Que siempre le preguntarían qué antes que quién era.
El enorme temblor repentino hizo que Beck cayese sobre una rodilla, y entonces fue cuando descubrió de donde procedía el temblor. Venía de atrás, a su espalda, y cuando se giró de medio lado y pudo ver el espejo se sorprendió al ver a Niman, que no era sino él mismo. Su rostro estaba constreñido en una mueca de furia y golpeaba el cristal, que se abombaba y con cada golpe la sala temblaba. Y ahora que lo miraba podía oirlo, él gritaba tan claramente que se asombró de no haberlo podido oir, aunque la voz no sonaba como un sonido normal, sino directamente en su cabeza.
- Díselo, ¡dile lo que eres! Dile que eres un monstruo. ¡Dile que eres mucho más, que no lo comprendería! Deja de negarte a ti mismo y comienza a vivir, a existir maldita sea. - gritaba su reflejo del pasado golpeando el espejo con todas sus fuerzas.
Y la mirada de Beck fue de pura furia cuando no pudo aguantar más y gritó con todas sus fuerzas.
- No me hables de existir. No existes. Ya no, nunca más. Eres polvo, un muerto enterrado. Déjame en paz, nunca fuiste nada, porque ni siquiera fuiste humano.- Y aquella expresión de ira, que se escapó de sus labios sin pensar golpeó el cristal, que explotó en un millón de esquirlas, que brillando golpearon contra él, mientras se escudaba tras su brazo. Pero aquellos cristales no pudieron herirle tanto como las palabras de Lisandot de unos segundos antes. Estos cristales no le causaron dolor, sino que rebotaron contra su brazo alzado y cayeron inertes. Levantándose del suelo, Beck miró a Lisandot con una expresión neutra, y seguiría mirándola con esa misma cara tras hablar con tono cansado y monocorde, y cuando Prickwick llegase a la sala segundos después.
- Siento mucho todo el mal que te he hecho, pero, querida, ¿cómo puedes mirarme así, siquiera, por algo que no puedo controlar?
Entonces fue cuando Prickwick rompió el silencio repentino, empujando la puerta con fuerza y haciendo que se estrellase su pomo contra la pared. Los miró, con sus modales nerviosos y extraños, y no fue hasta que habló que Beck comprendió que estaba aún más nervioso de lo que era normal en él.
- Tenéis que iros, ahora.- miró a su espalda y cerró la puerta de un portazo- Al señor de Maglavar no le gustará, lleva mucho tiempo sin tener invitados. Pero este no es vuestro lugar, y el que estéis aquí podría traer consecuencias... ¡impredecibles!
Finalmente, suspirando sonoramente, se levantó y comenzó a deambular por la habitación, nervioso y tratando de decidir qué podría hacer ahora. Se acercó a la ventana y observó la verde pradera que había afuera. Quizás podría correr de nuevo, pero se sentía muy cansado. Tan cansado que pensó que unas enormes ojeras habrían surgido bajo sus antaño alegres ojos grises. Su pelo estaría más cano, tendría más arrugas y su figura habría decaído. Tan seguro estaba de ello que se miró al espejo, buscando estos gestos. Sin embargo, el Beck que le devolvió la mirada no era más viejo. De hecho, parecía tan sano y fuerte que nunca podría haber encajado esa apariencia con como se sentía. Quizá por eso no le extrañó (al menos no mucho) cuando se dio cuenta de que su copia en el espejo no seguía sus movimientos, sino que le miraba escrutadora y cuando se dio cuenta de esto, cuando tuvo la certeza, su reflejo le sonrió macabramente.
- Hola, muchacho.- Beck no necesitó más que oir esa voz para saber que yo le miraba desde el espejo. Era Niman el Infausto. Y no le llamaban así sin razón, porque bajo este nombre el mismo hombre que hoy era Beck había matado a tres guardias y a una pareja de campesinos, por si acaso daban la alarma. Aún recordaba aquellos hechos, y sobre todo recordaba cómo había dejado de ser Niman. Horrorizado, se miró las manos y le extrañó que ni las suyas ni las del yo del espejo estuviesen manchadas de sangre. La sangre de un niño debería ser imborrable, para castigo de los infanticidas. Parpadeó, intentando que la visión desapareciese, pero no lo hizo, sino que le continuó hablando.- Huyendo aún, ¿eh?- Le miró con una fingida piedad, que solo hizo que sus próximas palabras, que había tomado de la mujer que le había amado, fuesen aún más crueles.- ¿Tú nunca descansas? - Igual de cruel fue la sonrisa posterior.
- Déjame en paz, maldita sea.- le gritó desgañítándose y olvidándose de las posibles explicaciones que tendría que dar, ahora también por hablar con su reflejo en el espejo.- Lárgate y no vuelvas- Ante estas palabras, su reflejo se puso repentinamente muy serio, y su mirada fue acerada cuando contestó.
- Yo puedo dejarte en paz, lo sabes. Aun a pesar de las pesadillas que te acosan por las noches por lo que hiciste, yo puedo dejarte en paz. Pero ellos no van a hacerlo, lo sabes, ¿verdad?- el yo del espejo dejó pasar unos segundos en silencio, como para dejarle asimilar los hechos y luego continuó, con un tono entre autoritario y sugestivo.- Nunca te dejarán vivir, nunca serás uno más, deberías asumirlo, deberías ser lo que ellos creen que eres. Deberías liberarte. Deberías ser tú como eres. Deberías liberar lo que realmente somos y llevas dentro.
Estas palabras enfurecieron a Beck, que apretó los puños hasta clavarse las uñas. Hacía un tiempo había llegado a pensar que no era humano. Que era algo más, y que ese algo estaba en su interior. Había tratado durante años de averiguar qué era, pero finalmente, había renunciado porque ese camino le llevaba por una senda de dolores ajenos, y, sobre todo, porque había comprendido que solo buscaba una excusa para no sentirse un humano más, para no comprender que él podría haber sido una persona de las que le odiaban y temían sin conocerle, si la vida hubiese sido solo algo diferente. El caso es que Beck había llegado a su límite, y apretó los dientes hasta que le supo la boca a sangre, y los ojos se le llenaron de lágrimas de rabia, que le escocían como fuego. Quería gritar, quería romper algo, pero finalmente de su boca solo salió una ronca frase, las palabras estranguladas por la misma fuerza de su rabia sonaron frías y firmes.
- No soy nada. No soy nada superior. Porque me causen mal desconocidos yo no lo pagaré con terceros inocentes. Yo no soy como ellos.- Y diciendo esto se giró de espaldas al espejo, y curiosamente, en el mismo momento en que dejó de mirar el espejo comprendió que su otro yo no podría hablarle si lo ignoraba. Así que lo ignoró durante un minuto, hasta que si su rabia no se aplacó, al menos la enterró.
Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que Lisandot estaba en su cuarto. Ignoraba cuanto tiempo había pasado ella allí, pero podía ver su mirada cuando le preguntó, y pudo oir claramente sus palabras. Le asombró el repentino bofetón que fueron aquellas palabras. El dolor fue casi físico y le hizo tambalearse. ¿Cómo ella, precisamente, podía acudir hasta alguien distinto, alguien que se ocupaba tanto de ocultar sus cualidades y de ser una persona más y dejarle tan claro con tan pocas palabras que no lo era? O al menos, que a los ojos de la mayoría nunca lo sería. Que siempre le preguntarían qué antes que quién era.
El enorme temblor repentino hizo que Beck cayese sobre una rodilla, y entonces fue cuando descubrió de donde procedía el temblor. Venía de atrás, a su espalda, y cuando se giró de medio lado y pudo ver el espejo se sorprendió al ver a Niman, que no era sino él mismo. Su rostro estaba constreñido en una mueca de furia y golpeaba el cristal, que se abombaba y con cada golpe la sala temblaba. Y ahora que lo miraba podía oirlo, él gritaba tan claramente que se asombró de no haberlo podido oir, aunque la voz no sonaba como un sonido normal, sino directamente en su cabeza.
