Creer en el Infierno

La elfa sostuvo la mirada de Kirill unos instantes, con el ceño fruncido y una expresión inescrutable en el rostro. Sin la capa para cubrirla y sin Invierno delante de ella, ahora aparecía tal y como estaba, es decir, ilesa. La sangre que había en el suelo unos metros mas allá no era suya, pero estaba embadurnada de ella.

Envainó la espada lentamente, y después sacudió con fuerza el puñal, de forma que la mayor parte de la sangre que lo cubría salió despedida de la hoja y fue a formar una línea sobre la pared. Hizo girar el arma entre sus dedos, y luego la envainó también, quedando con la mano izquierda en la cadera, cerca del cinto donde estaban sus armas, las piernas ligeramente separadas, en una postura que denotaba que estaba tranquila. No pensaba atacar a Kirill ni esperaba un ataque por su parte.

- Entonces estás del lado de Nadyssra - musitó. - Tiene gracia. Has perdido una oportunidad muy buena de ascender entre las filas de Zergould volviéndote contra tus "compañeros".

La elfa se volvió de pronto.

El sonido había sido casi imperceptible, un leve crepitar que habría sido ahogado en los lamentos de la gemebunda hechicera de no haber sido por su fino oído de elfa. "La capa", pensó de pronto. La había arrojado sin cuidado hacia la pared, y se daba cuenta de que había sido una mala jugada. Una vieja cortina polvorienta había empezado a prender, y las viejas maderas de la casa le ayudarían pronto a que el fuego se propagase.

- Mierda - musitó. - Hay que moverse. ¿Dices que había una elfa extraña arriba?

¿Había perdido una oportunidad, décía? Él ni siquiera lo veía así. La única oportunidad que había tenido habría sido la de hacerle el trabajo sucio a Invierno, y por encima de aquello estaba el hecho de que ni siquiera le interesaba.

- Me importan una mierda Zergould y sus filas - respondió torciendo el gesto.

Siguió la mirada de la cazarrecompensas, alertado por su movimiento, y pronto vio cómo la cortina prendía. No estaba seguro de si aquello era conveniente, y se preguntó cómo se las apañaría Invierno si el fuego se extendía... pero no era asunto suyo.

Le dirgió una rápida mirada a Yshara. Parecía que ella también estaba del lado de Nadyssra aunque, después de lo de Invierno, Kirill no se fiara del todo de nadie. No debía bajar demasiado la guardia: la cazarrecompensas era ágil, peligrosa e imprevisible para el hechicero, pero al mismo tiempo no creía que hubiese razones por las que ocultarle aquello.

- Una elfa de pelo plateado, sí. Llegué a ver poco más de ella. La crucé en el vestíbulo.

Al parecer, lo que pudiera pasarle a Invierno debido al fuego no era de la incumbencia de la elfa. Yshara no le dedicó una segunda mirada a la bruja, excepto para cerciorarse de que no intentaba nada.

Su expresión era completamente opaca, y no dejaba entrever en absoluto sus verdaderos sentimientos. Era desdén puro y duro, como quien mira un pedazo de basura tirado en el suelo que no es su problema.

Pero lo era.

Yshara siempre había creído que la clemencia era para los débiles, y que el perdón no podía existir. De ser normales las circunstancias, habría apuñalado a Invierno en el hígado y la habría abandonado a una lenta y agónica muerte por desangramiento. En parte, todo su cuerpo le pedía que hiciera exactamente éso. Pero la elfa tenía otros planes... y se reprendía mentalmente a sí misma por ello.

Sabía de sobra que Invierno era peligrosa. Pero, precisamente por éso, no podía morir así. La muerte sería un alivio para ella. Yshara no sentía tanto deseo de hacer daño a alguien desde... desde Émalaith. No podía matarla. Deseaba, no había nada que deseara más en aquellos momentos, hacerla sufrir lenta y meticulosamente. No podía llevarla consigo ahora, pero volvería, si el incendio no la mataba.

Pero todo éso lo llevaba por dentro. Como hemos dicho, sólo le dedicó una mirada de soslayo a Invierno antes de volver a fijar sus ojos rojizos en Kirill. Sonriendo a causa de su comentario, señaló en dirección a la parte del corredor que conducía hacia la escalera de caracol mientras daba un par de pasos atrás y se volvía.

- Malzeth y Lobo no escaparán - musitó. - Sube al piso de arriba. Te alcanzo en un momento.

Corrió con rapidez hasta la ventana más cercana al lugar en el que había estado tendida, pateando sin querer el objeto que había caído desde su capa hasta las sombras hacía un rato: Una cabeza. Seguramente, la sangre que embadurnaba la capa y a ella la había sacado de ahí. Saltó por la ventana como si fuera a salir de la casa, pero volvió a entrar enseguida, blandiendo un arco largo de acero recubierto de tiras de cuero. Lo había tirado por la ventana porque le estorbaba para hacerse la moribunda.

Enseguida corrió hacia el lugar que le había indicado a Kirill. La escalera de caracol era vieja, e incluso bajo el escaso peso de Yshara los escalones crujían sonoramente, si bien es cierto que también ella llevaba un peto ligero cubriéndole la caja torácica. La parte de arriba se abría a una nueva bifurcación: Una que discurría hacia la derecha, y otra de frente. Ambos eran corredores en los que había ventanas que daban a la calle en uno de los lados.

Yshara se detuvo. No estaba segura de si Kirill había ido delante o detrás de ella.

Miró receloso a la elfa cuando ésta le instó - prefirió utilizar ese verbo más que "ordenó" - a que subiera al piso superior. Estaba del lado de Nadyssra, pero a Kirill le parecía más peligrosa por momentos, y Kirill estuvo seguro de que de haber tenido que enfrentarse a ella no habría salido bien parado. Sin duda, que Nadyssra tuviera a gente así luchando para ella demostraba su poder.
El hechicero decidió colaborar.

- Está bien.

Vio cómo un objeto redondeado salía rodando al darle una patada la cazarrecompensas. Sin prestarle mayor atención se dirigió a la escalera de caracol para acceder al piso superior, la cual crujía escandalosamente bajo su peso. Sabedor de que la extraña elfa de pelo plateado podía andar cerca, el hechicero habría preferido avanzar con sigilo, pero a pesar de sus esfuerzos y de que avanzó con la mayor de las lentitudes no pudo evitar que se llegada fuera anunciada con lo que en el silencio de la mansión parecían trompeta y tambor.

Al llegar al piso superior se encontró frente a una bifurcación de dos pasillos. Los observó, y le pareció que no había nadie, pero por precaución se quedó en silencio, completamente inmóvil a la espera de escuchar un delator crujido de las tablas que le indicase que alguien se desplazaba en las cercanías.
Pero el estrépito procedente de las escaleras, ahora causado por el movimiento de Yshara, vino demasiado pronto a romper el frágil silencio. Apoyado contra una pared, Kirill esperó que la cazarrecompensas desembocara en el pasillo, y entonces se acercó a ella.

- Dos caminos - informó con aparente disgusto, como si no fuera obvio.

Más implícito dejó la continuación de la frase: quizás un "¿nos separamos?", quizás simplemente "¿hacia dónde?". Kirill debía admitir que no tenía nada claro qué estaban haciendo allí.

