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Creer en el Infierno
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Re: Creer en el Infierno
Perdiendo de vista al Loto, los Geranios se apresuraron a ubicarse a lados puestos en los corredores del primer jardín. El pesado silencio que se había apoderado por un momento de la noche, las desconcertó incluso a ellas. La más experimentada había pasado ya por algo por el estilo, pero por la forma en que estaba ocurriendo todo esa noche hasta ella se sentía un poco fuera de lugar, sentía que nada estaba siendo normal dentro de lo anormal.
Mariela, que acaba de llegar a su posición en el techo, alzó la vista a un cielo sin estrellas, tapado por tupidos nubarrones grises que no dejaban ni ver la luna. Aun no caía agua, pero prometían una tormenta especial. Con la mano con el puño cerrado en el corazón, le elevó una plegaria a su señora y se apresuró a correr a los techos que daban al jardín trasero, resguardada por las gárgolas, las mismas que cubrían al resto de sus compañeras se habían apostado. Desde ahí vio moverse a las demás. Eran pocas, pero mientras estuvieran en sus posiciones sería complicado tomarse la casa. Puso la mano en la recarga de su ballesta y suspiró, estaba nerviosa, pero con algo de suerte, cuando se quedara sin carga, las demás habrían diezmado a los atacantes y hacerles frente cuerpo a cuerpo sería más fácil. Suspiró y apuntó al límite del jardín esperando su blanco.
- Que llueva nos conviene? – se hizo el silencio en la habitación, apenas roto por el vaiven de la tela del pantalón que enfundaba las piernas que se balanceaban descolgadas desde el escritorio de fina madera. Nadie le respondió, la mujer de cola alta solo miraba a la puerta con expresión sombría, con las manos apoyadas sobre la mesa a lado y lado de su cadera. Solo la apartó para mirar sobre su hombro a otra mujer, esta de cabello rizado que en la oscuridad no se distinguía su color; estaba a su espalda, sentada en la silla del escritorio, recostada con superioridad y las manos entrelazadas en su regazo. Miró al frente, sosteniendo la puerta con su mirada. Un suspiro y de nuevo silencio.
Corriendo mientras se colocaba el cinto de sus armas, pasó por los corredores exteriores del segundo piso otra muchacha. Sus pies resbalaron sobre el piso encerado y le susurró al oído la ausencia de varias de las vigías externas, a uno de los Geranios. Asintió frunciendo el ceño y la envió con las encargadas, con los Lotos presentes y le hizo señas a su compañera y a aquellas que la tuvieran en rango de visión desde el primer piso; a su vez el otro Geranio hizo lo propio con las que la veían a ella.
Entonces, el silencio se rompió. Mariela cerró los ojos y enfocó con más tensión, cada una en las defensas se alistó. En la habitación oscura, hubo una respiración profunda. Hora de la matanza.
El estrépito era demasiado obvio para lo que había ocurrido antes. Si eran tan torpes para entrar así en una casa, las perdidas anteriores habían sido demasiado extrañas. Se miraron entre ellas desde donde estaban y sonrieron. Por quién las tomaban? En realidad creían que se comerían semejante cosa.
Así como la puerta cedió ante el soldado, no hubo resistencia alguna para que entraran en la casa. Los pasos, la marcha amenazante crearon ecos que se extendieron por toda la casa rápidamente delatando su presencia, su posible indumentaria y hasta su número.
A un movimiento de manos de uno de los Geraniosla humedad de la noche se condesó alrededor de los primeros que entraban y se desplegaban tanto por los corredores como por parte del jardín después de pasar por el cuello de botella que era la pierta, el piso quedó húmedo rápidamente, era un efecto del que era fácil percatarse y antes que el primero señalara en dirección a ellas, el otro Geranio juntó sus manos separándolas lentamente, con una serie de rayos en medio de estas, la lanzó contra uno al azar, pero antes de impactarlo, desencadenó una descarga eléctrica en todos los que estaban húmedos. Agua, metal y electricidad.
Para dos Geranios era obvia la estratagema, pero para Flores más jóvenes no lo era y fue así que Mariela se quedó sola vigilando desde el techo su parte de casa, las demás, habían caído redonditas y corrieron a la parte delantera en donde no eran urgentemente necesarias y pasó saliva al darse cuenta que no habían sido las únicas.
De las que estaban en primer y segundo piso, ninguna pudo detener a quienes corrieron a ayudar en la entrada, así que siendo ya pocas, ahora quedaron menos, muchas menos en la parte posterior, lo que las obligó a posicionarse de otra forma, sin que esto implicara estar protegidas. Todo lo que creía Mariela se venía a pique, era muy poco lo que podría cubrir ella sola, y las pocas que quedaron ahora cubiertas entre las columnas deseando que las que estaban al frente tuvieran razón.
Ahora casi toda la defensa estaba en la parte anterior de la casa, esperando a que los que pasaran el hechizo combinado de los Geranios estuvieran lo suficientemente adentro como para atacarlos, sin salir, mientras las otras tres, seguían acechando a los exploradores.
Mariela, que acaba de llegar a su posición en el techo, alzó la vista a un cielo sin estrellas, tapado por tupidos nubarrones grises que no dejaban ni ver la luna. Aun no caía agua, pero prometían una tormenta especial. Con la mano con el puño cerrado en el corazón, le elevó una plegaria a su señora y se apresuró a correr a los techos que daban al jardín trasero, resguardada por las gárgolas, las mismas que cubrían al resto de sus compañeras se habían apostado. Desde ahí vio moverse a las demás. Eran pocas, pero mientras estuvieran en sus posiciones sería complicado tomarse la casa. Puso la mano en la recarga de su ballesta y suspiró, estaba nerviosa, pero con algo de suerte, cuando se quedara sin carga, las demás habrían diezmado a los atacantes y hacerles frente cuerpo a cuerpo sería más fácil. Suspiró y apuntó al límite del jardín esperando su blanco.
- Que llueva nos conviene? – se hizo el silencio en la habitación, apenas roto por el vaiven de la tela del pantalón que enfundaba las piernas que se balanceaban descolgadas desde el escritorio de fina madera. Nadie le respondió, la mujer de cola alta solo miraba a la puerta con expresión sombría, con las manos apoyadas sobre la mesa a lado y lado de su cadera. Solo la apartó para mirar sobre su hombro a otra mujer, esta de cabello rizado que en la oscuridad no se distinguía su color; estaba a su espalda, sentada en la silla del escritorio, recostada con superioridad y las manos entrelazadas en su regazo. Miró al frente, sosteniendo la puerta con su mirada. Un suspiro y de nuevo silencio.
Corriendo mientras se colocaba el cinto de sus armas, pasó por los corredores exteriores del segundo piso otra muchacha. Sus pies resbalaron sobre el piso encerado y le susurró al oído la ausencia de varias de las vigías externas, a uno de los Geranios. Asintió frunciendo el ceño y la envió con las encargadas, con los Lotos presentes y le hizo señas a su compañera y a aquellas que la tuvieran en rango de visión desde el primer piso; a su vez el otro Geranio hizo lo propio con las que la veían a ella.
Entonces, el silencio se rompió. Mariela cerró los ojos y enfocó con más tensión, cada una en las defensas se alistó. En la habitación oscura, hubo una respiración profunda. Hora de la matanza.
El estrépito era demasiado obvio para lo que había ocurrido antes. Si eran tan torpes para entrar así en una casa, las perdidas anteriores habían sido demasiado extrañas. Se miraron entre ellas desde donde estaban y sonrieron. Por quién las tomaban? En realidad creían que se comerían semejante cosa.
Así como la puerta cedió ante el soldado, no hubo resistencia alguna para que entraran en la casa. Los pasos, la marcha amenazante crearon ecos que se extendieron por toda la casa rápidamente delatando su presencia, su posible indumentaria y hasta su número.
A un movimiento de manos de uno de los Geraniosla humedad de la noche se condesó alrededor de los primeros que entraban y se desplegaban tanto por los corredores como por parte del jardín después de pasar por el cuello de botella que era la pierta, el piso quedó húmedo rápidamente, era un efecto del que era fácil percatarse y antes que el primero señalara en dirección a ellas, el otro Geranio juntó sus manos separándolas lentamente, con una serie de rayos en medio de estas, la lanzó contra uno al azar, pero antes de impactarlo, desencadenó una descarga eléctrica en todos los que estaban húmedos. Agua, metal y electricidad.
Para dos Geranios era obvia la estratagema, pero para Flores más jóvenes no lo era y fue así que Mariela se quedó sola vigilando desde el techo su parte de casa, las demás, habían caído redonditas y corrieron a la parte delantera en donde no eran urgentemente necesarias y pasó saliva al darse cuenta que no habían sido las únicas.
De las que estaban en primer y segundo piso, ninguna pudo detener a quienes corrieron a ayudar en la entrada, así que siendo ya pocas, ahora quedaron menos, muchas menos en la parte posterior, lo que las obligó a posicionarse de otra forma, sin que esto implicara estar protegidas. Todo lo que creía Mariela se venía a pique, era muy poco lo que podría cubrir ella sola, y las pocas que quedaron ahora cubiertas entre las columnas deseando que las que estaban al frente tuvieran razón.
Ahora casi toda la defensa estaba en la parte anterior de la casa, esperando a que los que pasaran el hechizo combinado de los Geranios estuvieran lo suficientemente adentro como para atacarlos, sin salir, mientras las otras tres, seguían acechando a los exploradores.
Ethel- Cantidad de envíos : 308
Re: Creer en el Infierno
Y así comenzaba la partida.
Empezaba por aquellos hombres, que rompían la tranquilidad de la casa con su entrada. Una vez hubieron rebasado el umbral, no tardaron mucho tiempo en adelantar al hombre del gran escudo rectangular, y se dividieron rápidamente en dos grupos de unas ocho personas que buscaron enfilar con rapidez las salidas más obvias de aquella primera cámara, siempre contando con la superioridad numérica para salir al paso de cualquier enfrentamiento que pudiera sobrevenirles.
Ah, pero no parecían haber contado con ése.
La relampagueante magia cayó sobre ellos por sorpresa, y el metal y la humedad los hicieron extenderse como una nube de polvo sobre los asaltantes. Hubo un brutal alarido de dolor que desgarró la oscuridad, y la formación se rompió con brusquedad. El olor a carne quemada comenzó a hacerse patente en la sala, y muchos hombres cayeron al suelo por el impacto inicial, pero pocos llegaron a levantarse. Cuando lo hicieron, unos ocho o nueve cuerpos humeantes quedaron tendidos en el suelo, sacudidos por los espasmos que le seguían a la violenta muerte.
El hombre del escudo rectangular alzó la vista hacia la oscuridad, sin mirar a nada en concreto. Seguía en la misma posición en la que se había puesto nada más entrar, y era el único de los hombres que llevaba un uniforme ligeramente distinto. Asintió con la cabeza, y musitó una serie de palabras en voz baja, como si hablase con alguien a quien sólamente él podía ver. Después, volvió a asentir. A su alrededor, los hombres que se recomponían enarbolaban sus escudos para cambiar de maniobra, y dirigirse ahora hacia las agresoras.
Afuera, en la oscuridad, los exploradores mantenían sus posiciones en las sombras. Silenciosos, quietos, estatuas que se confundían con la negrura de una noche que las nubes comenzaban a convertir en siniestra. Hubo dos de ellos que no tuvieron la paciencia o la templanza de permanecer quietos y callados en su puesto, y la muerte cayó sobre ellos con silenciosa brusquedad en forma de flecha.
Aquel espectáculo era contemplado por unos ojos aviesos desde justo la parte exterior de la empalizada. Aquel hombre no era un explorador, ni un soldado. Era muy alto, y estaba completamente embozado en una túnica de tela muy gruesa, rematada con una capucha que apenas dejaba entrever unos ojos pequeños, hundidos y marrones en un rostro macilento. El hombre alzó la cabeza, poniendo los ojos en blanco.
- Mi señor - susurró. - Los gritos llenan la noche.
Y al igual que había hecho el hombre del escudo, habló con alguien a quien parecía tener al lado. Escuchó. Escuchó durante unos segundos, y después se volvió hacia las sombras, haciendo un gesto con la cabeza.
- Entrad - dijo.
Y las sombras volvieron a moverse.
Atravesaron la empalizada en silencio y sin ser vistas, alzando los escudos teñidos de negro para protegerse de las flechas que habían hecho caer a los exploradores inquietos. Llegaron con rapidez hasta las puertas, aún abiertas, y entraron en la cámara sin más dilación, llegando hasta el hombre del escudo rectangular y rodeándole con rapidez. No eran como los otros soldados. Vestían un uniforme que se parecía más al del hombre del escudo, el cual, una vez hubieron rodeado, comenzó a retroceder con premura y salió del edificio por el mismo lugar por el que había entrado, sin dejar de murmurar para sí mismo.
- Mi señor - susurraba. - Las defensas corren en busca de sangre.
Y el silencio de la noche volvió a romperse.
La mansión de Ethel era grande. Vista desde el cielo, se extendía como un gran rectángulo desde la entrada principal al oeste, que ahora se llenaba del olor a sangre fresca y carne quemada, hacia el este, donde desembocaba en un pequeño bosquecillo que daba directamente al jardín de la parte trasera. Era una casa bastante bonita, discreta, bien cuidada. La longitud de su planta hacía que uno pudiese tardar un rato en atravesarla de lado a lado.
Transcurrieron unos minutos de batalla. Y mientras los gritos, los ecos y los susurros se sucedían en la parte principal, en el bosquecillo de atrás nacía una luz discreta y medio camuflada entre los árboles cuyas ramas el viento mecía con aspereza. Un fuego, leve, apenas perceptible. Un fuego que se produjo en un segundo, y se dividió rápidamente en doce partes iguales que se movieron con rapidez entre la vegetación.
Doce arcos asomaron el brazo por entre los árboles, y cargaron flechas envueltas en llamas que apuntaron hacia la parte trasera de la casa. Hubo doce disparos. Doce flechas llameantes buscaron las paredes de la mansión, las ventanas, las nobles maderas de los muebles al otro lado de las paredes. Doce pequeños incendios prendieron en la casa con rapidez, en un amplio abanico a ambos lados de la puerta trasera, a la que no tocaron. Después, un segundo de silencio. Susurros en el bosque, cubiertos por el sonido de la brisa nocturna espoleada por las negras nubes que comenzaban a cubrir el cielo nocturno.
Doce espadas resonaron al salir de sus vainas, y luego otras doce, después de que doce arcos cayeran al suelo, abandonados. Y veinticuatro hombres cargaron en la oscuridad hacia la puerta trasera de la mansión.
Empezaba por aquellos hombres, que rompían la tranquilidad de la casa con su entrada. Una vez hubieron rebasado el umbral, no tardaron mucho tiempo en adelantar al hombre del gran escudo rectangular, y se dividieron rápidamente en dos grupos de unas ocho personas que buscaron enfilar con rapidez las salidas más obvias de aquella primera cámara, siempre contando con la superioridad numérica para salir al paso de cualquier enfrentamiento que pudiera sobrevenirles.
Ah, pero no parecían haber contado con ése.
La relampagueante magia cayó sobre ellos por sorpresa, y el metal y la humedad los hicieron extenderse como una nube de polvo sobre los asaltantes. Hubo un brutal alarido de dolor que desgarró la oscuridad, y la formación se rompió con brusquedad. El olor a carne quemada comenzó a hacerse patente en la sala, y muchos hombres cayeron al suelo por el impacto inicial, pero pocos llegaron a levantarse. Cuando lo hicieron, unos ocho o nueve cuerpos humeantes quedaron tendidos en el suelo, sacudidos por los espasmos que le seguían a la violenta muerte.
El hombre del escudo rectangular alzó la vista hacia la oscuridad, sin mirar a nada en concreto. Seguía en la misma posición en la que se había puesto nada más entrar, y era el único de los hombres que llevaba un uniforme ligeramente distinto. Asintió con la cabeza, y musitó una serie de palabras en voz baja, como si hablase con alguien a quien sólamente él podía ver. Después, volvió a asentir. A su alrededor, los hombres que se recomponían enarbolaban sus escudos para cambiar de maniobra, y dirigirse ahora hacia las agresoras.
Afuera, en la oscuridad, los exploradores mantenían sus posiciones en las sombras. Silenciosos, quietos, estatuas que se confundían con la negrura de una noche que las nubes comenzaban a convertir en siniestra. Hubo dos de ellos que no tuvieron la paciencia o la templanza de permanecer quietos y callados en su puesto, y la muerte cayó sobre ellos con silenciosa brusquedad en forma de flecha.
Aquel espectáculo era contemplado por unos ojos aviesos desde justo la parte exterior de la empalizada. Aquel hombre no era un explorador, ni un soldado. Era muy alto, y estaba completamente embozado en una túnica de tela muy gruesa, rematada con una capucha que apenas dejaba entrever unos ojos pequeños, hundidos y marrones en un rostro macilento. El hombre alzó la cabeza, poniendo los ojos en blanco.
- Mi señor - susurró. - Los gritos llenan la noche.
Y al igual que había hecho el hombre del escudo, habló con alguien a quien parecía tener al lado. Escuchó. Escuchó durante unos segundos, y después se volvió hacia las sombras, haciendo un gesto con la cabeza.
- Entrad - dijo.
Y las sombras volvieron a moverse.
Atravesaron la empalizada en silencio y sin ser vistas, alzando los escudos teñidos de negro para protegerse de las flechas que habían hecho caer a los exploradores inquietos. Llegaron con rapidez hasta las puertas, aún abiertas, y entraron en la cámara sin más dilación, llegando hasta el hombre del escudo rectangular y rodeándole con rapidez. No eran como los otros soldados. Vestían un uniforme que se parecía más al del hombre del escudo, el cual, una vez hubieron rodeado, comenzó a retroceder con premura y salió del edificio por el mismo lugar por el que había entrado, sin dejar de murmurar para sí mismo.
- Mi señor - susurraba. - Las defensas corren en busca de sangre.
Y el silencio de la noche volvió a romperse.
La mansión de Ethel era grande. Vista desde el cielo, se extendía como un gran rectángulo desde la entrada principal al oeste, que ahora se llenaba del olor a sangre fresca y carne quemada, hacia el este, donde desembocaba en un pequeño bosquecillo que daba directamente al jardín de la parte trasera. Era una casa bastante bonita, discreta, bien cuidada. La longitud de su planta hacía que uno pudiese tardar un rato en atravesarla de lado a lado.
Transcurrieron unos minutos de batalla. Y mientras los gritos, los ecos y los susurros se sucedían en la parte principal, en el bosquecillo de atrás nacía una luz discreta y medio camuflada entre los árboles cuyas ramas el viento mecía con aspereza. Un fuego, leve, apenas perceptible. Un fuego que se produjo en un segundo, y se dividió rápidamente en doce partes iguales que se movieron con rapidez entre la vegetación.
Doce arcos asomaron el brazo por entre los árboles, y cargaron flechas envueltas en llamas que apuntaron hacia la parte trasera de la casa. Hubo doce disparos. Doce flechas llameantes buscaron las paredes de la mansión, las ventanas, las nobles maderas de los muebles al otro lado de las paredes. Doce pequeños incendios prendieron en la casa con rapidez, en un amplio abanico a ambos lados de la puerta trasera, a la que no tocaron. Después, un segundo de silencio. Susurros en el bosque, cubiertos por el sonido de la brisa nocturna espoleada por las negras nubes que comenzaban a cubrir el cielo nocturno.
Doce espadas resonaron al salir de sus vainas, y luego otras doce, después de que doce arcos cayeran al suelo, abandonados. Y veinticuatro hombres cargaron en la oscuridad hacia la puerta trasera de la mansión.
Narrador- Cantidad de envíos : 157
Re: Creer en el Infierno
El grito de los hombres despertó al único grupo de personas que aun no era consciente que en la casa ocurría algo. La más proactiva de ellas fue la primera en ponerse de pie, extrañada. Visitas, tenían visitas y nadie les había avisado. Pero estas vistas eran raras, porque las visitas no anunciadas de la dama de la casa no hacían tanto ruido. Las hizo levantar a todas, tres en total, y corrió por los pasillos en tinieblas para levantar a un par de muchachos.
El ataque mágico había dado el resultado esperado, el grupo había mermado de alguna forma, ahora era labor de las que estaban abajo el terminar el trabajo. Desde las sombras habían dejado sus posiciones para matar a los que se estaban poniendo de pie antes que terminaran de recuperarse del impacto. Mataban de forma rápida y prácticamente con el mismo impulso retrocedían a algún lugar en donde estuvieran a salvo, no por cobardía, sino por estrategia. No podían atacarlos a todos al mismo tiempo por ser superadas en número, así que avanzar atacar y volver a retroceder era lo mejor que podían hacer, usar el poco tiempo que tenían a su favor para hacer el mayor daño y reagruparse en otro lugar, en particular ahora que el grupo inicial era relevado por otro mucho más fresco.
La menor de los Geranios, se guiaba mucho por las estadísticas, así que se apresuró a sacar un calculo de la efectividad del primer ataque de ellas. No había sido muy bueno, solo nueve. Podrían intentar algo como estacarlos con hielo y cristal, pero la expresión de ira de la mayor la distrajo. Las personas que se encontraban en la parte trasera ahora estaban con ellas, en la primera planta, aguardaban a que se acercaran a ellas y cada una por su cuenta mostró porque habían sido aceptadas en la orden. Pero si ellas había descuidado su porción de terreno, eran mucho más necesarias en otro lugar. El Geranio mayor se perdió entre los pasillos del segundo piso, la más joven, desenfundo un palo de metal, que hizo crecer hasta volverlo una lanza y se paró sobre el barandal del corredor, sosteniéndose de la columna, les daría apoyo mágico desde ahí.
Las que asechaban a los exploradores ya habían elegido una nueva victima ahora que por fin recibían algo de apoyo de las que podían atacar a rango. Podían haberse hecho cargo cada una de uno, pero en su lugar las tres fueron a por la misma persona, ese alguien que no se notara mucho su ausencia por lo menos por un momento, era más difícil por ser alguien elegido y no al azar. En silencio y casi sin dolor le dieron fin y mientras una de ellas vigilaba, las otras dos lo despojaban de sus ropas.
La que vigilaba no entendía del todo la utilidad de infiltrarse entre ellos tan solo usando su indumentaria, seguramente deberían conocerse entre ellos, tanto como se conocían entre ellas, pero si en algún momento eso servía lo iban a intentar.
Lo curioso es que la de la idea no era la única que lo había pensado. Las que montaban guardia en el bosquecillo y habían sobre vivido también lo tenían en mente, pero estaban esperando contar con el refuerzo a rango que le darían las que estaban armadas con ballestas para poder proceder. Intentar algo antes que ellos se movieron era dar de baja a unos pocos y morir ellas sin haber aportado gran cosa, así que esperaban.
- Bien, hagamos mi trabajo – la mujer saltó del escritorio y la mujer de rizos se levantó tras ella – a donde crees que vas? No les vamos a facilitar las cosas, cierto? – la gracia con la que decía las cosas rayaba en lo absurdo para la situación. – nadie entra en esta habitación, estamos? Nadie que se acerque a ese escritorio debe sobrevivir, es claro? – repetía lo que ya todas sabían, pero ninguna entendía el por qué se acercaba a la puerta.
Siendo tan pocas para un defensa mucho mas elaborada, el plan consistió en atacarlos estando en grupo, para brindarse apoyo entre ellas, matar tan rápido como se podía o al menos dejarlos incapacitados, tratar de optimizar sus fuerzas, un ataque un muerto o un ataque un mutilado. Las ballesteras eran de mucha ayuda en distraerlos, las demás, casi todas armadas con armas de filo, hacían el resto del trabajo. Ya que estaban en frente y no donde debían entonces que ayudaran a evacuar el primer jardín. El estar en grupo ayudó en cierta medida a pailar el efecto de la desventaja numérica, aunque por supuesto hubo bajas.
Al abrir la puerta para salir no solo encontró el aroma de toda la sangre derramada, los sonidos opacados de una batalla que se libraba con tanto sigilo como podía hacerse, como si de alguna forma todos estuvieran de acuerdo mas en no importunar a los vecinos que en defender atacar y no caer o perder, sí se notaba una lucha, si se escuchaban gritos, pero no a la escala de la magnitud de lo que estaba aconteciendo; también se topó de frente con el Loto que daba vueltas por la casa azuzando Flores. Los ceños fruncidos de ambas se encontraron. La que salía rápidamente cerró la puerta tras de sí creando una barrera con su cuerpo para que la otra no ingresara.
- Ethel manda a decir que nos hagamos cargo nosotras – como toda respuesta recibió una expresión de extrañeza y un silencio que no pudo ser muy largo por lo tenso del momento
- De acuerdo – dijo sin estar conforme, pero es que se necesita de una razón de muchísimo peso para tratar de dudar de la palabra de una Amapola. Tomó su camino y la Amapola se relajó, no sin antes mirar a una esquina, parecía tener la vista perdida, pero realidad miraba a un punto en particular. Empezó a caminar sin prisa, buscando una escalera por la cual llegar al primer piso.
Por su lado, el Loto sabía exactamente qué era lo que quería hacer.
Como una docena de estrellas amarillas, los puntos de fuego en el bosque se reflejaron en los ojos siempre atentos de Mariela. Si apuntaba solo una centímetro más arriba del punto de luz estaba totalmente segura de darle si no en la garganta en la cara a quien lo sostenía. Pero no tuvo oportunidad. Pronto los punto dejaron la tierra y se hicieron cada vez más grandes, tanto como los ojos de la flor que las abría de par en par al darse cuenta lo que sucedía.
- Rayos!! – giró sobre si misma agazapándose contra la gárgola para cubrirse del ataque por más que sabía que no iba contra ella, no, no iría tan alto.
Cuando el grupo de mucamas, esas que se despertaron por el grito de los hombres, salió al corredor del jardín externo, lideradas por la que había ido a despertar a los pajes, se encontraron con algo atroz: alguien había sido muy descuidado y había dejado que alguna tea de los pisos superiores prendiera partes de la casa. Se giró hacia ellas y les dio ordenes. Todas, cuya mayor habilidad radicaba en servir el té sin que el pulso temblara a un sin dormir por días, o que una cama quedara tendida tan templada que una moneda podía rebotar en ella, corrieron a su nueva asignación, tratar de sofocar el fuego: si se extendía mucho, tendrían mucho que limpiar al día siguiente.
Las muchachas corrieron con muchas más velocidad que cualquiera de las Flores y las dos que se quedaron con ella trataron de cortar camino cruzando por el jardín, las subordinadas corrieron sin prestar atención a nada, pero la líder fijó su vista en quienes se acercaban y moviendo la mano para que dieran prisa señaló en dirección al incendio y corrió a todo lo que dieron sus pies sin fijarse mucho.
Mariela contó hasta diez con los ojos cerrados y la ballesta apretada contra su pecho, una mala costumbre que nunca había perdido, pero en realidad estaba alerta al ambiente, tratando de escuchar si de nuevo el aire se cortaba cortesía de flechas, aprovechó para hacerle señas a sus compañeras, pero no le hicieron el mas mínimo caso. Dependía de ella. Sosteniendo la ballesta con ambas manos volvió a asomar la punta del arma entre las garras de la gárgola. Pasó saliva. Alguien más de ese lado de la casa, pero en otro piso, también lo hizo, pasar saliva, las demás, las otras pocas que quedaron, solo sonrieron
El número nunca había sido un problema para ellas, el problema radicaba en que parecían muy bien preparados. Si tenía que poner en evidencia su posición este era el momento, para eso tenía un arma de repetición. Mariela apunto contra cada uno de ellos, uno a la vez, moviendo su dedo para hacer un tiro cada vez, rápido, tan solo moviendo un centímetro o dos la mira para darle al siguiente, si el arma hubiese sido tan rápida para soltar las flechas como ella en apuntar y apretar el gatillo, casi parecerían disparos hechos por varias personas y de hecho estaba cambiando de posición en el techo cuando llegó a la mitad y luego otro cambio de posición antes de empezar de nuevo. Su hermana mayor siempre dijo que tenía buena puntería, esa era una noche para demostrarlo, en especial si hubieran sido tantas flechas como blancos apuntados.
Las pocas que quedaron en la parte posterior de la casa, dejaron por turnos las columnas tras la cuales se resguardaban para enfrentar cuerpo a cuerpo a los invasores, etas no tuvieron la precaución de organizarse en grupo, lo hacían de forma individual a pesar de estar en desventaja, en lo que las del bosquesillo iban a por cualquier herido o mal herido que haya podido dejar las saetas de Mariela, con mucha mas cautela que las que estaban en la parte interna del jardín.
El ataque mágico había dado el resultado esperado, el grupo había mermado de alguna forma, ahora era labor de las que estaban abajo el terminar el trabajo. Desde las sombras habían dejado sus posiciones para matar a los que se estaban poniendo de pie antes que terminaran de recuperarse del impacto. Mataban de forma rápida y prácticamente con el mismo impulso retrocedían a algún lugar en donde estuvieran a salvo, no por cobardía, sino por estrategia. No podían atacarlos a todos al mismo tiempo por ser superadas en número, así que avanzar atacar y volver a retroceder era lo mejor que podían hacer, usar el poco tiempo que tenían a su favor para hacer el mayor daño y reagruparse en otro lugar, en particular ahora que el grupo inicial era relevado por otro mucho más fresco.
La menor de los Geranios, se guiaba mucho por las estadísticas, así que se apresuró a sacar un calculo de la efectividad del primer ataque de ellas. No había sido muy bueno, solo nueve. Podrían intentar algo como estacarlos con hielo y cristal, pero la expresión de ira de la mayor la distrajo. Las personas que se encontraban en la parte trasera ahora estaban con ellas, en la primera planta, aguardaban a que se acercaran a ellas y cada una por su cuenta mostró porque habían sido aceptadas en la orden. Pero si ellas había descuidado su porción de terreno, eran mucho más necesarias en otro lugar. El Geranio mayor se perdió entre los pasillos del segundo piso, la más joven, desenfundo un palo de metal, que hizo crecer hasta volverlo una lanza y se paró sobre el barandal del corredor, sosteniéndose de la columna, les daría apoyo mágico desde ahí.
