Creer en el Infierno

La Orquídea corrió tan rápido co mo le dieron sus piernas. Pasos largos que a duras penas si tocaban el suelo, pasando frente a otras puertas de habitaciones que no sabía si estaban abiertas o peor aun ocupadas.

La elfa iba frente a ella, por haberse internado tanto en el pasillo momentos antes. Corría con tanta soltura como ella misma y el que nadie saliera tras ella implicaba de alguna forma que, o las habitaciones estaban vacias o se habían tardado en reaccionar, por lo que ella dabía correr más rápido por si acaso.

Solo había una cosa que le decía que todo estaba despejado, no había más vigias. Sin embargo, el pasillo estaba muy oscuro y si corría sin duda alguna, era por conocer el terreno de memoria, así que bien podrían estar apostados en las sombras. Pero nada detenía a la elfa.

Las otras Flores empezaron a correr tras ellos, por detrás de Kirill, la de pelo rizado halando de la muñeca a Canción en medio de las otras.

En lo que la Orquídea e Yshara alcanzaron la escalera, las hipotesis de la Flor fueron negadas. Si había soldados en las habitaciones que siguieron, guardias que estaban revisando con mas dedicación las estancias de las que podrían sacar, tal vez, una ganacia adicional a hacer su trabajo, soldados que tras el grito se quedaron quietos y que tardaron en reaccionar al ver pasar a toda velocidad a las dos siluetas, per que ahora le cortaron el paso a Kirill por delante, a las Flores por detrás.

Las escaleras grises se partían después del pequeño descanso, dando un giro de 180°. Estaban tan oscuras como el resto de la casa, como lo permitían los rayos que caían.

- A la derecha a la izquierda, a la izquiera, derecho, puerta de doble hoja en madera - dijo rápidamente en cuanto le dio alcance y forzandose a sí misma la sobre pasó para subir primero las escaleras, no por orgullo, sino por estrategia, alguien tenía que llegar hasta donde se suponía estaba Ethel, ella acaba de darle las indicaciones. Si en el descanso o en la siguiente planta había enemigos se ofrecía de carnada (cosa que nunca antes había hecho) para que Yshara tuviera conocimiento y pudiera llegar mas lejos que ella misma; si por el contrario había Flores, cuando la vieran bajarían la guardia, pero si veían a un extraño, aunque fuera precisamente Yshara, atacarían.

El descanso estaba vacío.

Los hombres frente a Kirill llevaban espada y escudo y no dudaron en atacarlo en conjunto, al igual que los que cerraban el paso por detrás.

Al dar la vuelta a la escalera, saltando los peldaños de dos en dos, vio la primera silueta recortada contra la pared, delatada por otro relampago, que se quitó de inmediato, pero no tan a tiempo como para ser vista. Eso no la detuvo, solo hizo que tomara su espada con mas firmeza y siguió subiendo, rogando en silencio a su Señora porque Yshara hubiera comprendido y memorizado el mapa verbal que le dio.

fdi: el word me va terrible y tengo la vista cansada, luego corrijo los errores que sé que estan por ahí, disculpas.

El corazón de Kathrina latía con rapidez.

A decir verdad, y considerando la situación en la que se encontraba, no era para menos. La oscuridad era prácticamente absoluta, y la envolvía como un capullo, haciendo que apenas pudiese ver lo que tenía delante, o detrás.

Avanzaba con ambas manos por delante, tanteando las escaleras. Había luz en la parte superior. No luz suficiente como para ver, pero sí como para discernir unas sombras de otras. Había gente arriba. Aquello era un mal presagio. Fueran quienes fueran, no serían amistosos. Si se trataba de la gente de Zergould, y había trascendido su traición, la atacarían sin más. Si se trataba de la gente de Ethel... bueno, era normal pensar que la defenderían.

El descanso estaba vacío.

Pero incluso en la oscuridad, Kathrina podía ver que algo iba mal. Volvió sobre sus pasos inmediatamente, ocultándose en el hueco de la escalera, de nuevo cubierta por el espeso manto de sombras, y aguardó unos segundos. Su instinto no le había mentido: Casi de inmediato, los pasos se hicieron más claros. Fuera quien fuera, no estaba tomando demasiadas precauciones.

La curiosidad le ganó la partida a la caballero, y no pudo evitarlo. Justo cuando la figura (otra figura) estaba pasando por la parte superior de las escaleras, Kathrina avanzó un par de pasos, con todo el sigilo del que era capaz. La jugada no le salió mal del todo, pero estuvo a punto de exhalar un suspiro que le habría delatado.

Por un momento, creyó que reconocía a la sombra que vió pasar. La oscuridad era más difusa en la planta de arriba, en parte gracias a los restos de un puñado de velas que ardían un poco más adelante, sobre los muebles que decoraban el corredor en el que se adentraba la mujer. La luz le permitió ver que era pelirroja, de piel oscura, y aquello le hizo contener a medias la respiración. El instinto le hizo mirarle a la cabeza.

... era una elfa.

No una medio elfa, sino una elfa. Las orejas le delataban, y en cierto modo aquello le alivió. Esperaba... esperaba ver otra cosa, pero no se había dado cuenta, no había pensado hasta aquel momento, que era imposible.

Se volvió. Había más gente siguiendo a la elfa, pero no avanzaron demasiado. Una plétora de soldados salieron de entre las sombras con rapidez, y envolvieron al grupo de pronto. Soldados que Kathrina reconocía: Gente de Zergould. La rubia desenvainó la espada sin pensárselo dos veces...

... pero enseguida se dio cuenta de algo.

Volvió la cabeza. Aquella mujer... fuera quien fuera, aquella mujer era aliada de las siervas de Ethel. ¿Sería Ethel? Desde luego, parecía lo suficientemente diferente del resto de las mujeres de la hechicera a las que había visto como para considerar...

No se permitió divagar más tiempo. Simplemente, echó a correr detrás de la elfa pelirroja.

Tampoco se dio cuenta de que alguien más se unía a ellos en la carrera.

"A la derecha, a la izquierda, a la izquierda, derecho..."

No importaba demasiado. A partir de cierto punto, la casa de Ethel sí que le sonaba. Y no estaba muy segura de que realmente hubiera estado alguna vez en aquellos corredores, pero su mente le estaba dando instrucciones. "Qué mas da", se dijo.

Lo importante es que avanzaba, y que creía estar en la dirección correcta.

Yshara no había sido tan descuidada desde hacía mucho, mucho tiempo. Bueno, no en términos generales. Es imposible mantenerse alerta siempre, ser precavido a todas horas. Pero hacía mucho tiempo que no tiraba toda precaución abiertamente por el retrete. Ya no estaba haciendo ningún esfuerzo por ser sigilosa.

No lo creyó oportuno. No lo creyó necesario.

No quería tardar más.

Estaba tan profundamente ansiosa. Aun así, no estaba frenética. Incluso, aunque fuera por tranquilizarse, recordando una situación no demasiado tiempo atrás que le costó una herida mortal, permitió que la Orquídea la adelantase. Si porque no recordaba el camino, o porque prefería tenerla como escudo, no lo supo. Ni se lo planteó.

No llegó a darse cuenta de que alguien la observaba desde las escaleras, aunque para alguien con una vista como la suya, para la que la oscuridad no significaba nada, ni siquiera debería haber sido un problema. Y tampoco se dio cuenta de que quienes la seguían habían caído en una emboscada, poco después de que ella se adelantara. A decir verdad, no lo pensó demasiado.

No era frecuente ver a Yshara Nadyssra sentir pánico.

No tardó demasiado en llegar a un corredor que sabía que conocía. Y en el que, por fin, se detuvo. Alzó ligeramente la vista, olfateando con rapidez. Olía a sangre. Olía a muerte. El corazón comenzó a latirle aún más rápido, y sólo entonces, al volver atrás la vista, se dio cuenta de que estaba sola.

Desenvainó una de sus dagas mientras seguía caminando, ahora sólo caminando, sin correr.

- ¿Ethel? - preguntó.

Sus dedos se cerraron en torno a la daga.

¿Cómo podía ser tan rápida? O, ¿por qué era él tan lento?

Aún veía a Yshara y a la otra mujer delante de él, avanzando a grandes zancadas por el pasillo en penumbra, pero a pesar de sus esfuerzos no conseguía acercarse a ellas un centímetro más y casi le sorprendía no estar tampoco perdiendo distancia. No tenía la fuerza necesaria para forzarse al límite... y al mismo tiempo sentía que tenía mucha energía de la que deshacerse. No le importaba seguir corriendo; le sentaba bien. Habría querido seguir.