Yshara asintió con la cabeza.

Dos caminos, y lo cierto es que ella tampoco estaba segura de cuál debían escoger. La elfa miró a Kirill un instante, luego miró a uno de los pasillos. Separarse estaba fuera de lugar. Éso era lo que había matado a la mayoría de los aliados de Malzeth.

El agudo sentido de la orientación de la cazarrecompensas le decía que el pasillo hacia el sur conduciría al vestíbulo. Si Kirill había visto allí a la elfa de pelo plateado, puede que hubiera venido de allí y se hubiera encaminado en la otra dirección, o tal vez aún estaba en algún punto del pasillo, detrás de la esquina tras la cual no podía ver. Alzando la mano para pedirle silencio a Kirill, la asesina se deslizó sigilosamente hasta la primera puerta del pasillo que se dirigía hacia el otro lado, y la abrió con cautela. La sala a la que conducía era una habitación vacía, pero había dado en el blanco; había una ventana dentro.

La ventana se asomaba a un patio interior al que Yshara se asomó con atención. Buscó con la vista el pasillo de enfrente, y los de abajo, pero no vio nada, aparte de la fina columna de humo que ya se elevaba por la ventana del corredor en el que habían estado antes. Sus orejas vibraron casi imperceptiblemente, captando un rumor, pero no podía localizar de donde venía. Tenía la cadencia de la voz de Malzeth, estaba segura, pero estaba demasiado lejos. Invierno ya no daba ruido. Yshara asumió que estaba inconsciente.

Se volvió hacia Kirill.

- ¿Puedes detectar magia? - preguntó.

Había oído que Malzeth le decía algo así, pero no sabía si era algo que el tipo había dicho por ignorancia o porque Kirill realmente podía hacerlo. Pero si era una habilidad con la que contaba, sería muy útil. Yshara tenía la sospecha de que la elfa de pelo plateado estaría usando magia, estuviera donde estuviera.

Parecía que la cazarrecompensas tampoco sabía qué dirección era la correcta. Viendo esto, Kirill intentó reconstruir en su mente el camino que había recorrido desde el vestíbulo, y al cabo de unos segundos creyó saber qué pasillo llevaba hacia la entrada de la casa, y cuál... a cualquier otro lugar. Aunque lo cierto es que se había distraído lo suficiente como para andar algo perdido.

La elfa tomó la delantera antes de que Kirill llegara a cualquier conclusión, y él la siguió con aspecto algo distraído: prefería eso y que acabaran atacándolo por la espalda a que pareciese que seguía a la cazarrecompensas con máxima dedicación, obedeciéndole en todo con rapidez. Por supuesto, al mismo tiempo estaba allí para casi cualquier cosa que necesitara. Por ejemplo para responder a preguntas como la que Malzeth ya le había hecho hacía rato.

- ¿Qué tenéis todos con esa pregunta? - se quejó en voz baja.

A pesar de todo se quedó un momento inmóvil para concentrarse en ello. Aquello de detectar magia se le daba demasiado mal como para dedicarse constantemente a ello, y no necesitaba que le recordasen que debía dejar sus defensas completamente abiertas cada vez que lo hacía. Para él aquella habilidad servía de poco: no podía usarla al mismo tiempo que se concentraba en su propia magia y, además, casi nunca sentía nada.

Por ello le sorprendió comprobar que aquella vez sí que captaba una emanación mágica cuya localización se apresuró a intentar fijar.

- En este piso. Creo... que más adelante en este pasillo.

Yshara le miró cuando formuló aquella pregunta, ligeramente sorprendida.

Pero no respondió, sino que se limitó a encogerse casi imperceptiblemente de hombros. ¿Le molestaba la pregunta? Bueno, ella habría considerado una falta de respeto justo lo contrario, asumir que podía hacerlo. Ni todos los músicos conocen todas las canciones, ni todos los magos saben todos los hechizos.

Aun y así, no interrumpió a Kirill. Parecía que el mago, de hecho, se concentraba para realizar lo que le pedía, y le observó en silencio mientras lo hacía. Hasta que Kirill no localizó una dirección, no volvió a hablar.

- Bien - susurró, asintiendo con la cabeza. - Vamos.

Cargó una flecha en el arco antes de abandonar la estancia en la que se encontraban, pero no lo tensó más que unos centímetros. Los dedos de su mano derecha se cerraron en torno al virote a medio tensar, y así llevó el arco. De ésta forma, disparar no le llevaría más de un segundo, y en un lugar tan estrecho como el corredor era improbable que necesitara un segundo disparo.

Se adelantó, dando pasos cortos y rápidos entre las sombras, sin producir aenas sonido y agazapándose contra la pared para que su silueta se dibujase lo menos posible a la escasa luz de los relámpagos que seguían tronando de vez en cuando. Siguiendo las indicaciones de Kirill, avanzó unos cuantos metros por el pasillo, el de la derecha desde las escaleras; la mayoría de las puertas que había en él eran viejas, pequeñas, estaban desvencijadas. La elfa se detuvo frente a una que, a diferencia de las demás, estaba bien conservada: Una puerta doble, de madera maciza pintada de verde oscuro, que tenía una larga barra dorada en cada uno de sus batientes.

Examinó la puerta un instante, poniendo el oído sobre ella, y luego se apoyó contra la pared del lado más alejado de ella, mirando a Kirill mientras tensaba un poco más el arco.

- ¿Aquí? - preguntó. - Oigo ruido.

Lo cierto es que no había esperado sentir ningún tipo de actividad mágica, y por eso le había molestado que le instaran a que lo verificara. Ni siquiera se había dado cuenta de que cuando Yshara decía “puedes” no era una petición educada, sino que estaba poniendo en duda que Kirill pudiera hacer lo que cualquier mago medio de Tarazed… aunque de haberlo hecho no habría andado desencaminada, dado que su nivel en aquello era bastante básico. El hechiero nunca había sido de los que siempre andaban mirando a su alrededor, pendientes de cualquier posible amenaza.

Siguió a la cazarrecompensas por el pasillo, bastante menos sigiloso que ella pero esforzándose por no hacer ruido ni arruinar los esfuerzos de su acompañante durante lo que no fueron más que unos pocos metros. Kirill intentó concentrarse en volver a sentir la magia mientras andaba, pero hacer aquello y ser sigiloso al mismo tiempo parecía imposible, y prefirió ahorrarse cualquier posible traspié.

- Debe ser aquí – asintió cuando se detuvieron ante la puerta doble, sospechosamente bien conservada. El recuerdo que tenía del campo mágico coincidía bien con la distancía que habían recorrido...

Observó cómo Yshara tensaba el arco y pensó que sería mejor que ella irrumpiese en la habitación. En aquel momento estaba más preparada que Kirill para atacar a distancia de forma rápida y eficaz.

La elfa asintió con la cabeza.

