Censo
Últimos temas
Noticias
Afiliados normales
Mar de Jaspia es un foro basado en un mundo original con líneas argumentales que pertenecen a sus administradores y participantes. Tanto los escritos como el diseño están protegidos por una licencia Creative Commons. Algunos códigos fueron desarrollados por el equipo web de Protorol. La mayoría de nuestras imágenes son sacadas de DeviantArt y retocadas, si quieres créditos propios o te interesa alguna imagen en concreto, haznoslo saber.
KirillAdmin ♒ MP!
ChelsieAdmin ♒ MP!
LisandotMod ♒ MP!
DelinMod ♒ MP!
SophitiaColab ♒ MP!
CyrianColab ♒ MP!
Años Activos
Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
3 participantes
Página 1 de 4.
Página 1 de 4. • 1, 2, 3, 4
Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Continuación del Tema "Hoy va a darse un entierro (Parte 1)" del apartado "Mares":
https://mardejaspia.forosactivos.net/mares-f24/hoy-va-a-darse-un-entierro-parte-1-t211.htm#2391
https://mardejaspia.forosactivos.net/mares-f24/hoy-va-a-darse-un-entierro-parte-1-t211.htm#2391
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Algunas tímidas nubes que bloqueaban la luz solar directa fueron lo único que evitaron que la arena alcanzase aún mayores temperaturas. Era bien entrada ya la mañana, casi mediodía, y solo corría una leve brisa. El cuerpo de Néstor seguía tendido sobre la playa y habría llamado la atención de cualquiera que hubiese pasado por allí, de haber alguien.
En vez de viandantes, los únicos que habían prestado atención al cuerpo habían sido los pájaros y unos cuantos mosquitos. De entre los pájaros, unos cuantos de aspecto oscuro se habían reunido por los árboles cercanos, y miraban con curiosidad, torciendo sus cuellos y moviendo sus cabezas como solo las aves lo hacen. Sin embargo, ninguno de estos pajarracos había dado aún el salto necesario para acercarse, ya fuese por miedo, por timidez o por falta de hambre, si es que eran carroñeros. Tenían un graznido peculiar y agudo, que se distinguía con claridad en el silencio solo roto por el ronco susurrar del mar al chocar contra las rocas de la bahía y el lejano cantar de algún otro exótico pájaro.
Poco a poco su curiosidad creció y comenzaron a bajar a la arena de la playa. Daban brinquitos y curioseaban, prestos para salir volando. Un ave más grande, que parecía ser una especie de gaviota autóctona de la isla debió de ver el grupito y el cuerpo desde el cielo, y se dispuso a bajar, graznando insolentemente para espantar a los menores pájaros negros, que tampoco parecieron muy dispuestos a iniciar ningún conflicto y regresaron a la seguridad del límite del bosque con revoloteos y un piar lastimero. Con semejante griterío, ninguno de ellos se dio cuenta de que el cuerpo que habían estado rondando se había movido levemente, despertado por el revuelo y por el dolor que le causaba una piedra clavándose en su hombro. Durante varios segundos, Fenth apretó los ojos con fueza molesto por la luz del sol, pensando confusamente que había olvidado correr las cortinas anoche. Tampoco le molestó, le encantaba su trabajo de herrero y pronto podría pedirle su mano al herrero. Conforme la telaraña del sueño se retiraba de los recovecos de su cabeza y le dejaba pensar con mayor claridad se dio cuenta de que estaba sobre un lecho de arena, que podía escuchar el mar y que la boca le sabía a sal. Todo recuerdo de su marcha, de su nueva huida, volvió a él tan rápido que resultó doloroso y sintió verdaderas náuseas. Rememoró como había saltado por la borda y que en el fondo de su mente había sabido que moriría ahogado, aunque nunca se había permitido confesárselo en su fuero interno. Al parecer esa parte de él que creía que todo era demasiado difícil y que todo se acabaría en cualquier instante se había equivocado, otra vez. Pero no estaba contento, ni mucho menos, se sentía húmedo, pues su ropa no se había secado por completo y sabía que debería hacer un fuego. Además, debía cazar algo y comer, estaba realmente hambriento y no conocía a la flora y la fauna de la zona, lo que dificultaría mucho la labor.
Mientras Fenth pensaba todo esto, la peculiar gaviota dio una última pasada y voló rasa, parándose unos metros más allá y graznando, desde donde comenzó a acercarse a lo que creía un posible cadáver, sin parar de graznar, con la idea de salir volando a la más mínima señal de peligro, pero deseosa de alimentarse de una presa más sencilla que un pez, que debería de buscar y cazar. Esto sacó a Néstor de sus cavilaciones, que entreabriendo un ojo y permaneciendo quieto observó al pajarraco que se le acercaba. Estaba dispuesto a levantarse y ahuyentarlo cuando recordó que su falcata estaba junto a su mano, había quedado justo bajo su brazo al quedarse él dormido. Si era paciente y tranquilo, al menos el problema de la cena quedaría resuelto.
De momento, el carroñero bichejo no sospechaba nada, pero era de naturaleza desconfiado, así que miró a los pájaros negros, que refunfuñaban a base de piidos, pero no se marchaban. Más tranquilo al ver que no se disponían a arrebatarle su premio se centró de nuevo en este, y se acercó un par de saltitos, agitando las alas y cerrando y abriendo el pico. Néstor comenzó a aguantar la respiración, expectante.
En vez de viandantes, los únicos que habían prestado atención al cuerpo habían sido los pájaros y unos cuantos mosquitos. De entre los pájaros, unos cuantos de aspecto oscuro se habían reunido por los árboles cercanos, y miraban con curiosidad, torciendo sus cuellos y moviendo sus cabezas como solo las aves lo hacen. Sin embargo, ninguno de estos pajarracos había dado aún el salto necesario para acercarse, ya fuese por miedo, por timidez o por falta de hambre, si es que eran carroñeros. Tenían un graznido peculiar y agudo, que se distinguía con claridad en el silencio solo roto por el ronco susurrar del mar al chocar contra las rocas de la bahía y el lejano cantar de algún otro exótico pájaro.
Poco a poco su curiosidad creció y comenzaron a bajar a la arena de la playa. Daban brinquitos y curioseaban, prestos para salir volando. Un ave más grande, que parecía ser una especie de gaviota autóctona de la isla debió de ver el grupito y el cuerpo desde el cielo, y se dispuso a bajar, graznando insolentemente para espantar a los menores pájaros negros, que tampoco parecieron muy dispuestos a iniciar ningún conflicto y regresaron a la seguridad del límite del bosque con revoloteos y un piar lastimero. Con semejante griterío, ninguno de ellos se dio cuenta de que el cuerpo que habían estado rondando se había movido levemente, despertado por el revuelo y por el dolor que le causaba una piedra clavándose en su hombro. Durante varios segundos, Fenth apretó los ojos con fueza molesto por la luz del sol, pensando confusamente que había olvidado correr las cortinas anoche. Tampoco le molestó, le encantaba su trabajo de herrero y pronto podría pedirle su mano al herrero. Conforme la telaraña del sueño se retiraba de los recovecos de su cabeza y le dejaba pensar con mayor claridad se dio cuenta de que estaba sobre un lecho de arena, que podía escuchar el mar y que la boca le sabía a sal. Todo recuerdo de su marcha, de su nueva huida, volvió a él tan rápido que resultó doloroso y sintió verdaderas náuseas. Rememoró como había saltado por la borda y que en el fondo de su mente había sabido que moriría ahogado, aunque nunca se había permitido confesárselo en su fuero interno. Al parecer esa parte de él que creía que todo era demasiado difícil y que todo se acabaría en cualquier instante se había equivocado, otra vez. Pero no estaba contento, ni mucho menos, se sentía húmedo, pues su ropa no se había secado por completo y sabía que debería hacer un fuego. Además, debía cazar algo y comer, estaba realmente hambriento y no conocía a la flora y la fauna de la zona, lo que dificultaría mucho la labor.
Mientras Fenth pensaba todo esto, la peculiar gaviota dio una última pasada y voló rasa, parándose unos metros más allá y graznando, desde donde comenzó a acercarse a lo que creía un posible cadáver, sin parar de graznar, con la idea de salir volando a la más mínima señal de peligro, pero deseosa de alimentarse de una presa más sencilla que un pez, que debería de buscar y cazar. Esto sacó a Néstor de sus cavilaciones, que entreabriendo un ojo y permaneciendo quieto observó al pajarraco que se le acercaba. Estaba dispuesto a levantarse y ahuyentarlo cuando recordó que su falcata estaba junto a su mano, había quedado justo bajo su brazo al quedarse él dormido. Si era paciente y tranquilo, al menos el problema de la cena quedaría resuelto.
De momento, el carroñero bichejo no sospechaba nada, pero era de naturaleza desconfiado, así que miró a los pájaros negros, que refunfuñaban a base de piidos, pero no se marchaban. Más tranquilo al ver que no se disponían a arrebatarle su premio se centró de nuevo en este, y se acercó un par de saltitos, agitando las alas y cerrando y abriendo el pico. Néstor comenzó a aguantar la respiración, expectante.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Su jornada había comenzado muy temprano, cuando había abierto los ojos a las primeras luces del alba en aquella posada de Trinacria que se había constituido en su hogar provisional desde su arribo a Jasperia. Su hogar y el de Akira. Había sonreído y se había acurrucado a su lado para disfrutar un poco más de su calor hasta que, irremisiblemente, tuvieron que levantarse y emprender la marcha hacia sus respectivos trabajos.
Habían sido afortunados al conseguir empleo a los pocos días de llegar a la ciudad. El viaje desde Cascadas había consumido la mayor parte de su dinero y vivir en una posada nunca resulta demasiado barato, por modesta que sea y por mucho que ella pudiera conseguir la comida sin costo alguno, sólo soñándola. Precisaban dinero no sólo para subsistir sino que también para poder realizar sus proyectos, esos proyectos que habían soñado en el barco antes de que tuviera la pesadilla…
Como solía hacerlo cuando tenía que volver a comenzar en un lugar nuevo, había conseguido trabajo como vendedora de hierbas en un puesto del mercado y su amado semielfo repartía su tiempo cuidando plantas en un vivero y cuidando personas en las calles de la ciudad, cuando le ofrecían algún ocasional trabajo como guardaespaldas.
Esa era la labor que tenía que desempeñar ese día y por ello no había podido acompañarla cuando su jefe la había enviado a Valanderiel en busca de algunas específica hierbas que sólo crecían en aquellos bosques. No hubiera podido rechazar el encargo sin perder su tan necesario empleo y no había razón para temer hacer ese viaje sola. Valenderiel no estaba lejos, de hecho, parte de Trinacria se proyectaba en ella y no era peligrosa, pese a los rumores que se corrían sobre los elfos que habitaban en lo profundo del bosque. De sobra sabía que no había que creer todo lo que se oía y, de todos modos, ella sólo iba en busca de algunas plantas, no de leña. No había nada que temer y, además, sería un viaje breve; estaría de regreso antes de la puesta de sol. Podría volver a contemplarla entre los brazos de Akira.
Llegó a Valendriel sin contratiempos y sin contratiempos transcurrió su mañana… excepto que llegó el mediodía sin que lograra encontrar las hierbas que necesitaba. “En los lindes del bosque, cerca de la playa”, eran las indicaciones que su jefe le había dado, según él, suficientes para que ella pudiera cumplir su cometido. Pero el litoral era muy extenso y en lo que llevaba recorrido había encontrado bellas flores, plantas muy interesantes y algunos inofensivos animales, pero ni luces de la Anarenthelis que buscaba.
Afortunadamente la cercanía del mar y los mismos árboles moderaban la temperatura del que habría podido ser un día muy caluroso y hacían más grata su ya larga caminata. Pero aún así, el cansancio comenzaba a hacer presa de ella y tenía hambre y sed. Necesitaba hacer un alto para descansar y alimentarse con las provisiones que llevaba en su morral. Si bien podía procurarse la bebida y comida que quisiera con sólo soñarlas, para soñar tenía que, por supuesto, dormir y no se atrevía a hacerlo, ni siquiera por unos instantes estando sola en un lugar desconocido. No, si no era absolutamente indispensable.
Por precaución, tampoco usaba sólo el pequeño bolso mágico que llevaba en la cintura para transportar todo lo que le era necesario. No quería que sus especiales cualidades fueran del dominio público, alguien podría sufrir la tentación de apoderarse de él. El morralito le servía para despistar.
Buscaba un buen lugar donde sentarse a tomar reposo y refrigerio cuando el revoloteo de unos pájaros en la cercana playa llamó su atención. Su movimiento le pareció inusual, ¿qué los habría inquietado? Cuidadosamente, se acercó a ver que pasaba.
Vio a los pájaros grandes que piaban mirando a un punto en la playa y luego a una ave más grande, una especie de gaviota, que graznaba mientras se acercaba cautelosamente a… al cuerpo de un hombre, tendido inmóvil, en la playa. Quizás era un cadáver, pero también podía ser que se tratara de alguien que sólo estuviera inconsciente. No podía permitir que el ave lo atacara.
- ¡Bu! ¡Fuera de aquí! – gritó, mientras corría agitando los brazos para espantarla.
Habían sido afortunados al conseguir empleo a los pocos días de llegar a la ciudad. El viaje desde Cascadas había consumido la mayor parte de su dinero y vivir en una posada nunca resulta demasiado barato, por modesta que sea y por mucho que ella pudiera conseguir la comida sin costo alguno, sólo soñándola. Precisaban dinero no sólo para subsistir sino que también para poder realizar sus proyectos, esos proyectos que habían soñado en el barco antes de que tuviera la pesadilla…
Como solía hacerlo cuando tenía que volver a comenzar en un lugar nuevo, había conseguido trabajo como vendedora de hierbas en un puesto del mercado y su amado semielfo repartía su tiempo cuidando plantas en un vivero y cuidando personas en las calles de la ciudad, cuando le ofrecían algún ocasional trabajo como guardaespaldas.