- Díselo, ¡dile lo que eres! Dile que eres un monstruo. ¡Dile que eres mucho más, que no lo comprendería! Deja de negarte a ti mismo y comienza a vivir, a existir maldita sea. - gritaba su reflejo del pasado golpeando el espejo con todas sus fuerzas.
Y la mirada de Beck fue de pura furia cuando no pudo aguantar más y gritó con todas sus fuerzas.
- No me hables de existir. No existes. Ya no, nunca más. Eres polvo, un muerto enterrado. Déjame en paz, nunca fuiste nada, porque ni siquiera fuiste humano.- Y aquella expresión de ira, que se escapó de sus labios sin pensar golpeó el cristal, que explotó en un millón de esquirlas, que brillando golpearon contra él, mientras se escudaba tras su brazo. Pero aquellos cristales no pudieron herirle tanto como las palabras de Lisandot de unos segundos antes. Estos cristales no le causaron dolor, sino que rebotaron contra su brazo alzado y cayeron inertes. Levantándose del suelo, Beck miró a Lisandot con una expresión neutra, y seguiría mirándola con esa misma cara tras hablar con tono cansado y monocorde, y cuando Prickwick llegase a la sala segundos después.
- Siento mucho todo el mal que te he hecho, pero, querida, ¿cómo puedes mirarme así, siquiera, por algo que no puedo controlar?
Entonces fue cuando Prickwick rompió el silencio repentino, empujando la puerta con fuerza y haciendo que se estrellase su pomo contra la pared. Los miró, con sus modales nerviosos y extraños, y no fue hasta que habló que Beck comprendió que estaba aún más nervioso de lo que era normal en él.
- Tenéis que iros, ahora.- miró a su espalda y cerró la puerta de un portazo- Al señor de Maglavar no le gustará, lleva mucho tiempo sin tener invitados. Pero este no es vuestro lugar, y el que estéis aquí podría traer consecuencias... ¡impredecibles!
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
El violento temblor los hizo caer a ambos. Pero en su mente más que el miedo o el desconcierto por la situación, lo que predominó en un comienzo fue la impresión que la reacción de Beck le causó; él se había tambaleado como si le hubiese dado una fuerte bofetada en lugar de sólo hablarle. No había imaginado siquiera una reacción así, aunque sabía demasiado bien que las palabras podían hacer mucho más daño que cualquier arma ¿No lo había vivido en carne propia más de una vez? Una punzada de arrepentimiento la traspasó al percibir el dolor que había causado con su pregunta, pero no tuvo tiempo para reflexionar sobre el asunto…
¿Qué está pasando?
Algo golpeaba el espejo desde dentro, haciendo que el cristal se abombara y, con cada golpe, se estremecía la habitación entera. Pero lo más espeluznante fue ver a Beck gritándole iracundo al espejo, como si conociera al ente o espíritu que lo anidaba, para destruirlo luego. Cuando las esquirlas volaron por la habitación hizo un ovillo con su cuerpo, en un movimiento instintivo para protegerse, pero ninguna de ellas la alcanzó. Extrañamente, todas convergieron en el hombre canoso, pero tampoco a él lo lastimaron.
Estaba asustada, desconcertada y con una ominosa sensación de haber cometido un gran error, aunque todavía no podía identificarlo. La expresión de Beck, el tono de su voz, confirmaron su percepción de que sus palabras le habían provocado un enorme dolor, pero la confundieron aún más. ¿Por qué él se lamentaba por el mal que le había hecho a ella? Era el señor Maveck él que había resultado dañado, no ella ¿Y qué era lo que no podía controlar? ¿Lo que había sucedido en el comedor? Algo, una especie de recuerdo, pugnó por formarse en su mente…
- Y en la cueva, la durmiente se agitaba más y más inquieta –
… pero se diluyó sin que consiguiera asirlo, dejándola con la frustrante impresión de que le hubiera permitido entender esta extraña situación.
-. Yo… yo no entiendo – balbuceó, poniéndose de pie - ¿por qué dices que me hiciste mal? ¿Cuándo fue, dónde? No entiendo… no entiendo… ¿Por qué…
Se detuvo vacilando, mientras otras preguntas empezaban a tomar forma en sus pensamientos ¿Por qué te dolieron tanto mis palabras? ¿Por qué si ningún lazo nos une, si nos conocimos en este lugar? ¿Por qué reaccionaste como si no esperaras que yo pudiera preguntar algo así? ¿Qué sabes de mí? ¿Qué crees que sé de ti?
No pudo formular esas preguntas porque un muy nervioso señor Prickwick irrumpió en la sala, pidiéndoles que se fueran y anunciando catástrofes si no lo hacían.
- Sí, sí – asintió distraídamente, entendiendo a medias lo que el hombrecillo decía.
Entre todas las preguntas que daban vueltas en su cabeza, sólo una certeza se hacía presente. La forma en que había realizado su pregunta implicaba, en sí misma, un juicio. Había juzgado sin saber, le había hecho a otro lo mismo que en más de alguna ocasión le habían hecho a ella. ¿Y si él, de alguna manera, era como ella? Miró sorprendida a Beck cuando esta idea cruzó por su mente. Estaban de nuevo solos en la habitación, el señor Pricwick había salido mientras divagaba sin que ella lo notara.
Absorta en sus dudas, conclusiones y revelaciones, no recordaba la advertencia del hombrecillo y no prestaba tampoco atención a su alrededor. No notó, por lo tanto, que la habitación comenzaba a difuminarse gradualmente, como si un artista arrepentido estuviera borrando el dibujo que antaño creara.
¿Qué está pasando?
Algo golpeaba el espejo desde dentro, haciendo que el cristal se abombara y, con cada golpe, se estremecía la habitación entera. Pero lo más espeluznante fue ver a Beck gritándole iracundo al espejo, como si conociera al ente o espíritu que lo anidaba, para destruirlo luego. Cuando las esquirlas volaron por la habitación hizo un ovillo con su cuerpo, en un movimiento instintivo para protegerse, pero ninguna de ellas la alcanzó. Extrañamente, todas convergieron en el hombre canoso, pero tampoco a él lo lastimaron.
Estaba asustada, desconcertada y con una ominosa sensación de haber cometido un gran error, aunque todavía no podía identificarlo. La expresión de Beck, el tono de su voz, confirmaron su percepción de que sus palabras le habían provocado un enorme dolor, pero la confundieron aún más. ¿Por qué él se lamentaba por el mal que le había hecho a ella? Era el señor Maveck él que había resultado dañado, no ella ¿Y qué era lo que no podía controlar? ¿Lo que había sucedido en el comedor? Algo, una especie de recuerdo, pugnó por formarse en su mente…
- Y en la cueva, la durmiente se agitaba más y más inquieta –
… pero se diluyó sin que consiguiera asirlo, dejándola con la frustrante impresión de que le hubiera permitido entender esta extraña situación.
-. Yo… yo no entiendo – balbuceó, poniéndose de pie - ¿por qué dices que me hiciste mal? ¿Cuándo fue, dónde? No entiendo… no entiendo… ¿Por qué…
Se detuvo vacilando, mientras otras preguntas empezaban a tomar forma en sus pensamientos ¿Por qué te dolieron tanto mis palabras? ¿Por qué si ningún lazo nos une, si nos conocimos en este lugar? ¿Por qué reaccionaste como si no esperaras que yo pudiera preguntar algo así? ¿Qué sabes de mí? ¿Qué crees que sé de ti?
No pudo formular esas preguntas porque un muy nervioso señor Prickwick irrumpió en la sala, pidiéndoles que se fueran y anunciando catástrofes si no lo hacían.
- Sí, sí – asintió distraídamente, entendiendo a medias lo que el hombrecillo decía.
