Creer en el Infierno

Creyó de veras que Ethel no llegaría a escucharle, y ya había aferrado el mango de su arma con intención de servir a su señora protegiéndola con la espada si no podía hacerlo de otra forma. La ansiedad se leía en su rostro, así como la esperanza que se agitó en su interior cuando la bruja miró a través de él... porque aunque sus ojos estuvieran perdidos, se habían movido al menos en su dirección.

El corte que le hizo Ethel fue superficial y Kirill apenas llegó a notarlo, completamente concentrado en Nadyssra. "¿No puedo dar más?" fue lo único que pensó cuando vio la poca profundidad de la herida. Levantó de nuevo la vista y vio a la bruja en pleno sortilegio - sólo la vio a ella, y a Nadyssra, y a si mismo, y todo lo demás dejó de existir.
¡Quería dar más! ¡Quería ayudar a Nadyssra y a Ethel! Pero no podía hacer nada más que permanecer como impotente espectador. Si intentaba ayudar sólo desconcentraría a la bruja; si añadía su magia al sortilegio lo desestabilizaría; si daba más sangre sin consultarlo con Ethel ella no advertiría el cambio más que demasiado tarde y no podría adaptarse a él. Sólo podía colaborar con su voluntad, y lo hacía inconscientemente, porque nunca había creído en el poder de la intención. Ethel iba perdiendo el color de sus mejillas sin que él pudiera hacer nada; varias veces tuvo que retenerse para no ir a ayudarla - lo que habría interrumpido el ritual. Odió aquel momento con toda la fuerza que le quedaba, odió a Ethel por no dejarle hacer más y a Nadyssra por haberse dejado herir, a sí mismo por no saber cómo colaborar, a los libros por no haberle enseñado nunca cómo fortalecer un hechizo ajeno. Y al mismo tiempo rezó a todos los poderes superiores por Ethel, por si mismo, por la magia, por Nadyssra, a entes a los que nunca antes había recurrido para nada.

¿Qué más podía hacer?

Al fin el hechizo fue completado y, viendo que podía recuperar su movimiento, Kirill se apresuró en coger a Ethel para que no cayera contra el suelo. La mantuvo sujeta un momento, observándola, y entonces cerró los ojos y agachó la cabeza sintiendo la mayor gratitud hacia aquella mujer. Sin pronunciar palabras le dio las gracias por haberle dado la vida a Nadyssra, le prometió el mayor de los agradecimientos; sin darse cuenta extendió su magia propia, buscó la de Ethel en aquel momento en el que la bruja se encontraba sin defensas y formó inconscientemente con ella un pacto mágico de deuda - un pacto que los uniera casi imperceptiblemente, pero que le dejaba como indudable deudor que debería un día devolver el favor. Cuando Ethel lo precisara, se lo indicara verbalmente o no.

Sin haber sido consciente de esto, depositó suavemente a la bruja y, de rodillas, montó vigilia junto a Nadyssra hasta que recuperó plenamente la consciencia. Mantuvo la vista baja, en pose de buen sirviente que debe guardar la calma incluso cuando todos los demás la pierden. No intentó mantener a la elfa tumbada, ni la miró directamente cuando se abrazó a Ethel, respetando su momento de intimidad.

- Mi Señora - respondió cuando escuchó su nombre, dispuesto a tomar las riendas de la situación y transmitiendo una seguridad que aún no sentía del todo, pero que estaba dispuesto a imponer -. No os preocupéis por nada, ya habéis dejado atrás la mansión y el peligro.

Se puso en pie, y se giró con seguridad hacia De Vance. Asintió con la cabeza al escuchar su informe, y no cuestionó el bando de los hombres que la acompañaban; aunque si uno de ellos hubiera mostrado una actitud desafiante lo habría matado personalmente.

- Acaba de conseguir algo casi imposible. Se recuperará - miró hacia las Flores que quedaban y habló con autoridad, pero sin alzar la voz -. No podemos perder más tiempo. Si nuestra única salida es tomar un barco, tenemos que hacerlo. Y necesitamos tu ayuda, Kathrina; espero que estés dispuesta a ofrecérnosla.

Las Flores en el bosque lo habían visto todo. Incialmente fue tan confuso que estuvieron a punto de cometer un error. Pero las cosas luego fueron un poco mas claras. Un poco de ayuda que no les venía nada mal. Sin embargo no bajaron la guardia y siguieronc omo espectadoras, siguiendo al grupo cuando este se topó con la Condesa.

En ese momento creyeron que iban a por ella y estuvieron, nuevamente, a punto de cometer el error de dejarse ver por ir a pretegerla. Aguardaron nuevamente y posteriormente solo debieron seguirlos hasta la playa, siempre a la sombra.

Teresa observaba. Fuera del alcance del mandala veía como ocurrian las cosas, como Kirill se deseperaba, como Ethel reuniba lo que cada uno daba, como Yshara volvía en sí y Ethel caía. Se contuvo, haciendo uso de toda su voluntad, para no avanzar hacia ellos. Por fortuna, eso la mantuvo lo suficientemente lúcida para ver el regreso de Kathrina, con calma, de sus hombres, con recelo. Lo primero que hizo fue dirigirle una mirada al Comandante, aun parecía no haberse dado que estaba libre del influjo de la runa y luego... el Mago se hizo cargo de la situación, estableció un orden, di las explicaciones que se requerían siendo tan concreto como a ella le gustaba y bajó la guardia indicando a la Flor que la acompañaba que tambien lo hiciese, aunque esta no obedeció.

* * *

Ethel, a diferencia de muchas personas no veía nada mientras estaba inconciente. Cuando dormía, pocas veces soñaba y sus sueños solían ser... tranquilos, por lo general nulos.

En ese mometo se encontraba en paz. Una paz abosluta y casi vacía en la que no habñia recuerdos, ni ilusiones, ni terrores propios o ajenos. Solo tranquilidad, en donde no sentía nada, no captaba nada.

Sin embargo, eso no quería decir que su escencia mágica no notara las cosas que ocurrían en su plano, que no sintiera como el influjo mágico de alguien más se aprovechara de la ausencia de barreras y defensas. Se enlazó con sus trazas, no era invasivo, soloe staba ahí latante esperando a un tirón, a un llamado. Una energía que ya reconocía, en un tipo pacto que no había hecho hacia decenas de años, pero que sin voluntad de por medio para repelerse simplemente, se aceptó y se selló.

* * *

- Movamos entonces, no tentemos más uestra suerte - dijo con autoridad Pilar, tras el grupo que salía del bosque.

Éso quería creer.

Éso quería creer, pero Yshara conocía bien a Ethel. Conocía bien sus energías, sus límites, había estado con ella en momentos difíciles, en momentos duros, en momentos desesperados. Sabía que, si estaba así, sólo podía significar una cosa: Que Ethel había recurrido a energías cuya repercusión tal vez no podía controlar del todo.

Sólo esperaba que las consecuencias no fueran demasiado graves.