Las que asechaban a los exploradores ya habían elegido una nueva victima ahora que por fin recibían algo de apoyo de las que podían atacar a rango. Podían haberse hecho cargo cada una de uno, pero en su lugar las tres fueron a por la misma persona, ese alguien que no se notara mucho su ausencia por lo menos por un momento, era más difícil por ser alguien elegido y no al azar. En silencio y casi sin dolor le dieron fin y mientras una de ellas vigilaba, las otras dos lo despojaban de sus ropas.
La que vigilaba no entendía del todo la utilidad de infiltrarse entre ellos tan solo usando su indumentaria, seguramente deberían conocerse entre ellos, tanto como se conocían entre ellas, pero si en algún momento eso servía lo iban a intentar.
Lo curioso es que la de la idea no era la única que lo había pensado. Las que montaban guardia en el bosquecillo y habían sobre vivido también lo tenían en mente, pero estaban esperando contar con el refuerzo a rango que le darían las que estaban armadas con ballestas para poder proceder. Intentar algo antes que ellos se movieron era dar de baja a unos pocos y morir ellas sin haber aportado gran cosa, así que esperaban.
- Bien, hagamos mi trabajo – la mujer saltó del escritorio y la mujer de rizos se levantó tras ella – a donde crees que vas? No les vamos a facilitar las cosas, cierto? – la gracia con la que decía las cosas rayaba en lo absurdo para la situación. – nadie entra en esta habitación, estamos? Nadie que se acerque a ese escritorio debe sobrevivir, es claro? – repetía lo que ya todas sabían, pero ninguna entendía el por qué se acercaba a la puerta.
Siendo tan pocas para un defensa mucho mas elaborada, el plan consistió en atacarlos estando en grupo, para brindarse apoyo entre ellas, matar tan rápido como se podía o al menos dejarlos incapacitados, tratar de optimizar sus fuerzas, un ataque un muerto o un ataque un mutilado. Las ballesteras eran de mucha ayuda en distraerlos, las demás, casi todas armadas con armas de filo, hacían el resto del trabajo. Ya que estaban en frente y no donde debían entonces que ayudaran a evacuar el primer jardín. El estar en grupo ayudó en cierta medida a pailar el efecto de la desventaja numérica, aunque por supuesto hubo bajas.
Al abrir la puerta para salir no solo encontró el aroma de toda la sangre derramada, los sonidos opacados de una batalla que se libraba con tanto sigilo como podía hacerse, como si de alguna forma todos estuvieran de acuerdo mas en no importunar a los vecinos que en defender atacar y no caer o perder, sí se notaba una lucha, si se escuchaban gritos, pero no a la escala de la magnitud de lo que estaba aconteciendo; también se topó de frente con el Loto que daba vueltas por la casa azuzando Flores. Los ceños fruncidos de ambas se encontraron. La que salía rápidamente cerró la puerta tras de sí creando una barrera con su cuerpo para que la otra no ingresara.
- Ethel manda a decir que nos hagamos cargo nosotras – como toda respuesta recibió una expresión de extrañeza y un silencio que no pudo ser muy largo por lo tenso del momento
- De acuerdo – dijo sin estar conforme, pero es que se necesita de una razón de muchísimo peso para tratar de dudar de la palabra de una Amapola. Tomó su camino y la Amapola se relajó, no sin antes mirar a una esquina, parecía tener la vista perdida, pero realidad miraba a un punto en particular. Empezó a caminar sin prisa, buscando una escalera por la cual llegar al primer piso.
Por su lado, el Loto sabía exactamente qué era lo que quería hacer.
Como una docena de estrellas amarillas, los puntos de fuego en el bosque se reflejaron en los ojos siempre atentos de Mariela. Si apuntaba solo una centímetro más arriba del punto de luz estaba totalmente segura de darle si no en la garganta en la cara a quien lo sostenía. Pero no tuvo oportunidad. Pronto los punto dejaron la tierra y se hicieron cada vez más grandes, tanto como los ojos de la flor que las abría de par en par al darse cuenta lo que sucedía.
- Rayos!! – giró sobre si misma agazapándose contra la gárgola para cubrirse del ataque por más que sabía que no iba contra ella, no, no iría tan alto.
Cuando el grupo de mucamas, esas que se despertaron por el grito de los hombres, salió al corredor del jardín externo, lideradas por la que había ido a despertar a los pajes, se encontraron con algo atroz: alguien había sido muy descuidado y había dejado que alguna tea de los pisos superiores prendiera partes de la casa. Se giró hacia ellas y les dio ordenes. Todas, cuya mayor habilidad radicaba en servir el té sin que el pulso temblara a un sin dormir por días, o que una cama quedara tendida tan templada que una moneda podía rebotar en ella, corrieron a su nueva asignación, tratar de sofocar el fuego: si se extendía mucho, tendrían mucho que limpiar al día siguiente.
Las muchachas corrieron con muchas más velocidad que cualquiera de las Flores y las dos que se quedaron con ella trataron de cortar camino cruzando por el jardín, las subordinadas corrieron sin prestar atención a nada, pero la líder fijó su vista en quienes se acercaban y moviendo la mano para que dieran prisa señaló en dirección al incendio y corrió a todo lo que dieron sus pies sin fijarse mucho.
Mariela contó hasta diez con los ojos cerrados y la ballesta apretada contra su pecho, una mala costumbre que nunca había perdido, pero en realidad estaba alerta al ambiente, tratando de escuchar si de nuevo el aire se cortaba cortesía de flechas, aprovechó para hacerle señas a sus compañeras, pero no le hicieron el mas mínimo caso. Dependía de ella. Sosteniendo la ballesta con ambas manos volvió a asomar la punta del arma entre las garras de la gárgola. Pasó saliva. Alguien más de ese lado de la casa, pero en otro piso, también lo hizo, pasar saliva, las demás, las otras pocas que quedaron, solo sonrieron
El número nunca había sido un problema para ellas, el problema radicaba en que parecían muy bien preparados. Si tenía que poner en evidencia su posición este era el momento, para eso tenía un arma de repetición. Mariela apunto contra cada uno de ellos, uno a la vez, moviendo su dedo para hacer un tiro cada vez, rápido, tan solo moviendo un centímetro o dos la mira para darle al siguiente, si el arma hubiese sido tan rápida para soltar las flechas como ella en apuntar y apretar el gatillo, casi parecerían disparos hechos por varias personas y de hecho estaba cambiando de posición en el techo cuando llegó a la mitad y luego otro cambio de posición antes de empezar de nuevo. Su hermana mayor siempre dijo que tenía buena puntería, esa era una noche para demostrarlo, en especial si hubieran sido tantas flechas como blancos apuntados.
Las pocas que quedaron en la parte posterior de la casa, dejaron por turnos las columnas tras la cuales se resguardaban para enfrentar cuerpo a cuerpo a los invasores, etas no tuvieron la precaución de organizarse en grupo, lo hacían de forma individual a pesar de estar en desventaja, en lo que las del bosquesillo iban a por cualquier herido o mal herido que haya podido dejar las saetas de Mariela, con mucha mas cautela que las que estaban en la parte interna del jardín.
Última edición por Ethel el 18/09/09, 05:09 pm, editado 1 vez
Ethel- Cantidad de envíos : 308
Re: Creer en el Infierno
La batalla comenzaba a tomar tintes caóticos.
El sonido del acero y el olor de la sangre se arremolinaban cada vez más en la antecámara de la mansión. Tras la retirada del hombre del escudo rectangular, los que acababan de entrar comenzaron su carga; las Flores, por su parte, se esmeraban en derribar a cuantos asaltantes podían, y encontraron más de un blanco.
Los recién llegados comenzaron su carga cuando la situación parecía perdida para el puñado de infelices que aún le habían sobrevivido a las Flores. Las escaleras de madera, resbaladizas de sangre, albergaban unos pocos cuerpos, y mientras las nuevas incorporaciones subían, un hombre rodó escaleras abajo, herido mortalmente en la yugular por la hoja de una espada corta. La mitad de la mano de la Flor que le había herido se contraía dos peldaños más arriba, como si los dedos estuviesen aún unidos al resto del cuerpo, y la mujer, pálida por la pérdida de sangre, fue incapaz de apartarse con la debida rapidez de la hoja de una espada larga, que acabó con su vida.
Eran distintos. Eran más fieros, mejores combatientes, mejor equipados. Mientras que los que les precedían no parecían tener ni idea de qué tipo de oposición iban a encontrarse, éstos nuevos combatientes sí que parecían listos para luchar contra las fuerzas de Ethel. Los escudos no dejaban de protegerles en ningún momento, y trabajaban en equipo. Cada uno cubría al que tenía a su lado. Un puñado de dagas arrojadizas volaron por los aires, y hubo un par de gritos. La mujer que blandía la lanza desde la balconada recibió un impacto directo en la cara, y una de las Flores que pretendió romper la formación enemiga fue golpeada bruscamente por un escudo, con tanta fuerza que cayó a la planta baja. Uno de los soldados de la primera fuerza cayó tras ella, con una daga clavada en el ojo izquierdo, y el olor a sangre seguía creciendo.
Y el olor a humo. Y el olor a fuego.
Había más soldados que avanzaban contra la casa en aquella noche cada vez más oscura. Mariela tuvo muchas ocasiones para hacer blanco, y hubo muchos hombres que cayeron redondos al suelo con un virote atravesado en la garganta antes de que tuvieran ocasión de llegar a la mansión. El silbido de las flechas de la ballesta hendió la noche en repetidas ocasiones. Detrás de los primeros soldados, salieron otros de entre los árboles. Escudos levantados y espadas en ristre para protegerse de las flechas que aun así clamaban su vida. En el bosque, alaridos. Algunos hombres eran sorprendidos y asesinados sin llegar a tener la ocasión de atacar. Buscaban a los arqueros, buscaban a los espadachines. Algunas encontraron la muerte entre las sombras. Un puñal atravesó la cota de malla de un hombre y la sangre oscura y tibia del hígado comenzó a manchar la hierba. Una cuerda de arpa agarró la garganta desnuda de una Flor y se cerró en torno a ella hasta que la asfixió. Y el olor a sangre seguía creciendo.
Al menos diez hombres alcanzaron la puerta trasera de la mansión, y comenzaron a entrar por ella con rapidez, desplegándose en abanico al otro lado tan pronto como entraban. Esperando un ataque, pero seguramente tan incapaces de resistirlo, cuando se produjera, como los que habían entrado por el otro lado. Al igual que ellos, iban precedidos por un hombre que llevaba un gran escudo rectangular, de los llamados escudos de torre, y al que los demás rodearon, protegiéndole. La diferencia entre éste asalto y el que había tenido lugar en la parte anterior de la casa llegó tan pronto como la segunda oleada de hombres alcanzó la mansión. Éstos se deshicieron de sus escudos nada más hubieron entrado, y cubiertos por la formación de abanico, se armaron con ballestas.
Ballestas, similares a las que los habían diezmado en manos de diestras tiradoras como Mariela.
Desde los árboles se alzaron un puñado de arcos. No brillaban. No había fuego prendido de las flechas. Pero los sujetaban manos diestras, y éstas se fijaron en las ballesteras antes de abrir fuego por segunda vez. Y en mitad del caos que comenzaba a desparramarse deliciosamente por aquella escena, un ruido. Súbito, agudo, estruendoso.
Cristales rotos.
El sonido del acero y el olor de la sangre se arremolinaban cada vez más en la antecámara de la mansión. Tras la retirada del hombre del escudo rectangular, los que acababan de entrar comenzaron su carga; las Flores, por su parte, se esmeraban en derribar a cuantos asaltantes podían, y encontraron más de un blanco.
Los recién llegados comenzaron su carga cuando la situación parecía perdida para el puñado de infelices que aún le habían sobrevivido a las Flores. Las escaleras de madera, resbaladizas de sangre, albergaban unos pocos cuerpos, y mientras las nuevas incorporaciones subían, un hombre rodó escaleras abajo, herido mortalmente en la yugular por la hoja de una espada corta. La mitad de la mano de la Flor que le había herido se contraía dos peldaños más arriba, como si los dedos estuviesen aún unidos al resto del cuerpo, y la mujer, pálida por la pérdida de sangre, fue incapaz de apartarse con la debida rapidez de la hoja de una espada larga, que acabó con su vida.
Eran distintos. Eran más fieros, mejores combatientes, mejor equipados. Mientras que los que les precedían no parecían tener ni idea de qué tipo de oposición iban a encontrarse, éstos nuevos combatientes sí que parecían listos para luchar contra las fuerzas de Ethel. Los escudos no dejaban de protegerles en ningún momento, y trabajaban en equipo. Cada uno cubría al que tenía a su lado. Un puñado de dagas arrojadizas volaron por los aires, y hubo un par de gritos. La mujer que blandía la lanza desde la balconada recibió un impacto directo en la cara, y una de las Flores que pretendió romper la formación enemiga fue golpeada bruscamente por un escudo, con tanta fuerza que cayó a la planta baja. Uno de los soldados de la primera fuerza cayó tras ella, con una daga clavada en el ojo izquierdo, y el olor a sangre seguía creciendo.
Y el olor a humo. Y el olor a fuego.
Había más soldados que avanzaban contra la casa en aquella noche cada vez más oscura. Mariela tuvo muchas ocasiones para hacer blanco, y hubo muchos hombres que cayeron redondos al suelo con un virote atravesado en la garganta antes de que tuvieran ocasión de llegar a la mansión. El silbido de las flechas de la ballesta hendió la noche en repetidas ocasiones. Detrás de los primeros soldados, salieron otros de entre los árboles. Escudos levantados y espadas en ristre para protegerse de las flechas que aun así clamaban su vida. En el bosque, alaridos. Algunos hombres eran sorprendidos y asesinados sin llegar a tener la ocasión de atacar. Buscaban a los arqueros, buscaban a los espadachines. Algunas encontraron la muerte entre las sombras. Un puñal atravesó la cota de malla de un hombre y la sangre oscura y tibia del hígado comenzó a manchar la hierba. Una cuerda de arpa agarró la garganta desnuda de una Flor y se cerró en torno a ella hasta que la asfixió. Y el olor a sangre seguía creciendo.
Al menos diez hombres alcanzaron la puerta trasera de la mansión, y comenzaron a entrar por ella con rapidez, desplegándose en abanico al otro lado tan pronto como entraban. Esperando un ataque, pero seguramente tan incapaces de resistirlo, cuando se produjera, como los que habían entrado por el otro lado. Al igual que ellos, iban precedidos por un hombre que llevaba un gran escudo rectangular, de los llamados escudos de torre, y al que los demás rodearon, protegiéndole. La diferencia entre éste asalto y el que había tenido lugar en la parte anterior de la casa llegó tan pronto como la segunda oleada de hombres alcanzó la mansión. Éstos se deshicieron de sus escudos nada más hubieron entrado, y cubiertos por la formación de abanico, se armaron con ballestas.
Ballestas, similares a las que los habían diezmado en manos de diestras tiradoras como Mariela.
Desde los árboles se alzaron un puñado de arcos. No brillaban. No había fuego prendido de las flechas. Pero los sujetaban manos diestras, y éstas se fijaron en las ballesteras antes de abrir fuego por segunda vez. Y en mitad del caos que comenzaba a desparramarse deliciosamente por aquella escena, un ruido. Súbito, agudo, estruendoso.
Cristales rotos.
Narrador- Cantidad de envíos : 157
Re: Creer en el Infierno
De alguna forma estaban resistiendo. Las jóvenes que aun vivían no lograban entender el cómo, aunque tampoco tenían mucho tiempo para pensarlo, estaban demasiado concentradas en no caer, ya no la casa (que con tanta muerte y caos ordenado y conciente, la daban por perdida) si no, no caer ellas; aun en sus cabezas no se formaba la pregunta crucial, pero de momento, la casa solo eran cimientos, lo que defendían de ella era lo más importante y guardaban la fanática esperanza que ya no estuviera ahí.
Pero lo que para unas era una sorpresa dentro de su resistencia, para otras era una realidad mucho mas cruda y menos esperanzadora. Era posible que aun tuvieran alguna ventaja por conocer mucho mejor la casa y sus recovecos, pero sabían que no restarían por mucho tiempo más.
No se admitirían más bajas. Era hora de replegarse y tratar de enfrentarlos en los cuellos de botella que serían las escaleras, los pasillos, entradas a las habitaciones, claro, sin descuidar los barandales. La Flor que estaba como cabeza de la guardia esa noche, la misma que había dejado tirado el chal de doña Nayibe en la mitad del jardín posterior, corrió a tomar un cuerno hecho de marfil de elefante. Lo hizo sonar y subió las escaleras de prisa al tercer piso
Todas necesitaban una salida y el Geranio se las daría, les cubriría la espalda. La maniobra que iba a intentar no era tan sencilla, pero creyó contar con el tiempo suficiente para completarla, reunió la energía mágica que requería, movió las manos y la lanza de tal forma que ayudó a condensar la energía y estuvo listo, pero para ella todo fue oscuridad y por un corto instante, el que duró la caída desde el barandal, vacío y luego... nada.
El cielo se iluminó en la parte delantera de la casa. El Geranio había alcanzado a su hechizo, una burbuja brillante que se rompió en miles de media lunitas cortantes dirigidas hacía la puerta hacia donde era mayor el numero del contingente de soldados, hacía el pasillo en el que iban repeliendo a las demás Flores; pero no todas la lunas fueron hacia allí, las Flores que dominaban magia de alguna forma, retrocedieron en sus combates formando frente ellas, frente a cada una de ellas, estrellas de cinco picos que funcionaron a modo de portal atrayendo algunas de las lunas del grupo primario en dirección a sus oponentes mas cercanos, ya que estaban dirigidas hacia ellos. No todas de las que usaban magia lograron su cometido, algunas fueron dadas de baja mientras formaban la estrella con sus manos.
Las demás, empezaron a retroceder ahora que estaban cubiertas. Pocas se quedaron a ver el resultado y efecto general del hechizo.
Pero mientras unas retrocedían, una hacía todo lo contrario. Bajaba las escaleras que daban al salón de música en la parte central de la casa. Una escalera discretamente dispuesta, al fondo de la sala, no se veía de inmediato a simple vista, pero si estabas buscando un algo, sin duda era notoria. Estaba diseñada para el paso del servicio o para quellos invitados que no estuvieran interesados en llegar (o huir) e interrumpir una función o ser notorio su desplazamiento en una reunión.
No necesitó escuchar mayor ruido junto a la puerta para retroceder un par de peldaños y desde su posición, aun cubierta por la pared del descanso alcanzó a ver las piernas de alguna de las que había estado cuidando de la puerta; ¿donde estarían las demás? Por su bien esperaba que estuvieran preparando algo. Con mucho sigilo regresó sobre sus pasos, rumbo a cualquier habitación, se le ocurrió una idea un tanto absurda (muy absurda), pero que podría funcionar; la suerte quiso ponerse de su lado, unos pasos corriendo por esa planta atrajeron su atención y desechó ese primer plan. Por qué las mucamas aun estaban en la casa? Al menos esta traía cara de susto, lo que quería decir que se había percatado de lo que ocurría. Sonrió por lo bajo: como no iba a percatarse?. La atajó haciéndola caer y le pidió guardar silencio.
- Tienes que salir de la casa, ven por aquí - no esperó respuesta alguna de su parte, tomándola a la fuerza del hombro la guió delante de ella hacia la sala de música. Dejó que asomara la cabeza y luego la pateó hacia la puerta. La expresión asustada de la mujer se volvió aun más marcada, en cuanto los vio levantó las manos en señal de rendición, sin embargo la respuesta reactiva de los soldados fue mucho más rápida y bastaron dos virotes para que cayera al suelo. Ballestas de repetición. Donde estaban las ballesteras de ellas cuando se le necesitaban? O un Geranio con ideas de alquimia, o algo que fuera de utilidad? Si las que estaban en el jardín entraran también sería de gran ayuda. Pero de momento, debía admitir que el primer piso, al menos en esa parte, estaba perdido. Meneó la cabeza despacio y volvió a subir, sería de mas utilidad en el segundo piso, atajando a los que fueran subiendo.
El cielo volvió a iluminarse, esta vez no fue efecto de ningún hechizo. Un relámpago natural (o al menos eso parecía) rompió la oscuridad de la noche, rasgando el cielo de forma errática. La brisa sobrepuso el olor fresco de una posible tormenta al olor a muerte, sangre y fuego por un instante. Pero fue el relámpago el que mostró el cúmulo de nubes que se cernían sobre la casa, un gigantesco y mullido tapete en todas las gamas de grises, iniciando por el azul.
El relámpago que llenó de luz por un segundo cada una de las batallas no vino solo, pero fue con su bramido con el que solicitó que sus acompañantes hicieran acto de presencia. Toda lucha, la de aquellas que aun no habían corrido, se detuvo por una fracción de segundo, donde los movimientos de todos se vieron en cámara lenta, como una ceremonia solemne de bienvenida a esa intrusa que se coló en medio de todos luciendo cada aspecto multicolor de su elegante y efímero porte. El mundo se detenía para dar paso a la primera gota de lluvia.
Solo esto les faltaba. Lluvia. Como su situación no podía ser mas compleja ahora llovía. Esto solo empañaba la visión de las ballesteras que continuaban en pie, le dificultaba más el trabajo a Mariela, aunque no le quedaba mucho por hacer, poco a poco las municiones se le iban terminando. Pero seguía apuntando y disparando, hasta que escucho el viento silbar de nuevo, solo que esta vez no había puntitos naranjas que advirtieran.
- Rrrrrrrayosss!! - repitió y se tiró al suelo contra la cornisa, pero eso no impidió que viera a dos de sus compañeras que se acercaban al trote y que no se percataron de las flechas - Al sueloo!!!! - tarde, muy tarde, cayeron al suelo y ninguna de las dos se levantó. Con frustración e impotencia golpeó al suelo con el puño y cerró los ojos con fuerza. Ellas morían, pero le salvaban la vida a ella al darle lo que necesitaba para no bajar del techo. A gatas, y a ratos a rastras, se acercó hasta ellas y les quitó sus recargas antes volver a su posición. Había que deshacerse de los arqueros y pronto.
- Por qué esta llorando el cielo? – susurró la Orquídea sintiendo como la tristeza y no el miedo se apoderaba de su corazón. Sabía que su pregunta no tenía mucho sentido, tal vez era por eso que la expresaba. Ellas nunca tendrían una tumba, si se ganaban un lugar, tendrían una pequeña placa en algún lugar fuera de esa dimensión en donde las coleccionaba Ethel, serían recordadas por varias semanas y luego se les honraría con la vida de las que quedaran y las que llegaran. Si nadie más lo haría, nadie las lloraría, por qué pensar que el cielo lo haría. No era un buen momento para ponerse nostálgica o poética.
La respuesta le vino con un nuevo destello azulino, este provenía del interior de la casa, de la sala de música, del límite en donde terminaba la escalera, se dejó ver por entre los vitrales de colores que la decoraban y desde el cuadro que hacía la puerta ahora que estaba abierta. Venía del aura azulina que rodeaba la espada de Deyanira al ser desenfundada y que pronto se apagó de la misma forma en que siempre lo hacía apenas tocaba sangre. Al menos un soldado menos.
Los soldados habían avanzado hacía la escalera para continuar con su barrido, aun antes que Deyanira subiera mas de tres escalones de la escalera de la sala de música. Lo estrecho de la escalera era incomodo para todos, pronto las paredes quedaron marcadas, pero la Flor salió airosa del primer encuentro y pronto tuvo espacio para volver a retroceder. Los escudos de ellos le dificultaban sobre manera poder tocarlos, aun con las propiedades mágicas de su arma que solo les hacía grandes hendiduras pero no atravezaban; pero moverse en estrecho espacio, con el escudo, con la espada era dificil y se valía de los pocos campos abiertos que dejaban cada vez que la empujaban para retroceder. Más de un golpe muy feo se llevó, tanto por el escudo como por las paredes tan cercanas o el filo de los escalones, pero también mas de una herida logró hacer.
El que no avanzaran tan rápido era una señal que algo iba fuera de lo normal. Las Flores que habían estado aguardando en la sala de música, las mismas que no hiceron nada por evitar la muerte de la mucama por no contar con eso, ten{ian planeado dejar que empezar a subir y tomarlos por la espalda, pero ahora que no era así, algo más tenían que intentar. De forma algo suicida intentaron dar apoyo, aunque las ballestas les pasaron cuenta de cobro. Mas sangre, mas choques de metales, mas gritos, mas muertos de bando y bando.
La Orquídea, Sonya, no pensó ni detalló como sucedían las cosas en esa sala, no, ella pensaba en que esa Flor, la de la espada azulina, no debía estar afuera, en cualquier parte de la casa que no fuera el Estudio. Sacó su cuchillo del hígado del soldado y empezó a correr en su dirección para respaldarla, para hacer su trabajo.
Dejó su posición en el bosquesillo y corrió por el borde del jardín tratando de estar lejos de los ojos extraños, blandiendo su arma solo como defensa, aunque fuera un ataque en toda regla el corte que le hizo en la nuca a aquel que estaba en línea recta en su carrera y acababa de enterrar su arma en una de sus compañeras (otra menos) que a su vez solo había alcanzado a herir a otro de sus compañeros; por supuesto este trató de atajarla, cuando menos herirla y movió en un amplio arco su espada, lo evadió por muy poco, tenía que seguir corriendo pero él parecía dispuesto a cumplir su objetivo, pero un escudaso en la cabeza del hombre lo dejó al menos noqueado. El golpe había sido dado por uno de sus propios escudos portado por una de ellas que de inmediato reconoció como una Astromelia.
- Qué esperas, corre a tu sitio u obedece a la retirada – dijo con camaradería
- Pero D… -
- Precisamente. No te entretengas con ellos – le quitó la espada al soldado mientras la Orquídea corría a perderse entre las sombras. Apoyó el escudo en el piso y a sí misma en el escudo, respiró pesadamente, sosteniéndose el costado. Estaba mal herida – quien mas quiere un poco? - dijo con una sonrisa siguiendo la trayectoria de una de las saetas de Mariela y retomó.
Pero lo que para unas era una sorpresa dentro de su resistencia, para otras era una realidad mucho mas cruda y menos esperanzadora. Era posible que aun tuvieran alguna ventaja por conocer mucho mejor la casa y sus recovecos, pero sabían que no restarían por mucho tiempo más.
No se admitirían más bajas. Era hora de replegarse y tratar de enfrentarlos en los cuellos de botella que serían las escaleras, los pasillos, entradas a las habitaciones, claro, sin descuidar los barandales. La Flor que estaba como cabeza de la guardia esa noche, la misma que había dejado tirado el chal de doña Nayibe en la mitad del jardín posterior, corrió a tomar un cuerno hecho de marfil de elefante. Lo hizo sonar y subió las escaleras de prisa al tercer piso
Todas necesitaban una salida y el Geranio se las daría, les cubriría la espalda. La maniobra que iba a intentar no era tan sencilla, pero creyó contar con el tiempo suficiente para completarla, reunió la energía mágica que requería, movió las manos y la lanza de tal forma que ayudó a condensar la energía y estuvo listo, pero para ella todo fue oscuridad y por un corto instante, el que duró la caída desde el barandal, vacío y luego... nada.
El cielo se iluminó en la parte delantera de la casa. El Geranio había alcanzado a su hechizo, una burbuja brillante que se rompió en miles de media lunitas cortantes dirigidas hacía la puerta hacia donde era mayor el numero del contingente de soldados, hacía el pasillo en el que iban repeliendo a las demás Flores; pero no todas la lunas fueron hacia allí, las Flores que dominaban magia de alguna forma, retrocedieron en sus combates formando frente ellas, frente a cada una de ellas, estrellas de cinco picos que funcionaron a modo de portal atrayendo algunas de las lunas del grupo primario en dirección a sus oponentes mas cercanos, ya que estaban dirigidas hacia ellos. No todas de las que usaban magia lograron su cometido, algunas fueron dadas de baja mientras formaban la estrella con sus manos.
Las demás, empezaron a retroceder ahora que estaban cubiertas. Pocas se quedaron a ver el resultado y efecto general del hechizo.
Pero mientras unas retrocedían, una hacía todo lo contrario. Bajaba las escaleras que daban al salón de música en la parte central de la casa. Una escalera discretamente dispuesta, al fondo de la sala, no se veía de inmediato a simple vista, pero si estabas buscando un algo, sin duda era notoria. Estaba diseñada para el paso del servicio o para quellos invitados que no estuvieran interesados en llegar (o huir) e interrumpir una función o ser notorio su desplazamiento en una reunión.
No necesitó escuchar mayor ruido junto a la puerta para retroceder un par de peldaños y desde su posición, aun cubierta por la pared del descanso alcanzó a ver las piernas de alguna de las que había estado cuidando de la puerta; ¿donde estarían las demás? Por su bien esperaba que estuvieran preparando algo. Con mucho sigilo regresó sobre sus pasos, rumbo a cualquier habitación, se le ocurrió una idea un tanto absurda (muy absurda), pero que podría funcionar; la suerte quiso ponerse de su lado, unos pasos corriendo por esa planta atrajeron su atención y desechó ese primer plan. Por qué las mucamas aun estaban en la casa? Al menos esta traía cara de susto, lo que quería decir que se había percatado de lo que ocurría. Sonrió por lo bajo: como no iba a percatarse?. La atajó haciéndola caer y le pidió guardar silencio.
- Tienes que salir de la casa, ven por aquí - no esperó respuesta alguna de su parte, tomándola a la fuerza del hombro la guió delante de ella hacia la sala de música. Dejó que asomara la cabeza y luego la pateó hacia la puerta. La expresión asustada de la mujer se volvió aun más marcada, en cuanto los vio levantó las manos en señal de rendición, sin embargo la respuesta reactiva de los soldados fue mucho más rápida y bastaron dos virotes para que cayera al suelo. Ballestas de repetición. Donde estaban las ballesteras de ellas cuando se le necesitaban? O un Geranio con ideas de alquimia, o algo que fuera de utilidad? Si las que estaban en el jardín entraran también sería de gran ayuda. Pero de momento, debía admitir que el primer piso, al menos en esa parte, estaba perdido. Meneó la cabeza despacio y volvió a subir, sería de mas utilidad en el segundo piso, atajando a los que fueran subiendo.
