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Creer en el Infierno
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Re: Creer en el Infierno
Necesitó unos segundos de recuperación al son de su respiración agitada. Ahora no sólo existía la magia. Existía el portal, el espejo, el suelo, las paredes, la habitación, la casa. La realidad volvió a él paulatinamente, y más allá del pitido que invadía su oído volvió a percibir el crepitar de las llamas y los últimos crujidos lamentatorios de la mansión. El calor se adirió a su piel y el olor y el humo de los libros y las maderas que ardían invadió sus pulmones.
Notó a alguien contra su espalda, pero no se puso en guardia: no le daba tiempo a hacer tal cosa, ni a mirar hacia atrás. Escuchó la voz que le urgía, reconoció en ella a Yshara, y sin pensamiento intermedio consideró que tenía razón.
No lo pensó dos veces; su única respuesta a aquellas palabras fueron acciones. Kirill cogió casi con violencia a la cazarrecompensas por el brazo, tirando de ella sin reflexionar. No se paró a pensar en lo que se veía a través del portal, una penumbra que a duras penas distinguía frente al resplandor del fuego. Su mirada se encontraba desenfocada, y aunque lo hubiera querido le habría costado distinguir el lugar al que se lanzaba.
Aunque tampoco habría importado. Cualquier lugar era preferible a aquél.
Un hormigueo recorrió su cuerpo cuando penetró en el espejo. Sintió la magia deslizándose junto a él, a través de él, durante lo que fue un largo segundo. En cualquier otro momento podría haberlo descrito como agradable, o haber lamentado que aquello no se extendiera por más tiempo. En aquella ocasión sólo pensaba en llegar a su destino.
Kirill se estrelló contra un escritorio, desplazándolo con el golpe, pero no se paró a pensar en qué hacía aquello allí, o si había alguien más en la sala. Al segundo se volvió hacia el espejo; Yshara estaba allí, pero no era aquello lo que quería comprobar. A través del portal seguían viéndose las llamas.
- ¡Rómpelo! - gritó.
Era más fácil destruir el espejo que cortar el flujo de magia que, por inercia, seguía su curso. Sin esperar respuesta, Kirill desenfundó su espada, pero a penas inició el movimiento que le habría llevado a quebrarlo. El frío de un acero junto a su cuello interrumpió su avance, y Kirill tuvo que quedarse inmóvil. Se volvió, completamente sorprendido y sin comprender qué estaba pasando, hacia la figura que le amenazaba.
Lo cierto es que no había visto a ninguna de ellas hasta entonces.
Notó a alguien contra su espalda, pero no se puso en guardia: no le daba tiempo a hacer tal cosa, ni a mirar hacia atrás. Escuchó la voz que le urgía, reconoció en ella a Yshara, y sin pensamiento intermedio consideró que tenía razón.
No lo pensó dos veces; su única respuesta a aquellas palabras fueron acciones. Kirill cogió casi con violencia a la cazarrecompensas por el brazo, tirando de ella sin reflexionar. No se paró a pensar en lo que se veía a través del portal, una penumbra que a duras penas distinguía frente al resplandor del fuego. Su mirada se encontraba desenfocada, y aunque lo hubiera querido le habría costado distinguir el lugar al que se lanzaba.
Aunque tampoco habría importado. Cualquier lugar era preferible a aquél.
Un hormigueo recorrió su cuerpo cuando penetró en el espejo. Sintió la magia deslizándose junto a él, a través de él, durante lo que fue un largo segundo. En cualquier otro momento podría haberlo descrito como agradable, o haber lamentado que aquello no se extendiera por más tiempo. En aquella ocasión sólo pensaba en llegar a su destino.
Kirill se estrelló contra un escritorio, desplazándolo con el golpe, pero no se paró a pensar en qué hacía aquello allí, o si había alguien más en la sala. Al segundo se volvió hacia el espejo; Yshara estaba allí, pero no era aquello lo que quería comprobar. A través del portal seguían viéndose las llamas.
- ¡Rómpelo! - gritó.
Era más fácil destruir el espejo que cortar el flujo de magia que, por inercia, seguía su curso. Sin esperar respuesta, Kirill desenfundó su espada, pero a penas inició el movimiento que le habría llevado a quebrarlo. El frío de un acero junto a su cuello interrumpió su avance, y Kirill tuvo que quedarse inmóvil. Se volvió, completamente sorprendido y sin comprender qué estaba pasando, hacia la figura que le amenazaba.
Lo cierto es que no había visto a ninguna de ellas hasta entonces.
Última edición por Kirill el 23/09/09, 07:00 pm, editado 1 vez (Razón : culpa del Sr Kai =D)
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Creer en el Infierno
La imagen se hacía cada vez nítida, tanto como mirar reflejos a través del agua. La Orquídea avanzó otros dos pasos con los ojos entre cerrados y distinguió las figuras. Al hombre no lo conocía, pero a las elfas si las reconoció de inmediato.
Sus pies dieron otro par de presurosos pasos que se detuvieron en seco con el golpe contra las puertas del estudio. El sonido había sido leve, como si un cuerpo se estrellara contra estas; seco, contundente, ineficaz... de momento. Miró sobre su hombro, miró al frente y no supo qué hacer.
Por su lado, la de pelo rizado se hizo a un lado, con agilidad, cuando Kirill cruzó el portal dejando que se estrellara contra el escritorio. Sin dudarlo su espada brilló con la luz de las llamas que llegaba desde el otro lado cuando se dirigía contra él, pero no lo hirió, solo se la puso al cuello amenazándolo.
- Quien sois?? Qué quieren? - exigió.
Todo el asunto las había obligado a romper formación. Ahora todas las ballestas apuntaban al espejo, incluso la Orquídea que había mirado a la puerta, con su espada del todo afuera, se apresuró a hacerle frente a lo mas inmediato lo que había cruzado por el espejo. Una rápida mirada a su compañera para asegurarse que estuviera controlando la situación y que no fuera a matarlo hasta que supieran lo que sucedía, fue todo lo que apartó su vista del portal mientras corría para interceptar a lo que fuera a salir que no encajara con la descripción de las elfas o de su señora.
De hecho eran las dos elfas la razón por la que se le daba el beneficio de la duda a Kirill, despues de una entrada tan llamativa, ademas de estar usando lo que solía utilizar como portal su Señora
Otro golpe en la puerta, pero ninguna se inmutó, al contrario, las de las ballestas se movieron de su posición hacia el centro de la sala, una apuntando a Kirill, la otra al espejo para cubrir a la Orquídea que se dirigía hacia allí.
Sus pies dieron otro par de presurosos pasos que se detuvieron en seco con el golpe contra las puertas del estudio. El sonido había sido leve, como si un cuerpo se estrellara contra estas; seco, contundente, ineficaz... de momento. Miró sobre su hombro, miró al frente y no supo qué hacer.
Por su lado, la de pelo rizado se hizo a un lado, con agilidad, cuando Kirill cruzó el portal dejando que se estrellara contra el escritorio. Sin dudarlo su espada brilló con la luz de las llamas que llegaba desde el otro lado cuando se dirigía contra él, pero no lo hirió, solo se la puso al cuello amenazándolo.
- Quien sois?? Qué quieren? - exigió.
Todo el asunto las había obligado a romper formación. Ahora todas las ballestas apuntaban al espejo, incluso la Orquídea que había mirado a la puerta, con su espada del todo afuera, se apresuró a hacerle frente a lo mas inmediato lo que había cruzado por el espejo. Una rápida mirada a su compañera para asegurarse que estuviera controlando la situación y que no fuera a matarlo hasta que supieran lo que sucedía, fue todo lo que apartó su vista del portal mientras corría para interceptar a lo que fuera a salir que no encajara con la descripción de las elfas o de su señora.
De hecho eran las dos elfas la razón por la que se le daba el beneficio de la duda a Kirill, despues de una entrada tan llamativa, ademas de estar usando lo que solía utilizar como portal su Señora
Otro golpe en la puerta, pero ninguna se inmutó, al contrario, las de las ballestas se movieron de su posición hacia el centro de la sala, una apuntando a Kirill, la otra al espejo para cubrir a la Orquídea que se dirigía hacia allí.
Última edición por Ethel el 24/09/09, 06:11 pm, editado 2 veces
Ethel- Cantidad de envíos : 308
Re: Creer en el Infierno
"Corre".
Para Kathrina, significaba poco que aquella hubiese sido poco menos que la palabra que más veces se había repetido a lo largo de aquella extraña y fatídica noche. No pudo darle un sentido al principio: ¿Correr de qué? ¿Correr adonde? Y de veras que su ingénuo orgullo de caballero estuvo a punto de jugarle una mala pasada al respecto.
El segundo en el que sus ojos siguieron posados en los de la Flor le sirvió para, bajo la escasa luz, examinar el estado en el que se encontraba. No iba a salir viva de allí. Y algo en sus ojos le hacía saber a ciencia cierta que, incluso si hubiera podido huir, no lo habría hecho. La mirada a Fertch fue mucho más fugaz: El hombre, con la pierna herida, se debatía para tratar de levantarse, invadido por la cólera.
...
Maldita sea.
El corazón le latía a toda prisa cuando asintió con lentitud. El orgullo, el honor, le pedían a gritos que permaneciese donde estaba y cumpliese el deber que se le presupone a un caballero. Pero sus pensamientos le recordaban que el orgullo y el honor ya le habían hecho caer en una trampa con anterioridad. Había algo que Kathrina tenía que hacer, que no podía simplemente negarse a hacer.
Que aquella mujer tuviera que dar la vida por ello sería algo, un recuerdo, que le acompañaría durante el resto de sus días. Se volvió antes de que hubieran transcurrido cinco segundos, y se deslizó a través de la oscuridad hasta salir a la plaza en la que se encontraba el cadalso, desde la cual enfiló la calle principal.
- Ggghhh - gruñó Fertch, tratando aún de levantarse.
Había sido rápido. Kathrina no había tardado demasiado en escapar, y ni él ni el comandante pudieron reaccionar a tiempo para impedírselo. El hombre de pelo negro se acercó al calvo para ayudarle a ponerse en pie, pero éste le rechazó negando con la cabeza, aunque se asió de su brazo para darse impulso para levantarse.
- No - le regañó. - No, maldita sea. No dejes que ésa zorra escape. Corre. Síguela. Ve adonde vaya y tráeme sus ojos. Ésto clama venganza. ¡Corre!
El hombre se volvió.
El silencio se adueñó de nuevo de la zona durante unos momentos. El relámpago iluminó la calle y el lugar en el que se encontraban, revelando la figura de Kathrina, que corría hacia la calle principal. La habría perdido de vista enseguida, pero daba igual. Los dos hombres sabían adonde se dirigía.
- Lo pagará - declamó simplemente, y comenzó a correr.
Desapareció enseguida, de la misma forma en que la caballero lo había hecho, y dejando al Duque calvo y a las dos Flores moribundas a solas en el silencio de la noche. Los ojos del hombre al examinarlas no tenían precio.
Se acercó lentamente a la que le había apuñalado en el tobillo.
La mujer sonrió de forma desafiante.
Para Kathrina, significaba poco que aquella hubiese sido poco menos que la palabra que más veces se había repetido a lo largo de aquella extraña y fatídica noche. No pudo darle un sentido al principio: ¿Correr de qué? ¿Correr adonde? Y de veras que su ingénuo orgullo de caballero estuvo a punto de jugarle una mala pasada al respecto.
El segundo en el que sus ojos siguieron posados en los de la Flor le sirvió para, bajo la escasa luz, examinar el estado en el que se encontraba. No iba a salir viva de allí. Y algo en sus ojos le hacía saber a ciencia cierta que, incluso si hubiera podido huir, no lo habría hecho. La mirada a Fertch fue mucho más fugaz: El hombre, con la pierna herida, se debatía para tratar de levantarse, invadido por la cólera.
...
Maldita sea.
El corazón le latía a toda prisa cuando asintió con lentitud. El orgullo, el honor, le pedían a gritos que permaneciese donde estaba y cumpliese el deber que se le presupone a un caballero. Pero sus pensamientos le recordaban que el orgullo y el honor ya le habían hecho caer en una trampa con anterioridad. Había algo que Kathrina tenía que hacer, que no podía simplemente negarse a hacer.
Que aquella mujer tuviera que dar la vida por ello sería algo, un recuerdo, que le acompañaría durante el resto de sus días. Se volvió antes de que hubieran transcurrido cinco segundos, y se deslizó a través de la oscuridad hasta salir a la plaza en la que se encontraba el cadalso, desde la cual enfiló la calle principal.
- Ggghhh - gruñó Fertch, tratando aún de levantarse.
Había sido rápido. Kathrina no había tardado demasiado en escapar, y ni él ni el comandante pudieron reaccionar a tiempo para impedírselo. El hombre de pelo negro se acercó al calvo para ayudarle a ponerse en pie, pero éste le rechazó negando con la cabeza, aunque se asió de su brazo para darse impulso para levantarse.
- No - le regañó. - No, maldita sea. No dejes que ésa zorra escape. Corre. Síguela. Ve adonde vaya y tráeme sus ojos. Ésto clama venganza. ¡Corre!
El hombre se volvió.
El silencio se adueñó de nuevo de la zona durante unos momentos. El relámpago iluminó la calle y el lugar en el que se encontraban, revelando la figura de Kathrina, que corría hacia la calle principal. La habría perdido de vista enseguida, pero daba igual. Los dos hombres sabían adonde se dirigía.
- Lo pagará - declamó simplemente, y comenzó a correr.
Desapareció enseguida, de la misma forma en que la caballero lo había hecho, y dejando al Duque calvo y a las dos Flores moribundas a solas en el silencio de la noche. Los ojos del hombre al examinarlas no tenían precio.
Se acercó lentamente a la que le había apuñalado en el tobillo.
La mujer sonrió de forma desafiante.
Kath Vance- Cantidad de envíos : 41
Re: Creer en el Infierno
El violento crepitar de las llamas y el estruendo que producían algunas de las estanterías más bajas cuando los soportales de la estructura cedían, comidos por el fuego, llenaban la estancia de un estruendo incesante.
Yshara esperó, sin saber si Kirill había respondido algo, a que el mago dejase de estar justo a su espalda, y sintió que le ponía la mano en el brazo para tirar de ella. Dejó que lo hiciera, pero no atravesó el espejo. En su lugar empujó con brusquedad a una inamovible Canción, que apenas pareció inmutarse cuando lo hizo, sin mirarla, aún fascinada por el fuego.
Lo cierto es que la elfa no tenía planeado tardar mucho más en seguirles. La idea del suicidio no le atraía demasiado, pero tampoco es que se quedase atrás para admirar el crepitar de las llamas. No obstante, había algo que debía hacer. Levantó el arco, tensándolo con rapidez, y dirigió el extremo de la flecha hacia...
...
Es cierto que en un primer momento lo dirigió hacia Lobo, considerando que Malzeth, herido, en aquel momento no era una amenaza.
Pero es que Lobo estaba mirando en su dirección.
No iba armado. La única arma que había llevado, una espada corta, era la que ahora sobresalía del hombro de Malzeth. Yshara no se había parado a examinar la herida, pero había algo que le había resultado extraño desde que la vio. ¿Por qué el hombro? En su posición, Lobo podría haberle matado si hubiera querido. De un solo golpe.
Sonrió para sí misma. Idiota, la pregunta no era ésa. La pregunta era por qué atacar a Malzeth; pero, igual que con la otra, Yshara creía tener la respuesta. Y si no la había deducido, lo hizo cuando encontró a Lobo mirando en su dirección.
- ¿No es algo tarde para cambiar de bando? - preguntó.
El hombre se encogió de hombros.
- ¿Qué se yo? - respondió, con una leve sonrisa. - Nadie me preguntó en cuál estaba. Es mas fácil respetarte a tí que a él.
La elfa le devolvió la sonrisa. Aquello podía pasar por un cumplido muy bonito, y tal vez no fuese una cuestión de inmodestia reconocerle la verdad. Malzeth no era lo que se dice un líder carismático. Ni siquiera podía reconocerle valor como persona. Y después de saber lo de Invierno...
- Ya - respondió con sencillez.
La flecha silbó al liberarse de la cuerda, y zumbó por el aire un momento antes de encontrar carne. Un alarido se elevó por encima del crepitar de las llamas, un alarido de satisfactorio dolor. El hombre rubio sonrió a medias al comprobar cómo Malzeth se llevaba las manos a la entrepierna. Yshara tenía buena puntería, y había cogido la idea perfectamente.
No se trataba de matarle. Al menos, no para ella. Aquel traidor, aquel hijo de perra. Si hubiera podido, le hubiera matado tan lentamente que le habría hecho llorar y desear no solo no haberla traicionado, sino no haber nacido. Pero al menos podía conseguir que sus últimos minutos, antes de que el fuego se lo tragase, fueran agónicos.
Lobo debía sentirse más o menos igual.
- Somos más parecidos de lo que pensaba - dijo el hombre, y ahora fue Yshara la que sonrió sin pretenderlo. - Ha sido un gusto conocerte, Nadyssra.
- Lo sabías - musitó ella.
- No - respondió. - Pero yo habría hecho lo mismo.
Yshara se sintió culpable durante una fracción de segundo, pero no más. Miró hacia la casi cegadora extensión del incendio, que devoraba con rapidez la biblioteca, y alzó los ojos hacia el techo de la misma. Mientras lo hacía, una última flecha salió de su carcaj. Era diferente de las que había disparado antes, una flecha más alargada, metálica, con la punta configurada de otra forma. La elfa le enganchó una especie de mosquete, y la cargó en el arco.
- Que sea rápido - dijo.
- No - respondió ella.
Aunque la frase le causó cierta hilaridad.
Curioso. Supuso que, en su lugar, ella también habría pensado que le mataría. Era algo más decente que morir siendo pasto de las llamas, en la desesperación de buscar una salida de aquel infierno que pronto dejaría de existir. Yshara alzó los brazos, y disparó contra la vidriera que coronaba la biblioteca. La flecha de metal partió el vidrio en mil pedazos, que se sumaron al crepitar de las llamas con su tintineo, y se clavó entre las tejas de la vieja casa. La lluvia entró como un torrente en la habitación, apagando una parte del incendio, pero muy insuficiente para evitar que la casa ardiera hasta los cimientos.
La brisa nocturna hizo balancearse una cuerda delgada, hecha de una fibra resistente, que la elfa había enganchado a la flecha antes de dispararla.
- Cuídate - dijo.
Y desapareció a través del portal.
... para encontrarse con una realidad no muy diferente de la que le precedía.
No había dejado de pensar en Ethel en todo este tiempo, y en todo lo que podría haber pasado para que rompiese de aquella forma el vínculo que, desde que realizaran cierto ritual, algún tiempo atrás, la unía telepáticamente con Canción, permitiéndole enviar su conciencia mas allá del conjuro que impedía que entrase en el Reino de las Cascadas.
Es cierto, había empleado a la elfa como marioneta durante algún tiempo, pero nunca antes la había abandonado tan... bruscamente. Y menos estando su vida en juego. Yshara se había preguntado qué podía pasar una y cien veces, y en cuanto hubo cruzado el espejo, todo el ansia y la angustia que sentía por no saberlo, y que había intentado suprimir mientras mantenía a raya a Lobo y Malzeth volvieron a ella como un torrente.
No había tardado tanto tiempo.