Soltó la cuerda momentáneamente, manteniendo el arco a medio tensar cerrando con fuerza la mano izquierda en torno al brazo del arco y el asta de la flecha. No era una posición fácil de mantener, así que se dio prisa; desenvainó con rapidez una daga, y con gran destreza la introdujo entre los batientes de la puerta, inclinada hacia arriba. Encontró la cerradura, y la movió con relativa facilidad. No estaba cerrada con llave, así que guardó la daga de nuevo, y la abrió empujándola ligeramente con el antebrazo, mientras volvía a asir la cuerda de su arco.

Apuntó con cuidado al interior, primero a un lado, después a otro. Conocía la estancia; al otro lado de la puerta discurría una pasarela de madera rematada con una balconada, una especie de plataforma que se asomaba al interior de una cámara mayor, más profunda que ancha, y que alcanzaba las tres plantas de altura, provista de otra pasarela similar en el piso inmediatamente superior al que se encontraban ellos. Cubriendo por completo la pared había una serie de estanterías, al igual que otras que, ubicadas como paredes en la sala más baja, trepaban hasta alcanzar la mayor de las tres alturas. Las pasarelas pasaban lo suficientemente cerca de ellas como para que pudieran revisarse los libros, pero era una estancia inquietante. Había algo en ella que daba la sensación de que se trataba de varias cámaras diferentes.

Yshara se fijó en la parte superior de la balconada de la tercera planta, enfrente. Desde allí emanaba un suave brillo azul que se extendía a través de la oscuridad como un manto, imprimiendo a toda la sala con un fulgor peculiar. El rastro mágico era fuerte, y se originaba allí arriba, donde la luz era más intensa. Según iba descendiendo se hacía más difícil de percibir, y aunque llegaba hasta abajo del todo, era casi imposible detectarla allí. Yshara fue a asomarse por la balconada, pero una voz le hizo quedarse quieta, en el sitio.

- Tiene que haber una salida - gruñó Malzeth desde la parte de abajo.

Se había esperado una sala como las muchas otras que había visto hasta el momento: amplia, de una planta, y vacía. La configuración de aquella biblioteca le confundió momentáneamente, muy momentáneamente, antes de que asuntos más urgentes urgieran a Kirill a que se concentrara en ellos.

Parecía que se había equivocado un poco calculando la posición de la irradiación, algo extraño con lo fuerte que resultaba… al menos una vez en la cámara misma. El mago entornó los ojos con desconfianza, algo intrigado. Su mente se fijó en una pregunta que se originaba en la curiosidad: ¿Quién era el causante de aquello? A Kirill se le ocurrían dos personas: Nadyssra… o la elfa de pelo plateado. Tanto Malzeth como Lobo eran unos incompetentes, en el sentido mágico como en otros, e Invierno había sido retirada de la partida.
No podía ser nadie más… ¿cierto? Y no creía que se tratara de su señora.

La otra pregunta que se le ocurría era cómo subir hasta la siguiente pasarela. Esperó que no tuviesen que escalar estanterías, lo que habría resultado ruidoso, incómodo y precario. Probablemente había pasado por alto una escalera en algún lado.

La voz de Malzeth se hizo oír desde el piso inferior, deteniendo el movimiento de la cazarrecompensas. Kirill no varió su actitud de un ápice; no consideraba al oficial una amenaza llegados a aquel punto, y tampoco creía que fuese a decir nada que resultara interesante escuchar. Si buscaba la salida, sin duda pasaría pronto de largo.

Se equivocaba.

De hecho, Malzeth estaba muy lejos de estar a punto de pasar de largo. Los pasos del hombre, por debajo de donde ellos se encontraban, se dirigían hacia la parte derecha de la sala, seguidos de cerca por un segundo juego de pasos más discretos. Se detuvieron al llegar a aquella parte.

- Mierda - gruñó Malzeth.

Los siguientes pasos del capitán resonaron de igual forma en la estancia. Exasperado, Malzeth caminaba sin hacer caso del sigilo, sin que le importara que pudiera o no escuchársele. Sin embargo, curiosamente, sus pasos surgieron de nuevo en un lugar a varios metros del sitio en el que habían cesado. Yshara se asomó a través de la balconada, y buscó con la mirada a la pareja.

- Sabía que acabaría pasando ésto - dijo, furioso. - Para una vez que necesitamos a la cría, el estúpido montón de mierda tiene que quedarse a martirizar elfas. Espero que el otro mago le saque las entrañas si yo no puedo.

Se detuvo de pronto.

- Lobo - espetó. - ¿Hueles algo?

- Huele a quemado - murmuró el otro hombre.

- ¿En qué dirección?

Lobo no contestó durante unos instantes. Cuando lo hizo, su voz era ligeramente confusa, vacilante. No era algo muy común en el hombre.

- No lo se - dijo.

- La puta de mierda - explotó Malzeth. - Ésto es cosa de Nadyssra. Vamos, busca. Éste sitio no puede ser tan grande.

Por encima de ellos, Yshara sonrió para sí misma, y le hizo una seña a Kirill mientras se dirigía a uno de los lados de la pasarela. No es que el mago fuera distraído y se hubiera saltado algo, sino que no había forma alguna en la que las pasarelas estuvieran comunicadas. No obstante éso, Yshara, tras destensar el arco y guardarse la flecha, avanzó con sigilo sin apartarse de la pared, tanteando ésta con la mano a medida que avanzaba hasta dar con algo que no podía verse a simple vista, pero que ella agarró de todos modos.

- Sube - le susurró a Kirill.

El flujo mágico que inundaba la sala mantenía la escalinata de madera convenientemente oculta. La elfa dio una palmada sobre uno de los peldaños, y resonó levemente, con un tintineo metálico.

- Despacio - agregó.

Kirill no tenía ni idea de qué estaban haciendo Malzeth y Lobo, de por qué no pasaban de largo. ¿Qué los retenía? ¿Acaso buscaban algo? En tal caso no debían encontrarlo, porque el oficial sonaba exasperado. Al hechicero se le ocurrió que por lo que oía se diría que habían sido atrapados en alguna clase de trampa mágica en el espacio.

En fin, fuera lo que fuera, era asunto de ellos. Si no se movían de allí, igual hasta acababan atrapados en el fuego; no se habrían merecido menos.

Yshara agarró algo en el aire, y Kirill tardó un buen momento en darse cuenta de que aquello no era una pantomima. Miró con cierto recelo a la elfa, pero de nuevo consideró que no había razones por las que ella le atacase por la espalda y, casi a regañadientes, procedió a hacer lo que le mandaba sin preguntar.

Avanzó despacio, tal como se lo requerían la elfa y el leve tintineo que se producía mientras escalaba. Malzeth parecía seguro de que no había nadie por los alrededores, pero siempre podía llamarle la atención el sonido, y Kirill procuró evitarlo. Llegó rápidamente a la escalera superior y se apartó, esperando ver a la cazarrecompensas asomar detras de él.

La planta más alta de la inmensa librería era diferente de la que acababan de abandonar. Aunque igualmente sus paredes estaban recubiertas por doquier de libros y pergaminos, su techo se elevaba en una cúpula de metal bien conservada, que tenía vidrios coloreados en su centro por los que el destello repentino de un relámpago logró colarse. Estando arriba, el sonido de la lluvia sobre el cristal se hacía más patente.