Yshara se daba cuenta de lo mucho que le debía a Ethel. No era la primera vez que le debía algo; si recordaba el pasado que las unía, si recordaba cómo se conocieron, si recordaba a Emalaith, se daba cuenta de que ya le debía mucho más de lo que podría haberle pagado nunca. Y los sacrificios de Ethel no ayudaban a equilibrar aquella cuenta.

Estaba débil. Cuando se volvió, con un quejido, notó lo mucho que le costaba moverse, lo mal que le respondía el cuerpo. Frunció el ceño al ver allí a Kathrina, aunque en aquel momento no estaba muy segura de quién era. Una mujer armada. Hombres armados que nada tenían que ver con su operación. La elfa miró en su dirección, con la vista desenfocada, y dio un paso lateral para quedar junto a la cabeza de Ethel, con dificultad, protegiéndola, entre ella y los hombres.

- No me abandones ahora - le susurró con una dulzura impensable en ella, mientras la besaba en la frente. - Por favor, Ethel.

No se le ocurrió dejar que fuera ninguna de las Flores quien lo hiciera, de modo que, con sumo cuidado, levantó el brazo derecho de Ethel y se lo pasó por detrás del cuello. Luego la ayudó a incorporarse, y con un hábil movimiento del cuerpo, la levantó por encima de su hombro. Trastabilló y, por un momento, creyó que iba a caerse, pero se mantuvo en pie.

Estaba justo detrás de Kirill. Iba a llevar a la hechicera a la barca que la rubia había traído un momento antes, sin que ella lo supiera, pero se quedó mirando a la escena. ¿Qué cojones...?

Kathrina no dijo nada.

La situación era diferente, y lo sabía. Por un momento, su rostro fue una máscara de piedra, inescrutable; sus pensamientos corrían libres y en todas direcciones, y tanto pensó en someterse como en rebelarse, en continuar como en abandonar. No pertenecía ahí, éso parecía obvio, pero tampoco podía quedarse en el Reino.

Al final, cerró los ojos un momento, suspirando con un deje de... exasperación. Estaba en un callejón sin salida, y parecía que cada paso que fuera a dar era la peor opción en cada momento.

- Ahora mismo podría ponerle fin a todo - dijo, sombría. - A ésta... pesadilla.

Y lo decía completamente en serio.

Era una de sus opciones. Estaba en la situación dominante. Nunca sería tan fácil como ahora matar a Ethel, matar a Yshara, matar a Kirill, matar al comandante prisionero y volver a su príncipe con el mérito de la misión y con su tropa para obligarle a afrontar la verdad.

Pero ya estaba demasiado lejos, y no sentía ninguna simpatía por su príncipe. Y no era una víbora. Había traicionado a Feiran porque él lo había hecho primero. Miró a los ojos de Kirill durante un momento en el que pareció que estaba dispuesta, pero luego miró en dirección a las barcas.

- He vertido sangre de los hombres de Zergould y Feiran - musitó, seria, mirando a las frías olas que rompían repetidamente en la arena. - He matado y he traicionado para proteger a gente que no conozco. Ya no hay duda de lo que he hecho ni de donde estoy, excepto para mí.

No había envainado la espada cuando se acercó a Kirill. No le atacó, ni hizo nada, solamente le dirigió una mirada bastante significativa. Sus hombres no se movieron de donde estaban; la miraban con aire expectante, desconcertado. Ellos tampoco sabían bien dónde se encontraban. Los ojos de la mujer se pasearon entre Kirill e Yshara, y cuando habló lo hizo primero para ella.

- Ya no se si aquí mandas tú o ella - dijo. - He oído pronunciar tu nombre entre la gente de Zergould. Pero eso da igual ahora. Espero que alguno de vosotros entienda lo que significa lo que estoy haciendo, porque lo hago por voluntad propia. - miró a Kirill. - He vertido sangre a vuestro lado. No voy a seguir siendo una extraña, ni voy a seguir consintiendo que me tratéis como equipaje. Voy a sacaros de aquí y espero que éso signifique algo para vosotros.

No dijo más. Al menos, no a Kirill. Se acercó al bote que estaba más cerca, envainando por fin la espada, y lo arrastró con las manos, haciendo un esfuerzo, para acercarlo a donde Yshara se encontraba, permitir que dejase a Ethel en el interior de la canoa. Sus hombres se movieron también; unos cuantos desaparecieron en el bosque, en busca de los que ya estaban allí, y el resto se acercó al agua y ayudó a la rubia a ir acercando las barcas que flotaban cerca del embarcadero hasta que hubo suficientes para acomodarlos a todos, incluídas las Flores y ellos mismos.

Kathrina se subió a la barca en la que irían Yshara y Ethel, y presumiblemente Kirill, y tomó los remos.

- Iremos rodeando la costa hasta llegar al embarcadero principal - dijo. - No tardaremos. Allí debería haber algunos barcos.

"No necesitamos tu ayuda".

Estuvo a punto de ceder al orgullo y decirlo. Una mirada hacia atrás, hacia Nadyssra y Ethel, fue todo lo que necesitó para tragarse sus palabras. Se sentía a si mismo completamente seco de magia y fuerzas; ¿cómo podía llegar a pensar que él las sacaría indemnes de la isla? No era imposible, pero demasiado estaba en riesgo como para dejar que tontos sentimientos de prepotencia se interpusieran. Además, ya habían necesitado la ayuda de Kathrina... y sin ella no estarían allí.

No se había movido mientras De Vance se acercaba a él, ni había desviado la mirada. El orgullo herido en cambio sí se había retorcido en su interior: ¿no acababa de pedirle amablemente su ayuda? ¿La había tratado acaso él como un equipaje? Si eso era lo que iba a recibir a cambio, quizás debió hacerlo... pero procuró que ninguna de estas consideraciones saliera a la luz. Por otro lado, no creyó por un momento que la rubia fuese a atacar. En aquel momento todos ellos necesitaban salir de la isla, y detenerse y molestarse en matar a todas las Flores, Nadyssra, Ethel y Kirill parecía una pérdida de tiempo dado el objetivo principal - y de vidas. El mago se habría asegurado de que esa decisión le saliera cara a De Vance si hubiera llegado a dar la orden de ataque. Lo que sí que podrían haber hecho era dejarlos allí abandonados y llevarse ellos las barcas. Si se paraba a pensarlo, Kirill no comprendía qué impulsaba a Kathrina a hacer lo que hacía; no parecía querer ganarse por sus acciones los favores de Ethel y Nadyssra, o sus palabras habrían sido más dulces, ni parecía considerar la opción de llevarles muertos antes Zergould para ganarse su perdón.
Pero prefería no pensar en ello; no mejoraba su ánimo. Sólo comprendía que De Vance estaba dejando atrás una vida al decidir ir con ellos... que ya la había dejado atrás al verter la sangre de los que fueron sus compañeros.