Cuando atravesó el espejo, casi le pasó lo mismo que a Kirill. No vio el escritorio, ni vio a las chicas. De estar en una sala iluminada por el fuego a una sepultada en la oscuridad había un mundo; al principio no vio mas que una mancha oscura, mientras sus pupilas se dilataban. Luego divisó sus siluetas, y asumió que la estarían apuntando con ballestas. No conocía la casa de Ethel tan bien como para aventurar dónde estaban, pero--
- ¿Ethel? - preguntó.
Le traicionó la figura de la mujer recortada contra las sombras. Como era su propósito, la tomó por la hechicera. Pero había algo extraño en ella. No, no era Ethel. A medida que su vista se iba haciendo a la iluminación del habitáculo, buscó a la hechicera con la mirada. Escuchó el golpe en la puerta. Ni por un momento se le había ocurrido pensar que las cosas irían bien en casa de Ethel, a juzgar por lo que había pasado. Pero, ¿Qué diablos estaba pasando?
- ¿Qué ha pasado? - preguntó de forma inquisitiva. - ¿Dónde está Ethel?
Yshara esperó, sin saber si Kirill había respondido algo, a que el mago dejase de estar justo a su espalda, y sintió que le ponía la mano en el brazo para tirar de ella. Dejó que lo hiciera, pero no atravesó el espejo. En su lugar empujó con brusquedad a una inamovible Canción, que apenas pareció inmutarse cuando lo hizo, sin mirarla, aún fascinada por el fuego.
Lo cierto es que la elfa no tenía planeado tardar mucho más en seguirles. La idea del suicidio no le atraía demasiado, pero tampoco es que se quedase atrás para admirar el crepitar de las llamas. No obstante, había algo que debía hacer. Levantó el arco, tensándolo con rapidez, y dirigió el extremo de la flecha hacia...
...
Es cierto que en un primer momento lo dirigió hacia Lobo, considerando que Malzeth, herido, en aquel momento no era una amenaza.
Pero es que Lobo estaba mirando en su dirección.
No iba armado. La única arma que había llevado, una espada corta, era la que ahora sobresalía del hombro de Malzeth. Yshara no se había parado a examinar la herida, pero había algo que le había resultado extraño desde que la vio. ¿Por qué el hombro? En su posición, Lobo podría haberle matado si hubiera querido. De un solo golpe.
Sonrió para sí misma. Idiota, la pregunta no era ésa. La pregunta era por qué atacar a Malzeth; pero, igual que con la otra, Yshara creía tener la respuesta. Y si no la había deducido, lo hizo cuando encontró a Lobo mirando en su dirección.
- ¿No es algo tarde para cambiar de bando? - preguntó.
El hombre se encogió de hombros.
- ¿Qué se yo? - respondió, con una leve sonrisa. - Nadie me preguntó en cuál estaba. Es mas fácil respetarte a tí que a él.
La elfa le devolvió la sonrisa. Aquello podía pasar por un cumplido muy bonito, y tal vez no fuese una cuestión de inmodestia reconocerle la verdad. Malzeth no era lo que se dice un líder carismático. Ni siquiera podía reconocerle valor como persona. Y después de saber lo de Invierno...
- Ya - respondió con sencillez.
La flecha silbó al liberarse de la cuerda, y zumbó por el aire un momento antes de encontrar carne. Un alarido se elevó por encima del crepitar de las llamas, un alarido de satisfactorio dolor. El hombre rubio sonrió a medias al comprobar cómo Malzeth se llevaba las manos a la entrepierna. Yshara tenía buena puntería, y había cogido la idea perfectamente.
No se trataba de matarle. Al menos, no para ella. Aquel traidor, aquel hijo de perra. Si hubiera podido, le hubiera matado tan lentamente que le habría hecho llorar y desear no solo no haberla traicionado, sino no haber nacido. Pero al menos podía conseguir que sus últimos minutos, antes de que el fuego se lo tragase, fueran agónicos.
Lobo debía sentirse más o menos igual.
- Somos más parecidos de lo que pensaba - dijo el hombre, y ahora fue Yshara la que sonrió sin pretenderlo. - Ha sido un gusto conocerte, Nadyssra.
- Lo sabías - musitó ella.
- No - respondió. - Pero yo habría hecho lo mismo.
Yshara se sintió culpable durante una fracción de segundo, pero no más. Miró hacia la casi cegadora extensión del incendio, que devoraba con rapidez la biblioteca, y alzó los ojos hacia el techo de la misma. Mientras lo hacía, una última flecha salió de su carcaj. Era diferente de las que había disparado antes, una flecha más alargada, metálica, con la punta configurada de otra forma. La elfa le enganchó una especie de mosquete, y la cargó en el arco.
- Que sea rápido - dijo.
- No - respondió ella.
Aunque la frase le causó cierta hilaridad.
Curioso. Supuso que, en su lugar, ella también habría pensado que le mataría. Era algo más decente que morir siendo pasto de las llamas, en la desesperación de buscar una salida de aquel infierno que pronto dejaría de existir. Yshara alzó los brazos, y disparó contra la vidriera que coronaba la biblioteca. La flecha de metal partió el vidrio en mil pedazos, que se sumaron al crepitar de las llamas con su tintineo, y se clavó entre las tejas de la vieja casa. La lluvia entró como un torrente en la habitación, apagando una parte del incendio, pero muy insuficiente para evitar que la casa ardiera hasta los cimientos.
La brisa nocturna hizo balancearse una cuerda delgada, hecha de una fibra resistente, que la elfa había enganchado a la flecha antes de dispararla.
- Cuídate - dijo.
Y desapareció a través del portal.
... para encontrarse con una realidad no muy diferente de la que le precedía.
No había dejado de pensar en Ethel en todo este tiempo, y en todo lo que podría haber pasado para que rompiese de aquella forma el vínculo que, desde que realizaran cierto ritual, algún tiempo atrás, la unía telepáticamente con Canción, permitiéndole enviar su conciencia mas allá del conjuro que impedía que entrase en el Reino de las Cascadas.
Es cierto, había empleado a la elfa como marioneta durante algún tiempo, pero nunca antes la había abandonado tan... bruscamente. Y menos estando su vida en juego. Yshara se había preguntado qué podía pasar una y cien veces, y en cuanto hubo cruzado el espejo, todo el ansia y la angustia que sentía por no saberlo, y que había intentado suprimir mientras mantenía a raya a Lobo y Malzeth volvieron a ella como un torrente.
No había tardado tanto tiempo.
Cuando atravesó el espejo, casi le pasó lo mismo que a Kirill. No vio el escritorio, ni vio a las chicas. De estar en una sala iluminada por el fuego a una sepultada en la oscuridad había un mundo; al principio no vio mas que una mancha oscura, mientras sus pupilas se dilataban. Luego divisó sus siluetas, y asumió que la estarían apuntando con ballestas. No conocía la casa de Ethel tan bien como para aventurar dónde estaban, pero--
- ¿Ethel? - preguntó.
Le traicionó la figura de la mujer recortada contra las sombras. Como era su propósito, la tomó por la hechicera. Pero había algo extraño en ella. No, no era Ethel. A medida que su vista se iba haciendo a la iluminación del habitáculo, buscó a la hechicera con la mirada. Escuchó el golpe en la puerta. Ni por un momento se le había ocurrido pensar que las cosas irían bien en casa de Ethel, a juzgar por lo que había pasado. Pero, ¿Qué diablos estaba pasando?
- ¿Qué ha pasado? - preguntó de forma inquisitiva. - ¿Dónde está Ethel?
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Creer en el Infierno
Le costó unos segundos de parpadeos ser del todo consciente de la nueva situación, y fue para él como si le echaran una jarra de agua fría en el momento de máxima tensión. No se había parado a considerar qué habría del otro lado del portal, y sin duda no se esperaba que le pudieran una espada al cuello.
Miró con la cabeza bien alta hacia aquella mujer de cabellos rizados, principalmente por la leve presión del metal sobre su garganta que le llevaba a echarse hacia atrás instintivamente, por mucho que después de salir de una biblioteca en llamas de la que parecía no haber escapatoria le fuera imposible sentirse en lo más mínimo amenazado o asustado. Al recorrer con la mirada la habitación comenzó a ser consciente de la presencia de otras mujeres, así como de las ballestas con las que apuntaban. Escuchó el golpe y la pregunta de Yshara, y en parte comprendió la situación. Pero había cosas que no cambiaban.
Kirill siguió con la mirada a la desconocida que se acercaba al portal. Miró al mismo tiempo en su interior y se dio cuenta de que con el cambio súbito que había sido cruzar el portal y encontrarse con la espada al cuello se había desconcentrado y había perdido bastante control sobre el mismo. Le costaría demasiado tiempo detener el fluir de la magia.... y supuso que de todas formas, viendo las llamas que habían al otro lado, cualquier advertencia al respecto sería innecesaria.
- ... Romped el espejo - insistió aun así, empeñado en que esto fuera lo primero en hacerse. No sabía que Lobo y Malzeth no les seguían, aunque ya no le preocupaban, ni que otras zonas de la casa a la que habían ido a parar estaban ya en llamas.
Miró con la cabeza bien alta hacia aquella mujer de cabellos rizados, principalmente por la leve presión del metal sobre su garganta que le llevaba a echarse hacia atrás instintivamente, por mucho que después de salir de una biblioteca en llamas de la que parecía no haber escapatoria le fuera imposible sentirse en lo más mínimo amenazado o asustado. Al recorrer con la mirada la habitación comenzó a ser consciente de la presencia de otras mujeres, así como de las ballestas con las que apuntaban. Escuchó el golpe y la pregunta de Yshara, y en parte comprendió la situación. Pero había cosas que no cambiaban.
Kirill siguió con la mirada a la desconocida que se acercaba al portal. Miró al mismo tiempo en su interior y se dio cuenta de que con el cambio súbito que había sido cruzar el portal y encontrarse con la espada al cuello se había desconcentrado y había perdido bastante control sobre el mismo. Le costaría demasiado tiempo detener el fluir de la magia.... y supuso que de todas formas, viendo las llamas que habían al otro lado, cualquier advertencia al respecto sería innecesaria.
- ... Romped el espejo - insistió aun así, empeñado en que esto fuera lo primero en hacerse. No sabía que Lobo y Malzeth no les seguían, aunque ya no le preocupaban, ni que otras zonas de la casa a la que habían ido a parar estaban ya en llamas.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Creer en el Infierno
La mujer de pelo rizado acercó otro poco la espada a Kirill cuando este retrocedió, entrecerando los ojos y evitando darle espacio.
- Qué es lo que quieres? - repitió la pregunta por si estaba jugando a evadirla, no parec{ia muy intimidado, de hecho se atrevía a pensar que aceptaba gustoso el cambio del fuego por el metal y de alguna forma, no lo culpaba.
La Orquídea alcanzó el espejo justo cuando una segunda figura salía por él. Su arma cortó el aire y se detuvo a tiempo, con muy buen control, antes de tocar si quiera por accidente a la elfa de pelo gris. Sus ojos se abrieron con sorpresa cuando miró a través de ese cascaron vacío desde las ventanas rojizas de sus ojos. En simultaneo que bajaba la espada, su mano la tomaba con fuerza del brazo halándola con fuerza hacia ella, haciéndose un paso a un lado para que no se estrellaran, con el fin de colocarla justo detrás de sí, protegiéndola de lo que fuera a salir de ese portal. Cuando tuvo casi todo el brazo a la espalda, la soltó con la misma poca delicadeza con la que la había atajado y sacado del medio, alzó de nueva cuenta su arma en actitud defensiva y el mundo se detuvo con un nuevo golpe.
Este no venía de la puerta, venía justo de su espalda. No hubo gemido de dolor, solo el bulto caer y el sonido propio de una cabeza al golpear contra la piedra. La Orquídea se asustó, se asustó mucho y no se atrevió a mirar atrás. Tampoco lo necesitaba, los pies de Canción junto a los suyos, tirados en el piso le daban una idea de lo que había pasado.
Por supuesto Canción no había puesto la menor resistencia cuando la tomó del brazo y la movió bruscamente, pero tampoco había tenido voluntad y menos iniciativa para controlar sus movimientos y al soltarla había caído al piso torpemente por la fuerza del movimiento.
Cerró los ojos maldiciendo en silencio y al abrirlos, de reojo la vio sentada en el piso, con una mano en la cabeza, justo donde había recibido el golpe por su propia torpeza. Repitió mil veces la imagen en su cabeza. Cuando la miró a los ojos, estos estaban vacios, no había vida en ellos, no había nada, no estaba Ethel ahí, no lo estaba, no lo estaba, en su afán de protegerla se había pasado pero no estaba.
La de pelo rizado se distrajo de mantener a raya a Kirrill por un momento, mirando en dirección al portal, las llamas, los que salían.
- Qué? – preguntó la Flor de pelo rizado cuando se le llamó por el nombre de su Líder. Así tenía que ser. La Orquídea volvió a la realidad, se desentendió de Canción y miró a Yshara bastante preocupada, apartándose del camino, de su camino.
- Señorita Yshara… - en su voz había esa mezcla de alivio y desesperación por ver una cara familiar, por al fin tener una noticia de Ethel, para ser una Orquídea se estaba desmoronando con todo lo que pasaba, pero de no haber hablado, no se habría notado. Miró por detrás de ella, no venía nadie mas? Casi tenía la certeza que no dejaría atrás a su Señora por ningún motivo y si lo tuviera habría sopesado sus opciones. Pero… - Qué es lo…? – su pregunta se estaba sobre poniendo a la de Yshara así que calló para retomar de inmediato – donde esta…? – de nuevo preguntaban al unísono, pero de nuevo guardó silencio, se le quiso venir el mundo encima y se vio toda la ansiedad en sus ojos. Otro golpe contra la puerta.
La insistencia en cerrar el portal, pasó a ser también la prioridad de las presentes, las de las ballestas dejaron de apuntarle al hombre y lo hicieron hacia el espejo.
- El portal está abierto, cómo esperas que se rompa el espejo sin que lo que le hagamos no traspase al otro lado? - preguntó la de pelo rizado, pero entonces uno de los virotes de las que tenían ballestas se clavó contra el fino biselado que aun era espejo y no portal. Inmediatamente se cuarteó y el segundo vitore impactó un poco más al centro; el tercero efectivamente traspasó el portal hasta perderse en la otra biblioteca. El portal se iba volviendo espejo segun se fragmentaba el cristal, pero era demasiado lento como para no sentir el calor que provenía del otro lado y que haría de las suyas en el piso de madera del Estudio.
- La forma más rápida de deshacer un conjuro es matar al mago - dijo la Flor que lo amenazaba.
- No creo que funcione! - se apresuró a decir la Orquídea y se dirigió a golpear con su espada el marco del espejo - Ven a ayudar! - ordenó y por fin dejó el cuello de Kirill tranquilo, las flechas volvieron a impactar el cristal cerrando aun más el portal. Pero no podían seguir perdiendo muciones que necesitarán para lo que estaba al otro lado de la puerta. Las otras dos, en su sitio, se giraron a la puerta y volvieron a apuntar
- Qué es lo que quieres? - repitió la pregunta por si estaba jugando a evadirla, no parec{ia muy intimidado, de hecho se atrevía a pensar que aceptaba gustoso el cambio del fuego por el metal y de alguna forma, no lo culpaba.
La Orquídea alcanzó el espejo justo cuando una segunda figura salía por él. Su arma cortó el aire y se detuvo a tiempo, con muy buen control, antes de tocar si quiera por accidente a la elfa de pelo gris. Sus ojos se abrieron con sorpresa cuando miró a través de ese cascaron vacío desde las ventanas rojizas de sus ojos. En simultaneo que bajaba la espada, su mano la tomaba con fuerza del brazo halándola con fuerza hacia ella, haciéndose un paso a un lado para que no se estrellaran, con el fin de colocarla justo detrás de sí, protegiéndola de lo que fuera a salir de ese portal. Cuando tuvo casi todo el brazo a la espalda, la soltó con la misma poca delicadeza con la que la había atajado y sacado del medio, alzó de nueva cuenta su arma en actitud defensiva y el mundo se detuvo con un nuevo golpe.
Este no venía de la puerta, venía justo de su espalda. No hubo gemido de dolor, solo el bulto caer y el sonido propio de una cabeza al golpear contra la piedra. La Orquídea se asustó, se asustó mucho y no se atrevió a mirar atrás. Tampoco lo necesitaba, los pies de Canción junto a los suyos, tirados en el piso le daban una idea de lo que había pasado.
Por supuesto Canción no había puesto la menor resistencia cuando la tomó del brazo y la movió bruscamente, pero tampoco había tenido voluntad y menos iniciativa para controlar sus movimientos y al soltarla había caído al piso torpemente por la fuerza del movimiento.
Cerró los ojos maldiciendo en silencio y al abrirlos, de reojo la vio sentada en el piso, con una mano en la cabeza, justo donde había recibido el golpe por su propia torpeza. Repitió mil veces la imagen en su cabeza. Cuando la miró a los ojos, estos estaban vacios, no había vida en ellos, no había nada, no estaba Ethel ahí, no lo estaba, no lo estaba, en su afán de protegerla se había pasado pero no estaba.
La de pelo rizado se distrajo de mantener a raya a Kirrill por un momento, mirando en dirección al portal, las llamas, los que salían.
- Qué? – preguntó la Flor de pelo rizado cuando se le llamó por el nombre de su Líder. Así tenía que ser. La Orquídea volvió a la realidad, se desentendió de Canción y miró a Yshara bastante preocupada, apartándose del camino, de su camino.
- Señorita Yshara… - en su voz había esa mezcla de alivio y desesperación por ver una cara familiar, por al fin tener una noticia de Ethel, para ser una Orquídea se estaba desmoronando con todo lo que pasaba, pero de no haber hablado, no se habría notado. Miró por detrás de ella, no venía nadie mas? Casi tenía la certeza que no dejaría atrás a su Señora por ningún motivo y si lo tuviera habría sopesado sus opciones. Pero… - Qué es lo…? – su pregunta se estaba sobre poniendo a la de Yshara así que calló para retomar de inmediato – donde esta…? – de nuevo preguntaban al unísono, pero de nuevo guardó silencio, se le quiso venir el mundo encima y se vio toda la ansiedad en sus ojos. Otro golpe contra la puerta.
La insistencia en cerrar el portal, pasó a ser también la prioridad de las presentes, las de las ballestas dejaron de apuntarle al hombre y lo hicieron hacia el espejo.
- El portal está abierto, cómo esperas que se rompa el espejo sin que lo que le hagamos no traspase al otro lado? - preguntó la de pelo rizado, pero entonces uno de los virotes de las que tenían ballestas se clavó contra el fino biselado que aun era espejo y no portal. Inmediatamente se cuarteó y el segundo vitore impactó un poco más al centro; el tercero efectivamente traspasó el portal hasta perderse en la otra biblioteca. El portal se iba volviendo espejo segun se fragmentaba el cristal, pero era demasiado lento como para no sentir el calor que provenía del otro lado y que haría de las suyas en el piso de madera del Estudio.
- La forma más rápida de deshacer un conjuro es matar al mago - dijo la Flor que lo amenazaba.
- No creo que funcione! - se apresuró a decir la Orquídea y se dirigió a golpear con su espada el marco del espejo - Ven a ayudar! - ordenó y por fin dejó el cuello de Kirill tranquilo, las flechas volvieron a impactar el cristal cerrando aun más el portal. Pero no podían seguir perdiendo muciones que necesitarán para lo que estaba al otro lado de la puerta. Las otras dos, en su sitio, se giraron a la puerta y volvieron a apuntar
Ethel- Cantidad de envíos : 308
Re: Creer en el Infierno
Hay algo peor que la incertidumbre.