Esa era la labor que tenía que desempeñar ese día y por ello no había podido acompañarla cuando su jefe la había enviado a Valanderiel en busca de algunas específica hierbas que sólo crecían en aquellos bosques. No hubiera podido rechazar el encargo sin perder su tan necesario empleo y no había razón para temer hacer ese viaje sola. Valenderiel no estaba lejos, de hecho, parte de Trinacria se proyectaba en ella y no era peligrosa, pese a los rumores que se corrían sobre los elfos que habitaban en lo profundo del bosque. De sobra sabía que no había que creer todo lo que se oía y, de todos modos, ella sólo iba en busca de algunas plantas, no de leña. No había nada que temer y, además, sería un viaje breve; estaría de regreso antes de la puesta de sol. Podría volver a contemplarla entre los brazos de Akira.
Llegó a Valendriel sin contratiempos y sin contratiempos transcurrió su mañana… excepto que llegó el mediodía sin que lograra encontrar las hierbas que necesitaba. “En los lindes del bosque, cerca de la playa”, eran las indicaciones que su jefe le había dado, según él, suficientes para que ella pudiera cumplir su cometido. Pero el litoral era muy extenso y en lo que llevaba recorrido había encontrado bellas flores, plantas muy interesantes y algunos inofensivos animales, pero ni luces de la Anarenthelis que buscaba.
Afortunadamente la cercanía del mar y los mismos árboles moderaban la temperatura del que habría podido ser un día muy caluroso y hacían más grata su ya larga caminata. Pero aún así, el cansancio comenzaba a hacer presa de ella y tenía hambre y sed. Necesitaba hacer un alto para descansar y alimentarse con las provisiones que llevaba en su morral. Si bien podía procurarse la bebida y comida que quisiera con sólo soñarlas, para soñar tenía que, por supuesto, dormir y no se atrevía a hacerlo, ni siquiera por unos instantes estando sola en un lugar desconocido. No, si no era absolutamente indispensable.
Por precaución, tampoco usaba sólo el pequeño bolso mágico que llevaba en la cintura para transportar todo lo que le era necesario. No quería que sus especiales cualidades fueran del dominio público, alguien podría sufrir la tentación de apoderarse de él. El morralito le servía para despistar.
Buscaba un buen lugar donde sentarse a tomar reposo y refrigerio cuando el revoloteo de unos pájaros en la cercana playa llamó su atención. Su movimiento le pareció inusual, ¿qué los habría inquietado? Cuidadosamente, se acercó a ver que pasaba.
Vio a los pájaros grandes que piaban mirando a un punto en la playa y luego a una ave más grande, una especie de gaviota, que graznaba mientras se acercaba cautelosamente a… al cuerpo de un hombre, tendido inmóvil, en la playa. Quizás era un cadáver, pero también podía ser que se tratara de alguien que sólo estuviera inconsciente. No podía permitir que el ave lo atacara.
- ¡Bu! ¡Fuera de aquí! – gritó, mientras corría agitando los brazos para espantarla.
Última edición por Lisandot el 13/12/09, 01:40 pm, editado 1 vez
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Durante diez minutos, el asqueroso pajarraco había dado vueltas en derredor suya. Se había atrevido hasta a picarle dos veces en sus pies descalzos, con timidez pero haciéndole daño. Él había resistido, e iba cogiéndole un odio cada vez mayor a la que iba a ser su presa. Era cobarde, rastrera y maloliente, y además, egoísta como ella sola, espantaba a cualquier pájaro que se acercase, aunque fuese para curiosear, cerca de lo que consideraba suyo. Tras picarle un poco, parece que finalmente se había decidido a acercarse y comer, y un par de minutos después, había iniciado su acercamiento a la única parte descubierta de ropa, junto a los pies, la cabeza.
Se estaba poniendo a tiro, sin saberlo, y Néstor tenía que contenerse para no alzar de una vez la falcata y darle un tajo, pues sabía que podría fallar. "Aún no, un poco más", se decía paciente, sintiendo una terrible ira hacia la cobardía del animal carroñero. Finalmente, calculó que cuando se acercase con su siguient saltito, o quizás tras otro más, le daría muerte, y le satisfizo pensarlo. De golpe, un ruido provino del bosque, y Beck abrió los ojos atemorizado, pensando que vería venir alguna especie de animal grande y peligroso, lo cual sería su perdición, pero por fortuna lo que vio fue a una mujer. Ella venía agitando los brazos, y trató de asustar a la gaviota (su odiada presa), y era fácil que lo consiguiese, pues el maldito pajarraco cobarde siempre estaba listo para una retirada táctica.
Sea dicho que Fenth fue rápido, pues como un resorte, se giró, falcata en mano y describió un tajo en el aire, en busca del cuerpo de su rapaz víctima. Sea dicho también que no tuvo suerte, el animalejo, en cuanto oyó el más mínimo ruido, pegó un poderoso brinco mientras abría las alas para volar, y la hoja metálica pasó apenas cinco centímetros debajo suya. Una solitaria pluma se desprendió de una de las alas y cayó al suelo, bien cerca de la cara de Néstor, como con a modo de burla.
Todo había sido tan repentino que Néstor no había tenido tiempo de pensar, y ahora se maldijo por como había reaccionado, quizás debía haberse quedado tendido y haberse hecho el inconsciente, ahora, ella podía ver a un hombre sucio y algo desarrapado, despeinado, con barba de unos días, con las botas sin poner (por cierto, ¿donde andaban?), con la ropa y la cara manchadas de arena, por haber dormido sobre ella largo tiempo, y con una hoja en la mano. "Genial, Aldwin, te sigues superando, ahora pensará que eres un bellaco o un bandido fugado, y mañana contrastará tu imagen con algún cartelito de la guardia de la ciudad y todos sabrán donde andas. Más te vale inventarte una excusa rápido"- le dijo esa parte de su mente que aún hablaba con la voz del viejo Baskerville, ese anciano sabio.
Ella se había detenido un momento, asombrada quizás por el repentino movimiento de quien creía un moribundo o un muerto, y Néstor intentó guardar su espada, sin embargo, no encontró la funda en su cinto, y se miró la cadera, justo en el lugar donde estaba el vacío que debería ser la vaina, como si el aire que pasaba por allí tuviese la culpa. Decidió que lo mejor era dejar la falcata en el suelo y ponerse en pie, y así lo hizo. Temía ya, desde este mismo momento, las preguntas que ella pudiese hacerle y maquinaba de manera sutil qué decir a cada cosa. La ira que hace un momento sentía hacia el pajarraco, que ya se había esfumado, se extinguía rápidamente, y ya solo quedaban algunos rescoldos.
- Buenos días, disculpe si la he asustado o si temió por mi vida.- trató de sonreír, pero sus labios estaban tan secos por la sal del mar, por no haber bebido en horas y por la arena sobre la que había dormido que el gesto le hizo daño y se le quedó en una mueca.- Estaba cazando, ya ve.- A veces la mejor mentira es una verdad evidente, diría el viejo Baskerville. Vio por el rabillo del ojo que su bolsa y otras pertenencias estaban un par de metros más abajo en la playa, donde debían habérsele caído en su subida. De nuevo, fijó la vista realmente en la joven por primera vez. Tenía un atractivo exótico, una piel pálida pero cremosa bajo la luz solar, y un extraño cabello plateado, que quizás era normal en las lugareñas, quien sabe. Las jovencitas solían ser más o menos crédulas, y Néstor se sintió agradecido de que no lo hubiese encontrado algún noble engreído y gruñón que hubiese salido de caza.
Se estaba poniendo a tiro, sin saberlo, y Néstor tenía que contenerse para no alzar de una vez la falcata y darle un tajo, pues sabía que podría fallar. "Aún no, un poco más", se decía paciente, sintiendo una terrible ira hacia la cobardía del animal carroñero. Finalmente, calculó que cuando se acercase con su siguient saltito, o quizás tras otro más, le daría muerte, y le satisfizo pensarlo. De golpe, un ruido provino del bosque, y Beck abrió los ojos atemorizado, pensando que vería venir alguna especie de animal grande y peligroso, lo cual sería su perdición, pero por fortuna lo que vio fue a una mujer. Ella venía agitando los brazos, y trató de asustar a la gaviota (su odiada presa), y era fácil que lo consiguiese, pues el maldito pajarraco cobarde siempre estaba listo para una retirada táctica.
Sea dicho que Fenth fue rápido, pues como un resorte, se giró, falcata en mano y describió un tajo en el aire, en busca del cuerpo de su rapaz víctima. Sea dicho también que no tuvo suerte, el animalejo, en cuanto oyó el más mínimo ruido, pegó un poderoso brinco mientras abría las alas para volar, y la hoja metálica pasó apenas cinco centímetros debajo suya. Una solitaria pluma se desprendió de una de las alas y cayó al suelo, bien cerca de la cara de Néstor, como con a modo de burla.
Todo había sido tan repentino que Néstor no había tenido tiempo de pensar, y ahora se maldijo por como había reaccionado, quizás debía haberse quedado tendido y haberse hecho el inconsciente, ahora, ella podía ver a un hombre sucio y algo desarrapado, despeinado, con barba de unos días, con las botas sin poner (por cierto, ¿donde andaban?), con la ropa y la cara manchadas de arena, por haber dormido sobre ella largo tiempo, y con una hoja en la mano. "Genial, Aldwin, te sigues superando, ahora pensará que eres un bellaco o un bandido fugado, y mañana contrastará tu imagen con algún cartelito de la guardia de la ciudad y todos sabrán donde andas. Más te vale inventarte una excusa rápido"- le dijo esa parte de su mente que aún hablaba con la voz del viejo Baskerville, ese anciano sabio.
Ella se había detenido un momento, asombrada quizás por el repentino movimiento de quien creía un moribundo o un muerto, y Néstor intentó guardar su espada, sin embargo, no encontró la funda en su cinto, y se miró la cadera, justo en el lugar donde estaba el vacío que debería ser la vaina, como si el aire que pasaba por allí tuviese la culpa. Decidió que lo mejor era dejar la falcata en el suelo y ponerse en pie, y así lo hizo. Temía ya, desde este mismo momento, las preguntas que ella pudiese hacerle y maquinaba de manera sutil qué decir a cada cosa. La ira que hace un momento sentía hacia el pajarraco, que ya se había esfumado, se extinguía rápidamente, y ya solo quedaban algunos rescoldos.
- Buenos días, disculpe si la he asustado o si temió por mi vida.- trató de sonreír, pero sus labios estaban tan secos por la sal del mar, por no haber bebido en horas y por la arena sobre la que había dormido que el gesto le hizo daño y se le quedó en una mueca.- Estaba cazando, ya ve.- A veces la mejor mentira es una verdad evidente, diría el viejo Baskerville. Vio por el rabillo del ojo que su bolsa y otras pertenencias estaban un par de metros más abajo en la playa, donde debían habérsele caído en su subida. De nuevo, fijó la vista realmente en la joven por primera vez. Tenía un atractivo exótico, una piel pálida pero cremosa bajo la luz solar, y un extraño cabello plateado, que quizás era normal en las lugareñas, quien sabe. Las jovencitas solían ser más o menos crédulas, y Néstor se sintió agradecido de que no lo hubiese encontrado algún noble engreído y gruñón que hubiese salido de caza.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Su intento de espantar al ave tuvo pleno éxito. Ésta, asustada por sus gritos y movimientos, emprendió el vuelo casi en el mismo instante en que el presunto cadáver intentaba hacerle un tajo con su espada y todos los volátiles que se encontraban alrededor la acompañaron en su retirada.
Ver que la persona a la que había creído desmayada o muerta entraba en acción tan repentina como velozmente, la hizo detenerse de golpe, ahogando un grito de sorpresa. Se quedó quieta, indecisa y desconcertada, sintiéndose ligeramente ridícula en su fallido intento de salvataje y algo atemorizada al encontrarse inesperadamente con un sujeto armado, hasta que el desconocido fijó su atención en ella. Aún inmóvil en el lugar en que había interrumpido su carrera, lo observó a su vez detenidamente, presta a salir corriendo en la dirección contraria ante la menor señal de amenaza por parte de él.
El extraño se veía tanto o más desconcertado que ella e incluso, preocupado. Además de eso, su aspecto era francamente deplorable; semejaba el deshecho de un naufragio llevado por el capricho de las olas a aquella playa, donde parecía haber estado abandonado por largas horas. A sus entrenados ojos de sanadora no se le escaparon las señales de deshidratación en sus labios resecos y agrietados ni las lesiones provocadas por los picotazos del ave en sus pies.
Que él dejara su espada en el suelo al ponerse de pie, aligeró su tensión lo suficiente como para responder a su saludo, pero no tanto como para acercársele.
- Buenos días, señor – respondió cortésmente – No es culpa vuestra ni lo uno ni lo otro.
La explicación que él le dio a reglón seguido encendió una alarma en su cerebro haciendo oscurecer aún más sus ojos. Tenía el aspecto de una jovencita pero había vivido ya una vida larga y, a despecho de sus más profundos deseos, bastante azarosa especialmente antes de llegar a Jasperia. No era para nada crédula ni ingenua y, aunque no tenía ninguna capacidad de leer los pensamientos ajenos, haber trabajado durante tantos años con los más diversos tipos de personas, le había enseñado a leer con claridad en las posturas de los cuerpos, en los más mínimos gestos, en las variaciones de sus tonos de voz y de la velocidad de sus palabras, en las formas de mirar. Supo que aunque lo que decía lo confirmaban sus propios ojos – él sí había intentado cazar aquella ave – eso no era la verdadera razón de su presencia allí ¿Pero por qué tenía que mentirle a ella, que no lo conocía y no le había hecho pregunta alguna?
- Tenéis un método de caza muy singular, señor – contestó con voz seria, echando una mirada alrededor y descubriendo las pertenencias de él diseminadas en las cercanías. Quizás sí se había caído de un barco después de todo.
Lo más sensato hubiera sido dar media vuelta y seguir atendiendo sus asuntos ya que el hombre a quien había querido ayudar se encontraba salvo y relativamente sano. Pero oficiar de sanadora durante muchos años crea hábitos que se arraigan profundamente. No podía irse nada más y dejar a ese hombre ostensiblemente sediento sin ofrecerle algo de beber.