Reprimió toda la ira que estaba tentado de liberar en aquel momento. Habría sido demasiado fácil comenzar a responder con mordacidad a Kathrina, pero también demasiado egoísta. Sabía que en el fondo todo lo que ocurría era que estaba nervioso y preocupado, y justamente por eso, y por el estado de Nadyssra y Ethel, debía guardar la calma.
Consiguió hacerlo.

- Entonces bienvenida al bando... esta vez en serio. Ahora, salgamos de aquí.

Se subió al barco tras ella, tentado de ofrecerse para remar pero consciente de que Kathrina se negaría a darle el control de la barca. Casi sintió que desconfiaba de él, que le trataba como equipaje, de hecho, pero no lo dijo en voz alta porque su ánimo era demasiado sombrío como para bromear. Se limitó a observarla, y mientras lo hacía quiso explicarle que había escogido la opción correcta al cambiar de bando, que se alegraba de contar con su ayuda aunque no acabara de entenderla. Pero no supo qué palabras utilizar, y se quedó en silencio.

Cada una de las Flores presente tenía puesta la mirada en un blanco difenrete. A su manera y con su disciplina cada una se haría cargo de algo en caso de tener que hacerse cargo de algo.

al no ser suficientes para tanto, se focalizaban en mas de un punto de atención. Por eso, la atención de Teresa estaba entre Katrhina, el Comandante y Ethel. Lo que decía De Vance tenía sentido, hasta que no demostrara ser un "doble agente" en teoría estaba con ellos y merecía que se le tratara como tal. Miró a las demás. No era la Flor mas rango presente, siendo un Loto estaba por fuera de los rangos, pero espacialmente estaba más cerca de Ethel como para hacer ese recorrido. Ninguna se movió un paice, no se miraron entre ellas, ni refutaron sus palabras. No se cuestionaban su duda sobre el trato que recibía. Era comprensible, desde el punto de vista de ellas, sin embargo tampoco esperaba que las entendiera a ellas a su vez.

Ninguna iba a hacerle venia, aunque se imaginaban que no era eso lo que quería, ninguna iba a ser condecendiente, ni a tenerle un trato especial por ser de su "bando". Cada cosa que había hecho, para ellas valía y prueba de eso era que... vivía aun, sin una sola herida por parte de ellas. Si quería pruebas de que se le incluía tendría que esperar a estar en problemas de alguna forma y la apoyarían. Que no esperara más de ellas.

Teresa, fue un poco más grafica al respecto. Se encogió de hombros restandole importancia y aceptando lo que decía. Podía no haber dado señas al respecto, pero su movimiento involuntario hacia Yshara cuando esta trastabilló alzando a Ethel debía camuflarse de alguna forma.

Ya desahogado todo el mundo, era hora de ir a las barcas y de ahí a donde fuera. Una de las Flores se encargó de indicarle, amablemente, el camino al Comandante y hábilmente, lo dirigió en dirección a donde se embarcaban los hombres de Kathrina, un poco de ayuda, una vez se diera cuenta de su libertad no le vendría nada mal. Las otras, se dividieron entre las que ayudaron a traer las barcas y las que se posicionaron a la mitad de la playa en dirección al bosque, apuntando con ballestas... solo por si acaso.

El Loto, por su lado, camino como una sombra tras Yshara, mirando con preocupación la cara de Ethel, ahora convertida en un bulto al hombro. Al llegar a la barca saltó a ella y le quitó a la hechicera para poderla acomodar dentro. Lo hizo con cuidado, casi con devosión. Rapidamente se quitó su tabardo y la cubrió con este, dejandola sola un insntante mientras le ofrecía la mano a Yshara para subir a la barca.

La ruta tendría que marcarla la Condesa.

Yshara pestañeó.

Estaba demasiado cansada como para prestarle atención a Kathrina. Ni siquiera estaba segura de quién era, y menos de qué era lo que estaba pidiendo. No obstante, de haber estado atenta, seguramente su respuesta no habría cambiado.

- Parece justo - murmuró. - Si nos traicionas, te arrancaré la piel.

Lo decía en serio.

No significaba que, si les traicionaba, la mataría de alguna forma; significaba exactamente que, si les traicionaba, le arrancaría literalmente la piel. Quizás no en ése momento, pero Yshara no olvidaba ése tipo de cosas. De todas maneras, no creyó que tuviera que darle más importancia. Ni siquiera rechistó cuando una de las Flores le quitó a Ethel de las manos. La acomodaron en una de las barcas, a la que luego subió ella. No habría ido en ninguna otra.

Se sentó al lado de donde habían acomodado a la hechicera, y apoyó la cabeza en su vientre, dolorida y cansada. El resto del embarque fue algo que pasó desapercibido entre las brumas que empezaban a formarse en su mente. Sentir el pulso de Ethel se convirtió rápidamente en lo único de lo que era consciente, y sin darse cuenta, la elfa cayó en un sueño bastante intranquilo.

Es posible que todo aquello hubiera sido un error.

Pero, en realidad, lo cierto es que ya no le importaba. Si podía, o no, formar parte de aquello... aún no sabía si era lo que quería. Si no estaba en el bando en el que había comenzado aquello, al menos prefería estar en el opuesto. Tenía la sensación de que lo que había sucedido era algo grave, y creía que lo mejor era no estar sola cuando tuviese que ver la resolución de todo aquello.

Aún no se había detenido a pensar. Sobre Feiran, sobre lo que había sucedido, sobre su papel en todo. Era algo que le venía demasiado grande en aquellos momentos... demasiado grande para pensarlo ella sola.

Si tomó los remos no fue por desconfianza. No hubiera rechazado a Kirill si lo hubiera intentado. Pero ella sabía dónde habían desembarcado, y no se le ocurrió pensar que nadie más de los que se encontraban allí lo supiera también. Esperó a que todo el mundo hubiera embarcado, en silencio, y apartó la barca de la playa para ponerla en cabeza del grupo.

Empezó a remar sobre las aguas turbulentas, bordeando la línea de la costa lentamente. La playa terminaba abruptamente y comenzaba a levantarse sobre las rocas de un acantilado, que sin embargo no se extendía mucho mas allá, y pronto volvía a bajar y se convertía en arena. La ciudad volvía a verse, y en el embarcadero, a lo lejos, se veían las luces de dos o tres barcos. La lluvia amainaba un poco.

Antes de que llegaran al puerto, sin embargo, la pared de roca doblaba y se introducía en la isla, formando un pequeño fondeadero donde había dos o tres barcos escondidos, imposibles de ver en la oscuridad. No eran barcos grandes, sino más bien ágiles, rápidos. Las velas estaban recogidas, las anclas echadas, y no parecían armados. Kathrina empezó a virar para acercarse al primero de ellos, y le hizo una seña a Kirill en silencio.

- Debería bastar con que nos llevemos uno - susurró. - Si aún no ha llegado la noticia de que hemos desertado, puedo intentar sacarlo del puerto sin que haya un combate.