Es cierto que la incertidumbre no es el sentimiento más agradable que existe. Es feo, es caótico; cuando no puedes estar seguro de nada y cada una de las cosas que te rodean es una incógnita a través de la que no puedes pasar. Las posibilidades están ahí, te hacen pensar, a veces duelen, a veces tienes que apartar las ideas de tu cabeza porque no las puedes creer o te niegas a considerarlas.
Pero, ¿Lo peor? ¿Algo peor que esa duda que te corroe, que te carcome lentamente?
Lo peor es la certeza.
La oscuridad de la calle sólo se disipó un momento. Un rayo, uno de los muchos que habían batido el cielo aquella noche de incesantes truenos, al prestar a la escena su luz durante unos segundos. Kathrina contempló el lugar, tan quieto, tan tranquilo. Ella no podía sentir el olor a sangre en el ambiente, no podía escuchar el eco de los gritos. No estaba sintonizada con ésas cosas. Si no fuera por la colmna de humo que se recortaba contra el cielo, apenas habría parecido que la casa ardía.
Mierda.
Los caballos habían estado atados cerca de la palestra. Kathrina no era idiota: Había cogido el suyo, y había golpeado a los otros para atemorizarlos, haciéndoles huir calle arriba una vez desatados. El comandante llegó unos segundos demasiado tarde, mientras los caballos corrían despavoridos y la caballero acababa de montar el suyo. Nervioso, el animal se puso a dos patas con un relincho, y el comandante no se atrevió a acercarse a Kathrina, aunque ésta le devolvía la penetrante mirada. Era un caballo bien entrenado, que no se asustaba del brillo de las armas. Un caballo de guerra que podía partirle la cabeza de una coz. Montada, la caballero no era un enemigo al que quisiera hacer frente desde el suelo.
- No me sigas - le ordenó, sombría.
Recorrer la distancia que le separaba de la casa a lomos del caballo no fue gran cosa. Le dio la espalda al hombre de pelo y armadura negras, y espoleó al noble bruto con fiereza, casi pasando al galope tendido en apenas un instante. No es que la casa estuviese tan lejos. En realidad el comandante no tardaría demasiado en llegar andando, pero Kathrina no quería perder un momento. La ansiedad le comprimía la garganta.
Tenía que...
Es cierto que la incertidumbre no es el sentimiento más agradable que existe. Es feo, es caótico; cuando no puedes estar seguro de nada y cada una de las cosas que te rodean es una incógnita a través de la que no puedes pasar. Las posibilidades están ahí, te hacen pensar, a veces duelen, a veces tienes que apartar las ideas de tu cabeza porque no las puedes creer o te niegas a considerarlas.
Pero, ¿Lo peor? ¿Algo peor que esa duda que te corroe, que te carcome lentamente?
Lo peor es la certeza.
La oscuridad de la calle sólo se disipó un momento. Un rayo, uno de los muchos que habían batido el cielo aquella noche de incesantes truenos, al prestar a la escena su luz durante unos segundos. Kathrina contempló el lugar, tan quieto, tan tranquilo. Ella no podía sentir el olor a sangre en el ambiente, no podía escuchar el eco de los gritos. No estaba sintonizada con ésas cosas. Si no fuera por la colmna de humo que se recortaba contra el cielo, apenas habría parecido que la casa ardía.
Mierda.
Los caballos habían estado atados cerca de la palestra. Kathrina no era idiota: Había cogido el suyo, y había golpeado a los otros para atemorizarlos, haciéndoles huir calle arriba una vez desatados. El comandante llegó unos segundos demasiado tarde, mientras los caballos corrían despavoridos y la caballero acababa de montar el suyo. Nervioso, el animal se puso a dos patas con un relincho, y el comandante no se atrevió a acercarse a Kathrina, aunque ésta le devolvía la penetrante mirada. Era un caballo bien entrenado, que no se asustaba del brillo de las armas. Un caballo de guerra que podía partirle la cabeza de una coz. Montada, la caballero no era un enemigo al que quisiera hacer frente desde el suelo.
- No me sigas - le ordenó, sombría.
Recorrer la distancia que le separaba de la casa a lomos del caballo no fue gran cosa. Le dio la espalda al hombre de pelo y armadura negras, y espoleó al noble bruto con fiereza, casi pasando al galope tendido en apenas un instante. No es que la casa estuviese tan lejos. En realidad el comandante no tardaría demasiado en llegar andando, pero Kathrina no quería perder un momento. La ansiedad le comprimía la garganta.
Tenía que...
Kath Vance- Cantidad de envíos : 41
Re: Creer en el Infierno
¿Qué cojones?
A medida que los ojos de Yshara iban captando la totalidad de la escena, el ceño de la elfa se fue frunciendo. No solo por la respuesta que obtuvieron sus preguntas, y que le hicieron creer de inmediato que, de alguna forma, aquellas chicas creían que Ethel estaba con ella, algo que no estaba del todo equivocado; también por cómo se desarrollaban los acontecimientos.
Todo pasaba demasiado rápido. Alguien amenzaba a Kirill. La puerta resonaba con golpes. Las mujeres trataban de destrozar el espejo. Yshara miró a través de la ya resquebrajada fisura a través de la que había salido, y no pudo distinguir lo que había en la otra habitación. Pero el calor era palpable, y las llamas... maldita fuera, las llamas podían propagarse a través del portal.
Pero lo primero es lo primero.
- Inténtalo y muere - declamó con seriedad, al tiempo que agarraba bruscamente la muñeca con la que la joven que amenazaba a Kirill sostenía el arma. La apartó apenas unos centímetros, pero su mirada le dejaba claro que iba en serio. - Viene conmigo.
De pronto no le resultaba tan curioso haberla confundido con Ethel. Eran... parecidas. Y creía adivinar el propósito de aquel parecido. Pero, ¿Por qué las Flores no sabían lo que había sido de Ethel? ¿Por qué había un olor tan fuerte a sangre, a muerte, en la casa? ¿Por qué aquellas caras de incertidumbre, casi de terror?
- Atacan la casa - se contestó a sí misma, en voz alta sin darse cuenta de ello. - Mierda. Ethel. - se volvió hacia las chicas que intentaban romper el espejo.
Entendía la idea general, pero aún no podía hacerse a cada una de las situaciones por separado. No obstante, aquella asociación era obvia. El fuego. El espejo. El deje de miedo en algunos rostros.
- ¡Tiradlo por la ventana! - sugirió. - ¿Qué demonios estáis haciendo aquí, si no sabéis dónde está Ethel?
Atacaban la casa. Y aquello, supo, era cosa de los mismos bastardos que habían intentado matar a "Nadyssra" en el lugar del que venían. Quién, o por qué, no lo sabía. Pero aquello demostraba que había sido una completa imbécil. Había creído que era cosa de Invierno. De acuerdo, tal vez con un poco más de tiempo se le habría ocurrido que no podía ser cosa de aquella zorra estúpida, que tenía que haber una mano más detrás de aquello. Solo que Yshara no la conocía.
Aún llevaba el arco en la mano. Sin pensarlo ni por un momento, volcó con brusquedad el escritorio, poniendo la madera entre la puerta, Kirill, Canción y ella, e invitó a las mujeres que portaban ballestas a que se refugiaran detrás del mueble. Y se dio cuenta de que no sabia, de que no tenia ni puta idea, de lo que debían esperar.
La cerradura saltó, y la puerta se abrió, cuando alguien le dio una última patada que la hizo ceder. Y justo como se esperaba, del otro lado de la puerta había gente. Gente hostil, para ser exactos. Un abanico de guardias vestidos de uniforme, con armadura intermedia y blandiendo espadas y escudos se desplegó en el interior de la sala, como ya habían hecho antes en otras cámaras similares. Cerraban el acceso a la salida con sus escudos, y al mismo tiempo, daban a los 'inquilinos' de la sala la sensación de estar acorralados al ver cómo les cercaba un muro de acero.
A medida que los ojos de Yshara iban captando la totalidad de la escena, el ceño de la elfa se fue frunciendo. No solo por la respuesta que obtuvieron sus preguntas, y que le hicieron creer de inmediato que, de alguna forma, aquellas chicas creían que Ethel estaba con ella, algo que no estaba del todo equivocado; también por cómo se desarrollaban los acontecimientos.
Todo pasaba demasiado rápido. Alguien amenzaba a Kirill. La puerta resonaba con golpes. Las mujeres trataban de destrozar el espejo. Yshara miró a través de la ya resquebrajada fisura a través de la que había salido, y no pudo distinguir lo que había en la otra habitación. Pero el calor era palpable, y las llamas... maldita fuera, las llamas podían propagarse a través del portal.
Pero lo primero es lo primero.
- Inténtalo y muere - declamó con seriedad, al tiempo que agarraba bruscamente la muñeca con la que la joven que amenazaba a Kirill sostenía el arma. La apartó apenas unos centímetros, pero su mirada le dejaba claro que iba en serio. - Viene conmigo.
De pronto no le resultaba tan curioso haberla confundido con Ethel. Eran... parecidas. Y creía adivinar el propósito de aquel parecido. Pero, ¿Por qué las Flores no sabían lo que había sido de Ethel? ¿Por qué había un olor tan fuerte a sangre, a muerte, en la casa? ¿Por qué aquellas caras de incertidumbre, casi de terror?
- Atacan la casa - se contestó a sí misma, en voz alta sin darse cuenta de ello. - Mierda. Ethel. - se volvió hacia las chicas que intentaban romper el espejo.
Entendía la idea general, pero aún no podía hacerse a cada una de las situaciones por separado. No obstante, aquella asociación era obvia. El fuego. El espejo. El deje de miedo en algunos rostros.
- ¡Tiradlo por la ventana! - sugirió. - ¿Qué demonios estáis haciendo aquí, si no sabéis dónde está Ethel?
Atacaban la casa. Y aquello, supo, era cosa de los mismos bastardos que habían intentado matar a "Nadyssra" en el lugar del que venían. Quién, o por qué, no lo sabía. Pero aquello demostraba que había sido una completa imbécil. Había creído que era cosa de Invierno. De acuerdo, tal vez con un poco más de tiempo se le habría ocurrido que no podía ser cosa de aquella zorra estúpida, que tenía que haber una mano más detrás de aquello. Solo que Yshara no la conocía.
Aún llevaba el arco en la mano. Sin pensarlo ni por un momento, volcó con brusquedad el escritorio, poniendo la madera entre la puerta, Kirill, Canción y ella, e invitó a las mujeres que portaban ballestas a que se refugiaran detrás del mueble. Y se dio cuenta de que no sabia, de que no tenia ni puta idea, de lo que debían esperar.
La cerradura saltó, y la puerta se abrió, cuando alguien le dio una última patada que la hizo ceder. Y justo como se esperaba, del otro lado de la puerta había gente. Gente hostil, para ser exactos. Un abanico de guardias vestidos de uniforme, con armadura intermedia y blandiendo espadas y escudos se desplegó en el interior de la sala, como ya habían hecho antes en otras cámaras similares. Cerraban el acceso a la salida con sus escudos, y al mismo tiempo, daban a los 'inquilinos' de la sala la sensación de estar acorralados al ver cómo les cercaba un muro de acero.
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Creer en el Infierno
Kirill pasó por alto la propuesta de "matar al mago" y se limitó a mirar con frialdad altanera a la mujer que le amenazaba.
Si hubiera sabido que iba a costar tanto cerrar el portal lo habría hecho él mismo por vía mágica. El malhumor y la impaciencia comenzaban a arremolinarse en su interior, y con él y su cabezonería por aliados estuvo a punto de dedicarse a ello... Pero por suerte las saetas no tardaron en llegar, previniendo lo que habría sido para él un enorme malgaste de energía.
Para cuando la espada abandonó su cuello, Kirill había considerado la posibilidad de, finalmente, no ayudar en nada a cerrar el espejo. Malzeth y Lobo no habían asomado; quizás Yshara los había matado. No tenía ningún interés en evitar que la casa de unos desconocidos ardiera... ¿no?
Yshara las conocía, recordó entonces. Era posible que se tratara de aliadas, y no de enemigas; en tal caso...
Kirill avanzó hasta el espejo, apartando en su camino a otra mujer que se afanaba en resquebrajarlo con métodos lentos y de eficacia contestable, y lo arrancó de la pared con un brusco movimiento. Sin darse un segundo de pausa, lo apoyó en el suelo y lo mantuvo vertical junto a sí; al mismo tiempo que Yshara volcaba el escritorio, la espada del mago atravesó el espejo desde su reverso. El cristal estalló en pedazos en su centro, y varios fragmentos cayeron al suelo. Kirill sintió que el marco de metal del espejo quemaba contra su palma, pero no lo soltó; volvió a clavar la espada, y la movió hasta destrozar completamente el centro de lo que ya no podía funcionar como portal.
El cerrojo saltó. Kirill miró hacia la entrada de la sala con gesto sorprendido y dejó caer al suelo cubierto de cristal los restos del espejo. Se colocó precipitadamente junto a Yshara tras el escritorio.
- ¿Quién demonios son esos? - masculló entre dientes para sí.
Pero fuera cual fuera la respuesta, por su actitud no podía tratarse más que de enemigos. Las mujeres de la sala se convertían así en sus aliadas indiscutibles, aunque tampoco tenía la más ligera idea de quienes eran. Todo parecía ligado a un nombre, "Ethel", y este le era desconocido; sin duda podía afirmarse que Kirill se movía prácticamente a ciegas, a pesar de lo que podía deducir por lo que oía.
Observó a los hombres mientras se desplegaban, sus escudos, sus armas y sus armaduras. Él debía esperar a tenerlos al alcance de su espada para dañarlos, y prefería quedarse todo lo quieto posible antes de entrar en acción. Aún sentía sobre su cuerpo el anterior esfuerzo mágico a pesar de intentar ignorarlo; su único movimiento fue el de cubrir su arma con magia oscura, como había hecho tantas veces.
Si hubiera sabido que iba a costar tanto cerrar el portal lo habría hecho él mismo por vía mágica. El malhumor y la impaciencia comenzaban a arremolinarse en su interior, y con él y su cabezonería por aliados estuvo a punto de dedicarse a ello... Pero por suerte las saetas no tardaron en llegar, previniendo lo que habría sido para él un enorme malgaste de energía.
Para cuando la espada abandonó su cuello, Kirill había considerado la posibilidad de, finalmente, no ayudar en nada a cerrar el espejo. Malzeth y Lobo no habían asomado; quizás Yshara los había matado. No tenía ningún interés en evitar que la casa de unos desconocidos ardiera... ¿no?
Yshara las conocía, recordó entonces. Era posible que se tratara de aliadas, y no de enemigas; en tal caso...
Kirill avanzó hasta el espejo, apartando en su camino a otra mujer que se afanaba en resquebrajarlo con métodos lentos y de eficacia contestable, y lo arrancó de la pared con un brusco movimiento. Sin darse un segundo de pausa, lo apoyó en el suelo y lo mantuvo vertical junto a sí; al mismo tiempo que Yshara volcaba el escritorio, la espada del mago atravesó el espejo desde su reverso. El cristal estalló en pedazos en su centro, y varios fragmentos cayeron al suelo. Kirill sintió que el marco de metal del espejo quemaba contra su palma, pero no lo soltó; volvió a clavar la espada, y la movió hasta destrozar completamente el centro de lo que ya no podía funcionar como portal.
El cerrojo saltó. Kirill miró hacia la entrada de la sala con gesto sorprendido y dejó caer al suelo cubierto de cristal los restos del espejo. Se colocó precipitadamente junto a Yshara tras el escritorio.
- ¿Quién demonios son esos? - masculló entre dientes para sí.
Pero fuera cual fuera la respuesta, por su actitud no podía tratarse más que de enemigos. Las mujeres de la sala se convertían así en sus aliadas indiscutibles, aunque tampoco tenía la más ligera idea de quienes eran. Todo parecía ligado a un nombre, "Ethel", y este le era desconocido; sin duda podía afirmarse que Kirill se movía prácticamente a ciegas, a pesar de lo que podía deducir por lo que oía.
Observó a los hombres mientras se desplegaban, sus escudos, sus armas y sus armaduras. Él debía esperar a tenerlos al alcance de su espada para dañarlos, y prefería quedarse todo lo quieto posible antes de entrar en acción. Aún sentía sobre su cuerpo el anterior esfuerzo mágico a pesar de intentar ignorarlo; su único movimiento fue el de cubrir su arma con magia oscura, como había hecho tantas veces.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Creer en el Infierno
La mujer liberó a Kirill, ante la advertencia de Yshara y de inmediato hizo caso de lo que le pedía su superior y trató de romper el espejo
– Así es, atacan la casa – dijo la Orquídea - y hasta donde estamos enteradas son solados, demasiados para que se trate de una parodia de arresto… JA!! Como si tuvieran motivos para hacerlo – dijo indignada y golpeó de nuevo el espejo, esta vez con rabia. La otra le dio espacio a Kirill para que lo fuera a intentar mientras la Orquídea miró confundida a Yshara; los golpes al espejo cesaron. De verdad creía que podrían entre todos agarrar el espejo, ese espejo y cargarlo hasta la ventana? Ese no era un espejo para nada pequeño y el solo marco pesaba lo suyo, sin agregar el peso del cristal que de todas formas ya estaba cayendo. Pero lo que tuvo precio fue su cara al ver como el hombre derribaba todo su pensamiento al soltarlo de la pared.
Faltó muy poco para que dejara caer la espada de lo impresionada, se miró con la de pelo rizado, que tenía la misma expresión de incredulidad pero que pronto rompió a reír por sentirse tonta y por la bizarra e inoportuna gracia (efecto del estrés y los nervios) que le causaba que estuviera asesinando al espejo por la espalda, risa que evaporó al retomar la palabra la otra
– Evitamos que lleguen directamente a ella, a la verdadera ella, somos un señuelo – dijo la de pelo rizado
- Además se supone que estaba contigo –
- Si Ethel no está contigo, estará con las otras, mucho más segura de lo que estaría de haber llegado aquí – dijo la de pelo rizado
La Orquídea tomó a Canción nuevamente del brazo y la ayudó a levantarse, esta vez con más delicadeza para dejarla tras el escritorio y luego se refugió ella. La de pelo rizado se puso a su lado y empezó a concentrarse.
- Son hombres de…. – guardó silencio y negó con la cabeza. Quien debía volver con ese dato para prepararse aun mejor nunca lo hizo. Suspiró y volvió a su labor de concentrarse.
Las muchachas de las ballestas, ahora que el escritorio estaba volcado volvieron a su posición en las paredes a lado y lado de la puerta, lo único que había variado de su formación era que Deyanira no estaba y que la Orquídea se refugiaba detrás del escritorio junto con la otra Flor.
Al entrar los soldados encontraron una habitación aparentemente vacía, aunque predecir que había personas detrás del escritorio era sencillo. Las de las ballestas aguardaban detrás de las puertas, quietas como sombras, la Orquídea parecía contar los pasos que daban ellos con los ojos cerrados, la de pelo rizado, pasaba la mano sobre el piso, sobre una ralladura muy superficial que tenía la madera, que si uno se fijaba bien, a la distancia que ellos tenían del suelo, no eran de muebles, hacían una figura; movía los labios sin producir sonido alguno
Al oído de la Orquídea ya había entrado los que iban a entrar. No tenía forma de saber si se quedaba alguna por fuera. Era un riesgo grande el que iban a correr. Pero además necesitaban asegurarse que terminaran de entrar. Ellos no tenían porque decir nada.