Entre todas las preguntas que daban vueltas en su cabeza, sólo una certeza se hacía presente. La forma en que había realizado su pregunta implicaba, en sí misma, un juicio. Había juzgado sin saber, le había hecho a otro lo mismo que en más de alguna ocasión le habían hecho a ella. ¿Y si él, de alguna manera, era como ella? Miró sorprendida a Beck cuando esta idea cruzó por su mente. Estaban de nuevo solos en la habitación, el señor Pricwick había salido mientras divagaba sin que ella lo notara.
Absorta en sus dudas, conclusiones y revelaciones, no recordaba la advertencia del hombrecillo y no prestaba tampoco atención a su alrededor. No notó, por lo tanto, que la habitación comenzaba a difuminarse gradualmente, como si un artista arrepentido estuviera borrando el dibujo que antaño creara.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Beck se miró el brazo, donde el impacto de los cristales había dejado una extraña marca, mientras divagaba sobre lo que acababa de pasar. Se sentía agotado, muy cansado. Toda la rabia contenida que había lanzado un momento antes había escapado, y con ella su energía, y que todo se difuminase ni siquiera le extrañó, porque iba a juego con su estado de ánimo. Miró a la puerta, que Prickwick había cerrado segundos antes, y que ahora había perdido su marrón y era casi de un gris oscuro y difuso. Tenía la ominosa sensación de que si intentaba abrir aquella puerta se encontraría con que al otro lado había una pared gris de piedra.
En el fondo, solo en el fondo, era consciente de que estaba tratando de evitar las preguntas de Lisandot, porque le avergonzaba reconocer que no sabía la respuesta. Pero la sensación de culpa persistía, y si se concentraba en saber por qué sabía sobre ella, por qué tenía la certeza de que era alguien singular, sólo conseguía una punzada de dolor en la sien y una extraña sensación de irrealidad. Más de tres veces se llevó la mano al punto donde se le iniciaba ese dolor tan peculiar con la repentina idea de que estaría sangrando, pero nunca era así. Y quedaba siempre una extraña sensación de urgencia, como si hubiese algo que debía saber pero que no sabía, pero la idea se le escapaba, una y otra vez, como las palabras del señor Prickwick “este no es vuestro lugar”.
Por más que reflexionaba sobre qué quería decir, menos lo entendía. Finalmente, apartó la idea de su cabeza y miró a Lisandot, que era lo único que guardaba colores vivos en la habitación cada vez más gris y apagada. Apenas fue consciente de que los muebles del cuarto habían desaparecido, dejando la habitación con un aspecto muy vacío y solitario. Ella parecía distraída, perdida dentro de sí misma, y Beck temió molestarla, pero pasaron los segundos, y él no sabía qué hacer, sólo sabía que quería salir de aquel lugar oprimente y difuso. En una cueva muy lejana, un Beck dormido se debatía en sueños, inconsciente de su entorno y el peligro que corría. Finalmente, el Beck que no dormía preguntó timidamente, ¿te encuentras bien?
En el fondo, solo en el fondo, era consciente de que estaba tratando de evitar las preguntas de Lisandot, porque le avergonzaba reconocer que no sabía la respuesta. Pero la sensación de culpa persistía, y si se concentraba en saber por qué sabía sobre ella, por qué tenía la certeza de que era alguien singular, sólo conseguía una punzada de dolor en la sien y una extraña sensación de irrealidad. Más de tres veces se llevó la mano al punto donde se le iniciaba ese dolor tan peculiar con la repentina idea de que estaría sangrando, pero nunca era así. Y quedaba siempre una extraña sensación de urgencia, como si hubiese algo que debía saber pero que no sabía, pero la idea se le escapaba, una y otra vez, como las palabras del señor Prickwick “este no es vuestro lugar”.
Por más que reflexionaba sobre qué quería decir, menos lo entendía. Finalmente, apartó la idea de su cabeza y miró a Lisandot, que era lo único que guardaba colores vivos en la habitación cada vez más gris y apagada. Apenas fue consciente de que los muebles del cuarto habían desaparecido, dejando la habitación con un aspecto muy vacío y solitario. Ella parecía distraída, perdida dentro de sí misma, y Beck temió molestarla, pero pasaron los segundos, y él no sabía qué hacer, sólo sabía que quería salir de aquel lugar oprimente y difuso. En una cueva muy lejana, un Beck dormido se debatía en sueños, inconsciente de su entorno y el peligro que corría. Finalmente, el Beck que no dormía preguntó timidamente, ¿te encuentras bien?
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
La tímida pregunta la sacó de sus divagaciones; miró al hombre con curiosidad ante su cambio de actitud antes de responder con cierta vacilación.
- Yo… sí, sí estoy bien… gracias…
Mientras hablaba, miró en torno de la manera en que se hace cuando uno recién está despertando y sólo entonces advirtió el cambio que se había producido en la habitación. Todo mueble y ornamentación habían desaparecido, así como cada color y cada detalle. Sólo podían verse los trazos que limitaban el techo, las paredes, la ventana y la puerta, como si estuvieran metidos en una especie de bosquejo en tercera dimensión.
- ¿Qué es esto? ¿Qué esta pasando aquí?
En su voz había duda y temor y sus ojos se oscurecieron visiblemente. Entonces, una especie de vahído la acometió y algo dentro de ella se rebulló, una especie de recuerdo de su cuerpo, que no de su memoria, intentando salir. Tambaleante, se apoyó en una de las descoloridas paredes intentando no caer y miró a Beck, con ojos cada vez más grandes, más asustados, más oscuros. De un momento a otro, ya no se encontraba bien.
Sin que supiera qué estaba pasando ni porqué, su cuerpo se vio sacudido por una oleada de dolor y frío y como si fuera víctima de un hechizo, toda su apariencia cambió. En lugar de la larga trenza adornada con flores, lucía ahora una desarreglada melena hasta los hombros y su ropa estaba mojada, ajada y muy sucia. Miraba a Beck desconcertada, esperando de alguna manera que él pudiera darle una explicación, cuando un fuerte dolor atravesó su rodilla derecha y la hizo caer con un agudo quejido.
Al dar con su cuerpo en el piso, éste se combó bajo su peso y toda la habitación se estremeció y se quejó ligeramente y, enseguida, el techo, las paredes y el mismo piso comenzaron a rasgarse como si sólo estuvieran hechos de papel.
- Yo… sí, sí estoy bien… gracias…
Mientras hablaba, miró en torno de la manera en que se hace cuando uno recién está despertando y sólo entonces advirtió el cambio que se había producido en la habitación. Todo mueble y ornamentación habían desaparecido, así como cada color y cada detalle. Sólo podían verse los trazos que limitaban el techo, las paredes, la ventana y la puerta, como si estuvieran metidos en una especie de bosquejo en tercera dimensión.
- ¿Qué es esto? ¿Qué esta pasando aquí?
En su voz había duda y temor y sus ojos se oscurecieron visiblemente. Entonces, una especie de vahído la acometió y algo dentro de ella se rebulló, una especie de recuerdo de su cuerpo, que no de su memoria, intentando salir. Tambaleante, se apoyó en una de las descoloridas paredes intentando no caer y miró a Beck, con ojos cada vez más grandes, más asustados, más oscuros. De un momento a otro, ya no se encontraba bien.
Sin que supiera qué estaba pasando ni porqué, su cuerpo se vio sacudido por una oleada de dolor y frío y como si fuera víctima de un hechizo, toda su apariencia cambió. En lugar de la larga trenza adornada con flores, lucía ahora una desarreglada melena hasta los hombros y su ropa estaba mojada, ajada y muy sucia. Miraba a Beck desconcertada, esperando de alguna manera que él pudiera darle una explicación, cuando un fuerte dolor atravesó su rodilla derecha y la hizo caer con un agudo quejido.