Kathrina puso los remos contra el costado de la barca, de forma que, cuando golpeó contra las tablas de un casi invisible embarcadero, no hizo ruido. Los usó para acercarla lentamente, y echó un cabo de cuerda sobre la madera. Parecía un fondeadero de contrabandistas; muy difícil de apreciar si no sabías de antemano que estaba allí. La rubia se puso de pie, hizo una seña, y saltó sobre el malecón, dejándole los remos a Kirill.

- Voy a intentarlo - dijo. - Llevaré a unos cuantos hombres. Los demás, desembarcad al otro lado y tratad de estar ahí si nos atacan.

No se veía nada en la noche. La oscuridad, la neblina nocturna, la lluvia dificultaban la visión, y Kirill se sintió bastante vulnerable justamente por ello. Dudó un momento. Las palabras de Kathrina habían sonado sinceras y convincentes... pero ¿y si De Vance era simplemente una buena actriz, y todo aquello una treta enrevesada? Les estaba guiando allí donde le venía en gana sin que se viera nada. Si decidía enviar a veinte hombres sobre ellos, morirían sin poder oponer casi resistencia; las bajas de Zergould serían mínimas (si a su bando le importaba tal cosa), y la victoria de De Vance aplastante y suficiente como para reconciliarla con los suyos.

Qué tonto, qué tonto había sido él al pensar que Kathrina, sin más, se unía a ellos, aunque no comprendiera las razones que la impulsaban a hacerlo. Lo pensó sinceramente un segundo. Al siguiente, mirando a la mujer, volvió a dudar de sus malas intenciones.
Porque además, ¿cuál era la alternativa? Morirían si no abandonaban la isla. Ni Yshara ni Ethel estaban en estado de sacarles del aprieto.

Su única opción posible fue abandonarse a aquella familiar sensación de "Al final todo saldrá bien" que, aunque ya le había fallado varias veces en el pasado, resultaba siempre igual de tentadora. Pero no se fiaría del todo de la rubia hasta que estuvieran en el barco, saliendo de la isla. Ahora que ella había ganado tanto poder dentro del grupo, la observaba con más reparos y dudas, que en aquella situación parecían sólo una sana dósis de preocupación.

- No sé cómo te vas a llevar uno sin que los otros actúen... pero te lo dejo a tí. Un combate más es lo último que necesitamos.

Tomó los remos y siguió las últimas instrucciones de la mujer. Le costaba distinguir nada en la oscuridad cuando, cansado como se encontraba, todo comenzaba a parecerle de por sí levemente desenfocado.

El mar embravesido los recibía y con las fuerza de los remos los llevaba hacía otro punto de la isla. Ninguna de las Flores pensaba que se les condujera a los muelles, los normal,es los privados o los clandestinos.

De haberse dirigido a uno de los calndestinos podía ocurrir una de dos cosas, que aun estuvieran los barcos de las Flores que había sacado Ethel de casa con su hechizo o que encontraran que el lugar había sido tomado. Claro está, cabía una tercera opción: no hubiese navio alguno.

Aun sin saber a donde se dirigían exactamente, la mayoría de ellas conocía la ruta. Teresa, mantenía la mirada vigilante en varias direcciones, desviandola en ocasiones hacia su señora e Yshara.

Ahí estaba la ensenada y estaban los barcos. No eran los suyos y las palabras de Kathrina se lo confirmaba. No, no quería un combate, ya era lo suficientemente vergonzoso que tuvieran que salir así de la isla como para ademas correr con el rabo entre las patas. Escuchó lo que decía, la ordenes y como las barcas emprendía la acción para posicionarse como deberían.

- No creerá que la dejaré ir sola - sentenció Teresa con marcada hostilidad. Su ton era bajo, conciente del riesgo que era levantar la voz estando tan cerca de los barcos. Desafortunadamente nohabía nadie a bordo de esa barca que entendiera que si le hablaba así era porque ya no era una extraña.

En cuanto Katrhina se puso en pie, una de las Flores de la barca mas cercana saltó a la de ellas, haciendola balancear de forma violenta; estando en esta se quitó el exceso de ropa que la delatara como Flor y la reducía a una muchacha cualquiera. De las otras balsas, de aquellas de las que se baja alguien, una Flor por embarcación hizo exactamente lo mismo, sin despojarse de sus armas. Cada una siguió al grupo de De Vance.

Fue el fuerte bamboleo lo que implicó una perturbación en la paz infinita en la que esta inmersa Ethel. Olor a sal, humedad, madera mojada, movimiento erratico de olas y de fuerza. Por un momento, donde fuera que estuviera su mente en ese instante, se sintió mareada y el mareo la trajo de vuelta la realidad. Abrió los ojos muy lentamente, sin preocuación alguna por el lugar en donde despertaba o las circunstancias en las que lo hacía. Habia estado ausente por mucho tiempo, pero no el suficiente para descansar del todo. Cielo, movimiento, marea, madera, barco... no barca.

Movió la mano y lo primero con lo que se topó fue cabello. Sus ojos azules buscaron la fuente y sonrió tan pronto como notó el tono rojizo de este. No se detuvo a pensar en si correspondía o no al de su amiga, solo lo acarició, con cuidado, y sus dedos fueron buscando la cabeza, la cual mimó con cierta ternura, con la vista perdida en el cielo, en el manto de nubes que ocualtaban a sus adoradas estrellas, agena a toda lamaniobra que se daba en ese momento.

La oscuridad reinante hacía que todo fuese un poco más difícil.

Las Flores se movieron cuando Kathrina ya estaba fuera de la barca. De no haber sido así, lo habría hecho de otra manera. Lo que hizo fue volverse, mirando a Teresa a través de la noche con el ceño ligeramente fruncido.

¿Por qué lo hacían? ¿Como apoyo, o como vigilancia? No pudo evitar pensar en lo segundo. Aún en el malecón, se acuclilló para estar más cerca de la barca.

- Bien - dijo. - Pero si vas a hacer un gesto, que sea uno útil. Como asegurarte de que ése idiota - señaló al prisionero - no nos delate cuando estemos en peligro. Dile a tus chicas que se acerquen al barco en silencio y con cuidado. Y que hagan lo que hagan, no se dejen ver.

Lo último que necesitaba eran más dificultades. Sin esperar una respuesta, y desde luego dando por sentado que iban a ser sensatas, se volvió de nuevo. Hizo una seña en dirección a otra de las barcas, y en respuesta, además de bajarse una de las Flores, también lo hizo uno de los Caballeros, que al contrario que la Flor, no se quitó ningún tipo de distintivo.

De hecho, los pasos metálicos de sus botas acorazadas dejaron pronto de manifiesto que le identificarían rápido. Kathrina se adelantó, recorriendo el embarcadero en dirección al lateral del barco. No se le pasó por alto que, antes de llegar a la cubierta, ya le seguían con la vista al menos dos arqueros. No habían retirado la pasarela, así que se subió a ella antes de que le dieran el...