El cielo volvió a iluminarse, esta vez no fue efecto de ningún hechizo. Un relámpago natural (o al menos eso parecía) rompió la oscuridad de la noche, rasgando el cielo de forma errática. La brisa sobrepuso el olor fresco de una posible tormenta al olor a muerte, sangre y fuego por un instante. Pero fue el relámpago el que mostró el cúmulo de nubes que se cernían sobre la casa, un gigantesco y mullido tapete en todas las gamas de grises, iniciando por el azul.
El relámpago que llenó de luz por un segundo cada una de las batallas no vino solo, pero fue con su bramido con el que solicitó que sus acompañantes hicieran acto de presencia. Toda lucha, la de aquellas que aun no habían corrido, se detuvo por una fracción de segundo, donde los movimientos de todos se vieron en cámara lenta, como una ceremonia solemne de bienvenida a esa intrusa que se coló en medio de todos luciendo cada aspecto multicolor de su elegante y efímero porte. El mundo se detenía para dar paso a la primera gota de lluvia.
Solo esto les faltaba. Lluvia. Como su situación no podía ser mas compleja ahora llovía. Esto solo empañaba la visión de las ballesteras que continuaban en pie, le dificultaba más el trabajo a Mariela, aunque no le quedaba mucho por hacer, poco a poco las municiones se le iban terminando. Pero seguía apuntando y disparando, hasta que escucho el viento silbar de nuevo, solo que esta vez no había puntitos naranjas que advirtieran.
- Rrrrrrrayosss!! - repitió y se tiró al suelo contra la cornisa, pero eso no impidió que viera a dos de sus compañeras que se acercaban al trote y que no se percataron de las flechas - Al sueloo!!!! - tarde, muy tarde, cayeron al suelo y ninguna de las dos se levantó. Con frustración e impotencia golpeó al suelo con el puño y cerró los ojos con fuerza. Ellas morían, pero le salvaban la vida a ella al darle lo que necesitaba para no bajar del techo. A gatas, y a ratos a rastras, se acercó hasta ellas y les quitó sus recargas antes volver a su posición. Había que deshacerse de los arqueros y pronto.
- Por qué esta llorando el cielo? – susurró la Orquídea sintiendo como la tristeza y no el miedo se apoderaba de su corazón. Sabía que su pregunta no tenía mucho sentido, tal vez era por eso que la expresaba. Ellas nunca tendrían una tumba, si se ganaban un lugar, tendrían una pequeña placa en algún lugar fuera de esa dimensión en donde las coleccionaba Ethel, serían recordadas por varias semanas y luego se les honraría con la vida de las que quedaran y las que llegaran. Si nadie más lo haría, nadie las lloraría, por qué pensar que el cielo lo haría. No era un buen momento para ponerse nostálgica o poética.
La respuesta le vino con un nuevo destello azulino, este provenía del interior de la casa, de la sala de música, del límite en donde terminaba la escalera, se dejó ver por entre los vitrales de colores que la decoraban y desde el cuadro que hacía la puerta ahora que estaba abierta. Venía del aura azulina que rodeaba la espada de Deyanira al ser desenfundada y que pronto se apagó de la misma forma en que siempre lo hacía apenas tocaba sangre. Al menos un soldado menos.
Los soldados habían avanzado hacía la escalera para continuar con su barrido, aun antes que Deyanira subiera mas de tres escalones de la escalera de la sala de música. Lo estrecho de la escalera era incomodo para todos, pronto las paredes quedaron marcadas, pero la Flor salió airosa del primer encuentro y pronto tuvo espacio para volver a retroceder. Los escudos de ellos le dificultaban sobre manera poder tocarlos, aun con las propiedades mágicas de su arma que solo les hacía grandes hendiduras pero no atravezaban; pero moverse en estrecho espacio, con el escudo, con la espada era dificil y se valía de los pocos campos abiertos que dejaban cada vez que la empujaban para retroceder. Más de un golpe muy feo se llevó, tanto por el escudo como por las paredes tan cercanas o el filo de los escalones, pero también mas de una herida logró hacer.
El que no avanzaran tan rápido era una señal que algo iba fuera de lo normal. Las Flores que habían estado aguardando en la sala de música, las mismas que no hiceron nada por evitar la muerte de la mucama por no contar con eso, ten{ian planeado dejar que empezar a subir y tomarlos por la espalda, pero ahora que no era así, algo más tenían que intentar. De forma algo suicida intentaron dar apoyo, aunque las ballestas les pasaron cuenta de cobro. Mas sangre, mas choques de metales, mas gritos, mas muertos de bando y bando.
La Orquídea, Sonya, no pensó ni detalló como sucedían las cosas en esa sala, no, ella pensaba en que esa Flor, la de la espada azulina, no debía estar afuera, en cualquier parte de la casa que no fuera el Estudio. Sacó su cuchillo del hígado del soldado y empezó a correr en su dirección para respaldarla, para hacer su trabajo.
Dejó su posición en el bosquesillo y corrió por el borde del jardín tratando de estar lejos de los ojos extraños, blandiendo su arma solo como defensa, aunque fuera un ataque en toda regla el corte que le hizo en la nuca a aquel que estaba en línea recta en su carrera y acababa de enterrar su arma en una de sus compañeras (otra menos) que a su vez solo había alcanzado a herir a otro de sus compañeros; por supuesto este trató de atajarla, cuando menos herirla y movió en un amplio arco su espada, lo evadió por muy poco, tenía que seguir corriendo pero él parecía dispuesto a cumplir su objetivo, pero un escudaso en la cabeza del hombre lo dejó al menos noqueado. El golpe había sido dado por uno de sus propios escudos portado por una de ellas que de inmediato reconoció como una Astromelia.
- Qué esperas, corre a tu sitio u obedece a la retirada – dijo con camaradería
- Pero D… -
- Precisamente. No te entretengas con ellos – le quitó la espada al soldado mientras la Orquídea corría a perderse entre las sombras. Apoyó el escudo en el piso y a sí misma en el escudo, respiró pesadamente, sosteniéndose el costado. Estaba mal herida – quien mas quiere un poco? - dijo con una sonrisa siguiendo la trayectoria de una de las saetas de Mariela y retomó.
Última edición por Ethel el 18/09/09, 06:00 pm, editado 1 vez
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Re: Creer en el Infierno
A medida que la lluvia comenzaba a bañar aquella caótica noche, iluminada a medias por el destello de relámpagos que se reflejaban en metal empapado en sangre y truenos que ahogaban el sonido de las armas, la batalla arreciaba de la misma forma que lo hacía la lluvia.
Los hombres de uniforme negro continuaron su pequeña masacre en la entrada principal de la mansión, ahora solos. La carnaza que les había precedido yacía sanguinolenta en el suelo, y gracias a ello pudieron acabar con la mayor parte de las defensoras, excepto las que corrieron de vuelta a la parte trasera de la casa cuando entendieron su grave error.
El patio trasero seguía tiñéndose de cadáveres, pero los soldados ya no eran los únicos. El aroma de la sangre y de la tierra mojada embriagaban el bosquecillo, y desde sus sombríos confines seguía llegando el sonido de las armas y el de los muertos. Y seguían llegando las flechas, salva tras salva. Una mujer se precipitó al suelo desde el tejado de la casa, con un proyectil entre las costillas; el chapoteo del charco en el que cayó su cuerpo amortiguó el sonido de su cuello al romperse. Junto a ella pasaron varias sombras. Hubo disparos de ballesta en el interior; un aullido de dolor, luego un leve momento de confusión cuando alguien disparó un mantel que no refrenó a los invasores durante demasiado tiempo.
A aquellas alturas, ya no había nadie de la casa que no supiera que estaban siendo atacados. Algunas de las Flores se preparaban para atacar, otras se retiraban a las plantas superiores para proteger lo más importante que había en la mansión. Otras volvían a los puestos que no deberían haber abandonado. Cuando retumbó el sonido de cristales quebrados por toda la mansión, éstas últimas fueron quienes atestiguaron su causa. Aquellos mismos soldados que se valían de sus compañeros para avanzar sin piedad en la entrada principal, las mismas armaduras oscurecidas y yelmos que dejaban entrever miradas crueles, se deslizaban al interior de la casa a través de las ventanas rotas, cubriendo los pasillos centrales de la casa. Las Flores intentaron defenderse, rodó una cabeza de soldado atravesada por un pedazo de cristal arrancado de una ventana, que había entrado por el resquicio del yelmo. Quien lo hizo lo pagó con su vida. Y los soldados evitaron que las defensas pudieran reagruparse.
Había dos puntos de entrada, en dos pasillos diferentes. Los soldados acabaron de romper los vidrios y penetraron con rapidez en el interior de la mansión. Con solo un levantamiento de dedo de su líder, se dispersaron con rapidez en varias direcciones, en grupos de ocho personas. Y aquella sorpresiva fuerza de combate se unía a la batalla, dejando atrás al hombre que había dado la orden.
Éste alzó la cabeza ligeramente hacia arriba, y como si allí hubiese alguien que sólamente él podía ver.
- Todo funciona según lo previsto - murmuró.
Y apenas a dos calles del lugar en el que se encontraba, unos dientes puntiagudos y amarillentos se contrajeron en una sonrisa al escucharlo.
- Bien - susurró una voz cascada, y apartó la mirada de la opaca bola de cristal para volverla hacia las tres figuras que tenía detrás. - Triunfamos, mis queridos y nobles amigos.
Los hombres de uniforme negro continuaron su pequeña masacre en la entrada principal de la mansión, ahora solos. La carnaza que les había precedido yacía sanguinolenta en el suelo, y gracias a ello pudieron acabar con la mayor parte de las defensoras, excepto las que corrieron de vuelta a la parte trasera de la casa cuando entendieron su grave error.
El patio trasero seguía tiñéndose de cadáveres, pero los soldados ya no eran los únicos. El aroma de la sangre y de la tierra mojada embriagaban el bosquecillo, y desde sus sombríos confines seguía llegando el sonido de las armas y el de los muertos. Y seguían llegando las flechas, salva tras salva. Una mujer se precipitó al suelo desde el tejado de la casa, con un proyectil entre las costillas; el chapoteo del charco en el que cayó su cuerpo amortiguó el sonido de su cuello al romperse. Junto a ella pasaron varias sombras. Hubo disparos de ballesta en el interior; un aullido de dolor, luego un leve momento de confusión cuando alguien disparó un mantel que no refrenó a los invasores durante demasiado tiempo.
A aquellas alturas, ya no había nadie de la casa que no supiera que estaban siendo atacados. Algunas de las Flores se preparaban para atacar, otras se retiraban a las plantas superiores para proteger lo más importante que había en la mansión. Otras volvían a los puestos que no deberían haber abandonado. Cuando retumbó el sonido de cristales quebrados por toda la mansión, éstas últimas fueron quienes atestiguaron su causa. Aquellos mismos soldados que se valían de sus compañeros para avanzar sin piedad en la entrada principal, las mismas armaduras oscurecidas y yelmos que dejaban entrever miradas crueles, se deslizaban al interior de la casa a través de las ventanas rotas, cubriendo los pasillos centrales de la casa. Las Flores intentaron defenderse, rodó una cabeza de soldado atravesada por un pedazo de cristal arrancado de una ventana, que había entrado por el resquicio del yelmo. Quien lo hizo lo pagó con su vida. Y los soldados evitaron que las defensas pudieran reagruparse.
Había dos puntos de entrada, en dos pasillos diferentes. Los soldados acabaron de romper los vidrios y penetraron con rapidez en el interior de la mansión. Con solo un levantamiento de dedo de su líder, se dispersaron con rapidez en varias direcciones, en grupos de ocho personas. Y aquella sorpresiva fuerza de combate se unía a la batalla, dejando atrás al hombre que había dado la orden.
Éste alzó la cabeza ligeramente hacia arriba, y como si allí hubiese alguien que sólamente él podía ver.
- Todo funciona según lo previsto - murmuró.
Y apenas a dos calles del lugar en el que se encontraba, unos dientes puntiagudos y amarillentos se contrajeron en una sonrisa al escucharlo.
- Bien - susurró una voz cascada, y apartó la mirada de la opaca bola de cristal para volverla hacia las tres figuras que tenía detrás. - Triunfamos, mis queridos y nobles amigos.
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Re: Creer en el Infierno
Una a una, iban cayendo. Eran muy buenas en su trabajo, pero seguían siendo demasiados para ellas. Podían hacerse cargo de varios de ellos, una de ellas, pero la relación hacía que esto no significara nada cada vez que mataban a una Flor; su ausencia era mucho más notoria que acabar con cuatro o cinco de ellos, y cuando más alto el rango, mas calaba en las filas. No solo morían, las que quedaban se iban desmoralizando.
La batalla era ardua, era pesada y desesperanzadora. Las más jóvenes, poco acostumbradas a algo así, estaban cansadas y el único descanso que se podían permitir era la muerte. En momentos así era que más se necesitaba de los Lotos. Por qué no estaban presentes las que aun permanecían en la isla, era algo que solamente ellas sabían y que sin duda debía acomodarse a algún plan mayor que cortar (y perder) cabezas al interior de la casa.
Las Flores en la sala de música, buscaron de forma prioritaria las vidas de los que tenían armas de rango, por ser más peligrosos para poder acercarse. Se dividían en grupos, las que iban a por los de las ballestas, las que las cubrían de los que tenían espada, siendo sorprendidas cuando por la espalda se atacaron entre ellos. Al menos se uniformaron igual. Por un momento no solo las tomaron por sorpresa a ellas, si no a los soldados. Un truco muy simple pero que de alguna forma había funcionado (como todo truco, una sola vez), al mirar por encima del hombro, en el calor de la batalla, primero se reconoce lo más notorio, el qué lleva alguien puesto, si vestían igual a ellos los daba un par de segundos extras para acercarse y ayudar.
Por supuesto, llegar desde el punto boscoso o desde la sombra en la que se le había despojado de su indumentaria, hasta la sala de música central había sido gracias a Mariela que le costó lo suyo, siendo engañada también por la vista y por poco las ataca, cubrirlas. Pero se estaba quedando sola en el techo y las pocas que estaban empezaron a imitarla en lo que hacía para tratar de perdurar otro poco.
Al igual que Mariela, la Amapola a la que ayudaban no se quedaba quieta por mucho tiempo en el mismo sitio, escalon a escalón, golpe a golpe por voluntad y por ser empujada llegó al segundo piso, en donde debía evitar que pasaran del ultimo peldaño o el primero según se viera. Aprovechó que el siguiente soldado volvía a tomar impulso para empujarla con el escudo y a riesgo de ser herida por la espada del que estaba detras de este, pateó con fuerza el escudo para que trastabillaran, apoyada a lado y lado de la escalera para no irse con ellos. Fue en ese momento que escuchó por segunda vez los cristales rotos.
Cerró los ojos por un momento y se miró el brazalete en su muñeca. Que fuera lo que tenía que ser.
La Líder de mucamas, tenía un buen rato mirando como el fuego consumía las cortinas de la habitación a la que había entrado. Lo miraba con mucha tristeza en la cara. Ella prefería tener que limpiar el desastre de un accidente con las teas, pero no eso. Los cristales rotos, las flechas, una contra la pared y otra en uno de los muebles, le decían que había estado muy equivocada, que de alguna forma, todo aquello que creía seguro ya no lo era. Había atacado la casa de la Señorita y cada vez la tragedia se hacía mayor. Al girarse, desde su posición se veía el jardín anterior y los cuerpos. Reconocía las caras de muchas de ellas, ella les había arreglado sus cuartos, les había ayudado a limpiar las armaduras, las armas, hasta les había traído comida en las noches en que estaban en vela. Era buenas chicas, dedicadas y... muertas.
Cerró el puño, sentía rabia, pero sentía más miedo. Llegado el momento no reconocerían entre unas y otras. De hecho no había visto subir a las otras dos. Espero que realmente siguieran su sentido común y no su lealtad y hubieran escapado. Ella misma no tenía por donde correr ahora que estaba arriba, aun quería ser de ayuda, así que corrió a otra de las habitaciones y empezó a halar una cortina, sin cuidado alguno, para tratar de sofocar el fuego por si misma.
Las que estaban mejor posicionadas en el segundo y tercer piso, se apostaron en las escaleras para impedir el acceso en lo que pudieran mientras las otras seguían en su suicida tarea de enfrentarlos. En el tercer piso formaron tres círculos para evitar que llegaran al Estudio.
Las que estaban dentro del Estudio se recostaron contra las paredes a lado y lado de la puerta y aguardaron, mientras la que estaba en el escritorio, se sujetaba las manos de forma nerviosa.
La batalla era ardua, era pesada y desesperanzadora. Las más jóvenes, poco acostumbradas a algo así, estaban cansadas y el único descanso que se podían permitir era la muerte. En momentos así era que más se necesitaba de los Lotos. Por qué no estaban presentes las que aun permanecían en la isla, era algo que solamente ellas sabían y que sin duda debía acomodarse a algún plan mayor que cortar (y perder) cabezas al interior de la casa.
Las Flores en la sala de música, buscaron de forma prioritaria las vidas de los que tenían armas de rango, por ser más peligrosos para poder acercarse. Se dividían en grupos, las que iban a por los de las ballestas, las que las cubrían de los que tenían espada, siendo sorprendidas cuando por la espalda se atacaron entre ellos. Al menos se uniformaron igual. Por un momento no solo las tomaron por sorpresa a ellas, si no a los soldados. Un truco muy simple pero que de alguna forma había funcionado (como todo truco, una sola vez), al mirar por encima del hombro, en el calor de la batalla, primero se reconoce lo más notorio, el qué lleva alguien puesto, si vestían igual a ellos los daba un par de segundos extras para acercarse y ayudar.
Por supuesto, llegar desde el punto boscoso o desde la sombra en la que se le había despojado de su indumentaria, hasta la sala de música central había sido gracias a Mariela que le costó lo suyo, siendo engañada también por la vista y por poco las ataca, cubrirlas. Pero se estaba quedando sola en el techo y las pocas que estaban empezaron a imitarla en lo que hacía para tratar de perdurar otro poco.
Al igual que Mariela, la Amapola a la que ayudaban no se quedaba quieta por mucho tiempo en el mismo sitio, escalon a escalón, golpe a golpe por voluntad y por ser empujada llegó al segundo piso, en donde debía evitar que pasaran del ultimo peldaño o el primero según se viera. Aprovechó que el siguiente soldado volvía a tomar impulso para empujarla con el escudo y a riesgo de ser herida por la espada del que estaba detras de este, pateó con fuerza el escudo para que trastabillaran, apoyada a lado y lado de la escalera para no irse con ellos. Fue en ese momento que escuchó por segunda vez los cristales rotos.
Cerró los ojos por un momento y se miró el brazalete en su muñeca. Que fuera lo que tenía que ser.
La Líder de mucamas, tenía un buen rato mirando como el fuego consumía las cortinas de la habitación a la que había entrado. Lo miraba con mucha tristeza en la cara. Ella prefería tener que limpiar el desastre de un accidente con las teas, pero no eso. Los cristales rotos, las flechas, una contra la pared y otra en uno de los muebles, le decían que había estado muy equivocada, que de alguna forma, todo aquello que creía seguro ya no lo era. Había atacado la casa de la Señorita y cada vez la tragedia se hacía mayor. Al girarse, desde su posición se veía el jardín anterior y los cuerpos. Reconocía las caras de muchas de ellas, ella les había arreglado sus cuartos, les había ayudado a limpiar las armaduras, las armas, hasta les había traído comida en las noches en que estaban en vela. Era buenas chicas, dedicadas y... muertas.
Cerró el puño, sentía rabia, pero sentía más miedo. Llegado el momento no reconocerían entre unas y otras. De hecho no había visto subir a las otras dos. Espero que realmente siguieran su sentido común y no su lealtad y hubieran escapado. Ella misma no tenía por donde correr ahora que estaba arriba, aun quería ser de ayuda, así que corrió a otra de las habitaciones y empezó a halar una cortina, sin cuidado alguno, para tratar de sofocar el fuego por si misma.
Las que estaban mejor posicionadas en el segundo y tercer piso, se apostaron en las escaleras para impedir el acceso en lo que pudieran mientras las otras seguían en su suicida tarea de enfrentarlos. En el tercer piso formaron tres círculos para evitar que llegaran al Estudio.
Las que estaban dentro del Estudio se recostaron contra las paredes a lado y lado de la puerta y aguardaron, mientras la que estaba en el escritorio, se sujetaba las manos de forma nerviosa.
Última edición por Ethel el 18/09/09, 06:19 pm, editado 1 vez
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Re: Creer en el Infierno
Las figuras en cuestión se encontraban en una de las pequeñas plazas adyacentes a la calle en la que se encontraba la mansión que vigilaban, sepultadas en las sombras de un viejo cadalso de madera bajo el que se resguardaban de la incipiente llovizna.
Por un momento, la única luz era la que provenía de las manos del hombre que había hablado, un hombre alto y muy delgado, de piel macilenta y ojos pequeños y marrones que brillaban bajo una pesada capucha que le cubría. Sostenía una esfera de color morado oscuro, del tamaño de una bala de cañón, a la que miraba fascinado a pesar de que ninguno de sus acompañantes podía ver nada en su superficie opaca. Adelantó la esfera hacia ellos, como si pensara que pudieran ver lo mismo que él, o tal vez riéndose de ellos porque no podían hacerlo; y al hacerlo, solo quedó el brillo apagado de sus dientes amarillentos para distinguirle de la oscuridad.
La ténue luz de la esfera fue suficiente para iluminar los tres rostros por un instante.
Uno de ellos se correspondía con un hombre de cara pálida y sombría, grandes ojos grises hundidos en un rostro cansado y largos cabellos negros que le caían enmarañados por la lluvia. A su derecha había una mujer, la única entre ellos, de rasgos finos y ojos azul eléctrico bajo una larga cabellera dorada. Y a la derecha de ella, un tercer hombre, el mas alto de los tres, malcarado y de cejas espesas en un ceño fruncido. Sus ojos eran de color verde oscuro, y era completamente calvo, aunque tenía bigote y una corta perilla bien recortada.
El hombre moreno y la mujer le dedicaron una fugaz mirada a la esfera de amatista, pero el calvo no apartó los ojos del delgado vidente ni por un momento.
- ¿Y ahora qué? - preguntó.
- Ahora es el momento de terminar el juego, querido Duque - dijo el anciano. - Los peones ya rodean a la reina y los álfiles no pueden moverse. Es hora de enviar una torre a que haga el jaque.
- Preferiría que hablases claro - gruñó el hombre moreno. - ¿Qué quieres decir?
- Estimado e iletrado comandante - respondió el hombre, dedicándole una sonrisa que hizo que una de las manos del interfecto acudiera a la empuñadura de su espada. - Si tengo que resumirme, diré simplemente que hemos ganado ésta parte de la partida. La casa arde y nos aseguraremos de que la hechicera perezca entre sus muros enviando a alguien para que la derrote antes de que pueda escaparse.
- Bien - dijo. - Me cansaba de esperar.
- Lady Kathrina - siguió el vidente, ignorando el comentario del comandante. - ¿Seréis tan amable de ordenar a vuestra unidad que aíslen a la bruja?
La mujer alzó los ojos hacia él, mirándole de forma inquisitiva.
No respondió. Transcurrieron un puñado de segundos, y la mujer simplemente contempló el rostro del anciano, sonriente al principio, aunque menos cuando hubieron pasado unos instantes sin que la joven le diese una respuesta.
- Kathrina - la instó el hombre que tenía a su derecha, con brusquedad.
...
El hombre moreno y el calvo se miraron entre sí un momento, compartiendo una sombría sonrisa, mientras la mujer se inclinaba ligeramente hacia adelante para recoger la esfera morada entre sus dedos. Le hormiguearon los dedos al tacto, y la sensación de que era mágica le afectó de forma embriagadora inmediatamente. La joven respiró hondo mientras las imágenes que antes no podía ver comenzaban a dibujarse para ella en la superficie del cristal. Una mancha, al principio, después el brillo de unos ojos. Luego un rostro que conocía bien.
Ojalá conociese tan bien a las personas que tenía a su alrededor, pensó, y no pudo evitar que la duda volviese a asaltarla. Cerró los ojos. Sus pensamientos estaban puestos en otro lado, y no en aquella disputa que no sabía muy bien si tenía algo que ver con ella. Los ojos de aquella persona le devolvían la mirada. Sabía que podía verla, aunque estuviese a distancia, gracias al orbe. Se preguntó si vería su imagen de la misma forma que ella veía la suya. Detrás de ella, solo había la oscuridad absoluta del cadalso bajo el que se refugiaban.
Pero no podía detenerse ahí. No con ella. Por más que fuera lo que el corazón le pedía, tenía que volver al mundo real, al mundo de aquel hombre arrugado que le miraba con el ceño fruncido. Sus pensamientos volvieron a la persona a la que debía dar la orden, y le contempló. También le conocía bien. Era alguien a quien podía llamar amigo. Y detrás de él... podía ver la casa en llamas, los cadáveres de soldados y de mujeres que creyó sirvientas, las manchas de sangre.
Le tomó un momento ser capaz de dar la orden.
- Sir Angmar - llamó. - Ordenad a la Compañía que...
Y de pronto la esfera se movió con brusquedad.
El aullido fue repentino, profundo. No solo sobresaltó a Lady Kathrina, sino también a los dos hombres que la acompañaban, uno de los cuales dio un paso atrás automáticamente, desenvainando una larga espada. El sobresalto no era suficiente como para alterar a Kathrina, pero la imagen sí. Al mirar hacia arriba, apartando los ojos del rostro de Angmar dibujado en el cristal, vio el rostro del vidente contraído en una mueca de dolor, con los labios rezumando sangre. Apenas se dio cuenta de que la bola se le escurría de entre las manos.
La escena no era agradable.
Al estallar en mil pedazos, la esfera llenó por un momento la estructura del cadalso de una fuerte luz de un color morado blanquecino, a la vista del cual pudo divisarse una silueta que no era la de ninguno de ellos. La mujer - porque era una mujer, no cabía duda al respecto - tenía abrazado al vidente por detrás, con una mano sobre su cuello, y la otra hundida en su espina dorsal. La luz le arrancaba un destello a su cuchillo, y también a sus ojos.
- Ataque - balbució Fertch, el hombre calvo, mirando a los ojos de aquella mujer, una de las Flores de Ethel, un Loto que había logrado abrirse paso hasta allí.
Y de inmediato se escuchó otro gruñido.
Kathrina ya estaba reaccionando, y así también la Flor. El comandante de cabellos negros había desenvainado su espada, pero el segundo gruñido le hizo volverse hacia Fertch, para descubrir que tenía a una segunda asaltante cerca. Kathrina no se volvio. La Flor tampoco lo hizo. Armada con una daga empapada en sangre, la chica, sabiéndose descubierta antes de tiempo, arrojó al vidente agonizante contra la caballero, que desenvainaba su espada con la mano derecha y alcanzaba con la otra el escudo colgado de su espalda, y esperó ganar tiempo. Como si bailara, se deslizó a un lado del vidente, y lanzó una larga estocada de su daga en dirección a la garganta de la mujer. A punto estuvo de acabar con su vida, pero Kathrina se apartó a tiempo. Movió la mano con rapidez, y su escudo golpeó a la Flor en pleno rostro, haciéndola gemir con brusquedad y soltar el cuchillo en el aire.
Inmediatamente se volvió, junto con el comandante, hacia la que atacaba a Fertch.
Por un momento, la única luz era la que provenía de las manos del hombre que había hablado, un hombre alto y muy delgado, de piel macilenta y ojos pequeños y marrones que brillaban bajo una pesada capucha que le cubría. Sostenía una esfera de color morado oscuro, del tamaño de una bala de cañón, a la que miraba fascinado a pesar de que ninguno de sus acompañantes podía ver nada en su superficie opaca. Adelantó la esfera hacia ellos, como si pensara que pudieran ver lo mismo que él, o tal vez riéndose de ellos porque no podían hacerlo; y al hacerlo, solo quedó el brillo apagado de sus dientes amarillentos para distinguirle de la oscuridad.
La ténue luz de la esfera fue suficiente para iluminar los tres rostros por un instante.
Uno de ellos se correspondía con un hombre de cara pálida y sombría, grandes ojos grises hundidos en un rostro cansado y largos cabellos negros que le caían enmarañados por la lluvia. A su derecha había una mujer, la única entre ellos, de rasgos finos y ojos azul eléctrico bajo una larga cabellera dorada. Y a la derecha de ella, un tercer hombre, el mas alto de los tres, malcarado y de cejas espesas en un ceño fruncido. Sus ojos eran de color verde oscuro, y era completamente calvo, aunque tenía bigote y una corta perilla bien recortada.
El hombre moreno y la mujer le dedicaron una fugaz mirada a la esfera de amatista, pero el calvo no apartó los ojos del delgado vidente ni por un momento.
- ¿Y ahora qué? - preguntó.
- Ahora es el momento de terminar el juego, querido Duque - dijo el anciano. - Los peones ya rodean a la reina y los álfiles no pueden moverse. Es hora de enviar una torre a que haga el jaque.
- Preferiría que hablases claro - gruñó el hombre moreno. - ¿Qué quieres decir?
- Estimado e iletrado comandante - respondió el hombre, dedicándole una sonrisa que hizo que una de las manos del interfecto acudiera a la empuñadura de su espada. - Si tengo que resumirme, diré simplemente que hemos ganado ésta parte de la partida. La casa arde y nos aseguraremos de que la hechicera perezca entre sus muros enviando a alguien para que la derrote antes de que pueda escaparse.
- Bien - dijo. - Me cansaba de esperar.
- Lady Kathrina - siguió el vidente, ignorando el comentario del comandante. - ¿Seréis tan amable de ordenar a vuestra unidad que aíslen a la bruja?
La mujer alzó los ojos hacia él, mirándole de forma inquisitiva.
No respondió. Transcurrieron un puñado de segundos, y la mujer simplemente contempló el rostro del anciano, sonriente al principio, aunque menos cuando hubieron pasado unos instantes sin que la joven le diese una respuesta.
- Kathrina - la instó el hombre que tenía a su derecha, con brusquedad.
...