Al dar con su cuerpo en el piso, éste se combó bajo su peso y toda la habitación se estremeció y se quejó ligeramente y, enseguida, el techo, las paredes y el mismo piso comenzaron a rasgarse como si sólo estuvieran hechos de papel.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Era curioso, pensó Beck, a pesar de lo mucho que le había molestado la pregunta de Lisandot y su falta de tacto, en contra del esperado sentimiento de ira se había encontrado apático y vacío. Sólo quedaba una extraña mixtura de sensaciones profundas que no alcanzaba muy bien: preocupación aderezada con culpa y una pizca de miedo. Cuando el suelo se combó, una extraña luz comenzó a filtrarse por rendijas del techo, y mientras caía de rodillas al suelo, Beck observó la extraña reacción que se producía: No es que las grietas se ensanchasen, sino que la habitación caía hacia fuera por ellas, siendo absorbida y empequeñeciendo tanto como Beck y Lisandot empequeñecían con ella, hasta que la grieta fue tan grande que casi ocupaba todo. Y por ella fueron capaces de ver una cueva oscura. Cuando pudieron ver, pudieron oír la lluvia que repiqueteaba insistente contra la entrada y el viento fuerte de la tormenta. Cuando pudieron oir, Beck pudo sentir el terrible dolor que le traspasaba, y en ese mismo momento, mientras la realidad les reclamaba, pudo recordar lo sucedido, como si fuese un relámpago de ideas que le llenase la cabeza de luz.
Y con esta luz nueva y vieja luz, Beck abrió los ojos en la oscura cueva. Estaba temblando muy fuertemente y le dolía todo el cuerpo, su cabeza sangraba por la sien, donde se había golpeado repetidas veces. Su cabeza y todo su cuerpo seguía golpeándose contra las piedras, pero era incapaz de evitar el movimiento. No era la primera vez que sufría un ataque y se esforzó como pudo para girarse, mientras los dientes le hacían dos heridas en la lengua, por arriba y por abajo, al morderse con fuerza. Ni siquiera podía hilvanar pensamientos seguidos, pero claramente podía oir el gemido lastimero de Lisandot, aunque no sabía si estaba despierta ya. Sentía un frío penetrante tal que cuando una gota de sangre de su propia sien se le escurrió por la cara no la sintió hasta que se le metió en el ojo. El ataque pasaría, más tarde o más temprano, pero, ¿y luego? ¿Qué haría debilitado y enfermo, y con Lisandot herida?
Pero esta preocupación se diluyó en su mente conforme pasaban los segundos y luego los minutos, para ser sustituidas por la repulsión a su propia sangre llenándole la boca y resbalándole fuera poco a poco, y el cada vez mayor dolor de su abdomen, causado por las inclementes y bruscas sacudidas. Cuando dejó de sacudirse estaba tan debilitado y enfermo que se sumió en un febril estado de semiinconsciencia que no se rompería hasta minutos después, cuando Lisandot consiguiese escapar finalmente de su propia mente, donde había ido a caer tras ser expulsada del sueño inducido por Beck.
Lo que ninguno de los dos podían saber aún es que ese sueño había viajado con ellos, y se encontraba por allí cerca, fuera de la cueva. En medio de la foresta había aparecido de golpe una mansión fuera de lugar: la mansión del Señorío de Maglavar.
Y con esta luz nueva y vieja luz, Beck abrió los ojos en la oscura cueva. Estaba temblando muy fuertemente y le dolía todo el cuerpo, su cabeza sangraba por la sien, donde se había golpeado repetidas veces. Su cabeza y todo su cuerpo seguía golpeándose contra las piedras, pero era incapaz de evitar el movimiento. No era la primera vez que sufría un ataque y se esforzó como pudo para girarse, mientras los dientes le hacían dos heridas en la lengua, por arriba y por abajo, al morderse con fuerza. Ni siquiera podía hilvanar pensamientos seguidos, pero claramente podía oir el gemido lastimero de Lisandot, aunque no sabía si estaba despierta ya. Sentía un frío penetrante tal que cuando una gota de sangre de su propia sien se le escurrió por la cara no la sintió hasta que se le metió en el ojo. El ataque pasaría, más tarde o más temprano, pero, ¿y luego? ¿Qué haría debilitado y enfermo, y con Lisandot herida?
Pero esta preocupación se diluyó en su mente conforme pasaban los segundos y luego los minutos, para ser sustituidas por la repulsión a su propia sangre llenándole la boca y resbalándole fuera poco a poco, y el cada vez mayor dolor de su abdomen, causado por las inclementes y bruscas sacudidas. Cuando dejó de sacudirse estaba tan debilitado y enfermo que se sumió en un febril estado de semiinconsciencia que no se rompería hasta minutos después, cuando Lisandot consiguiese escapar finalmente de su propia mente, donde había ido a caer tras ser expulsada del sueño inducido por Beck.
Lo que ninguno de los dos podían saber aún es que ese sueño había viajado con ellos, y se encontraba por allí cerca, fuera de la cueva. En medio de la foresta había aparecido de golpe una mansión fuera de lugar: la mansión del Señorío de Maglavar.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
(FDI: Lamento la tardanza. Síndrome de hoja de word en blanco)
Luego de la caída entró en una especie de limbo. En él no había frío, miedo ni dolor, pero tampoco luz, color, movimiento. Era la nada y de esa nada emergió penosamente al cabo de algunos momentos.
De lo primero de lo que tuvo conciencia fue del dolor que invadía todo su cuerpo, pero que era especialmente agudo en su pierna derecha. De lo segundo, el duro suelo en el que se encontraba tendida. Irguiéndose con dificultad, miró a su alrededor: estaba en una cueva. ¿Qué había pasado con el señorío de Maglavar dónde se encontraba un momento antes? Su confusa mente no conseguía distinguir entre el sueño y la realidad y creía estar soñando en ese momento.
Era un sueño desagradable y angustioso, tenía que dejarlo enseguida. Intentaba concentrarse para despertar lo más pronto posible, cuando una serie de movimientos cerca suyo frustraron su propósito. ¿Qué estaba pasando? Prestando atención advirtió que un hombre se sacudía espasmódicamente.
Un hombre. Era el hombre del sueño… Beck… el hombre que había encontrado en la playa… Los recuerdos regresaron en tropel. Los piratas… su fuga… el refugio del árbol… la caída… Beck cargándola hasta la caverna… No estaba soñando ahora. Había soñado antes. Maglavar era un sueño y Beck estaba en ese sueño… ¿por qué?
No conseguía pensar con claridad. Su ropa estaba húmeda, tenía frío y el dolor taladraba su pierna. Además, la preocupaba el hombre del pelo cano. Él parecía haber tenido un ataque de alguna clase y el que ya no se sacudiera sólo aumentaba su preocupación. No se movía ni hablaba, ¿sería que había muerto? Sintió una punzada de angustia en el estómago ante esa idea.
Tenía que ver lo que le pasaba, intentar ayudarlo si aún estaba vivo. No era sólo su incansable espíritu de sanadora el que la impulsaba, era también un fuerte sentimiento de culpa; si ella no hubiera salido en estampía cuando oyó a los piratas ninguno de los dos estaría herido, enfermo… o muerto.
El que fuera su pequeño bolso mágico yacía ahora a su lado, enorme e informe. Con dificultad hurgó en su interior, buscando elementos que le sirvieran para ayudar al hombre herido o enfermo y también que le ayudaran a mitigar en parte su propio dolor. Bebió parte del contenido de un frasquito y luego envolvió algunos de ellos en una venda y se arrastró penosamente hasta donde estaba el hombre semiinconsciente.
Tocando con cuidado su cuello sintió el latir de su pulso, ¡estaba vivo!, y notó que tenía fiebre. Además, estaba ensangrentado y magullado como si hubiese sido duramente golpeado que era lo que en verdad había ocurrido.
- ¡Beck! – llamó con ansiedad, mientras desenvolvía los frasquitos y usaba la venda para limpiarle las heridas.