- ¡Alto! - dijo rápida y tajantemente uno de los ocupantes del barco.

No podía verle. Debía estar justo al otro lado de la pasarela, y por éso, Kathrina siguió andando; y cuando estuvo segura de que el soldado podía verla, hizo una señal.

Subir al barco no era un problema. Kathrina conocía el santo y seña de los atacantes. Los arqueros bajaron las armas de inmediato, y ella terminó estando frente a frente al hombre que le había dado el alto. El caballero que la seguía comenzaba ahora a recorrer la pasarela. Kathrina le señaló, identificándole, y esperó que ninguna de las Flores fuese tan estúpida como para dejarse ver en ése momento. Los otros barcos no estaban lo bastante cerca como para que el alto les hubiera puesto sobre aviso, pero si una Flor aparecía, seguramente llamarían a defensa.

- Soy De Vance - se identificó. - Tenemos problemas.

- Lady de Vance - saludó el soldado, reconociéndola. Divertido, porque ella también le reconoció. Era un soldado de Zergould. - No tenemos noticias de...

- Ése tipo de problemas - atajó ella. - El Comunicante está muerto. Hemos sufrido un contraataque. Necesito mover fuerzas a la zona principal de la isla.

El soldado pareció vacilar un momento.

- Pero - protestó. - ¿Cómo que...? ¿Cómo habéis llegado aquí, en primer lugar?

- En barca - murmuró, frunciendo el ceño. - Igual que nos fuimos. Necesito...

- Las órdenes del grupo atacante eran no regresar a las embarcaciones mientras...

- No me has entendido bien - le interrumpió. - Todo ha salido mal. Hemos tenido que regresar a la playa y uno de... - tuvo una idea arriesgada y determinante en aquel momento - El grupo de Fertch se ha quedado aislado. Necesito llevar soldados a sus inmediaciones.

- No tenemos tripulantes suficientes para mover el barco - insistió él. - Los hombres...

- ¿Cuántos sois?

- Cinco, señora. Nosotros tres, el Capitán y...

- Suficientes. Mis hombres tripularán el barco. Teniente, vaya a dar el aviso.

- Deberíamos poner los demás barcos en alerta, señora - dijo el soldado. - Si nos vamos sin avisar...

- Ya tengo a varios hombres dando la voz de alerta - dijo Kathrina. - Ve y llama a...

- ¡Señor! - dijo uno de los arqueros, nervioso. - ¡Alarma! ¡Ésos no son los soldados de...!

- ¡Calla, idiota! Vienen con nosotros.

Suspiró pesadamente.

No había compartido aquella situación con sus hombres. No había habido tiempo. Como consecuencia, no sabían exactamente qué estaba pasando. El soldado debía haberle dicho a las Flores que subieran. Y el nerviosismo de los hombres era patente. No parecían estar esperando aquello.

- Por éso he venido en persona a éste barco, soldado - improvisó. - ¿Entiende? Eran nuestras informadoras infiltradas.

- Pero...

- Mire, ya estoy cansada. Tráigame al capitán si pretende ser de ayuda, o apártese de lo contrario. Ésto es urgente, maldita sea.

Aquella muestra de autoridad pareció convencer definitivamente al soldado. Por alguna razón, la mayoría de la gente tiende a dudar de las cosas hasta que alguien se pone firme y le da órdenes, completamente convencida de que aquello no está mal de ninguna forma.

Hay que admitir que Kathrina no esperaba que la farsa le llevase tan lejos. Mucho menos cuando había contradicciones tan flagrantes en lo que había dicho. Nadie parecía haberse parado a pensar en que, si tenía infiltrados entre las flores...

- ¿Cómo es que entonces los hombres han...?

Tenía gracia, después de todo. Kathrina había pensado que, a éstas alturas, no habría que matar a nadie más. Y si los hombres del barco hubieran sido de Feiran, en lugar de hombres de Zergould, seguramente habrían fracasado estrepitosamente en aquel mismo momento.

Pero la daga se hundió en el vientre del arquero con rapidez, al tiempo que la rubia le tapaba la boca; y más inteligente que el resto, y más atenta a la situación de lo que sus propios hombres lo estaban, una de las Flores hizo lo propio con el otro. Nadie gritó, nadie puso a nadie sobre alerta. El tercer soldado ya se había ido a cumplir las órdenes de Kathrina, que se adelantó unos pasos, desenvainando la espada, mientras llamaba a una de las Flores para que se acercara.

- Quedan dos hombres más - dijo. - Que dos de vosotras me sigan y se escondan cerca de la puerta del camarote del capitán. Las demás, dad señal de que vayan embarcando. Deprisa.

[F.D.I.: Nada que decir por parte de Yshara, le tocaría a Kirill ahora ]

Se mantuvo a la espera de que una figura apareciera entre la bruma y la oscuridad de la noche para escoltarles hasta el barco, o que el chirrido metálico de las armas comenzara a escucharse como signo de batalla. Cualquiera de las dos opciones les habría movido a la acción.

Pero por el momento todo se mantenía en relativo silencio, con sólo el chocar de las olas y el crujido de la madera. Ni siquiera se escuchaba el ulular del viento. Y al mismo tiempo que esto era una buena noticia, la inquietud le crispaba; se mantenía alerta, espada en mano, habiendo desembarcado ya y amarrado la barca. Si alguien se acercaba lo escucharía - o al menos en ello confiaba. Y las Flores que quedaban eran hábiles guerreras, aunque estuvieran ya cansadas...

A pesar de todo fueron minutos tensos... Hasta que finalmente, una señal...

Eran amigos los que se acercaban, y se relajó un poco al verlo. Los soldados y las Flores se desplegaron siguiendo las indicaciones, y con precaución subieron al barco en silencio militar. Kirill quiso ayudar a Nadyssra cargando a Ethel, si ella se lo permitía, cosa que, por la comprensión que tenía de la relación de las dos mujeres, no tenía clara que fuera a ocurrir.

- ¿Dónde está Kathrina? - preguntó una vez en la cubierta.

El soldado al que se lo preguntó pareció un poco incomodado por la pregunta, como si aún no tuviera claro quién era Kirill y cuál era la forma más de responderle.

- Ha bajado al camarote - le indicó finalmente.

El mago asintió con la cabeza y sin dar las gracias dio media vuelta.

Las chicas se movían diligencia y casi sin esperar a que se les dieran indicaciones. No era la primera vez que tomaban un barco en el que estaban en desventaja numérica, y quizá no sería la última. Si bien se habían adelantado en su momento, debido a que los hombres de Kathrina insistieron, ahora se mantenían dentro de sus propias pautas para la toma del barco. Curiosamente, estaban de acuerdo en las ideas que iba teniendo la Condesa.

Eso, en lo que se refería al barco.

En la balsa, Ethel seguía con la mirada perdida en el firmamento, mimando la cabeza de Yshara. Contrario a lo que creía Kirill, tal vez era a Yshara a la que habría que llevar cargando. Ahí estuvo la señal, movimiento en la barca. Hora de bajar. A donde? no estaba segura, pero debían dejar de descansar.