El hombre moreno y el calvo se miraron entre sí un momento, compartiendo una sombría sonrisa, mientras la mujer se inclinaba ligeramente hacia adelante para recoger la esfera morada entre sus dedos. Le hormiguearon los dedos al tacto, y la sensación de que era mágica le afectó de forma embriagadora inmediatamente. La joven respiró hondo mientras las imágenes que antes no podía ver comenzaban a dibujarse para ella en la superficie del cristal. Una mancha, al principio, después el brillo de unos ojos. Luego un rostro que conocía bien.
Ojalá conociese tan bien a las personas que tenía a su alrededor, pensó, y no pudo evitar que la duda volviese a asaltarla. Cerró los ojos. Sus pensamientos estaban puestos en otro lado, y no en aquella disputa que no sabía muy bien si tenía algo que ver con ella. Los ojos de aquella persona le devolvían la mirada. Sabía que podía verla, aunque estuviese a distancia, gracias al orbe. Se preguntó si vería su imagen de la misma forma que ella veía la suya. Detrás de ella, solo había la oscuridad absoluta del cadalso bajo el que se refugiaban.
Pero no podía detenerse ahí. No con ella. Por más que fuera lo que el corazón le pedía, tenía que volver al mundo real, al mundo de aquel hombre arrugado que le miraba con el ceño fruncido. Sus pensamientos volvieron a la persona a la que debía dar la orden, y le contempló. También le conocía bien. Era alguien a quien podía llamar amigo. Y detrás de él... podía ver la casa en llamas, los cadáveres de soldados y de mujeres que creyó sirvientas, las manchas de sangre.
Le tomó un momento ser capaz de dar la orden.
- Sir Angmar - llamó. - Ordenad a la Compañía que...
Y de pronto la esfera se movió con brusquedad.
El aullido fue repentino, profundo. No solo sobresaltó a Lady Kathrina, sino también a los dos hombres que la acompañaban, uno de los cuales dio un paso atrás automáticamente, desenvainando una larga espada. El sobresalto no era suficiente como para alterar a Kathrina, pero la imagen sí. Al mirar hacia arriba, apartando los ojos del rostro de Angmar dibujado en el cristal, vio el rostro del vidente contraído en una mueca de dolor, con los labios rezumando sangre. Apenas se dio cuenta de que la bola se le escurría de entre las manos.
La escena no era agradable.
Al estallar en mil pedazos, la esfera llenó por un momento la estructura del cadalso de una fuerte luz de un color morado blanquecino, a la vista del cual pudo divisarse una silueta que no era la de ninguno de ellos. La mujer - porque era una mujer, no cabía duda al respecto - tenía abrazado al vidente por detrás, con una mano sobre su cuello, y la otra hundida en su espina dorsal. La luz le arrancaba un destello a su cuchillo, y también a sus ojos.
- Ataque - balbució Fertch, el hombre calvo, mirando a los ojos de aquella mujer, una de las Flores de Ethel, un Loto que había logrado abrirse paso hasta allí.
Y de inmediato se escuchó otro gruñido.
Kathrina ya estaba reaccionando, y así también la Flor. El comandante de cabellos negros había desenvainado su espada, pero el segundo gruñido le hizo volverse hacia Fertch, para descubrir que tenía a una segunda asaltante cerca. Kathrina no se volvio. La Flor tampoco lo hizo. Armada con una daga empapada en sangre, la chica, sabiéndose descubierta antes de tiempo, arrojó al vidente agonizante contra la caballero, que desenvainaba su espada con la mano derecha y alcanzaba con la otra el escudo colgado de su espalda, y esperó ganar tiempo. Como si bailara, se deslizó a un lado del vidente, y lanzó una larga estocada de su daga en dirección a la garganta de la mujer. A punto estuvo de acabar con su vida, pero Kathrina se apartó a tiempo. Movió la mano con rapidez, y su escudo golpeó a la Flor en pleno rostro, haciéndola gemir con brusquedad y soltar el cuchillo en el aire.
Inmediatamente se volvió, junto con el comandante, hacia la que atacaba a Fertch.
Kath Vance- Cantidad de envíos : 41
Re: Creer en el Infierno
A Mariela no le quedaba más trabajo que tratar de impactar a los hombres del bosque. Que salir de los arqueros en la medida de lo posible, lo que le implicaba quedarse en solo uno de los brazos del jardín. Era un riesgo muy grande, pero tocaba correrlo; era eso o bajar y hacerles frente cuerpo a cuerpo a los otros que se habían tomado los pasillos. Amparada por las gárgolas y las cornisas elevadas llegó a tener un mejor ángulo, cuando no era una saeta suya la que había desviar al arquero, era alguna Flor que se lograba abrir paso hasta llegar al verdadero objetivo; pero de la misma forma también se convirtió en el nuevo blanco e intuía (cosa que era cierta) que cada arquero muerto o herido o desatinado por ser tomado por sorpresa, era un Flor menos.
Bajo sus pies la casa ardía por pedazos, habían gritos de toda índole. El jardín trasero solo tenía cuerpos, unos mas muertos que otros, sin nadie que les hiciera el favor del golpe gracia, condenándo a muertes agónicas a quienes aun respiraban. El grueso de la población de esa parte de la casa, estaba en la sala de música, o había encontrado otros lugares por los cuales acceder a los pisos superiores. Los de las ballestas trataban de mantener la ventaja del rango y disparaban aun cuando las tenían muy encima, el cambio de armas e incluso de estas de manos solo traía más tensión. Sangre salía de aquí y de allá.
Al menos el acceso por esas escaleras estaba cubierto, desde abajo y desde arriba.
En la parte de enfrente, se trataba de impedir que los invaasores llegaran al tercer piso.
Gota a gota, la lluvia tomaba mas fuerza, hasta casi parecer un diluvio. El viento, cobraba tanta fuerza como el agua al caer y arrastraba esa cortina de forma diagonal en una y otra dirección, como si la pequeña tormenta también estuviera contagiada de ese mismo caos que parecía reinar en el mundo por una noche. Empapaba los lugares abiertos y cortesía del viento llegaba hasta los pasillos se mezclaba con la sangre, dificultaba el balance, pero no detenía nada. Un actor adicional.
Del otro lado de las murallas de la casa, las calles estaban totalmente vacías, la lluvia había espantado a todos y a los que no, se les había evacuado o simplemente eliminado. Cínicos hipócritas, es que acaso tanto les importaba la seguridad de los turistas y habitantes de la isla si no se trataba de una Flor? La ciudad entera yacía en tinieblas, bañada en una tormenta que se dejaba oír pero solo exponía sus más fuertes rayos, y sus lúgubres calles tan solo contenían las sombras que proyectaban las grandes casas, algunos de los infames apostados estratégicamente en lo que los demás hacían su trabajo y de las muchachas que aun les daban caza. Todo guardaba silencio, solo se escuchaba el rumor cansino de la lluvia al encontrar el piso cuando todo inició y aun en ese momento. Solo se escuchaba el cruce de aceros, el rumor propio de una batalla que debería ser ruidosa. Solo se escuchaban los constantes truenos lejanos, de relámpagos ocultos por el manto de nubes, y eran estos truenos los que tapaban por segundos los pocos y ocasionales sonidos del asalto del que eran victimas.
Bajo sus pies la casa ardía por pedazos, habían gritos de toda índole. El jardín trasero solo tenía cuerpos, unos mas muertos que otros, sin nadie que les hiciera el favor del golpe gracia, condenándo a muertes agónicas a quienes aun respiraban. El grueso de la población de esa parte de la casa, estaba en la sala de música, o había encontrado otros lugares por los cuales acceder a los pisos superiores. Los de las ballestas trataban de mantener la ventaja del rango y disparaban aun cuando las tenían muy encima, el cambio de armas e incluso de estas de manos solo traía más tensión. Sangre salía de aquí y de allá.
Al menos el acceso por esas escaleras estaba cubierto, desde abajo y desde arriba.
En la parte de enfrente, se trataba de impedir que los invaasores llegaran al tercer piso.
Gota a gota, la lluvia tomaba mas fuerza, hasta casi parecer un diluvio. El viento, cobraba tanta fuerza como el agua al caer y arrastraba esa cortina de forma diagonal en una y otra dirección, como si la pequeña tormenta también estuviera contagiada de ese mismo caos que parecía reinar en el mundo por una noche. Empapaba los lugares abiertos y cortesía del viento llegaba hasta los pasillos se mezclaba con la sangre, dificultaba el balance, pero no detenía nada. Un actor adicional.
Del otro lado de las murallas de la casa, las calles estaban totalmente vacías, la lluvia había espantado a todos y a los que no, se les había evacuado o simplemente eliminado. Cínicos hipócritas, es que acaso tanto les importaba la seguridad de los turistas y habitantes de la isla si no se trataba de una Flor? La ciudad entera yacía en tinieblas, bañada en una tormenta que se dejaba oír pero solo exponía sus más fuertes rayos, y sus lúgubres calles tan solo contenían las sombras que proyectaban las grandes casas, algunos de los infames apostados estratégicamente en lo que los demás hacían su trabajo y de las muchachas que aun les daban caza. Todo guardaba silencio, solo se escuchaba el rumor cansino de la lluvia al encontrar el piso cuando todo inició y aun en ese momento. Solo se escuchaba el cruce de aceros, el rumor propio de una batalla que debería ser ruidosa. Solo se escuchaban los constantes truenos lejanos, de relámpagos ocultos por el manto de nubes, y eran estos truenos los que tapaban por segundos los pocos y ocasionales sonidos del asalto del que eran victimas.
Última edición por Ethel el 20/09/09, 02:57 pm, editado 1 vez
Ethel- Cantidad de envíos : 308
Re: Creer en el Infierno
Maldita oscuridad.
El destello producido por la esfera de cristal al romperse se iba diluyendo poco a poco, y la oscuridad recobraba paulatinamente su presencia en la escena hasta llegar a dominarlo por completo. Maldita oscuridad, se repitió Kathrina. Qué mala pasada les había jugado a todos.
Aquellas mujeres eran asesinas, y eran efectivas. El ejemplo de su eficiencia emitía sus últimos estertores de agonía en el suelo, exhalando borbotones de sangre cada vez que respiraba. Habían perdido al vidente de un solo golpe, antes de poder reaccionar; y tal vez habrían perdido a Fertch también de no ser porque a ellas también las había engañado la oscuridad... y les había perdido la rabia. Habían apuntado a los pulmones, habían querido matarles no rápida y limpiamente, sino de forma excruciante, dolorosa, tal vez como represalia por lo que estaba pasando con la mansión.
La hoja de la chica a la que Kathrina había derribado traspasó limpiamente las ropas y la caja torácica del vidente, pero la oscuridad impidó que la otra viese la armadura que portaba Fertch. La hoja emitió un destello al tratar de hundirse con fuerza y encontrar sólo metal, y el impacto hizo dar un salto al calvo y emitir aquel segundo gruñido. Pero no estaba herido de gravedad, sino tocado. La mujer se sorprendió tanto como él, y no tuvo la ocasión de repetir el ataque.
Kathrina sí.
Después de golpear a la primera mujer que había atacado con el escudo, se volvió rápidamente hacia la segunda. El comantante reaccionó después que ella, pero al estar más cerca, fue el primero cuyo acero representó una amenaza para el Loto. La joven esquivó el golpe que le dio el hombre, torpe y traicionado por la sorpresa, y después pateó a Fertch en el costado con rapidez. Le fue fácil derribarle sobre el otro hombre, y deshacerse así de ambos. Esquivó con gracia la arremetida del escudo de Kathrina, y desenvainó una delgada y larga hoja curva con la que paró el subsecuente ataque de su espada. Empujó, y la caballero se tuvo que hacer a un lado, dando un paso atrás, para no perder el equilibrio.
- Os arrepentiréis de ésto - dijo la Flor.
Fue un susurro, una advertencia apenas perceptible, pero Kathrina lo oyó. Y de alguna forma, le hizo sentir un escalofrío. La forma en la que cada palabra salió de su boca, con un deje de aquella misma rabia que le había hecho fallar el ataque por no buscar una muerte rápida, le hizo detenerse a pensar. Detuvo un ataque, y después otro, y un tercero - la joven era extraordinariamente rápida - y presionó con el escudo para moverla hacia su derecha, donde pudiera enfilarla mejor. La luz de un relámpago iluminó a ambas por un momento, arrancó un destello a las espadas cruzadas, a la incertidumbre en los ojos de la Condesa de Vance, el dolor en los de la otra.
- ¿Por qué? - preguntó en voz baja.
No hubo una respuesta. Las manos se movieron, los metales se volvieron a encontrar. La chica golpeó de forma trasversal, y el instinto de Kathrina le dijo que, si en aquel momento hubiera alzado el escudo, la habría desarmado de un golpe. Pero no lo hizo. No podía apartar los ojos de los suyos. Ni siquiera se daba cuenta de que la mujer la estaba conduciendo a...
- ¡Kathrina! - le advirtió el comandante, aún en el suelo.
La mujer atacó. En aquel momento, Kath entendió lo que estaba haciendo. La otra mujer apareció de repente entre las sombras, justo detrás de donde ella se encontraba, y de no ser por la advertencia del hombre moreno, que aún trataba de desembarazarse de Fertch, la daga le habría traspasado el riñón derecho antes de que hubiera podido moverse. Se retorció bruscamente hacia un lado, sintiendo una punzada en la cadera cuando la hoja cortó la tela y la carne, a través de la cota de malla, y reaccionó mucho más rápido que su pensamiento. Atajó el ataque de la mujer a la que miraba con un rápido golpe de escudo, presionando para desviar el arma. A continuación se volvió de pronto, alzando los pies del suelo con gracia para girar en el aire, y descargó con todas sus fuerzas la espada.
La daga, húmeda de sangre, cayó al suelo.
El brazo de la mujer cayó detrás.
El destello producido por la esfera de cristal al romperse se iba diluyendo poco a poco, y la oscuridad recobraba paulatinamente su presencia en la escena hasta llegar a dominarlo por completo. Maldita oscuridad, se repitió Kathrina. Qué mala pasada les había jugado a todos.
Aquellas mujeres eran asesinas, y eran efectivas. El ejemplo de su eficiencia emitía sus últimos estertores de agonía en el suelo, exhalando borbotones de sangre cada vez que respiraba. Habían perdido al vidente de un solo golpe, antes de poder reaccionar; y tal vez habrían perdido a Fertch también de no ser porque a ellas también las había engañado la oscuridad... y les había perdido la rabia. Habían apuntado a los pulmones, habían querido matarles no rápida y limpiamente, sino de forma excruciante, dolorosa, tal vez como represalia por lo que estaba pasando con la mansión.
La hoja de la chica a la que Kathrina había derribado traspasó limpiamente las ropas y la caja torácica del vidente, pero la oscuridad impidó que la otra viese la armadura que portaba Fertch. La hoja emitió un destello al tratar de hundirse con fuerza y encontrar sólo metal, y el impacto hizo dar un salto al calvo y emitir aquel segundo gruñido. Pero no estaba herido de gravedad, sino tocado. La mujer se sorprendió tanto como él, y no tuvo la ocasión de repetir el ataque.
Kathrina sí.
Después de golpear a la primera mujer que había atacado con el escudo, se volvió rápidamente hacia la segunda. El comantante reaccionó después que ella, pero al estar más cerca, fue el primero cuyo acero representó una amenaza para el Loto. La joven esquivó el golpe que le dio el hombre, torpe y traicionado por la sorpresa, y después pateó a Fertch en el costado con rapidez. Le fue fácil derribarle sobre el otro hombre, y deshacerse así de ambos. Esquivó con gracia la arremetida del escudo de Kathrina, y desenvainó una delgada y larga hoja curva con la que paró el subsecuente ataque de su espada. Empujó, y la caballero se tuvo que hacer a un lado, dando un paso atrás, para no perder el equilibrio.
- Os arrepentiréis de ésto - dijo la Flor.
Fue un susurro, una advertencia apenas perceptible, pero Kathrina lo oyó. Y de alguna forma, le hizo sentir un escalofrío. La forma en la que cada palabra salió de su boca, con un deje de aquella misma rabia que le había hecho fallar el ataque por no buscar una muerte rápida, le hizo detenerse a pensar. Detuvo un ataque, y después otro, y un tercero - la joven era extraordinariamente rápida - y presionó con el escudo para moverla hacia su derecha, donde pudiera enfilarla mejor. La luz de un relámpago iluminó a ambas por un momento, arrancó un destello a las espadas cruzadas, a la incertidumbre en los ojos de la Condesa de Vance, el dolor en los de la otra.
- ¿Por qué? - preguntó en voz baja.
No hubo una respuesta. Las manos se movieron, los metales se volvieron a encontrar. La chica golpeó de forma trasversal, y el instinto de Kathrina le dijo que, si en aquel momento hubiera alzado el escudo, la habría desarmado de un golpe. Pero no lo hizo. No podía apartar los ojos de los suyos. Ni siquiera se daba cuenta de que la mujer la estaba conduciendo a...
- ¡Kathrina! - le advirtió el comandante, aún en el suelo.
La mujer atacó. En aquel momento, Kath entendió lo que estaba haciendo. La otra mujer apareció de repente entre las sombras, justo detrás de donde ella se encontraba, y de no ser por la advertencia del hombre moreno, que aún trataba de desembarazarse de Fertch, la daga le habría traspasado el riñón derecho antes de que hubiera podido moverse. Se retorció bruscamente hacia un lado, sintiendo una punzada en la cadera cuando la hoja cortó la tela y la carne, a través de la cota de malla, y reaccionó mucho más rápido que su pensamiento. Atajó el ataque de la mujer a la que miraba con un rápido golpe de escudo, presionando para desviar el arma. A continuación se volvió de pronto, alzando los pies del suelo con gracia para girar en el aire, y descargó con todas sus fuerzas la espada.
La daga, húmeda de sangre, cayó al suelo.
El brazo de la mujer cayó detrás.
Kath Vance- Cantidad de envíos : 41
Re: Creer en el Infierno
Sonya no podía creerlo. Para ella no era concebible tal cosa. Y aun así lo estaba viendo. Y aun así, esta sucediendo. Ni su respiración agitada por la carrera que acaba de terminar de un extremo a otro de la casa, ni sus deseos, ni siquiera la tupida lluvia que se había desencadenado de un momento a otro y sin aviso, que parecía haberse aliado con esos traidores, impedía que se perdiera detalle de lo que acontecía.
De tantas cosas que podían estar en su cabeza solo una daba vueltas y vueltas, de forma obsesiva, expresada con el fervor de un fanático. Una petición. Pasado el tiempo se preguntaría si su Líder se había equivocado y más bien era eso que se repetía lo que la había mantenido en su sitio, con la mente clara en medio de lo cabía esa expresión para el caso. Aguarda, Aguarda, Aguarda
La Orquídea se tomó dos segundos para bajar la vista y volver a pensar la situación. Los mejores elementos estaban fuera de la isla, exceptuando a lo que se podía considerar de forma no oficial la guardia personal de Ethel (titulo que se habían dado ellas mismas sin que la bruja se enterara pues jamás lo habría permitido). Pero estas, estaban haciendo su labor de la misma forma en que lo hacía Sonya y no estaban presentes en los patios ni en los pasillos o cualquier otra habitación de fácil acceso, no estaban visibles.
Estando tan quieta se daba cuenta de algunas cosas, por ejemplo, que estaban solas. Los hombres del ejercito del Rey no se inmutaban, seguramente mantenían sus charlas casuales ignorando por completo la tragedia que se forjaba a escasos metros de ellos, a una pared de distancia, a una calle, a voces de alarma y gritos de advertencia iniciales desoídos. El fuego tenía que ser visible a calles de distancia. Ni siquiera cuando sonó el cuerno, que ese sí tuvieron que escucharlo, se había dado un cambio, ni un refuerzo, ni una mano. Habían escogido de forma muy particular el momento para evadirse de su trabajo. Demasiadas casualidades. Era demasiado irreal. Siempre había sabido que a la hora de verdad estaban solas, que no contaban con nadie, que en casos excepcionales contarían con otra hermana, pero como fuera, siempre dependían de ellas mismas. Todas lo sabían… las que habían sido cultivadas desde pequeñas y las que habían llegado y se habían ganado un lugar. La situación no tenía porque ser la excepción. Pero ahora no estaban solas de forma individual, estaban solas como grupo, como fuerza y no entendía por qué, no podía entender el por qué cuando su mente estaba en lo que era inmediatamente más importante. Solo hacía parte de un recuerdo pero no lo olvidaría porque eso no se quedaría así
Permanecía cubierta por las sombras en un lugar estratégico para su labor y ni aun los relámpagos delataban su posición. Debía aguardar. Esa era su orden. Y es era lo que se repetía. No te muevas, no te muevas, no te muevas. Cuando se le dio no comprendía del todo el por qué se le daba a ella y mucho menos creyó que fuera tan difícil de cumplir, pero ahora entendía las razones: cualquier otra no habría aguantado tanto sin intervenir en el combate, habría cedido a sus sentimientos, al impulso y la rabia que le hervía en ese momento a ella en la sangre. Aguardaba porque su propósito era más alto que darles muerte a todos esos perros. Aguardaba y los terminaba de estudiar como un hábito adquirido.
Y mientras, la Flor que había salido del Estudio y tratado de entrar a la Sala de Música, se batía a duelo con tres hombres que se habían colado desde la escalera pese a sus esfuerzos, pese a que alguna había dejado su posición de proteger el acceso al tercer piso para ayudarla. Sonya, esa misma Orquídea que había corrido por el jardín trasero y que parecía que se evadía de la batalla, veía en cada uno de los movimientos que realizaba razones de peso para querer ser algún día como ella. Tres contra una y no la hacían flaquear, les seguía el ritmo, les hacía frente con su katana de dos filos, se movía con gran agilidad y los profundos cortes en las armaduras y escudos de los hombres evidenciaban las propiedades mágicas de su arma, su katana pasaba de una espada a otra con tanta velocidad que incluso su cabello empapado gracias al viento que traía a la lluvia hasta ellos, se agitaba al aire y en ocasiones encontraba que su atacante aun no estaba listo pasando de la defensa al ataque, hiriéndolo con tanta gravedad como podía antes de encarar al siguiente; eludiendo los empujes que hacían con los escudos
Tenían formación militar, eran buenos en su trabajo, sin duda se habían enfrentado entre otros a asesinos con anterioridad, en la forma en que había atacado desde el principio habían dado de baja a demasiadas de ellas hasta reducir sus defensas a la minina expresión, pero tal vez nunca creyeron que en este punto se necesitarían de tres para derrotar a una mujer a la que habían tomado por sorpresa.
Pero para Sonya que veía el enfrentamiento desde la barrera, era visible que la Amapola estaba al límite de sus fuerzas y que lo inevitable llegaría en cualquier momento. Desde el momento en que habían tomado la sala de música una eternidad atrás en el tiempo, le había tocado hacerle frente a demasiados de estos, en una posición bastante incomoda, en especial cuando las demás empezaron a caer y pudieron subir con mayor facilidad. Estando en la boca de la escalera no les quedaba mas opción que atacar de a uno, pero ahora que habían logrado hacerse algo de espacio, procedieron a atacar entre varios a una que se les enfrentaba sola (a diferencia de las demás) sería más efectivo y seguro para ellos. Se habían equivocado y aun así se iban a salir con la suya.
Era responsabilidad de la Flor que ellos no pasaran del pasillo, más de lo que ya lo habían hecho, que no siguieran dispersándose buscando lo que estaba segura era su objetivo (para qué si no era para eso, se había montado un operativo tan grande y lleno de tanta sangre aun antes que ellas mostraran ser una amenaza como tal?). Y Sonya apretaba con fuerza la empuñadura de su daga para no desobedecer; tenía que esperar hasta el último momento, estar tan solo alerta hasta que sobrepasaran a quien consideraba su ejemplo a seguir, su modelo de vida, dedicación y trabajo, y solo entonces salir del lugar y dar aviso: era una orden directa de Ethel y así se iba a cumplir.
Si Sonya estaba llorando o no, era difícil de decir, su cara aun estaba empapada por la lluvia y su respiración era tan rápida que ahogaba cualquier cosa que pareciera un sollozo, pero le dolía tanto el corazón que este si lloraba. Entre las dos podían acabarlos, quien debía estar avisado ya tenía que saberlo por la torre de humo que ascendía desde otro de los jardines de la casa; era una canallada que hubiera humo en la casa de la Ethel, por una vez ellas eran las inocentes. Era muy cruel tener que permanecer ahí, la Flor de Lis se estaba arriesgando demasiado al ponerle algo así, por qué no simplemente regresar al primer síntoma de riesgo? Por qué era tan importante eso que tenía que hacer por fuera que recurría a artimañas tan complicadas y poco practicas? Si, el tener un lugar ficticio en el que supuestamente descansara su cuerpo en su ausencia era muy útil y les daba tiempo a ellas de preparar un contra ataque o una evasión eficaz, eso los confundiría les mermaba fuerzas por las acciones de ellas (aunque no contaba con que enviaran tantos), pero no entendía por qué la Amapola tenía que morir para que ella regresara, por qué el vinculo de advertencia no podía ser otro, por qué la Amapola simplemente no se deshacía de la pulsera que la haría regresar obligada en lugar de esperar hasta que su vida se extinguiera y rompiera el hechizo que mantenía a Ethel en el cuerpo de otra; pero no la cuestionaba a ella ni a sus métodos, solo le atravesaba el alma lo que ocurría, que fueran supuestos aliados los que las abatían de esa forma, los que las diezmaban vaya uno a saber por qué. Se sentía traicionada, impotente y le corroía el espíritu cada vez que pensaba que cada una de las caídas murió con eso en su mente, en el corazón. Y la Amapola no sería la expresión, aunque esa sonrisa inquietante adornara su rostro cada vez que se daba espacio, desconcertando a los otros tres. No llores Sonya, no llores.
La Amapola se mantenía firme, al menos este grupo no había logrado avanzar mucho desde la escalera, al menos hacía la dirección en la que ella iba retrocediendo muy lentamente, evitando que se desplegaran y que esos tres que enfrentaba fueran su propio tapón y no se les dejaba ir muy lejos por las otras que aun permanecían en ese piso enfrentándose a otros tantos, ese que ahora, al igual que los jardines, estaba sembrado de muertos. Por supuesto también había que dar gracias a los grandes matorrales que hacían esa sección del pasillo más angosta.
Pero la traición es algo que se manifiesta en mas de un sentido y los arqueros no podían esperar a que se deshicieran de ella o no les importaba la honra de soldado de quienes la enfrentaban. La primera flecha que le lanzaron fue desviada con su arma, ganándose una herida por parte de uno de los que tenía enfrente, su silbido cortando la lluvia la delató apenas fue disparada y a Sonya le faltó muy poco para disparar su ballesta tras sacarla de forma automática. Solo la detuvo la mirada de la Amapola, una mirada que le infundía confianza, que la invitaba a serenarse, que le decía que sin importar lo que sucediera tenía que creer, que creía en ella y en que haría las cosas bien. Cambió su blanco, apuntó al brazo de su hermana de armas, ella misma le quitaría la pulsera, le salvaría la vida, los… la Amapola negó sutilmente con la cabeza y volvió a lo suyo confiada en que Sonya haría su labor como se había pedido.
Solo uno de los soldados se giró indignado a reclamar a sus camaradas por semejante actuación, mientras los otros retomaban su ataque. Cuando el siguiente relámpago rompió el cielo, el trueno hizo que todos cumplieran con su trabajo.
De tantas cosas que podían estar en su cabeza solo una daba vueltas y vueltas, de forma obsesiva, expresada con el fervor de un fanático. Una petición. Pasado el tiempo se preguntaría si su Líder se había equivocado y más bien era eso que se repetía lo que la había mantenido en su sitio, con la mente clara en medio de lo cabía esa expresión para el caso. Aguarda, Aguarda, Aguarda
La Orquídea se tomó dos segundos para bajar la vista y volver a pensar la situación. Los mejores elementos estaban fuera de la isla, exceptuando a lo que se podía considerar de forma no oficial la guardia personal de Ethel (titulo que se habían dado ellas mismas sin que la bruja se enterara pues jamás lo habría permitido). Pero estas, estaban haciendo su labor de la misma forma en que lo hacía Sonya y no estaban presentes en los patios ni en los pasillos o cualquier otra habitación de fácil acceso, no estaban visibles.
Estando tan quieta se daba cuenta de algunas cosas, por ejemplo, que estaban solas. Los hombres del ejercito del Rey no se inmutaban, seguramente mantenían sus charlas casuales ignorando por completo la tragedia que se forjaba a escasos metros de ellos, a una pared de distancia, a una calle, a voces de alarma y gritos de advertencia iniciales desoídos. El fuego tenía que ser visible a calles de distancia. Ni siquiera cuando sonó el cuerno, que ese sí tuvieron que escucharlo, se había dado un cambio, ni un refuerzo, ni una mano. Habían escogido de forma muy particular el momento para evadirse de su trabajo. Demasiadas casualidades. Era demasiado irreal. Siempre había sabido que a la hora de verdad estaban solas, que no contaban con nadie, que en casos excepcionales contarían con otra hermana, pero como fuera, siempre dependían de ellas mismas. Todas lo sabían… las que habían sido cultivadas desde pequeñas y las que habían llegado y se habían ganado un lugar. La situación no tenía porque ser la excepción. Pero ahora no estaban solas de forma individual, estaban solas como grupo, como fuerza y no entendía por qué, no podía entender el por qué cuando su mente estaba en lo que era inmediatamente más importante. Solo hacía parte de un recuerdo pero no lo olvidaría porque eso no se quedaría así
Permanecía cubierta por las sombras en un lugar estratégico para su labor y ni aun los relámpagos delataban su posición. Debía aguardar. Esa era su orden. Y es era lo que se repetía. No te muevas, no te muevas, no te muevas. Cuando se le dio no comprendía del todo el por qué se le daba a ella y mucho menos creyó que fuera tan difícil de cumplir, pero ahora entendía las razones: cualquier otra no habría aguantado tanto sin intervenir en el combate, habría cedido a sus sentimientos, al impulso y la rabia que le hervía en ese momento a ella en la sangre. Aguardaba porque su propósito era más alto que darles muerte a todos esos perros. Aguardaba y los terminaba de estudiar como un hábito adquirido.