Fuera de la caverna los habitantes de la mansión Maglavar, conmocionados por el repentino traslado, empezaban a salir poco a poco.
Luego de la caída entró en una especie de limbo. En él no había frío, miedo ni dolor, pero tampoco luz, color, movimiento. Era la nada y de esa nada emergió penosamente al cabo de algunos momentos.
De lo primero de lo que tuvo conciencia fue del dolor que invadía todo su cuerpo, pero que era especialmente agudo en su pierna derecha. De lo segundo, el duro suelo en el que se encontraba tendida. Irguiéndose con dificultad, miró a su alrededor: estaba en una cueva. ¿Qué había pasado con el señorío de Maglavar dónde se encontraba un momento antes? Su confusa mente no conseguía distinguir entre el sueño y la realidad y creía estar soñando en ese momento.
Era un sueño desagradable y angustioso, tenía que dejarlo enseguida. Intentaba concentrarse para despertar lo más pronto posible, cuando una serie de movimientos cerca suyo frustraron su propósito. ¿Qué estaba pasando? Prestando atención advirtió que un hombre se sacudía espasmódicamente.
Un hombre. Era el hombre del sueño… Beck… el hombre que había encontrado en la playa… Los recuerdos regresaron en tropel. Los piratas… su fuga… el refugio del árbol… la caída… Beck cargándola hasta la caverna… No estaba soñando ahora. Había soñado antes. Maglavar era un sueño y Beck estaba en ese sueño… ¿por qué?
No conseguía pensar con claridad. Su ropa estaba húmeda, tenía frío y el dolor taladraba su pierna. Además, la preocupaba el hombre del pelo cano. Él parecía haber tenido un ataque de alguna clase y el que ya no se sacudiera sólo aumentaba su preocupación. No se movía ni hablaba, ¿sería que había muerto? Sintió una punzada de angustia en el estómago ante esa idea.
Tenía que ver lo que le pasaba, intentar ayudarlo si aún estaba vivo. No era sólo su incansable espíritu de sanadora el que la impulsaba, era también un fuerte sentimiento de culpa; si ella no hubiera salido en estampía cuando oyó a los piratas ninguno de los dos estaría herido, enfermo… o muerto.
El que fuera su pequeño bolso mágico yacía ahora a su lado, enorme e informe. Con dificultad hurgó en su interior, buscando elementos que le sirvieran para ayudar al hombre herido o enfermo y también que le ayudaran a mitigar en parte su propio dolor. Bebió parte del contenido de un frasquito y luego envolvió algunos de ellos en una venda y se arrastró penosamente hasta donde estaba el hombre semiinconsciente.
Tocando con cuidado su cuello sintió el latir de su pulso, ¡estaba vivo!, y notó que tenía fiebre. Además, estaba ensangrentado y magullado como si hubiese sido duramente golpeado que era lo que en verdad había ocurrido.
- ¡Beck! – llamó con ansiedad, mientras desenvolvía los frasquitos y usaba la venda para limpiarle las heridas.
Fuera de la caverna los habitantes de la mansión Maglavar, conmocionados por el repentino traslado, empezaban a salir poco a poco.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Tiritaba levemente, por un frío que sólo él sentía, y de hecho, si le hubieran dicho que su cuerpo estaba bastante caliente por efecto de la fiebre, le habría costado creerlo. Una pátina de sudor había cubierto su rostro ceniciento y sucio, y aún se encontraba algo deshidratado por su travesía a nado. Se debatía entre la consciencia y el limbo sin sueños del desmayo, tratando sin mucho éxito de hilvanar dos pensamientos seguidos. Pero lo cierto es que apenas había tenido un momento de descanso, y el fuerte cansancio físico y mental, su estado de agotamiento, le estaban ganando la partida.
A cada pocos segundos perdía el sentido, y cuando lo recuperaba se sentía débil y perdido. Las más de las veces ni sabía muy bien donde andaba y gemía mientras deliraba, más de una vez nombrando balbuceantemente a personas que no estaban allí. Hacía un esfuerzo por abrir los ojos y descubrir donde estaba, pero la luz le hacía daño en los ojos, y le costaba un mundo conseguir fijar su atención en algo, y aun más, retener lo que había visto en su memoria. Finalmente, cuando de nuevo iba a renunciar a su futil intento fue difusamente consciente de que algo se movía cerca. No es que hubiese oído nada, al menos no de primeras, pero ahora que prestaba atención sí que podía oir algo: un ruido de algo que se arrastraba, un suave gemido, aunque Beck estaba tan destrozado que ni sintió miedo ni esperanza, casi más bien le resultó levemente molesto, porque le impedía volver a dormir, dejarse sumergir en el frío y oscuro estanque de la inconsciencia. Y vaya que si habría vuelto a desmayarse, pero su instinto era más fuerte que este deseo, y aunque él no tenía fuerzas para moverse, ni para pensar si quiera, ese instinto de supervivencia desarrollado durante años sí tenía energías e inagotable, le mantuvo despierto, o tan despierto como podía estarlo en ese momento.
Una voz le llamaba, aunque era como si procediese de una fuente lejana. Una tela algo húmeda le frotó la piel, y notó un leve escozor, y quiso volverse a dormir, pero la voz no se rendía, y le llamaba con un tono que finalmente penetró en su consciencia; un tono apremiante y preocupado. Con un gran esfuerzo Beck abrió los ojos, y la escasa luz le llegó hasta el fondo de las retinas. Podía ver el rostro de una mujer familiar, pero no llegó a reconocerlo. Quiso hablar, y abrió la boca, de hecho, pero sólo pudo balbucear sílabas confusas, intercaladas por un gemido. La lengua aún le sangraba, pero la herida no le dolía a penas, un único pinchazo ocasional le recordaba que en realidad se había mordido fuertemente.
Sobre él, Lisandot se afanaba, buscando la causa del estado de su compañero, y tratando de pensar qué podía hacer para hacerle mejorarse, ignorando el lamentable estado en que ella misma se encontraba. En otro momento, Beck habría apreciado aquel gesto, e incluso se habría negado a recibir cuidados antes que ella de haber estado lúcido, pero en ese momento se dejó atender, mientras trataba incoherentemente de explicar a Lisandot que no debía tocarlo, aunque ninguna de las frases que decía tenían sentido.
A cada pocos segundos perdía el sentido, y cuando lo recuperaba se sentía débil y perdido. Las más de las veces ni sabía muy bien donde andaba y gemía mientras deliraba, más de una vez nombrando balbuceantemente a personas que no estaban allí. Hacía un esfuerzo por abrir los ojos y descubrir donde estaba, pero la luz le hacía daño en los ojos, y le costaba un mundo conseguir fijar su atención en algo, y aun más, retener lo que había visto en su memoria. Finalmente, cuando de nuevo iba a renunciar a su futil intento fue difusamente consciente de que algo se movía cerca. No es que hubiese oído nada, al menos no de primeras, pero ahora que prestaba atención sí que podía oir algo: un ruido de algo que se arrastraba, un suave gemido, aunque Beck estaba tan destrozado que ni sintió miedo ni esperanza, casi más bien le resultó levemente molesto, porque le impedía volver a dormir, dejarse sumergir en el frío y oscuro estanque de la inconsciencia. Y vaya que si habría vuelto a desmayarse, pero su instinto era más fuerte que este deseo, y aunque él no tenía fuerzas para moverse, ni para pensar si quiera, ese instinto de supervivencia desarrollado durante años sí tenía energías e inagotable, le mantuvo despierto, o tan despierto como podía estarlo en ese momento.