- ¿Deseáis un poco de agua, caballero? – preguntó mientras sacaba una cantimplora de su morral y se la extendía.
Ver que la persona a la que había creído desmayada o muerta entraba en acción tan repentina como velozmente, la hizo detenerse de golpe, ahogando un grito de sorpresa. Se quedó quieta, indecisa y desconcertada, sintiéndose ligeramente ridícula en su fallido intento de salvataje y algo atemorizada al encontrarse inesperadamente con un sujeto armado, hasta que el desconocido fijó su atención en ella. Aún inmóvil en el lugar en que había interrumpido su carrera, lo observó a su vez detenidamente, presta a salir corriendo en la dirección contraria ante la menor señal de amenaza por parte de él.
El extraño se veía tanto o más desconcertado que ella e incluso, preocupado. Además de eso, su aspecto era francamente deplorable; semejaba el deshecho de un naufragio llevado por el capricho de las olas a aquella playa, donde parecía haber estado abandonado por largas horas. A sus entrenados ojos de sanadora no se le escaparon las señales de deshidratación en sus labios resecos y agrietados ni las lesiones provocadas por los picotazos del ave en sus pies.
Que él dejara su espada en el suelo al ponerse de pie, aligeró su tensión lo suficiente como para responder a su saludo, pero no tanto como para acercársele.
- Buenos días, señor – respondió cortésmente – No es culpa vuestra ni lo uno ni lo otro.
La explicación que él le dio a reglón seguido encendió una alarma en su cerebro haciendo oscurecer aún más sus ojos. Tenía el aspecto de una jovencita pero había vivido ya una vida larga y, a despecho de sus más profundos deseos, bastante azarosa especialmente antes de llegar a Jasperia. No era para nada crédula ni ingenua y, aunque no tenía ninguna capacidad de leer los pensamientos ajenos, haber trabajado durante tantos años con los más diversos tipos de personas, le había enseñado a leer con claridad en las posturas de los cuerpos, en los más mínimos gestos, en las variaciones de sus tonos de voz y de la velocidad de sus palabras, en las formas de mirar. Supo que aunque lo que decía lo confirmaban sus propios ojos – él sí había intentado cazar aquella ave – eso no era la verdadera razón de su presencia allí ¿Pero por qué tenía que mentirle a ella, que no lo conocía y no le había hecho pregunta alguna?
- Tenéis un método de caza muy singular, señor – contestó con voz seria, echando una mirada alrededor y descubriendo las pertenencias de él diseminadas en las cercanías. Quizás sí se había caído de un barco después de todo.
Lo más sensato hubiera sido dar media vuelta y seguir atendiendo sus asuntos ya que el hombre a quien había querido ayudar se encontraba salvo y relativamente sano. Pero oficiar de sanadora durante muchos años crea hábitos que se arraigan profundamente. No podía irse nada más y dejar a ese hombre ostensiblemente sediento sin ofrecerle algo de beber.
- ¿Deseáis un poco de agua, caballero? – preguntó mientras sacaba una cantimplora de su morral y se la extendía.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
La mente de Néstor trabajaba como un torbellino, mientras se preparaba para hacer lo que mejor se le daba (al fin y al cabo llevaba casi toda la vida haciéndolo), actuar. Dudaba qué papel escoger, pero una vez lo escogiese, lo seguiría a la perfección. Siempre era así. Había sido capaz de fingir tantas cosas que normalmente nadie conseguiría fingir, con habilidad, rapidez y credibilidad. Lo mejor de todo (aunque a veces resultase doloroso), es que era capaz de sentirse como su careta debía sentirse, podía meterse tanto en los papeles que era capaz de llorar, de enfurecerse, indignarse o reírse con naturalidad.
Pero aún no había escogido su careta, esta vez, y aquella jovencita le encontró con la guardia baja. Estaba cansado, derrotado y débil, tanto físicamente como mentalmente. Aún así, era obvio para él que ella sí mantenía la guardia alta, estaba levemente tensa, y sus palabras lo dejaron más o menos claro, al decir que aquella era una peculiar forma de cazar. Él no pudo sino sonreírse sinceramente, aunque los labios le dolieron con el leve movimiento.
- La necesidad es lo que hace astuto al zorro.- Este era un dicho de los nómadas Rahjiid y lo dijo mientras se llevaba la mano a los labios.
Fugazmente, recordó el rostro del viejo chamán que tanto le había odiado, pero se lo quitó de la cabeza, casi de un manotazo, mientras se limpiaba la cara de tierra. Iba a seguir diciendo que parecía que iba a funcionar, pero ella se adelantó, ofreciéndole agua y tendiéndosela. Tampoco pasó desaparecido que la chica era notablemente cortés, caballero y señor, cualquiera diría que un hombre abandonado en la playa podría ser cualquiera de esas dos cosas oyendo sus apelativos. La cortesía era una virtud medio perdida en muchas regiones del mundo y agradeció encontrarla allí, en medio de la otra punta del mundo, en aquella muchachita de cabello plateado.
- Le agradezco mucho el ofrecimiento, pero tengo mi cantin... – Néstor lo dijo girándose, para mostrar su cantimplora, pero de golpe recordó algo: había tenido que deshacerse de la que tenía agua y continuar nadando con la que estaba vacía. La cogió con una mano y la movió, por si tenía agua, pero ya sabía el resultado: ningún ruido de contenido alguno, estaba vacía.- Eh... oh, vaya.- se sintió un poco estúpido mientras se acercaba para recibir el agua que era obvio que necesitaba. Podía dar gracias a los dioses porque aquella chica hubiese aparecido, de lo contrario habría tenido un notable problema. Cogió la cantimplora de la mano de la chica y se sintió extraño por un segundo, le encantaba conocer gente, pero a la vez lo odiaba, pues le forzaba a alzar el muro de las mentiras, y le resultó extraño que aquella chica confiase lo suficiente en él como para darle siquiera de beber, pues un hombre de aspecto paupérrimo, en una cala abandonada y armado pocas cosas más que un pirata o un bandido podía ser. Y de hecho, lo segundo lo había sido alguna vez.
Miró a la chica a los ojos, con agradecimiento, y vio que sus ojos eran oscuros y hermosos, y se llevó la cantimplora a los labios, pero sin llegar a rozarlos, y bebió tímidamente, mucho menos de lo que habría querido, pues era consciente de que estaban lejos de la ciudad al sur de la isla, y quizás ella necesitase el agua más tarde, al fin y al cabo. Justo cuando bajaba la cantimplora y la devolvía con un "gracias, lo necesitaba" un puzzle encajó en su cabeza y decidió que careta tomaría esta vez.
- Casi diría que me habéis salvado, ¿puedo preguntaros vuestro nombre? Yo me llamo Beck- "Beck, como el pirata de la leyenda", recordó la sonrisa de la bella marinera y sonrió también.- Pero a buen seguro que no soy el pirata de la leyenda. - "Lo que me faltaba ya" se dijo a sí mismo mentalmente el que había sido Néstor Fenth, y esta noche sería ya Wilhelm Beck, con ácido humor.
Pero aún no había escogido su careta, esta vez, y aquella jovencita le encontró con la guardia baja. Estaba cansado, derrotado y débil, tanto físicamente como mentalmente. Aún así, era obvio para él que ella sí mantenía la guardia alta, estaba levemente tensa, y sus palabras lo dejaron más o menos claro, al decir que aquella era una peculiar forma de cazar. Él no pudo sino sonreírse sinceramente, aunque los labios le dolieron con el leve movimiento.
- La necesidad es lo que hace astuto al zorro.- Este era un dicho de los nómadas Rahjiid y lo dijo mientras se llevaba la mano a los labios.
Fugazmente, recordó el rostro del viejo chamán que tanto le había odiado, pero se lo quitó de la cabeza, casi de un manotazo, mientras se limpiaba la cara de tierra. Iba a seguir diciendo que parecía que iba a funcionar, pero ella se adelantó, ofreciéndole agua y tendiéndosela. Tampoco pasó desaparecido que la chica era notablemente cortés, caballero y señor, cualquiera diría que un hombre abandonado en la playa podría ser cualquiera de esas dos cosas oyendo sus apelativos. La cortesía era una virtud medio perdida en muchas regiones del mundo y agradeció encontrarla allí, en medio de la otra punta del mundo, en aquella muchachita de cabello plateado.
- Le agradezco mucho el ofrecimiento, pero tengo mi cantin... – Néstor lo dijo girándose, para mostrar su cantimplora, pero de golpe recordó algo: había tenido que deshacerse de la que tenía agua y continuar nadando con la que estaba vacía. La cogió con una mano y la movió, por si tenía agua, pero ya sabía el resultado: ningún ruido de contenido alguno, estaba vacía.- Eh... oh, vaya.- se sintió un poco estúpido mientras se acercaba para recibir el agua que era obvio que necesitaba. Podía dar gracias a los dioses porque aquella chica hubiese aparecido, de lo contrario habría tenido un notable problema. Cogió la cantimplora de la mano de la chica y se sintió extraño por un segundo, le encantaba conocer gente, pero a la vez lo odiaba, pues le forzaba a alzar el muro de las mentiras, y le resultó extraño que aquella chica confiase lo suficiente en él como para darle siquiera de beber, pues un hombre de aspecto paupérrimo, en una cala abandonada y armado pocas cosas más que un pirata o un bandido podía ser. Y de hecho, lo segundo lo había sido alguna vez.
Miró a la chica a los ojos, con agradecimiento, y vio que sus ojos eran oscuros y hermosos, y se llevó la cantimplora a los labios, pero sin llegar a rozarlos, y bebió tímidamente, mucho menos de lo que habría querido, pues era consciente de que estaban lejos de la ciudad al sur de la isla, y quizás ella necesitase el agua más tarde, al fin y al cabo. Justo cuando bajaba la cantimplora y la devolvía con un "gracias, lo necesitaba" un puzzle encajó en su cabeza y decidió que careta tomaría esta vez.
- Casi diría que me habéis salvado, ¿puedo preguntaros vuestro nombre? Yo me llamo Beck- "Beck, como el pirata de la leyenda", recordó la sonrisa de la bella marinera y sonrió también.- Pero a buen seguro que no soy el pirata de la leyenda. - "Lo que me faltaba ya" se dijo a sí mismo mentalmente el que había sido Néstor Fenth, y esta noche sería ya Wilhelm Beck, con ácido humor.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Era cortés por naturaleza, no sólo por educación; brindaba el trato de “caballero” y “señor” a cualquier varón, independientemente de su catadura, así como llamaba “señora” o “dama” a cualquier mujer, aunque su aspecto gritara que no era ni lo uno ni lo otro. Sólo hacía excepciones a esta norma cuando la persona aludida intentaba hacerle daño, lo que hasta el momento no era el caso.
Aún así, no acostumbraba usar insultos ni malas palabras. Su ira, intensa en las pocas ocasiones en que llegaba a sentirla, era manifestada a través de los gestos de su expresivo rostro, del tono seco y cortante de su voz normalmente afable, de miradas de aquellas que “podrían matar si fueran cuchillos”, de algún comentario irónico; sin proferir ninguna injuria, sin usar una sola palabra malsonante, la hacía sentir con claridad y fuerza.
Pero ahora no estaba enojada, ni siquiera molesta; sólo estaba alerta. Que se hubiera apiadado de la sed del desconocido, no significaba que confiara en él. Su desconfianza nacía del hecho de que estaba frente a un hombre armado, en circunstancias algo extrañas y en un lugar apartado y solitario, no de su desarrapada apariencia. Bien sabía ella de la maldad y la vileza que podía ocultar un elegante y atildado aspecto.
Cuando el tomó la cantimplora de su mano, la soltó rápidamente y retrocedió unos cuantos pasos, manteniendo la distancia entre ellos, pero sin desviar la mirada y sin dejar de observarlo atentamente. Notó la gratitud en sus ojos y advirtió la delicadeza del gesto de beber sin tocar la cantimplora con sus labios y la comedida manera en que había bebido, saciando sólo en parte su sed. Detalles que hicieron que su tensión menguara un poco. El desconocido le parecía muy enigmático, incluso algo turbio, pero cada vez lo sentía menos como una amenaza para su seguridad, por el momento al menos.
Algo más relajada, apreció desapasionadamente la fisonomía del extraño; tras esas ropas maltrechas y ese desaliñado y cansado semblante, aparecía un hombre atractivo, apuesto incluso. “Limpio y descansado debe ser agradable de ver”, pensó sin emoción, con el mismo distanciamiento con el que se juzga la belleza de un cuadro o una escultura. El único hombre que podía hacerla vibrar se encontraba ahora en Trinacria, oficiando de guardaespaldas de un acaudalado viajero.
- ¿El pirata de la leyenda? No creo conocerla – contestó mientras volvía a poner la cantimplora en su morral– Yo me llamo Lisandot Eclath, señor Beck – agregó, haciendo una venia. Añadir la fórmula de cortesía “es un placer conoceros” le pareció inapropiado en esos momentos.
El sol del mediodía pegaba fuerte sobre su cabeza y le recordó, de pronto, su propia sed, su cansancio y su hambre. No había salvado realmente a aquel hombre, pero había aliviado en algo su apremio. Ya no tenía nada más que hacer allí y de seguro él iba a agradecer el retorno de su privacidad.
- Me alegro de haberos podido ayudar, aunque no fuera de la forma en que creí hacerlo, señor Beck. Debo marcharme ya. Que vuestros asuntos vayan bien.
Aún así, no acostumbraba usar insultos ni malas palabras. Su ira, intensa en las pocas ocasiones en que llegaba a sentirla, era manifestada a través de los gestos de su expresivo rostro, del tono seco y cortante de su voz normalmente afable, de miradas de aquellas que “podrían matar si fueran cuchillos”, de algún comentario irónico; sin proferir ninguna injuria, sin usar una sola palabra malsonante, la hacía sentir con claridad y fuerza.
Pero ahora no estaba enojada, ni siquiera molesta; sólo estaba alerta. Que se hubiera apiadado de la sed del desconocido, no significaba que confiara en él. Su desconfianza nacía del hecho de que estaba frente a un hombre armado, en circunstancias algo extrañas y en un lugar apartado y solitario, no de su desarrapada apariencia. Bien sabía ella de la maldad y la vileza que podía ocultar un elegante y atildado aspecto.