La balconada no se limitaba a rodear aquella altura de la biblioteca, y había dos pasarelas que unían un lado y el otro de la sala, convenientemente sujetas al techo por barras de acero que estaban unidas a la estructura que soportaba la cúpula. Desde aquellas pasarelas, se alcanzaba la parte superior de las estanterías que trepaban desde la parte inferior, una sobre otra, como enormes paredes o columnas. Coronando la sala, había una especie de ábside semicircular en el que la plataforma se introducía bruscamente. Dos antorchas de bronce de cerca de dos metros de altura cada una llameaban lentamente a cada lado de la apertura, y le arrancaban un destello sombrío al círculo mágico.

Estaba dibujado en el suelo, en el centro del ábside, y sus líneas brillaban en un tono azul eléctrico que no parecía amenazador, aunque resultaba enervante. Dentro del círculo había una estrella de siete puntas, completada aquí y allá con una serie de runas y otros caracteres místicos. El aura mágica que desprendía envolvía la sala entera, y era lo suficientemente fuerte como para provocar efectos como que no pudieran verse las escaleras, o que la configuración de la planta más baja, si la miraban desde la balconada, estuviese cambiando cada pocos instantes para mantener a Malzeth y Lobo encerrados en ella. Solo que era algo tan natural, tan sutil, que no parecía que sucediera. Ellos simplemente percibían que se habían perdido, y que por mucho que recorrieran la laberíntica biblioteca en cualquier dirección, no eran capaces de dar con la salida.

El círculo parecía la dirección más obvia a la que dirigirse. Y, cuando se acercaron a él unos pasos, pudieron distinguir en el interior de la estrella una figura, que se correspondía con la de una elfa joven de piel pálida y cabellos plateados, vestida con una escueta túnica blanca sobre la cual vestía un manto de seda de color gris oscuro. Estaba de pie, con las manos abiertas y ligeramente extendidas hacia los lados, y los ojos profundamente cerrados, como si durmiera.

No obstante, cuando pudieron distinguirla, la chica abrió los ojos, que eran azules y despedían el mismo fulgor mágico que las líneas del círculo, y les miró dedicándoles una amplia sonrisa.

La fuente de la que provenía la magia se distinguía allí con una facilidad pasmosa, e incluso Kirill habría podido indicar con los ojos cerrados y sin concentración alguna en qué punto exacto se originaba. Pero en aquel momento tal demostración de habilidad resultaba fuera de lugar: incluso el más incompetente habría podido señalar el llamativo círculo mágico y su resplandor azulado.

Algo impresionado, el hechicero tardó unos segundos en moverse, y cuando lo hizo fue para echarle un rápido vistazo a la habitación desde arriba. Desde allí casi podía observar cómo la magia caía en ondas sinuosas hacia los pisos inferiores.

No quiso pararse a observar los detalles. El círculo mágico llamaba mucho más su atención, y avanzó hacia él con paso seguro. Quienquiera que lo hubiera trazado debía estar cerca... y pronto pudo distinguir la figura.

- Es ella - anunció en voz queda.

Y parecía que la desconocida se sentía como en casa. Como si les hubiera oído llegar, la elfa de cabellos plateados abrió sus ojos y los clavó en ellos. Kirill mantuvo su mirada, pero se abstuvo rápidamente de acercarse más.

La mirada de la mujer estuvo puesta en Kirill durante algunos instantes, especialmente cuando se detuvo, sin que su sonrisa menguara en ningún momento. Desprendía una cierta seguridad en sí misma, pero había algo muy extraño en aquella mujer. Algo en sus ojos que era difícil de descifrar.

La cazarrecompensas se adelantó unos cuantos pasos a Kirill, y luego también se detuvo. Cuando lo hizo, los ojos de la mujer se desplazaron hasta posarse sobre los suyos. Sobrevinieron unos instantes de silencio, que rompió la elfa de pelo plateado.

- La librería es una prisión - dijo.

Su voz era suave, como un susurro, pero tenía una cadencia que no acababa de corresponderse con la de una mujer de sus características. De alguna forma, su voz... no parecía suya. Yshara asintió con la cabeza, y apoyó la mano derecha sobre la pasarela de la balaustrada. No parecía enervada en lo más mínimo por la presencia de la otra elfa.

- La casa está ardiendo - dijo. - El incendio tardará en crecer con la lluvia, pero si prende la destruirá. Lobo dice que huele a quemado desde aquí.

Hubo un pequeño destello en el fondo del ábside. La luz de las antorchas casi lo hacía pasar desapercibido, pero había un gran espejo de cuerpo completo en el punto central de la curva. Su cristal parecía opaco y no reflejaba ni el fuego de las antorchas ni el círculo mágico; sin embargo, por un segundo casi se podría haber jurado que se abrieron unos ojos en su interior. Ojos azules, de un azul intenso y eléctrico, brillantes como los de la mujer. El efecto duró apenas un segundo; a continuación la elfa asintió con la cabeza, y sus ojos volvieron a posarse sobre Kirill.

- ¿Podemos confiar en Kirill? - preguntó.

No había malicia ni desconfianza en la pregunta. El tono en el que estaba hecha no indicaba ningún prejuicio hacia el mago. Simplemente, le preguntaba a la asesina si podían poner su confianza en él. La pelirroja se volvió hacia Kirill, y le miró fijamente durante unos instantes. Qué pasó por su mente en aquellos instantes no estuvo claro, pero tardó un par de segundos en contestar. No pareció vacilar sobre la respuesta, ni estar examinándole para hacerse una idea sobre el mago.

- Si - dijo lacónicamente.

La otra mujer asintió con la cabeza.

- Entonces, ¿Qué hacemos ahora?

Yshara se volvió hacia ella.

- Malzeth no debe salir de aquí con vida - susurró, y luego se volvió de nuevo hacia Kirill. - Hay algunas cosas que deberías saber, Kirill... Sobre Nadyssra. Pero ahora no es el momento.

- ¿Tienes un plan?

Yshara se asomó por la balaustrada, pero no contestó. No lo tenía, pero pareció obvio que no pensaba responder con un "no" a ésa pregunta. Comenzó a maquinar uno de inmediato.

Que la elfa de ojos azules hablara le causó una sensación de incomodidad, como si algo no estuviese exactamente bien. Y sus palabras tuvieron poco sentido para él; ¿era aquello una amenaza? Le costó unos pocos segundos recordar lo que había pensado antes sobre Malzeth y Lobo: que debían de encontrarse encerrados por alguna clase de hechizo...

Yshara no parecía enervada, y de hecho hablaba con soltura. Kirill supuso que aquello convertía a la elfa de pelo plateado en una aliada de Nadyssra, y por ello se relajó notablemente; a partir de aquel momento continuó observando a la elfa sin desviar la mirada, tranquilo y paciente, incluso a pesar de convertirse por un momento en el tema de conversación y que los ojos de la cazarrecompensa se desviaran hacia él.

No dijo nada. Y planeaba seguir así, pero pronto se vio obligado a abandonar su paciente y cómoda postura. Cuando Yshara habló de Nadyssra, Kirill se giró hacia ella con gesto interrogante, algo inquieto. Por un momento pensó que la cazarrecompensas, como Invierno, iba a intentarle convencer de que Su Señora le había traicionado, o que no era digna de su lealtad, o cualquier tontería similar.
Pero lo averiguaría más tarde. Aquel, como dijo la elfa, no era el momento.