Y mientras, la Flor que había salido del Estudio y tratado de entrar a la Sala de Música, se batía a duelo con tres hombres que se habían colado desde la escalera pese a sus esfuerzos, pese a que alguna había dejado su posición de proteger el acceso al tercer piso para ayudarla. Sonya, esa misma Orquídea que había corrido por el jardín trasero y que parecía que se evadía de la batalla, veía en cada uno de los movimientos que realizaba razones de peso para querer ser algún día como ella. Tres contra una y no la hacían flaquear, les seguía el ritmo, les hacía frente con su katana de dos filos, se movía con gran agilidad y los profundos cortes en las armaduras y escudos de los hombres evidenciaban las propiedades mágicas de su arma, su katana pasaba de una espada a otra con tanta velocidad que incluso su cabello empapado gracias al viento que traía a la lluvia hasta ellos, se agitaba al aire y en ocasiones encontraba que su atacante aun no estaba listo pasando de la defensa al ataque, hiriéndolo con tanta gravedad como podía antes de encarar al siguiente; eludiendo los empujes que hacían con los escudos
Tenían formación militar, eran buenos en su trabajo, sin duda se habían enfrentado entre otros a asesinos con anterioridad, en la forma en que había atacado desde el principio habían dado de baja a demasiadas de ellas hasta reducir sus defensas a la minina expresión, pero tal vez nunca creyeron que en este punto se necesitarían de tres para derrotar a una mujer a la que habían tomado por sorpresa.
Pero para Sonya que veía el enfrentamiento desde la barrera, era visible que la Amapola estaba al límite de sus fuerzas y que lo inevitable llegaría en cualquier momento. Desde el momento en que habían tomado la sala de música una eternidad atrás en el tiempo, le había tocado hacerle frente a demasiados de estos, en una posición bastante incomoda, en especial cuando las demás empezaron a caer y pudieron subir con mayor facilidad. Estando en la boca de la escalera no les quedaba mas opción que atacar de a uno, pero ahora que habían logrado hacerse algo de espacio, procedieron a atacar entre varios a una que se les enfrentaba sola (a diferencia de las demás) sería más efectivo y seguro para ellos. Se habían equivocado y aun así se iban a salir con la suya.
Era responsabilidad de la Flor que ellos no pasaran del pasillo, más de lo que ya lo habían hecho, que no siguieran dispersándose buscando lo que estaba segura era su objetivo (para qué si no era para eso, se había montado un operativo tan grande y lleno de tanta sangre aun antes que ellas mostraran ser una amenaza como tal?). Y Sonya apretaba con fuerza la empuñadura de su daga para no desobedecer; tenía que esperar hasta el último momento, estar tan solo alerta hasta que sobrepasaran a quien consideraba su ejemplo a seguir, su modelo de vida, dedicación y trabajo, y solo entonces salir del lugar y dar aviso: era una orden directa de Ethel y así se iba a cumplir.
Si Sonya estaba llorando o no, era difícil de decir, su cara aun estaba empapada por la lluvia y su respiración era tan rápida que ahogaba cualquier cosa que pareciera un sollozo, pero le dolía tanto el corazón que este si lloraba. Entre las dos podían acabarlos, quien debía estar avisado ya tenía que saberlo por la torre de humo que ascendía desde otro de los jardines de la casa; era una canallada que hubiera humo en la casa de la Ethel, por una vez ellas eran las inocentes. Era muy cruel tener que permanecer ahí, la Flor de Lis se estaba arriesgando demasiado al ponerle algo así, por qué no simplemente regresar al primer síntoma de riesgo? Por qué era tan importante eso que tenía que hacer por fuera que recurría a artimañas tan complicadas y poco practicas? Si, el tener un lugar ficticio en el que supuestamente descansara su cuerpo en su ausencia era muy útil y les daba tiempo a ellas de preparar un contra ataque o una evasión eficaz, eso los confundiría les mermaba fuerzas por las acciones de ellas (aunque no contaba con que enviaran tantos), pero no entendía por qué la Amapola tenía que morir para que ella regresara, por qué el vinculo de advertencia no podía ser otro, por qué la Amapola simplemente no se deshacía de la pulsera que la haría regresar obligada en lugar de esperar hasta que su vida se extinguiera y rompiera el hechizo que mantenía a Ethel en el cuerpo de otra; pero no la cuestionaba a ella ni a sus métodos, solo le atravesaba el alma lo que ocurría, que fueran supuestos aliados los que las abatían de esa forma, los que las diezmaban vaya uno a saber por qué. Se sentía traicionada, impotente y le corroía el espíritu cada vez que pensaba que cada una de las caídas murió con eso en su mente, en el corazón. Y la Amapola no sería la expresión, aunque esa sonrisa inquietante adornara su rostro cada vez que se daba espacio, desconcertando a los otros tres. No llores Sonya, no llores.
La Amapola se mantenía firme, al menos este grupo no había logrado avanzar mucho desde la escalera, al menos hacía la dirección en la que ella iba retrocediendo muy lentamente, evitando que se desplegaran y que esos tres que enfrentaba fueran su propio tapón y no se les dejaba ir muy lejos por las otras que aun permanecían en ese piso enfrentándose a otros tantos, ese que ahora, al igual que los jardines, estaba sembrado de muertos. Por supuesto también había que dar gracias a los grandes matorrales que hacían esa sección del pasillo más angosta.
Pero la traición es algo que se manifiesta en mas de un sentido y los arqueros no podían esperar a que se deshicieran de ella o no les importaba la honra de soldado de quienes la enfrentaban. La primera flecha que le lanzaron fue desviada con su arma, ganándose una herida por parte de uno de los que tenía enfrente, su silbido cortando la lluvia la delató apenas fue disparada y a Sonya le faltó muy poco para disparar su ballesta tras sacarla de forma automática. Solo la detuvo la mirada de la Amapola, una mirada que le infundía confianza, que la invitaba a serenarse, que le decía que sin importar lo que sucediera tenía que creer, que creía en ella y en que haría las cosas bien. Cambió su blanco, apuntó al brazo de su hermana de armas, ella misma le quitaría la pulsera, le salvaría la vida, los… la Amapola negó sutilmente con la cabeza y volvió a lo suyo confiada en que Sonya haría su labor como se había pedido.
Solo uno de los soldados se giró indignado a reclamar a sus camaradas por semejante actuación, mientras los otros retomaban su ataque. Cuando el siguiente relámpago rompió el cielo, el trueno hizo que todos cumplieran con su trabajo.
Ethel- Cantidad de envíos : 308
Re: Creer en el Infierno
Era fácil subestimar a Kathrina.
Teniendo en cuenta cómo habían encontrado las Flores el panorama, al llegar adonde ellos se encontraban, el curso de acción había sido fácil de entender. Primero, el mago. El mago era el que les estaba permitiendo dar las órdenes a la gente que tomaba la casa, y con su muerte le cortaban la cabeza a la serpiente. Aunque ésta pudiera seguir retorciéndose un rato.
De entre los otros tres, era fácil elegir un blanco. Ahí estaba el comandante, joven y confiado, y a su lado Kathrina, que no parecía más que una noblecilla sin ningún valor de combate. El comandante le sacaba una cabeza, y Fertch algo más. Éste último tenía el porte de un guerrero. Si hubieran visto brillar la armadura, tal vez habrían atacado al comandante, pero no a Kathrina. Era fácil pensar que no merecía la pena romper la sorpresa con ella. ¿Qué iba a poder hacer?
Y sin embargo, ahora que era la única que les plantaba cara, la opinión empezaba a cambiar de forma radical. Sí, claro, seguía sin parecer una guerrera. Era delgada, no demasiado alta, fina de hombros, demasiado clara de piel. No era hasta que no tenía una espada en la mano que podías empezar a ver en ella algo de lo que tener miedo. Cierto, no tenía la fuerza de un guerrero, pero sus armas eran ligeras. Y era rápida.
Se deshizo de la que acababa de intentar apuñalarla con rapidez, empujándola a un lado mientras gemía por la pérdida del brazo, y procurando que la sorpresa no la desestabilizara ante el ataque inevitable de la otra, que aun asi casi penetró sus defensas. La Flor era hábil, éso no podía negársele. Atacó por un lado, haciéndole mover el escudo mientras se volvía, y a continuación giró sobre sí misma, casi echándose al suelo en el proceso. El barrido de pierna golpeó a Kathrina en el tobillo, y le hizo perder el equilibrio, cayendo estrepitosamente sobre el hombro izquierdo y casi perdiendo la espada en el proceso. Levantó el escudo por instinto, cortándose con su propia arma por hacerlo, y el instinto no le falló. El golpe que detuvo habría seccionado su garganta si no lo hubiera hecho.
Para ése momento, Fertch ya casi había logrado levantarse. La herida que tenía era superficial, pero suficiente, junto con la pesada armadura de placas, como para mantenerle un rato en el suelo. El comandante se había arrastrado en cuanto había quedado liberado de su peso, y comprobaba que el mago estaba, en efecto, muerto. La Flor se estaba quedando sin tiempo, y decidió cambiar su modo de actuar. Pateó a Kathrina en el escudo, para mantenerla en el suelo, y corrió hacia donde Ferch se encontraba. El hombre quiso levantar una maza para defenderse, pero la Flor no usó su espada, sino que volvió a derribarle de una somera patada. Creyendo que su amenaza más inmediata sería el comandante de negros cabellos, se volvió hacia él, encontrándose con sus ojos en mitad de la oscuridad. Pero le traicionaron los sentimientos.
Se volvió, y miró a su compañera, pálida por la pérdida de sangre, que se retorcía de dolor en el lugar en el que había caído, con la mano izquierda fuertemente presionada sobre el apéndice cortado, como si pudiera hacerlo dejar de sangrar. Sintió una rabia y una lástima renovadas, y sus dientes casi chirriaron cuando los apretó en la oscuridad. No se dio cuenta de que la rubia se acababa de volver a poner frente a ella, y cuando volvió la vista hacia el comandante, la repentina presencia del muro de acero que era su escudo la tomó por sorpresa.
Teniendo en cuenta cómo habían encontrado las Flores el panorama, al llegar adonde ellos se encontraban, el curso de acción había sido fácil de entender. Primero, el mago. El mago era el que les estaba permitiendo dar las órdenes a la gente que tomaba la casa, y con su muerte le cortaban la cabeza a la serpiente. Aunque ésta pudiera seguir retorciéndose un rato.
De entre los otros tres, era fácil elegir un blanco. Ahí estaba el comandante, joven y confiado, y a su lado Kathrina, que no parecía más que una noblecilla sin ningún valor de combate. El comandante le sacaba una cabeza, y Fertch algo más. Éste último tenía el porte de un guerrero. Si hubieran visto brillar la armadura, tal vez habrían atacado al comandante, pero no a Kathrina. Era fácil pensar que no merecía la pena romper la sorpresa con ella. ¿Qué iba a poder hacer?
Y sin embargo, ahora que era la única que les plantaba cara, la opinión empezaba a cambiar de forma radical. Sí, claro, seguía sin parecer una guerrera. Era delgada, no demasiado alta, fina de hombros, demasiado clara de piel. No era hasta que no tenía una espada en la mano que podías empezar a ver en ella algo de lo que tener miedo. Cierto, no tenía la fuerza de un guerrero, pero sus armas eran ligeras. Y era rápida.
Se deshizo de la que acababa de intentar apuñalarla con rapidez, empujándola a un lado mientras gemía por la pérdida del brazo, y procurando que la sorpresa no la desestabilizara ante el ataque inevitable de la otra, que aun asi casi penetró sus defensas. La Flor era hábil, éso no podía negársele. Atacó por un lado, haciéndole mover el escudo mientras se volvía, y a continuación giró sobre sí misma, casi echándose al suelo en el proceso. El barrido de pierna golpeó a Kathrina en el tobillo, y le hizo perder el equilibrio, cayendo estrepitosamente sobre el hombro izquierdo y casi perdiendo la espada en el proceso. Levantó el escudo por instinto, cortándose con su propia arma por hacerlo, y el instinto no le falló. El golpe que detuvo habría seccionado su garganta si no lo hubiera hecho.
Para ése momento, Fertch ya casi había logrado levantarse. La herida que tenía era superficial, pero suficiente, junto con la pesada armadura de placas, como para mantenerle un rato en el suelo. El comandante se había arrastrado en cuanto había quedado liberado de su peso, y comprobaba que el mago estaba, en efecto, muerto. La Flor se estaba quedando sin tiempo, y decidió cambiar su modo de actuar. Pateó a Kathrina en el escudo, para mantenerla en el suelo, y corrió hacia donde Ferch se encontraba. El hombre quiso levantar una maza para defenderse, pero la Flor no usó su espada, sino que volvió a derribarle de una somera patada. Creyendo que su amenaza más inmediata sería el comandante de negros cabellos, se volvió hacia él, encontrándose con sus ojos en mitad de la oscuridad. Pero le traicionaron los sentimientos.
Se volvió, y miró a su compañera, pálida por la pérdida de sangre, que se retorcía de dolor en el lugar en el que había caído, con la mano izquierda fuertemente presionada sobre el apéndice cortado, como si pudiera hacerlo dejar de sangrar. Sintió una rabia y una lástima renovadas, y sus dientes casi chirriaron cuando los apretó en la oscuridad. No se dio cuenta de que la rubia se acababa de volver a poner frente a ella, y cuando volvió la vista hacia el comandante, la repentina presencia del muro de acero que era su escudo la tomó por sorpresa.
Kath Vance- Cantidad de envíos : 41
Re: Creer en el Infierno
Toc, toc, toc
Tres golpes a la puerta que custodiaba mágicamente una de las Flores de Loto.
De inmediato en la semi penumbra de la habitación brillaron las puntas afiladas de las ballestas mágicas de repetición. Las otras cinco figuras permanecieron inmóviles, aunque cuatro voltearon hacia la fuente de sonido.
Toc, tac
Toc
Una sombra que estaba recostada a la pared de piedra, tomando impulso con el pie que tenía apoyado en esta, se acercó hasta otra figura, le arrebató la ballesta y disparó contra la puerta. La saeta golpeó contra algo entre su objetivo y el espacio vacio, reflejando un destello tornasolado que desintegró el proyectil en silencio.
La figura sonrió mientras otra la miraba con reproche, enarcando una ceja
- qué creías? – se encogió de hombros y no respondió. Todas las que estaban a dentro sabían la respuesta, quería asegurarse porque no era su barrera mágica si no la de alguien más.
Tac, tac, to
El último golpe fue más débil. Las pocas sonrisas que había se esfumaron y la hechicera a la que se había puesto en duda se puso de pie acercándose un par de pasos a la puerta como si con esto se asegurara que había escuchado bien. Miró en dirección a otra figura, la quinta que no se había movido, y que ahora tampoco le respondió en lo más mínimo y luego a su compañera mientras esta le regresaba el arma a su dueña.
Por supuesto no escucharon la forma en que la voz de Sonya falló al intentar hablar y su orgullo dio gracias por ello, pero no se dio tiempo para recomponerse. Le faltaba el aire. Había corrido tan rápido como le daban sus piernas, perdiendose entre los recovecos de la mansión, solo para llegar a una habitación ubicada de forma discreta en el tercer piso.
- Deyanira cayó!!! – gritó desde el otro lado, sin que nadie supiera finalmente si era un grito desesperado, de reproche, de acusación, de auxilio o tan solo de su función real, advertencia, la segunda ficha de dominó empujando a la siguiente para la reacción en cadena que se encontraría con la desencadenada a un océano de distancia, a un, que apropiado el nombre para el momento, Océano del Destino de distancia.
Dentro de la habitación volvió a escucharse la misma voz que había hablado solo un momento atrás, esta vez recitaba una letanía en un lenguaje que ninguna de las presentes entendía. La barrera brilló en su conjunto, de nuevo en tonos tornasol, desvaneciéndose por áreas pero muy rápidamente.
Bajo la quinta figura, la única que no se había movido hasta el momento, brilló un arreglo geométrico imbuido en tres elipses dispares con vértices apuntando a distintas direcciones. Las Flores con ballestas apuntaron en diferentes direcciones, dándole prioridad a la puerta, listas para lo que se pudiera presentar, mientras la que había hecho el tiro de prueba abría el doble portón para encontrarse con una Sonya de rodillas. La barrera mágica había caído.
Esa era la función de Sonya. No advertir que estaban bajo ataque, eso lo sabían de sobra y habían tomado medidas preventivas por si llegaban antes que algo le sucediera a Deyanira, era avisar de la ruptura del vinculo, para quitar la barrera mágica que era tan poderosa (y por supuesto basada en los preceptos de la difunta aprendiz de la bruja) que incluso repelería a la conciencia de Ethel. Y estaba hecho. La luz inundó la habitación por un segundo.
- Cómo se atreven?–
Tres golpes a la puerta que custodiaba mágicamente una de las Flores de Loto.
De inmediato en la semi penumbra de la habitación brillaron las puntas afiladas de las ballestas mágicas de repetición. Las otras cinco figuras permanecieron inmóviles, aunque cuatro voltearon hacia la fuente de sonido.
Toc, tac
Toc
Una sombra que estaba recostada a la pared de piedra, tomando impulso con el pie que tenía apoyado en esta, se acercó hasta otra figura, le arrebató la ballesta y disparó contra la puerta. La saeta golpeó contra algo entre su objetivo y el espacio vacio, reflejando un destello tornasolado que desintegró el proyectil en silencio.
La figura sonrió mientras otra la miraba con reproche, enarcando una ceja
- qué creías? – se encogió de hombros y no respondió. Todas las que estaban a dentro sabían la respuesta, quería asegurarse porque no era su barrera mágica si no la de alguien más.
Tac, tac, to
El último golpe fue más débil. Las pocas sonrisas que había se esfumaron y la hechicera a la que se había puesto en duda se puso de pie acercándose un par de pasos a la puerta como si con esto se asegurara que había escuchado bien. Miró en dirección a otra figura, la quinta que no se había movido, y que ahora tampoco le respondió en lo más mínimo y luego a su compañera mientras esta le regresaba el arma a su dueña.
Por supuesto no escucharon la forma en que la voz de Sonya falló al intentar hablar y su orgullo dio gracias por ello, pero no se dio tiempo para recomponerse. Le faltaba el aire. Había corrido tan rápido como le daban sus piernas, perdiendose entre los recovecos de la mansión, solo para llegar a una habitación ubicada de forma discreta en el tercer piso.
- Deyanira cayó!!! – gritó desde el otro lado, sin que nadie supiera finalmente si era un grito desesperado, de reproche, de acusación, de auxilio o tan solo de su función real, advertencia, la segunda ficha de dominó empujando a la siguiente para la reacción en cadena que se encontraría con la desencadenada a un océano de distancia, a un, que apropiado el nombre para el momento, Océano del Destino de distancia.
Dentro de la habitación volvió a escucharse la misma voz que había hablado solo un momento atrás, esta vez recitaba una letanía en un lenguaje que ninguna de las presentes entendía. La barrera brilló en su conjunto, de nuevo en tonos tornasol, desvaneciéndose por áreas pero muy rápidamente.
Bajo la quinta figura, la única que no se había movido hasta el momento, brilló un arreglo geométrico imbuido en tres elipses dispares con vértices apuntando a distintas direcciones. Las Flores con ballestas apuntaron en diferentes direcciones, dándole prioridad a la puerta, listas para lo que se pudiera presentar, mientras la que había hecho el tiro de prueba abría el doble portón para encontrarse con una Sonya de rodillas. La barrera mágica había caído.
Esa era la función de Sonya. No advertir que estaban bajo ataque, eso lo sabían de sobra y habían tomado medidas preventivas por si llegaban antes que algo le sucediera a Deyanira, era avisar de la ruptura del vinculo, para quitar la barrera mágica que era tan poderosa (y por supuesto basada en los preceptos de la difunta aprendiz de la bruja) que incluso repelería a la conciencia de Ethel. Y estaba hecho. La luz inundó la habitación por un segundo.
- Cómo se atreven?–
Ethel- Cantidad de envíos : 308
Re: Creer en el Infierno
Valiéndose de su rapidez y la sorpresa, Kathrina atacó dos veces.
El primer golpe fue el más determinante. Cargó, con el escudo por delante, contra la Flor, cuya reacción fue dar un paso atrás y tratar de echarse a un lado, pero no pudo evitar que el metal la golpeara y el impulso de la caballero la empujase. Pretendía derribarla, y lo habría conseguido de no ser porque la espalda de la Flor se encontró con una de las vigas de madera que sostenían el cadalso sobre sus cabezas. La Flor había perdido pie, y el impacto fue súbito, sorprendiendo a ambas. Exhalando un bufido, a la joven se le cayó la espada de la mano, y entonces llegó el segundo golpe, sin darle un segundo para reponerse. Kathrina apartó apenas unos centímetros el escudo, y le descargó un revés con él en la cara, como si fuera una puerta abriéndose.
El golpetazo le hizo apartar la cara, y un borbotón de sangre la cegó de un ojo casi de inmediato, cuando el tremendo golpe le partió una ceja. Y aún así, herida y sintiéndose débil de pronto, la Flor quiso reaccionar, a sabiendas de que estaba perdida. Pero no pudo hacerlo antes de sentir el frío de una hoja de espada sobre la garganta. Al abrir el ojo por el que aún podía ver, divisó los ojos azules de ella, clavados en su rostro.
Kathrina respiraba con fuerza, y la miraba con el ceño fruncido, nerviosa y enfadada a partes iguales. Pero la Flor, en alguna parte de sus ojos, vio - porque se pueden ver muchas cosas en los ojos de otra persona, aun cuando no sepamos cómo - que no iba a matarla.
El puro desprecio, el dolor y la rabia se condensaron en ella en aquel momento, y reaccionó ante aquello ofendida, disgustada en su orgullo y en su honor por aquel gesto enemigo, con la expresión de rabia más antigua del mundo. Escupió sonoramente a la cara de la caballero, y ésta apartó el rostro a medias, no esquivando el salivajo por completo.
- Miserables - gruñó, dolida. - Lo pagaréis. Lo pagaréis caro. Nadie provoca a la Flor de Lis y vive para contarlo.
Kathrina no se molestó en limpiarse. Sabía que era lo que estaba esperando la chica. Que apartase una mano, la de la espada o la del escudo, para atacar. No era imbécil, pero su comentario le molestó. La espada hizo presión en su cuello, no tanta como para cortarle, pero sí para que un hilo de sangre escapase de él.
- Vuestra secta y el demonio que os dirige sois historia - dijo. - Dame una razón para que no te mande con ellos.
- Demonio - rió la Flor sin ganas. - ¿Me lo dices tú, esclava del traidor? ¿Crees que tu señor no es inmundo?
- Calla - repuso Kathrina, acercándose un poco a ella.
Pero sus ojos la traicionaron de nuevo.
Hubo un instante de silencio más largo del que debería haber habido. Y las dudas, que estaban ahí desde que tuviera otro duelo, uno con una mujer en la que ahora no podía dejar de pensar, volvieron a martillearla.
- ... ¿A qué te...? - casi susurró.
Y la Flor entendió.
Y pese a su estado, se le escapó una sonrisa cargada de malicia.
- Zorra estúpida - le insultó. - No tienes ni idea de lo que está pasando, ¿Verdad?
El primer golpe fue el más determinante. Cargó, con el escudo por delante, contra la Flor, cuya reacción fue dar un paso atrás y tratar de echarse a un lado, pero no pudo evitar que el metal la golpeara y el impulso de la caballero la empujase. Pretendía derribarla, y lo habría conseguido de no ser porque la espalda de la Flor se encontró con una de las vigas de madera que sostenían el cadalso sobre sus cabezas. La Flor había perdido pie, y el impacto fue súbito, sorprendiendo a ambas. Exhalando un bufido, a la joven se le cayó la espada de la mano, y entonces llegó el segundo golpe, sin darle un segundo para reponerse. Kathrina apartó apenas unos centímetros el escudo, y le descargó un revés con él en la cara, como si fuera una puerta abriéndose.
El golpetazo le hizo apartar la cara, y un borbotón de sangre la cegó de un ojo casi de inmediato, cuando el tremendo golpe le partió una ceja. Y aún así, herida y sintiéndose débil de pronto, la Flor quiso reaccionar, a sabiendas de que estaba perdida. Pero no pudo hacerlo antes de sentir el frío de una hoja de espada sobre la garganta. Al abrir el ojo por el que aún podía ver, divisó los ojos azules de ella, clavados en su rostro.
Kathrina respiraba con fuerza, y la miraba con el ceño fruncido, nerviosa y enfadada a partes iguales. Pero la Flor, en alguna parte de sus ojos, vio - porque se pueden ver muchas cosas en los ojos de otra persona, aun cuando no sepamos cómo - que no iba a matarla.
El puro desprecio, el dolor y la rabia se condensaron en ella en aquel momento, y reaccionó ante aquello ofendida, disgustada en su orgullo y en su honor por aquel gesto enemigo, con la expresión de rabia más antigua del mundo. Escupió sonoramente a la cara de la caballero, y ésta apartó el rostro a medias, no esquivando el salivajo por completo.
- Miserables - gruñó, dolida. - Lo pagaréis. Lo pagaréis caro. Nadie provoca a la Flor de Lis y vive para contarlo.
Kathrina no se molestó en limpiarse. Sabía que era lo que estaba esperando la chica. Que apartase una mano, la de la espada o la del escudo, para atacar. No era imbécil, pero su comentario le molestó. La espada hizo presión en su cuello, no tanta como para cortarle, pero sí para que un hilo de sangre escapase de él.
- Vuestra secta y el demonio que os dirige sois historia - dijo. - Dame una razón para que no te mande con ellos.
- Demonio - rió la Flor sin ganas. - ¿Me lo dices tú, esclava del traidor? ¿Crees que tu señor no es inmundo?
- Calla - repuso Kathrina, acercándose un poco a ella.
Pero sus ojos la traicionaron de nuevo.
Hubo un instante de silencio más largo del que debería haber habido. Y las dudas, que estaban ahí desde que tuviera otro duelo, uno con una mujer en la que ahora no podía dejar de pensar, volvieron a martillearla.
- ... ¿A qué te...? - casi susurró.
Y la Flor entendió.
Y pese a su estado, se le escapó una sonrisa cargada de malicia.
- Zorra estúpida - le insultó. - No tienes ni idea de lo que está pasando, ¿Verdad?
Kath Vance- Cantidad de envíos : 41
Re: Creer en el Infierno
La pregunta, dicha con fastidio e indignación, rompió el pesado silencio en que se mantenía e la habitación. Los ojos azules de la bruja brillaron en la poca luz del lugar, con furia. Todas se relajaron de inmediato, siendo más notorio en Sonya, donde el alivio ocupaba por completo el sitio donde hasta hacía una fracción de segundo se reflejaba una expresión de dolor. Su mano sostenía el punto en el que estaba herida.
- Qué es lo que están haciendo aquí? – preguntó Ethel molesta, sin mirar a ninguna en particular.
La que había abierto el portón, se volvió sin terminar de auxiliar a Sonya para encarar a Ethel
- Claaaaro Ethel, íbamos a ir por ahí para ver si alguno lograba por la razón que fuera evadirnos llegar hasta ti, se deshiciera de Antoniette y pudiera darte el golpe de gracia, sin impedimento alguno porque la suerte estaba de su lado y tu no estuviste de mente presente, por supuesto - dijo con insolencia marcada. La mirada penetrante de la bruja se clavó en ella, pero la Flor de pelo corto y cadenas colgando de sus caderas no se amilanó en lo más mínimo. Las demás pasaron saliva esperando un arranque de ira en el que ellas también pagaran. Tenía razón. Ambas tenían razón. Ethel objetaba por la muerte de sus niñas a causa de tener a algunas de las mas capaces encerradas sin oficio aparente. Teresa, se mantenía en que proteger a su líder era más importante y hacía valer esas muertes con las que no contaban, aunque no las justificara. Por supuesto, nadie diferente a Teresa se habría atrevido a tanto, nadie que no la conociera lo suficiente como para saber que por muy ofuscada que estuviera, vería la verdad más allá de sus palabras se habría arriesgado a ser el primer blanco de su ira.
- Qué es lo que está pasando? – la gravedad con la que preguntó no varío ni un momento, pero empezó a caminar en dirección de Sonya que era quien mas detalles podía darle y mientras lo hacía, su hermoso vestido rosa de satín se transformaba en uno de los uniformes de las Flores, algo mucho más practico para aquello a lo que le harían frente.
- Nos atacaron… - sollozó la Orquídea en el piso - … no buscan nada, vienen por ti – nadie hizo comentario sarcástico alguno por lo obvio de su información. Bajó la vista, cerrando los ojos y al hacerlo, las lagrimas se le escurrieron chocando contra el piso, pero al subir la mirada y encontrarla con los ojos azules y fríos de Ethel que seguía avanzando hacia ella, esta de nuevo era serena, centrada. Describió con detenimiento la conformación del grupo, la forma en que habían entrado a la mansión, la forma en que estaban distribuidos y los tipos de armas que llevaban algunos, pero cuando iba a darle el detalle que más le interesaba guardó silencio con un hipo poco natural. Un hilo de sangre se escurrió por su boca. Sus ojos se desviaron hacia un costado con una expresión de sorpresa muy marcada y cuando no pudieron llegar a lo que querían ver fue su cabeza la que giró, dejando ver como la sangre salía por su boca, luego un poco el torso y dejó ver una flecha clavada en su espalda.
- Tú… - susurró la Orquídea, pero todas escucharon. Ethel siguió avanzando hasta alcanzarla. La mujer de pelo corto le extendió una espada sacada de la funda una de las que tenía ballesta y la misma hechicera tomó de la mano de Sonya su arma sin dejar de caminar hacía el arquero que sabiamente había seguido a esa sombra furtiva a la que acaba de dispararle de la misma forma que a la Amapola, por la espalda, pero que imprudentemente quiso reclamar más gloria para él, al tratar de averiguar hasta donde lo llevaba.
Dar con ella fue por un momento complicado y cuando lo hizo, se quiso asegurar primero que realmente había llegado a donde debía y no que se trataba de un lugar por el cual huír del asalto en el que practicamente las habían sometido. Escuchó sus palabras, el resumen general que daba de todo y prefirió delatar su posición de espia a dejar que terminara de darles información sobre ellos, en particular sin saber cuantas más de esas asesinas habían. Pero tenía un premio adicional.