Una voz le llamaba, aunque era como si procediese de una fuente lejana. Una tela algo húmeda le frotó la piel, y notó un leve escozor, y quiso volverse a dormir, pero la voz no se rendía, y le llamaba con un tono que finalmente penetró en su consciencia; un tono apremiante y preocupado. Con un gran esfuerzo Beck abrió los ojos, y la escasa luz le llegó hasta el fondo de las retinas. Podía ver el rostro de una mujer familiar, pero no llegó a reconocerlo. Quiso hablar, y abrió la boca, de hecho, pero sólo pudo balbucear sílabas confusas, intercaladas por un gemido. La lengua aún le sangraba, pero la herida no le dolía a penas, un único pinchazo ocasional le recordaba que en realidad se había mordido fuertemente.
Sobre él, Lisandot se afanaba, buscando la causa del estado de su compañero, y tratando de pensar qué podía hacer para hacerle mejorarse, ignorando el lamentable estado en que ella misma se encontraba. En otro momento, Beck habría apreciado aquel gesto, e incluso se habría negado a recibir cuidados antes que ella de haber estado lúcido, pero en ese momento se dejó atender, mientras trataba incoherentemente de explicar a Lisandot que no debía tocarlo, aunque ninguna de las frases que decía tenían sentido.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Él parecía delirar y, además, se había mordido la lengua ¿Habrá tenido convulsiones?, se preguntó vagamente, pero estaba demasiado agotada, demasiado adolorida como para pensar con claridad. No estaba en condiciones de hacer un examen minucioso no un diagnóstico acabado, lo único que podía ofrecer eran cuidados básicos.
-Tranquilo… no trates de hablar.
Ignorante de la importancia de lo que él trataba de decirle, intentaba calmarlo hablándole con suavidad, aunque el sólo hecho de hablar ya le suponía un gran esfuerzo. En los sótanos de su mente estaban almacenados los recuerdos de su reciente sueño compartido y, con ellos, la respuesta a mucha de las dudas que la habían afligido durante la jornada. A ratos, emergían ligeramente, como una imagen o una idea, haciéndole dudar nuevamente acerca de lo que era real y lo que era soñado, pero incapaz de entenderlos del todo, los rechazaba como a insectos molestos y se afanaba en concentrarse en el enfermo, con un leve sentimiento de culpa por su extravío.
Ayudada por la venda, empapada con el contenido de uno de los frasquitos, le restañó la sangre de las heridas, incluidas las de la lengua. En condiciones normales, hubiera arrugado el ceño escandalizada ante la escasa calidad del trabajo que estaba haciendo, pero en esas circunstancias era lo mejor que podía hacer. Su preciado bolsito mágico, que contenía todo su equipamiento médico, yacía completamente arruinado en el suelo de la cueva y ella, herida como estaba, era incapaz de ir y venir con los elementos que necesitaba, ni tan siquiera tenía energías suficientes para soñarlos. No tenía más opción que resignarse y hacer lo mejor que pudiera con lo poco que tenía.
Luego de ocuparse de las heridas, trató de hacerle beber un preparado para combatir la fiebre. No le fue nada fácil, entre sus manos temblorosas y que Beck no dejaba de balbucear incoherencias, una parte del contenido se derramó sobre el rostro y la barba del enfermo, pero aún así, logró hacerle tragar lo suficiente como para que la fiebre bajara o al menos eso esperaba ella. Ahora sólo quedaba esperar.
Ya no sentía tanto dolor, el medicamento que había bebido comenzaba a hacer su efecto, pero estaba exhausta por el esfuerzo realizado. Incapaz de volver al sitio donde se encontraba, se dejó caer junto a Beck, entrando en un estado de duermevela, a medio camino entre el sueño y la vigilia.
La tormenta ya había llegado a su fin y las nubes comenzaban a abandonar el cielo del bosque rumbo a otros mares y otras islas. Bajo la luz del sol de media tarde, los no muertos deambulaban por la floresta.
-Tranquilo… no trates de hablar.
Ignorante de la importancia de lo que él trataba de decirle, intentaba calmarlo hablándole con suavidad, aunque el sólo hecho de hablar ya le suponía un gran esfuerzo. En los sótanos de su mente estaban almacenados los recuerdos de su reciente sueño compartido y, con ellos, la respuesta a mucha de las dudas que la habían afligido durante la jornada. A ratos, emergían ligeramente, como una imagen o una idea, haciéndole dudar nuevamente acerca de lo que era real y lo que era soñado, pero incapaz de entenderlos del todo, los rechazaba como a insectos molestos y se afanaba en concentrarse en el enfermo, con un leve sentimiento de culpa por su extravío.
Ayudada por la venda, empapada con el contenido de uno de los frasquitos, le restañó la sangre de las heridas, incluidas las de la lengua. En condiciones normales, hubiera arrugado el ceño escandalizada ante la escasa calidad del trabajo que estaba haciendo, pero en esas circunstancias era lo mejor que podía hacer. Su preciado bolsito mágico, que contenía todo su equipamiento médico, yacía completamente arruinado en el suelo de la cueva y ella, herida como estaba, era incapaz de ir y venir con los elementos que necesitaba, ni tan siquiera tenía energías suficientes para soñarlos. No tenía más opción que resignarse y hacer lo mejor que pudiera con lo poco que tenía.
Luego de ocuparse de las heridas, trató de hacerle beber un preparado para combatir la fiebre. No le fue nada fácil, entre sus manos temblorosas y que Beck no dejaba de balbucear incoherencias, una parte del contenido se derramó sobre el rostro y la barba del enfermo, pero aún así, logró hacerle tragar lo suficiente como para que la fiebre bajara o al menos eso esperaba ella. Ahora sólo quedaba esperar.
Ya no sentía tanto dolor, el medicamento que había bebido comenzaba a hacer su efecto, pero estaba exhausta por el esfuerzo realizado. Incapaz de volver al sitio donde se encontraba, se dejó caer junto a Beck, entrando en un estado de duermevela, a medio camino entre el sueño y la vigilia.
La tormenta ya había llegado a su fin y las nubes comenzaban a abandonar el cielo del bosque rumbo a otros mares y otras islas. Bajo la luz del sol de media tarde, los no muertos deambulaban por la floresta.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Unos cuantos minutos de silencio transcurrieron en la cueva sin que nada hiciese un ruido, hasta que, de pronto, dos personas entraron por la abertura:
- Este sitio es... es... ¡magnífico! Fíjate en la nitidez de las cosas.- Era Prickwick, que notablemente entusiasmado, tanteaba la pared de la cueva con gesto entre maravillado y absorto.
- De magnífico nada, hace frío y es raro, y encima todos los sirvientes no nos hacen ni caso. ¡Uno de ellos hasta se ha mostrado hostil con el amo! - el otro, que respondía con un tono mucho más suave y parecía agotado, era Mavek, que estaba aún convaleciente.
- ¡Caspapipitaspa!- Prickwick dio un brinco, y señaló al fondo de la cueva.- ¿No es aquella la señorita invitada?.- De inmediato, ambos comenzaron a adentrarse en la cueva, hasta que de pronto, Mavek vio algo:
- Oh, y ese señor invitado, ¡no pienso acercarme!- Y se mostró visiblemente alterado.
- Pero Mavek... - casi suplicó Prickwick antes de encogerse de hombros y comenzar a llamar desde donde estaba.- Señorita Lisandot, ¡señorita! ¡Caballero, póngase en pie usted también o pensaré algo raro! ¡Despiértense que no es tiempo de echarse la siesta! ¿Oigan?
En su inconsciencia, Beck no se movió, ni siquiera se enteró de qué sucedía, salvo, quizás, a un nivel subconsciente muy profundo. Su cuerpo se encontraría algo mejor cuando descansase algo y la medicina surtiese por completo su efecto, pero de momento, aún no era el caso.
Ya preocupados, Prickwick y Mavek gritaron al unísono un: "¡QUE SE DESPIERTEN!", que, si bien sólo consiguió agitar a Beck en su sueño, no pudo ni dejó indiferente a Lisandot, porque cualquiera habría dicho que fue digno, el grito, de oírse en una milla a la redonda.