Yshara contempló largamente la sala que se extendía por debajo de donde se encontraban. Era lo suficientemente amplia como para que hubiese espacio para correr, aun y a pesar de que las estanterías puestas aquí y allá como paredes le restasen mucho espacio abierto. Sus dedos tamborilearon sobre la barandilla de madera mientras observaba cómo Malzeth y Lobo daban vueltas por la parte inferior, desorientados, a veces cambiando de lugar sin darse cuenta, cambiando de dirección, dando vueltas en círculo a capricho de la magia de la elfa de pelo plateado, que volvió a cerrar los ojos para concentrarse en el conjuro.

- ¿Está la sala completamente bajo tu control? - preguntó Yshara.

Sin abrir los ojos, la elfa sonrió. La suya era una sonrisa bastante bonita, candorosa e inocente. Realmente parecía haber un cisma entre el aspecto de aquella mujer y lo que hacía y decía. No hubo una respuesta a las palabras de la pelirroja. En su lugar, algunos de los libros que se encontraban en la estantería hacia la que miraba Yshara en aquellos momentos se despegaron lentamente de su lugar de descanso, dejando caer al vacío una pizca del polvo de años, y bailaron en el aire frente a ella. La asesina torció el gesto, pero sonrió, divertida.

- Bien - murmuró, mientras se volvía hacia ella. - Mantén la sala cerrada. Y prepárate para sacarnos afuera.

Yshara avanzó varios pasos en dirección al ábside de la sala, mientras se llevaba una mano al cinto. Extrajo con cuidado tres o cuatro de las largas flechas que guardaba en su carcaj, y se dirigió hacia la elfa. Tuvo buen cuidado de no tocar ni acercarse al círculo, rodeándolo lentamente hasta quedar a uno de los lados del hueco que formaba.

- Se que no entiendes nada de ésto ahora mismo - le dijo a Kirill - pero tendrás que confiar en nosotras. Vamos a llevarte con Nadyssra. - "Aunque no antes de que saque a la pequeña zorra de donde la he dejado", pensó para sí misma.

Mientras hablaba, había sacado un puñado de flechas del carcaj que pendía de su cinturón, junto a la vaina de su espada y unos cuantos de los varios puñales que llevaba. Enrolló una especie de venda en torno a los astiles de tres flechas, las humedeció con algo que salió de una pequeña ampolla sujeta a su cinto, y las cortó. Luego las acercó a uno de los braseros, y no tardaron en prenderse fuego. Yshara tensó el arco con las tres flechas con bastante rapidez, y se acercó a la barandilla mientras murmuraba una serie de palabras en voz baja que hicieron que los afilados extremos de las flechas se encendieran con una luz rojiza, evidentemente mágica.

Se asomó a la balaustrada, apuntando con cuidado a la parte inferior de la librería, y descargó la cuerda. Las flechas salieron disparadas con mucha más fuerza de la que las leyes de la física deberían haberle impreso, y atravesaron algunas de las maderas más viejas sin dificultad alguna para ir a clavarse en abanico en la planta más baja de la sala, cerca de donde en aquellos momentos se encontraban Malzeth y Lobo. El fuego no tardó en prender los polvorientos libros y las maderas resecas, y el capitán de la guardia lanzó una mirada horrorizada hacia arriba, sin distinguir a través de la oscuridad.

- ¡Nadyssra! - gritó. - ¡Voy a darte de comer tus propias entrañas, perra!

Eso de "Vamos a llevarte con Nadyssra" le sonó terriblemente a "Vamos a llevarte con mamá", y Kirill tuvo que esforzarse para convencerse a sí mismo de que no se acababa de burlar de él.

Lo que le dijo Yshara le confundió bastante. Hasta ese momento, había creído entender – saltándose partes aquí y allá, como de dónde salía la elfa de cabellos plateados – lo que estaba ocurriendo. Pero por lo que dijo la cazarrecompensas sintió que aún habían cosas que se le escapaban…

Estaba algo perdido. Las dos elfas en cambio lo tenían todo bajo control, pero no parecían una amenaza; no para él. En aquel momento, Kirill no podía hacer mucho más que observar en silencio y esperar que aquella explicación llegara.

Pero sí que resultaban un peligro para Malzeth, un peligro más que evidente. En cuanto vio las flechas y cómo se acercaba Yshara a un brasero, esperó que fuera cierto que la de ojos azules podría sacarlos de allí, o ellos también acabarían con problemas.

Las llamas crepitaron con fuerza en las estanterías, alcanzando volúmenes polvorientos que el tiempo había vuelto secos y fáciles de quemar. Fuera lo que fuera el líquido que había empleado la elfa, había bastado para prender un buen fuego, y las llamas empezaban a iluminar la librería.

Pero Yshara no necesitaba luz para ver.

- Arde como una tea - observó la elfa de pelo blanco. - El fuego tardará menos de lo que creías en llegar arriba.

- Eso veo - musitó Yshara. - Sácanos de aquí, Canción.

El espectáculo que se daba en la planta baja era digno del más puro infierno. Las llamas se extendían a partir de los tres focos que habían provocado las tres flechas de Yshara, y cubrieron rápidamente gran parte de las estanterías, por donde empearon a trepar. La mujer de pelo plateado cerró otra vez los ojos, murmurando una serie de palabras, y el espejo que había tras ella comenzó a iluminarse ténuemente.

- ¿Adónde iréis? - preguntó. - ¿Las ruinas? ¿Las Islas Mal...?

La cuerda del arco de Yshara zumbó cuando la elfa trató de hacer un disparo contra Malzeth. Tristemente, falló, y la flecha se clavó a unos centímetros de donde se encontraba el hombre. Chasqueó la lengua con rabia, y dio un paso atrás, pensando que, bah, morirían de todas maneras.

- No - dijo. - Sácanos afuera. Tenemos que...

- ¡Malzeth! - gritó Lobo de pronto. - ¡Aquí hay una escalera!

Yshara se sorprendió al escuchar aquello, y no acabó su frase. Se asomó de nuevo a la balconada, mirando al origen de la voz, y descubrió que, en efecto, Lobo Blanco había alcanzado una de las escalinatas de la pared. Podía verla a medida que trepaban por ella, primero Lobo, después un cansado y chamuscado Malzeth que tenía una expresión de la más pura ira en el rostro.

- ¿No habías dicho que no podían...? - empezó a preguntar, girándose hacia...

... Canción.

Yshara palideció al darse cuenta de tres detalles. El primero de ellos era que los libros que habían estado danzando ante ella un segundo antes estaban ahora en el suelo, desprovistos de magia. El segundo era que el círculo en torno a la elfa de pelo plateado había desaparecido. La muchacha le miraba fijamente, con expresión ausente, como si de pronto se hubiese quedado idiota. Sus ojos eran ahora de un color rojo profundo, y pestañeó, como perpleja por no saber qué estaba pasando. Yshara dio un salto hacia ella, y la zarandeó bruscamente.

- ¿¿Ethel?? - preguntó, nerviosa.