Cuando el tomó la cantimplora de su mano, la soltó rápidamente y retrocedió unos cuantos pasos, manteniendo la distancia entre ellos, pero sin desviar la mirada y sin dejar de observarlo atentamente. Notó la gratitud en sus ojos y advirtió la delicadeza del gesto de beber sin tocar la cantimplora con sus labios y la comedida manera en que había bebido, saciando sólo en parte su sed. Detalles que hicieron que su tensión menguara un poco. El desconocido le parecía muy enigmático, incluso algo turbio, pero cada vez lo sentía menos como una amenaza para su seguridad, por el momento al menos.
Algo más relajada, apreció desapasionadamente la fisonomía del extraño; tras esas ropas maltrechas y ese desaliñado y cansado semblante, aparecía un hombre atractivo, apuesto incluso. “Limpio y descansado debe ser agradable de ver”, pensó sin emoción, con el mismo distanciamiento con el que se juzga la belleza de un cuadro o una escultura. El único hombre que podía hacerla vibrar se encontraba ahora en Trinacria, oficiando de guardaespaldas de un acaudalado viajero.
- ¿El pirata de la leyenda? No creo conocerla – contestó mientras volvía a poner la cantimplora en su morral– Yo me llamo Lisandot Eclath, señor Beck – agregó, haciendo una venia. Añadir la fórmula de cortesía “es un placer conoceros” le pareció inapropiado en esos momentos.
El sol del mediodía pegaba fuerte sobre su cabeza y le recordó, de pronto, su propia sed, su cansancio y su hambre. No había salvado realmente a aquel hombre, pero había aliviado en algo su apremio. Ya no tenía nada más que hacer allí y de seguro él iba a agradecer el retorno de su privacidad.
- Me alegro de haberos podido ayudar, aunque no fuera de la forma en que creí hacerlo, señor Beck. Debo marcharme ya. Que vuestros asuntos vayan bien.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Beck no sabía si debía alegrarse o entristecerse de que la muchacha tuviese tanta prisa por marcharse. Lo cierto era que le caía bien (al fin y al cabo, le había ayudado y había pretendido salvarle, además se mostraba educada y cortés y era en cierta medida hermosa y joven), pero temía que si se quedaba más tiempo acabase por descubrir más de él y optase por hacer preguntas. Pero era obvio que la chica no tenía intención de preguntar nada, y eso era agradable, y además ya tenía listo su nuevo papel, y en fingir no era nada malo, por lo que quedarse con ella no debía ser un peligro, salvo que se dirigiese directa hacia la ciudad. Sin embargo, quedarse solo era un peligro, y mucho. Notaba como sus rodillas y gemelos apenas contenían un temblor derivado de la debilidad, le dolían los pies y, para que negarlo, tenía miedo. Todavía no podía estar seguro de que le hubiesen perdido la pista, y de momento no escaparía sin ayuda. Necesitaba conocer alguna aldea cercana, donde fundirse con el pueblo, o donde establecerse hasta estar listo para dar el salto a algún otro lugar, pues de momento no tenía fuerzas ni el equipo necesario. Ni siquiera conocía las costumbres del lugar, y debía aún practicar un entierro ritual, nunca había dejado de hacerlo, pasase lo que pasase.
Ella hacía gesto de marcharse, y Néstor Fenth la hubiese dejado ir, pues era orgulloso, pero Beck no lo era. Había sido un simple posadero gran parte de su vida, antes de ser mandado a galeras y capturado por los piratas, de los cuales había huido saltando del barco durante un combate. Beck ya tenía un núcleo vital, y sobre este comenzaban a crearse constelaciones de detalles que darían realidad al personaje, pronto él sería Beck y Néstor sería enterrado, olvidado en un pasado que ya nunca fue.
Y como Wilhelm Beck no era un hombre orgulloso alzó la mano en muda súplica y dijo:
- Espere, señorita Lisandot, ni siquiera sé donde está el pueblo más cercano. ¿Si va para allá podría recoger mis cosas y acompañarla?- lo dijo con sincera preocupación en su rostro, y pensó que ella le preguntaría a cambio como había llegado hasta allí, o cualquier otra cosa, y él no dudaría en responder. Necesitaba hablar y desahogarse. Además, necesitaba saber si Carapatata y sus amigos habían pasado por allí preguntando por él. Sin dar siquiera tiempo a responder a la agradable jovencita, Beck se acercó a sus botas y se sentó en el suelo, para ponérselas apresuradamente, quitándoles un par de piedrecitas que se habían introducido en ellas y levantando un poco de arena de la playa.
Entre tanto, una ráfaga de viento del este trajo el olor del mar, y a lo lejos, unas nubes grises comenzaron a teñir de oscuro el horizonte. A lo lejos, se pudo escuchar el graznido de una gaviota que parecía molesta, quizás era la misma que aún no había conseguido un buen almuerzo.
Ella hacía gesto de marcharse, y Néstor Fenth la hubiese dejado ir, pues era orgulloso, pero Beck no lo era. Había sido un simple posadero gran parte de su vida, antes de ser mandado a galeras y capturado por los piratas, de los cuales había huido saltando del barco durante un combate. Beck ya tenía un núcleo vital, y sobre este comenzaban a crearse constelaciones de detalles que darían realidad al personaje, pronto él sería Beck y Néstor sería enterrado, olvidado en un pasado que ya nunca fue.
Y como Wilhelm Beck no era un hombre orgulloso alzó la mano en muda súplica y dijo:
- Espere, señorita Lisandot, ni siquiera sé donde está el pueblo más cercano. ¿Si va para allá podría recoger mis cosas y acompañarla?- lo dijo con sincera preocupación en su rostro, y pensó que ella le preguntaría a cambio como había llegado hasta allí, o cualquier otra cosa, y él no dudaría en responder. Necesitaba hablar y desahogarse. Además, necesitaba saber si Carapatata y sus amigos habían pasado por allí preguntando por él. Sin dar siquiera tiempo a responder a la agradable jovencita, Beck se acercó a sus botas y se sentó en el suelo, para ponérselas apresuradamente, quitándoles un par de piedrecitas que se habían introducido en ellas y levantando un poco de arena de la playa.
Entre tanto, una ráfaga de viento del este trajo el olor del mar, y a lo lejos, unas nubes grises comenzaron a teñir de oscuro el horizonte. A lo lejos, se pudo escuchar el graznido de una gaviota que parecía molesta, quizás era la misma que aún no había conseguido un buen almuerzo.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
No esperaba que él le pidiera acompañarla y durante un instante se quedó mirándole sin responder. Sopesaba rápida y cuidadosamente sus futuras acciones. Cierto era que él no había hecho nada que pudiera interpretarse como amenazante, pero las circunstancias que lo rodeaban eran lo suficientemente extrañas como para que no pudiera confiarse por completo.
Por lo visto, él pensaba que ella era natural del país y que sabía dónde estaban sus pueblos y aldeas; era posible que incluso creyera que vivía cerca de allí. ¿Hasta que punto podía correr el riesgo de que se enterara de que ella era tan forastera como él en ese lugar, que tampoco tenía idea de donde se encontraba el pueblo más cercano y que, en caso de peligro, no tenía a quién pedir ayuda?
Si se negaba a su petición, tenía que admitir que no iba al pueblo más cercano y se delataría al no poder siquiera indicarle el camino para llegar a él. Si la aceptaba, debía informarle que no iba a dicho pueblo y, tal vez, aceptar su compañía hasta que cumpliera su encargo y pudiera regresar a Trinacria. Ninguna de las dos alternativas la satisfacía.
Por otra parte, ¿cómo podía rehusar la petición de ayuda de un hombre que se encontraba en evidentes malas condiciones físicas y que parecía tan genuinamente preocupado? A sus ojos no se le escapaban las señales de su debilidad, de su hambre, de su cansancio; las veía en cada línea de su rostro, como también veía algo muy parecido al miedo anidar en sus ojos aunque, por supuesto, ignoraba la causa de éste.
Estaba desconfiada, incluso temerosa, pero no podía renegar de la parte de si misma que, entre todas las alternativas posibles, la había hecho escoger el intentar sanar a las personas como oficio. Pese a todo lo visto, vivido y padecido, no podía desoír una petición de ayuda. Quizás lo mejor sería darle la información estrictamente necesaria y dejar que él decidiera lo que quería hacer.
- Yo vengo de Trinacria, a unos 9 kilómetros al sur, pero…
La acción de Beck de colocarse las botas atrajo su mirada hacia sus pies y la hizo interrumpirse a media frase al observar de nuevo sus heridas, ¡se había olvidado de ellas! Instintivamente dio un paso hacia él, ligeramente avergonzada de su olvido. Las heridas no parecían especialmente graves, pero seguramente eran dolorosas y molestas y, si no se trataban, podían infectarse sobre todo si entraban en contacto con la arena, que no tenía nada de limpia.
- Estáis herido, permitidme ayudaros – dijo, al tiempo que empezaba a rebuscar en el morralito algunos elementos de primeros auxilios.
Concentrada en la inminente tarea, no prestó atención ni al cambio en la velocidad del viento ni a las grises nubes que comenzaban a reunirse en el horizonte, presagios de una tormenta tropical.
Por lo visto, él pensaba que ella era natural del país y que sabía dónde estaban sus pueblos y aldeas; era posible que incluso creyera que vivía cerca de allí. ¿Hasta que punto podía correr el riesgo de que se enterara de que ella era tan forastera como él en ese lugar, que tampoco tenía idea de donde se encontraba el pueblo más cercano y que, en caso de peligro, no tenía a quién pedir ayuda?
Si se negaba a su petición, tenía que admitir que no iba al pueblo más cercano y se delataría al no poder siquiera indicarle el camino para llegar a él. Si la aceptaba, debía informarle que no iba a dicho pueblo y, tal vez, aceptar su compañía hasta que cumpliera su encargo y pudiera regresar a Trinacria. Ninguna de las dos alternativas la satisfacía.
Por otra parte, ¿cómo podía rehusar la petición de ayuda de un hombre que se encontraba en evidentes malas condiciones físicas y que parecía tan genuinamente preocupado? A sus ojos no se le escapaban las señales de su debilidad, de su hambre, de su cansancio; las veía en cada línea de su rostro, como también veía algo muy parecido al miedo anidar en sus ojos aunque, por supuesto, ignoraba la causa de éste.
Estaba desconfiada, incluso temerosa, pero no podía renegar de la parte de si misma que, entre todas las alternativas posibles, la había hecho escoger el intentar sanar a las personas como oficio. Pese a todo lo visto, vivido y padecido, no podía desoír una petición de ayuda. Quizás lo mejor sería darle la información estrictamente necesaria y dejar que él decidiera lo que quería hacer.
- Yo vengo de Trinacria, a unos 9 kilómetros al sur, pero…
La acción de Beck de colocarse las botas atrajo su mirada hacia sus pies y la hizo interrumpirse a media frase al observar de nuevo sus heridas, ¡se había olvidado de ellas! Instintivamente dio un paso hacia él, ligeramente avergonzada de su olvido. Las heridas no parecían especialmente graves, pero seguramente eran dolorosas y molestas y, si no se trataban, podían infectarse sobre todo si entraban en contacto con la arena, que no tenía nada de limpia.
- Estáis herido, permitidme ayudaros – dijo, al tiempo que empezaba a rebuscar en el morralito algunos elementos de primeros auxilios.
Concentrada en la inminente tarea, no prestó atención ni al cambio en la velocidad del viento ni a las grises nubes que comenzaban a reunirse en el horizonte, presagios de una tormenta tropical.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Lisandot se mantenía tensa, pero sin embargo, se acercó y rebuscó en su morral. Mantenía el control, a pesar de su lógica desconfianza, y continuaba manteniéndose agradable de manera fresca y en cierto modo cortés. Era una muchacha madura para su edad, estimó Beck, pero desde luego no había dedicado su vida a las mentiras, sino que, al parecer, se dedicaba a recorrer el bosque con su morral y sabía al menos como curar una herida sencilla. Debía ser una aprendiz de curandera, o quizás de sacerdotisa, o tal vez una aprendiz de herbolario. Entre tanto, él había terminado de desatar los cordones de cuero de sus botas, lo que se le había hecho difícil porque estaban húmedos, y dudaba si colocárselas y musitar una negativa agradecida, o si dejarse curar. Finalmente, no tuvo ocasión de optar, porque ella había encontrado lo que quiera que buscase, y se inclinó para observar sus pies. No estaban muy mal, solo unos moratones y poco más, salvo el dedo gordo de su pie derecho, donde el pájaro se había ensañado, haciéndole una vistosa herida, que, como poco, sería un auténtico fastidio como tuviese que andar un largo trecho. Beck tenía pensado cauterizársela cuando pudiese hacer un fuego, pero eso era terriblemente doloroso y tampoco sabía cuando podría hacer fuego, y agradeció de nuevo que aquella mujercita se hubiese cruzado en su camino.
Beck fue consciente de que con que ella subiese una pizca su pantalón mientras le curaba podría ver la extraña cicatriz semicircular que le había dejado un grillete en un lateral al intentar librarse de éste, pero no le importó. Ahora que estaba ella más cerca podría ver que su ceja estaba partida, si no lo había visto ya, también podría entrever, quizá, el final de la cicatriz que le recorría la clavícula hasta casi la base del cuello, porque asomaba a penas dos centímetros desde el borde de su camisa. Para Beck, esta era una cicatriz muy especial, había sido hecha con un cuchillo ritual, y semejaba a la perfección la garra de un tigre montés de la cordillera de Sinrad, y aún la llevaba con orgullo, aunque nadie aquí sabía qué significaba y a menudo tenía que ocultarla para salvaguardar su identidad.