Había sido un asalto en toda regla y seguramente no querían prisioneros de la misma forma en que ellas nunca los tomaban. Casi sentía el peso de los escudos contra el suelo, debían volver a moverse. Debían avanzar más. Se miró con su compañera y esta negó. Miró a Yshara, miró a Canción, miró a Kirill.
Dejando a los de los escudos cerrando el paso, avanzaron otro poco, desplegándose de tal forma que pudieran rodear el escritorio. La de pelo rizado tomó aire de forma profunda y dejó fluir la magia, apoyando del todo la mano en el arreglo. De no haber volcado el escritorio lo habría hecho desde ahí. El arreglo en el suelo brilló muy rápido y cientos de pompas traslucidas flotaron, desde el suelo, apareciendo en el aire como volutas de polvo, cayendo desde el techo, muchas y muy rápidas.
Una de las que se encontraban lejanas a ellos, aun dentro de los limites del arreglo explotó con un curioso “poop” y la tensión de ellos vario, entre el alivio y le mayor estrés.
- Que es esto? – preguntó, mas bien gruño, uno de ellos. Al moverse el primero otras burbujas estallaron y alguien más gruñó, otro se quejó. Entre mas se movían más explotaban. Casi a los segundos del primer “poop” las demás estallaban rápidamente, de los quejidos iniciales pasaron a los gritos. Cada pompita era de un horrible acido corrosivo que no respetaba piel, ni ropa, ni armadura, ni escudo.
– Así es, atacan la casa – dijo la Orquídea - y hasta donde estamos enteradas son solados, demasiados para que se trate de una parodia de arresto… JA!! Como si tuvieran motivos para hacerlo – dijo indignada y golpeó de nuevo el espejo, esta vez con rabia. La otra le dio espacio a Kirill para que lo fuera a intentar mientras la Orquídea miró confundida a Yshara; los golpes al espejo cesaron. De verdad creía que podrían entre todos agarrar el espejo, ese espejo y cargarlo hasta la ventana? Ese no era un espejo para nada pequeño y el solo marco pesaba lo suyo, sin agregar el peso del cristal que de todas formas ya estaba cayendo. Pero lo que tuvo precio fue su cara al ver como el hombre derribaba todo su pensamiento al soltarlo de la pared.
Faltó muy poco para que dejara caer la espada de lo impresionada, se miró con la de pelo rizado, que tenía la misma expresión de incredulidad pero que pronto rompió a reír por sentirse tonta y por la bizarra e inoportuna gracia (efecto del estrés y los nervios) que le causaba que estuviera asesinando al espejo por la espalda, risa que evaporó al retomar la palabra la otra
– Evitamos que lleguen directamente a ella, a la verdadera ella, somos un señuelo – dijo la de pelo rizado
- Además se supone que estaba contigo –
- Si Ethel no está contigo, estará con las otras, mucho más segura de lo que estaría de haber llegado aquí – dijo la de pelo rizado
La Orquídea tomó a Canción nuevamente del brazo y la ayudó a levantarse, esta vez con más delicadeza para dejarla tras el escritorio y luego se refugió ella. La de pelo rizado se puso a su lado y empezó a concentrarse.
- Son hombres de…. – guardó silencio y negó con la cabeza. Quien debía volver con ese dato para prepararse aun mejor nunca lo hizo. Suspiró y volvió a su labor de concentrarse.
Las muchachas de las ballestas, ahora que el escritorio estaba volcado volvieron a su posición en las paredes a lado y lado de la puerta, lo único que había variado de su formación era que Deyanira no estaba y que la Orquídea se refugiaba detrás del escritorio junto con la otra Flor.
Al entrar los soldados encontraron una habitación aparentemente vacía, aunque predecir que había personas detrás del escritorio era sencillo. Las de las ballestas aguardaban detrás de las puertas, quietas como sombras, la Orquídea parecía contar los pasos que daban ellos con los ojos cerrados, la de pelo rizado, pasaba la mano sobre el piso, sobre una ralladura muy superficial que tenía la madera, que si uno se fijaba bien, a la distancia que ellos tenían del suelo, no eran de muebles, hacían una figura; movía los labios sin producir sonido alguno
Al oído de la Orquídea ya había entrado los que iban a entrar. No tenía forma de saber si se quedaba alguna por fuera. Era un riesgo grande el que iban a correr. Pero además necesitaban asegurarse que terminaran de entrar. Ellos no tenían porque decir nada.
Había sido un asalto en toda regla y seguramente no querían prisioneros de la misma forma en que ellas nunca los tomaban. Casi sentía el peso de los escudos contra el suelo, debían volver a moverse. Debían avanzar más. Se miró con su compañera y esta negó. Miró a Yshara, miró a Canción, miró a Kirill.
Dejando a los de los escudos cerrando el paso, avanzaron otro poco, desplegándose de tal forma que pudieran rodear el escritorio. La de pelo rizado tomó aire de forma profunda y dejó fluir la magia, apoyando del todo la mano en el arreglo. De no haber volcado el escritorio lo habría hecho desde ahí. El arreglo en el suelo brilló muy rápido y cientos de pompas traslucidas flotaron, desde el suelo, apareciendo en el aire como volutas de polvo, cayendo desde el techo, muchas y muy rápidas.
Una de las que se encontraban lejanas a ellos, aun dentro de los limites del arreglo explotó con un curioso “poop” y la tensión de ellos vario, entre el alivio y le mayor estrés.
- Que es esto? – preguntó, mas bien gruño, uno de ellos. Al moverse el primero otras burbujas estallaron y alguien más gruñó, otro se quejó. Entre mas se movían más explotaban. Casi a los segundos del primer “poop” las demás estallaban rápidamente, de los quejidos iniciales pasaron a los gritos. Cada pompita era de un horrible acido corrosivo que no respetaba piel, ni ropa, ni armadura, ni escudo.
Ethel- Cantidad de envíos : 308
Re: Creer en el Infierno
La oscuridad quiso velar la frenética carrera de la caballero, pero el repiqueteo de los cascos de su caballo sobre el empedrado de la calle precedió su llegada mucho antes de que su figura pudiera verse entre la bruma que formaba la lluvia.
Maldita fuera. Maldita fuera.
Con cada paso que se acercaba a la mansión, sus dudas iban creciendo, como lo hacían la ansiedad que le aprisionaba la garganta y las dudas que hacían latir más deprisa su corazón. Ya no dudas acerca del motivo por el que estaba haciendo aquello, algo que tenía muy claro. Dudas acerca de qué iba a pasar a continuación.
Afortunadamente, contaba con una ventaja, algo que se hizo patente tan pronto como estuvo en las inmediaciones de la casa e hizo que el caballo se volviese rápidamente a un lado para introducirse por el estrecho corredor que discurría entre la muralla externa de la mansión de Ethel y el edificio contiguo. Conocía el ataque. Sabía muy bien dónde estarían las tropas de Zergould, las de Fertch, y dónde las suyas propias.
Eran más, sin embargo, las cosas que ignoraba que las que sabía.
De haber sabido que los grupos se habían configurado para que algunos de ellos cayesen para permitir el acceso a otros, o de haber estado al corriente de cuál habría sido el papel de sus fuerzas - de haberle dado tiempo a dar la orden de ataque - tal vez Kathrina habría tenido una idea más clara de lo que había pasado, y de los verdaderos sentimientos que sus compañeros, y el hombre al que aún llamaba Señor, tenían hacia ella.
Bendita ignorancia.
La caballero no pretendía deshacerse de su caballo, pero hubo de abandonarlo momentáneamente. Cuando estuvo en el punto apropiado del corredor entre las dos mansiones, sacó de pronto los pies de las espuelas del animal, poniendo ambas manos en la silla para colocar los pies en su grupa. El caballo caminó más despacio por un momento, entrenado para cosas como aquella, y permitió que Kathrina saltase desde su espalda hasta la parte más alta del muro. Tras éso, siguió galopando.
La rubia clavó las manos en la tapia, agarrándose como mejor supo, y trepó hasta arriba para dejarse caer por el otro lado, donde se lastimó los pies con las ramas de un seto que no había visto y que le hizo rodar por la hierba empapada de lluvia. Dejó escapar un quejido, llevándose las manos al tobillo, pero ni siquiera éso era suficiente para detenerla. Y como esperaba, la zona en la que estaba era cercana al lugar en el que se encontraba el grueso de sus hombres.
Cojeó hasta la pared posterior de la casa. En aquella parte, las ventanas estaban rotas. Las órdenes de su grupo habían sido rodear la casa, procurarse una forma de entrar, y aguardar a la orden oportuna para atacar desde allí. Una tarea peligrosa, sí, pero la gente de Kathrina seguía siendo una de las mejores unidades militares del ejército en el que ya no podía confiar. Demasiado jugoso para que los organizadores de aquel ataque lo dejaran correr.
Solo tenían que mantener a su jefa engañada o matarla antes de que pudiera advertir a su gente.
Pero Kathrina no podía saber eso.
- ¿Sir Angmar? - preguntó en voz baja, asomando la cabeza al interior de la ventana.
Maldita fuera. Maldita fuera.
Con cada paso que se acercaba a la mansión, sus dudas iban creciendo, como lo hacían la ansiedad que le aprisionaba la garganta y las dudas que hacían latir más deprisa su corazón. Ya no dudas acerca del motivo por el que estaba haciendo aquello, algo que tenía muy claro. Dudas acerca de qué iba a pasar a continuación.
Afortunadamente, contaba con una ventaja, algo que se hizo patente tan pronto como estuvo en las inmediaciones de la casa e hizo que el caballo se volviese rápidamente a un lado para introducirse por el estrecho corredor que discurría entre la muralla externa de la mansión de Ethel y el edificio contiguo. Conocía el ataque. Sabía muy bien dónde estarían las tropas de Zergould, las de Fertch, y dónde las suyas propias.
Eran más, sin embargo, las cosas que ignoraba que las que sabía.
De haber sabido que los grupos se habían configurado para que algunos de ellos cayesen para permitir el acceso a otros, o de haber estado al corriente de cuál habría sido el papel de sus fuerzas - de haberle dado tiempo a dar la orden de ataque - tal vez Kathrina habría tenido una idea más clara de lo que había pasado, y de los verdaderos sentimientos que sus compañeros, y el hombre al que aún llamaba Señor, tenían hacia ella.
Bendita ignorancia.
La caballero no pretendía deshacerse de su caballo, pero hubo de abandonarlo momentáneamente. Cuando estuvo en el punto apropiado del corredor entre las dos mansiones, sacó de pronto los pies de las espuelas del animal, poniendo ambas manos en la silla para colocar los pies en su grupa. El caballo caminó más despacio por un momento, entrenado para cosas como aquella, y permitió que Kathrina saltase desde su espalda hasta la parte más alta del muro. Tras éso, siguió galopando.
La rubia clavó las manos en la tapia, agarrándose como mejor supo, y trepó hasta arriba para dejarse caer por el otro lado, donde se lastimó los pies con las ramas de un seto que no había visto y que le hizo rodar por la hierba empapada de lluvia. Dejó escapar un quejido, llevándose las manos al tobillo, pero ni siquiera éso era suficiente para detenerla. Y como esperaba, la zona en la que estaba era cercana al lugar en el que se encontraba el grueso de sus hombres.
Cojeó hasta la pared posterior de la casa. En aquella parte, las ventanas estaban rotas. Las órdenes de su grupo habían sido rodear la casa, procurarse una forma de entrar, y aguardar a la orden oportuna para atacar desde allí. Una tarea peligrosa, sí, pero la gente de Kathrina seguía siendo una de las mejores unidades militares del ejército en el que ya no podía confiar. Demasiado jugoso para que los organizadores de aquel ataque lo dejaran correr.
Solo tenían que mantener a su jefa engañada o matarla antes de que pudiera advertir a su gente.
Pero Kathrina no podía saber eso.
- ¿Sir Angmar? - preguntó en voz baja, asomando la cabeza al interior de la ventana.
Kath Vance- Cantidad de envíos : 41
Re: Creer en el Infierno
Bien.
Fuera como fuera, en aquellos momentos Yshara estaba furiosa. Tal vez no fuera fácil de entender para alguien como Kirill, a quien todo ésto le había pillado por sorpresa y que apenas era consciente del motivo por el que se encontraba allí...
Y sin embargo, lo estaba.
Es decir, diablos. Estaban atacando. Yshara sí reconocía a los soldados: Eran gente de Zergould. El maldito hijo de las mil putas les había traicionado. Estaban allí, en casa de Ethel, de lo más parecido que tenía Yshara a una amiga y a una amante en éste mundo, y nadie sabía qué había sido de la hechicera. Y la única defensa que tenía era una especie de 'señuelo' llevado a cabo por una pandilla de niñatas estúpidas que no tenían ni idea ni de lo que había sido de su señora, ni tenían los medios para defenderse de...
...
De acuerdo, cuando las burbujas empezaron a flotar, Yshara enarcó significativamente las cejas. Y cuando vio el efecto de la sustancia que las componía sobre los soldados, admitió que tenía que tragarse sus pensamientos sobre ésto último. Aquello no significaba que dejara de estar rabiosa, pero al menos era un punto a favor de aquellas chicas.
Los soldados no tuvieron la menor oportunidad. La trampa era buena, e hizo estragos. Incluso los escudos no tardaban en caer pasto de la sustancia que fuera la que espolvoreaban aquellas burbujas, y los gritos pronto llenaron la sala. Después de la sorpresa inicial, Yshara realizó varios disparos con el arco, imbuyendo en magia las flechas, una cada vez, para alcanzar a los que no habían perdido el arma o la vida en contacto con la trampa. Algunas de las chicas siguieron a su ataque con las ballestas, y como resultado el número de los enemigos fue diezmado con rapidez, hasta que fueron ellas las que estaban en superioridad numérica.
Ese fue el momento en el que Yshara agarró a Canción del brazo, con toda la brusquedad del mundo, para ponerla en pie, y se volvió hacia la chica del pelo rizado.
- Si vosotras estáis aquí, ¿Dónde debería estar Ethel?
Por supuesto, no esperaba que se lo dijera, sino que les llevase.
Fuera como fuera, en aquellos momentos Yshara estaba furiosa. Tal vez no fuera fácil de entender para alguien como Kirill, a quien todo ésto le había pillado por sorpresa y que apenas era consciente del motivo por el que se encontraba allí...
Y sin embargo, lo estaba.
Es decir, diablos. Estaban atacando. Yshara sí reconocía a los soldados: Eran gente de Zergould. El maldito hijo de las mil putas les había traicionado. Estaban allí, en casa de Ethel, de lo más parecido que tenía Yshara a una amiga y a una amante en éste mundo, y nadie sabía qué había sido de la hechicera. Y la única defensa que tenía era una especie de 'señuelo' llevado a cabo por una pandilla de niñatas estúpidas que no tenían ni idea ni de lo que había sido de su señora, ni tenían los medios para defenderse de...
...
De acuerdo, cuando las burbujas empezaron a flotar, Yshara enarcó significativamente las cejas. Y cuando vio el efecto de la sustancia que las componía sobre los soldados, admitió que tenía que tragarse sus pensamientos sobre ésto último. Aquello no significaba que dejara de estar rabiosa, pero al menos era un punto a favor de aquellas chicas.
Los soldados no tuvieron la menor oportunidad. La trampa era buena, e hizo estragos. Incluso los escudos no tardaban en caer pasto de la sustancia que fuera la que espolvoreaban aquellas burbujas, y los gritos pronto llenaron la sala. Después de la sorpresa inicial, Yshara realizó varios disparos con el arco, imbuyendo en magia las flechas, una cada vez, para alcanzar a los que no habían perdido el arma o la vida en contacto con la trampa. Algunas de las chicas siguieron a su ataque con las ballestas, y como resultado el número de los enemigos fue diezmado con rapidez, hasta que fueron ellas las que estaban en superioridad numérica.
Ese fue el momento en el que Yshara agarró a Canción del brazo, con toda la brusquedad del mundo, para ponerla en pie, y se volvió hacia la chica del pelo rizado.
- Si vosotras estáis aquí, ¿Dónde debería estar Ethel?
Por supuesto, no esperaba que se lo dijera, sino que les llevase.
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Creer en el Infierno
Los atacantes se desplegaban con la evidente intención de rodear el escritorio, y Kirill, mientras tanto, seguía esperando. Se preguntaba a sí mismo por qué se sentía tan seguro a pesar de todo, y también por qué se paraba a pensar en eso en un momento como aquél. Aunque no había mucho más que pudiera hacer.
Cuando se inició la aparición de aquellas mortíferas burbujas y la acción de las balletas, Kirill se vio obligado a seguir inmóvil. No es que aquello fuera un inconveniente para él si necesitaba descansar, pero de todas formas miró hacia su espada con un gesto reprobador. En aquel momento habría deseado envolver a todos aquellos imbéciles en un manto de oscuridad y que desaparecieran para siempre de su vista, pero eso no era capaz de hacerlo ni cuando estaba descansado. Al respecto de eso último, consideró que lo suyo no era más que una indisposición temporal en su flujo de magia, pero que a pesar de todo debía hacer algo al respecto más allá de quedarse quieto. Intentó dejar en blanco su mente y respiró profundamente, estabilizándose interiormente.
Cuando abrió los ojos de nuevo, a penas un segundo más tarde, se sentía de nuevo capaz de activarse. Inmediatamente se puso en pie, asió su arma con fuerza en la mano derecha y, como si quisiera probarse a sí mismo, en cuanto las burbujas remitieron se acercó al soldado vivo (aunque no ileso) más cercano y probó a rebanarle la cabeza. Esta vez Kirill miró con mayor aprobación su espada cubierta de oscuridad.
Pero en aquel breve lapso de tiempo, rodeado de alaridos, le había dado tiempo también a pensar. Levantó la vista para localizar a Yshara; había escuchado sus palabras, y le pareció un momento tan bueno como cualquier otro para comentar sus dudas de la forma más directa posible:
- ¿Tiene esa "Ethel" algo que ver con Nadyssra?
Él no era ningún tipo de buen samaritano, y que hubiera llegado allí con Yshara y que ésta fuese a buscar a Ethel no era razón suficiente para que él también se quedara. No veía por qué no iba a buscar una salida, averiguar dónde estaba, e irse de vuelta a...
Entonces recordó de qué le sonaba el nombre, y se sintió bastante tonto por haberlo olvidado. Su expresión pasó de la cabezonería malhumorada a la sorpresa.
- Ethel - repitió, mirando hacia Yshara.
Recordaba una vez una reunión en un barco, cuando ya conocía a Nadyssra, y una mujer de pelo negro rizado...
Se giró hacia las otras mujeres, ahora sin necesidad de recibir respuesta por parte de la cazarrecompensas.
Cuando se inició la aparición de aquellas mortíferas burbujas y la acción de las balletas, Kirill se vio obligado a seguir inmóvil. No es que aquello fuera un inconveniente para él si necesitaba descansar, pero de todas formas miró hacia su espada con un gesto reprobador. En aquel momento habría deseado envolver a todos aquellos imbéciles en un manto de oscuridad y que desaparecieran para siempre de su vista, pero eso no era capaz de hacerlo ni cuando estaba descansado. Al respecto de eso último, consideró que lo suyo no era más que una indisposición temporal en su flujo de magia, pero que a pesar de todo debía hacer algo al respecto más allá de quedarse quieto. Intentó dejar en blanco su mente y respiró profundamente, estabilizándose interiormente.
Cuando abrió los ojos de nuevo, a penas un segundo más tarde, se sentía de nuevo capaz de activarse. Inmediatamente se puso en pie, asió su arma con fuerza en la mano derecha y, como si quisiera probarse a sí mismo, en cuanto las burbujas remitieron se acercó al soldado vivo (aunque no ileso) más cercano y probó a rebanarle la cabeza. Esta vez Kirill miró con mayor aprobación su espada cubierta de oscuridad.