No hubo respuesta. La chica la miró, aterrada, e Yshara se volvió hacia Kirill con igual expresión de sorpresa. Luego se lo pensó mejor, y miró al espejo. Estaba ligeramente iluminado. La magia había empezado a abrirse, pero lo había dejado a la mitad. La elfa sintió que el corazón le latía más deprisa. Algo le había pasado a Ethel.

- ¡Nadyssra! - gritaba Malzeth, ahora solo un nivel por debajo de donde se encontraban ellos.

Yshara soltó a la elfa, que se quedó inmóvil, mirándola con abstracción, y se volvió hacia Kirill mientras desenvainaba uno de sus largos puñales.

- Kirill - dijo, muy seria. - Por favor, por favor, dime que puedes hacer que ése portal - señaló al espejo - nos conduzca al lugar del que venía la magia que transportaba.

No era algo que la elfa mostrase a menudo, pero seguramente incluso Kirill pudiera ver un rescoldo de miedo dibujado en los ojos rojizos de Yshara.

Kirill seguía convencido de que todo estaba controlado, de que su participación en aquel momento no era necesaria, y esperaba pacientemente a que "todo se aclarara". Su mirada se paseaba tranquilamente por la zona, sin rumbo fijo. Sin rumbo fijo hasta que escuchó el sordo sonido de varios pesos cayendo al suelo, hasta que...

Los ojos de aquella mujer, "Canción", habían cambiado de color. Kirill se quedó anonadado, completamente perdido ante la expresión que ahora se veía en el rostro de la elfa; una expresión que parecía indicar que algo había salido mal.

Lo que ocurrió a continuación no tuvo lógica. Que Lobo encontrara una escalera, que Yshara sacudiera a Canción llamando a "Ethel", que desde el piso inferior se escuchara la voz de Malzeth llamando a Nadyssra. Todo parecía haberse vuelto loco, y nada estaba bajo control.

Y mucho menos el fuego.

La seria expresión de la cazarrecompensas estaba justificada. Incluso si conseguían matar a Malzeth y Lobo sin sufrir grandes daños, les sería prácticamente imposible descender hasta el nivel más bajo y escapar a tiempo de la casa. Kirill comprendió aquello. Comprendió que no le gustaría ser enterrado vivo bajo un montón de ruinas, quemado, demasiado débil como para liberarse y esperando que algo le hiciera perder suficiente sangre como para morir.

Ante aquella situación tenía ganas de dejarse llevar por el pánico. Lamentablemente no podía permitirse ese lujo.

- Puedo hacerlo - afirmó con prisas -, pero necesito tiempo. Y necesito concentrarme. No puedo enfrentarme a Malzeth y Lobo, y no tardaran en llehar; tendrás que retenerlos si quieres que me encargue.

Le dio la espalda a Yshara sin esperar contestación - había demasiado prisa como para eso - e inmediatamente se concentró en el espejo. Rápidamente íntentó retomar el hechizo allí donde se había quedado, asiéndose para ello a los restos de magia que llegaban hasta él, buscando los bordes de una tela que luego tendría que acabar de hilar.

- Si no lo haces, creo que moriremos los dos - añadió por lo bajo, justo antes de aislarse del resto del mundo para canalizar toda su energía en aquello.

A la elfa se le escapó una sonrisa torva a causa de la última frase de Kirill, seguramente una de ésas a las que, en circunstancias normales, habría respondido con hiriente sarcasmo. Pero su atención estaba puesta en demasiadas cosas en aquellos momentos, de modo que se abstuvo. "Tiempo", se repitió a sí misma tras decirlo Kirill. "Justo lo que no tenemos".

El crepitar de las llamas se hacía una música pesada y repetitiva, a medida que las llamas, devorando con avidez pergamino y madera, se extendían por el fondo de la biblioteca, escalando lentamente las estanterías de la pared, de balda en balda, consumiendo los irrepetibles volúmenes sin un segundo pensamiento. A éstas alturas, escapar de allí era imposible. Yshara contempló la manta de llamas a través de la balaustrada, mientras hacía girar la daga en su mano derecha.

- ¡Nadyssra! - volvió a gritar Malzeth, furioso.

Había encontrado la escalinata que conducía hasta la altura superior, en la que se encontraban Kirill y la elfa en aquellos momentos. La pelirroja sonrió de forma sombría. La sugerencia del mago estaba de más: Yshara sabía de sobra que tendría que enfrentarse a Malzeth y Lobo. Solo que, habría preferido tener consigo el factor sorpresa.

El sonido de pasos sobre el metal de la escalinata pronto comenzó a dejarse escuchar por encima del fuego, e Yshara se acercó hasta el acceso en una breve carrera, alcanzándola justo cuando Malzeth asomaba una mano a través del agujero practicado en la pasarela para permitir el acceso desde abajo. Pateó con todas sus fuerzas, haciendo crujir la mano y haciendo gritar al hombre, y después se sujetó con todas sus fuerzas al travesero superior de la escalinata. Alzó ambas piernas, saltó, y descargó una fortísima patada con ambos pies, valiéndose de su peso y de su fuerza, encontrando como blanco el rostro desprotegido del soldado, que la recompensó con un quejido mientras perdía el agarre de la escalera. Cayó unos cuantos peldaños, haciéndose daño en una mano, y derribando a Lobo, que acababa de encaramarse a la escalinata y no pudo apartarse a tiempo.

Ambos hombres cayeron al suelo con estrépido, pero no permanecieron allí mucho tiempo. Malzeth fue el primero en levantarse, apremiado por el cada vez más cercano crepitar de las llamas. Alzó la vista hacia el hueco por el que ascendía la escalinata, y clavó sus ojos en los de la elfa, que asomaba la mitad del cuerpo, cabeza abajo, y les sonreía desde arriba.

- Nadyssra no está - murmuró. - Tendrás que conformarte conmigo.

- ¡Tú! - se sorprendió Malzeth. - Maldita zorra traicionera. Creía que...

Yshara se alzó de nuevo a la parte superior a fuerza de brazos, sin dejarle terminar de hablar. En cuanto lo hizo, arrodillada junto al borde del hueco, se desató una pequeña bolsita que llevaba colgada al cinturón y metió la mano en ella con rapidez. Extrajo un puñado generoso de pequeñas cuentas de vivos colorines, que espolvoreó a través del hueco. La mejor opción que tenía en ésos momentos era no dejar que los soldados subiesen hasta la altura en la que se encontraban.

Sus ojos se posaron en Canción un momento. Estaba preocupada, muy preocupada. Se preguntaba qué podía haberle pasado a Ethel para que cortase de aquella forma el vínculo que la unía con Canción, y no podía evitar el pensamiento. Pero lo descartó, concentrándose en lo que en ése momento era importante: Tenía que retener a Malzeth. Tenía que proteger a Kirill mientras invertía la magia del espejo.

Cerró los ojos, y cerró los dedos con fuerza en torno a la empuñadura de su daga. Pronunció una corta y musical palabra en élfico, y un grito resonó a través de la habitación. El vidrio del espejo resonó como respuesta, y el grito encontró un eco; lejano, distante, una reverberancia en la oscuridad. La magia de Kirill se hundía en su superficie opaca y disonante, que era como una ventana a otro mundo, y de pronto todo se sumió en la oscuridad. De pronto dejó de existir el fuego, y la biblioteca, y la noche; dejaron de existir Malzeth, Canción, Yshara, Kirill.