Beck miró el mar, aún calmo, en busca de cualquier velamen y no le extraño no ver ninguno. Después volvió a mirar a la señorita Eclath, que estaba enfrascada en la curación de su herida. La contempló un segundo, maravillado de su concentración, y de la sabiduría y conocimiento con que se desplazaban su manos y sus ojos, preparando quizá alguna especie de bálsamo. Podría haber expresado su agradecimiento en al menos ocho lenguas, pues siempre aprendía palabras amables que se solían mostrar útiles, pero no sabía qué decir. Tampoco quería interrumpirla, pues la forma en que se encargaba de todo con tal naturalidad se le hacía casi artística, tenía algo de irreal y hermoso, como si estuviese fuera de lugar en un bosque tan salvaje, en una playa tan desierta, ante un mar tan indiferente al sufrimiento o a la alegría.
Él continuó mirándola, planteándose si darle las gracias, casi avergonzado por estar observándola, hasta que finalmente ella le miró, durante una breve fracción de segundo, a los ojos. Él le devolvió la mirada, con una levísima sonrisa y con los ojos cargados de agradecimiento, porque a veces, los gestos son la manera más profunda de comunicarse. Durante ese breve contacto él pudo leer que ella seguía desconfiando, y por ello su agradecimiento fue doble. Suponía que ahora vendría la parte dolorosa, la parte en la que ella examinaba la herida, o en la que le aplicaba una venda o emplasto que le quemaría los malos humores. Se sintió un poco nervioso y finalmente, rompió el prolongado silencio para preguntar:
- ¿Vais hacia vuestra aldea, Tinacria? ¿En qué parte de Valandariel estamos?- pues Beck desconocía que Tinacria era otra isla. De hecho, desconocía que en la isla de Valandariel había elfos, de lo contrario ya habría pensado que quizás ella era uno, dada la peculiaridad de su tono de cabello, que estaba sola en el bosque y su generosidad.
Beck fue consciente de que con que ella subiese una pizca su pantalón mientras le curaba podría ver la extraña cicatriz semicircular que le había dejado un grillete en un lateral al intentar librarse de éste, pero no le importó. Ahora que estaba ella más cerca podría ver que su ceja estaba partida, si no lo había visto ya, también podría entrever, quizá, el final de la cicatriz que le recorría la clavícula hasta casi la base del cuello, porque asomaba a penas dos centímetros desde el borde de su camisa. Para Beck, esta era una cicatriz muy especial, había sido hecha con un cuchillo ritual, y semejaba a la perfección la garra de un tigre montés de la cordillera de Sinrad, y aún la llevaba con orgullo, aunque nadie aquí sabía qué significaba y a menudo tenía que ocultarla para salvaguardar su identidad.
Beck miró el mar, aún calmo, en busca de cualquier velamen y no le extraño no ver ninguno. Después volvió a mirar a la señorita Eclath, que estaba enfrascada en la curación de su herida. La contempló un segundo, maravillado de su concentración, y de la sabiduría y conocimiento con que se desplazaban su manos y sus ojos, preparando quizá alguna especie de bálsamo. Podría haber expresado su agradecimiento en al menos ocho lenguas, pues siempre aprendía palabras amables que se solían mostrar útiles, pero no sabía qué decir. Tampoco quería interrumpirla, pues la forma en que se encargaba de todo con tal naturalidad se le hacía casi artística, tenía algo de irreal y hermoso, como si estuviese fuera de lugar en un bosque tan salvaje, en una playa tan desierta, ante un mar tan indiferente al sufrimiento o a la alegría.
Él continuó mirándola, planteándose si darle las gracias, casi avergonzado por estar observándola, hasta que finalmente ella le miró, durante una breve fracción de segundo, a los ojos. Él le devolvió la mirada, con una levísima sonrisa y con los ojos cargados de agradecimiento, porque a veces, los gestos son la manera más profunda de comunicarse. Durante ese breve contacto él pudo leer que ella seguía desconfiando, y por ello su agradecimiento fue doble. Suponía que ahora vendría la parte dolorosa, la parte en la que ella examinaba la herida, o en la que le aplicaba una venda o emplasto que le quemaría los malos humores. Se sintió un poco nervioso y finalmente, rompió el prolongado silencio para preguntar:
- ¿Vais hacia vuestra aldea, Tinacria? ¿En qué parte de Valandariel estamos?- pues Beck desconocía que Tinacria era otra isla. De hecho, desconocía que en la isla de Valandariel había elfos, de lo contrario ya habría pensado que quizás ella era uno, dada la peculiaridad de su tono de cabello, que estaba sola en el bosque y su generosidad.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Sábila para cicatrizar, milenerama para desinfectar, hammamelis para calmar el dolor. Esos eran los elementos que buscaba en su morral, donde los guardaba en pequeños frasquitos. Las cantidades eran pequeñas, para no cargar con demasiado peso y porque en el pequeño bolso de sencilla apariencia que colgaba de su cintura llevaba una cantidad mucho mayor de preparados de esas plantas medicinales y de muchas otras, además de un equipo quirúrgico completo. Siempre estaba preparada para cualquier contingencia, aunque en un día corriente no esperaba tener que atender a un ejército. No en este reino, al menos, que ni estaba en guerra ni estaba sujeto a una tiranía.
Su desconfianza no había menguado pero, por el momento, había pasado a segundo plano; toda su atención estaba centrada en su labor. El examen visual de los pies de Beck mostró que estos ostentaban varios moretones y una herida cortante en el dedo gordo del pie derecho, “¿se la habrá hecho el pájaro?”, nada grave, nada que no pudiera resolver en unos momentos con los elementos que tenía a mano. Ni siquiera necesitaría hacerlo dormir para curar su herida sin provocarle sufrimiento.
Al acercarse, sí notó la ceja partida y el final de la cicatriz cerca del cuello, pero eso no contribuyó a hacer mayor su desconfianza. Encontrar hombres con una o muchas cicatrices no era un hecho aislado y eso no implicaba que fueran malvados. El propio Akira, el mejor de los hombres en su opinión, tenía su cuerpo marcado por cicatrices.
De rodillas en la arena, indiferente al sol que caía a plomo sobre su nuca, unió el hammamelis y la sábila para preparar el bálsamo, cicatrizante y analgésico, que emplearía luego de limpiar la herida con la infusión de milenrama y se dispuso, por fin, a iniciar la tarea. Alzó los ojos un momento, para observar el estado de ánimo de su paciente y se cruzó con su mirada, que expresaba un genuino agradecimiento. Respondió a su esbozo de sonrisa con otra, casi tan leve como aquella, y volvió a fijar la mirada en el pie que debía tratar, no sin percibir el nerviosismo que comenzaba a instalarse en él. Una sonrisa algo más pronunciada se dibujó en su rostro al notarlo, era realmente paradójico que aún los hombre más rudos y curtidos se inquietaban, cuando menos, ante una sencilla curación.
Tomaba el pie para revisar que no hubiera otras heridas que hubiesen pasado desapercibidas en el primer examen cuando escuchó su voz.
- No voy hacia Trinacria, vengo de ella – contestó – Trinacria es una ciudad que está en una especie de isla artificial, al sur de Valanderiel; una parte de ella se extiende en esta isla. Estamos ocho kilómetros al norte de esa zona.
Trabajaba mientras hablaba, con movimientos suaves y precisos. Luego de lavar la herida con la infusión de milenrama, aplicó delicadamente el bálsamo que había preparado, para finalizar vendando el dedo con una tela limpia y suave.
El viento soplaba con una fuerza cada vez mayor, rizando las olas y arreando las oscuras nubes hacia la playa.
Su desconfianza no había menguado pero, por el momento, había pasado a segundo plano; toda su atención estaba centrada en su labor. El examen visual de los pies de Beck mostró que estos ostentaban varios moretones y una herida cortante en el dedo gordo del pie derecho, “¿se la habrá hecho el pájaro?”, nada grave, nada que no pudiera resolver en unos momentos con los elementos que tenía a mano. Ni siquiera necesitaría hacerlo dormir para curar su herida sin provocarle sufrimiento.
Al acercarse, sí notó la ceja partida y el final de la cicatriz cerca del cuello, pero eso no contribuyó a hacer mayor su desconfianza. Encontrar hombres con una o muchas cicatrices no era un hecho aislado y eso no implicaba que fueran malvados. El propio Akira, el mejor de los hombres en su opinión, tenía su cuerpo marcado por cicatrices.
De rodillas en la arena, indiferente al sol que caía a plomo sobre su nuca, unió el hammamelis y la sábila para preparar el bálsamo, cicatrizante y analgésico, que emplearía luego de limpiar la herida con la infusión de milenrama y se dispuso, por fin, a iniciar la tarea. Alzó los ojos un momento, para observar el estado de ánimo de su paciente y se cruzó con su mirada, que expresaba un genuino agradecimiento. Respondió a su esbozo de sonrisa con otra, casi tan leve como aquella, y volvió a fijar la mirada en el pie que debía tratar, no sin percibir el nerviosismo que comenzaba a instalarse en él. Una sonrisa algo más pronunciada se dibujó en su rostro al notarlo, era realmente paradójico que aún los hombre más rudos y curtidos se inquietaban, cuando menos, ante una sencilla curación.
Tomaba el pie para revisar que no hubiera otras heridas que hubiesen pasado desapercibidas en el primer examen cuando escuchó su voz.
- No voy hacia Trinacria, vengo de ella – contestó – Trinacria es una ciudad que está en una especie de isla artificial, al sur de Valanderiel; una parte de ella se extiende en esta isla. Estamos ocho kilómetros al norte de esa zona.
Trabajaba mientras hablaba, con movimientos suaves y precisos. Luego de lavar la herida con la infusión de milenrama, aplicó delicadamente el bálsamo que había preparado, para finalizar vendando el dedo con una tela limpia y suave.
El viento soplaba con una fuerza cada vez mayor, rizando las olas y arreando las oscuras nubes hacia la playa.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
“Guau, chico, ni un <>, ni un pinchazo, solo un leve escozor. Esto es mucho, mucho mejor que que le quiten a uno sus grilletes de los tobillos a hachazos”, se dijo Wilhelm recordando una fuga hace ya mucho, la que le había producido la cicatriz semicirclar algo por encima de los tobillos.
Beck volvió a concentrarse en su curandera, el contacto de la joven Eclath había sido muy suave, casi aterciopelado, y le había tranquilizado de una extraña manera. Le había venido a la cabeza la imagen de su cama en Bergnor. Casi podía recordar uno de los cuentos que su hermano solía relatarle, solo casi, como cuando recuerdas un sueño que insiste en escurrírsete hasta que lo olvidas. El emplasto olía curiosamente bien; Beck sólo había reconocido una de las plantas utilizadas, y probablemente podía equivocarse. Aún así, no le preocupaba; era agradable, y había mitigado los pinchazos de sus pies a solo un leve picor punzante, como el de un arañazo molesto. Ella se había puesto de espaldas al sol y al mar, y su cabello le brillaba fuertemente iluminado por la luz solar, con su realmente peculiar color. Pero por llamativo que fuese Beck no lo miró mucho, porque estaba mirando con aprensión las nubes que se formaban en el horizonte y el mar. Al menos, parecían nubes cargadas de agua, no de electricidad, y se permitió calmarse un poco.
Tras escuchar que Trinacria era una isla artificial, Beck se quedó un segundo con la boca abierta, apunto de expresar su asombro, pero entonces se le ocurrió algo más importante, en ese momento, que la mujer debía estar yendo hacia el norte. A un nivel interno (el único nivel en el que admitía seguir siendo Aldwin, el niño paria de Bergnor), Beck se extrañó, pues creía que al norte no había población alguna, pero en un nivel más superficial, donde operaba la máscara que se había creado, lo que hizo fue preocuparse. ¡Porque si iba hacia el norte quizás se encontraría con el barco pirata del que había saltado! En el fondo, Aldwin sabía que esto era imposible, porque dichos piratas no existían, pero se solía meter tanto en el papel que a menudo debía recordarse a sí mismo que todo era una actuación y que él solo era Beck, o cualquier otro, de puertas afuera. Pero esta vez, se dejó llevar, abriendo los ojos, alarmado por un peligro que realmente no existía. Quería avisarla del peligro, pero no quería alertarla de su condición de desertor pirata. “De mi falsa condición de desertor pirata” se corrigió en su fuero interno. Si ella preguntaba, él la alertaría del peligro, aunque debiese revelar su “condición”, si aceptaba su consejo no haría falta revelar nada. Realmente, le daba igual, hiciese lo que hiciese procuraría no dejar rastro alguno de Néstor Fenth o cualquiera de sus anteriores vidas que nadie pudiese seguir. Aún estaba en el suelo, y ella acababa de terminar de arreglarle el pie y se sacudía la arena para levantarse cuando habló él de nuevo.
- Si provenís del sur... ¿vais dirección norte? Tengo entendido que es peligroso, quizás no deberíais hacerlo.- Se le planteó lo absurdo que era que una persona que ni siquiera sabía qué era Tinacria alertase a una local de los peligros de Valandariel, pero desechó la idea, pues al fin y al cabo, su personaje solo sabía que sus supuestos compañeros piratas querían fondear al norte. Su rostro se mostró serio, abandonando la jovialidad, cargándose de preocupación, y echó un vistazo en dirección al mar, casi temeroso de ver el navío pirata o uno cargado de guardias; pero en su fuero interno su único temor eran sus verdaderos perseguidores y, en menor grado, la posible tormenta.
¿Se negaría ella en redondo a dejar de viajar en dirección norte? De ser así le ofrecería acompañarla, era lo menos que podía hacer por ella. Y al fin y al cabo, le debía una bastante grande.
Beck volvió a concentrarse en su curandera, el contacto de la joven Eclath había sido muy suave, casi aterciopelado, y le había tranquilizado de una extraña manera. Le había venido a la cabeza la imagen de su cama en Bergnor. Casi podía recordar uno de los cuentos que su hermano solía relatarle, solo casi, como cuando recuerdas un sueño que insiste en escurrírsete hasta que lo olvidas. El emplasto olía curiosamente bien; Beck sólo había reconocido una de las plantas utilizadas, y probablemente podía equivocarse. Aún así, no le preocupaba; era agradable, y había mitigado los pinchazos de sus pies a solo un leve picor punzante, como el de un arañazo molesto. Ella se había puesto de espaldas al sol y al mar, y su cabello le brillaba fuertemente iluminado por la luz solar, con su realmente peculiar color. Pero por llamativo que fuese Beck no lo miró mucho, porque estaba mirando con aprensión las nubes que se formaban en el horizonte y el mar. Al menos, parecían nubes cargadas de agua, no de electricidad, y se permitió calmarse un poco.