- Ysha, despierta - dijo suavemente a la elfa y luego atrajo la atención del mago para que la ayudara cargándola, al menos hasta el barco. Estando consciente, el asunto del Comandante ya no era un problema, la runa volvía a quedar activa y no le quedaba más remedio que seguir ordenes como un cachorro obediente. Aun así, una de las muchachas aun se hacía cargo de "orientarlo"

Ya estando todos en el barco, cada una de sus niñas se ubicó de tal forma que no resultara sospechoso a las otras embarcaciones, dejó a dos de sus niñas al cuidado de Yshara y fue tras Kirill. Aun no sería de gran ayuda, pero habría que saber que cuentos de terror les habían contado sobre ella.

No, mejor ser prudente. Quedó rezagada a la entrada del pasillo al camarote.

Nnnh.

Yshara abrió los ojos lentamente, con la voz de Ethel aún resonando suavemente en el oído, a medida que sus sentidos iban recuperando muy poco a poco la noción de la realidad, y volvió a cerrarlos. El dolor regresó con fuerza, como lo hizo el recuerdo; dónde estaba, qué estaba haciendo. Bueno, éso no lo tenía muy claro. Se revolvió, inquieta, durante unos instantes en los que la inconsciencia jugó con su mente, mezclando realidades, pesadillas y fantasías.

Luego, se despertó.

Lo primero de lo que se dió cuenta era de que la estaban cargando. Quién, no estuvo segura, pero sí de que quería bajarse. No estaba tan mal como para no poder andar, y lo consideraba un tanto humillante. Yshara era una persona que, después de todo, vivía de su propio dolor, de su cuerpo, de su sangre. No se tomaba a bien que la transportasen.

Buscó a Ethel con la mirada. Cuando la encontró, a medio camino entre el puente y el camarote al que los demás se dirigían, le puso la mano en el hombro, notándola indecisa, queriendo quedarse un momento a su lado. No sabía lo que estaba pasando ni lo que debía hacer, de modo que era prácticamente lo único que podía hacer en aquel momento.

La oscuridad en el barco era uniforme. No había luces, no había candiles, nada que pudiera delatar la posición de las fuerzas en el embarcadero contrabandista. Habían querido curarse en salud y tratar de ahorrarse el buscarse enemigos con la gente que utilizaba regularmente aquella cala.

El crujido de la madera fue, a ojos humanos, el único indicativo de que la puerta del camarote se había abierto. El hombre que lo hizo era de estatura normal, fuerte y bastante ancho de hombros, y hablaba con el hombre al que Kathrina había enviado a buscar al capitán.

- No acabo de entenderlo - decía. - No se suponía que debiéramos...

- Capitán.

El hombre se sobresaltó.

En mitad de las tinieblas del barco, estaba la silueta pálida y fantasmagórica de Kathrina. La brisa le movía los cabellos dorados, pasándoselos por delante de la cara, y el faldón de su uniforme, que era blanco, también se agitaba en la noche. Era una visión que resaltaba de pronto en mitad de la oscuridad, y cuya presencia, al igual que su sonrisa ladina y triste, era perturbadora.

- Señora de Vance - exclamó. - ¿Qué diablos está...?

- Estoy seguro de que ya le han hablado de ello, capitán. No perdamos el tiempo, por favor. Haga zarpar el barco y le explicaré todo por el camino.

- Lord Zergould dijo que...

- ... que lord Fertch, el comandante Comosellame y yo estaríamos al mando de la operación mediante el Comunicante, Capitán. No me obligue a repetirme, se lo ruego. Estamos en una situación muy delicada.

- Muy bien - dijo. - Pero si hay algún problema...

- Habrá problemas si no nos movemos.

Aquel argumento acabó por vencer al capitán del navío. Suspiró pesadamente, y extrayendo de su cinto un instrumento extraño, alargado y de metal, lo sopesó con los dedos. Luego asintió con la cabeza.

- Sí, señora - aceptó. - Yo no querré saber nada si ésto sale mal.

Prendió una llama en una mecha valiéndose de la rugosa superficie de una de sus hombreras, y acercó el resultado a la vara de cobre. Ésta, a continuación, se iluminó. El capitán se acercó a la borda e hizo una serie de señales en dirección al embarcadero, a la par que daba una serie de sencillas instrucciones a los marinos de a bordo. Kathrina rezó porque las Flores de Ethel supieran interpretar aquellas órdenes.

FDI: Siento haber tardado tanto para tan poco. He estado a punto de cederos el turno varias veces porque no me salia nada, pero al final... bueno, digamos que me ha dado corte tardar dos semanas y luego pasar el turno sin mas =S.

Al menos habían subido... pero las cosas seguían pudiendo salir mal. Kirill miró a su alrededor, ya de por si estaba extrañado de la "docilidad" con la que se desarrollaba todo hasta el momento. Temía estar confundiendo amigos con enemigos, y, al no saber cuántos soldados de Zergould había en el barco, observaba con cuidado los rostros y uniformes... pero estaba prácticamente convencido de que los únicos que quedaban allí eran los hombres de De Vance y las Flores.
En estas consideraciones, caminaba con una precaución un tanto sospechosa, pero que de igual manera se podría haber confundido con suficiencia. ¿Y dónde se había metido Kathrina? Olvidadas las sospechas que guardaba hacia la rubia de un momento al siguiente, esperaba con impaciencia que volviera a aparecer y les anunciara que todo había salido bien. Suponía que estaba encargándose de los últimos asuntos antes de levar ancla, pero aun así...

De alguna forma un poco más tranquilizado después de haber dado un par de vueltas, se acercó al pasamanos y observó los alrededores. Ya habían subido todos por la pasarela del barco, pero en el embarcadero volvía a haber movimiento; uno que no pretendía esconderse, aunque con la leve neblina era fácil hacerlo.
Parecía que iban a dejar ya aquella cala.

Las Flores se portaron tal y como era de esperarse de ellas, como todas unas profesionales, moviéndose cuando debían hacerlo, desapareciendo cuando había que hacerlo. Por otro lado, todo esfuerzo por evitarse problemas con los "dueños" de la cala, sería a mediano o largo plazo infructuoso; la razón, sí, eran contrabandistas, estaban al margen de la ley, de todas las leyes, pero les era muy simpática Ethel que en algo siempre les ayudaba.

Decir que le eran leales, sería una exageración extrema, en realidad solo le eran leales a sí mismos, pero no se tomarían a bien que invadieran su embarcadero, para atacar a un cliente no solo correcto si no que les beneficiaba en ocasiones. Así que represalias las habría, en algún momento.

Pero eso, sería en el futuro, quizá en unos meses, con algo de realismo en varios años. En el presente, las flores se pusieron en marcha. Interpretar señales ajenas a las propias, era algo que encajaba entre la especialidad de un Geranio y por suerte, para todos, empezando por De Vance, que estaba más cerca al capitán, contaba un con un Geranio. Sin embargo le tomó su tiempo entenderlas, interpretarlas y darles un sentido que pudiera repartir entre las demás.