De hecho, cuando vio que los soldados salían de las habitaciones a ambos lados del pasillo no quiso desacelerar. Desde que comenzara a perseguir a Yshara, la poca discreción de la elfa le había inquietado y le había llevado a lanzar miradas repetidamente hacia los lados con gesto sombrío; en la oscuridad que se deslizaba ante sus ojos ya había creído adivinar alguna figura enemiga que, tuvo la sensación, Yshara en cambio no se estaba parando a considerar. De haber podido correr más rápido entonces lo habría hecho... Al segundo siguiente, las figuras, alertadas, se delataban como soldados de Zergould en los pasillos.
Estaban delante, pero Kirill no quiso aceptarlo. Intentó pasar entre ellos corriendo, cortar a traves de aquel conglomerado mientras mantenía su vista fija en las dos mujeres que corrían frente a él. Ni siquiera había desenvainado su espada cuando chocó contra el escudo de uno de los soldados, rebotando hacia atrás fuera del alcance de este. Consiguió mantener el equilibro y no caer al suelo, pero aquello le supo a fracaso cuando Yshara y la mujer desaparecieron de su vista.

Tuvo la sensación de que la elfa iba hacia su muerte. Más que eso, tuvo la sensación de que un muro de hombres le impedía ir a meterle algo de sentido común en la cabeza, sacudirla por los hombros como habría querido para hacer que se calmara y retomase la cautela. Aquella no era forma de salvar a Ethel. Al final todo saldría mal, y todo porque a él le habían detenido un montón de imbéciles. Y si lo miraba de otra forma, aquel grupo de imbéciles estaba allí por culpa de Yshara. Se le ensombreció el semblante cuando pensó que sus prisas por encontrar a Ethel podían matarlos a todos. Debía admitir que Ethel era la prioridad, pero estaba claro que no estaban haciendo aquello tan bien como le habría gustado.

Una vez detenido en su carrera no tuvo más remedio que sacar la espada, y para poder hacerlo sin que nadie le ensartara al mismo tiempo tuvo que retroceder hacia las Flores. Cuando les dedicó una mirada por encima del hombre, vio que tras ellas también había soldados; dicho de otro modo, estaban rodeados. No le hacía gracia tener que depender de ellas, pero si quería salir de una pieza necesitaría muy probablemente su intervención.

- Espero que no tengáis plan - masculló entre dientes -. No hay ni tiempo para llevarlo a cabo, ni sitio, ni ganas.

Los soldados atacaron en conjunto, interrumpiendo casi la frase de Kirill. Al mago no le apetecía quedarse a la defensiva; ellos eran los que tenían escudo, no él. Cuando se abalanzaron hacia él y las Flores, Kirill tomó también impulso hacia ellos, con la espada por delante.
Había varios soldados frente a él, pero el mago sólo vio a uno. El soldado cargaba con la espada en alto cuando vio a Kirill, pareció dudar, quizás intimidado ante la expresión enfurecida de su rostro, y frenó en su carrera. Le dio tiempo a alzar su escudo, su bonito y patético escudo, para evitar que Kirill le golpeara con su espada. En cambio el soldado que estaba justo detrás de él no había visto venir aquella brusca frenada, y se chocó contra el primero por detrás. Ante lo inesperado, perdió el control de su espada, que golpeó a un tercero sin llegar a herirle, pero si deteniéndole y confundiéndole, y el primer soldado perdió el equilibrio. Cuando bajó el escudo, un puñal de oscuridad de veinte centímetros le penetró en el cráneo por el visor abierto del yelmo ligero.

Pero si todo aquello había causado un cierto desorden en la parte de atrás del grupo atacante, el pasillo era de sobras suficientemente ancho como para que otros soldados hubieran adelantado a Kirill. Si bien en su mayoría fueron a por las Flores, Kirill se dio la vuelta justo a tiempo para parar un corte horizontal que habría amenazado su cuello, cogió a su enemigo por la muñeca en cuanto éste aflojó la presión, retorciéndola, y ayudándose de su peso hizo que se tambaleara, intercambiando posiciones. Kirill quedó con la espalda contra una pared y se ahorró tener que volver a levantar la espada cuando el ataque de un tercero que había estado destinado al mago acertó a su enemigo. Le soltó la muñeca, y el hombre cayó al suelo.

Plan? Qué plan? Si acaso tenían algo parecido a eso había terminado en el momento en que activaron el hechizo de las burbujas en el Estudio. Incluso, si había un plan, ese lo tenía la Orquídea que les sacó ventaja y se perdió en medio de la oscuridad del pasillo junto a la elfa.

No, ahora lo que había en mente era sobrevivir y mantener a salvo a la elfa autista que estaba con ellas y en el momento a cargo de Rocío, las cuales quedaron en medio de todo cuando les cerraron todas las salidas. Una de las otras Flores iba a ir en apoyo de Kirill, en el momento en que notaron que el peligro también estaba a su espalda.

No eran muchos, pero estaban mejor defendidos que ellas. Ambas arremetieron contra los escudos, solo que una de ellas solo hacía una finta, para aprovechar el momento en que izaran sus escudos contra las espadas, y su cuerpo menudo, para barrerse por debajo de estos quedar entre ellos y abrirle paso a su compañera tras clavar su arma en el costado de uno y cortarle la mano al otro. No se dio tiempo para asegurarse que su compañera venía en su ayuda cuando se giró y con su espada trabó otra que intentaba herirla, como pudo se las arregló para patear al hombre y sin perder el tiempo un combate prolongado intentó rebanarle el cuello, sin éxito en los dos primeros intentos, pero golpeando cada vez con mas furia, haciéndolo retroceder y siendo apoyada por su amiga, que, tras quitarle el arma a uno de los muertos, iba buscando puntos menos protegidos por sus armaduras, haciendo heridas y que también retrocedieran de forma brusca hacia sus compañeros que no podían avanzar.

Rocío le dio la orden a Canción de quedarse en el suelo y la misma espada que había ensartado al otro soldado en la intersección de corredores, paró la siguiente espada en tratar de darle alcance al mago, usando la misma fuerza con la que había parado el golpe para empujar la espada agresora hacía atrás y deslizando metal sobre metal, cortar el cuello del soldado, girando alrededor de él hasta quedar al frente del siguiente, en medio de la oscuridad la confundió con la bruja original

Colocó las manos juntas, con la espada alzada e forma defensiva y empezó a decir una retahíla de palabras en un idioma incomprensible que hizo que los dos restantes en esa parte del corredor retrocedieran asustados, ante la expectativa de un hechizo. No un hechizo, cualquiera, un hechizo proveniente de una mujer de pelo rizado. Dando por sentado que era Ethel, intentaron huir y la Flor le hizo señas a Kirill para que se moviera, ya fuera para salir del lugar o para darles caza. No ocurrió ningún efecto mágico, Kirill, con sus conocimientos en magia, si debía notar que ninguna de las palabras dichas implicaba magia. Rocío corrió tras ellos y en cuanto tuvo uno a su alcance lo golpeó en la cabeza haciéndolo caer.
. . . . . . .

La Orquídea pasó saliva cuando los escalones se empezaron a terminar. Sabía que en el tercer piso había alguien, al menos una persona mas, pero sino subía, no llegaría a saber mucho menos a despejar el camino. Sujetó con ms fuerza su espada, sin detener su camino ni su velocidad al subir dos peldaños a la vez.

Tal como lo temió alguien la atacó cuando aun no terminaba de cruzar ese primer corredor tras la escalera, una daga que se aseguró de entretener a su espada y otra que esquivó por muy poco, echándose bruscamente a un lado, pero perdiendo con esto el pie. Todavía no tocaba el piso cuando una espada trató de golpearla, hiriéndola en el brazo. Rodó un poco más lejos, distanciándose aun mas del rellano de la escalera y al ver los uniformes del ejercito de Feiran, se levantó con más ímpetu y arremetió de forma casi suicida contra quien blandía las dagas, girando a tiempo para detener la espada del segundo atacante quien se agachó y le hizo un barrido con la parte sin filo del arma, que sumado a un segundo ataque de quien portaba dagas, la envió al suelo de nueva cuenta. El filo de la espada al cuello y la segundo figura se volvió a posicionar entre las sombras del corredor sin agredirla mas.

- Quieta – susurró en una orden una voz femenina – te sigue alguien? – ante el silencio de la Orquídea, la sujetó d la muñeca y la arrastró hasta el siguiente rincón, donde se identificó como otra Flor.