Tras escuchar que Trinacria era una isla artificial, Beck se quedó un segundo con la boca abierta, apunto de expresar su asombro, pero entonces se le ocurrió algo más importante, en ese momento, que la mujer debía estar yendo hacia el norte. A un nivel interno (el único nivel en el que admitía seguir siendo Aldwin, el niño paria de Bergnor), Beck se extrañó, pues creía que al norte no había población alguna, pero en un nivel más superficial, donde operaba la máscara que se había creado, lo que hizo fue preocuparse. ¡Porque si iba hacia el norte quizás se encontraría con el barco pirata del que había saltado! En el fondo, Aldwin sabía que esto era imposible, porque dichos piratas no existían, pero se solía meter tanto en el papel que a menudo debía recordarse a sí mismo que todo era una actuación y que él solo era Beck, o cualquier otro, de puertas afuera. Pero esta vez, se dejó llevar, abriendo los ojos, alarmado por un peligro que realmente no existía. Quería avisarla del peligro, pero no quería alertarla de su condición de desertor pirata. “De mi falsa condición de desertor pirata” se corrigió en su fuero interno. Si ella preguntaba, él la alertaría del peligro, aunque debiese revelar su “condición”, si aceptaba su consejo no haría falta revelar nada. Realmente, le daba igual, hiciese lo que hiciese procuraría no dejar rastro alguno de Néstor Fenth o cualquiera de sus anteriores vidas que nadie pudiese seguir. Aún estaba en el suelo, y ella acababa de terminar de arreglarle el pie y se sacudía la arena para levantarse cuando habló él de nuevo.
- Si provenís del sur... ¿vais dirección norte? Tengo entendido que es peligroso, quizás no deberíais hacerlo.- Se le planteó lo absurdo que era que una persona que ni siquiera sabía qué era Tinacria alertase a una local de los peligros de Valandariel, pero desechó la idea, pues al fin y al cabo, su personaje solo sabía que sus supuestos compañeros piratas querían fondear al norte. Su rostro se mostró serio, abandonando la jovialidad, cargándose de preocupación, y echó un vistazo en dirección al mar, casi temeroso de ver el navío pirata o uno cargado de guardias; pero en su fuero interno su único temor eran sus verdaderos perseguidores y, en menor grado, la posible tormenta.
¿Se negaría ella en redondo a dejar de viajar en dirección norte? De ser así le ofrecería acompañarla, era lo menos que podía hacer por ella. Y al fin y al cabo, le debía una bastante grande.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Terminó la sencilla curación con un leve suspiro de satisfacción. Para ella ninguna herida era pequeña, ninguna enfermedad era menor. A todas les brindaba igual cuidado, igual dedicación. Habiendo visto demasiadas veces como cosas aparentemente sin importancia se convertían en problemas de suma gravedad, no podía permitirse ser negligente en ese aspecto ni en ningún otro que tuviera que ver con su labor.
Mientras se sacudía la arena que se había adherido a su ropa, reflexionaba acerca de que hacer a continuación. Un sutil pero significativo cambio en su estado de ánimo se había producido en ella tras curar a Beck. Sumado a que él continuaba sin hacer nada que pudiera interpretarse ni remotamente como amenazante y que estaba evidentemente agradecido por su ayuda, estaba el hecho de que ahora era su paciente. No sólo su desconfianza comenzaba a menguar, sino que, además, ahora se sentía responsable por su bienestar. Si bien hacía algunos instantes, antes de descubrir su herida, estaba resuelta a marcharse y que cada uno se ocupara de sus propios asuntos, ahora no se resolvía a dejarlo, en cierta medida, abandonado a su suerte. Era aún más forastero que ella en ese lugar, aunque no parecía tener otras heridas se veía bastante débil y parecía bastante claro que sólo había saciado someramente su sed, y que, además, tenía hambre. No podía dejar a un paciente suyo en semejantes condiciones.
No confiaba aún lo suficiente en Beck como para ponerse a soñar cosas delante de él, pero de todas formas podía proporcionarle comida. Aunque sus provisiones eran escasas, no solía comer mucho, había visto frutos comestibles en el camino y tal vez podrían conseguir huevos…
La voz del hombre interrumpió sus reflexiones. ¿Qué era peligroso ir al norte? Lo miró con curiosidad. Llevaba poco tiempo en Jasperia y su información sobre el archipiélago era muy general, pero no recordaba haber oído hablar de nada especial en relación al norte de Valenderiel. Hasta donde sabía, lo peligroso era adentrarse mucho en el bosque e intentar sacar leña de él.
- ¿Por qué decís eso? ¿Qué pasa en el norte? Sé que hay riesgo en adentrarse en lo profundo del bosque, porque los elfos que habitan en él no miran bien a los humanos que pretenden sacar leña, pero eso es en toda la isla. Yo pienso mantenerme en las lindes del bosque y no tengo intención de cortar leña. De todos modos, espero no tener que caminar mucho más.
Una ráfaga de viento más fuerte que las otras, agitó su trenza y la hizo mirar hacia el mar. La visión de las oscuras nubes la hizo fruncir el entrecejo. Iba a llover, y mucho, según parecía. Una lluvia torrencial volvería intransitables los caminos; era mejor darse prisa en comer algo y ponerse en marcha. Ya decidida, se volvió a mirar a Bwxk nuevamente.
- Me había detenido a comer algo cuando vi esa ave y pensé que os atacaba. ¿Queréis compartir mi comida? Podemos obtener más sin entrar demasiado en el bosque.
Mientras se sacudía la arena que se había adherido a su ropa, reflexionaba acerca de que hacer a continuación. Un sutil pero significativo cambio en su estado de ánimo se había producido en ella tras curar a Beck. Sumado a que él continuaba sin hacer nada que pudiera interpretarse ni remotamente como amenazante y que estaba evidentemente agradecido por su ayuda, estaba el hecho de que ahora era su paciente. No sólo su desconfianza comenzaba a menguar, sino que, además, ahora se sentía responsable por su bienestar. Si bien hacía algunos instantes, antes de descubrir su herida, estaba resuelta a marcharse y que cada uno se ocupara de sus propios asuntos, ahora no se resolvía a dejarlo, en cierta medida, abandonado a su suerte. Era aún más forastero que ella en ese lugar, aunque no parecía tener otras heridas se veía bastante débil y parecía bastante claro que sólo había saciado someramente su sed, y que, además, tenía hambre. No podía dejar a un paciente suyo en semejantes condiciones.
No confiaba aún lo suficiente en Beck como para ponerse a soñar cosas delante de él, pero de todas formas podía proporcionarle comida. Aunque sus provisiones eran escasas, no solía comer mucho, había visto frutos comestibles en el camino y tal vez podrían conseguir huevos…
La voz del hombre interrumpió sus reflexiones. ¿Qué era peligroso ir al norte? Lo miró con curiosidad. Llevaba poco tiempo en Jasperia y su información sobre el archipiélago era muy general, pero no recordaba haber oído hablar de nada especial en relación al norte de Valenderiel. Hasta donde sabía, lo peligroso era adentrarse mucho en el bosque e intentar sacar leña de él.
- ¿Por qué decís eso? ¿Qué pasa en el norte? Sé que hay riesgo en adentrarse en lo profundo del bosque, porque los elfos que habitan en él no miran bien a los humanos que pretenden sacar leña, pero eso es en toda la isla. Yo pienso mantenerme en las lindes del bosque y no tengo intención de cortar leña. De todos modos, espero no tener que caminar mucho más.
Una ráfaga de viento más fuerte que las otras, agitó su trenza y la hizo mirar hacia el mar. La visión de las oscuras nubes la hizo fruncir el entrecejo. Iba a llover, y mucho, según parecía. Una lluvia torrencial volvería intransitables los caminos; era mejor darse prisa en comer algo y ponerse en marcha. Ya decidida, se volvió a mirar a Bwxk nuevamente.
- Me había detenido a comer algo cuando vi esa ave y pensé que os atacaba. ¿Queréis compartir mi comida? Podemos obtener más sin entrar demasiado en el bosque.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Mientras ella almacenaba sus palabras y respondía, mirando al horizonte con ojos aprensivos a razón de la probable tormenta, Beck tomó las botas y se colocó la primera sobre el pie sano. Luego, se calzó la segunda, un poco más despacio y con cuidado de no estropear el vendaje, y las ató rápidamente y con maña, con la práctica de muchos días. Mentalmente, recordó que tenía que hacerle un remiendo a su bota izquierda, o acabaría por romperse (de nuevo). También anotó en otra parte de su cabeza el hecho de que en el bosque había elfos y que eran aparentemente hostiles y, ante todo, que Lisandot hablaba de ellos como extraños, lo que anulaba las probabilidades de que el cabello tan peculiar que llamaba la atención de Beck fuese origen de un mestizaje interracial con los elfos de la isla.
Ella esperaba no tener que caminar mucho más, o sea que debían de estar cerca de algo, lo que quiera que ella buscase. ¿Estaría entre ellos y los “piratas”? Quizás, los piratas habían decidido no buscarle y habían levado anclas al amanecer, se dijo con una sonrisa, imaginando un terrible grupo de bucaneros asustados por la densa floresta. Le gustaba su papel, desde luego, actuar conforme a un guión inventado por él le daba un poco de orden a su vida de caos, carreras y fugas; era la última barrera antes de admitir que no controlaba lo que pasaba en su vida y que se dedicaba a seguir la corriente río abajo.
Echó un largo vistazo a Lisandot, ponderando si podía decirle o no qué era el peligro, y finalmente se decidió a contárselo, pero ella le cortó antes de decir ni una palabra, ofreciéndole comida. Durante un segundo se sintió asombrado por el hecho de que le ofreciese comida en el primer encuentro que tenían, aún más cuando aún no había recorrido ni la mitad de su travesía a pie por el bosque. Para Beck, que aún recordaba lo que había aprendido de los Rahjiid, compartir con alguien la comida era una muestra de cariño y de respeto, y había cierto protocolo en el simple hecho de comer junto a una fogata. La primera oferta de comida era una muestra de confianza para los nómadas con los que había convivido, pero al fin y al cabo, ya no estaba en las tierras yermas de los Rahjiid, y quizás aquí había otras costumbres.
- No sé si estaría bien que abuse más de vuestra generosidad- Poco a poco, con atención a sus debilitadas piernas y a la herida de su pie se puso en pie y se dirigió unos pasos hacia su bolsa, para abrirla y registrarla, mientras decía tratando de esbozar una sonrisa.- Ya tengo suficiente que agradeceros, además, me queda algo de carne seca.- Finalmente, encontró una de las dos piezas de cecina que había robado en el barco y un trozo de tela que sacudió para extenderlo y ponerlo en el suelo, ante la señorita Eclath y que pudiesen dejar su comida en el pequeño retal de tela mientras comían. La hoja de su falcata quedaba donde la había abandonado para tranquilizar a la muchacha, a unos tres metros de donde se había sentado ella a curarle su pequeña herida. Tras unos segundos en silencio, Beck decidió que era hora de contestar a su pregunta sobre los posibles peligros al norte. Así que tras carraspear, comenzó con el mismo tono con el que hablaría de cualquier cosa habitual.
- No sabía nada de los elfos, sin embargo, bien sé que debe haber una ligera galera pirata más al norte de aquí, probablemente habrá fondeado en alguna cala más al norte.- Beck partió la cecina con las manos, lo que le costó porque se había mojado en su corta travesía por mar, y mordió el trozo más pequeño mientras se sentaba ante Lisandot, depositando el pedazo mayor de su comida en la tela. Él le ofreció con un gesto probar la cecina, que la verdad, no tenía un gran sabor pero era todo lo que tenía, antes de continuar con un tono más seco.- Planeaban pasar la noche y reparar algunos daños antes de retomar su camino por las rutas comerciales. Si no han cambiado de plan después de que desertase saltando por la borda podríamos encontrarnos con ellos.- mitad molesto por admitir el dato y por la reacción negativa que pudiese haber en ella, mitad curioso por lo que pudiese suceder a partir de ahora, no pudo sino apartar la vista en dirección al bosque, mientras se mantenía atento a cualquier cambio en la pose de la chica. Haciendo un esfuerzo, volvió a mirarla fugazmente, cargado de un auténtico arrepentimiento reprimido- Saquear, matar y tratar con esclavos no es lo mío.- sus labios se movieron lentamente para completar con un “Ya no”, que no llegó a pronunciar. Mentalmente, inventó un nombre para el capitán, para el barco y para algunos grumetes, por si le era necesario.
Ella esperaba no tener que caminar mucho más, o sea que debían de estar cerca de algo, lo que quiera que ella buscase. ¿Estaría entre ellos y los “piratas”? Quizás, los piratas habían decidido no buscarle y habían levado anclas al amanecer, se dijo con una sonrisa, imaginando un terrible grupo de bucaneros asustados por la densa floresta. Le gustaba su papel, desde luego, actuar conforme a un guión inventado por él le daba un poco de orden a su vida de caos, carreras y fugas; era la última barrera antes de admitir que no controlaba lo que pasaba en su vida y que se dedicaba a seguir la corriente río abajo.
Echó un largo vistazo a Lisandot, ponderando si podía decirle o no qué era el peligro, y finalmente se decidió a contárselo, pero ella le cortó antes de decir ni una palabra, ofreciéndole comida. Durante un segundo se sintió asombrado por el hecho de que le ofreciese comida en el primer encuentro que tenían, aún más cuando aún no había recorrido ni la mitad de su travesía a pie por el bosque. Para Beck, que aún recordaba lo que había aprendido de los Rahjiid, compartir con alguien la comida era una muestra de cariño y de respeto, y había cierto protocolo en el simple hecho de comer junto a una fogata. La primera oferta de comida era una muestra de confianza para los nómadas con los que había convivido, pero al fin y al cabo, ya no estaba en las tierras yermas de los Rahjiid, y quizás aquí había otras costumbres.