Pero en aquel breve lapso de tiempo, rodeado de alaridos, le había dado tiempo también a pensar. Levantó la vista para localizar a Yshara; había escuchado sus palabras, y le pareció un momento tan bueno como cualquier otro para comentar sus dudas de la forma más directa posible:
- ¿Tiene esa "Ethel" algo que ver con Nadyssra?
Él no era ningún tipo de buen samaritano, y que hubiera llegado allí con Yshara y que ésta fuese a buscar a Ethel no era razón suficiente para que él también se quedara. No veía por qué no iba a buscar una salida, averiguar dónde estaba, e irse de vuelta a...
Entonces recordó de qué le sonaba el nombre, y se sintió bastante tonto por haberlo olvidado. Su expresión pasó de la cabezonería malhumorada a la sorpresa.
- Ethel - repitió, mirando hacia Yshara.
Recordaba una vez una reunión en un barco, cuando ya conocía a Nadyssra, y una mujer de pelo negro rizado...
Se giró hacia las otras mujeres, ahora sin necesidad de recibir respuesta por parte de la cazarrecompensas.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Creer en el Infierno
Las saetas de las FLores dieron en puntos clave en los cuerpos de los soldados que, sin la ayuda del acido, no habrían sido accequibles. Un virote detrás del otro, con sonidos secos. La Orquíea parecía seguir contando en su mente, se leventó con el suficiente impulso como para apoyar la mano en el escritorio y saltarlo. Su espada empezó a hacer obras de misericordia acabando con una vida y otra, tal y como había sido el plan inicial, localizando a los que estaban menos afectados para ir directo a ellos y terminar el trabajo que había iniciado la magia. Las de las ballestas también ayudaron. Si de por si estaban acostumbradas a hacer el dueto "un corte una muerte" ahora tenía más razones, no sabían hasta que punto el acido podría afectar sus armas tambien.
La agilidad con la que se movían entre ellos, entrando y saliendo de los límites del arreglo, acallaba muy rápido los gritos y quejidos y tal vez podría terminar de desvirtuar esa primera impresión que tenía Yshara de ellas.
Tenían que salir de ahí, buscar la forma de llevarlos a otro lado o simplemente de eludirlos y la elfa les acaba de dar una idea. La de pelo rizado miró hacia el techo como respuesta inicial y aunque su respuesta era obvia tras eso, tampoco decía mucho.
Mientras la Orquídea, las otras dos FLores y Kirill iban matando soldados la de pelo rizado trató de establcer una ruta para llegar a donde debían.
- En un salón sin importancia - dijo - es un cuarto de san alejo que se desocupó después de la llegada de... - señaló con la vista a Canción, pero se guardó el apelativo que iba a usar hacia ella - de la señorita Canción - esa Flor en particular no entiendía del todo cómo era el truco con Canción; de ese grupo solo lo entendía Deyanira, para la de pelo rizado solo era un ente, vacio con el que jugaba Ethel de vez en cuando y que no tenía ni idea de a qué jugaba porque nunca le habían dicho, para ella, Canción, era una cosa, porque, además, cuando la trataba de entender con magia, no encontraba nada en ella. Se puso de pie y a diferencia de su compañera le dio la vuelta al escritorio en lugar de saltarlo. No puedo evitar sonreír con la expresión de miedo del soldado que posó sus ojos en ella y, como debía esperarse, la confundió con la real por un momento.
- Salgamos de aquí pronto - apuró una de las otras Flores y abrieron el camino.
- Natalia por la escalera gris - ordenó la Orquidea que ya no se ocupaba de los hombres, dejando que el efecto del hechizo siguiera su curso normal.
Las dos Flores de las ballestas abrieron la marcha y en sus rostros no se dibujó nada con el panorama que encontraron. Cuerpos aquí, cuerpos allá. Flores, soldados, más Flores, otros pocos soldados. El tercer circulo para llegar a acá. La Orquídea apretó con fuerza su espada y pateó el cuerpo de alguien muerto soltando un poco de su frustración. Si no había mas nadie en pie era que habían perdido a muchas de las que protegían la entrada, creyendo que la verdadera Ethel estaba ahí, al enfrentarse a la carne de cañon de los invasores. No tenían tiempo que perder. No iban a esperar al resto.
Con buen paso y sin dejar sus huellas sobre los charcos de sangre, rastros de sangre tras pisar en las partes medio limpias, los empezaron a digirir hacia una parte de la casa con intrincados pasillos.
La agilidad con la que se movían entre ellos, entrando y saliendo de los límites del arreglo, acallaba muy rápido los gritos y quejidos y tal vez podría terminar de desvirtuar esa primera impresión que tenía Yshara de ellas.
Tenían que salir de ahí, buscar la forma de llevarlos a otro lado o simplemente de eludirlos y la elfa les acaba de dar una idea. La de pelo rizado miró hacia el techo como respuesta inicial y aunque su respuesta era obvia tras eso, tampoco decía mucho.
Mientras la Orquídea, las otras dos FLores y Kirill iban matando soldados la de pelo rizado trató de establcer una ruta para llegar a donde debían.
- En un salón sin importancia - dijo - es un cuarto de san alejo que se desocupó después de la llegada de... - señaló con la vista a Canción, pero se guardó el apelativo que iba a usar hacia ella - de la señorita Canción - esa Flor en particular no entiendía del todo cómo era el truco con Canción; de ese grupo solo lo entendía Deyanira, para la de pelo rizado solo era un ente, vacio con el que jugaba Ethel de vez en cuando y que no tenía ni idea de a qué jugaba porque nunca le habían dicho, para ella, Canción, era una cosa, porque, además, cuando la trataba de entender con magia, no encontraba nada en ella. Se puso de pie y a diferencia de su compañera le dio la vuelta al escritorio en lugar de saltarlo. No puedo evitar sonreír con la expresión de miedo del soldado que posó sus ojos en ella y, como debía esperarse, la confundió con la real por un momento.
- Salgamos de aquí pronto - apuró una de las otras Flores y abrieron el camino.
- Natalia por la escalera gris - ordenó la Orquidea que ya no se ocupaba de los hombres, dejando que el efecto del hechizo siguiera su curso normal.
Las dos Flores de las ballestas abrieron la marcha y en sus rostros no se dibujó nada con el panorama que encontraron. Cuerpos aquí, cuerpos allá. Flores, soldados, más Flores, otros pocos soldados. El tercer circulo para llegar a acá. La Orquídea apretó con fuerza su espada y pateó el cuerpo de alguien muerto soltando un poco de su frustración. Si no había mas nadie en pie era que habían perdido a muchas de las que protegían la entrada, creyendo que la verdadera Ethel estaba ahí, al enfrentarse a la carne de cañon de los invasores. No tenían tiempo que perder. No iban a esperar al resto.
Con buen paso y sin dejar sus huellas sobre los charcos de sangre, rastros de sangre tras pisar en las partes medio limpias, los empezaron a digirir hacia una parte de la casa con intrincados pasillos.
Ethel- Cantidad de envíos : 308
Re: Creer en el Infierno
- ¿Sir Angmar?
Silencio.
Kathrina se mordió el labio inferior. Maldita fuera. ¿Sería posible que hubieran atacado? ¿Que hubieran comenzado su avance, aun sin recibir la orden apropiada...?
No contaba con eso. O bueno, tal vez sí. Quizás tuviera que reconocer que era una de las posibilidades acerca de las que se había puesto nerviosa mientras galopaba calle abajo. ¿Por qué no iba a haber emprendido el ataque su gente? Casi les había dado la orden antes de que se rompiera la bola de cristal. Ellos...
- ¿Lady Kathrina?
Alzó la vista repentinamente hacia el interior de la oscuridad en la que desembocaba la ventana.
Unos ojos que conocía bien le estaban devolviendo la mirada. No pudo evitar fijarse en que había acero desnudo en su mano, pero no le ofendió. El hombre dejó la espada junto a la ventana una vez la hubo reconocido, y Kathrina se percató de que había dos soldados cerca de ella, ocultos por las tinieblas de la noche. Quiso sonreir, pero sus labios no se movieron. Quiso trepar, pero el tobillo le dio una punzada.
- Sir Angmar - repitió, y le agarró bruscamente de la mano mientras apoyaba el pie sano en la pared de la casa. - Ayudadme a subir.
- Lady Kathrina, ¿Qué estáis haciendo aquí? ¿Qué ha pasado? Creíamos que...
- Hemos cometido un error - interrumpió, en tono urgente, mientras se aferraba a los brazos del teniente con fuerza. - Escúchame, es importante. Angmar, quiero que salgáis de aquí.
Casi se escurrió, tan obvio fue cuando al hombre se le escapó de las manos apenas un instante. La sorpresa era patente en sus ojos.
- ¿Lady Kathrina?
- Escúchame - le dijo.
Angmar no rechistó más.
Eran sus ojos. Incluso a través de la oscuridad, percibió el brillo en los ojos de Kathrina, intenso, furioso. Ardía de urgencia, ardía de rabia, ardía de dolor. La mujer estaba empapada por la intensa llovizna, pero incluso a pesar de ello adivinó Angmar que lo que se arremolinaba en sus mejillas no era solo agua. Tiró de ella con fuerza, y la ayudó a franquear la ventana mientras hablaba, ayudándola a sostenerse en pie al otro lado.
- Tenéis que salir de aquí - repitió. - De ésta maldita casa, de ésta maldita isla, de éste maldito reino. Todo lo que creíamos que era cierto...
- Espera, Kathrina - dijo el hombre, tuteándola sin darse cuenta. - ¿De qué estás hablando?
- Feiran - sentenció. - Feiran nos ha engañado, Angmar. Feiran está jugando a dos bandas, haciendo tratos con alguien que no es quien esperábamos encontrar en éste lugar. Aldar tenía razón. Éste lugar dejó de ser el que creíamos hace meses. Feiran lo sabía. No se a quién estamos atacando, pero creo que nos han mentido. Creo que Feiran quería deshacerse de alguien que sabe algo sobre lo que pasó en nuestro Reino.
- ¿Cómo es posible? - preguntó. - ¿Quieres decir que...?
- No se lo que quiero decir - casi gimió ella, volviéndose de pronto hacia él. - Escucha, Angmar, solo se lo que he visto. Ojalá me equivoque. Pero estáis en peligro si os quedáis aquí más tiempo.
- ¿Por qué?
- Porque os dirán que soy una traidora - dijo. - Y tal vez tengan razón. Querrán vuestra cabeza por ser fieles a mí, y no puedo permitir éso por un error mío. Escuchad... si aún confiáis en mí, quiero que os marchéis de éste sitio.
Por supuesto, Angmar no estaba solo.
A su alrededor se habían ido arremolinando los hombres y mujeres armados que conformaban la unidad de los Leones de Acero. Al igual que cada uno de ellos conocía bien a la mujer elegante y serena que ahora jadeaba aquellas caóticas palabras con ansiedad, herida y sucia de barro y de sangre, ella les conocía a todos por su nombre. La lealtad entre aquellas personas estaba mas allá de toda duda. Les quería.
- Por favor - dijo. - Recoged los barcos en los que hemos venido y marcháos del Reino. Volved a las islas de Uskari si es preciso y refugiáos durante unos días. Os prometo que tendréis noticias mías pronto.
- ¿Noticias? - preguntó una mujer justo detrás de Kathrina. - ¿Vos... no venís?
Kathrina alzó la vista hacia el techo del pasillo en el que se encontraban. Su grupo no había querido moverse sin recibir la orden apropiada. Eran fieles su Reino primero, pero en ausencia de éste, a su comandante ante todo. La noble asintió con la cabeza mirando hacia la mujer.
- Marcháos - repitió. - Tengo que saber a quién estamos atacando.
Silencio.
Kathrina se mordió el labio inferior. Maldita fuera. ¿Sería posible que hubieran atacado? ¿Que hubieran comenzado su avance, aun sin recibir la orden apropiada...?
No contaba con eso. O bueno, tal vez sí. Quizás tuviera que reconocer que era una de las posibilidades acerca de las que se había puesto nerviosa mientras galopaba calle abajo. ¿Por qué no iba a haber emprendido el ataque su gente? Casi les había dado la orden antes de que se rompiera la bola de cristal. Ellos...
- ¿Lady Kathrina?
Alzó la vista repentinamente hacia el interior de la oscuridad en la que desembocaba la ventana.
Unos ojos que conocía bien le estaban devolviendo la mirada. No pudo evitar fijarse en que había acero desnudo en su mano, pero no le ofendió. El hombre dejó la espada junto a la ventana una vez la hubo reconocido, y Kathrina se percató de que había dos soldados cerca de ella, ocultos por las tinieblas de la noche. Quiso sonreir, pero sus labios no se movieron. Quiso trepar, pero el tobillo le dio una punzada.
- Sir Angmar - repitió, y le agarró bruscamente de la mano mientras apoyaba el pie sano en la pared de la casa. - Ayudadme a subir.
- Lady Kathrina, ¿Qué estáis haciendo aquí? ¿Qué ha pasado? Creíamos que...
- Hemos cometido un error - interrumpió, en tono urgente, mientras se aferraba a los brazos del teniente con fuerza. - Escúchame, es importante. Angmar, quiero que salgáis de aquí.
Casi se escurrió, tan obvio fue cuando al hombre se le escapó de las manos apenas un instante. La sorpresa era patente en sus ojos.
- ¿Lady Kathrina?
- Escúchame - le dijo.
Angmar no rechistó más.
Eran sus ojos. Incluso a través de la oscuridad, percibió el brillo en los ojos de Kathrina, intenso, furioso. Ardía de urgencia, ardía de rabia, ardía de dolor. La mujer estaba empapada por la intensa llovizna, pero incluso a pesar de ello adivinó Angmar que lo que se arremolinaba en sus mejillas no era solo agua. Tiró de ella con fuerza, y la ayudó a franquear la ventana mientras hablaba, ayudándola a sostenerse en pie al otro lado.
- Tenéis que salir de aquí - repitió. - De ésta maldita casa, de ésta maldita isla, de éste maldito reino. Todo lo que creíamos que era cierto...
- Espera, Kathrina - dijo el hombre, tuteándola sin darse cuenta. - ¿De qué estás hablando?
- Feiran - sentenció. - Feiran nos ha engañado, Angmar. Feiran está jugando a dos bandas, haciendo tratos con alguien que no es quien esperábamos encontrar en éste lugar. Aldar tenía razón. Éste lugar dejó de ser el que creíamos hace meses. Feiran lo sabía. No se a quién estamos atacando, pero creo que nos han mentido. Creo que Feiran quería deshacerse de alguien que sabe algo sobre lo que pasó en nuestro Reino.
- ¿Cómo es posible? - preguntó. - ¿Quieres decir que...?
- No se lo que quiero decir - casi gimió ella, volviéndose de pronto hacia él. - Escucha, Angmar, solo se lo que he visto. Ojalá me equivoque. Pero estáis en peligro si os quedáis aquí más tiempo.
- ¿Por qué?
- Porque os dirán que soy una traidora - dijo. - Y tal vez tengan razón. Querrán vuestra cabeza por ser fieles a mí, y no puedo permitir éso por un error mío. Escuchad... si aún confiáis en mí, quiero que os marchéis de éste sitio.
Por supuesto, Angmar no estaba solo.
A su alrededor se habían ido arremolinando los hombres y mujeres armados que conformaban la unidad de los Leones de Acero. Al igual que cada uno de ellos conocía bien a la mujer elegante y serena que ahora jadeaba aquellas caóticas palabras con ansiedad, herida y sucia de barro y de sangre, ella les conocía a todos por su nombre. La lealtad entre aquellas personas estaba mas allá de toda duda. Les quería.
- Por favor - dijo. - Recoged los barcos en los que hemos venido y marcháos del Reino. Volved a las islas de Uskari si es preciso y refugiáos durante unos días. Os prometo que tendréis noticias mías pronto.
- ¿Noticias? - preguntó una mujer justo detrás de Kathrina. - ¿Vos... no venís?
Kathrina alzó la vista hacia el techo del pasillo en el que se encontraban. Su grupo no había querido moverse sin recibir la orden apropiada. Eran fieles su Reino primero, pero en ausencia de éste, a su comandante ante todo. La noble asintió con la cabeza mirando hacia la mujer.
- Marcháos - repitió. - Tengo que saber a quién estamos atacando.
Kath Vance- Cantidad de envíos : 41
Re: Creer en el Infierno
El resto del combate daba igual.
Habían tenido suerte, éso era todo. Aquellas chicas estaban preparadas para aguantar allí, pero no sabría haber dicho cuánto tiempo. No obstante, se mordió el labio inferior. Tal vez no debió subestimarlas. No obstante, poco importaba éso.
Se volvió hacia Kirill.
- ¿Ethel? - preguntó, incrédula.
¿No recordaba a Ethel? Bueno, lo del barco había sido hacía demasiado tiempo, aunque a alguien que tenía a Ethel en tan alta estima como ella tenía que resultarle graciosa la idea de que la hubiera olvidado. Pero después de todo, era normal. Kirill se respondió a sí mismo, e Yshara dejó escapar una sonrisa.
Lo cierto es que no se sentía del todo a gusto con lo que estaba pasando. Kirill les estaba siguiendo por pura inercia. No entendía todo aquello, y no le culpaba. Ella tampoco entendía gran cosa. Pero Kirill, estaba en mitad de un fuego cruzado y ni siquiera sabía en qué bando estaba. Le seguía debiendo respuestas.
Respiró hondo.
- Kirill - dijo.
Podía parecer un poco frívolo. Detrás de ella, las Flores seguían enfrentándose a los soldados, aunque ya no eran una amenaza. Yshara se mordió el labio inferior.
- Había esperado tener tiempo para darte explicaciones cuando llegáramos - pensó y dijo al mismo tiempo. - No importa. Si no te las doy ahora es porque no tenemos tiempo y te harás demasiadas preguntas. Eres un buen aliado, Kirill. ¿Seguirás prestándonos ayuda?
No era lo que había pensado decirle. Pero, ni siquiera entonces había tiempo que perder. Las Flores habían comenzado a salir del cuarto, y previsiblemente a despejar la ruta que habrían de tomar en dirección al cuarto de Ethel. Quisiera ayudarlas o no, Kirill tendría que salir del cuarto. Yshara le ofreció la mano. Kirill no podía saberlo, pero era un gesto que hacía con poca gente.
El lugar hacia el que se habían comenzado a abrir paso las Flores era una parte compleja de aquella planta. Las escaleras de acceso llevaban a un largo pasillo que desembocaba en una serie de habitaciones y otros pasillos auxiliares, que buscaban comunicar toda la extensión de aquel segmento de la planta. Era una zona complicada, que no resultaba fácil de recorrer. Era fácil perderse por allí, y seguramente por eso los 'señuelos' se encontraban en aquella parte.
Para recorrerla, uno de los contingentes de soldados se había dividido en dos grupos más pequeños, uno de los cuales había encontrado el "premio". Las pisadas del otro grupo podían oírse dos esquinas mas allá de donde estaban las Flores, aunque era difícil distinguir si se acercaban o se alejaban.
Habían tenido suerte, éso era todo. Aquellas chicas estaban preparadas para aguantar allí, pero no sabría haber dicho cuánto tiempo. No obstante, se mordió el labio inferior. Tal vez no debió subestimarlas. No obstante, poco importaba éso.
Se volvió hacia Kirill.