- Si, la amiga de Ethel me sigue – se apresuró a decir y las señas en la oscuridad no se demoraron en darse – donde esta Ethel? – preguntó urgida.

- Está a salvo, pero está como loca, no se quiere ir de la casa hasta que no le traigan noticias de… La amiga dijiste?? La elfa? – la ayudó a levantar y regresaron al rellano al que llegaba la escalera, en su busca.

[F.D.I.: Perdonad que invierta el orden, lo ví más acorde]

No hubo respuesta.

Tampoco hubo movimiento. Si la Flor que se le había adelantado había encontrado algo, no había tenido la bondad de volver y decírselo. Lo cual podía hacer que la elfa sospechase. Podía haber caído en una trampa. Desafortunadamente, Yshara no tenía tiempo para ser precavida.

Al menos ya no corría, pero en otras circunstancias habría actuado de otra forma. Por ejemplo, observando más. Habría sido presa fácil de una emboscada, de haber llegado a producirse otra. Podrían haberla herido con relativa facilidad.

No importaba.

Cuando dobló el siguiente recodo del pasillo y vio las dos figuras caminando hacia ella, recortadas contra la oscuridad por la fugaz luz blanquecina de un rayo, la elfa frunció el ceño, y sus dedos se cerraron con más fuerza en torno a la daga. No, no eran enemigas. Las reconoció. Pero si una de ellas era la que le había acompañado, la otra...

- ¿Dónde está Ethel? - preguntó, sin rodeos.

Estaba perdiendo la paciencia.

"¿Dónde está Ethel?"

La caballero se agazapó contra la pared.

Kathrina no había visto nunca antes a una elfa de pura sangre, pero sabía que podía ver en la oscuridad mucho mejor que ella. Y prefería no desvelar su presencia allí antes de tiempo. Como sus ojos eran humanos, ella no podía ver lo que había en el pasillo, no podía ver hacia dónde miraba la elfa. Pero la esquina que la pelirroja acababa de doblar le ofrecía cierta protección.

La mujer apretó los puños con fuerza.

¿Dónde está Ethel?, repitió para sí misma. Importante; aquella mujer no era Ethel. Pero la estaba buscando, y con cierta urgencia... ¿Preocupada? No, no parecía la voz de una enemiga en busca de su presa. Era una mujer, seguramente una aliada o una sierva de Ethel, que buscaba a la maestra de la casa en mitad de la confusión.

Sintió que su corazón se aceleraba, aunque ya le latía suficientemente deprisa. Aquella mujer la conduciría hasta aquella... Ethel.

La espada del soldado que había intentado matarle aún no se había retirado cuando Kirill soltó la muñeca del muerto, y el mago creyó ver en esto una oportunidad. Su mano derecha se adelantó en un estocada contra la juntura entre la hombrera y el peto de su enemigo... pero debido a su posición contra la pared no pudo cargar lo suficiente su ataque; el golpe contra el metal estuvo falto de fuerza y no tuvo consecuencias más allá de una ligera abolladura. El siguiente movimiento que hizo Kirill fue para defenderse, perdida toda ventaja inicial, y para entonces el soldado volvía a encontrarse en guardia tras su escudo.

El mago maldijo el momento en el que se le ocurrió que estaría más seguro con la espalda contra algo en cuanto comenzó a sentirse seriamente acorralado. El cadáver se encontraba a su derecha, en el suelo, y no se atrevía a escapar por allí con el estúpido riesgo de tropezar con él: no tenía tiempo para mirar al suelo y asegurarse de dónde ponía los pies. Por la izquierda, en cambio, le presionaba la espada enemiga. Kirill respondió a los ataque, francos, sin amago de finta, cargados de fuerza, extrañamente similares a los suyos, con parada tras parada. El mago comprobó en pocos segundos que su enemigo no estaba dispuesto a concederle un sólo momento de respiro, y que su única opción sería combatir la fuerza con fuerza.
Su mano se agarrotó en torno a su espada; bloqueó un corte y con su filo contra el de su enemigo echó hacia delante su peso de forma inesperada, intentando empujar al soldado hacia atrás. A penas consiguió nada, pero Kirill no se dio por vencido y, asiendo su arma a dos manos, aprovechó el poco espacio que había ganado para descargar golpe tras golpe en el escudo que ahora cubría a su rival.

En a penas una decena de segundos consiguió alejarse lo suficiente del muro como para volver a sentirse cómodo. De nuevo seguro de llevar la voz cantante, esperó a que el escudo volviera a apartarse, desvió la espada que asomó tras él, y con la mano libre clavó uno de sus puñales de oscuridad a la base de aquella hombrera, más allá de la fina armadura. Adivinó un gesto de dolor en el rostro del soldado antes de sujetarle con fuerza la mano de la espada, sobre la que creó una bola de oscuridad en su forma más cruda que atravesó el guantelete para llegar a la carne. El soldado recuperó el espíritu al instante y comenzó a mover el brazo frenéticamente para desasirse, a pesar del dolor que debía sentir en el hombro. Kirill se lo permitió y se desplazó hacia su costado, ahora más ágil y dispuesto a seguir haciéndoselo pagar. Con la mano izquierda sujetó con fuerza el borde de aquel escudo y una pequeña sonrisa se deslizó sobre sus labios cuando el soldado volvió su rostro hacia él. Probablemente intuía qué sería lo próximo, pero no tuvo tiempo de hacer nada. La diestra de Kirill descargó un golpe seco y brutal contra el codo de su oponente desde atrás, y el chasquido que se escuchó fue para él plenamente satisfactorio.

En aquel momento vio las señas que le hacía la de cabellos rizados y localizó a los dos que intentaban huir despavoridos. Le pareció que su cobardía era demasiado evidente; aquel hombre cuyo brazo y antebrazo se continuaban ahora en un ángulo algo exagerado le pareció mucho más digno de respeto, por mucho que se hubiera dejado caer al suelo después de aquel último golpe.

- Parece que me necesitan en otro lado - le dijo, y le dio la espalda sin preocuparse más por él.

En pocas zancadas dio alcance al otro de los soldados. No pensó que mereciese la pena dedicarle demasiado tiempo, y se limitó a frenarle cogiéndole de un brazo, a parar uno de sus torpes ataques, y, como con el primer soldado, a clavar rápidamente uno de sus puñales en uno de los ojos asustados del hombre.

Fdi: mil disculpas por la tardanza y por lo pobre

Ddi:

Rocío empezó a correr en cuanto le dio de baja al soldado que estaba frente a ella, pero se detuvo casi de inmediato. Con lo primero que se toparon sus ojos fue con Kirill deshaciendose del otro soldado, eso era bueno, ahora tenían el camino libre, lo siguiente fue con Canción tirada en el suelo, obediente a sus ordenes. Tendría que regresar por ella. Eso no significaba mayor problema, después de todo las otras dos daban cuenta de aquellos que les cerraban la retaguardia, valiéndose de ataques rápidos y sin un ápice de glamour, así que no tendría que hacerse cargo, pero si le era fastidioso.

- Apresúrate, no dejes que te saquen mas ventaja y ten cuidado en la escalera, no solo con ellos, sino con nosotras – sabía que no era necesario decirlo, que sin duda el mago podría cuidarse solo y que le estaba hablando de cosas obvias, que incluso era mas factible y efectivo que ella le abriera el camino solo por si acaso las suyas esperaban por algún incauto que subiera las escalera y... no, este no era un incauto, mejor darse prisa e ir con él; regresó sobre sus pasos, que a final de cuentas no eran muchos tampoco y agarró a Canción del brazo para retomar el camino hacia Ethel.

No le dirigió una mirada a sus compañeras, era perder tiempo, ellas estaban lo suficientemente ocupadas con los soldados como para hacer lo mismo. En efecto, el tintineo de los metales al chocar era constante, y se producía con mucha fuerza. Se estaban respaldando la una a la otra, una con mas destreza, la otra con suficiente fuerza como para hacer retroceder a quien llevaba el escudo; hacían un gran equipo y ahora eran ellas quienes bloqueaban el pasillo; de sus bocas no salía una sola palabra y casi parecían danzar en ese espacio relativamente reducido, clavando el filo de sus armas en lugar que casi parecían imposibles de alcanzar. Rocío no las miró, pero si que se lo pensó, dar un par de pasos al frente y ayudarlas; no, había prioridades. Empezó caminar arrastrando a Canción con ella, cada vez más rápido hasta volver a correr para tomar la escalera .