Quedaron el silencio y la negrura de la noche.

Una cámara sumida en las tinieblas, el canto de un grillo, el reflejo de unos ojos azules en la oscuridad de la noche. Una mansión, lejos, diferente, velada por la noche, rodeada por la ciudad, tranquila y desierta. El sonido de la brisa del mar, el destello de las fúlgidas estrellas en un cielo despejado donde la tormenta sólo era un eco.

El destello de una espada en la oscuridad, desnudándose lentamente y alzándose contra el cielo estrellado, captando un destello de luna. Ojos azules, expresión ceñuda, una voz femenina pero firme cuando la espada cayó como una guillotina hacia adelante, su extremo señalando hacia la nueva casa. Una orden.

- Atacad - siseó.

- Muchas gracias Doña Nayibe - susurró la jovencita que se mantenía de pir en medio del jardín posterior de la casa. La mujer regordeta le sonrió dejnadole el chal que le ofrecía.

- Te preocupas demasiado mi niña, nadie sería tan loco de agredir a una señora tan buena - la joven sonrió con desgano. No era de su incumbencia si alguien estaba era tan loco o tan desagradecido, ella hacía su trabajo, como todas las noches. Solo que esta vez la sorprendieron mirando al techo de forma distraida.

No se dijeron nada mas.

Los pasos arrastrados de la mujer hicieron eco en los pasillos ahora desiertos, pero que durante todo el día estuvieron rebosantes de vida, de carreras, discusiones, susurros, comunicación por gritos y risas. Nunca se terminaría de sorprender como cambiaba a vida en aquel lugar.

Estaba cansada, había sido un día largo, pero por fin regresaba a casa. Como todas las noches tomaba la precaución de apagar todas las lamparas que no se necesitaban, era ás bien la fuerza de la costumbre que algo que se requiriera en realidad. Pero le agradaba hacerlo, era el cambio en la rutina al salir de su cocina.

Como si se tratara de un presimiento se ubicó al borde del jardín que se encontraba tras la entrada, miró cada punto de la casa que tenía a su alcance, hacia varios de ellos sonrió e inclinó la cabeza. Las sombras a las que se dirigía no le respondieron, nunca lo hacía, a veces se equivocaba al elegir hacía donde despedirse, pero sabía que muchas veces ellas estaban ahí, vigilando, lebreles que no bajaban la guardia.

Cuando atravesó el pequeño vestibulo que separaba ese corredor abierto de la entrada de la casona, el aire se le antojó diferente, menos artificial, menos tenso. Se giró con lentitud y tomando el picaporte con firmeza pensó en si tido había quedado en orden. La comida de las muchachas que se estaban quedando como huespedes estaba en el comedor, una cena fría y rápida, sus habitaciones estaban limpias con sus pijamas puestos sobre las camas. Podía irse.

Ella debió verlos, debió notar como no todo estaba tan bien esa calle oscura que solía estar llena de bullicio aun tarde en la noche cortesia de los hoteles y los casinos. Pero Doña Nayibe ya estaba vieja, cansada y solo pensaba en regresar a su casa donde sus nietos la esperaban.

Al llegar a la esquina, aun estando frente al predio de la casona, vio pasar sombras que se le antojaron sospechosas. Noestaba en fuera de forma despues de todo. El escolafrío que se alojó en su nuca la hizo retroceder varios pasos de espada. Se dio la vuelta rápidamente y corrió a la puerta. Tomó el picarporte que acababa de cerrar con candado. Estaba bien cerrado. Se rascó la barbilla confundida y se alejó con pasos torpes hacia atrás, para mirar por las ventanas. Luces que debían estar prendidas ya no lo estaban, algo que podía esperarse en cualquier casa decente a esa hora de la noche, pero ... doña Nayibe sabía que esa no era una casa muy normal.

Por fin la calle perdió eso silencio mortuario que tenía, con un gritico apagado, era uno de sorpresa, casi de miedo. Venía de la anciana a quien acaban de darle un susto de muerte. Le habían puesto una mano en el hombro, con firmeza.

- Shhh - susurró otra mujer - Nayibe... tus nietos te esperan - la anciana solo asintió y se dejó quitar docilemente de la mano el aro con las llaves. La Flor de Loto esperó a que se fuera la cocinera y miró al techo. Para ella si fue visible el como se movieron sombras, todas las que estaban apostadas entre las figuras del alar de la casa. Al menos ellas estaban atentas.

No miró en mas direcciones, eso era delatar la posición de las demás. Abrió las puertas con escandalo, atrayendo la atención de la que se encontraba en el jardín posterior, lo había hecho bruscamente, las hojas de la puerta golpearon contra las paredes y por el contra golpe regresaron justo cuando ella ya había pasado y girado sobre si misma para cerrarlas.

Sus pasos firmes no produjeron ruido alguno en los porcelanatos del primer corredor. Torció a la derecha y subió las escaleras. Entre las sombras estaban las que debían estar, la unica fuera de lugar, era la que tenía el chal de doña Nayibe.

Esta, volvió a mirar al cielo, se perdió en las estrellas portadoras del destino. Suspiró. Si todas hacían bien su trabajo, ella no tenía porque dar vueltas por la casa. Pero era mejor verificar.

La luz tenue que provenía de una de las habitaciones del segundo piso anunciaba que aun quedaba alguna que leia en la biblioteca. Si hacía su rondo desde el comedor podría darle tiempo a quien fuera de terminar de leer y ella comer algo.

Dio un paso al frente justo cuando el viento sopló moviendo un poco el cesped de ese jardín, entonces se detuvo girando brucamente hacia su espalda, algo se había movido en un lugar en que no debería moverse.
A una calle

El silencio velaba el lento transcurso de la noche, coreado por el canto apenas perceptible de un grupo de grillos entre las malezas de un jardín cercano. Insistente, pero incapaz de romper la monotonía de la noche. La brisa se llevaba la hierba, meciéndola como hacía con las ramas de los solitarios y delgados árboles que crecían en los pequeños jardines que rodeaban a las vetustas casonas que se erigían en aquella parte de la ciudad, y trayendo consigo el rumor de las olas rompiendo contra la playa de Ohatti. La Luna era suficiente para dar luz a la ciudad, aunque el hermoso cielo negro comenzaba a cubrirse por el Este de gris tormenta.

La ciudad de los Ohatti era grande, tumultuosa. Incluso a aquellas horas de la madrugada, la actividad se resistía a dejar sus calles, siempre bullendo, siempre encontrando algún rescoldo a través del que manifestarse. La puerta de una taberna se abría en una calle, dando paso a dos muchachos que cantaban, abrazados sobre los hombros. En una vieja casa de juegos, una pareja se despedía amigablemente de los engalanados empleados que les conducían hasta un carruaje, que luego se perdía en la oscuridad de la calle con el sonido de los cascos de los cabayos diluyéndose poco a poco en la noche.