Ninguna parecía nerviosa por este tiempo, dadas las circunstancias, podía explicarse desde las mismas dudas del capitán. El Geranio, por fin, las transformó en nuevas señas que se difundieron y que tomaron por sorpresa a más de una. No todas tenían experiencia en barcos, aun cuando todas habían viajado en estos. Pero se movieron, como auténticos marinos, se movieron y empezaron a disponer todo, junto a los marinos reales, para zarpar cuanto antes.

Solo cuatro personas parecían estar ociosas, Kirill, el Comandante y su Flor custodia, Yshara y Ethel. De hecho, estas dos últimas estaban paradas en la mitad del ajetreo del barco.

Cuando Yshara le puso la mano en el hombro, no se movió ni un ápice, ni la cabeza, ni los ojos, nada. Sabía reconocer su agarre por sobre el de cualquiera y ese momento, la hechicera estaba concentrada en su jugada final. Aun no la ponía en practica, no sin que la condesa lograra sacar el barco y su tripulación y de esta forma la posicionara mucho mejor para sus planes. Era arriesgado lo que haría, pero lo haría, de la misma forma en que puso a salvo a sus muchachas cuando eran la barrera entre los soldados y ellos, haría esto.

Tras un breve espacio de tiempo, puso su mano contraria sobre la de Yshara, acariciándola con el pulgar antes de darle un par de cariñosas palmaditas.

- Cómo te sientes? - dijo en voz baja, aun sin mirarla. En realidad iba a susurrar, pero el mar era una interferencia y aunque no olvidaba que era una elfa y la oiría, ella misma quería escucharse. En su tono había deje preocupación, pese a lo ausente que parecía. Esperó a que respondiera - Puede que parezca ingenuo, pero no creo que esa cosa tenga las respuestas a mis preguntas sobre todo esto - se refería al Comandante. Si el sujeto tenía suerte, solo sería un tonto peón siguiendo ordenes, Aun así, no sería suficientemente para salvarse.

El ancla subió y el barco inició su movimiento cada vez más lejos de la costa, de la cala y Ethel suspiró. No era un suspiro de alivio, era uno de resolución. La neblina que aun estaba en la cubierta del barco, y que dispersaba lentamente según este se movía hacia alta mar, de un momento a otro se descorrió del punto en donde estaban paradas ellas dos, pero a diferencia de otras veces, el madala no se formó a sus pies, ni en ninguna parte.

No tenía suficiente energía.

Se dio la vuelta, le puso con dulzura la mano en la mejilla a la elfa y le sonrió. En sus ojos azules había una expresión extraña, parecía estar molesta y triste y satisfecha y... caminó hasta el Comandante, la Flor que le cuidaba dio un paso atrás. Las cosa no se quedarían así no mas. La presa mas grande era para Sonya, pero nadie volvería a pensar que tomar su casa, atentar contra sus niñas y hacerla adelantar sus planes de marcharse era algo que simplemente se podía intentar.

Sacó la espada de la Flor y con esta le hizo levantar la barbilla al Comandante hacia ella. Él la miró altivo, con desafió y desdén, ella lo miró con una hueca frialdad, fue eso lo que hizo retroceder a la custodia.

- Dame un año de tu vida - dijo suavemente y antes que él respondiera se giró colocando la mano sobre su cabeza. Ahí estaba, la energía que requería. Susurró un par de palabras y por fin a parecieron los madalas, pequeños puntos de luz bajo los pies de Kathrina, de sus hombres, del Comandante. Brillaron por un instante, casi como chismas de una antorcha, para ese hechizo no utilizó la energía del Comandante, si no la propia. Era un sencillo hechizo de protección y vaya si lo necesitarían.

Teresa, que era quien custodiaba al Comandante, hizo una seña a las Flores y esta a su vez se pusieron en movimiento atrayendo la atención de los marinos, y buscaron la forma de comunicarle a De Vance que distrajera al capitán o pensara en una excusa si no lo lograba.

La mano de Ethel se escurrió con cierto erotismo del cogote a la nuca del Comandante y empezó a drenar la energía de un año de vida de este, recitaba suavemente palabras arcanas, con una cadencia monótona, en voz baja y pronto el rostro del hombre se empezó a crispar por el dolor, alimentado con esto también al hechizo.

Teresa lo golpeó en el esternón para dejarlo sin aire previendo un grito y se arrojó al suelo para taparle con fuerza la boca, mientras Ethel seguía conjurando. Para los sensibles a la magia, no se trataba de un hechizo fuerte, sino amplio, poderosamente focalizado pero el efecto no se estaba sintiendo en el barco. Ambas Flores se esmeraban en lo que hacían, una en callar al hombre, la otra en lo que parecía ser una maldición dicha en una lengua muerta y mágica.

Abrió los ojos despacio, los alzó por encima del barranco dejándolos en una línea purpura que resaltaba notoriamente contra las nubes negras de la tormenta, línea de la que se desprendían lineas más pequeñas hacia arriba y hacia abajo, como hilos sueltos llenos de estática en un telar. Aun para los hombres de Kathrina y los de la tripulación, sería fácil darse cuenta que la línea se extendía a lo largo de toda la propiedad de la Flor de Lis.

Para quienes estaban aun en la casa, saqueando, buscando más victimas, no sería una línea, sería un arreglo arcano, una estrella de siete puntas, en medio de varios círculos, que iluminaba todo de un tono purpura y luego... silencio.

- Rihviv ed nokd! - lo dijo mucho más alto, el chillido del hombre por encima de quedarse sin aire y de la mano de Teresa se dejó oír y junto al de él decenas de alaridos se expandieron por el aire de las calles mas cercanas a la casa de la hechicera, incluso un poco más allá, todos provenientes de cada uno de los hombres y mujeres que osaron entrar en su hogar, que traspasaron los límites de su propiedad con el animo de dañarlas, así estuvieran solo obedeciendo ordenes.

Docenas de gritos provenientes de todos aquellos a quienes se les explotaron sus ojos como castigo, de quienes ahora dejaban correr sangre por sus cuencas vacías y los lamentos de los pocos menos afortunados que no murieron en el efecto.

Al retirar la mano de la nuca del Comandante este se desplomó inconsciente al suelo y el barco ya había zarpado y se alejaba sobre las olas de un mar picado, cada Flor le dio una última mirada al que fue su hogar y luego todas volvieron al trabajo.

Y fin.

Las personas a bordo del barco comenzaron a moverse. Ethel comenzó a moverse. La elfa la miró a los ojos cuando aquel pequeño gesto de cariño le hizo olvidar que, al igual que la hechicera, estaba molesta, y triste, y satisfecha, pero le devolvió la sonrisa, apagada, pero completa.