Iba lista por si cualquier eventualidad pero eso no le impedía correr. Por supuesto, una caída bastante inoportuna y torpe por parte de la elfa en la escalera si que fue un impedimento .

* * *

A la Flor que les recibió en el tercer piso poco o nada le importaba que Yshara estuviera perdiendo la paciencia. Qué iba hacer al perderla? Si no quería hablar, no hablaría y bien podría pasar días, desde su opinión, dando vueltas por el tercer piso antes de dar con Ethel. Claro que el detalle de ser elfa y tener mejores sentidos le ayudarían cuando el olor a carne quemada se volviera esparcir por la casona.

- Está haciendo lo único que evita que regrese a la Ciudad en Ruinas, está cazando – de acuerdo, no era eso lo que estaba preguntado, pero si de verdad creía que le diría, “esta en la tercera puerta ala derecha” a riesgo que alguna de las personas indeseables que se encontraban en la casa las escucharan, las subestimaba demasiado.

Le hizo una seña para la siguiera y cuando se daba la vuelta para irse por otro de los pasillos, el ruido de la escalera la alertó sobre manera. La que se ocultaba entre las sombras no dio señales de su presencia, no lo haría mientras estuvieran las otras así que aguardó.

[F.D.I.: ... pero que no se repita ]

Yshara apretó las manos.

Cerca estuvo de que su primera reacción fuese darle un puñetazo a aquella mujer. No estaba de humor para bromas, ni para rodeos. Ni para evasivas, ni aunque vinieran de la mismísima guardiana de Ethel. Si sus ojos no eran suficiente expresión de su preocupación, entonces tendrían que serlo sus actos.

Pero la chica fue inteligente; gestualizó. Es decir, por ridículo que pudiera parecer, aquel gesto, aquella seña, seguramente fue lo único que hizo que Yshara no le partiera la nariz in situ para seguir buscando por su cuenta. En su lugar, la elfa respiró muy hondo, cerró los ojos, apretó los puños, y le dirigió una mirada en la que se concentraban todos aquellos sentimientos que, por una vez, parecían dispuestos a aflorar.

En realidad, sólo había uno. Pero era el único, en cierto modo, capaz de hacer que Yshara Nadyssra exteriorizara algo: Preocupación, fría e inerte preocupación.

- Bien - dijo, en voz muy baja.

Asintió con la cabeza, lentamente, y dejó que sus labios se curvaran en una suave pero turbadora sonrisa, con el brillo de sus ojos felinos puesto en los ojos de la otra Flor.

Estaba cazando. Estaba viva. Estaba bien.

Volvía a ser la Yshara de siempre. Su mano se relajó sobre la empuñadura del puñal, su respiración se aplacó. Sus pupilas volvieron a su estado normal, sintió cómo la sangre dejaba de apelotonarse en sus sienes. Se daba cuenta de que no había estado actuando como la situación lo requería, de que había sido... tonta. También se daba cuenta de que sentía alivio, un profundo alivio.

Niña tonta, se regañó. Tonta sentimental.

Y entonces llegó el ruido de la escalera.

- Camina - le dijo a la Flor. - Te cubriré las espaldas.

La cosa se complicaba.

Por lo que parecía, al menos desde donde Kathrina escuchaba hablar a las mujeres, no eran precisamente amigas. La que buscaba a Ethel no sabía dónde estaba, y las otras no parecían en disposición de decírselo. Lo cual era un problema muy serio, porque necesitaba encontrar a ésa Ethel.

Si no, es posible que todo lo que había hecho... no tuviera sentido.

No, no podía. No podía permitirlo, no podía tolerarlo. Había dado mucho más de lo que era sensato por tener la oportunidad de ver a Ethel. No se iría de allí sin ver a Ethel. Kathrina apretó con fuerza los puños, todavía más. No era especialmente buena en el campo de la discreción, pero como buena soldado, tenía sus nociones. Se agachó entre las sombras, se pegó al lado más oscuro de la pared del corredor, y avanzó muy lentamente.

Las dos mujeres comenzaron a marcharse, y Kathrina avanzó hasta donde consideró sensato.

Y entonces, hubo un ruido proviniente de las escaleras. Y la elfa pelirroja se volvió, sus ojos brillando como dos estrellas de fuego en mitad de la noche, como una advertencia. Mirándolos, y creyendo por un momento que la elfa la había visto, Kathrina tragó saliva, súbitamente amedrentada.

Había tanto odio en ésos ojos.

Se sintió atrapada, y se llevó una mano a la empuñadura de la espada, con todo el sigilo del que fue capaz. Posiblemente, pensó, no sería capaz de avanzar más si la elfa le había visto. Pero por su vida que moriría intentándolo.

PD. Perdon yo tambien por la tardanza... no conseguia ponerme a ello.

Debía contener sus movimientos, no propasarse al blandir su espada, asegurarse de que no dejaba huecos abiertos en su defensa. Pocas veces tenía en cuenta Kirill todo aquello que le habían enseñado de pequeño, sobre balance y posición, fintas y paradas, pero aquella vez toda la teoría parecía estar vigilándolo desde un rincón de su mente. Quizás porque si lo olvidaba en aquel momento, se abandonaría del todo a la magia y el placer del momento.

Kirill se estaba divirtiendo. De avanzar un poco más hacia la inconsciencia disfrutaría del momento mucho más... pero no podía olvidar el metodismo, el deber. Estaba a un sólo paso de iniciar un insaciable baile de sangre... y no se lo podía permitir. Fue consciente de esto, y esto desencadeno los recuerdos, las imágenes de aquel día. Bastó para calmarle.

No respondió a lo que le dijo la Flor, y de hecho a penas escuchó sus palabras, pero sí siguió sus indicaciones. Nadyssra, Yshara... Ethel. O Yshara. No sabía muy bien por el bien de quién tenía que moverse en aquel momento, pero comenzó a correr hacia las escaleras, las subió de tres en tres, y desenbocó de golpe con la respiración agitada en un piso superior.

Se quedó un momento petrificado, con la espada en la mano, asimilando lo que veía en la penumbra. Yshara estaba allí. Aquello era bueno, supuso. Habría sido un momento perfecto para un comentario sarcástico, pero su mente pareció quedarse en blanco, y el odio que mostraban los ojos de la elfa no le ayudo a recomponerse. Sólo pudo parpadear varias veces antes de recomponer su expresión fácil y fruncir el ceño en una expresión de incompresión algo fingida.

Con la llegada de Kirill al tercer piso, la que aun estaba entre las sombras estuvo a punto de recibirlo del a misma forma en que se había recibo a cada uno de los hombres que había logrado, por cualquier razón, ascender por esa entrada. Sin embargo, como ya estaban advertidas de la llegada de alguien mas, cortesía del ruido que hizo Canción al caer y hacer caer a la Flor que la llevaba, supo darse un par de segundos que valieron para que la Orquídea que subió con Yshara le hiciera señas para que no hicieran nada contra nadie... por el momento.

Ninguna de las visibles dijo nada, solo le limitaron a mirarlo por un instante antes de pasar la vista hacia el hueco de la escalera y volver, aparentemente, su atención a la elfa.

Los ojos de la Flor dejaron la penumbra de la escalera para clavarse en los ojos de Yshara. Su expresión seria no permitió el paso de sus pensamientos cargados de sarcasmos al respecto. Que linda, le cubriría la espalda. La parte en ella que era gobernada por los celos la hizo preguntarse por qué su señora estaba tan… encaprichada con esta elfa en particular. Tenía idea de la posible historia que podían tener esas dos, pero aun así no llegaba a concebirlo del todo. Su parte Practica – Sensata, hallaba mil razones y le daba otras tantas a su parte Celosa para fortalecer ese sentimiento de resquemor.

- Sigan adelante, yo me encargo – dijo la Orquídea que otrora estuviera al mando en el estudio particular de Ethel. La otra Flor no necesitó mas para seguir y su orgullo sintió una nueva punzada cuando otro grito, de hombre, esta vez si fue claro, corrió a lo largo de los pasillos del tercer piso. Apretando los puños y los dientes empezó a caminar hacia una de las habitaciones.

Esta, al igual que muchas de las estancias de la casona, tenia una puerta de dos hojas, en madera, esta vez sin vitales sino maciza y aun a unos centímetros de esta se podía percibir el calor que manaba de la habitación.

Una serie de golpes rápidos a la puerta y la abrió. Si, adentro hacía un calor impresionante, el olor a carne quemada se escapó con fuerza y dentro del enorme salón todo se detuvo para observar a los extraños, todo menos el último cuerpo en caer el piso y los gritos intermitentes de un hombre en particular.