- ¿Ethel? - preguntó, incrédula.
¿No recordaba a Ethel? Bueno, lo del barco había sido hacía demasiado tiempo, aunque a alguien que tenía a Ethel en tan alta estima como ella tenía que resultarle graciosa la idea de que la hubiera olvidado. Pero después de todo, era normal. Kirill se respondió a sí mismo, e Yshara dejó escapar una sonrisa.
Lo cierto es que no se sentía del todo a gusto con lo que estaba pasando. Kirill les estaba siguiendo por pura inercia. No entendía todo aquello, y no le culpaba. Ella tampoco entendía gran cosa. Pero Kirill, estaba en mitad de un fuego cruzado y ni siquiera sabía en qué bando estaba. Le seguía debiendo respuestas.
Respiró hondo.
- Kirill - dijo.
Podía parecer un poco frívolo. Detrás de ella, las Flores seguían enfrentándose a los soldados, aunque ya no eran una amenaza. Yshara se mordió el labio inferior.
- Había esperado tener tiempo para darte explicaciones cuando llegáramos - pensó y dijo al mismo tiempo. - No importa. Si no te las doy ahora es porque no tenemos tiempo y te harás demasiadas preguntas. Eres un buen aliado, Kirill. ¿Seguirás prestándonos ayuda?
No era lo que había pensado decirle. Pero, ni siquiera entonces había tiempo que perder. Las Flores habían comenzado a salir del cuarto, y previsiblemente a despejar la ruta que habrían de tomar en dirección al cuarto de Ethel. Quisiera ayudarlas o no, Kirill tendría que salir del cuarto. Yshara le ofreció la mano. Kirill no podía saberlo, pero era un gesto que hacía con poca gente.
El lugar hacia el que se habían comenzado a abrir paso las Flores era una parte compleja de aquella planta. Las escaleras de acceso llevaban a un largo pasillo que desembocaba en una serie de habitaciones y otros pasillos auxiliares, que buscaban comunicar toda la extensión de aquel segmento de la planta. Era una zona complicada, que no resultaba fácil de recorrer. Era fácil perderse por allí, y seguramente por eso los 'señuelos' se encontraban en aquella parte.
Para recorrerla, uno de los contingentes de soldados se había dividido en dos grupos más pequeños, uno de los cuales había encontrado el "premio". Las pisadas del otro grupo podían oírse dos esquinas mas allá de donde estaban las Flores, aunque era difícil distinguir si se acercaban o se alejaban.
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Creer en el Infierno
Se giró de nuevo hacia Yshara con el ceño fruncido cuando escuchó su nombre, con más ganas de ponerse en acción que de continuar hablando. Pero se relajó pronto. Le estaban hablando de explicarle todo en algún momento en el tiempo y eso, la verdad, no estaba tan mal.
- No sé hasta qué punto tiene relación con Nadyssra, pero Ethel me cayó bien - se justificó por toda respuesta; si había olvidado su nombre, no así a la persona -. De momento sé suficiente.
No era complicado de resumir. Invierno y Malzeth habían querido librarse de Nadyssra atacándola por sorpresa en un edificio abandonado, pero no habían contado con que entre los suyos se encontraban dos aliados de Nadyssra: Yshara y Kirill. De alguna forma, su Señora había desaparecido de la escena, o quizás había estado al corriente de todo desde el principio y nunca había estado allí donde sus asesinos la esperaban. Y estuviera donde estuviera ella, ahora probablemente Yshara y Kirill se encontraban en la base de operaciones de Ethel, la vía de escape de la cazarrecompensas... o quizás la vía de escape propuesta por Nadyssra. Y estaba bajo asedio.
Viendo el ataque a aquella mansión, Kirill se atrevía a pensar más lejos. En su mente relacionaba vagamente el intento de asesinato a Nadyssra y aquél contra Ethel, y esto le daba aún más razones para colaborar. Lo único que le faltaba saber era quién se atrevía a avanzar así contra Nadyssra y Ethel; sus únicas pistas al respecto eran la intervención de Malzeth, y que debía de tratarse de alguien poderoso, o al menos seguro de sus posibilidades.
De cualquier forma aceptó la mano de Yshara.
- Quizás esas explicaciones me vengan bien más tarde, de todas formas. De momento demos con Ethel.
Salir al pasillo le aportó más información relativa a las proporciones de aquel ataque. Torció el gesto ante los estragos de la batalla y se volvió hacia el camino que habían tomado las Flores, espada en mano. Su única opción era seguirlas, y que en su misma dirección se escuchasen chirridos de armaduras bastante cercanos le importaba poco.
- No sé hasta qué punto tiene relación con Nadyssra, pero Ethel me cayó bien - se justificó por toda respuesta; si había olvidado su nombre, no así a la persona -. De momento sé suficiente.
No era complicado de resumir. Invierno y Malzeth habían querido librarse de Nadyssra atacándola por sorpresa en un edificio abandonado, pero no habían contado con que entre los suyos se encontraban dos aliados de Nadyssra: Yshara y Kirill. De alguna forma, su Señora había desaparecido de la escena, o quizás había estado al corriente de todo desde el principio y nunca había estado allí donde sus asesinos la esperaban. Y estuviera donde estuviera ella, ahora probablemente Yshara y Kirill se encontraban en la base de operaciones de Ethel, la vía de escape de la cazarrecompensas... o quizás la vía de escape propuesta por Nadyssra. Y estaba bajo asedio.
Viendo el ataque a aquella mansión, Kirill se atrevía a pensar más lejos. En su mente relacionaba vagamente el intento de asesinato a Nadyssra y aquél contra Ethel, y esto le daba aún más razones para colaborar. Lo único que le faltaba saber era quién se atrevía a avanzar así contra Nadyssra y Ethel; sus únicas pistas al respecto eran la intervención de Malzeth, y que debía de tratarse de alguien poderoso, o al menos seguro de sus posibilidades.
De cualquier forma aceptó la mano de Yshara.
- Quizás esas explicaciones me vengan bien más tarde, de todas formas. De momento demos con Ethel.
Salir al pasillo le aportó más información relativa a las proporciones de aquel ataque. Torció el gesto ante los estragos de la batalla y se volvió hacia el camino que habían tomado las Flores, espada en mano. Su única opción era seguirlas, y que en su misma dirección se escuchasen chirridos de armaduras bastante cercanos le importaba poco.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Creer en el Infierno
Las Flores, a pesar de no intervenir en absoluto en la conversación de los dos, si que estaban muy atentas a todo lo que decían, sin dejar de lado su trabajo. Cada una y a su manera iba especulando sobre lo que sucedía con ellos y las razones por las que habían llegado ahí sin Ethel. La más osada lo tomaba como una bendición que llegaran en el momento en que llegaron, sin embargo es o implicaba que su señora bien podría estar en peligro por el simple hecho de estar en la casa.
Al final, él parecía tener ganas de seguir combatiendo. Desafortunadamente, para ellas, se le podría el gusto en breve, aunque no supieran exactamente en cuanto tiempo. Si habían llegado hasta ahí era que el segundo piso prácticamente estaba perdido, así que solo sería cuestión de lógica que en algún punto se encontraran con más.
Toda la asociación que hacía Kirill en su mente habría sido de gran utilidad para ellas, para entender un poco qué era lo que estaba pasando y más aun, por qué estaba pasando, por qué los villanos eran otros y no ellas.
Como fuera, se iban moviendo. Una avanzaba y le hacía señas a las demás, entonces otra la rebasaba y así sucesivamente. Lo hacían muy rápido, no se movían con aparente cautela, lo que si, se cuidaban de no dejar rastros que alguien más pudiera seguir. Los pasillos eran casi un laberinto, que no solo confundía a las personas, si no que distorsionaba los sonidos.
Si iban o venían, tenían la opción de embocarlos, por más que ellos esperaran encontrar a alguien que le hiciera resistencia, aun tenían el factor sorpresa de su lado, en especial cuando llegaron a un punto en el que convergían varios pasillos y desde el cual, si hacían bien las cosas, podrían atacarlos de varios puntos. Al fondo de uno de estos, dando la vuelta detrás de una estatua de un hombre con un libro abierto en una mano y en la otra un cayado, se encontraba la escalera que ellas estaban buscando, de lozas de piedra color gris, pequeña, tal vez para la servidumbre.
Esa parte del contingente de soldados no se hizo esperar. En efecto, hacían las dos cosas, iba y venían. Entraban en cada una de las habitaciones y era factible preguntarse si buscaban su objetivo real o solo estaban en plan de saqueadores al tiempo que buscaban el premio gordo. Entraba uno o dos en las habitaciones, los demás se quedaban por fuera esperando, con los escudos en alto por si acaso, al cabo de un momento salían, por la forma en que rotaban el quienes entraban, se diría que un poco mas ricos, después de todo se trataba de las habitaciones de algunas de las muchachas.
Ese punto de la casa, donde se encontraban los pasillos en una pequeña sala con un tragaluz que llegaba hasta el techo. Las lámparas de aceite en esta estaban apagadas, pero la escasa luz que traían los relámpagos desde el cielo y que se colaba por el vitral, dejaba ver una serie de poltronas y mesas redondas y ratonas sobre las que habían algunos bonsái y alguien había dejado abandonado un libro, con el marca pagina casi totalmente por fuera, fue a donde regresaron por tercera o cuarta vez los hombres, esta vez atraídos por los gritos de sus compañeros que se regaron por el eco que producían las paredes.
Las Flores se hicieron señas entre sí y luego miraron a los invitados. Su plan era simple (no sencillo, simple) rodearlos, tratar de tomarlos por sorpresa, rodearlos y seguir con su camino, por lo que cualquier otra idea, era bien recibida. Sin saber cuantos eran era difícil distribuirse, pero podían suponer con facilidad que bien podían ser la misma cantidad que los que llegaron al estudio. Pasando pared por pared iban tratando de establecer desde que punto provenían los ruidos de metal al moverse. Las que estaban con ballestas, las dejaron colgando a un costado de ellas y con el mayor silencio del que fueron capaces desenfundaron armas de filo.
Venían de dos corredores, caminaban tratando de no hacer ruido, prevenidos y pronto estuvieron en la proximidad del fin del corredor.
Al final, él parecía tener ganas de seguir combatiendo. Desafortunadamente, para ellas, se le podría el gusto en breve, aunque no supieran exactamente en cuanto tiempo. Si habían llegado hasta ahí era que el segundo piso prácticamente estaba perdido, así que solo sería cuestión de lógica que en algún punto se encontraran con más.
Toda la asociación que hacía Kirill en su mente habría sido de gran utilidad para ellas, para entender un poco qué era lo que estaba pasando y más aun, por qué estaba pasando, por qué los villanos eran otros y no ellas.
Como fuera, se iban moviendo. Una avanzaba y le hacía señas a las demás, entonces otra la rebasaba y así sucesivamente. Lo hacían muy rápido, no se movían con aparente cautela, lo que si, se cuidaban de no dejar rastros que alguien más pudiera seguir. Los pasillos eran casi un laberinto, que no solo confundía a las personas, si no que distorsionaba los sonidos.
Si iban o venían, tenían la opción de embocarlos, por más que ellos esperaran encontrar a alguien que le hiciera resistencia, aun tenían el factor sorpresa de su lado, en especial cuando llegaron a un punto en el que convergían varios pasillos y desde el cual, si hacían bien las cosas, podrían atacarlos de varios puntos. Al fondo de uno de estos, dando la vuelta detrás de una estatua de un hombre con un libro abierto en una mano y en la otra un cayado, se encontraba la escalera que ellas estaban buscando, de lozas de piedra color gris, pequeña, tal vez para la servidumbre.
Esa parte del contingente de soldados no se hizo esperar. En efecto, hacían las dos cosas, iba y venían. Entraban en cada una de las habitaciones y era factible preguntarse si buscaban su objetivo real o solo estaban en plan de saqueadores al tiempo que buscaban el premio gordo. Entraba uno o dos en las habitaciones, los demás se quedaban por fuera esperando, con los escudos en alto por si acaso, al cabo de un momento salían, por la forma en que rotaban el quienes entraban, se diría que un poco mas ricos, después de todo se trataba de las habitaciones de algunas de las muchachas.
Ese punto de la casa, donde se encontraban los pasillos en una pequeña sala con un tragaluz que llegaba hasta el techo. Las lámparas de aceite en esta estaban apagadas, pero la escasa luz que traían los relámpagos desde el cielo y que se colaba por el vitral, dejaba ver una serie de poltronas y mesas redondas y ratonas sobre las que habían algunos bonsái y alguien había dejado abandonado un libro, con el marca pagina casi totalmente por fuera, fue a donde regresaron por tercera o cuarta vez los hombres, esta vez atraídos por los gritos de sus compañeros que se regaron por el eco que producían las paredes.
Las Flores se hicieron señas entre sí y luego miraron a los invitados. Su plan era simple (no sencillo, simple) rodearlos, tratar de tomarlos por sorpresa, rodearlos y seguir con su camino, por lo que cualquier otra idea, era bien recibida. Sin saber cuantos eran era difícil distribuirse, pero podían suponer con facilidad que bien podían ser la misma cantidad que los que llegaron al estudio. Pasando pared por pared iban tratando de establecer desde que punto provenían los ruidos de metal al moverse. Las que estaban con ballestas, las dejaron colgando a un costado de ellas y con el mayor silencio del que fueron capaces desenfundaron armas de filo.
Venían de dos corredores, caminaban tratando de no hacer ruido, prevenidos y pronto estuvieron en la proximidad del fin del corredor.
Ethel- Cantidad de envíos : 308
Re: Creer en el Infierno
Pero no había forma en que pudieran entenderlo.
Y, ¿Podía acaso culparles por ello? ¿Cuando ella misma no estaba segura de qué era lo que pretendía, de qué era lo que esperaba encontrar al otro lado de aquella ridícula apuesta? No, no hubiera sido justo por su parte. De hecho, de haber estado en la situación inversa, sabía sin necesidad de pensar demasiado en ello que habría hecho exactamente lo mismo.
Asi que no había sorpresa, ni enfado. Ninguno de sus hombres se movió, y la rubia pudo sentir cómo un montón de ojos atentos la escudriñaban desde las tinieblas del corredor, y sin que pudiera ni quisiera evitarlo, una sonrisa le iluminó de pronto la cara. Era una sonrisa triste, resignada, tal vez cargada de aquella alegría sorda y ciega que alumbra a las personas que toman una decisión y, aun a sabiendas de que las consecuencias no serán agradables, se aferran a ella.
Suspiró hondo.
- Agradezco lo que todos estáis pensando - dijo, con cierta serenidad. - Y creedme que no hay nada que más me honre que el tener que daros ésta orden una vez más. Sois el orgullo de vuestro reino, que nadie diga lo contrario. Nunca unas manos humanas levanaron un arma con más nobleza que lo hacéis vosotros. Pero hay un momento y un lugar para todo. Lo hay para atacar y lo hay para resistir. Lo hay para matar y lo hay para morir.
Había ido caminando.
Pero nadie interrumpió ni su camino ni lo que decía. Incluso cuando se adentró en el pasillo, y los que estaban junto a la ventana dejaron de verla, nadie hizo un amago de detenerla, ni de interrumpirla. Cuando sólo quedó el eco del color dorado de sus cabellos, centelleando en la oscuridad cuando se volvió de nuevo hacia ellos, hubo más de un soldado, más de un caballero que entendió de pronto lo amarga que era aquella despedida.
Para ellos. Para ella.
- También lo hay para no matar - siguió diciendo. - Porque cuando dudamos, es justo que detengamos la espada antes de que no podamos enmendar lo que hacemos. Incluso si tenemos que quebrar el extremo de la hoja contra una piedra. Una hoja puede rehacerse, y el metal volver a encontrarse.
Se mordió el labio, con una sonrisa, evitando una frase tópica como "pero la vida no puede devolverse" o algo así. Pero lo cierto es que tenía que saberlo. Tenía que saber contra quién había alzado Feiran la espada que eran los Leones de Acero. La punta que podía romperse, por supuesto, era ella. No lo dijo, pero todos lo sobrentendieron.
- Leones - dijo. - Volveremos a encontrarnos. El Capitán Angmar es ahora vuestro maestro.
Angmar, teniente hasta hacía cinco segundos, enarcó las cejas con cierta sorpresa. Pero ni siquiera la promoción fue capaz de borrar la sombra de la preocupación de su rostro. Kathrina era categórica en el hecho de que volverían a verse, pero todos sabían que podía no ser así.
Durante un largo rato, hubo silencio. Silencio tenso, silencio cómplice. En cierto modo, a través del silencio, todos aquellos hombres y mujeres, aquella banda de camaradas, se despidieron con una mirada a oscuras. Se despidieron de ella, de la que para todos había sido una amiga, una mentora, aun a pesar de su edad o de lo mal que la pudieran haber juzgado.
Kathrina alzó la vista.
Nadie la detuvo cuando se internó en las sombras del pasillo, y nadie hizo un amago de seguirla. Tampoco nadie rompió el silencio antes que el capitán Angmar.
- Compañía - dijo, solemne. - Nos vamos.
Y, ¿Podía acaso culparles por ello? ¿Cuando ella misma no estaba segura de qué era lo que pretendía, de qué era lo que esperaba encontrar al otro lado de aquella ridícula apuesta? No, no hubiera sido justo por su parte. De hecho, de haber estado en la situación inversa, sabía sin necesidad de pensar demasiado en ello que habría hecho exactamente lo mismo.
Asi que no había sorpresa, ni enfado. Ninguno de sus hombres se movió, y la rubia pudo sentir cómo un montón de ojos atentos la escudriñaban desde las tinieblas del corredor, y sin que pudiera ni quisiera evitarlo, una sonrisa le iluminó de pronto la cara. Era una sonrisa triste, resignada, tal vez cargada de aquella alegría sorda y ciega que alumbra a las personas que toman una decisión y, aun a sabiendas de que las consecuencias no serán agradables, se aferran a ella.
Suspiró hondo.
- Agradezco lo que todos estáis pensando - dijo, con cierta serenidad. - Y creedme que no hay nada que más me honre que el tener que daros ésta orden una vez más. Sois el orgullo de vuestro reino, que nadie diga lo contrario. Nunca unas manos humanas levanaron un arma con más nobleza que lo hacéis vosotros. Pero hay un momento y un lugar para todo. Lo hay para atacar y lo hay para resistir. Lo hay para matar y lo hay para morir.
Había ido caminando.
Pero nadie interrumpió ni su camino ni lo que decía. Incluso cuando se adentró en el pasillo, y los que estaban junto a la ventana dejaron de verla, nadie hizo un amago de detenerla, ni de interrumpirla. Cuando sólo quedó el eco del color dorado de sus cabellos, centelleando en la oscuridad cuando se volvió de nuevo hacia ellos, hubo más de un soldado, más de un caballero que entendió de pronto lo amarga que era aquella despedida.
Para ellos. Para ella.
- También lo hay para no matar - siguió diciendo. - Porque cuando dudamos, es justo que detengamos la espada antes de que no podamos enmendar lo que hacemos. Incluso si tenemos que quebrar el extremo de la hoja contra una piedra. Una hoja puede rehacerse, y el metal volver a encontrarse.
Se mordió el labio, con una sonrisa, evitando una frase tópica como "pero la vida no puede devolverse" o algo así. Pero lo cierto es que tenía que saberlo. Tenía que saber contra quién había alzado Feiran la espada que eran los Leones de Acero. La punta que podía romperse, por supuesto, era ella. No lo dijo, pero todos lo sobrentendieron.