FDI: Sorry por el gran retraso, la verdad, estoy que me cuesta sacar tiempo para todo . Y ni así llevo los estudios puntuales, voy algo retrasado... En fin, perdón de nuevo
- Este sitio es... es... ¡magnífico! Fíjate en la nitidez de las cosas.- Era Prickwick, que notablemente entusiasmado, tanteaba la pared de la cueva con gesto entre maravillado y absorto.
- De magnífico nada, hace frío y es raro, y encima todos los sirvientes no nos hacen ni caso. ¡Uno de ellos hasta se ha mostrado hostil con el amo! - el otro, que respondía con un tono mucho más suave y parecía agotado, era Mavek, que estaba aún convaleciente.
- ¡Caspapipitaspa!- Prickwick dio un brinco, y señaló al fondo de la cueva.- ¿No es aquella la señorita invitada?.- De inmediato, ambos comenzaron a adentrarse en la cueva, hasta que de pronto, Mavek vio algo:
- Oh, y ese señor invitado, ¡no pienso acercarme!- Y se mostró visiblemente alterado.
- Pero Mavek... - casi suplicó Prickwick antes de encogerse de hombros y comenzar a llamar desde donde estaba.- Señorita Lisandot, ¡señorita! ¡Caballero, póngase en pie usted también o pensaré algo raro! ¡Despiértense que no es tiempo de echarse la siesta! ¿Oigan?
En su inconsciencia, Beck no se movió, ni siquiera se enteró de qué sucedía, salvo, quizás, a un nivel subconsciente muy profundo. Su cuerpo se encontraría algo mejor cuando descansase algo y la medicina surtiese por completo su efecto, pero de momento, aún no era el caso.
Ya preocupados, Prickwick y Mavek gritaron al unísono un: "¡QUE SE DESPIERTEN!", que, si bien sólo consiguió agitar a Beck en su sueño, no pudo ni dejó indiferente a Lisandot, porque cualquiera habría dicho que fue digno, el grito, de oírse en una milla a la redonda.
FDI: Sorry por el gran retraso, la verdad, estoy que me cuesta sacar tiempo para todo . Y ni así llevo los estudios puntuales, voy algo retrasado... En fin, perdón de nuevo
Última edición por Beck el 06/11/10, 11:03 am, editado 1 vez
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
El ligero sueño en el que se había sumergido estaba poblado de imágenes inconexas y huidizas y a ese sueño se incorporaron las voces de ambos hombres, por lo que no llegaron a despertarla por completo; sólo provocaron que se agitara un poco y balbuceara algo ininteligible en respuesta a lo que ellos decían.
Lo que si la despertó fue el grito que ambos profirieran a dúo. Sobresaltada, se incorporó como pudo y miró a su alrededor con los ojos muy abiertos. Y cuando vio a Pickwick y a Mavek, confusa como estaba, creyó que aún estaba soñando.
- ¿Por qué gritáis de esa manera, caballeros? – preguntó con acento algo severo - ¿El señor de Maglaver os permite tratar así a sus invitados?
Pricwick, que se había animado a acercarse al ver que la muchacha despertaba, la observó con ojo crítico antes de contestarle; la joven tenía un aspecto muy maltratado, bastante diferente al que luciera en el salón del castillo.
- Disculpad si os moleste, señorita Lisandot, pero es muy raro encontraros aquí, durmiendo en el piso. ¿Por qué dejasteis la mansión Maglever? Teníamos reservada una cómoda habitación para vos.
No recordaba siquiera cuando había dejado la mansión, mucho menos por qué. Frunció el entrecejo, tratando de aclarar su memoria.
- Yo… yo… creo… me caí… Si, nosotros nos caímos y yo… yo me lastimé una pierna.
El hombre la miró sorprendido ¿Habían caído desde la mansión hasta ese lugar? Raro, muy raro… claro que todo lo que estaba pasando era de lo más extraño, aunque a él le encantaba. De todos modos, una fuerte caída explicaría la apariencia de la señorita, aunque no que tuviera el cabello más corto. No tuvo ocasión de replicarle nada a la señorita invitada, sin embargo. Un sonido gutural, ahogado hizo que tanto él como ella miraran hacia la entrada de la caverna.
Lis soltó un grito de terror al ver que uno de los zombies sirvientes había agarrado al señor Maveck por el cuello.
FDI: No te preocupes; postea al ritmo que puedas. Yo tampoco estoy muy veloz que digamos.
Lo que si la despertó fue el grito que ambos profirieran a dúo. Sobresaltada, se incorporó como pudo y miró a su alrededor con los ojos muy abiertos. Y cuando vio a Pickwick y a Mavek, confusa como estaba, creyó que aún estaba soñando.
- ¿Por qué gritáis de esa manera, caballeros? – preguntó con acento algo severo - ¿El señor de Maglaver os permite tratar así a sus invitados?
Pricwick, que se había animado a acercarse al ver que la muchacha despertaba, la observó con ojo crítico antes de contestarle; la joven tenía un aspecto muy maltratado, bastante diferente al que luciera en el salón del castillo.
- Disculpad si os moleste, señorita Lisandot, pero es muy raro encontraros aquí, durmiendo en el piso. ¿Por qué dejasteis la mansión Maglever? Teníamos reservada una cómoda habitación para vos.
No recordaba siquiera cuando había dejado la mansión, mucho menos por qué. Frunció el entrecejo, tratando de aclarar su memoria.
- Yo… yo… creo… me caí… Si, nosotros nos caímos y yo… yo me lastimé una pierna.
El hombre la miró sorprendido ¿Habían caído desde la mansión hasta ese lugar? Raro, muy raro… claro que todo lo que estaba pasando era de lo más extraño, aunque a él le encantaba. De todos modos, una fuerte caída explicaría la apariencia de la señorita, aunque no que tuviera el cabello más corto. No tuvo ocasión de replicarle nada a la señorita invitada, sin embargo. Un sonido gutural, ahogado hizo que tanto él como ella miraran hacia la entrada de la caverna.
Lis soltó un grito de terror al ver que uno de los zombies sirvientes había agarrado al señor Maveck por el cuello.
FDI: No te preocupes; postea al ritmo que puedas. Yo tampoco estoy muy veloz que digamos.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
El no muerto agitaba por el pescuezo a Mavek, casi como si fuese un muñeco de trapo, ahogando el inicial grito de su víctima con la fuerza de sus brazos. Gemía la criatura, inicialmente con rabia, y posteriormente, cuando Mavek no siguió haciendo ruido alguno, con confusión. Entonces, pareció interesarse por Lisandot y por Prickwick, que habían gritado con terror. Los miró, lanzó un ruido farfullante y furioso, y alzó sus brazos hacia ellos, dejando caer a Mavek como un peso muerto, que boqueó en el suelo, como un pez fuera del agua (y con la cara algo morada), tratando de respirar sin mucho éxito.
En ese momento, fue cuando Beck se despertó en el suelo, y echó un vistazo alrededor, absolutamente desconcertado. Pudo ver como Lisandot y Prickwick se retiraban hacia el fondo de la cueva, donde estaba él, gritando el segundo con un tono tan agudo y cargado de terror que Beck se sintió inmediatamente contagiado del más visceral pánico, notando como la garganta se le cerraba con el nudo que le subía desde la barriga. Trató de levantarse, y comenzó a desplazarse a cuatro patas, buscando su espada en la oscuridad. Trató de preguntar donde estaba su arma, pero su garganta estaba absolutamente hinchada y dolorida, y solo profirió un ahogado gemido que se perdió entre los demás ruidos. Entonces, la vio allí, algo más al fondo de la cueva su hoja reflejando la luz de la entrada con timidez. Comenzó a gatear y tan pendiente iba de alcanzar su espada, y tan pendiente Lisandot de mirar a su espalda al ser que la perseguía, que ni el uno ni el otro percibieron al otro sino hasta que Lis tropezó con Beck y le cayó encima.