- No la dejen morir -
El hombre no podía creerlo. Él, que tenía tan poco tiempo en el ejercito de Feirastradh había localizado antes que los más experimentados a la bruja que amenazaba con la estabilidad y bienestar del que sería su Rey. Pero su satisfacción se fue al suelo, junto con su sangre y su valor al ver los ojos de la muerte en un disfraz de mujer.
Experimentado como era en el arco, no atinaba a montar la flecha para hacer un nuevo disparo. El odio en su mirada era algo que jamás había conocido y estaba seguro que muy pocos mortales habían visto alguna vez, odio, furia y sed de sangre, parecía un toro, menudo, hermoso, pero un toro al fin y al cabo. Dio un paso atrás y se tropezó con unas raíces que el juraría que no estaban ahí cuando llegó. Cayó al suelo sin poder quitar la vista de esos ojos que le prometían muerte y dolor, se sentía hipnotizado y no podía huir. Si no podía huir le haría frente, moriría con honor. Como pudo se puso de pie y se dispuso a enfrentarla.
- Qué es lo que están haciendo aquí? – preguntó Ethel molesta, sin mirar a ninguna en particular.
La que había abierto el portón, se volvió sin terminar de auxiliar a Sonya para encarar a Ethel
- Claaaaro Ethel, íbamos a ir por ahí para ver si alguno lograba por la razón que fuera evadirnos llegar hasta ti, se deshiciera de Antoniette y pudiera darte el golpe de gracia, sin impedimento alguno porque la suerte estaba de su lado y tu no estuviste de mente presente, por supuesto - dijo con insolencia marcada. La mirada penetrante de la bruja se clavó en ella, pero la Flor de pelo corto y cadenas colgando de sus caderas no se amilanó en lo más mínimo. Las demás pasaron saliva esperando un arranque de ira en el que ellas también pagaran. Tenía razón. Ambas tenían razón. Ethel objetaba por la muerte de sus niñas a causa de tener a algunas de las mas capaces encerradas sin oficio aparente. Teresa, se mantenía en que proteger a su líder era más importante y hacía valer esas muertes con las que no contaban, aunque no las justificara. Por supuesto, nadie diferente a Teresa se habría atrevido a tanto, nadie que no la conociera lo suficiente como para saber que por muy ofuscada que estuviera, vería la verdad más allá de sus palabras se habría arriesgado a ser el primer blanco de su ira.
- Qué es lo que está pasando? – la gravedad con la que preguntó no varío ni un momento, pero empezó a caminar en dirección de Sonya que era quien mas detalles podía darle y mientras lo hacía, su hermoso vestido rosa de satín se transformaba en uno de los uniformes de las Flores, algo mucho más practico para aquello a lo que le harían frente.
- Nos atacaron… - sollozó la Orquídea en el piso - … no buscan nada, vienen por ti – nadie hizo comentario sarcástico alguno por lo obvio de su información. Bajó la vista, cerrando los ojos y al hacerlo, las lagrimas se le escurrieron chocando contra el piso, pero al subir la mirada y encontrarla con los ojos azules y fríos de Ethel que seguía avanzando hacia ella, esta de nuevo era serena, centrada. Describió con detenimiento la conformación del grupo, la forma en que habían entrado a la mansión, la forma en que estaban distribuidos y los tipos de armas que llevaban algunos, pero cuando iba a darle el detalle que más le interesaba guardó silencio con un hipo poco natural. Un hilo de sangre se escurrió por su boca. Sus ojos se desviaron hacia un costado con una expresión de sorpresa muy marcada y cuando no pudieron llegar a lo que querían ver fue su cabeza la que giró, dejando ver como la sangre salía por su boca, luego un poco el torso y dejó ver una flecha clavada en su espalda.
- Tú… - susurró la Orquídea, pero todas escucharon. Ethel siguió avanzando hasta alcanzarla. La mujer de pelo corto le extendió una espada sacada de la funda una de las que tenía ballesta y la misma hechicera tomó de la mano de Sonya su arma sin dejar de caminar hacía el arquero que sabiamente había seguido a esa sombra furtiva a la que acaba de dispararle de la misma forma que a la Amapola, por la espalda, pero que imprudentemente quiso reclamar más gloria para él, al tratar de averiguar hasta donde lo llevaba.
Dar con ella fue por un momento complicado y cuando lo hizo, se quiso asegurar primero que realmente había llegado a donde debía y no que se trataba de un lugar por el cual huír del asalto en el que practicamente las habían sometido. Escuchó sus palabras, el resumen general que daba de todo y prefirió delatar su posición de espia a dejar que terminara de darles información sobre ellos, en particular sin saber cuantas más de esas asesinas habían. Pero tenía un premio adicional.
- No la dejen morir -
El hombre no podía creerlo. Él, que tenía tan poco tiempo en el ejercito de Feirastradh había localizado antes que los más experimentados a la bruja que amenazaba con la estabilidad y bienestar del que sería su Rey. Pero su satisfacción se fue al suelo, junto con su sangre y su valor al ver los ojos de la muerte en un disfraz de mujer.
Experimentado como era en el arco, no atinaba a montar la flecha para hacer un nuevo disparo. El odio en su mirada era algo que jamás había conocido y estaba seguro que muy pocos mortales habían visto alguna vez, odio, furia y sed de sangre, parecía un toro, menudo, hermoso, pero un toro al fin y al cabo. Dio un paso atrás y se tropezó con unas raíces que el juraría que no estaban ahí cuando llegó. Cayó al suelo sin poder quitar la vista de esos ojos que le prometían muerte y dolor, se sentía hipnotizado y no podía huir. Si no podía huir le haría frente, moriría con honor. Como pudo se puso de pie y se dispuso a enfrentarla.
Ethel- Cantidad de envíos : 308
Re: Creer en el Infierno
¿Lo que estaba pasando?
Kathrina vaciló.
Fue algo apenas perceptible, algo que nadie más que la joven a la que su espada de pronto apresaba con menos fuerza podría haber notado. Pero estaba ahí; de pronto sus ojos le desnudaban la duda, sus manos no encontraban la firmeza para seguir amenazándola. Su mirada entera era una pregunta, y la Flor supo que había dado en el blanco.
No se trataba de que la caballero fuese una mujer de mente débil, vulnerable a los juegos mentales. Muy al contrario. La Flor podía ver que no había creado una duda, sino que ésta ya estaba ahí. Había estado ahí desde que se encontrara con una vieja amiga, desde que... desde que dejara de entender por qué le había hecho daño, por qué le había hecho tanto daño a la pelirroja. Pero había algo que no encajaba. No encajaba entonces, no encajaba ahora.
Lo que dijo la Flor sólamente remarcaba la sensación, distante, pero patente, de que había algo de lo que se había perdido la mitad de las páginas.
- Ya veo - dijo la flor, interpretando su silencio.
Kathrina no respondió. Sus ojos eléctricos no se apartaban de ella, pero al mismo tiempo sabía que no era el objeto de su mirada.
- Caballerita de nobles virtudes - espetó la Flor, como si fuera un canturreo. - Qué pena que estés jugando a luchar contra el mal y no sepas dónde encontrarlo...
La caballero ni siquiera se percató de que se burlaba de ella. Apretó los dientes, y la espada volvió a amenazar la vida de la joven, que por un momento se preguntó si no habría abusado de la oportunidad que creía tener delante. ¿Oportunidad...? ¿De escapar? No, no era la huída lo que tenía en mente. Si tenía que morir, quería que fuera llevándose por delante a los que habían amenazado a su señora. Pero sentía que aquella mujer podía...
- ¿Quién es tu señora? - preguntó simplemente. - ¿Quién es Ethel?
Kathrina vaciló.
Fue algo apenas perceptible, algo que nadie más que la joven a la que su espada de pronto apresaba con menos fuerza podría haber notado. Pero estaba ahí; de pronto sus ojos le desnudaban la duda, sus manos no encontraban la firmeza para seguir amenazándola. Su mirada entera era una pregunta, y la Flor supo que había dado en el blanco.
No se trataba de que la caballero fuese una mujer de mente débil, vulnerable a los juegos mentales. Muy al contrario. La Flor podía ver que no había creado una duda, sino que ésta ya estaba ahí. Había estado ahí desde que se encontrara con una vieja amiga, desde que... desde que dejara de entender por qué le había hecho daño, por qué le había hecho tanto daño a la pelirroja. Pero había algo que no encajaba. No encajaba entonces, no encajaba ahora.
Lo que dijo la Flor sólamente remarcaba la sensación, distante, pero patente, de que había algo de lo que se había perdido la mitad de las páginas.
- Ya veo - dijo la flor, interpretando su silencio.
Kathrina no respondió. Sus ojos eléctricos no se apartaban de ella, pero al mismo tiempo sabía que no era el objeto de su mirada.
- Caballerita de nobles virtudes - espetó la Flor, como si fuera un canturreo. - Qué pena que estés jugando a luchar contra el mal y no sepas dónde encontrarlo...
La caballero ni siquiera se percató de que se burlaba de ella. Apretó los dientes, y la espada volvió a amenazar la vida de la joven, que por un momento se preguntó si no habría abusado de la oportunidad que creía tener delante. ¿Oportunidad...? ¿De escapar? No, no era la huída lo que tenía en mente. Si tenía que morir, quería que fuera llevándose por delante a los que habían amenazado a su señora. Pero sentía que aquella mujer podía...
- ¿Quién es tu señora? - preguntó simplemente. - ¿Quién es Ethel?
Kath Vance- Cantidad de envíos : 41
Re: Creer en el Infierno
No hubo movimientos previos, no hubo un despliegue de sus habilidades que lo hiciera temblar otro poco previamente, no hubo preámbulos, solo un paso detrás del otro en línea recta hacia él, el mejor intento de controlar su respiración, el odio bullendo en ella, el resentimiento, la furia, para no perder esa energía antes de tiempo.
El soldado desenfundó su arma a tiempo para detener una de las espadas de Ethel, un tajo hecho con violencia, de abajo hacia arriba, mientras que a la otra la detuvo su cuello que siendo menos resistente que el acero se separó casi hasta el otro extremo, el siguiente golpe le hizo un feo corte en el brazo, el siguiente en la pierna, el siguiente en el torso traspasando la armadura, los 6 siguientes en el pecho, el abdomen, las costillas, la cara.
Ninguna fue capaz de decirle que con el primer corte ya estaba muerto. Ninguna quiso decirle. Solo la miraron danzar con las espadas, lo grácil de cada corte, tan mortal como el primero. Un baile con la muerte y decorado con una llovizna de sangre. Solo Antoniette se perdía del espectáculo, ella obedeció a las ultimas palabras de Ethel y trataba de mantener con vida a Sonya con ayuda de sus conocimientos en curación y con su magia desanación, pero levantó la vista a tiempo para ver como ambas espadas atravesaban de palmo a palmo el cuerpo del hombre por el mismo punto del pecho, y como luego lo pateaba para liberase de él. La mujer respiraba agitadamente y le faltó muy poco para patear el cadaver.
Desde su posición lo miraba con desprecio, con resentimiento, a él, a lo que representaba. El peto del hombre le había dado un dato que Sonya no alcanzó a decir. La procedencia del ataque
Al girarse Ethel a mirar a sus leales Flores, tenía pequitas en algunas partes de la cara, pequitas de sangre. La más joven de las presente dudó si debía ofrecerle un pañuelo o si quería lucirlas como un insignificante trofeo. Pero aun así su mano lo había sacado, que no ofrecido.
- Donde esta Cyrian? – su voz no sonó tan agitada a pesar del ejercicio sino imperativa, fría; caminaba de regreso, con las armas bajas y chorreando.
- Donde le ordenaste que estuviera – la bruja miró al interior de la habitación ahora vacía.
- Donde le… ordené? – por fin había una inflexión en su voz, estaba extrañada y casi todas, menos la de las cadenas, abrieron los ojos con sorpresa. Cyrian no estaba… Alguien había mentido pero, quien? Él o quien lo envió lejos? Qué era lo que estaba pasando? Ethel miró al suelo y el silencio que vino a continuación las puso a todas, sin excepción esta vez, tensas.
Una tos y la voz agónica de Sonya lo rompió de nuevo, solo para agravar las cosas.
- Las fuerzas de Igoroth no han hecho… nada… y no creo que estén encantados – Eso no lo sabía ninguna de las presentes, la indignación se pintó en sus rostros, pero solo Ethel cerró los ojos bajando la cabeza, abriendo la boca sin tomar aire y apretar los labios entre sus dientes al cerrarla despacio. Hacía lo mejor por controlarse, por mantener la cabeza fría, pero le estaba costando. Esta vez, fue el Loto de las cadenas la que retrocedió nerviosa.
Antes que ninguna otra pregunta, la que se formuló en la mente de la bruja fue ¿queda alguna otra sorpresa de la que me deba enterar?
- Mataron a Deyanira… ella no quiso ceder…- sollozó de nuevo sin mirar. Por supuesto que no iba a ceder, esa no era su idea, pero por supuesto que no iba a ceder. Como fuera, eso respondía su pregunta. Y luego vinieron las más obvias: por qué un aliado se volvía en contra de ellas? y pero aun, por qué Zergould lo permitía? El corazón empezó a latirle muy rápido, apretó los puños con fuerza.
Si eso era lo que quería ese rey de tres pesos que necesitó secuestrar a un aprendiz de hechicera para hacerse al poder, perfecto, que se quedara con su estúpido reino, con sus fantasías propias, que manejara él sus asuntos, a su manera. Acababa de perder todo respeto de la bruja. En ese instante dejaba de ser asunto suyo. Si era más importante su relación con Feiran que lo que podía ofrecer ella por el simple placer de la destruición y el caos, o sea, sin ningún costo para él, como para hacerse de la vista gorda ante tal afrenta, Cascadas y las Islas Malditas se convertían en su problema y ya nada la ataba al lugar, ni su resentimiento por el hechizo puesto sobre ella por la madre de Eskalibur, ni su coartada contra el cielo que ya estaba descubierta; se quedaba solo, ya encontraría nuevos aliados cuando lo traicionaran también a él.
Pero Feiran… apretó los músculos de la cara y abrió los ojos despacio… el principito de Feirastradh era otro cantar. El silencio duró solo segundos, pero le bastó para formar un plan de acción. Levantó la cabeza despacio y dejó que la rabia hablara por ella
- Mátenlos! – ordenó – mátenlos a todos, a los hombres de Zerguold qué encuentren –
El soldado desenfundó su arma a tiempo para detener una de las espadas de Ethel, un tajo hecho con violencia, de abajo hacia arriba, mientras que a la otra la detuvo su cuello que siendo menos resistente que el acero se separó casi hasta el otro extremo, el siguiente golpe le hizo un feo corte en el brazo, el siguiente en la pierna, el siguiente en el torso traspasando la armadura, los 6 siguientes en el pecho, el abdomen, las costillas, la cara.
Ninguna fue capaz de decirle que con el primer corte ya estaba muerto. Ninguna quiso decirle. Solo la miraron danzar con las espadas, lo grácil de cada corte, tan mortal como el primero. Un baile con la muerte y decorado con una llovizna de sangre. Solo Antoniette se perdía del espectáculo, ella obedeció a las ultimas palabras de Ethel y trataba de mantener con vida a Sonya con ayuda de sus conocimientos en curación y con su magia desanación, pero levantó la vista a tiempo para ver como ambas espadas atravesaban de palmo a palmo el cuerpo del hombre por el mismo punto del pecho, y como luego lo pateaba para liberase de él. La mujer respiraba agitadamente y le faltó muy poco para patear el cadaver.
Desde su posición lo miraba con desprecio, con resentimiento, a él, a lo que representaba. El peto del hombre le había dado un dato que Sonya no alcanzó a decir. La procedencia del ataque
Al girarse Ethel a mirar a sus leales Flores, tenía pequitas en algunas partes de la cara, pequitas de sangre. La más joven de las presente dudó si debía ofrecerle un pañuelo o si quería lucirlas como un insignificante trofeo. Pero aun así su mano lo había sacado, que no ofrecido.
- Donde esta Cyrian? – su voz no sonó tan agitada a pesar del ejercicio sino imperativa, fría; caminaba de regreso, con las armas bajas y chorreando.
- Donde le ordenaste que estuviera – la bruja miró al interior de la habitación ahora vacía.
- Donde le… ordené? – por fin había una inflexión en su voz, estaba extrañada y casi todas, menos la de las cadenas, abrieron los ojos con sorpresa. Cyrian no estaba… Alguien había mentido pero, quien? Él o quien lo envió lejos? Qué era lo que estaba pasando? Ethel miró al suelo y el silencio que vino a continuación las puso a todas, sin excepción esta vez, tensas.
Una tos y la voz agónica de Sonya lo rompió de nuevo, solo para agravar las cosas.
- Las fuerzas de Igoroth no han hecho… nada… y no creo que estén encantados – Eso no lo sabía ninguna de las presentes, la indignación se pintó en sus rostros, pero solo Ethel cerró los ojos bajando la cabeza, abriendo la boca sin tomar aire y apretar los labios entre sus dientes al cerrarla despacio. Hacía lo mejor por controlarse, por mantener la cabeza fría, pero le estaba costando. Esta vez, fue el Loto de las cadenas la que retrocedió nerviosa.
Antes que ninguna otra pregunta, la que se formuló en la mente de la bruja fue ¿queda alguna otra sorpresa de la que me deba enterar?
- Mataron a Deyanira… ella no quiso ceder…- sollozó de nuevo sin mirar. Por supuesto que no iba a ceder, esa no era su idea, pero por supuesto que no iba a ceder. Como fuera, eso respondía su pregunta. Y luego vinieron las más obvias: por qué un aliado se volvía en contra de ellas? y pero aun, por qué Zergould lo permitía? El corazón empezó a latirle muy rápido, apretó los puños con fuerza.
Si eso era lo que quería ese rey de tres pesos que necesitó secuestrar a un aprendiz de hechicera para hacerse al poder, perfecto, que se quedara con su estúpido reino, con sus fantasías propias, que manejara él sus asuntos, a su manera. Acababa de perder todo respeto de la bruja. En ese instante dejaba de ser asunto suyo. Si era más importante su relación con Feiran que lo que podía ofrecer ella por el simple placer de la destruición y el caos, o sea, sin ningún costo para él, como para hacerse de la vista gorda ante tal afrenta, Cascadas y las Islas Malditas se convertían en su problema y ya nada la ataba al lugar, ni su resentimiento por el hechizo puesto sobre ella por la madre de Eskalibur, ni su coartada contra el cielo que ya estaba descubierta; se quedaba solo, ya encontraría nuevos aliados cuando lo traicionaran también a él.
Pero Feiran… apretó los músculos de la cara y abrió los ojos despacio… el principito de Feirastradh era otro cantar. El silencio duró solo segundos, pero le bastó para formar un plan de acción. Levantó la cabeza despacio y dejó que la rabia hablara por ella
- Mátenlos! – ordenó – mátenlos a todos, a los hombres de Zerguold qué encuentren –
Ethel- Cantidad de envíos : 308
Re: Creer en el Infierno
Ah.
La Flor estaba considerando rápidamente sus opciones, pero entre ellas no contemplaba la de engañar a aquella mujer. Y no por algún tipo de condescendencia o solidaridad, aunque en cierto modo entendía muy bien lo que estaba pasando por el interior de su cabeza. Al igual que ellas, había sido engañada. Y parecía que alguien se había tomado muchas molestias para acabar con Ethel... moviendo en su contra a gente que ni siquiera la conocía.
- Mi señora es una aliada del tuyo - respondió con sencillez. - Una que no le ha hecho mal alguno. Y vosotros sois unos traidores.
Fue categórica en éso. No estaba engañanando a nadie, y tampoco era mentira. Y las dudas que tenía Kathrina iban aumentando poco a poco.
Si la Flor, si Kathrina o si alguien hubiera sabido la relevancia que una pequeña confusión había hecho que cobrasen éstas palabras en la mente de la caballero, todo el asunto habría resultado deliciosamente irónico: La Flor hablaba de Zergould, Kathrina creyó que hablaba de Feiran.
Una indignada Kathrina alzó ligeramente su espada, cada vez menos convencida de que fuera ésa la dirección en la que tenía que blandirla.
- ¿Cómo que aliada? - preguntó.
Y sucedió.
No había visto levantarse a Fertch, y la Flor tampoco. Y de todas maneras, ninguna habría podido reaccionar a tiempo. El hombre era muy rápido cuando quería, y podía incluso ser silencioso, aun con la armadura que portaba. Una de sus manazas apartó a Kathrina a un lado antes de que pudiera reaccionar, y la otra se clavó tanto como pudo en el vientre de la Flor con la que hablaba.
La mujer dejó escapar un alarido, cogida por sorpresa, y se dobló sin quererlo, presa del súbito y punzante dolor. Un segundo golpe, un tercero, y el quejido se repitió. Eran golpes fuertes, tan violentos que al segundo ya le manaba sangre de la boca. Y desquiciado, el calvo le agarró por los cabellos, derribándola con un puñetazo que le hizo crujir la mandíbula, y acercándose a ella una vez estuvo en el suelo, con el odio dibujado en los ojos, los puños apretados, las intenciones claras. Demasiado claras para Kathrina, que se interpuso entre ellos.
- Alto - gruñó. - ¿Qué estás haciendo, Fertch?
- Lo que tú no te atreves - dijo el calvo, volviéndola a apartar.
Se adelantó un paso con rapidez, y pateó a la muchacha con la misma violencia en el vientre. El golpe la alcanzó cuando trataba de moverse, aun a cuatro patas y demasiado dolorida como para ponerse en pie, y la volvió boca arriba, arrancándole un gemido lastimero que hizo erizarse el vello de Kathrina. De nuevo el golpe se repitió, ésta vez en forma de pisotón en las costillas, y de nuevo Kathrina intercedió ante el calvo, agarrándole por una de las hombreras de la armadura con fuerza.
- He dicho que basta - dijo enérgicamente. - Ésta mujer...
De veras que no se lo esperaba.
Cuando el puño de Fertch salió disparado, Kathrina no reaccionó. No pensó que el hombre fuera a pegarla. Se le escapó un quejido cuando le cruzó la cara, haciéndole dar un paso atrás, y después le miró con los ojos muy abiertos, sin saber qué hacer. El guantelete de la armadura le había dejado una marca en la mejilla, y sentía la tibieza de una gota de sangre en el labio. La sorpresa de sus ojos pronto se volvió ira, y más aún cuando Ferch volvió a descargarse sobre la muchacha con violencia, pisoteándola.
La espada le arrancó toda una colección de chispas a la armadura del hombre calvo, haciéndole retroceder un paso, y luego se alzó antes de que pudiera volver a acercarse. La puntiaguda hoja llegó a tocarle la nariz, haciendo que el calvo torciese el gesto, apretando los dientes. La mirada de Kathrina, al otro lado de la hoja, no tenía precio. Y por mucho que pudiera subestimarse su aspecto, no podía subestimarse la impagable expresión de sus ojos.
- ¿Cómo te atreves a ponerme la mano encima, animal? - gruñó, y escuchó que otra espada salía de su vaina a su derecha.
Una mirada bastó para reprimir al comandante de pelo moreno de que se acercase, aunque la forma en la que la miró le dijo de inmediato a la rubia qué parte iba a tomar en aquella disputa. Kathrina miró a sus ojos con firmeza solo un segundo, sin querer apartarlos de Fertch. No se permitió mirar a la Flor, pero escuchaba un gemido en voz baja que asumía que era de ella. Y que le hacía despreciar profundamente al hombre que tenía delante.
Éste la miraba con asco. Con un profundo e insondable asco. Y con altivez, y con rencor, y con odio. Había algo que Fertch le había estado ocultando, y ahora sus ojos se lo decían a las claras. Pero no acababa de entender qué estaba pasando.
- ¿Cómo te atreves a alzar tu espada contra un Duque? - repuso él.
Un rayo rompió la monotonía del cielo en aquellos instantes, alumbrando la escena. Por un momento, Kathrina se sintió humillada por aquellas palabras, a sabiendas de que la que se encontraba en peor situación era ella.
La Flor estaba considerando rápidamente sus opciones, pero entre ellas no contemplaba la de engañar a aquella mujer. Y no por algún tipo de condescendencia o solidaridad, aunque en cierto modo entendía muy bien lo que estaba pasando por el interior de su cabeza. Al igual que ellas, había sido engañada. Y parecía que alguien se había tomado muchas molestias para acabar con Ethel... moviendo en su contra a gente que ni siquiera la conocía.
- Mi señora es una aliada del tuyo - respondió con sencillez. - Una que no le ha hecho mal alguno. Y vosotros sois unos traidores.
Fue categórica en éso. No estaba engañanando a nadie, y tampoco era mentira. Y las dudas que tenía Kathrina iban aumentando poco a poco.
Si la Flor, si Kathrina o si alguien hubiera sabido la relevancia que una pequeña confusión había hecho que cobrasen éstas palabras en la mente de la caballero, todo el asunto habría resultado deliciosamente irónico: La Flor hablaba de Zergould, Kathrina creyó que hablaba de Feiran.
Una indignada Kathrina alzó ligeramente su espada, cada vez menos convencida de que fuera ésa la dirección en la que tenía que blandirla.
- ¿Cómo que aliada? - preguntó.
Y sucedió.
No había visto levantarse a Fertch, y la Flor tampoco. Y de todas maneras, ninguna habría podido reaccionar a tiempo. El hombre era muy rápido cuando quería, y podía incluso ser silencioso, aun con la armadura que portaba. Una de sus manazas apartó a Kathrina a un lado antes de que pudiera reaccionar, y la otra se clavó tanto como pudo en el vientre de la Flor con la que hablaba.
La mujer dejó escapar un alarido, cogida por sorpresa, y se dobló sin quererlo, presa del súbito y punzante dolor. Un segundo golpe, un tercero, y el quejido se repitió. Eran golpes fuertes, tan violentos que al segundo ya le manaba sangre de la boca. Y desquiciado, el calvo le agarró por los cabellos, derribándola con un puñetazo que le hizo crujir la mandíbula, y acercándose a ella una vez estuvo en el suelo, con el odio dibujado en los ojos, los puños apretados, las intenciones claras. Demasiado claras para Kathrina, que se interpuso entre ellos.
- Alto - gruñó. - ¿Qué estás haciendo, Fertch?
- Lo que tú no te atreves - dijo el calvo, volviéndola a apartar.
Se adelantó un paso con rapidez, y pateó a la muchacha con la misma violencia en el vientre. El golpe la alcanzó cuando trataba de moverse, aun a cuatro patas y demasiado dolorida como para ponerse en pie, y la volvió boca arriba, arrancándole un gemido lastimero que hizo erizarse el vello de Kathrina. De nuevo el golpe se repitió, ésta vez en forma de pisotón en las costillas, y de nuevo Kathrina intercedió ante el calvo, agarrándole por una de las hombreras de la armadura con fuerza.
- He dicho que basta - dijo enérgicamente. - Ésta mujer...
De veras que no se lo esperaba.
Cuando el puño de Fertch salió disparado, Kathrina no reaccionó. No pensó que el hombre fuera a pegarla. Se le escapó un quejido cuando le cruzó la cara, haciéndole dar un paso atrás, y después le miró con los ojos muy abiertos, sin saber qué hacer. El guantelete de la armadura le había dejado una marca en la mejilla, y sentía la tibieza de una gota de sangre en el labio. La sorpresa de sus ojos pronto se volvió ira, y más aún cuando Ferch volvió a descargarse sobre la muchacha con violencia, pisoteándola.
La espada le arrancó toda una colección de chispas a la armadura del hombre calvo, haciéndole retroceder un paso, y luego se alzó antes de que pudiera volver a acercarse. La puntiaguda hoja llegó a tocarle la nariz, haciendo que el calvo torciese el gesto, apretando los dientes. La mirada de Kathrina, al otro lado de la hoja, no tenía precio. Y por mucho que pudiera subestimarse su aspecto, no podía subestimarse la impagable expresión de sus ojos.
- ¿Cómo te atreves a ponerme la mano encima, animal? - gruñó, y escuchó que otra espada salía de su vaina a su derecha.
Una mirada bastó para reprimir al comandante de pelo moreno de que se acercase, aunque la forma en la que la miró le dijo de inmediato a la rubia qué parte iba a tomar en aquella disputa. Kathrina miró a sus ojos con firmeza solo un segundo, sin querer apartarlos de Fertch. No se permitió mirar a la Flor, pero escuchaba un gemido en voz baja que asumía que era de ella. Y que le hacía despreciar profundamente al hombre que tenía delante.
Éste la miraba con asco. Con un profundo e insondable asco. Y con altivez, y con rencor, y con odio. Había algo que Fertch le había estado ocultando, y ahora sus ojos se lo decían a las claras. Pero no acababa de entender qué estaba pasando.
- ¿Cómo te atreves a alzar tu espada contra un Duque? - repuso él.
Un rayo rompió la monotonía del cielo en aquellos instantes, alumbrando la escena. Por un momento, Kathrina se sintió humillada por aquellas palabras, a sabiendas de que la que se encontraba en peor situación era ella.
Kath Vance- Cantidad de envíos : 41
Re: Creer en el Infierno
Matarlos era una orden, pero ellas lo tomaron como una autorización y las sonrisas volvieron a sus rostros. A alguna no le quedó claro si se refería a que mataran a los que estaban en la casa o a los traidores que las dejaron a su suerte. De ser lo primero, era algo complejo, cuando eran más no se logró mantenerlos a raya, siendo menos era mas dificil. Aun así, por si las dudas, lo asumieron como si debieran llevarse la vida de todo aquel que se cruzara en su camino mientras se dirigían a cumplir con esa orden.
Tres respiración profundas, le bastaron a la bruja para ver las cosas con un poco más de cuidado, algo menos impulsivo se pasaba por su mente.
- Limpien la isla de esa peste, que no quede nadie con vida en este pedazo de tierra, todos son culpables. Replieguen a las fuerzas, vamos a salir de aquí y vamos a devolver el golpe. Den aviso a las ausentes, que se dispersen por el mundo y cuando ustedes hayan calmado su sed de sangre salgan de la isla, esperen a ser llamadas – les confirmaba sus supocisiones.