- Leones - dijo. - Volveremos a encontrarnos. El Capitán Angmar es ahora vuestro maestro.
Angmar, teniente hasta hacía cinco segundos, enarcó las cejas con cierta sorpresa. Pero ni siquiera la promoción fue capaz de borrar la sombra de la preocupación de su rostro. Kathrina era categórica en el hecho de que volverían a verse, pero todos sabían que podía no ser así.
Durante un largo rato, hubo silencio. Silencio tenso, silencio cómplice. En cierto modo, a través del silencio, todos aquellos hombres y mujeres, aquella banda de camaradas, se despidieron con una mirada a oscuras. Se despidieron de ella, de la que para todos había sido una amiga, una mentora, aun a pesar de su edad o de lo mal que la pudieran haber juzgado.
Kathrina alzó la vista.
Nadie la detuvo cuando se internó en las sombras del pasillo, y nadie hizo un amago de seguirla. Tampoco nadie rompió el silencio antes que el capitán Angmar.
- Compañía - dijo, solemne. - Nos vamos.
Kath Vance- Cantidad de envíos : 41
Re: Creer en el Infierno
Yshara no tenía ánimos para encontrarse con nadie.
Eso era extraordinariamente raro en ella, pero comprensible si uno tenía en cuenta las circunstancias. Sentía una enorme angustia removiéndole las entrañas. ¿Y Ethel? ¿Qué podía haber sido de Ethel? ¿Por qué ni siquiera aquellas mujeres lo sabían?
Cuántas veces se habría hecho aquellas preguntas en los últimos minutos. Y bueno, al final, ¿Qué importaba? Ni se había encontrado la respuesta a qué había sido de Ethel, ni podría abrirse un camino a través de los asaltantes con simplemente desear que no estuvieran allí. Yshara no era una persona proclive a perderse en lo que desearía que pasase con las cosas. Ella era una mujer de acción. Si algo no era como lo quería, no perdía el tiempo planteándose cómo debería ser: Lo moldeaba.
No podía saber nada sobre Ethel hasta que no llegaran a aquel cuarto. Y sentía miedo. Un miedo enorme, un miedo profundo. ¿Qué podía, qué diablos podía haber hecho que Ethel hubiera roto el vínculo de aquella manera? ¿Estaría bien?
¿... estaría muerta?
Cerró los ojos. No, no podía permitirse pensar éso. No podía dejar que aquella emoción dominara sus actos. Era la hora de actuar como siempre había hecho, de moldear la realidad que se le presentaba. Las dudas no iban a cambiar nada, aunque ojalá pudieran hacerlo.
Las Flores iban abriéndose camino lentamente a través de los pasillos, y conocían la casa mejor que nadie. Los soldados estaban en apuros; aquellos corredores angostos les ofrecían poca protección. Después de hablar con Kirill, Yshara le hizo una seña para que siguiesen a las Flores, que después de todo eran quienes debían llevarles con Ethel. Por la disposición de las chicas, dedujo que la escalera estaba al otro lado de los grupos enemigos, y que las jóvenes trataban de evitarlos. O de emboscarlos.
Decidió apegarse a la segunda posibilidad. Después de todo, los enemigos de Ethel eran sus enemigos. Aunque habría preferido ignorar a todo el mundo en su camino para llegar hasta ella, lo ideal sería que se liberase de unos pocos obstáculos. Además, no es que Yshara no tuviese ganas de ver correr la sangre. Solo... en fin, en aquellos momentos comprobar el estado de Ethel era una prioridad más alta que la sangre.
Ni siquiera las Flores la sintieron adelantarse a la comitiva, una vez se hubo mezclado con las sombras de la casa. Pegada a la pared mientras avanzaba, llegó hasta donde se encontraba la Flor que iba en cabeza, y dobló una esquina para encontrarse con un pasillo que se bifurcaba. Hacia un lado, el pasillo se extendía hasta perderse, y supuso que llevaba hasta las escaleras del piso superior. Hacia el otro...
La elfa no lo pudo evitar.
Había tres de aquellos hijos de puta, un pequeño comando independiente de los otros grupos. Recorrían el corredor con cuidado, intentando parecer más sigilosos de lo que en realidad conseguían. Mientras uno de ellos vigilaba, los otros se apresuraban a abrir las puertas y echar un rápido vistazo en el interior de las habitaciones en las que éstas desembocaban. Un grito sordo silenciado rápidamente fue testigo de que en una de éstas encontraron a una de las criadas de la casa de Ethel.
Ni siquiera aunque el soldado que vigilaba la puerta hubiera estado mirando en su dirección la habría visto. La sombra que era Yshara le saltó encima como una exhalación, inmovilizándole y presionándole el cuello antes de que pudiera decir lo más mínimo.
Fue una suerte que nadie la viera.
Se permitió apenas unos segundos de desenfreno, pero en aquellos instantes fue salvaje, animal. Un animal herido que lloraba de rabia mientras descargaba golpe tras golpe sobre el hombre indefenso. No le mató, no era su estilo. Le acuchilló con una rabia, una saña, que no era normal en ella. Cuando por fin le soltó, el hombre cayó a plomo al suelo; no muerto, sino inconsciente. La daga de Yshara chorreaba sangre, y deseó que aquel hombre sobreviviera a la caída de la mansión de Ethel para tener que vivir con todo lo que en aquellos segundos había hecho.
Se volvió hacia la comitiva que quedaba en el pasillo, esperando que nadie hubiese visto aquello, y alzó dos dedos de la mano derecha, y después señaló en el interior de la sala.
Eso era extraordinariamente raro en ella, pero comprensible si uno tenía en cuenta las circunstancias. Sentía una enorme angustia removiéndole las entrañas. ¿Y Ethel? ¿Qué podía haber sido de Ethel? ¿Por qué ni siquiera aquellas mujeres lo sabían?
Cuántas veces se habría hecho aquellas preguntas en los últimos minutos. Y bueno, al final, ¿Qué importaba? Ni se había encontrado la respuesta a qué había sido de Ethel, ni podría abrirse un camino a través de los asaltantes con simplemente desear que no estuvieran allí. Yshara no era una persona proclive a perderse en lo que desearía que pasase con las cosas. Ella era una mujer de acción. Si algo no era como lo quería, no perdía el tiempo planteándose cómo debería ser: Lo moldeaba.
No podía saber nada sobre Ethel hasta que no llegaran a aquel cuarto. Y sentía miedo. Un miedo enorme, un miedo profundo. ¿Qué podía, qué diablos podía haber hecho que Ethel hubiera roto el vínculo de aquella manera? ¿Estaría bien?
¿... estaría muerta?
Cerró los ojos. No, no podía permitirse pensar éso. No podía dejar que aquella emoción dominara sus actos. Era la hora de actuar como siempre había hecho, de moldear la realidad que se le presentaba. Las dudas no iban a cambiar nada, aunque ojalá pudieran hacerlo.
Las Flores iban abriéndose camino lentamente a través de los pasillos, y conocían la casa mejor que nadie. Los soldados estaban en apuros; aquellos corredores angostos les ofrecían poca protección. Después de hablar con Kirill, Yshara le hizo una seña para que siguiesen a las Flores, que después de todo eran quienes debían llevarles con Ethel. Por la disposición de las chicas, dedujo que la escalera estaba al otro lado de los grupos enemigos, y que las jóvenes trataban de evitarlos. O de emboscarlos.
Decidió apegarse a la segunda posibilidad. Después de todo, los enemigos de Ethel eran sus enemigos. Aunque habría preferido ignorar a todo el mundo en su camino para llegar hasta ella, lo ideal sería que se liberase de unos pocos obstáculos. Además, no es que Yshara no tuviese ganas de ver correr la sangre. Solo... en fin, en aquellos momentos comprobar el estado de Ethel era una prioridad más alta que la sangre.
Ni siquiera las Flores la sintieron adelantarse a la comitiva, una vez se hubo mezclado con las sombras de la casa. Pegada a la pared mientras avanzaba, llegó hasta donde se encontraba la Flor que iba en cabeza, y dobló una esquina para encontrarse con un pasillo que se bifurcaba. Hacia un lado, el pasillo se extendía hasta perderse, y supuso que llevaba hasta las escaleras del piso superior. Hacia el otro...
La elfa no lo pudo evitar.
Había tres de aquellos hijos de puta, un pequeño comando independiente de los otros grupos. Recorrían el corredor con cuidado, intentando parecer más sigilosos de lo que en realidad conseguían. Mientras uno de ellos vigilaba, los otros se apresuraban a abrir las puertas y echar un rápido vistazo en el interior de las habitaciones en las que éstas desembocaban. Un grito sordo silenciado rápidamente fue testigo de que en una de éstas encontraron a una de las criadas de la casa de Ethel.
Ni siquiera aunque el soldado que vigilaba la puerta hubiera estado mirando en su dirección la habría visto. La sombra que era Yshara le saltó encima como una exhalación, inmovilizándole y presionándole el cuello antes de que pudiera decir lo más mínimo.
Fue una suerte que nadie la viera.
Se permitió apenas unos segundos de desenfreno, pero en aquellos instantes fue salvaje, animal. Un animal herido que lloraba de rabia mientras descargaba golpe tras golpe sobre el hombre indefenso. No le mató, no era su estilo. Le acuchilló con una rabia, una saña, que no era normal en ella. Cuando por fin le soltó, el hombre cayó a plomo al suelo; no muerto, sino inconsciente. La daga de Yshara chorreaba sangre, y deseó que aquel hombre sobreviviera a la caída de la mansión de Ethel para tener que vivir con todo lo que en aquellos segundos había hecho.
Se volvió hacia la comitiva que quedaba en el pasillo, esperando que nadie hubiese visto aquello, y alzó dos dedos de la mano derecha, y después señaló en el interior de la sala.
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Creer en el Infierno
Bien, era hora de concentrarse en el presente. Pero en cuanto pensó ésto, el presente pareció alejarse de él. De repente comenzó a revivir aquel pequeño resumen de lo sucedido que había hecho en su mente, pero ahora de una forma más personal. Tuvo que alejarlo de sí, repitiéndose a sí mismo: "no, es hora de concentrarse en el presente". Lo que había ocurrido para que llegara allí importaba poco; le daría vueltas más tarde (porque no podría evitar dárselas, pero no era el momento, no era el momento, y no debía pensar en ello). Que se fiara o no de Yshara, que se fiara o no de las mujeres... No, no era la cuestión. No entendía por qué de repente pensaba en eso. Quizás por el cansancio, o porque el cansancio se iba disipando; cualquiera podía ser. Lo único seguro era que todo aquello le hacía sentir una pequeña náusea de la que habría preferido librarse.
Tenía que recuperar a Ethel. Pensar en cualquier otra cosa no llevaría a nada.
Haciendo eco a sus propios pensamientos sacudió la cabeza, molesto consigo mismo, y le dedicó una mirada desconfiada a los alrededores. Seguía a las Flores, pero Kirill estaba mucho más prudente de lo acostumbrado en él y no le gustaría descubrir que alguien le seguía a él . Quizás por estar mirando hacia el lado que no era perdió de vista a Yshara. Tampoco le preocupó demasiado, pero de todas formas pronto volvió a localizarla, cuando estaba preparándose para hacer frente al primer enemigo que doblara la esquina hacia él (él no iba a disimularse ni a atacar por la espalda, y de hecho seguía de pie en pleno centro del pasillo. Supuso que no importaría si los atacantes veían un enemigo y luego descubrían más a su alrededor). O más bien localizó lo que era su figura, su sombra, fácilmente diferenciable de la de cualquier soldado, y que de repente le recordaba a... algo.
Vio que Yshara hacía un movimiento y por alguna razón que no acertó a comprender, Kirill obedeció al mismo. Normalmente se habría quedado allí donde estaba, a la espera de un ataque frontal (aunque algo en él comenzaba a comprender que lo más directo no era siempre lo mejor), pero contra todo pronóstico se acercó a Yshara, la adelantó, y entró en la habitación a la que había señalado sin plantearse en absoluto qué lugar era aquél...
Y lo cierto es que lo habría esperado desierto. La visión de los dos soldados le sorprendió y le enfureció a igual medida; a penas vio el bulto de forma humana que había junto a los pies de uno, aunque sí percibió que ambos le daban la espalda. No iba a desaprovechar esa oportunidad.
Kirill no podía impedir que la metálica suela de sus botas resonara contra la madera al andar, pero, como para compensar aquello, uno de los individuos se encontraban revolviendo apresuradamente un cajón, del cual escapaban tintineos de metal y cristal que escondían otros sonidos más lejanos. Su compañero, por alguna razón, eligió aquel momento para reír por lo bajo, dándole un pequeño golpe con el pie al bulto. El momento en el que Kirill se encontró detrás de él, con un puñal de oscuridad en la mano que pronto estuvo junto a cuello del hombre.
Kirill se sorprendería más tarde de lo silencioso que había sido todo. Sin reflexionar, ahogó el único gemido sorprendido que había intentado escapar de los labios del hombre apretando su mano contra la boca entreabierta, y sostuvo el peso del cuerpo para que no se desplomara sobre el suelo con un ruido sordo. Lo depositó suavemente junto a sus pies sin que su compañero se enterara de nada; el gemido ahogado había parecido una tos, o el final de aquella risa que había iniciado antes.
Pensó entonces que igual eso había querido decir Yshara antes con aquel gesto: que había dos hombres en la habitación. Bueno, a parte de él mismo ahora sólo había uno.
FDI. Si he entendido algo mal avisadme y edito/borro.
Tenía que recuperar a Ethel. Pensar en cualquier otra cosa no llevaría a nada.
Haciendo eco a sus propios pensamientos sacudió la cabeza, molesto consigo mismo, y le dedicó una mirada desconfiada a los alrededores. Seguía a las Flores, pero Kirill estaba mucho más prudente de lo acostumbrado en él y no le gustaría descubrir que alguien le seguía a él . Quizás por estar mirando hacia el lado que no era perdió de vista a Yshara. Tampoco le preocupó demasiado, pero de todas formas pronto volvió a localizarla, cuando estaba preparándose para hacer frente al primer enemigo que doblara la esquina hacia él (él no iba a disimularse ni a atacar por la espalda, y de hecho seguía de pie en pleno centro del pasillo. Supuso que no importaría si los atacantes veían un enemigo y luego descubrían más a su alrededor). O más bien localizó lo que era su figura, su sombra, fácilmente diferenciable de la de cualquier soldado, y que de repente le recordaba a... algo.
Vio que Yshara hacía un movimiento y por alguna razón que no acertó a comprender, Kirill obedeció al mismo. Normalmente se habría quedado allí donde estaba, a la espera de un ataque frontal (aunque algo en él comenzaba a comprender que lo más directo no era siempre lo mejor), pero contra todo pronóstico se acercó a Yshara, la adelantó, y entró en la habitación a la que había señalado sin plantearse en absoluto qué lugar era aquél...
Y lo cierto es que lo habría esperado desierto. La visión de los dos soldados le sorprendió y le enfureció a igual medida; a penas vio el bulto de forma humana que había junto a los pies de uno, aunque sí percibió que ambos le daban la espalda. No iba a desaprovechar esa oportunidad.
Kirill no podía impedir que la metálica suela de sus botas resonara contra la madera al andar, pero, como para compensar aquello, uno de los individuos se encontraban revolviendo apresuradamente un cajón, del cual escapaban tintineos de metal y cristal que escondían otros sonidos más lejanos. Su compañero, por alguna razón, eligió aquel momento para reír por lo bajo, dándole un pequeño golpe con el pie al bulto. El momento en el que Kirill se encontró detrás de él, con un puñal de oscuridad en la mano que pronto estuvo junto a cuello del hombre.
Kirill se sorprendería más tarde de lo silencioso que había sido todo. Sin reflexionar, ahogó el único gemido sorprendido que había intentado escapar de los labios del hombre apretando su mano contra la boca entreabierta, y sostuvo el peso del cuerpo para que no se desplomara sobre el suelo con un ruido sordo. Lo depositó suavemente junto a sus pies sin que su compañero se enterara de nada; el gemido ahogado había parecido una tos, o el final de aquella risa que había iniciado antes.
Pensó entonces que igual eso había querido decir Yshara antes con aquel gesto: que había dos hombres en la habitación. Bueno, a parte de él mismo ahora sólo había uno.
FDI. Si he entendido algo mal avisadme y edito/borro.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Creer en el Infierno
El grito ahogado de la sirvienta terminó por atraer a los que se acercaban a ese nudo de corredores. Lo sentían por la chica, pero era justo lo que necesitaban, casi que podía verse en la oscuridad la sonrisa de una de una ellas. Y el hecho que el hombre se parara justo en medio de los pasillos era perfecto para que se centrara la atención en él así fuera por un corto tiempo.
Para cuando Yshara giró a hacer las señas que Kirill siguió, los soldados apresuraron sus pasos atraídos por lo particular del evento.
Ellas hicieron el resto. Las espadas cortaron limpiamente, introduciéndose en lugares letales, sin darles muchas opción de defenderse y por tanto evitando el sonido del metal contra metal, sujetando los cuerpos para que hicieran el mínimo de ruido para no atraer a más de estos, para dejar esa zona de los pasillos limpia. Muertes rápidas y sin gusto alguno, pero no tenían tiempo para satisfacerse con venganzas, no podían descuidar la razón por la que ya no estaban en el Estudio. Necesitaban llegar a Ethel,
Solo quedó uno de pie, uno que hirió a la Flor mas cercana y trató de huir, pero se vio sin salida. No iban a interrogarlo. Solo había una razón por la que no se le abalanzaban, aunque retrocedía a partos cortos pero sin temor. Al mismo ritmo y dirección, pero frente a él y muy cerca, retrocedía Canción mirando inerte a la nada.
Mientras Kirill se hacía cargo del hombre en la habitación, tres de ellas, esquivaban a los cuerpos en el piso y avanzaban hacía el soldado con movimientos suaves para no provocarlo, pero zancadas largas para no darle mucho tiempo. Por qué esa tonta elfa no conservaba algo de sentido común y se hacía a un lado cuando veía un combate y solo se quedaba ahí donde… nadie le dijo que se quedara!?? Si se estaba moviendo, siguiendo como un cordero a Yshara, pero lo hacía demasiado lento, al menos para la situación. Un blanco fácil, en la nada y sin armas. Ellas… no, ellas no habrían hecho lo mismo, ellas no tomaban prisioneros.
La espada del hombre se movió amenazante y ellas prudentemente se detuvieron. Caminaban y pensaban, ahora solo tenían que pensar. Tenía bien sujeta a Canción, lo suficiente como para que ellas se tomaran 3 prudentes segundos para pensar en como matarlo o al menos herirlo sin hacerle daño en el proceso a la elfa. Si fuera una de ellas, sabrían que hacer, hasta donde llegar, pero era Canción, sabían que si algo le pasaba Ethel se molestaría. Una de ellas apretó la espada, no tenían tiempo para perder con esto. Prioridades, prioridades. Una de ellas dio otro paso al frente
- Sssuéltala – le dijo la cuarta Flor ubicándose a su espalda, alargando la S al enfatizar su orden sin alzar la voz más allá de un susurro – me quieres a mi – agregó con prepotencia. No podía ponerle la mano en el hombro como quería porque no sabía que tan nervioso estaría. No se atrevió tampoco a estocarlo por la espalda por si se le iba la mano, pero con cada palabra de ella otra dos avanzaban hacía él.
La situación no iba a extenderse mucho más, debían callarlo de una vez, pero el desenlace fue acelerado por un factor externo. Un grito. EL grito. Recorrió la casa de punta a punta.