La mayoría de las mansiones eran grandes, lujosas. No era el tipo de zona en la que puedes encontrar a cualquier persona. Un puñado de aquellas casas llegaban a ocupar manzanas enteras, siendo pequeños palacetes, odas a la confortabilidad hechas al gusto exacto de dueños a los que no se les habría ocurrido escatimar en gastos. Ohatti no era el hogar de la gente peor tratada por las vicisitudes de la vida. Y si lo era, la ciudad se esforzaba en ocultarlo bien.

Era normal ver sombras en aquel barrio. La mayoría de sus habitantes eran dados a la vida nocturna, que incluía para algunos hábitos más extravagantes que para otros. Y una cantidad importante de aquellas personas mantenía un pequeño ejército de guardias y sirvientes en sus casas. Hasta cierto punto, todo estaba tranquilo. Cuando doña Nayibe salió de la casa, nada podría haberle hecho creer que había unas cuantas decenas de ojos más de los que debían mirándola fijamente.

Y sin embargo, de alguna forma, era bastante evidente que algo no iba bien.

Al principio pareció llegar con la brisa de la noche. Los sonidos eran tan leves como para ahogarse en el quejido de los grillos, pero estaban ahí. Un repiqueteo de metal contra metal, el ruido ahogado de unos pies en la hierba. Una de las sombras que custodiaban la casa que nos ocupa se movio, y profirió un gemido ahogado por una mano sobre la boca. Otra se volvió justo a tiempo como para pelear un segundo, divisar unos ojos que la observaban desde las sombras. No todas las Flores pudieron ser identificadas y muchas menos neutralizadas, por supuesto, pero antes de que la mujer que había visto a Nayibe pusiese a la casa sobre alerta, ya había bajas. El césped se teñía con la sangre de algunas de las muchachas degolladas salvajemente sin un solo sonido. Algunos de los ojos que vigilaban entre las sombras se cambiaban por otros, más ladinos, que no buscaban proteger la casa.

La brisa comenzaba a traer un cierto olor a sangre fresca, pero el silencio seguía velando el lento transcurso de la noche.

Mientras la Flor que estaba parada a la mitad del jardín posterior corría en forma perpendicular al ruido que la había alertado, la Flor de Loto que se movía presurosa por los pasillos del segundo piso alcanzaba la biblioteca.

Apenas había llegado al segundo piso dejó de caminar para correr, zancadas largas, pero igual de silenciosas en sus pasos. Se deslizó sobre los porcelanatos del segundo piso cuando alcanzó su objetivo, aprovechando la inercia de su carrera y abrió la puerta esta vez sin brusquedad. La advertencia que le dio a los Geranios que estaban dentro fue muy simple y a la vez ambigua, "muevanse". Ella misma no estaba muy segura de lo que estaba pasando, pero se sentía en extremo vigilada y no le agradaba, era mejor estar preparadas por si acaso.

El ruido que había escuchado a su espalda no tenía mucho que ver con los habituales y no tan habituales de la casa, era algo mucho más y además, el viento traía consigo algo pesado. Estando donde estaba era un blanco fácil si es que algo tan improbable como un asalto a la casa ocurría.

Por supuesto, todo puede ser demostrable... todo paradigma se puede romper.

Si había que dar una alerta, esta nunca se dio de la forma tradicional, no fue con grito de advertencia, ni con con un capanazo que rompiera la falsa tranquilidad de la noche. Cada quien estaba siendo alartado a su modo, cada una de las sombras con las que se ponía en contacto iba regando la "voz" de lo que podía estar sucediendo en la casa, algunas incluso recibían la información por segunda vez. Al menos la mitad de las personas presentes desconocía lo que estaba pasando, pero la alerta se volvió general.

La seguridad en esa casa en particular. Como en casi todos los pequeños palacios de la zona, había una guardia visible y otra que no lo era tanto y otra oculta, el consabido plan de contingencia entre los nobles más paranoicos ante una posible traición de quien fuera. Solo que en esta había más... lo que no quería decír que fueran más personas, era como tuviera más capas*. Ese velo adicional que parecía estar esperando a que el olor a sangre que ya percibían algunas se terminara de acercar, ese mismo que se mantenia inamovible de sus lugares mientras las demás se ponían en tensión y acechaban desde atrás a los acechadores.

Ese mismo circulo que, cuando el Loto y los Geranios empezaban con el escrutinio de lo que sucedía, seguía como una segunda sombra a los exploradores más resagados, esperando el momento indicado, cubiertas por los movimientos que si eran visibles en la casa ahora que volvía haber algo de vida en ella, separandolos aun más del grupo, acabando con ellos como las asesinas que eran, arrastrandolos a rincones oscuros, sin ruido alguno y la mayoría de los casos sin hacerlos sangrar, rompiendo el cuello o la traquea, sofocando el poco ruido que podría producir, de la forma en que tan bien sabían hacerlo. Uno a la vez y desapareciendo de inmediato, buscando un nuevo flanco. Sabían que no podían hacer mucho sin llamar la atención sobre ellas, así que no aportaban demasiado. El trabajo más pesado le tocaría a las otras.

A pesar de la carrera de la Flor, en la casa no parecían haberse percatado, nada parecía había cambiado.

Al menos al interior de la casa, hasta las menos precavidas ya estaban en posición, solo esperando a que pasara lo que fuera a pasar, pero en especial a la expectativa de qué era lo que pasaba


*la casa de Ethel es como un ogro, o sea, como las cebollas, viene en capas

Hubo una pausa.

Las sombras volvieron a ser sombras, los sonidos de la noche siguieron abriéndose paso a través de la oscuridad. Un perro, a lo lejos, comenzó a ladrar con fiereza y se calló unos segundos más tarde. La luna recortó la ágil silueta de un gato sobre las losas de la calle. La calma regresó a la avenida, a las casas que se alzaban junto a ella. Por un momento pareció que todo había sido una broma de mal gusto, que en realidad no había pasado nada.

Justo entonces, comenzaron las pisadas.

Sinuosas y discretas al principio, difíciles de detectar hasta que se aproximaron a la empalizada que rodeaba la casa de Ethel y el sonido de sus pasos comenzó a delatarles. Vestían de oscuro, uniformes que se mezclaban con la oscuridad de la noche, sombras que se recortaban contra la luna. Un gato bufó al encontrar cerca a una de las figuras y salió corriendo en dirección opuesta, despavorido. No se esforzaron en ser más discretos de lo que necesitaban para no llamar la atención de la calle.

Tomaron posiciones con diligencia y rapidez en torno al muro, y entraron cuando hubieron comprobado que la parte exterior del patio estaba despejada. Las sombras entraron, abriéndose rápidamente en abanico, y cruzaron con rapidez el escaso espacio que les separaba de la puerta de la casona. Entonces el sonido dejó de ser sutil para pasar a hacerse evidente. La estrategia parecía simple. El primer hombre que llegó hasta la puerta la atravesó de un empellón, protegiéndose con un escudo de torreón. Avanzó tanto como pudo antes de plantar el enorme pedazo de metal en el suelo, y le siguió algo más de una docena de soldados fornidos vestidos de negro, armados con espadas y escudos más pequeños que aquel primero, pero igualmente decididos a asaltar aquella mansión.