- No sé si estaría bien que abuse más de vuestra generosidad- Poco a poco, con atención a sus debilitadas piernas y a la herida de su pie se puso en pie y se dirigió unos pasos hacia su bolsa, para abrirla y registrarla, mientras decía tratando de esbozar una sonrisa.- Ya tengo suficiente que agradeceros, además, me queda algo de carne seca.- Finalmente, encontró una de las dos piezas de cecina que había robado en el barco y un trozo de tela que sacudió para extenderlo y ponerlo en el suelo, ante la señorita Eclath y que pudiesen dejar su comida en el pequeño retal de tela mientras comían. La hoja de su falcata quedaba donde la había abandonado para tranquilizar a la muchacha, a unos tres metros de donde se había sentado ella a curarle su pequeña herida. Tras unos segundos en silencio, Beck decidió que era hora de contestar a su pregunta sobre los posibles peligros al norte. Así que tras carraspear, comenzó con el mismo tono con el que hablaría de cualquier cosa habitual.
- No sabía nada de los elfos, sin embargo, bien sé que debe haber una ligera galera pirata más al norte de aquí, probablemente habrá fondeado en alguna cala más al norte.- Beck partió la cecina con las manos, lo que le costó porque se había mojado en su corta travesía por mar, y mordió el trozo más pequeño mientras se sentaba ante Lisandot, depositando el pedazo mayor de su comida en la tela. Él le ofreció con un gesto probar la cecina, que la verdad, no tenía un gran sabor pero era todo lo que tenía, antes de continuar con un tono más seco.- Planeaban pasar la noche y reparar algunos daños antes de retomar su camino por las rutas comerciales. Si no han cambiado de plan después de que desertase saltando por la borda podríamos encontrarnos con ellos.- mitad molesto por admitir el dato y por la reacción negativa que pudiese haber en ella, mitad curioso por lo que pudiese suceder a partir de ahora, no pudo sino apartar la vista en dirección al bosque, mientras se mantenía atento a cualquier cambio en la pose de la chica. Haciendo un esfuerzo, volvió a mirarla fugazmente, cargado de un auténtico arrepentimiento reprimido- Saquear, matar y tratar con esclavos no es lo mío.- sus labios se movieron lentamente para completar con un “Ya no”, que no llegó a pronunciar. Mentalmente, inventó un nombre para el capitán, para el barco y para algunos grumetes, por si le era necesario.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Para ella, ofrecerle a Beck compartir su comida no tenía más significado ni sentido que el de ayudar a alguien que lo necesitaba. Ni siquiera lo consideraba un acto especial de solidaridad. Aunque no tuviera nada grave, él era su paciente y su debilidad saltaba a la vista. La momentánea expresión de sorpresa en el rostro del hombre ante su oferta la atribuyó, sencillamente, a que quizás consideraba que lo estaba ayudando demasiado; su respuesta confirmó la impresión.
- Como gustéis – contestó sencillamente, algo sorprendida al saber que disponía de algo de comida.
Miró en silencio como él registraba su bolsa y sacaba dos trozos de carne seca y un pedazo de tela y los disponía sobre el suelo. Podía haber formulado muchas preguntas, respecto a quien era él y cómo había llegado a ese lugar, pero sintió que no era el momento apropiado para hacerlas. Quería comer luego, sin entretenerse en conversaciones y reanudar lo antes posible la búsqueda de aquella planta que era el objetivo de su viaje. La inminencia de la tormenta la preocupaba cada vez más. Era casi seguro que no podría cumplir su cometido y volver a Trinacria antes de que estallara; de hecho, era posible que no alcanzara a regresar aunque emprendiera el retorno en ese mismo momento.
¿Cuánto duraría? ¿Qué tan intensa podía llegar a ser? ¿Qué tanto se le dificultaría el regreso, no sólo durante su curso, sino una vez que hubiera amainado? No tenía aún la experiencia directa de una tormenta en Jasperia, pero había oído cosas sobre ellas. La gente siempre exageraba, cierto, pero aún así. Ni siquiera había visto por el camino algo que pudiera servir como refugio adecuado; la frondosidad de los árboles podía proteger de la lluvia, pero si había rayos…
Absorta en sus preocupaciones, sacó sus propias provisiones, pan, queso y algo de fruta, y las puso sobre el improvisado mantel que había dispuesto Beck; una muestra de verdadera confianza por su parte hubiera sido soñar para ambos un suculento almuerzo espléndidamente servido.
Mientras disponían el frugal almuerzo, su circunstancial acompañante decidió contestar su pregunta acerca del peligro que podía haber al norte. No le sorprendió que no supiera de los elfos, claramente era aún más forastero que ella en esas tierras, pero la frase “galera pirata” provocó que se lo quedara mirando con los ojos muy abiertos sin notar, no corresponder a su muda invitación a probar la cecina. A medida que él hablaba, su cuerpo se iba tensando y sus ojos se iban oscureciendo. No tuvo ninguna duda acerca de la verdad de lo que estaba escuchando; su relato correspondía con lo que había observado, ya había pensado ella que parecía haber caído de algún barco y, además, ¿quién se iba a acusar falsamente de haber formado parte de la tripulación de un barco pirata? La breve mirada impregnada de arrepentimiento que él le dedicó logró conmoverla, aunque sin disminuir su tensión.
Sin embargo, no tuvo tiempo de reflexionar acerca de lo escuchado ni mucho menos de hacer comentarios o preguntas. Desde algún punto del bosque, al norte del lugar donde ellos se encontraban, por sobre el sonido del viento y de las olas, cada vez más intenso, se oyó un bronco y desafinado coro de voces masculinas cantando una conocida canción pirata.
- Como gustéis – contestó sencillamente, algo sorprendida al saber que disponía de algo de comida.
Miró en silencio como él registraba su bolsa y sacaba dos trozos de carne seca y un pedazo de tela y los disponía sobre el suelo. Podía haber formulado muchas preguntas, respecto a quien era él y cómo había llegado a ese lugar, pero sintió que no era el momento apropiado para hacerlas. Quería comer luego, sin entretenerse en conversaciones y reanudar lo antes posible la búsqueda de aquella planta que era el objetivo de su viaje. La inminencia de la tormenta la preocupaba cada vez más. Era casi seguro que no podría cumplir su cometido y volver a Trinacria antes de que estallara; de hecho, era posible que no alcanzara a regresar aunque emprendiera el retorno en ese mismo momento.
¿Cuánto duraría? ¿Qué tan intensa podía llegar a ser? ¿Qué tanto se le dificultaría el regreso, no sólo durante su curso, sino una vez que hubiera amainado? No tenía aún la experiencia directa de una tormenta en Jasperia, pero había oído cosas sobre ellas. La gente siempre exageraba, cierto, pero aún así. Ni siquiera había visto por el camino algo que pudiera servir como refugio adecuado; la frondosidad de los árboles podía proteger de la lluvia, pero si había rayos…
Absorta en sus preocupaciones, sacó sus propias provisiones, pan, queso y algo de fruta, y las puso sobre el improvisado mantel que había dispuesto Beck; una muestra de verdadera confianza por su parte hubiera sido soñar para ambos un suculento almuerzo espléndidamente servido.
Mientras disponían el frugal almuerzo, su circunstancial acompañante decidió contestar su pregunta acerca del peligro que podía haber al norte. No le sorprendió que no supiera de los elfos, claramente era aún más forastero que ella en esas tierras, pero la frase “galera pirata” provocó que se lo quedara mirando con los ojos muy abiertos sin notar, no corresponder a su muda invitación a probar la cecina. A medida que él hablaba, su cuerpo se iba tensando y sus ojos se iban oscureciendo. No tuvo ninguna duda acerca de la verdad de lo que estaba escuchando; su relato correspondía con lo que había observado, ya había pensado ella que parecía haber caído de algún barco y, además, ¿quién se iba a acusar falsamente de haber formado parte de la tripulación de un barco pirata? La breve mirada impregnada de arrepentimiento que él le dedicó logró conmoverla, aunque sin disminuir su tensión.
Sin embargo, no tuvo tiempo de reflexionar acerca de lo escuchado ni mucho menos de hacer comentarios o preguntas. Desde algún punto del bosque, al norte del lugar donde ellos se encontraban, por sobre el sonido del viento y de las olas, cada vez más intenso, se oyó un bronco y desafinado coro de voces masculinas cantando una conocida canción pirata.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
La cecina estaba asquerosa. No sólo era de mala calidad y llevaba ya demasiado tiempo en su mochila, sino que encima se había mojado y ahora tenía una textura algo pegajosa y casi aceitosa por dentro y áspera pero húmeda por fuera. Pero era lo que tenía, así que tampoco le dio muchas vueltas. Escrutaba el rostro de la muchacha en espera de una pregunta o una contestación que no llegaría, porque en su lugar llegó el canto de un grupo de roncas voces que cantaban:
"Surcabas los mares con mucho valor,
dabas al enemigo mandobles
y a los amigos tragos dobles de ron"
y la canción continuó de manera semejante aunque se oía entrecortada por el viento y los pájaros que al comenzar la canción decidieron huir aterrorizados, piando todos al unísono en toda la zona. Durante un instante, Beck se maravilló de su propia imaginación, pues creyó que era un truco de su mente, algo que había inventado como una falsa memoria, pero solo fue una décima de segundo, pues acto seguido se puso en pie de un brinco, sorprendido, y mirando a la muchacha dijo:
- ¡Son ellos, larguémonos!- durante un instante Beck se maravilló de la coincidencia, ¡unos piratas allí justo! Pero apartó la idea de su cabeza, pues no eran unos piratas, para él debían ser "sus piratas". Pasando al lado de la sorprendida Lisandot de tres largos brincos llegó junto a la hoja curva de su falcata y la cogió, tras lo que se la colgó del cinturón, pues carecía de vaina. Acto seguido, el entrecano hombre se dio la vuelta y miró a los ojos de la chica que le había ayudado, esperanzado.- Conoces la isla, ¿a donde vamos?- El pobre hombre seguía creyendo que Lisandot era lugareña. Mientras esperaba su respuesta, miró su mochila con intensidad, decidiendo si podría dejarla atrás para ir más rápido, pero decidió que no era oportuno, pues con la vegetación, los piratas quizás tardarían en llegar y tendrían tiempo de marcharse. Además, si encontraban su mochila abandonada quizás estaría en un lío, si veían su rastro lo estaría a buen seguro. De momento, no los habían visto, y era obvio que se sentían seguros, pues iban cantando casi a voz en grito, pensó Beck mientras comenzaba a acercarse a su mochila para echársela a la espalda. Mejor no dejar pistas de que habían estado allí.
Claro que, si los veían Beck no sabía si podrían escapar. Sus piernas y su cuerpo estaban bastante débiles, y la chica, Lisandot, aunque bastante avispada, no tenía pinta de ser lo suficientemente ágil como para escapar de una docena de piratas. Era no mejor pensar en eso, se dijo a sí mismo. En caso de estar desesperados... bueno, siempre podrían internarse en el bosque para darles esquinazo a sus temibles perseguidores. Aunque era posible que se perdiesen en las tierras de los hostiles elfos de la isla. Beck no sabía qué prefería. Sí, mejor no pensar en ello aún.
"Surcabas los mares con mucho valor,
dabas al enemigo mandobles
y a los amigos tragos dobles de ron"
y la canción continuó de manera semejante aunque se oía entrecortada por el viento y los pájaros que al comenzar la canción decidieron huir aterrorizados, piando todos al unísono en toda la zona. Durante un instante, Beck se maravilló de su propia imaginación, pues creyó que era un truco de su mente, algo que había inventado como una falsa memoria, pero solo fue una décima de segundo, pues acto seguido se puso en pie de un brinco, sorprendido, y mirando a la muchacha dijo:
- ¡Son ellos, larguémonos!- durante un instante Beck se maravilló de la coincidencia, ¡unos piratas allí justo! Pero apartó la idea de su cabeza, pues no eran unos piratas, para él debían ser "sus piratas". Pasando al lado de la sorprendida Lisandot de tres largos brincos llegó junto a la hoja curva de su falcata y la cogió, tras lo que se la colgó del cinturón, pues carecía de vaina. Acto seguido, el entrecano hombre se dio la vuelta y miró a los ojos de la chica que le había ayudado, esperanzado.- Conoces la isla, ¿a donde vamos?- El pobre hombre seguía creyendo que Lisandot era lugareña. Mientras esperaba su respuesta, miró su mochila con intensidad, decidiendo si podría dejarla atrás para ir más rápido, pero decidió que no era oportuno, pues con la vegetación, los piratas quizás tardarían en llegar y tendrían tiempo de marcharse. Además, si encontraban su mochila abandonada quizás estaría en un lío, si veían su rastro lo estaría a buen seguro. De momento, no los habían visto, y era obvio que se sentían seguros, pues iban cantando casi a voz en grito, pensó Beck mientras comenzaba a acercarse a su mochila para echársela a la espalda. Mejor no dejar pistas de que habían estado allí.
Claro que, si los veían Beck no sabía si podrían escapar. Sus piernas y su cuerpo estaban bastante débiles, y la chica, Lisandot, aunque bastante avispada, no tenía pinta de ser lo suficientemente ágil como para escapar de una docena de piratas. Era no mejor pensar en eso, se dijo a sí mismo. En caso de estar desesperados... bueno, siempre podrían internarse en el bosque para darles esquinazo a sus temibles perseguidores. Aunque era posible que se perdiesen en las tierras de los hostiles elfos de la isla. Beck no sabía qué prefería. Sí, mejor no pensar en ello aún.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Si en alguna parte de su mente había quedado la más mínima duda acerca de la historia de Beck, esta desapareció como por ensalmo ante las disonantes notas de la canción que llegó a sus oídos ¡Eran piratas!