El espectáculo era un tanto desagradable, por supuesto, según se mirara. El cuerpo que caía, lo hacía por pedazos, siendo fraccionado por las filosas cadenas que era el arma de Teresa, esa mujer con dos cicatrices que le cruzaban la cara de forma paralela, una más reciente que la otra, aunque ambas eran antiguas. Observaba, al igual que las demás a la puerta, centrando su atención más atrás de los cuerpos de los recién llegados.

En las paredes y los rincones había varios cuerpos de soldados empalados, todos muertos, por las expresiones en sus rostros sus muertes no habían sido para nada agradables. Los cuerpos que no estaban contra las paredes, yacían sobre uno de los arreglos mágicos de Ethel y era de este de donde provenía el calor. Las armaduras de los soldados estaban totalmente pegadas contra su carne, una segunda y agónicamente dolorosa segunda piel.

A uno de los costados de la habitación había un artefacto burdamente construido. Dos espejos conectados entre si, y anclados a ellos, los cuerpos deshidratados, pero aun vivos, de dos guardias, cada uno con su respectiva Flor haciendo pequeñas heridas que mantuvieran el portal activo.

Ahora bien, el fruto del interés de Yshara estaba dentro de los límites del ardiente arreglo. La buja, estaba sentada a horcajadas sobre un soldado que había estado dentro del arreglo y que se mantenía, para su propia desgracia, vivo. La mano de la hechicera que sostenía una de las placas de la armadura derretida sobre el cuerpo del hombre, ponía en evidencia el por qué de los gritos. Lo estaba desollando. Con cuidado para no matarlo y evitando que cayera en la inconsciencia.

Tras Ethel, más allá de esos ojos perdidos en la locura, de su movimiento agitado por el esfuerzo de lo que hacia en físico y en magia, de su lengua atrapada entre sus labios en una sonrisa psicótica se erguía otro espejo, que se mantenía materializado por dolor del hombre, que obtenía su imagen, al menos la silueta, desde la mente del soldado haciéndolo retorcerse otro poco con más agonía.

Quienes acaban de llegar, tenían que reconocer en la imagen que reflejaba el espejo un escenario totalmente diferente al que había en esa habitación. De hecho era uno de los pasillos de la casa, parecido a cualquiera de la casa. Dejaba ver la silueta de un hombre, pero el hechizo estaba aun en proceso y no se apreciaban los detalles, pero con cada muestra de sufrimiento del hombre al que “interrogaba” Ethel ganaba nitidez.

El soldado bajo Ethel volvió a gritar cuando ella tiró con fuerza de la placa metálica, relajando su expresión, con mucho alivio al lograr por fin enfocar y racionalizarlas identidades de quienes estaban en la puerta. Estaban todos, al menos los dos que más le preocupaban. Su expresión alcanzó un tinte aun mas demencial, mientras por su mente se cruzaban las palabras, las ideas y las imágenes. Solo algo prevaleció sobre eso: todo estaba completo, se había perdido lo que se podía perder, se había salvado lo que era importante salvar, solo quedaban dos cosas por hacer... tres, si no se quedaba en ese estado demencial y olvidaba los detalles.

Las mujeres se adelantaron sin protesta, dejando a Yshara a solas consigo misma, en la oscuridad del corredor, entrecortada por el resplandor de los relámpagos rompiendo la monotonía de las sombras.

La elfa cerró los ojos.

No, no había sido algo altruísta. Dejando aparte que lo más prudente era dejar que las muchachas alertasen a Ethel, la pelirroja tenía motivos para quedarse atrás. El principal era enfriarse la sangre. Ya había cometido suficientes imprudencias por un día, y comenzaba a sentirse niña. Además, estaban Kirill y Canción.

Hasta hacía unos instantes, podía haber parecido que ambos le importaban bastante poco, pero, en defensa de la elfa, parecía obvio el por qué. Kirill estaba vivo, y también Canción, a su particular manera. No sabía si podía decirse lo mismo de Ethel. Si alguien le hubiera dicho que aquello no justificaba su urgencia, su imprudencia, seguramente Yshara le habría abofeteado. Pero, en realidad, le daba igual. A la na'kari, hacía ya mucho tiempo que no le importaba que la gente que le rodeaba comprendiese o no sus acciones.

Respiró con fuerza, su aliento condensándose en una delgada nube de vaho frente a su nariz. Algunas de las ventanas del corredor estaban rotas, el frío se colaba con intensidad. Estuvo a punto de volverse y seguir a las mujeres, cuando captó algo. Enfocó la vista hacia el otro lado del corredor, y frunció el ceño.

- Kirill - musitó en voz alta.

Se volvió.

Bueno, al menos el mago estaba bien. Canción... le importaba menos. Puede que la llevasen las Flores. En realidad, Canción no le importaba. Podía buscarse otra mente que destruír si la chica moría. Sería un impedimento momentáneo para Ethel, pero bueno. La elfa hizo una seña, mientras comenzaba a avanzar hacia donde lo habían hecho las Flores. Un grito rompió el silencio, un grito de hombre. Yshara avanzó a través del pasillo con parsimonia, segura de que Kirill la seguiría, y se encontró con la mirada de varias Flores.

Era un buen momento para hablar con Kirill. Pero una vez hubiesen encontrado a Ethel. Yshara asintió con la cabeza cuando una de las Flores - empezaban a parecerle todas iguales - dio una orden. Otra les condujo a través del corredor, y abrió una puerta. A juzgar por la imagen del otro lado, una puerta al Infierno. El súbito calor del fuego y el intenso olor a sangre, a vísceras y a cosas peores hizo dilatarse las fosas nasales de la elfa, aunque en su retorcida percepción, le parecieron sensaciones agradables.

Y allí estaba Ethel.

Jugando, como habían dicho las Flores. Cazando. Siempre envidiaría la sangre fría que podía llegar a mostrar la hechicera, especialmente cuando ella misma había estado nerviosa hasta hacía un puñado de minutos. Yshara suspiró con fuerza, dando varios pasos al interior de la cámara.

- Y yo aquí preocupada por tí - dijo la elfa en voz alta, transluciéndose en su voz un enfado que en realidad no sentía.

Se detuvo a tres pasos de Ethel, cruzando los brazos en gesto animoso. Para quien no las conociera, quien no supiera el vínculo que las unía, casi podía parecer que la actitud de Yshara era un desafío, una amenaza. En realidad no había más que alivio y alegría tras su mirada, pero habría sido difícil leerlo para alguien que no hubiera sido aquella mujer.

- Tu casa está ardiendo - la regañó. - ¿A qué juegas?

¿Kirill?

La caballero contuvo la respiración un largo rato después de escuchar aquella palabra. ¿Qué significaba Kirill? La elfa parecía haberla visto, pero no avanzaba, ni se movía, ni parecía estar dispuesta para el ataque. Enervada, Kathrina se quedó muy quieta, pero nerviosa. ¿Debía hablar? ¿Interceder ante aquella mujer? A punto estuvo, a punto, de hacerlo. Pero entonces, la elfa se dio la vuelta, y desapareció.

¿Qué demo--?

Y entonces se percató de que había alguien más en el corredor, un hombre. Un hombre de pelo blanco, piel pálida, que casi la asustó al pasar. Kathrina se alegró de estar conteniendo la respiración. De no ser así, se habría traicionado a sí misma. El corazón le latía con mucha fuerza. Aquel hombre debía ser "Kirill". Pero ella no estaba buscando a un hombre...

Comenzó a seguirle. Lentamente al principio, un poco mas rápido cuando estuvo segura de que no se la podía escuchar desde su posición. Incluso sin ser una experta en el sigilo, Kathrina podía moverse haciendo extraordinariamente poco ruido. Sus ojos apenas reflejaban un ápice del resplandor de los relámpagos, y no le prestaba ninguna atención a la tormenta. Su atención estaba puesta en lo que tenía delante. En...

- Sigan adelante - oyó. - Yo me encargo.

Genial.

Estaba bloqueada. Afortunadamente, no había ventanas en aquella parte del corredor, ni luz que delatase su posición. Esperó que ninguna de las mujeres cuyas siluetas vislumbraba fuese otra elfa. Y se detuvo a pensar.