- Como una alfombra vieja - bromeó, llevándose la mano a la cadera, donde una de las heridas todavía sangraba un poco. - Necesito un respiro.

La elfa se volvió hacia Ethel a medida que la mujer se dirigía en dirección a... bueno, Yshara se hacía una idea de lo que iba a hacer. Se hacía una idea de cómo se sentía Ethel, y éso era suficiente como para temer una represalia.

Yshara era un poco mas pragmática en ése sentido. Aquella venganza le correspondía a Ethel, pero no olvidaba que había otra que, aun cuando también era de Ethel, era igualmente suya. Pero ahora no era el momento, ni tampoco el lugar. Si todo había salido bien, la darían por muerta. Éso... sería una ventaja con la que jugar.

Pero estaba cansada, demasiado. Tenía la mente entumecida, y no podía pensar con claridad. Se dirigió hacia la estructura de popa, convencida de que ya no era necesaria en cubierta, y de que...

El marino se chocó con ella en la oscuridad. Yshara no le vió, y seguramente, tampoco él la vio a ella. La elfa pestañeó, cambiando el foco de sus ojos a la "tercera vista" de los elfos, la que les permitía ver a oscuras, y su mirada se cruzó con la del hombre, que, como quiera que era humano, solo vio su silueta medio recortada contra la luna, y abrió la boca, sorprendido.

- Pero, eres...

Y la elfa le cortó la garganta.

Fue en un sólo movimiento, limpio, silencioso, que nadie vio. Sostuvo al hombre por la cabeza, tapándole la boca, y lo arrastró con ella, jugando con la oscuridad, hasta llegar al fondo de la cubierta. Allí, se volvió, y observó cuidadosamente. Nunca supo si el hombre la reconoció como Yshara, o la confundió con Nadyssra. Para evitar hacer ruido, ató a su tobillo un cabo, y le deslizó muy lentamente hasta el agua, cortando luego la cuerda.

Para entonces el ritual de Ethel estaba terminando, y la elfa lo contempló con detenimiento. No estuvo segura de lo que significaba. Tendría que preguntárselo. Pero se sintió bastante satisfecha, mientras se sentaba en el suelo, con la espalda sobre la estructura de popa, de que todo hubiera salido más o menos bien.

Para ella perder posición social no significaba nada, y aunque entendía que para Ethel era un golpe perder su casa y su Orden, y guardaría silencio al respecto, para ella no eran más que... superfluidades. Conservaban la vida. Éso era siempre más que suficiente.

Gracias a las Flores, el barco pronto se puso en marcha.

Las órdenes se cumplieron de forma rápida y precisa. El capitán señalizó su partida a los otros barcos, que respondieron con señas acordadas. Kathrina sabía que había un código que sólo los capitanes conocían, y cuyo propósito era notificar si, precisamente, uno de ellos tenía que zarpar antes de tiempo y lo hacía por voluntad propia. Caso de no haberse hecho la seña, los otros barcos habrían atacado.

Pero, fin de la historia, al menos en ése momento.

El embarque se llevó a cabo sin problemas, y el barco salió con diligencia del malecón para adentrarse en una zona de la mar en la que pudiera virar. Una vez hubo supervisado la operación, el capitán del barco se volvió hacia Kathrina, con cierta gravedad en la expresión.

- Ya está hecho, señora - informó. - Ahora, ¿Hacia dónde...?

No pareció demasiado sorprendido cuando la espada de la caballero se apoyó en su garganta. Sí que lo estuvo cuando, un instante antes, mató sin piedad al fornido hombre que era su segundo de abordo, pero al parecer se desvaneció rápido. El hombre masculló algo entre dientes, y miró hacia atrás, por encima de la borda. Kathrina no se dio cuenta de la luz bajo sus pies, producto del hechizo de Ethel.

- Bien - dijo, muy despacio. - Señora, usted sabe lo que va a pasar si grito...

- Claro - respondió Kathrina, en tono casi condescendiente. - Lo comprendo, Capitán.

Silencio.

Se prolongó durante un instante más de lo que era normal incluso para un silencio incómodo. El hechizo de Ethel se convirtió en una siniestra música de fondo, hasta que el capitán suspiró pesadamente.

- No me vas a matar - observó.

- Creo recordar que no era usted un hombre de Zergould.

- No creo que nadie lo sea - respondió el marino. - No de corazón, al menos. La gente puede aparentar muchas cosas, pero...

- Podríamos usar un capitán para el barco.

El hombre, que se había apoyado sobre la baranda del barco, asintió con la cabeza, mientras se encogía de hombros. Parecía bastante indiferente a la situación.

- Suena como la maldita cosa más sensata que he oído en toda la noche, muchacha.

La espada se levantó. Kathrina sonrió levemente, aunque era una sonrisa triste, vacía, sardónica.

- Muy bien - murmuró. - Pero, espero, me perdonará si no me despego de usted mientras aún estamos a distancia de grito de...

Grito.

Eso fue precisamente lo que sucedió a continuación. Un grito. Un grito agónico y desgarrador, extendiéndose por el aire, a lo lejos, proviniente de la isla. Kathrina no sabía gran cosa de magia, pero el estertor, el terrible aullido, le hizo mirar en dirección a Ethel, y entendió.

- O tal vez no haga falta - bromeó.

Llegó a oír el comentario bromista de Kathrina. En un principio le sorprendió el tono, pero no por ello dejó de producirle una buena impresión, una satisfacción resucitada hasta aquel momento totalmente adormecida bajo una capa de polvoso cansancio.

Habían ganado.

Por un momento lo había olvidado, pero allí estaba la certeza. Nadyssra había sobrevivido a la mansión, Ethel al ataque a sus tierras. Malzeth, Invierno, el Comandante, todos aquellos soldados de Zergould cuyo agónico gritar se expandía sobre la isla y las aguas circundantes, habían pagado sus acciones de una forma irreversible. Lo lamentarían toda su vida, clamarían por venganza sin llegar jamás a saciarla. Kirill comprendía perfectamente el sufrimiento que podría suponer esta sed insatisfecha, y por ello la valoraba.

Sí: habían ganado, habían sobrevivido lo suficiente como para escuchar a sus enemigos agonizar. El mago no podía desear nada mejor. Una venganza cumplida, inmediata, no pospuesta hasta ser olvidada... Gracias a la intervención de Ethel no huían: partían victoriosos y vivos. El placer y el sosiego calmaron su alma como no le había ocurrido en años... como quizás, no le habían cubierto jamás.

Miró en derredor, buscando a Nadyssra. Tenía ganas de celebrar, pero parecía que era el único; los demás se mantenían en sus tareas, casi con un ambiente funesto debido a las pérdidas sufridas. Algo así le parecía incomprensible en un ser fuerte, pero algo era cierto: había dado por supuesto que aquel barco era seguro, pero a pesar de todo debía mantenerse alerta como buen sirviente. No estaba bien que se abandonara tanto. No debería hacerlo hasta que hubieran huido lejos... y quedaba mucho viaje por delante.