Era difícil decir si era de mujer o de hombre, por ser un escalofriante alarido de dolor. Eso si, venía de la planta superior y fuera quien fuera, tenía que haber perdido o al menos lesionado considerablemente sus cuerdas vocales y garganta después de tal expresión que le arrancó un escalofrío a mas de uno en el edificio.
El soldado que estaba junto a Kirill en la habitación en la que se ocultaba la mucama, pálido como un papel, se giró hacia su compañero y lo que se encontró lo terminó de descolocar por un instante, al punto de hacer que la espada en su mano temblara mientras la alzaba primero para defenderse luego para atacar cuando se recuperó del susto.
Dos de las Flores levantaron la vista hacia el techo, con los ojos como platos, al escalofrío que recorrió la espalda del hombre le siguió el dolor del metal cortando todo lo que encontraba a su paso desde la base de espalda, ahí donde terminaba la armadura, hasta su cuello, la de pelo rizado que estaba detrás del hombre, no aguardó mas y con toda su fuerza clavó el arma, dando cómicos brinquitos cuando sentía que no entraría mas y no había terminado con su trabajo. La otra Flor corrió a sujetarle el brazo al hombre.
- Quítate!! – casi le grita a Canción, que de inmediato obedeció, aunque no tan ágil como ella habría querido. Empujó al hombre – hazte cargo de ella – le dijo a la de pelo rizado (en adelante Rocío) – Muévanse – ordeno sin esperar la respuesta de ninguna empezó a correr por el pasillo en el que estaba Yshsra, rumbo a las “escaleras grises”
Sonrió con satisfacción, con respiración aun agitada por el esfuerzo, pero clavando sus ojos azules en el espejo que se acaba de formar.
- Lo ves? Si podías decirlo mas alto – contempló fijamente la imagen en el reflejo y se humedeció los labios, acariciando con cuidado al soldado.
- No crees que el gritar su nombre lo pondrá sobre aviso y lo alejará de aquí? -
- Te pedí tu opinión? NO!. Te dije que fueras con Clara a esa casa en la Ciudad en Ruinas, qué haces aun aquí? – no se molestó en ser cortes ni en ocultar su enojo y frustración y señaló al portal sin girarse – Si no es con Yshara o noticias suyas, no regreses! – el puño se cerró con fuerza sobre el sujeto, pero este, ya no se movió.[center]
Para cuando Yshara giró a hacer las señas que Kirill siguió, los soldados apresuraron sus pasos atraídos por lo particular del evento.
Ellas hicieron el resto. Las espadas cortaron limpiamente, introduciéndose en lugares letales, sin darles muchas opción de defenderse y por tanto evitando el sonido del metal contra metal, sujetando los cuerpos para que hicieran el mínimo de ruido para no atraer a más de estos, para dejar esa zona de los pasillos limpia. Muertes rápidas y sin gusto alguno, pero no tenían tiempo para satisfacerse con venganzas, no podían descuidar la razón por la que ya no estaban en el Estudio. Necesitaban llegar a Ethel,
Solo quedó uno de pie, uno que hirió a la Flor mas cercana y trató de huir, pero se vio sin salida. No iban a interrogarlo. Solo había una razón por la que no se le abalanzaban, aunque retrocedía a partos cortos pero sin temor. Al mismo ritmo y dirección, pero frente a él y muy cerca, retrocedía Canción mirando inerte a la nada.
Mientras Kirill se hacía cargo del hombre en la habitación, tres de ellas, esquivaban a los cuerpos en el piso y avanzaban hacía el soldado con movimientos suaves para no provocarlo, pero zancadas largas para no darle mucho tiempo. Por qué esa tonta elfa no conservaba algo de sentido común y se hacía a un lado cuando veía un combate y solo se quedaba ahí donde… nadie le dijo que se quedara!?? Si se estaba moviendo, siguiendo como un cordero a Yshara, pero lo hacía demasiado lento, al menos para la situación. Un blanco fácil, en la nada y sin armas. Ellas… no, ellas no habrían hecho lo mismo, ellas no tomaban prisioneros.
La espada del hombre se movió amenazante y ellas prudentemente se detuvieron. Caminaban y pensaban, ahora solo tenían que pensar. Tenía bien sujeta a Canción, lo suficiente como para que ellas se tomaran 3 prudentes segundos para pensar en como matarlo o al menos herirlo sin hacerle daño en el proceso a la elfa. Si fuera una de ellas, sabrían que hacer, hasta donde llegar, pero era Canción, sabían que si algo le pasaba Ethel se molestaría. Una de ellas apretó la espada, no tenían tiempo para perder con esto. Prioridades, prioridades. Una de ellas dio otro paso al frente
- Sssuéltala – le dijo la cuarta Flor ubicándose a su espalda, alargando la S al enfatizar su orden sin alzar la voz más allá de un susurro – me quieres a mi – agregó con prepotencia. No podía ponerle la mano en el hombro como quería porque no sabía que tan nervioso estaría. No se atrevió tampoco a estocarlo por la espalda por si se le iba la mano, pero con cada palabra de ella otra dos avanzaban hacía él.
La situación no iba a extenderse mucho más, debían callarlo de una vez, pero el desenlace fue acelerado por un factor externo. Un grito. EL grito. Recorrió la casa de punta a punta.
Era difícil decir si era de mujer o de hombre, por ser un escalofriante alarido de dolor. Eso si, venía de la planta superior y fuera quien fuera, tenía que haber perdido o al menos lesionado considerablemente sus cuerdas vocales y garganta después de tal expresión que le arrancó un escalofrío a mas de uno en el edificio.
El soldado que estaba junto a Kirill en la habitación en la que se ocultaba la mucama, pálido como un papel, se giró hacia su compañero y lo que se encontró lo terminó de descolocar por un instante, al punto de hacer que la espada en su mano temblara mientras la alzaba primero para defenderse luego para atacar cuando se recuperó del susto.
Dos de las Flores levantaron la vista hacia el techo, con los ojos como platos, al escalofrío que recorrió la espalda del hombre le siguió el dolor del metal cortando todo lo que encontraba a su paso desde la base de espalda, ahí donde terminaba la armadura, hasta su cuello, la de pelo rizado que estaba detrás del hombre, no aguardó mas y con toda su fuerza clavó el arma, dando cómicos brinquitos cuando sentía que no entraría mas y no había terminado con su trabajo. La otra Flor corrió a sujetarle el brazo al hombre.
- Quítate!! – casi le grita a Canción, que de inmediato obedeció, aunque no tan ágil como ella habría querido. Empujó al hombre – hazte cargo de ella – le dijo a la de pelo rizado (en adelante Rocío) – Muévanse – ordeno sin esperar la respuesta de ninguna empezó a correr por el pasillo en el que estaba Yshsra, rumbo a las “escaleras grises”
* * *
Sonrió con satisfacción, con respiración aun agitada por el esfuerzo, pero clavando sus ojos azules en el espejo que se acaba de formar.
- Lo ves? Si podías decirlo mas alto – contempló fijamente la imagen en el reflejo y se humedeció los labios, acariciando con cuidado al soldado.
- No crees que el gritar su nombre lo pondrá sobre aviso y lo alejará de aquí? -
- Te pedí tu opinión? NO!. Te dije que fueras con Clara a esa casa en la Ciudad en Ruinas, qué haces aun aquí? – no se molestó en ser cortes ni en ocultar su enojo y frustración y señaló al portal sin girarse – Si no es con Yshara o noticias suyas, no regreses! – el puño se cerró con fuerza sobre el sujeto, pero este, ya no se movió.[center]
Última edición por Ethel el 20/10/09, 08:54 pm, editado 1 vez
Ethel- Cantidad de envíos : 308
Re: Creer en el Infierno
... y de vuelta a la oscuridad.
Kathrina desconocía los pasillos de aquella casa, mas allá de las escuetas indicaciones que le habían dado para que se las reprodujese a sus tropas. Quien había transmitido aquella información no había estado en el interior de aquellos muros más de una vez.
La oscuirdad era densa, pesada, pero también era reconfortante, de una forma que Kathrina no habría sabido describir. Avanzaba colocando las manos sobre las paredes, a solas con sus pensamientos, con sus dudas. Pero la oscuridad era casi agradable. No deseaba ser vista, ni siquiera deseaba verse a sí misma. Durante algunos segundos, casi tuvo la sensación... de que no existía. Aquello le hizo sentirse extrañamente segura.
Recorrió durante algunos metros un largo pasillo iluminado solamente por las rendijas de luz que los rayos hacían colarse de vez en cuando a través de las ventanas.
El ruido del combate ya no era tan lejano.
El cruce de una espada con otra, un escudo cayendo al suelo. Si cerraba los ojos, que dada la oscuridad de la casa no necesitaba de todas maneras, casi podía imaginarse cómo progresaba la situación. Solo que no era capaz de hacerse a la idea de quién era el enemigo. Imaginaba a las flores, pero las imaginaba a todas con la cara de la mujer a la que acababa de...
... escuchó un ruido a su espalda.
Se refugió con rapidez entre las sombras, abriendo bien los ojos y cerrando la mano en torno al pomo de su espada. Y permaneció así durante unos instantes, pero no vio nada, ni supo qué podía haber sido. Tardó un rato en atreverse a volver a avanzar, pero ésta vez lo hizo con más cautela, descuidándose menos, abandonándose menos a aquella placidez oscura que, de todas maneras, aún sentía.
En cualquier caso, el pasillo pronto desembocó en una escalinata de madera, y Kathrina puso la mano sobre la barandilla. La idea de subir al piso de arriba era tentadora. Y más cuando...
Le pareció ver a alguien arriba, entre las sombras.
Lo consideró extraño, y comenzó a subir las escaleras en pos de la sombra, con todo el sigilo que le era posible.
Kathrina desconocía los pasillos de aquella casa, mas allá de las escuetas indicaciones que le habían dado para que se las reprodujese a sus tropas. Quien había transmitido aquella información no había estado en el interior de aquellos muros más de una vez.
La oscuirdad era densa, pesada, pero también era reconfortante, de una forma que Kathrina no habría sabido describir. Avanzaba colocando las manos sobre las paredes, a solas con sus pensamientos, con sus dudas. Pero la oscuridad era casi agradable. No deseaba ser vista, ni siquiera deseaba verse a sí misma. Durante algunos segundos, casi tuvo la sensación... de que no existía. Aquello le hizo sentirse extrañamente segura.
Recorrió durante algunos metros un largo pasillo iluminado solamente por las rendijas de luz que los rayos hacían colarse de vez en cuando a través de las ventanas.
El ruido del combate ya no era tan lejano.
El cruce de una espada con otra, un escudo cayendo al suelo. Si cerraba los ojos, que dada la oscuridad de la casa no necesitaba de todas maneras, casi podía imaginarse cómo progresaba la situación. Solo que no era capaz de hacerse a la idea de quién era el enemigo. Imaginaba a las flores, pero las imaginaba a todas con la cara de la mujer a la que acababa de...
... escuchó un ruido a su espalda.
Se refugió con rapidez entre las sombras, abriendo bien los ojos y cerrando la mano en torno al pomo de su espada. Y permaneció así durante unos instantes, pero no vio nada, ni supo qué podía haber sido. Tardó un rato en atreverse a volver a avanzar, pero ésta vez lo hizo con más cautela, descuidándose menos, abandonándose menos a aquella placidez oscura que, de todas maneras, aún sentía.
En cualquier caso, el pasillo pronto desembocó en una escalinata de madera, y Kathrina puso la mano sobre la barandilla. La idea de subir al piso de arriba era tentadora. Y más cuando...
Le pareció ver a alguien arriba, entre las sombras.
Lo consideró extraño, y comenzó a subir las escaleras en pos de la sombra, con todo el sigilo que le era posible.
Kath Vance- Cantidad de envíos : 41
Re: Creer en el Infierno
No tenía importancia.
Ya no era importante. Nada lo era. Yshara miró a las flores mientras se hacían cargo de la nueva situación, pero de forma ausente, de forma distante. Kirill acabó con uno de los hombres con rapidez. Desde la puerta, la propia elfa disparó sobre el otro. Un flechazo limpio, a través del cuello. Le mató en el acto.
Aquello no era muy propio de la elfa, pero no tenía elección. Los soldados se aproximaban a su posición. No quiso arriesgarse a delatar la posición de las Flores. No sabía cuántos había, pero parecían bastantes. Mierda, ¿Habían tomado la casa de Ethel?
Ni siquiera le preocupó Canción. Es decir, sí, en aquellos momentos vio cómo uno de los soldados la tomaba prisionera, y como las Flores hacían un intento por reaccionar. Poco le importaba, a decir verdad. Ethel, quería ver a Ethel. Si Canción se moría, conseguiría otra esclava cuya mente destrozar, bien poco le importaba lo que le sucediese. Aunque...
Por un momento, y ésto hizo latir su corazón con fuerza e hizo que sus dedos se cerraran con crispación, impidiéndole efectuar otro disparo, se planteó la posibilidad. Se planteó que aquellos hijos de mala puta hubieran... lo hubieran conseguido. Que hubieran llegado hasta Ethel. Que hubieran matado a Ethel. No, mierda, aquello no podía ser, ¿Pero y si?
Su mente racional no quiso admitirlo, no quiso indagar en la idea, pero su subconsciente le dijo, con ésa lengua extraña de símbolos que sólo nuestro subconsciente sabe emplear, que si éso había sucedido, aún podía intentar... atrapar el alma de Ethel en Canción.
No desarrolló la idea. Es más, la desechó. Y el grito, aquel grito desgarrador, ayudó mucho. Yshara cerró los puños con fuerza, apartando el arco. Miró a Kirill en el interior de la sala. Tampoco le importaba en aquellos instantes.
El camino estaba despejado. La elfa no dijo nada, ni a Kirill, aunque seguramente éste pudo verla, ni a las flores. Simplemente echó a correr por el camino que llevaba a las escaleras de ascenso, por el lugar del que había venido el grito.
Poco le importaba, en aquellos momentos, lo que se pudiera encontrar de frente.
Ya no era importante. Nada lo era. Yshara miró a las flores mientras se hacían cargo de la nueva situación, pero de forma ausente, de forma distante. Kirill acabó con uno de los hombres con rapidez. Desde la puerta, la propia elfa disparó sobre el otro. Un flechazo limpio, a través del cuello. Le mató en el acto.
Aquello no era muy propio de la elfa, pero no tenía elección. Los soldados se aproximaban a su posición. No quiso arriesgarse a delatar la posición de las Flores. No sabía cuántos había, pero parecían bastantes. Mierda, ¿Habían tomado la casa de Ethel?
Ni siquiera le preocupó Canción. Es decir, sí, en aquellos momentos vio cómo uno de los soldados la tomaba prisionera, y como las Flores hacían un intento por reaccionar. Poco le importaba, a decir verdad. Ethel, quería ver a Ethel. Si Canción se moría, conseguiría otra esclava cuya mente destrozar, bien poco le importaba lo que le sucediese. Aunque...
Por un momento, y ésto hizo latir su corazón con fuerza e hizo que sus dedos se cerraran con crispación, impidiéndole efectuar otro disparo, se planteó la posibilidad. Se planteó que aquellos hijos de mala puta hubieran... lo hubieran conseguido. Que hubieran llegado hasta Ethel. Que hubieran matado a Ethel. No, mierda, aquello no podía ser, ¿Pero y si?
Su mente racional no quiso admitirlo, no quiso indagar en la idea, pero su subconsciente le dijo, con ésa lengua extraña de símbolos que sólo nuestro subconsciente sabe emplear, que si éso había sucedido, aún podía intentar... atrapar el alma de Ethel en Canción.
No desarrolló la idea. Es más, la desechó. Y el grito, aquel grito desgarrador, ayudó mucho. Yshara cerró los puños con fuerza, apartando el arco. Miró a Kirill en el interior de la sala. Tampoco le importaba en aquellos instantes.
El camino estaba despejado. La elfa no dijo nada, ni a Kirill, aunque seguramente éste pudo verla, ni a las flores. Simplemente echó a correr por el camino que llevaba a las escaleras de ascenso, por el lugar del que había venido el grito.
Poco le importaba, en aquellos momentos, lo que se pudiera encontrar de frente.
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Creer en el Infierno
Deshizo la daga de oscuridad y comprobó con un rápido vistazo que el dardo de Yshara había matado al otro soldado. Una vez hecho esto, cerró los párpados durante un largo segundo e inspiró profundamente.
Volvió a abrirlos en la penumbra de la habitación. Aquella muerte y aquel segundo habían bastado. Kirill volvía a sentirse estable... o al menos todo lo estable que estaba acostumbrado a sentirse. Seguía cansado, algo confuso a su pesar, e imágenes que había visto durante aquella noche pugnaban por aparecer en su consciencia; pero se sentía activo, capaz de sacar fuerzas de la nada y de retener cualquier pensamiento inconveniente. Por encima de todo estaba Ethel. Ni siquiera se permitió pensar en otras personas, como Nadyssra, o si en aquel momento se movía por ella, por sí mismo o por simple inercia. Era levemente consciente de que, en un sentido, necesitaba moverse, ensartar, dejar la mente en blanco.
Volvió la mirada hacia Yshara, y la observó otro segundo. No llegó a pensar nada, aunque le pareció ver algo en ella que le revolvió interiormente, provocándolo de nuevo... pero Yshara salió corriendo inmediatamente. Entre enfadado y sorprendido, Kirill salió de la estancia en tres zancadas; alcanzó a ver a Yshara corriendo hacia el final del pasillo y algo en él decidió que correría tras ella. La elfa no estaba tomando ningún tipo de precaución, pero a pesar de toda su desconfianza en aquel momento Kirill tampoco pensaba en tener cuidado.
Algo le retrasó: la precipitada sucesión de unos pasos que corrían hacia él. Una de las mujeres de la casa, las que le habían puesto primero la espada al cuello, y con las que luchaba ahora, le adelantó por el pasillo, con la misma dirección que había tomado Yshara. Kirill no lo dudó más y comenzó a correr también.
Volvió a abrirlos en la penumbra de la habitación. Aquella muerte y aquel segundo habían bastado. Kirill volvía a sentirse estable... o al menos todo lo estable que estaba acostumbrado a sentirse. Seguía cansado, algo confuso a su pesar, e imágenes que había visto durante aquella noche pugnaban por aparecer en su consciencia; pero se sentía activo, capaz de sacar fuerzas de la nada y de retener cualquier pensamiento inconveniente. Por encima de todo estaba Ethel. Ni siquiera se permitió pensar en otras personas, como Nadyssra, o si en aquel momento se movía por ella, por sí mismo o por simple inercia. Era levemente consciente de que, en un sentido, necesitaba moverse, ensartar, dejar la mente en blanco.
Volvió la mirada hacia Yshara, y la observó otro segundo. No llegó a pensar nada, aunque le pareció ver algo en ella que le revolvió interiormente, provocándolo de nuevo... pero Yshara salió corriendo inmediatamente. Entre enfadado y sorprendido, Kirill salió de la estancia en tres zancadas; alcanzó a ver a Yshara corriendo hacia el final del pasillo y algo en él decidió que correría tras ella. La elfa no estaba tomando ningún tipo de precaución, pero a pesar de toda su desconfianza en aquel momento Kirill tampoco pensaba en tener cuidado.
Algo le retrasó: la precipitada sucesión de unos pasos que corrían hacia él. Una de las mujeres de la casa, las que le habían puesto primero la espada al cuello, y con las que luchaba ahora, le adelantó por el pasillo, con la misma dirección que había tomado Yshara. Kirill no lo dudó más y comenzó a correr también.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
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