"Sí, ése soy yo. Kirill. Al menos eso lo tengo claro."
No dijo nada, pero sí se permitió relajar su postura. Se sentía bastante cansado, y debía admitir que era un alivio comprobar que Yshara seguía de una pieza a pesar de su anterior insensatez. Se permitió una leve sonrisa.
"Kirill... Y pensar que yo fui Mano Dorada."
Era extraño que en un momento como aquél pensase en su nombre perdido. Probablemente por el cansancio, igual debido a su anterior momento de fascinación en la batalla, pero se sentía un poco... ...
Bajo de ánimos, nada más. Había resultado ser una dura noche, dura y complicada. No era aquello nada fuera de lo común.

- Vamos - dijo, aunque fuera innecesario.

Siguió a Yshara, una Yshara que, le alegró comprobarlo, parecía mucho más calmada, por el pasillo y hacia la habitación. No se planteó nada en aquel momento; por lo mismo podrían haberle llevado a una trampa. En la diestra llevaba aun sujeta su espada, pero sin ánimo ni fuerza; al darse cuenta de esto, la envainó de nuevo y sacudió la cabeza.
Con una mayor resolución, entró en la habitación de la que provenían los alaridos.
El olor le hizo arrugar la nariz, y el calor le pareció opresivo. Dejó escapar un leve quejido desagradado y frunció el caño mientras paseaba la mirada por la habitación... hasta encontrar a Ethel sentada a horcajadas sobre otra víctima.
Habían venido a por ella. Pero por su expresión no tenía nada claro que ella quisiera irse. Parecía estar disfrutando del momento...

Mientras que la mirada de las flores se centraba ya fuera en Kirill o en la puerta tras ellos, como a la espera de más visitas, estas sí indeseadas, los ojos de Ethel permanecían en Yshara, debatiéndose aun internamente entre creer y no creer lo que veía, aunque su alivio fuera notorio en su expresión, al fondo de sus ojos, allí donde la psique deja de ser un lugar abstracto y toma forma un poco mas corporea aun se veía la demencia que pocos habían visto.

Entre el momento en que el plan, que aparenemten no estaban siguiendo, se fraguó a la entrada del cuarto de san alejo del tercer piso, y el presente encuentro con elfa, algo había colapsado en la mascara de sanidad metal de la bruja, y ahora, además de dar rienda suelta a "juegos" con el fin de tener algo contra lo cual desquitarse por la caida de su casa, por la muerte de sus adoradas niñas, ponía en duda que lo que estuviera viendo solo fuera fruto del deseo y no de la realidad de la que se había desconectado.

Su sonrisa, cansada, pesada, se formó despacio conforme Yshara le iba hablando. Por el tono que usó, todas las Flores presentes se pusieron tensas, pero en lugar de dar un paso al frente como amenaza contra la elfa, dieron un paso atrás, como precaución a la reacción de Ethel, quien bajó un poco la cara, sin apartar los ojos ni un ápice de los de la elfa, con una sonrisa sádica. No respondió nada, no dijo nada de lo que ella misma sentía. Eso era algo que se guardaba para ella, aunque las Flores que habían pasado por el portal formado por los dos espejos, y que iba a la misma casa que ellos habían dejado atrás en la Ciudad en Ruinas, conocieran los pormenores de su sentir e incluso una de las ultimas en pasar hubiera captado la forma en que le tembló la voz cuando tomó la decisión de apegarse a lo que habían hablado y no fue con ellas, personalmente, a asegurarse del bienestar de su amiga.

No, la angustia desfogada en locura y dolor hacia otros, era algo que se quedaría con ella, que no iba a manifestar, como siempre había sido, como siempre sería. Por ahora asimilaba las palabras que le decía Yshara y las convertía en oraciones coherentes para que dejaran de ser sonidos aislados. Jugando. No, ella aun no estaba jugando.

Su mano ensangrentada señaló hacia su espalda sin mirar aun el espejo, olvidando que parte de responder era decir algo que fuera más explicativo que su gesto. En algo tenía razón Kirill, la bruja no tenía intenciones en ese momento, menos ahora que los sabía ilesos, de irse de la casa. No sin su presa.

- A buscar al incendiario – dijo con voz ronca, la respiración entre cortada, manteniendo esa sonrisa - que bueno que estas bien - tomó impulso para levantarse, apoyandose en la daga, que por la fuerza se hundió en el pecho del soldado (para su desgracia aun sin matarlo) y con movimientos lentos, que estaban desesperando a la Flor de las cicatrices en la cara, se alejó del hombre en dirección a Yshara.

Miró de reojo el portal a la Ciudad en Ruinas y su sonrisa se fue suavizando. Por muy loca que estuviera, estaba segura que no habíá entrado por ese portal, habían cruzado por otra parte y era un cruce porque habían llegado demasiado rápido para usar un barco e incluso volar.

- Que bueno estén bien - corrigió colocando la mano en el hombro de Yshara.

Desvió la vista hasta Kirill e inclinó la cabeza con agradecimiento. Bien era cierto que, tal vez, el portal lo había abierto Yshara, pero Kirill sabía de magia y sin duda de alguna forma había ayudado

- Mi señora, podemos proceder? - preguntó Teresa. Ethel tomó aire despacio y lo retuvo cerrando por un instante los ojos. El corazón le latía demasiado rápido. Con Yshara y Kirill a salvo las prioridades cambiaban. Las chicas que estaban buscando a Yshara bien podían irse desde el continente, pero había que cerrar el portal, solo quedaba algo pendiente.

Algo importante.

- No - la respuesta las tomó a todas por sopresa - evacúen la casa - miró a las que vigilaban a los soldados a traves de los cuales se mantenía abierto el portal - no es necesario que ellas regresen y si ustedes quieren salgan por ahí antes de cerrarlo. Yo no me voy a ir sin él - se limpió la mano sucia de sangre en el pantalón y con gemido de agonía del soldado, la imagen en el espejose hizo un poco mas nítida, aunque aun no lo suficiente.

La mirada de Ethel era bastante explicativa. Yshara agachó la vista, casi sin darse cuenta de que lo hacía. Igual que ella, la mujer había sentido aquella punzada de incertidumbre, ésa mezcla de temor, de ansia, de impotencia, que puede llegar a volverse enloquecedora. Si ella no había estado segura de que Ethel estaba bien, y aquello le había hecho imprudente, parecía obvio que Ethel, en la situación inversa...

... bueno, esperó que fuera algo pasajero. Ethel parecía cambiada. Aun así, aquello no cambiaba la realidad que se cernía sobre ellos.

- La casa está en llamas - repitió, casi en un susurro. - Y hay un ejército entre tú y 'el incendiario'. Gente de Zergould.

Estaba bastante segura de éso, aunque había visto tropas que no reconocía. La postura de Yshara se había relajado bastante, pero sus dedos permanecían cerrados con fuerza. Estaba haciendo un esfuerzo por reprimir un deseo. Un deseo potente, que había surgido de pronto, pero que tenía muchas ganas de dar rienda suelta. Si no lo hizo...

Si no lo hizo, fue por las Flores. Los ojos de la elfa las escudriñaron rápidamente. ¿Qué habría dicho Ethel? ¿Qué habrían pensado aquellas niñas? ¿Habría protestado la hechicera...? Las flores parecían haberse enervado por el tono de voz que había elegido, y habían dado un paso atrás, algo que llamó muchísimo la atención de la pelirroja. Temerosas de Ethel. "Niñas inútiles", pensó Yshara, odiándolas profunda y oscuramente durante un instante en el que le parecieron animales de compañía en lugar de personas.

Al final, la elfa decidió que las Flores no importaban.

- Ethel - murmuró.

No la dejó contestar. La abrazó con todas sus fuerzas, sin dejar que pudiera defenderse de ello. Quiso ser breve, pero era algo que necesitaba hacer. Buscó la mejilla de la hechicera con la suya, sintiendo el contacto de su piel, y le dio un fugaz beso en la punta de la nariz antes de apartarse.

Se volvió hacia Kirill.

- Hay demasiados enemigos - dijo, no a Kirill, no a nadie en particular, pero luego sí que habló para el hechicero. - Kirill, ¿Y las Flores que te seguían?

¿Y Canción...?, pensó, aunque luego se dio cuenta de que no tenía tanta importancia. No iba a mover un dedo por buscar a Canción. Si las Flores no habían salido de aquella, y Canción había muerto con ellas, ya buscarían a otra.

Pero tenían que hacer algo, y pronto.

No quería atacar.

Maldita sea, si estaba ahí era porque no estaba segura de qué era lo que estaba pasando. Si hubiera matado a aquellas chicas para abrirse paso hasta Ethel, ¿Qué diferencia habría?

Pero, por supuesto, había otra opción.