- Este es el plan… - dijo y todas se acercaron. Lo armaron rápidamente, tampoco tenían mucho tiempo, pero tenía que ser suficiente para desquitarse, cada una aportó algo y los datos de Sonya fueros de gran ayuda. La premisa era no morir y hacer mucho daño antes de abandonar Lurthum. Cada una dijo algo, un plan para dejar la casa, sacar a quienes aun estuviera vivas, dejar la isla, abandonar a quienes las habían abandonado. Iba a ser dificil
Una de las Flores más jovenes regresó a la habitación y al salir traia las armas de Ethel. Hace cuanto no las usaba? Le dieron a la bruja dos espadas, ahora si las suyas, que fueron a dar a lado y lado de su cadera en un cinto de cuero labrado como si fueran enredaderas. Regresó a sus dueñas las que había tomado.
Miró a Sonya, que tenía la vista perdida en algun punto del infinito mientras la otra aun le trataba de cerrar las heridas mágicamente y si no es por Antoniette, que le llamó la atención para que se fijara, habría seguido en sus cavilación llenas de ilusión por lo que habían pactado.
- Que por favor alguien recupere el brazalete de Deyanira - lo dijo con la voz plana, sin emociones, en lo que la Orquídea ponía los ojos en ella - Busca a tres muchachas, las que creas más capaces, conviértelas en Lotos y cuando sientas que estés lista, empieza a destruirle la vida a Feiran pero dale TÚ el golpe de gracia que él quiso darnos – la mirada llena de gratitud de la Orquídea se llenó de lagrimas de emoción, no importaba cuantos años se tardara, ella cumpliría. Ethel le dedicó una tenue sonrisa y pronto la Flor retomó la compostura.
- Cuantos intentos mi señora? – lo preguntó de la misma forma en que lo hubiera preguntado para cualquier trabajo. La sonrisa maligna y sombría de Ethel no se hizo esperar.
- Uno por cada lágrima que hayas derramado por la muerte de Deyanira. Pero tomate tu tiempo, la venganza es un mejor plato cuando esta frío – la sonrisa en sus caras habría sido bastante enternecedoras de no ser porque el tema que estaban hablando era algo escabroso.
Solo un pensamiento se interpuso al momento de iniciar la partida. La casa en la Ciudad en Ruinas tenía llamas e Yshara contaba con ella para sacarlos de ahí. De su corazón no nacía el brindar una disculpa pues no había salido del lugar porque fuera del todo su voluntad, pero le preocupada el cómo lo estaban pasando, se trató de tranquilizar, de centrar en lo que tenía entre manos pensando que la elfa no se dejaría morir tan fácil, que encontraría la forma de salir de ahí como fuera y que además el señor Kirill sabía de magia, así que algo harían entre los dos; solo lamentó que seguramente perdería Canción… extrañaría ese juguete. En su corazón no había lugar para pedir perdón, pero si había mucho espacio para la sosobra por la situación de ellos y para desear éxito en su huida y que salieran con bien del lugar.
Tres respiración profundas, le bastaron a la bruja para ver las cosas con un poco más de cuidado, algo menos impulsivo se pasaba por su mente.
- Limpien la isla de esa peste, que no quede nadie con vida en este pedazo de tierra, todos son culpables. Replieguen a las fuerzas, vamos a salir de aquí y vamos a devolver el golpe. Den aviso a las ausentes, que se dispersen por el mundo y cuando ustedes hayan calmado su sed de sangre salgan de la isla, esperen a ser llamadas – les confirmaba sus supocisiones.
- Este es el plan… - dijo y todas se acercaron. Lo armaron rápidamente, tampoco tenían mucho tiempo, pero tenía que ser suficiente para desquitarse, cada una aportó algo y los datos de Sonya fueros de gran ayuda. La premisa era no morir y hacer mucho daño antes de abandonar Lurthum. Cada una dijo algo, un plan para dejar la casa, sacar a quienes aun estuviera vivas, dejar la isla, abandonar a quienes las habían abandonado. Iba a ser dificil
Una de las Flores más jovenes regresó a la habitación y al salir traia las armas de Ethel. Hace cuanto no las usaba? Le dieron a la bruja dos espadas, ahora si las suyas, que fueron a dar a lado y lado de su cadera en un cinto de cuero labrado como si fueran enredaderas. Regresó a sus dueñas las que había tomado.
Miró a Sonya, que tenía la vista perdida en algun punto del infinito mientras la otra aun le trataba de cerrar las heridas mágicamente y si no es por Antoniette, que le llamó la atención para que se fijara, habría seguido en sus cavilación llenas de ilusión por lo que habían pactado.
- Que por favor alguien recupere el brazalete de Deyanira - lo dijo con la voz plana, sin emociones, en lo que la Orquídea ponía los ojos en ella - Busca a tres muchachas, las que creas más capaces, conviértelas en Lotos y cuando sientas que estés lista, empieza a destruirle la vida a Feiran pero dale TÚ el golpe de gracia que él quiso darnos – la mirada llena de gratitud de la Orquídea se llenó de lagrimas de emoción, no importaba cuantos años se tardara, ella cumpliría. Ethel le dedicó una tenue sonrisa y pronto la Flor retomó la compostura.
- Cuantos intentos mi señora? – lo preguntó de la misma forma en que lo hubiera preguntado para cualquier trabajo. La sonrisa maligna y sombría de Ethel no se hizo esperar.
- Uno por cada lágrima que hayas derramado por la muerte de Deyanira. Pero tomate tu tiempo, la venganza es un mejor plato cuando esta frío – la sonrisa en sus caras habría sido bastante enternecedoras de no ser porque el tema que estaban hablando era algo escabroso.
Solo un pensamiento se interpuso al momento de iniciar la partida. La casa en la Ciudad en Ruinas tenía llamas e Yshara contaba con ella para sacarlos de ahí. De su corazón no nacía el brindar una disculpa pues no había salido del lugar porque fuera del todo su voluntad, pero le preocupada el cómo lo estaban pasando, se trató de tranquilizar, de centrar en lo que tenía entre manos pensando que la elfa no se dejaría morir tan fácil, que encontraría la forma de salir de ahí como fuera y que además el señor Kirill sabía de magia, así que algo harían entre los dos; solo lamentó que seguramente perdería Canción… extrañaría ese juguete. En su corazón no había lugar para pedir perdón, pero si había mucho espacio para la sosobra por la situación de ellos y para desear éxito en su huida y que salieran con bien del lugar.
Última edición por Ethel el 23/09/09, 06:01 pm, editado 1 vez
Ethel- Cantidad de envíos : 308
Re: Creer en el Infierno
La luz del rayo se apagó con rapidez, y la oscuridad volvió a velar la tormenta que arreciaba con fiereza en torno al cadalso, quebrando el silencio con el constante repiqueteo de las gotas de lluvia cayendo sobre la madera por encima de sus cabezas.
Pero era silencio, después de todo. Un silencio tenso, opresivo, el mundo y su oscuridad reducidos al espacio de una mirada. Los ojos de Fertch estaban más calmados, pero mostraban ira. Los de Kathrina le ganaban en cólera, pero no estaba tranquila. Tenía el ceño fruncido, los labios lívidos, cerrados con fuerza, igual que los dedos en torno al puño de la espada. Sus nudillos estaban blancos de rabia, pero no se movía. Toda ella era una firme amenaza que empezaba en sus ojos y no terminaba en la punta de su espada.
- Dime - musitó, sin dejar de mirar a Fertch. - ¿Por qué estamos atacando a éstas mujeres, Fertch? ¿Qué estamos haciendo aquí?
El calvo no se inmutó ante la pregunta. Sus ojos recorrieron una vez más el acero enano que formaba la hoja de la caballero que tenía delante, un metal hermoso, sólido, que reflejaba con intensidad la poca luz que había en la escena. El extremo más afilado del arma le rozaba el labio superior. Un movimiento de Kathrina y se habría quedado sin boca, y lo sabía bien.
- ¿Qué tipo de pregunta es ésa? - contestó. - Feiran te informó igual que a mí. Lo sabes de sobra.
- No - repuso la caballero. - No, no lo se. Pero tú sí. Contesta.
- Es una secta de brujas y hechiceras - sentenció el comandante, adelantándose con la espada desnuda un paso que, Kathrina no pudo evitar fijarse, le colocaba un poco más cerca de Fertch que de ella. - La líder de su repugnante cábala fue una de las personas que propiciaron la caída de nuestro reino, y aun aquí, ahora, se oponen a Ze...
- Se oponen al reino y a sus dirigentes - interrumpió Fertch bruscamente. - Son asesinas, herejes, sectarias, oscurantistas de la peor calaña y animales sádicos. Deben morir.
Silencio.
Kathrina no se movió, y tampoco lo hizo Fertch. El comandante parecía tener muy claro por quién iba a interceder llegado el momento, pero tampoco parecía muy dispuesto a hacerlo. Kathrina percibió que vacilaba.
- ¿Qué estáis haciendo, Lady de Vance? - preguntó.
Buena pregunta. ¿Qué estaba haciendo...? ¿Tenía la remota idea de lo que estaba haciendo y de las consecuencias que podía acarrearle... no, que le acarrearía? ¿Podía ser que una supuesta asesina y una supuesta hereje la hicieran volver la mano contra quien no debía? Como si leyera sus pensamientos, Fertch lanzó la siguiente pregunta.
- ¿Dudas, Kathrina?
Dio en el blanco.
¿Dudaba? Si. Si, dudaba. Pero, ¿De qué? ¿Dudaba de Fertch? ¿De Feiran? Tal vez su pulso ya no era tan firme. Había visto lo que había hecho el calvo, y tenía la sensación de que había algo que no encajaba. Había algo extraño. Había empezado a dudar gracias a Rose. Aquella mujer que ahora yacía en el suelo...
Sacudió ligeramente la cabeza, apartando los pensamientos.
Había algo que tenía que saber. La idea se le ocurrió de súbito, pero de pronto le quemaba en la cabeza. Sus labios se movieron solos, reflejo del ansia de su corazón.
- Fertch - murmuró. - ¿Quién mató al comandante Aldar?
La pregunta hizo volver la cabeza del otro comandante, el de cuerpo presente, en dirección a Fertch. Había un cierto atisbo de asombro en su mirada, en la ceja medio enarcada, en la forma en que le miraba. Fertch se sonrió de forma sombría, frunciendo el ceño.
- Dudas de Feiran - contestó. - Dudas de su palabra. Sabes quien fue, Kathrina. Ya se te ha contestado a ésa pregunta. Fue tu amiga, la pelirroja. Lo sabes.
- No - dijo ella. - No, no lo se. Ya no lo se.
- Entiendo.
Se apartó de ella un paso antes de que pudiera reaccionar. Pero no es que Kathrina hubiera reaccionado, de todas formas. No iba a matarle. No sabía qué era lo que estaba pasando, y no iba a tomar una vida que luego podía resultar ser inocente. Aunque jamás se le ocurrió pensar que aquel hombre pudiera, en forma alguna, ser clasificado como "inocente".
La espada de Fertch comenzó a salir de su vaina con lentitud, y su rictus se hizo más severo. Se recrudeció su mirada sobre Kathrina, y con un gesto hizo retroceder también al comandante, que alzó a su vez su arma. No había dudas sobre él ahora. Kathrina se mordió el labio inferior, bajando ligeramente la punta de su arma para evitar ser desarmada.
- Después de todo, Feiran tal vez tenía razón - siguió diciendo el Duque Fertch. - Tú fuiste quien le asignó a ésa perra su custodia. ¿Por qué no ibas a estar detrás? ¿Por qué no ibas a estar compinchada con los enemigos de su Alteza?
- Estás loco - dijo ella. - Yo...
- Kathrina de Vance - le cortó el calvo. - Te acuso de alta traición. Y te juro que le llevaré a Feiran tu corazón palpitante antes de que acabe la noche. Voy a disfrutar mucho matándote.
... y entonces el extraño destino de aquella noche volvió a morder por sorpresa.
Pero era silencio, después de todo. Un silencio tenso, opresivo, el mundo y su oscuridad reducidos al espacio de una mirada. Los ojos de Fertch estaban más calmados, pero mostraban ira. Los de Kathrina le ganaban en cólera, pero no estaba tranquila. Tenía el ceño fruncido, los labios lívidos, cerrados con fuerza, igual que los dedos en torno al puño de la espada. Sus nudillos estaban blancos de rabia, pero no se movía. Toda ella era una firme amenaza que empezaba en sus ojos y no terminaba en la punta de su espada.
- Dime - musitó, sin dejar de mirar a Fertch. - ¿Por qué estamos atacando a éstas mujeres, Fertch? ¿Qué estamos haciendo aquí?
El calvo no se inmutó ante la pregunta. Sus ojos recorrieron una vez más el acero enano que formaba la hoja de la caballero que tenía delante, un metal hermoso, sólido, que reflejaba con intensidad la poca luz que había en la escena. El extremo más afilado del arma le rozaba el labio superior. Un movimiento de Kathrina y se habría quedado sin boca, y lo sabía bien.
- ¿Qué tipo de pregunta es ésa? - contestó. - Feiran te informó igual que a mí. Lo sabes de sobra.
- No - repuso la caballero. - No, no lo se. Pero tú sí. Contesta.
- Es una secta de brujas y hechiceras - sentenció el comandante, adelantándose con la espada desnuda un paso que, Kathrina no pudo evitar fijarse, le colocaba un poco más cerca de Fertch que de ella. - La líder de su repugnante cábala fue una de las personas que propiciaron la caída de nuestro reino, y aun aquí, ahora, se oponen a Ze...
- Se oponen al reino y a sus dirigentes - interrumpió Fertch bruscamente. - Son asesinas, herejes, sectarias, oscurantistas de la peor calaña y animales sádicos. Deben morir.
Silencio.
Kathrina no se movió, y tampoco lo hizo Fertch. El comandante parecía tener muy claro por quién iba a interceder llegado el momento, pero tampoco parecía muy dispuesto a hacerlo. Kathrina percibió que vacilaba.
- ¿Qué estáis haciendo, Lady de Vance? - preguntó.
Buena pregunta. ¿Qué estaba haciendo...? ¿Tenía la remota idea de lo que estaba haciendo y de las consecuencias que podía acarrearle... no, que le acarrearía? ¿Podía ser que una supuesta asesina y una supuesta hereje la hicieran volver la mano contra quien no debía? Como si leyera sus pensamientos, Fertch lanzó la siguiente pregunta.
- ¿Dudas, Kathrina?
Dio en el blanco.
¿Dudaba? Si. Si, dudaba. Pero, ¿De qué? ¿Dudaba de Fertch? ¿De Feiran? Tal vez su pulso ya no era tan firme. Había visto lo que había hecho el calvo, y tenía la sensación de que había algo que no encajaba. Había algo extraño. Había empezado a dudar gracias a Rose. Aquella mujer que ahora yacía en el suelo...
Sacudió ligeramente la cabeza, apartando los pensamientos.
Había algo que tenía que saber. La idea se le ocurrió de súbito, pero de pronto le quemaba en la cabeza. Sus labios se movieron solos, reflejo del ansia de su corazón.
- Fertch - murmuró. - ¿Quién mató al comandante Aldar?
La pregunta hizo volver la cabeza del otro comandante, el de cuerpo presente, en dirección a Fertch. Había un cierto atisbo de asombro en su mirada, en la ceja medio enarcada, en la forma en que le miraba. Fertch se sonrió de forma sombría, frunciendo el ceño.
- Dudas de Feiran - contestó. - Dudas de su palabra. Sabes quien fue, Kathrina. Ya se te ha contestado a ésa pregunta. Fue tu amiga, la pelirroja. Lo sabes.
- No - dijo ella. - No, no lo se. Ya no lo se.
- Entiendo.
Se apartó de ella un paso antes de que pudiera reaccionar. Pero no es que Kathrina hubiera reaccionado, de todas formas. No iba a matarle. No sabía qué era lo que estaba pasando, y no iba a tomar una vida que luego podía resultar ser inocente. Aunque jamás se le ocurrió pensar que aquel hombre pudiera, en forma alguna, ser clasificado como "inocente".
La espada de Fertch comenzó a salir de su vaina con lentitud, y su rictus se hizo más severo. Se recrudeció su mirada sobre Kathrina, y con un gesto hizo retroceder también al comandante, que alzó a su vez su arma. No había dudas sobre él ahora. Kathrina se mordió el labio inferior, bajando ligeramente la punta de su arma para evitar ser desarmada.
- Después de todo, Feiran tal vez tenía razón - siguió diciendo el Duque Fertch. - Tú fuiste quien le asignó a ésa perra su custodia. ¿Por qué no ibas a estar detrás? ¿Por qué no ibas a estar compinchada con los enemigos de su Alteza?
- Estás loco - dijo ella. - Yo...
- Kathrina de Vance - le cortó el calvo. - Te acuso de alta traición. Y te juro que le llevaré a Feiran tu corazón palpitante antes de que acabe la noche. Voy a disfrutar mucho matándote.
... y entonces el extraño destino de aquella noche volvió a morder por sorpresa.
Kath Vance- Cantidad de envíos : 41
Re: Creer en el Infierno
La elfa dio un paso atrás.
Si acaso, tenía que admitir que Malzeth era hábil. O, al menos, listo. Un hijo de puta muy, muy listo. Al final, había conseguido remontar la escalera, y tanto Lobo como él iban consiguiendo recortarle el terreno poco a poco, hasta que habían conseguido quedar peligrosamente cerca de ella.
Ah, pero ella no era una presa fácil.
Yshara tenía un par de rasguños. Le habían rasgado la capa, y la tela negra de su peculiar atuendo impedía que se viese el rastro de una leve hemorragia bajo el seno derecho. Pero no era una herida de consideración, ni siquiera algo que sirivera para detenerla. Malzeth estaba peor que ella, por ejemplo. El hombre no podía ocultar el feo tajo que le recorría la mejilla izquierda, ni esconder los dos dedos que le faltaban en la mano derecha. En su favor, había que decir que había aprendido rápido a defenderse de ella.
Era una trampa en la que solía caer demasiada gente. Yshara tenía siglos de experiencia en el oficio de las armas, y no había forma en la que pudiera considerársela torpe, incluso aunque la espada no era su arma de preferencia. Pero podía poner en aprietos a alguien como él sin esforzarse demasiado. Podía hacerle estar atento, tal vez demasiado atento. Era un baile al que la elfa se entregaba sin tapujos, el baile del combate, y cuyo premio era el aroma de la sangre fresca.
Pero la espada no era su arma principal, y éso era lo que Malzeth había tardado un rato en aprender.
El metal que rodeaba sus dedos, convirtiendo sus dedos en mortíferas cuchillas, goteaba sangre. La garra siempre tomaba a sus oponentes por sorpresa. Yshara había terminado muchas vidas así. Pero ellos eran dos, y le estaban obligando, aunque fuera poco a poco, a ceder terreno. Las llamas seguían crepitando confuria, devorando la biblioteca, y el calor era sofocante. Yshara comenzaba a acusar el cansancio.
No es que Lobo se estuviera esforzando mucho. Sus ataques estaban siendo erráticos, torpes, y pareciera que vacilaba. Y no es que la elfa fuese a quejarse de ello, pero le extrañaba. En cambio, Malzeth estaba hecho una maldita furia, y tenía que esmerarse para bloquear cada ataque, cada embestida.
- Voy a sacarte el corazón - gruñía en voz baja, como una letanía, mientras sus espadas volvían a chocar. - Se lo daré de comer a los perros. Te crucificaré boca abajo y te dejaré sangrar con lentitud. Te...
A partir de cierto punto, Yshara había comenzado a estar asombrada. Aquel hombre ni siquiera parecía consciente de lo que hacía o decía. Parecía un guerrero en trance, un hombre que luchaba simplemente porque la parte subconsciente de su mente que sabía manejar una espada lo hacía, mientras que la mente primaria, la consciente, estaba suprimida por los instintos más sanguinarios. Le daba rienda suelta a su imaginación. Y por sus palabras, era una imaginación muy vívida, capaz de describir con gran precisión las vejaciones a las que pretendía someter a su enemiga antes y después de asesinarla, tal vez de forma un tanto caótica en su narración, éso sí.
No es que Yshara le estuviera prestando mucha atención. Pero se le acababa la pasarela, y Malzeth estaba consiguiendo llevarla hasta donde quería. Hasta la zona en la que se encontraba Kirill.
Si acaso, tenía que admitir que Malzeth era hábil. O, al menos, listo. Un hijo de puta muy, muy listo. Al final, había conseguido remontar la escalera, y tanto Lobo como él iban consiguiendo recortarle el terreno poco a poco, hasta que habían conseguido quedar peligrosamente cerca de ella.
Ah, pero ella no era una presa fácil.
Yshara tenía un par de rasguños. Le habían rasgado la capa, y la tela negra de su peculiar atuendo impedía que se viese el rastro de una leve hemorragia bajo el seno derecho. Pero no era una herida de consideración, ni siquiera algo que sirivera para detenerla. Malzeth estaba peor que ella, por ejemplo. El hombre no podía ocultar el feo tajo que le recorría la mejilla izquierda, ni esconder los dos dedos que le faltaban en la mano derecha. En su favor, había que decir que había aprendido rápido a defenderse de ella.
Era una trampa en la que solía caer demasiada gente. Yshara tenía siglos de experiencia en el oficio de las armas, y no había forma en la que pudiera considerársela torpe, incluso aunque la espada no era su arma de preferencia. Pero podía poner en aprietos a alguien como él sin esforzarse demasiado. Podía hacerle estar atento, tal vez demasiado atento. Era un baile al que la elfa se entregaba sin tapujos, el baile del combate, y cuyo premio era el aroma de la sangre fresca.
Pero la espada no era su arma principal, y éso era lo que Malzeth había tardado un rato en aprender.
El metal que rodeaba sus dedos, convirtiendo sus dedos en mortíferas cuchillas, goteaba sangre. La garra siempre tomaba a sus oponentes por sorpresa. Yshara había terminado muchas vidas así. Pero ellos eran dos, y le estaban obligando, aunque fuera poco a poco, a ceder terreno. Las llamas seguían crepitando confuria, devorando la biblioteca, y el calor era sofocante. Yshara comenzaba a acusar el cansancio.
No es que Lobo se estuviera esforzando mucho. Sus ataques estaban siendo erráticos, torpes, y pareciera que vacilaba. Y no es que la elfa fuese a quejarse de ello, pero le extrañaba. En cambio, Malzeth estaba hecho una maldita furia, y tenía que esmerarse para bloquear cada ataque, cada embestida.
- Voy a sacarte el corazón - gruñía en voz baja, como una letanía, mientras sus espadas volvían a chocar. - Se lo daré de comer a los perros. Te crucificaré boca abajo y te dejaré sangrar con lentitud. Te...
A partir de cierto punto, Yshara había comenzado a estar asombrada. Aquel hombre ni siquiera parecía consciente de lo que hacía o decía. Parecía un guerrero en trance, un hombre que luchaba simplemente porque la parte subconsciente de su mente que sabía manejar una espada lo hacía, mientras que la mente primaria, la consciente, estaba suprimida por los instintos más sanguinarios. Le daba rienda suelta a su imaginación. Y por sus palabras, era una imaginación muy vívida, capaz de describir con gran precisión las vejaciones a las que pretendía someter a su enemiga antes y después de asesinarla, tal vez de forma un tanto caótica en su narración, éso sí.
No es que Yshara le estuviera prestando mucha atención. Pero se le acababa la pasarela, y Malzeth estaba consiguiendo llevarla hasta donde quería. Hasta la zona en la que se encontraba Kirill.
Yshara- Cantidad de envíos : 876
Re: Creer en el Infierno
Y así Malzeth y Lobo avanzaban, conquistando terreno hábilmente frente a Yshara; los únicos presentes junto a Canción en una biblioteca en llamas, en una mansión abandonada repleta de cadáveres y de sangre que se venía abajo con la intención de llevarse con ella hasta el último de aquellos intrusos. Malzeth y los suyos habían entrado allí pensando provocar una sola muerte; ahora... era posible que nadie saliera con vida.
Kirill permanecía de espaldas a los tres, pero a pesar del crepitar de las llamas no le habría costado advertir lo peligrosamente cerca que se encontraban de él y del portal... si hubiera sido consciente en lo más mínimo de lo que le rodeaba. Podían acercarse hasta pegarse a su espalda, y quizás sólo entonces, o cuando recibiera un golpe, o incluso sólo cuando el techo o el suelo se desmoronaran, destrozados por el fuego, sólo así habría vuelto a ser consciente de la situación.
Porque en aquel momento para él sólo existía el fluir de magia.
No sentía miedo; únicamente persistía en él el recuerdo de una sensación de presión, la leve consciencia de que había prisa. En el fondo seguía la seguridad de que su vida dependía de ello, de que si algo iba mal aquel sería su fin y no habría servido bien a Nadyssra, pero el pánico que había comenzado a atenazarlo antes se hacía ahora lejano, casi irreal. No oía las palabras de Malzeth ni sentía sus pasos. Nada le presionaba, nada salvo un recuerdo aplastado bajo la magia.
No por ello se permitía perder el tiempo; Kirill actuaba con decisión, desplegaba su magia con la brusquedad que le caracterizaba, malgastándola al usarla en cantidades desproporcionadas. Primero con cuidado y la mayor de las sutilezas había intentado adaptarse a la magia del portal, lo había conseguido en parte, y cuando notó que tenía bien asida una parte de la corriente de magia que debía crearse la bloqueó y se dispuso a provocar violentamente el resto. Juntó toda su fuerza y mentalmente luchó contra el portal cerrado, intentando forzarlo con la magia nativa de Tarazed, una magia diferente a aquella para la cual se había concebido aquello. Hacía poco que se dedicaba a este segundo paso, invirtiendo en él toda su magia, y aún sentía que podía permanecer con un esfuerzo constante durante largo rato... Pero no tenía ese "largo rato", ni su naturaleza impaciente estaba dispuesta a permitir aquello. Aumentó la presión.
Kirill estaba serio. Sin darse cuenta había extendido sus dos manos hacia delante, con las palmas abiertas frente al espejo: un gesto perteneciente al tiempo en el que era Mano Dorada. Fruncía el ceño, y gotas de sudor se deslizaban por su rostro, en parte por el esfuerzo físico y mental que suponía aquello, en parte por el calor del que no era consciente. Movía los ojos bajo los párpados cerrados, y en aquel momento comenzaba a apretar los dientes, dispuesto a vencer aquella magia.
Y entonces hubo un cambio. La corriente cedió; de golpe el portal quedó abierto, y lo repentino hizo que el mago por un momento casi perdiera el control. La energía que necesitaba utilizar Kirill para mantenerlo disminuyó de golpe.
Recordó que no había tiempo para sonrisitas triunfales, y al mismo tiempo sintió, al disminuir de golpe la magia que emanaba de él, cómo por un momento sus fuerzas flaqueaban.
Pero aquello no importaba: el portal era ahora viable.
Kirill permanecía de espaldas a los tres, pero a pesar del crepitar de las llamas no le habría costado advertir lo peligrosamente cerca que se encontraban de él y del portal... si hubiera sido consciente en lo más mínimo de lo que le rodeaba. Podían acercarse hasta pegarse a su espalda, y quizás sólo entonces, o cuando recibiera un golpe, o incluso sólo cuando el techo o el suelo se desmoronaran, destrozados por el fuego, sólo así habría vuelto a ser consciente de la situación.
Porque en aquel momento para él sólo existía el fluir de magia.
No sentía miedo; únicamente persistía en él el recuerdo de una sensación de presión, la leve consciencia de que había prisa. En el fondo seguía la seguridad de que su vida dependía de ello, de que si algo iba mal aquel sería su fin y no habría servido bien a Nadyssra, pero el pánico que había comenzado a atenazarlo antes se hacía ahora lejano, casi irreal. No oía las palabras de Malzeth ni sentía sus pasos. Nada le presionaba, nada salvo un recuerdo aplastado bajo la magia.
No por ello se permitía perder el tiempo; Kirill actuaba con decisión, desplegaba su magia con la brusquedad que le caracterizaba, malgastándola al usarla en cantidades desproporcionadas. Primero con cuidado y la mayor de las sutilezas había intentado adaptarse a la magia del portal, lo había conseguido en parte, y cuando notó que tenía bien asida una parte de la corriente de magia que debía crearse la bloqueó y se dispuso a provocar violentamente el resto. Juntó toda su fuerza y mentalmente luchó contra el portal cerrado, intentando forzarlo con la magia nativa de Tarazed, una magia diferente a aquella para la cual se había concebido aquello. Hacía poco que se dedicaba a este segundo paso, invirtiendo en él toda su magia, y aún sentía que podía permanecer con un esfuerzo constante durante largo rato... Pero no tenía ese "largo rato", ni su naturaleza impaciente estaba dispuesta a permitir aquello. Aumentó la presión.
Kirill estaba serio. Sin darse cuenta había extendido sus dos manos hacia delante, con las palmas abiertas frente al espejo: un gesto perteneciente al tiempo en el que era Mano Dorada. Fruncía el ceño, y gotas de sudor se deslizaban por su rostro, en parte por el esfuerzo físico y mental que suponía aquello, en parte por el calor del que no era consciente. Movía los ojos bajo los párpados cerrados, y en aquel momento comenzaba a apretar los dientes, dispuesto a vencer aquella magia.
Y entonces hubo un cambio. La corriente cedió; de golpe el portal quedó abierto, y lo repentino hizo que el mago por un momento casi perdiera el control. La energía que necesitaba utilizar Kirill para mantenerlo disminuyó de golpe.
Recordó que no había tiempo para sonrisitas triunfales, y al mismo tiempo sintió, al disminuir de golpe la magia que emanaba de él, cómo por un momento sus fuerzas flaqueaban.
Pero aquello no importaba: el portal era ahora viable.
Kirill- Cantidad de envíos : 779
Re: Creer en el Infierno
Los ojos verdes de la mujer que estaba sentada en el sillón no quitaban la vista de la puerta. Cuando quiso hacer el amago de levantarse, más de una la miró con profundo reproche. Al segundo intento, la miraron con decepción. Estaba en su derecho a tener miedo. Cuando atravesaran esa puerta su suerte estaría echada. Estaba en su derecho y aun así sabía que si lo intentaba por tercera vez, alguien dejaría la pared de enfrente y la ataría a la silla.