Beck hubiera gritado (de hecho abrió la boca para ello), de haber podido, pensando que lo que tenía encima era la criatura, e igualmente, sintió pánico Lisandot al darse cuenta de que la presunta piedra con la que se había tropezado se movía, en lo que ella no sabía era un intento de escapar de debajo suya por alguien igual de asustado. Durante un momento, se debatieron el uno contra el otro, hasta que Lisandot se consiguió apartar, entonces fue cuando se miraron el uno al otro, y se reconocieron. La situación ridícula incluso habría movido a risa de no estar en la situación que estaban. Recordando Beck la situación en la que estaban, y sobre todo, cual era la meta que buscaba cuando empezó a arrastrarse por la cueva, Beck señaló la espada a Lisandot. No es que ella estuviese lo que se dice en su mejor estado de forma, pero de momento, parecía estar algo mejor que él. Quizá ella pudiese hacer algo. Ella o Prickwick, si no era este último demasiado cobarde.
En ese momento, fue cuando Beck se despertó en el suelo, y echó un vistazo alrededor, absolutamente desconcertado. Pudo ver como Lisandot y Prickwick se retiraban hacia el fondo de la cueva, donde estaba él, gritando el segundo con un tono tan agudo y cargado de terror que Beck se sintió inmediatamente contagiado del más visceral pánico, notando como la garganta se le cerraba con el nudo que le subía desde la barriga. Trató de levantarse, y comenzó a desplazarse a cuatro patas, buscando su espada en la oscuridad. Trató de preguntar donde estaba su arma, pero su garganta estaba absolutamente hinchada y dolorida, y solo profirió un ahogado gemido que se perdió entre los demás ruidos. Entonces, la vio allí, algo más al fondo de la cueva su hoja reflejando la luz de la entrada con timidez. Comenzó a gatear y tan pendiente iba de alcanzar su espada, y tan pendiente Lisandot de mirar a su espalda al ser que la perseguía, que ni el uno ni el otro percibieron al otro sino hasta que Lis tropezó con Beck y le cayó encima.
Beck hubiera gritado (de hecho abrió la boca para ello), de haber podido, pensando que lo que tenía encima era la criatura, e igualmente, sintió pánico Lisandot al darse cuenta de que la presunta piedra con la que se había tropezado se movía, en lo que ella no sabía era un intento de escapar de debajo suya por alguien igual de asustado. Durante un momento, se debatieron el uno contra el otro, hasta que Lisandot se consiguió apartar, entonces fue cuando se miraron el uno al otro, y se reconocieron. La situación ridícula incluso habría movido a risa de no estar en la situación que estaban. Recordando Beck la situación en la que estaban, y sobre todo, cual era la meta que buscaba cuando empezó a arrastrarse por la cueva, Beck señaló la espada a Lisandot. No es que ella estuviese lo que se dice en su mejor estado de forma, pero de momento, parecía estar algo mejor que él. Quizá ella pudiese hacer algo. Ella o Prickwick, si no era este último demasiado cobarde.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Contempló paralizada como el zombie sacudía al señor Maveck como si fuera un monigote, incapaz incluso de volver a gritar; a su lado, Prickwick permanecía tan petrificado como ella. Sólo cuando la criatura perdió el interés en su presa ya inconsciente y extendió los brazos hacia ella, su más arraigado instinto, el de la huída, la hizo recuperar el movimiento.
Un mínimo de reflexión le hubiera indicado que realmente no había donde escapar en aquella caverna - ni siquiera había donde esconderse- pero en aquellos momentos la capacidad de reflexionar estaba muy lejos de ella, cuyo terror se veía multiplicado por los agudos gritos de pavor de Prickwick. Su instinto le indicaba huir y eso hacía, tan rápido como podía, indiferente al dolor de su pierna, con el hombrecillo-que-no-dejaba- de-gritar a su lado.
Se desplazaba hacia delante mirando hacia atrás para ver donde estaba su perseguidor y, como era previsible en un sitio de suelo nada llano como esa cueva, tropezó y cayó sobre una roca con un gemido.
Y entonces la piedra se movió y ella llegó al paroxismo del pánico.
Desaforadamente, comenzó a golpear con manos y piernas a la criatura que se debatía bajo ella a la par que sus gritos de espanto se unían con los de Prickwick, quien no había dejado de gritar y parecía que nunca dejaría de hacerlo. El arrebato la agotó rápidamente e, incapaz de seguir peleando, consiguió apartarse de la criatura para seguir su huída, mientras lágrimas de terror ensuciaban sus mejillas.
Sólo entonces se dio cuenta que aquella piedra que se movía era Beck. Desmadejada en el suelo se lo quedó mirando con los ojos muy abiertos y la boca abierta, sin entender nada de lo que estaba pasando. Alelada como estaba, tardó en entender lo que él quería cuando le señaló la espada… ¿quería que ella la tomara? ¿qué la usara?
Dudosa, se incorporó con esfuerzo y tomando el arma en sus manos la contempló como si fuera el objeto más extraño del mundo. Apenas tenía las fuerzas suficientes para sostenerla y nunca había usado una en su vida… quizás el señor Prickwick pudiera ayudarle. Esperanzada miró hacia el hombrecillo…
… y vio como éste se desvanecía en el vacío.
Asombrada, se volvió a mirar a Beck para ver si él había contemplado tan particular fenómeno y alcanzó a ver como Maveck y el zombie se esfumaban a su vez.
En un santiamén, ella y el hombre del pelo blanco volvieron a quedar solos en la caverna sin que persistiera indicio alguno de que hubiera habido alguien allí aparte de ellos.
Un mínimo de reflexión le hubiera indicado que realmente no había donde escapar en aquella caverna - ni siquiera había donde esconderse- pero en aquellos momentos la capacidad de reflexionar estaba muy lejos de ella, cuyo terror se veía multiplicado por los agudos gritos de pavor de Prickwick. Su instinto le indicaba huir y eso hacía, tan rápido como podía, indiferente al dolor de su pierna, con el hombrecillo-que-no-dejaba- de-gritar a su lado.
Se desplazaba hacia delante mirando hacia atrás para ver donde estaba su perseguidor y, como era previsible en un sitio de suelo nada llano como esa cueva, tropezó y cayó sobre una roca con un gemido.
Y entonces la piedra se movió y ella llegó al paroxismo del pánico.
Desaforadamente, comenzó a golpear con manos y piernas a la criatura que se debatía bajo ella a la par que sus gritos de espanto se unían con los de Prickwick, quien no había dejado de gritar y parecía que nunca dejaría de hacerlo. El arrebato la agotó rápidamente e, incapaz de seguir peleando, consiguió apartarse de la criatura para seguir su huída, mientras lágrimas de terror ensuciaban sus mejillas.
Sólo entonces se dio cuenta que aquella piedra que se movía era Beck. Desmadejada en el suelo se lo quedó mirando con los ojos muy abiertos y la boca abierta, sin entender nada de lo que estaba pasando. Alelada como estaba, tardó en entender lo que él quería cuando le señaló la espada… ¿quería que ella la tomara? ¿qué la usara?
Dudosa, se incorporó con esfuerzo y tomando el arma en sus manos la contempló como si fuera el objeto más extraño del mundo. Apenas tenía las fuerzas suficientes para sostenerla y nunca había usado una en su vida… quizás el señor Prickwick pudiera ayudarle. Esperanzada miró hacia el hombrecillo…
… y vio como éste se desvanecía en el vacío.
Asombrada, se volvió a mirar a Beck para ver si él había contemplado tan particular fenómeno y alcanzó a ver como Maveck y el zombie se esfumaban a su vez.
En un santiamén, ella y el hombre del pelo blanco volvieron a quedar solos en la caverna sin que persistiera indicio alguno de que hubiera habido alguien allí aparte de ellos.
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