No obstante, Kathrina la abordó con cautela, y muy insegura de sus posibilidades. Estaba demasiado nerviosa, y demasiado fuera de sus facultades. Cuando se fue acercando a las mujeres, poco a poco y aprovechando que el paso de la elfa pareció distraerlas, casi se sorprendió de lograrlo. El sigilo no le era un extraño, pero nunca se había considerado una experta en él.

Caminaba de lado, en cuclillas, casi centímetro a centímetro; la capa amortiguaba el sonido que hacía la armadura al rozar la pared sobre la que apoyaba la espalda. Una de las chicas estaba ligeramente más adelantada que la otra, y Kathrina supo aprovecharlo para colocarse más o menos entre ambas. Avanzó un poco más, y entonces se puso muy lenta y cuidadosamente de pie, sin apartarse de la pared.

Una de las muchachas miraba en dirección a la puerta por la que habían desaparecido la elfa y el mago, con un gesto de preocupación más que evidente. La otra contemplaba el pasillo, y parecía alerta, como esperando que una horda apareciese pronto al otro lado del corredor. Y tal vez razón no le faltara. Tenía que darse prisa, maldita fuera. Tenía que...

- ¿Eh?

Ya era tarde, pero la caballero maldijo en silencio a la par que se descubría. La mujer que había advertido su presencia no pudo evitar que el brazo de la mujer se cerrase en torno a su garganta, aprisionándola; y la otra reaccionó de forma demasiado lenta como para evitar que una pesada espada envainada le cruzase la cara, tirándola al suelo de inmediato con un gemido que la rubia esperó no se hubiese oído muy lejos.

No pareció moverse. Al parecer, la sorpresa había servido para dejarla inconsciente. Kathrina suspiró, y volvió su atención sobre la chica inmovilizada en sus brazos. Le costaba respirar. Le recordó a la Flor a la que Fertch debía haber matado. Mierda. De nuevo volvían las dudas.

- Lo siento - susurró.

La mujer no tuvo ocasión de contestarle. Sostenía su cuello con el brazo izquierdo, y tuvo la precaución de agarrarle el derecho para que no pudiera atacarla. Hecho ésto, apretó durante unos instantes, con todas sus fuerzas. Sintió los gorjeos de asfixia de la Flor, y trató de hacerle oídos sordos hasta que dejó de revolverse. Luego la soltó, y la dejó caer con delicadeza al suelo. Se repondría, o eso esperaba.

La otra mujer estaba atontada, o lo parecía. Kathrina no tuvo estómago para golpearla, de modo que la dejó estar. Así podría ayudar a la otra cuando se despertase. No quería dejarlas en medio de aquel pasillo, pero no tenía opción. Atándose de nuevo la funda de su espada al cinto, Kathrina avanzó hacia la puerta por la que habían desaparecido la elfa - maldita sea, aquella elfa tenía algo estúpidamente familiar - y el mago.

Se quedó quieta.

"Mi señora, ¿Podemos proceder?"

La voz venía de dentro. Y una voz femenina que no había escuchado antes le contestaba.

Ethel.

Ethel estaba tras ésa puerta. Kathrina miró detrás de sí, y apretó los puños, sin saber muy bien qué era lo que debía hacer a continuación...

Kirill permaneció inmóvil dos pasos por detrás de Yshara, con la mano sobre la empuñadura de su espada. No se sentía intimidado por la escena y de hecho pronto, a pesar del olor y los quejidos agónicos, olvidó a lo soldados muertos o moribundos, pero tampoco podía dejar la guardia completamente bajada. El gesto de agradecimiento de Ethel venía a confirmar que todas aquellas mujeres a sus órdenes eran en aquel momento aliadas, y que no era necesario temer una mala sorpresa de su mano. Lo sabía, y a pesar de todo sentía la necesidad de permanecer erguido y con un aspecto de hosca seguridad, quizás por algún tipo de orgullo mal encubierto. Por mucho que todo su cuerpo le pidiera sólo relajarse y descansar.

Su única respuesta al gesto de Ethel consistió en volver a fruncir el ceño. No tenía nada claro aquello de "qué bueno que estén bien"... Tenía ganas de soltar algún tipo de "hemos venido a por tí. Es tu seguridad la que se ponía en duda, y te encontramos aquí divirtiéndote" reprobador, como los comentarios de Yshara, pero en el fondo se sentía bastante aliviado por que también la hechicera se encontrara de una pieza... y le divertía que aun a pesar de las circunstancias Ethel se dedicara a hacérselo pagar así a sus atacantes. Si otros soldados encontraban aquella sala sin duda grabarían a fuego la imagen en sus mentes, y la fama de la hechicera sólo podría acrecentarse. Era una forma de volver las cosas a su favor.
Hasta entonces a Kirill le caía bien Ethel. En aquel momento la mujer se ganó su respeto.

- Si queda algo por hacer, hagámoslo ya- instó, mostrando así su intención de seguir ayudando en lo que fuera necesario -. Con una vez al día de estar a punto de quedar atrapado entre los escombros de una casa en llamas me basta. Las Flores se quedaron fuera; vigilando, o como Canción no avanza si no tiras de ella supongo que se quedó atrás alguna con ella.

Hizo una pequeña pausa.

- Puedo ir a por ellas si las necesitas.

La mirada pesada de Ethel se volvió a posar sobre Yshara cuando mencionó lo que ya sabía. No era tan penetrante como al principio y su sonrisa se volvió condesendiente: claro que sabía que la casa ardía.

Esos perros infelices no podían tomarla sin abrir fuego. No podá ser de otra forma, tenía que ser acorde a la naturaleza humana de querer destruirlo todo en el proceso de sus acciones. Lo del ejercito también lo sabía, de la misma que sabía que las probabilidades de encontrarlo y hacerse a él era algo remotas, y de la misma que sabía que una vez hiciera lo que tenía en mente para proteger a las Flores que aun sobrevivian realmente sería casi un edjercito contra ella... iba a pluralisar la frase cuando Yshara terminó de enumerar las cosas.

- Zergould... - repitió sorprendida y se tensionó. La sonrisa se borró por completo y la expresión de ira volvió a sus ojos azules, haciendo refulgir mientras los entrecerraba nuevamente mirando a la nada antes de ponerlo de nuevo sobre la elfa, confirmado lo que acababa de decirle.

Le quitó la mano del hombro, lentamente, en lo que giraba la cabeza y parte del cuarpo hacia Sonya, que aun se mantenía en el suelo, recuperandose de sus heridas. La miró con la misma sorpresa con la que miraban las demas a Yshara.

- Zergould - asintió despacio cerrando el puño con fuerza, irguiendo la daga que tenía en el proceso. Apretó los labios con furia mirando nuevamente a la nada y el aire en la habitación se calentó otro par de grados. No se estaba conteniendo, solo estaba asimilandolo.

Y de pronto sonrió.

Divertida. Desepcionada.

- Esto es genial!! - gritó con cierta violencia, su sonrisa se hizo mas amplia - Niñato endeble. Era de suponerse - miró a Kirill y el ambiente se calentó otro grado más. Él también había termi abndo arrastrado a esa red de intrigas e interes politicos que a lo mejor nile interesaban; su cabeza no daba en ese momento para recordar las razones que había expuesto para unirse a su causa... ¿su causa? al pensarlo soltó la risa indignada... ¿cual causa? ahí no había ninguna causa, es que nisiquiera existía la causa del Mago que no sabía ni donde estaba parado como para sus hombre sse fueran contra sus "aliados". Aun guardaba algo de fé en el niño oscuro como para creerq ue si iba a intentar algo en contra de ellas, en favor de otro reino, tendría la prudencia de esperar a sacar parte del partido que podía del grupo que se había puesto a su "servicio".

Con razón tuvo que hacer lo que hhizo para tomar el Reino. Si no podía contralar ni a sus hombres, como iba a hacerle frente a alguien más que tuviera un poco de sentido comun?

Yshara la abrazó y Ethel no respondió ni reaccionó al abrazo de forma alguna, al menos inicialmente. Estaba tensa, respirando con inhalaciones muy cortas y exhalaciones profundas. Esa era la gota que rebosaba el vaso. No había nada que la atara a un lugar que no solo había vuelto la espalda a ella, sino que había puesto en riesgo a quienes tenían un lugar en su corazón.

Levantó losbrazos despacio y mientras una mano se posaba en la espalda de Yshara, la otra le acariciaba la cabeza con mucha ternura, pese a la expresión de odio que aun habia en sus ojos.

- Me tenías asustada - le susurró justo antes de soltarla, como mayor muestra de su preocupación.