Siempre le había gustado estar en ese lugar. Todo en él le agradaba, desde el olor fresco de la madera del suelo, hasta la calidez que manaba aun con la chimenea apagada. Cuando Sonya, atrás en el tiempo, había pensado en que ninguna de ellas tendría una tumba, la mujer de pelo rizado había pensado todo lo contrario, que si alguna vez se le había ocurrido pensar en donde quedaría su sepulcro, jamás se le cruzó que sería su sala favorita. Desde donde estaba podía verla casi toda, sin duda la ubicación del escritorio había sido intencional: se veía la mesa auxiliar y sus sillones en la que estaba el juego de ajedrez, con algunas de sus fichas delatando que había partida pendiente por continuar, los cuadros de paisajes de lugares que nunca conoció, la chimenea al fondo, con su diván y su tapete.
Siempre le había gustado estar ahí pero ahora quería irse, hacer algo y solo aguardar.
Se levantó bruscamente, empujando hacía atrás la gran silla de madera, alejándose de los mullidos cojines en cuero rojizo que le daba comodidad. De inmediato, una de las Flores apostadas contra la pared de la puerta, se separó de esta, pero no se amilanó. Siguió caminando, recorriendo la sala de estudio particular de su líder.
Aun en la oscuridad del lugar se lograban detallar sus muebles. La estancia no era la más grande de la casa, por supuesto, pero era amplia, lo suficiente para albergar cuatro estanterías (angostas pero altas) con libros que iban desde Historia y Geografía, pasando por Literatura, Poemas, Registros Mágicos, Bestiarios hasta los gruesos volúmenes de Contabilidad y Control de Gestión. Se agrupaban de a dos y cada par en una pared distinta, pero siempre mirando al gran escritorio de madera oscura, ubicado lejos de todas las paredes, casi centrado en la habitación, atrayendo sobre sí la atención de forma inmediata a cualquiera que ingresara.
Caminó hasta el porta mapas hecho en madera de guayacan, junto a la estantería con los libros de Geografía, puso los dedos sobre pero no extrajo ninguno, solo siguió caminando, estirando las piernas, nerviosa, poniendo nerviosas a las demás que solo aguardaban la primera arremetida contra la puerta para tratar de entrar. La Flor se giró de imprevisto y encaró a quien parecía quedar a cargo, esa misma que la seguía con una mirada vigilante y que hasta había avanzado dos pasos hacia ella, con la mano apoyada en el pomo de su espada
- Deberíamos destruir los libros de contabilidad - el silencio que siguió a su sugerencia, solo era roto por el rumor de la tormenta por fuera de los muros, por el cruce de metales cada vez más y más cerca. La Flor de cabello rizado, sacó su espada con cuidado y la dejó sobre el escritorio mientras volvía a sentarse. Pero el silencio no se debía a su ocurrencia. Era en cierta forma prudente hacer eso que pedía.
El silencio se debía a que al menos a un par de ellas se le erizaron los vellos, la sensación de electricidad las había hecho desviar su atención de todo lo que la ocupaba en ese instante. No lo entendían, era como si quedaran residuos de una descarga mágica muy grande. Pero la onda tenía que haber sido tremenda para llegar hasta donde estaban ellas. Eso, o estaban aun más cerca de lo que podían haber pensado. Se miraron entre ellas. Habían hecho un hechizo muy grande, habían traído alguna criatura mágica o se acercaba algo que tragaba energía mágica de forma asombrosa.
En su mente y a su forma, cada una formuló la misma pregunta ¿donde estaba Ethel?
Justo cuando la que suplantaba a Ethel iba a decirle a la otra que se tranquilizara, que no iba a escapar, se fijó en algo que no había visto antes. La Orquídea que estaba en esa habitación, y que no era sensible a la magia y por tanto no había tenido la sensación de las otras dos, no la estaba mirando a ella, miraba por encima de ella. Extrañada, con curiosidad, pero alerta, dos dedos de su espada por fuera de la vaina. Frunció el ceño despacio y dio otro paso al frente, mientras otra Flor alzaba su ballesta hacia la Flor que estaba sentada y luego por encima de ella.
Se puso pálida. Conforme sus colores bajaban, la estancia se iba llenando de un poco de luz, luz que provenía de su espalda. Se miró la mano, también tenía la piel erizada; retuvo la respiración por un instante mientras la Orquídea daba otro paso. Con una agilidad sorprendente se levantó de nuevo y miró hacia atrás.
Tras el escritorio, siempre había estado un espejo. Muy grande para tratarse de un adorno relacionado con la vanidad de su dueña, de poco mas de dos metros de alto, por metro veinte de ancho, con sus bordes biselados, se había tallado en esa parte del cristal pequeñas hojas otoñales y primaverales, con tal detalle, que era fácil distinguir las marchitas de las frescas. El espejo colgaba a unos centímetros del suelo, se sujetaba a la pared por el marco en caoba con algunas incrustaciones en varios metales.
Por un momento a la Flor le pareció que reflejaba la madera de la puerta doble del Estudio y la piedra de sus paredes, hasta su figura con la espada a medio tomar, pero pronto se dio cuenta que no era así, que la luz, que seguía siendo tenue, iba en aumento y provenía de él, que lo que reflejaba era una silueta en una pasarela, lo que parecía ser el vació detras de esta figura, el brillo de llamas en una biblioteca, humo que ascendía, tres siluetas acercandose, al parecer combatiendo, pero dificiles de distinguir y eso, no estaba en esa habitación.
Pero todas aguardaron. Los espejos eran portales comúnmente utilizados por Ethel, así que no se apresurarían, hasta estar seguras de lo que ocurría, pero la tensión podía palparse en el ambiente.
Siempre le había gustado estar en ese lugar. Todo en él le agradaba, desde el olor fresco de la madera del suelo, hasta la calidez que manaba aun con la chimenea apagada. Cuando Sonya, atrás en el tiempo, había pensado en que ninguna de ellas tendría una tumba, la mujer de pelo rizado había pensado todo lo contrario, que si alguna vez se le había ocurrido pensar en donde quedaría su sepulcro, jamás se le cruzó que sería su sala favorita. Desde donde estaba podía verla casi toda, sin duda la ubicación del escritorio había sido intencional: se veía la mesa auxiliar y sus sillones en la que estaba el juego de ajedrez, con algunas de sus fichas delatando que había partida pendiente por continuar, los cuadros de paisajes de lugares que nunca conoció, la chimenea al fondo, con su diván y su tapete.
Siempre le había gustado estar ahí pero ahora quería irse, hacer algo y solo aguardar.
Se levantó bruscamente, empujando hacía atrás la gran silla de madera, alejándose de los mullidos cojines en cuero rojizo que le daba comodidad. De inmediato, una de las Flores apostadas contra la pared de la puerta, se separó de esta, pero no se amilanó. Siguió caminando, recorriendo la sala de estudio particular de su líder.
Aun en la oscuridad del lugar se lograban detallar sus muebles. La estancia no era la más grande de la casa, por supuesto, pero era amplia, lo suficiente para albergar cuatro estanterías (angostas pero altas) con libros que iban desde Historia y Geografía, pasando por Literatura, Poemas, Registros Mágicos, Bestiarios hasta los gruesos volúmenes de Contabilidad y Control de Gestión. Se agrupaban de a dos y cada par en una pared distinta, pero siempre mirando al gran escritorio de madera oscura, ubicado lejos de todas las paredes, casi centrado en la habitación, atrayendo sobre sí la atención de forma inmediata a cualquiera que ingresara.
Caminó hasta el porta mapas hecho en madera de guayacan, junto a la estantería con los libros de Geografía, puso los dedos sobre pero no extrajo ninguno, solo siguió caminando, estirando las piernas, nerviosa, poniendo nerviosas a las demás que solo aguardaban la primera arremetida contra la puerta para tratar de entrar. La Flor se giró de imprevisto y encaró a quien parecía quedar a cargo, esa misma que la seguía con una mirada vigilante y que hasta había avanzado dos pasos hacia ella, con la mano apoyada en el pomo de su espada
- Deberíamos destruir los libros de contabilidad - el silencio que siguió a su sugerencia, solo era roto por el rumor de la tormenta por fuera de los muros, por el cruce de metales cada vez más y más cerca. La Flor de cabello rizado, sacó su espada con cuidado y la dejó sobre el escritorio mientras volvía a sentarse. Pero el silencio no se debía a su ocurrencia. Era en cierta forma prudente hacer eso que pedía.
El silencio se debía a que al menos a un par de ellas se le erizaron los vellos, la sensación de electricidad las había hecho desviar su atención de todo lo que la ocupaba en ese instante. No lo entendían, era como si quedaran residuos de una descarga mágica muy grande. Pero la onda tenía que haber sido tremenda para llegar hasta donde estaban ellas. Eso, o estaban aun más cerca de lo que podían haber pensado. Se miraron entre ellas. Habían hecho un hechizo muy grande, habían traído alguna criatura mágica o se acercaba algo que tragaba energía mágica de forma asombrosa.
En su mente y a su forma, cada una formuló la misma pregunta ¿donde estaba Ethel?
Justo cuando la que suplantaba a Ethel iba a decirle a la otra que se tranquilizara, que no iba a escapar, se fijó en algo que no había visto antes. La Orquídea que estaba en esa habitación, y que no era sensible a la magia y por tanto no había tenido la sensación de las otras dos, no la estaba mirando a ella, miraba por encima de ella. Extrañada, con curiosidad, pero alerta, dos dedos de su espada por fuera de la vaina. Frunció el ceño despacio y dio otro paso al frente, mientras otra Flor alzaba su ballesta hacia la Flor que estaba sentada y luego por encima de ella.
Se puso pálida. Conforme sus colores bajaban, la estancia se iba llenando de un poco de luz, luz que provenía de su espalda. Se miró la mano, también tenía la piel erizada; retuvo la respiración por un instante mientras la Orquídea daba otro paso. Con una agilidad sorprendente se levantó de nuevo y miró hacia atrás.
Tras el escritorio, siempre había estado un espejo. Muy grande para tratarse de un adorno relacionado con la vanidad de su dueña, de poco mas de dos metros de alto, por metro veinte de ancho, con sus bordes biselados, se había tallado en esa parte del cristal pequeñas hojas otoñales y primaverales, con tal detalle, que era fácil distinguir las marchitas de las frescas. El espejo colgaba a unos centímetros del suelo, se sujetaba a la pared por el marco en caoba con algunas incrustaciones en varios metales.
Por un momento a la Flor le pareció que reflejaba la madera de la puerta doble del Estudio y la piedra de sus paredes, hasta su figura con la espada a medio tomar, pero pronto se dio cuenta que no era así, que la luz, que seguía siendo tenue, iba en aumento y provenía de él, que lo que reflejaba era una silueta en una pasarela, lo que parecía ser el vació detras de esta figura, el brillo de llamas en una biblioteca, humo que ascendía, tres siluetas acercandose, al parecer combatiendo, pero dificiles de distinguir y eso, no estaba en esa habitación.
Pero todas aguardaron. Los espejos eran portales comúnmente utilizados por Ethel, así que no se apresurarían, hasta estar seguras de lo que ocurría, pero la tensión podía palparse en el ambiente.
Ethel- Cantidad de envíos : 308
Re: Creer en el Infierno
El acero de la espada, al girar en la mano de Fertch, captó el reflejo de un relámpago. El trueno subsiguiente coreó el primer choque entre el arma y la que blandía la mujer caballero contra la que había sido lanzada, hendiendo el silencio que se había apoderado de la noche.
No hubo palabras. No las merecía. Kathrina bloqueó el primer envite sin saber qué fuerza movía la espada de su enemigo, pero muy consciente de lo que sus ojos le delataban: Que la mataría si lo permitía. No hubo una reacción por su parte, pero fue a causa de la sorpresa. Las dudas ya se habían disipado. Ojalá hubiera pasado lo mismo con las preguntas.
Decir que estaba asustada no era hacer honor a la verdad, pero no era el hombre que tenía delante quien le inspiraba miedo. Se movió para tener en el campo visual tanto a Fertch como al comandante, y se dio cuenta de que éste pensaba tomar parte en la batalla. ¿Por qué?, volvió a preguntarse, y volvió a sentir aquella punzada de pánico sordo en el estómago, un pánico completamente humano, el de no saber qué es lo que está pasando. Sentir que tu mundo comienza a derrumbarse a tu alrededor, empezando por las cosas que dabas por sentadas, y no comprender qué lo arranca de sus goznes.
Sobraban las palabras, sí. El rostro de Fertch le hablaba del desprecio que sentía, y del odío que le haría sentir si la derribaba. El rostro del comandante no le dejaba la más mínima duda. De alguna forma, esperaban ésto. No podía tener la certeza de que era así, pero fue una corazonada, una intuición momentánea. Si no se hubieran vuelto contra ella entonces, lo habrían hecho después, en otra circunstancia. Tal vez cuando ella no pudiera reaccionar.
Hubo un intercambio de golpes. La espada de Fertch le arrancó varias veces chispas anaranjadas al escudo de Kathrina, que no respondió más que en dos ocasiones a sus ataques, pero ninguno de ellos logró un impacto. Fertch no podía y Kathrina no lo buscaba. Sin embargo, sabía que sus cavilaciones le costarían caras tarde o temprano. No tenía adonde huír, ni a quién volverse en busca de una explicación.
Y entonces fue cuando, como antes se decía, el destino volvió a dar un mordisco.
El calvo no iba provisto de escudo. En su lugar, blandía la enorme espada bastarda con ambas manos, la derecha firmemente puesta en la empuñadura y la izquierda un poco por debajo, presta para golpear de pronto con el brazalete claveteado que la cubría. El suyo era un estilo de combate francamente salvaje. Cada ataque era como la embestida de un buey, y más de un guerrero habría perdido ya el equilibrio en la situación de Kathrina. A la luz de un prodigioso rayo que golpeó con fuerza un árbol situado a escasos metros de la estructura bajo la que se encontraban, Kathrina vio al hombre lanzarse por última vez hacia ella, alzando el arma con ambas manos, los ojos como ascuas en mitad de un rostro deformado por una mueca de odio. Alzó el escudo, y el trueno que siguió al rayo sonó como la explosión de un barril de pólvora coreando el golpe, y al mismo tiempo, silenciando parte del aullido.
Kathrina dio un paso atrás al escucharlo, y el comandante, que trataba de rodearla y de hecho estaba muy cerca de su espalda, volvió la cabeza hacia el calvo mientras daba un respingo sobresaltado, dejando escapar un quejido que le dio su posición a la rubia. Enérgica, Kathrina se volvió apenas un instante, descargando con todas sus fuerzas un tremendo golpe de escudo sobre él y derribándole al pillarle desprevenido, pero toda su atención, como la del comandante un instante antes, estaba puesta en la otra dirección.
- ¡Zorra! - gruñó el calvo en voz alta, volviéndose mientras daba una patada al aire que, contra todo pronóstico, resonó con el crujir de huesos.
La Flor. Kathrina había olvidado por completo a la Flor.
Y al parecer Fertch también, lo cual era muy oportuno. La mujer se había arrastrado hasta su posición, un rastro de sangre bajo la luz de un nuevo relámpago lo delataba, y había estado junto a ellos mientras tenía lugar su pequeño duelo. En el momento propicio, había golpeado como mejor había podido: Hundiendo una pequeña espada curva, de cerca de treinta centímetros, en la parte posterior de la pierna de Fertch, entre ambos gemelos. Por supuesto, había derribado al hombre, que sangraba profusamente y era incapaz de ponerse de pie, pero lo había pagado con la patada que le devolvió. Sus ojos estaban puestos en Kathrina cuando el relámpago dio luz a la escena. Estaba tendida, boca arriba, con la nuca apoyada en el suelo, mirando a la rubia al revés, con un hilo de sangre que manaba de su boca deslizándosele hacia la nariz. La patada le había desencajado la mandíbula, y la rubia no pudo reprimir un escalofrío al darse cuenta de que le faltaban dientes.
- Corre - dijo.
Una sola palabra que bastó para golpear a la caballero con todo el peso del giro que, súbitamente, el Destino le acababa de dar a su existencia.
No hubo palabras. No las merecía. Kathrina bloqueó el primer envite sin saber qué fuerza movía la espada de su enemigo, pero muy consciente de lo que sus ojos le delataban: Que la mataría si lo permitía. No hubo una reacción por su parte, pero fue a causa de la sorpresa. Las dudas ya se habían disipado. Ojalá hubiera pasado lo mismo con las preguntas.
Decir que estaba asustada no era hacer honor a la verdad, pero no era el hombre que tenía delante quien le inspiraba miedo. Se movió para tener en el campo visual tanto a Fertch como al comandante, y se dio cuenta de que éste pensaba tomar parte en la batalla. ¿Por qué?, volvió a preguntarse, y volvió a sentir aquella punzada de pánico sordo en el estómago, un pánico completamente humano, el de no saber qué es lo que está pasando. Sentir que tu mundo comienza a derrumbarse a tu alrededor, empezando por las cosas que dabas por sentadas, y no comprender qué lo arranca de sus goznes.
Sobraban las palabras, sí. El rostro de Fertch le hablaba del desprecio que sentía, y del odío que le haría sentir si la derribaba. El rostro del comandante no le dejaba la más mínima duda. De alguna forma, esperaban ésto. No podía tener la certeza de que era así, pero fue una corazonada, una intuición momentánea. Si no se hubieran vuelto contra ella entonces, lo habrían hecho después, en otra circunstancia. Tal vez cuando ella no pudiera reaccionar.
Hubo un intercambio de golpes. La espada de Fertch le arrancó varias veces chispas anaranjadas al escudo de Kathrina, que no respondió más que en dos ocasiones a sus ataques, pero ninguno de ellos logró un impacto. Fertch no podía y Kathrina no lo buscaba. Sin embargo, sabía que sus cavilaciones le costarían caras tarde o temprano. No tenía adonde huír, ni a quién volverse en busca de una explicación.
Y entonces fue cuando, como antes se decía, el destino volvió a dar un mordisco.
El calvo no iba provisto de escudo. En su lugar, blandía la enorme espada bastarda con ambas manos, la derecha firmemente puesta en la empuñadura y la izquierda un poco por debajo, presta para golpear de pronto con el brazalete claveteado que la cubría. El suyo era un estilo de combate francamente salvaje. Cada ataque era como la embestida de un buey, y más de un guerrero habría perdido ya el equilibrio en la situación de Kathrina. A la luz de un prodigioso rayo que golpeó con fuerza un árbol situado a escasos metros de la estructura bajo la que se encontraban, Kathrina vio al hombre lanzarse por última vez hacia ella, alzando el arma con ambas manos, los ojos como ascuas en mitad de un rostro deformado por una mueca de odio. Alzó el escudo, y el trueno que siguió al rayo sonó como la explosión de un barril de pólvora coreando el golpe, y al mismo tiempo, silenciando parte del aullido.
Kathrina dio un paso atrás al escucharlo, y el comandante, que trataba de rodearla y de hecho estaba muy cerca de su espalda, volvió la cabeza hacia el calvo mientras daba un respingo sobresaltado, dejando escapar un quejido que le dio su posición a la rubia. Enérgica, Kathrina se volvió apenas un instante, descargando con todas sus fuerzas un tremendo golpe de escudo sobre él y derribándole al pillarle desprevenido, pero toda su atención, como la del comandante un instante antes, estaba puesta en la otra dirección.
- ¡Zorra! - gruñó el calvo en voz alta, volviéndose mientras daba una patada al aire que, contra todo pronóstico, resonó con el crujir de huesos.
La Flor. Kathrina había olvidado por completo a la Flor.
Y al parecer Fertch también, lo cual era muy oportuno. La mujer se había arrastrado hasta su posición, un rastro de sangre bajo la luz de un nuevo relámpago lo delataba, y había estado junto a ellos mientras tenía lugar su pequeño duelo. En el momento propicio, había golpeado como mejor había podido: Hundiendo una pequeña espada curva, de cerca de treinta centímetros, en la parte posterior de la pierna de Fertch, entre ambos gemelos. Por supuesto, había derribado al hombre, que sangraba profusamente y era incapaz de ponerse de pie, pero lo había pagado con la patada que le devolvió. Sus ojos estaban puestos en Kathrina cuando el relámpago dio luz a la escena. Estaba tendida, boca arriba, con la nuca apoyada en el suelo, mirando a la rubia al revés, con un hilo de sangre que manaba de su boca deslizándosele hacia la nariz. La patada le había desencajado la mandíbula, y la rubia no pudo reprimir un escalofrío al darse cuenta de que le faltaban dientes.
- Corre - dijo.
Una sola palabra que bastó para golpear a la caballero con todo el peso del giro que, súbitamente, el Destino le acababa de dar a su existencia.
Kath Vance- Cantidad de envíos : 41
Re: Creer en el Infierno
Y ni un maldito momento demasiado tarde, debía añadir.
Yshara no se había vuelto todavía hacia Kirill, pero lo supo cuando el portal comenzó a abrirse. Después de todo, era una elfa. El hormigueo que le sacudía los extremos de las puntiagudas orejas cuando la magia se arremolinaba cerca de ella delataba unos cuantos efectos mágicos. La energía se había acumulado, pues, y asumía que al portal le quedaba poco.
Se preguntó si habría requerido demasiado de la energía de Kirill, pero no tuvo ocasión de volverse a comprobarlo. Tal vez comprendiendo lo que estaba pasando, el ataque de Malzeth comenzaba a rozar lo feroz. En aquellos momentos, al son del estrépito que producía una de las pasarelas inferiores al derrumbarse finalmente, pasto de las llamas, no fue lo más oportuno del mundo que Yshara cometiera un error.
Hubiera sido precioso conseguir zafarse de Malzeth en aquel instante, y de hecho el sonido del derrumbamiento le hizo tener la sensación de que era ahora o nunca. Su siguiente movimiento, pues, fue agarrar la espada de Malzeth cuando volvía a lanzarla hacia ella. La garra impedía que el metal le cortase la mano, y la cerró con fuerza en torno al arma mientras daba un paso hacia él, con la más que obvia intención de acabar con el enfrentamiento de un solo golpe. Y casi lo consiguió. De haber tenido una daga, Malzeth habría sido historia en aquel mismo instante. Pero la espada era demasiado larga para apuñalar al hombre, a pesar de que Yshara la echó hacia atrás con maestría, y el extremo anterior perforó sin problemas la armadura de cuero que protegía al capitán de la Guardia. Pero la reacción de Malzeth fue tan violenta como podía preverse, y el movimiento de Yshara carecía de la agilidad necesaria para acabar antes de que el hombre pudiera agarrarla por el brazo del arma.
En virtud de Yshara habría que decir que no fue un error fatal, pero sí que se llevó un buen susto. Malzeth era fuerte, y no tuvo problemas para voltearla por encima de su espalda, arrojándola contra el suelo al otro lado de la pasarela, un movimiento que siguió enseguida con un amplio corte de su espada, que a la elfa le costó cinco o seis centímetros de la trenza en la que recogía sus cabellos.
Y el portal comenzaba a abrirse.
- Al mago - gruñó, vagamente en dirección a Lobo. - Ataca al mago.
Mierda, pensó Yshara.
Ahora tenían la maldita vía libre, y la que tenía que pasar por encima de alguien para llegar tanto al portal como a Canción y Kirill era ella. O por debajo, pensó enseguida. Estaba tendida en el suelo, aunque se había movido para evitar el último espadazo de Malzeth. Se dio cuenta de que el hombre estaba acostumbrado a oponentes que estaban acabados en cuanto se les derribaba, y sus golpes ahora eran bastante más erráticos, buscando 'pincharla' con la espada en lugar de...
... de pronto Malzeth se detuvo con un quejido.
Yshara creyó que era un ardid, que esperaba sorprenderla y atacarla de pronto por otro sitio, pero de pronto el hombre se llevó la mano al pecho, bajando la espada, y la elfa se percató de que fuera lo que fuera, iba en serio. Pero desde luego no iba a ser ella quien se parara a averiguar qué era lo que había pasado, así que su reacción fue como de costumbre: Rápida y agresiva. Plantó las manos en el suelo sobre su cabeza, soltando la espada, y alzó las piernas hacia donde se encontraba Malzeth. Primero la izquierda, a la altura de los riñones, y luego la otra, describiendo un movimiento circular. Le golpeó en el cuello, y le tiró contra la barandilla de la pasarela. Sin esperar un momento, cogiendo la espada por el filo con la mano derecha mientras lo hacía - cortándose, inevitablemente, en el proceso -, rodó hacia la plataforma, pasando por delante de Malzeth y de Lobo, y poniendose en pie con un vistoso salto que la dejó junto a Kirill.
No obstante, no pudo evitar darse cuenta de un pequeño detalle, algo que vio de reojo, pero que le llamó sobremanera la atención: En la espalda de Malzeth, a la altura de uno de los hombros, sobresalía la empuñadura del arma de Lobo.
- Corre - casi gimió, poniendo la espalda sobre la de Kirill en el momento en que éste hubo terminado de abrir el portal. - Dios, corre.
Casi por instinto, extendió la mano izquierda, y cerró los dedos en torno al brazo de Canción. Apenas le dedicó una mirada, fugaz, que no fue devuelta. La muchacha, catatónica, contemplaba el fuego con la misma expresión de terror ajeno, distante, como un animal que sabe que está en peligro pero no tiene muy claro cómo escapar de él. El ansia de la situación le pudo un poco y las cuchillas de su brazalete le hicieron varios rasguños en los brazos.
Maldita fuera, la casa se estaba viniendo abajo a toda prisa.
Yshara no se había vuelto todavía hacia Kirill, pero lo supo cuando el portal comenzó a abrirse. Después de todo, era una elfa. El hormigueo que le sacudía los extremos de las puntiagudas orejas cuando la magia se arremolinaba cerca de ella delataba unos cuantos efectos mágicos. La energía se había acumulado, pues, y asumía que al portal le quedaba poco.
Se preguntó si habría requerido demasiado de la energía de Kirill, pero no tuvo ocasión de volverse a comprobarlo. Tal vez comprendiendo lo que estaba pasando, el ataque de Malzeth comenzaba a rozar lo feroz. En aquellos momentos, al son del estrépito que producía una de las pasarelas inferiores al derrumbarse finalmente, pasto de las llamas, no fue lo más oportuno del mundo que Yshara cometiera un error.
Hubiera sido precioso conseguir zafarse de Malzeth en aquel instante, y de hecho el sonido del derrumbamiento le hizo tener la sensación de que era ahora o nunca. Su siguiente movimiento, pues, fue agarrar la espada de Malzeth cuando volvía a lanzarla hacia ella. La garra impedía que el metal le cortase la mano, y la cerró con fuerza en torno al arma mientras daba un paso hacia él, con la más que obvia intención de acabar con el enfrentamiento de un solo golpe. Y casi lo consiguió. De haber tenido una daga, Malzeth habría sido historia en aquel mismo instante. Pero la espada era demasiado larga para apuñalar al hombre, a pesar de que Yshara la echó hacia atrás con maestría, y el extremo anterior perforó sin problemas la armadura de cuero que protegía al capitán de la Guardia. Pero la reacción de Malzeth fue tan violenta como podía preverse, y el movimiento de Yshara carecía de la agilidad necesaria para acabar antes de que el hombre pudiera agarrarla por el brazo del arma.
En virtud de Yshara habría que decir que no fue un error fatal, pero sí que se llevó un buen susto. Malzeth era fuerte, y no tuvo problemas para voltearla por encima de su espalda, arrojándola contra el suelo al otro lado de la pasarela, un movimiento que siguió enseguida con un amplio corte de su espada, que a la elfa le costó cinco o seis centímetros de la trenza en la que recogía sus cabellos.
Y el portal comenzaba a abrirse.
- Al mago - gruñó, vagamente en dirección a Lobo. - Ataca al mago.
Mierda, pensó Yshara.
Ahora tenían la maldita vía libre, y la que tenía que pasar por encima de alguien para llegar tanto al portal como a Canción y Kirill era ella. O por debajo, pensó enseguida. Estaba tendida en el suelo, aunque se había movido para evitar el último espadazo de Malzeth. Se dio cuenta de que el hombre estaba acostumbrado a oponentes que estaban acabados en cuanto se les derribaba, y sus golpes ahora eran bastante más erráticos, buscando 'pincharla' con la espada en lugar de...
... de pronto Malzeth se detuvo con un quejido.
Yshara creyó que era un ardid, que esperaba sorprenderla y atacarla de pronto por otro sitio, pero de pronto el hombre se llevó la mano al pecho, bajando la espada, y la elfa se percató de que fuera lo que fuera, iba en serio. Pero desde luego no iba a ser ella quien se parara a averiguar qué era lo que había pasado, así que su reacción fue como de costumbre: Rápida y agresiva. Plantó las manos en el suelo sobre su cabeza, soltando la espada, y alzó las piernas hacia donde se encontraba Malzeth. Primero la izquierda, a la altura de los riñones, y luego la otra, describiendo un movimiento circular. Le golpeó en el cuello, y le tiró contra la barandilla de la pasarela. Sin esperar un momento, cogiendo la espada por el filo con la mano derecha mientras lo hacía - cortándose, inevitablemente, en el proceso -, rodó hacia la plataforma, pasando por delante de Malzeth y de Lobo, y poniendose en pie con un vistoso salto que la dejó junto a Kirill.
No obstante, no pudo evitar darse cuenta de un pequeño detalle, algo que vio de reojo, pero que le llamó sobremanera la atención: En la espalda de Malzeth, a la altura de uno de los hombros, sobresalía la empuñadura del arma de Lobo.
- Corre - casi gimió, poniendo la espalda sobre la de Kirill en el momento en que éste hubo terminado de abrir el portal. - Dios, corre.
Casi por instinto, extendió la mano izquierda, y cerró los dedos en torno al brazo de Canción. Apenas le dedicó una mirada, fugaz, que no fue devuelta. La muchacha, catatónica, contemplaba el fuego con la misma expresión de terror ajeno, distante, como un animal que sabe que está en peligro pero no tiene muy claro cómo escapar de él. El ansia de la situación le pudo un poco y las cuchillas de su brazalete le hicieron varios rasguños en los brazos.
Maldita fuera, la casa se estaba viniendo abajo a toda prisa.
Última edición por Yshara el 23/09/09, 04:15 pm, editado 1 vez
Yshara- Cantidad de envíos : 876
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