- No se preocupen por mis niñas. Yo sacaré a las que aun estan en la casa, incluyendo a Canción. Me interesa más ese hombre. Salgan de aquí!!! - lo ultimo se lo gritó a las Flores presentes, que dudaron un momento más y finalmente saltaron por el portal abierto, menos la que tenía las cadenas que se ubicó frente al portal, dandole la espalda, con los brazos cruzados, atenta a lo que ocurría en la habitación.

- Maese Kirill, podría ayudarme mas bien con un poco de apoyo mágico? - preguntó ausente y aun sin esperar respuesta, con la daga que sostenía, se cortó ambas manos, inclinandose en el suelo, recitaba un salmo arcano y desde la sangre derramada de sus manos se empezó a formar un mandala, que absorvió toda la temperatura de la habitación de forma abrupta hasta sacar vaho al soltar el aire mientras cantaba por lo bajo, del cual se formó un segundo espejo, ubicado de forma horizontal, en el que brillaban puntos verdes, algunos superpuestos a otros

No eran muchos puntos y algunos desaparecían despues de haberse iluminado.

- Cada punto es una Flor - cada uno de los que se apagaba, era una Flor mas que había muerto - ya lo has hecho antes, vamos a abrir portales - su ego (para nada pequeño de por si) le decía que podría hacerlo ella sola, pero de hacerlo entonces no tendría la suficiente energía para darle caza al "Líder"

fdi: atención, suceptible a cambios

[F.D.I.: Bueno... siento muchísimo el retraso. Por estúpido que os parezca, no sabía que me tocaba a mí.]

Yshara no llegó a responder.

No iba a mandar a Kirill a por las Flores, así que supuso que aquello significaba dejar morir a Canción. Una lástima; Yshara se encariñaba a veces demasiado de sus... 'juguetes'. Pero no eran más que eso, muñecos. Canción ya no servía, y podía hacer otra.

Quizás no una tan buena, pero trabajaría con lo que tenía. En cualquier caso, su instante de vacilación sirvió para que Ethel expresase su voluntad.

Asintió con la cabeza. La bruja requirió a Kirill, y la elfa se cruzó de brazos, sin volverse hacia ella. Tenía en qué pensar. Su plan incluía llegar hasta donde se encontraban ahora, pero no más. Era el momento propicio de analizar las causas del ataque, y lo que podían hacer al respecto. De todas formas, como quiera que supuso que Kirill y Ethel tardarían un rato, la elfa se permitió dar una última oportunidad a sus pensamientos. Señaló a una Flor, chasqueando los dedos.

- Tú - dijo. - Ve ahí fuera y consigue que tus compañeras lleguen hasta aquí. Llevan a una elfa con ellas. Pálida, pelo blanco, ojos azules. Tráela.

Sin embargo, un ruido atrajo casi de inmediato su atención.

Respira.

Asume lo que vas a hacer. No dejes que te consuma la rabia.

El ruido que atrajo la atención de Yshara fue un golpe. Solo uno; seco, sordo, repentino. La puerta cedió sin oponer demasiada resistencia, y el silencio hizo que el ruido del batiente al chocar contra la pared fuera como un cañonazo.

No lo había querido así. Pero ya estaba hecho.

La figura que aparecía en el hueco de la entrada era la de una mujer. Alta, de cabellos rubios que se agitaban a merced de la corriente de aire recién aparecida entre una de las ventanas y la puerta, otro de los motivos de la violencia con la que se había abierto. No parecía una figura tan imponente, pero sus ojos, que escudriñaron con rapidez el cuarto, tenían algo que no acababa de poder disginguirse; una voluntad extrañamente fuerte.

Había más personas en la sala de las que había esperado. Con una mano, sostenía su espada, desnuda. Con la otra sujetaba el batiente de la puerta. Estaba cansada, y su atuendo tenía desgarros y manchones por doquier. Aun así, irradiaba una especie de dignidad extraña. Sus ojos se clavaron en los de la elfa pelirroja a la que había seguido, en primer lugar, y frunció el ceño, extrañada por lo que veía.

Pero no olvidó lo que la traía allí.

Había otra mujer, pero iba vestida como las demás, una esbirra quizás; y un hombre. Junto a él, había una mujer de cabellos negros y rizados. Alzó la espada en dirección a ella. Sus ojos estaban teñidos de... ¿Furia? ¿Dolor?

- Ethel - gruñó, las emociones mal contenidas enturbiándole la voz. - ¿Eres Ethel?

FDI. ¡Al fin! Perdon perdon perdon...

Observó quedamente a Yshara, esperando una indicación que no vino hasta que la petición de Ethel de apoyo mágico pareció zanjar el asunto. Kirill no iría a por Canción... sino que ayudaría como era más útil en aquel momento. Desvió la mirada hacia la sangre derramada de Ethel, el vaho, el espejo que fue creado en pocos segundos. Se dio cuenta, aunque sólo superficialmente, del poder de la sangre - no la de Ethel, sino en general... y en silencio asintió con la cabeza y comenzó a reunir energía mágica.

Por supuesto, fue inmediatamente interrumpido por el golpe seco de la puerta al abrirse.
Sobresaltado, Kirill abandonó el estado de calma que tan propicio habría sido para su concentración y alzó su espada al distinguir a una figura armada en el umbral. En un primer momento le pareció que esta le amenazaba a él, pero este error fue debido al sobresalto y lo súbito de su movimiento, y el mago no tardó en comprobar a quién apuntaba realmente la espada.
De hecho, la desconocida no tuvo reparos en anunciar el nombre de aquella a la que buscaba. Su pose, su rostro, su voz, indicaban sin lugar a dudas sus intenciones, eliminando la posibilidad de encontrarse ante un aliado; Kirill no dudó de su afiliación.
Sin pensarlo siquiera se lanzó contra ella con la espada en alto.

La cabeza de la Flor se movió como un resorte cuando Yshara le llamó la atención. Escuchó con disciplina marcial lo que le decía la elfa, en su rostro había una seriedad mortal y cuando la descripción llegó a su fin abrió un poco los ojos con sorpresa.

- Canción… - dijo con cierta preocupación. No miró a nadie más en la habitación, entendía lo que le decía la colega y sin dar espera empezó a caminar con rapidez hacia la puerta, deteniéndose y desenfundando su espada en el acto cuando esta se abrió. Era una mujer, eso le dio tiempo para su ataque; de haber sido un hombre le habría caído de inmediato, incluso sería una pequeña competencia interna para ver quien acababa primero con él. Pero no.

La mirada de todas la mujeres presentes en la habitación recayeron con intensidad sobre Kath, primero su figura, luego sus ojos, luego sus armas. La de cada quien en diferente orden.

Un siseo constante fue todo lo que se oyó después de la entrada espectacular de la caballero. Ethel la miraba con la misma atención, pero no dejaba de soltar su cantico ritual para terminar el hechizo que sacara a sus niñas del infierno.

- Qué es lo quieres de mi? – preguntó Teresa, la que usaba cadenas, adelantándose como si se “delatara”, a la reacción de Ethel. Había dejado caer de sus manos la parte de las cadenas que pasarían al ataque a la menor provocación, dado el nivel de tensión en el ambiente.

La bruja todo lo que hizo fue sonreír, con cierta demencia aun, sin dejar sus rezos, alejando una de las manos del arreglo para hacerle señas a las que se iba a por Canción. Entendía el esfuerzo de Teresa, pero comprendía aun mejor que no era muy tonto tratar de subestimar la astucia de la mujer que había llegado tan lejos; en efecto su sonrisa era de alabanza. Le dirigió una mirada a Yshara. Teresa e Yshara en la misma sala, con una amenaza por delante. Ni con diez de sus adoradas Amapolas se sentiría mas segura que en ese momento y aun asì no fueron ellas las primera en avanzar.

Seguía siseando, ahora con la mirada puesta en Kirill y en su reacción, siguiéndolo hasta que se encontró con la intrusa. El escaso tiempo que había estado concentrado había dado bastante energía mágica al hechizo, pero aun no era suficiente para terminarlo, así que no suspendió; pero tampoco se le ocurrió pensar que fuera él, precisamente, el primero en lanzarse al ataque. La situación se ponía interesante a los ojos de la bruja.
Y mientras, el espejo tomaba mas consistencia, y las luces en él se iban perfilando mejor, siendo mas claras que si quedaban y aquellas que se apagaba. Debía esperar a que Kirill terminara su movimiento, en el punto en que fuera antes de dejarse dominar por sus emociones y todo el odio que podría desatar contra esa mujer a falta de tener una presa mejor.