Contrariamente a lo que sucedió con el hombre, la sorpresa y el susto la inmovilizaron en primera instancia, haciéndola permanecer por largos instantes cual mosca atrapada en la tela de una araña. ¡Piratas ahí, casi encima! Su mente viajó velozmente atrás en el tiempo. Entre todos los horrores de Cascadas jamás se había enfrentado al de los piratas pero sí lo había hecho muchos años antes, en otro lugar, una pequeña y próspera población costera. Recordaba el saqueo, los incendios, los hombres asesinados, las mujeres violadas, los niños y niñas secuestrados para ser vendidos como esclavos, la huída desesperada en medio del caos. Sabía que había piratas en Jasperia, pero los suponía lejos, no había imaginado que hicieran incursiones en el Triskel y ahora estaban ahí… estaban ahí… amenazándola…
Más pálida aún de lo que era habitualmente, lo que era mucho decir, con los ojos ya de color azabache y temblando violentamente, miró a Beck como si no comprendiera lo que éste decía.
- Yo no… yo no… conozco la isla… - balbuceó al cabo – Soy forastera aquí… igual que…
Se interrumpió, mirando a Beck con espanto. Las voces que se acercaban con su estrepitoso canto la aterrorizaban, impidiéndole pensar con claridad. ¿Y si todo era una trampa? ¿Y si él no era un desertor como decía? ¿Y si estaba en connivencia con ellos para atraparla a ella o a cualquier otra desventurada criatura con la que llegaran a cruzarse? La poca lógica de que los piratas usarán un ardid tan rebuscado teniendo a su haber la fuerza para obtener lo que querían, no hizo mella en su imaginación desbocada por el pánico. Había desconfiado de él desde el momento en que se encontraron, lo había ayudado pese a esa desconfianza y ahora, el terror que le provocaba la cercanía de los piratas incluyó también a Beck.
Salió de su parálisis de pronto, como si algo hubiera explotado en ella ¡Tenía que huir! Sin previo aviso, dando un grito, se incorporó de golpe y echó a correr ciegamente. Huía despavorida, de los piratas y también de Beck.
Contrariamente a lo que sucedió con el hombre, la sorpresa y el susto la inmovilizaron en primera instancia, haciéndola permanecer por largos instantes cual mosca atrapada en la tela de una araña. ¡Piratas ahí, casi encima! Su mente viajó velozmente atrás en el tiempo. Entre todos los horrores de Cascadas jamás se había enfrentado al de los piratas pero sí lo había hecho muchos años antes, en otro lugar, una pequeña y próspera población costera. Recordaba el saqueo, los incendios, los hombres asesinados, las mujeres violadas, los niños y niñas secuestrados para ser vendidos como esclavos, la huída desesperada en medio del caos. Sabía que había piratas en Jasperia, pero los suponía lejos, no había imaginado que hicieran incursiones en el Triskel y ahora estaban ahí… estaban ahí… amenazándola…
Más pálida aún de lo que era habitualmente, lo que era mucho decir, con los ojos ya de color azabache y temblando violentamente, miró a Beck como si no comprendiera lo que éste decía.
- Yo no… yo no… conozco la isla… - balbuceó al cabo – Soy forastera aquí… igual que…
Se interrumpió, mirando a Beck con espanto. Las voces que se acercaban con su estrepitoso canto la aterrorizaban, impidiéndole pensar con claridad. ¿Y si todo era una trampa? ¿Y si él no era un desertor como decía? ¿Y si estaba en connivencia con ellos para atraparla a ella o a cualquier otra desventurada criatura con la que llegaran a cruzarse? La poca lógica de que los piratas usarán un ardid tan rebuscado teniendo a su haber la fuerza para obtener lo que querían, no hizo mella en su imaginación desbocada por el pánico. Había desconfiado de él desde el momento en que se encontraron, lo había ayudado pese a esa desconfianza y ahora, el terror que le provocaba la cercanía de los piratas incluyó también a Beck.
Salió de su parálisis de pronto, como si algo hubiera explotado en ella ¡Tenía que huir! Sin previo aviso, dando un grito, se incorporó de golpe y echó a correr ciegamente. Huía despavorida, de los piratas y también de Beck.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
-Yo no… yo no… conozco la isla. Soy forastera aquí… igual que…- la pobre muchacha casi tartamudeaba, algo perfectamente normal, dados los horrores que un grupo de piratas podrían cometer sobre ella, sin embargo, Beck había huido tantas veces que aunque no podía negar que estaba asustado, su cerebro era capaz de repetir todo lo que había aprendido a base de escapes, fugas y el miedo permanente en su vida. Acababa de terminar de echarse la mochila al hombro y miraba a la chica cuando de repente algo maravilloso y a la vez increíble sucedió: ¡Sus ojos cambiaron de color mientras él los miraba fijamente! Se convirtieron en una décima de segundo en pozos oscuros. Beck abrió más los ojos por la sorpresa, y quizás habría hecho algún comentario si la chica no se hubiese levantado repentinamente, con el terror emanando de su grácil cuerpo y, antes de que Beck tuviese tiempo de sugerirle que debían ser sigilosos salió corriendo mientras soltaba un sonoro grito. Él no tuvo dificultad en entenderlo, pues había reaccionado de formas igualmente estúpidas en el pasado, pero sabía que solo la agilidad y la suerte le habían salvado en aquellas ocasiones, y solo después había aprendido que la habilidad y el autocontrol eran los únicos caminos que daban cierta seguridad.
El hombre se dio cuenta de algo mucho más preocupante: La canción había cesado, y eso significaba que habían oido el repentino ruido. Con suerte, no habrían escuchado el grito de la muchacha, gracias a su propio canto, con suficiente claridad como para darse cuenta de que solo era una joven, quizás, si pensaban que podría ser el ruido de una bestia autóctona se detendrían a escuchar unos segundos valiosos. Pero justo en ese momento oirían a Lisandot, pues era imposible (salvo quizás para un elfo con una vida longeva de práctica) correr por el bosque lleno de arbustos y matojos sin hacer ruido y, probablemente, entenderían que era un humano lo que hacía esos ruidos. Saldrían en su caza, ya fuese por miedo a que delatasen su ubicación o por simple diversión. El cada vez más asustado Beck se obligó a dominar el pánico y pensar friamente: Podría dejar a Lisandot, los hombres la perseguirían, pues hacía más ruido que un regimiento y él podría escapar inadvertidamente. Además, como no era de allí probablemente nadie la echaría de menos en unos días, como poco. Pero Wilhem Beck, por más obsesionado que estuviese por su supervivencia no era un hombre malvado y no podía dejar atrás a la muchacha que lo había ayudado mientras hubiese la posibilidad de salvarse ambos. Si creyese que la chica estaba perdida con seguridad, entonces correría y la dejaría a su suerte, pues no podría cambiar el funesto resultado y encima acabaría muerto o algo peor, pero Beck aún tenía esperanza. Esperanzas que depositaba en la suerte y en su habilidad para sacar a la amable Lisandot de aquel enorme embrollo.
Determinado a hacer lo que pudiese por su hermosa curandera, Beck pasó al lado de la tela que había desplegado con esperanzas de comer tranquilamente, pues ya no había necesidad de no dejar un rastro, pero entonces se le pasó algo por la cabeza, dio dos pasos atrás y la recogió con su contenido dentro (aunque un trozo de cecina y algo de la comida de Lisandot cayó al suelo), la ató con un nudo en lo alto, rápidamente y afinando el oido no pudo escuchar a los piratas. No sabía si eso era bueno o malo. Acto seguido comenzó a correr tras Lisandot, tan rápido como podía con sus debilitadas piernas. Solo 5 segundos después rebajó el ritmo a un trote ligero, su medallón metálico chocando rítmicamente contra su pecho con cada zancada, y aunque vio que Lisandot se alejaba cada vez más, supo que la chica no podría mantener ese ritmo eternamente, que se agotaría rápido porque se había dejado dominar por el pánico, y que eso era lo peor que podía pasarles. “Bueno, lo peor no, siempre podría tropezar con algo y romperse una pierna”, se le ocurrió a Beck que tragó saliva y rezó para sus adentros para que eso no sucediese. Miraba por encima del hombro a menudo, pero ese era un gesto muy habitual en el fugitivo.
El hombre se dio cuenta de algo mucho más preocupante: La canción había cesado, y eso significaba que habían oido el repentino ruido. Con suerte, no habrían escuchado el grito de la muchacha, gracias a su propio canto, con suficiente claridad como para darse cuenta de que solo era una joven, quizás, si pensaban que podría ser el ruido de una bestia autóctona se detendrían a escuchar unos segundos valiosos. Pero justo en ese momento oirían a Lisandot, pues era imposible (salvo quizás para un elfo con una vida longeva de práctica) correr por el bosque lleno de arbustos y matojos sin hacer ruido y, probablemente, entenderían que era un humano lo que hacía esos ruidos. Saldrían en su caza, ya fuese por miedo a que delatasen su ubicación o por simple diversión. El cada vez más asustado Beck se obligó a dominar el pánico y pensar friamente: Podría dejar a Lisandot, los hombres la perseguirían, pues hacía más ruido que un regimiento y él podría escapar inadvertidamente. Además, como no era de allí probablemente nadie la echaría de menos en unos días, como poco. Pero Wilhem Beck, por más obsesionado que estuviese por su supervivencia no era un hombre malvado y no podía dejar atrás a la muchacha que lo había ayudado mientras hubiese la posibilidad de salvarse ambos. Si creyese que la chica estaba perdida con seguridad, entonces correría y la dejaría a su suerte, pues no podría cambiar el funesto resultado y encima acabaría muerto o algo peor, pero Beck aún tenía esperanza. Esperanzas que depositaba en la suerte y en su habilidad para sacar a la amable Lisandot de aquel enorme embrollo.
Determinado a hacer lo que pudiese por su hermosa curandera, Beck pasó al lado de la tela que había desplegado con esperanzas de comer tranquilamente, pues ya no había necesidad de no dejar un rastro, pero entonces se le pasó algo por la cabeza, dio dos pasos atrás y la recogió con su contenido dentro (aunque un trozo de cecina y algo de la comida de Lisandot cayó al suelo), la ató con un nudo en lo alto, rápidamente y afinando el oido no pudo escuchar a los piratas. No sabía si eso era bueno o malo. Acto seguido comenzó a correr tras Lisandot, tan rápido como podía con sus debilitadas piernas. Solo 5 segundos después rebajó el ritmo a un trote ligero, su medallón metálico chocando rítmicamente contra su pecho con cada zancada, y aunque vio que Lisandot se alejaba cada vez más, supo que la chica no podría mantener ese ritmo eternamente, que se agotaría rápido porque se había dejado dominar por el pánico, y que eso era lo peor que podía pasarles. “Bueno, lo peor no, siempre podría tropezar con algo y romperse una pierna”, se le ocurrió a Beck que tragó saliva y rezó para sus adentros para que eso no sucediese. Miraba por encima del hombro a menudo, pero ese era un gesto muy habitual en el fugitivo.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
En su vida cotidiana solía ser una persona serena y controlada. Aunque se asustaba con facilidad, lograba dominar su miedo y conservar su claridad de pensamiento en la inmensa mayoría de las ocasiones. Pero su vida en Cascadas había exigido demasiado de su autodominio y lo había minado considerablemente, especialmente el horror vivido en la noche de la Luna Roja. Algo se había roto en su espíritu aquella noche, algo que no había logrado recomponerse en el poco tiempo que llevaba en Jasperia y que la había dejado más frágil y vulnerable que nunca.
El terror se había apoderado de ella de tal forma que ni siquiera había notado que el canto de los piratas había cesado. En sus oídos resonaba todavía, cada vez más cerca, exacerbando su miedo, haciéndola correr aún más rápido, sin mirar ni a izquierda ni a derecha, sin volver la vista atrás, casi sin ver lo que había delante suyo. Corría hacia el sur, la dirección por la que había venido, pero en lugar de mantenerse pegada a la linde del bosque, como había hecho entonces, avanzaba, sin darse cuenta, en forma diagonal, adentrándose en él.
Conforme avanzaba, el bosque se tornaba cada vez más espeso y su desplazamiento se hacía cada vez más difícil. Ya casi no se podían distinguir senderos entre los árboles y arbustos y le resultaba difícil conservar el equilibrio en el suelo cubierto de hojas, ramas caídas y raíces sobresalientes, en el cual ora resbalaba, ora tropezaba, tambaleándose peligrosamente, pero sin llegar a caer.
Con todo, seguía corriendo tan rápido como podía – lo que era cada vez menos debido tanto al cansancio como a los obstáculos del camino – con el corazón golpeando violentamente contra sus costillas y respirando cada vez más afanosamente, indiferente a las ramas que golpeaban su cuerpo y arañaban su piel, con un único pensamiento fijo en su mente: huir. Mientras, el cielo se había encapotado por completo y el viento soplaba en ráfagas furiosas, haciendo volar su túnica y su larga trenza.
Al entrar en un angosto sendero, su volante trenza se enredó en un arbusto espinoso y su frenética carrera se vio interrumpida de golpe. De haber ido tan rápido como al principio, el tirón le hubiera roto el cuello, pero como su velocidad se había reducido notablemente, lo que experimentó fue un repentino dolor y un tremendo sobresalto.
Durante un eterno segundo, creyó que alguien la había atrapado por el cabello y el pánico la paralizó. Se quedó inmóvil, como una estatua, hasta un que destello de lucidez iluminó su mente, haciéndole comprender lo que realmente había sucedido y permitiéndole reaccionar. Temblando debido al cansancio y la tensión, sacó unas tijeras de su bolso y, sin vacilar, cortó su trenza justo bajo los hombros.
Ya libre, reanudó su huída, pero no fue demasiado lejos. El esfuerzo de la carrera y el shock de sentirse atrapada habían acabado con sus fuerzas. A poco andar, sus piernas fallaron y se desplomó sobre el suelo con un lamento. Incapaz de volver a levantarse, permaneció tendida, sollozando débilmente. Ahora sí oía lo que pasaba alrededor y por sobre el ruido del, escuchó la bronca voz de un hombre dando instrucciones.
- Está delante nuestro. Desplegaos, a ver si le atrapamos antes de que empiece a llover.
El terror se había apoderado de ella de tal forma que ni siquiera había notado que el canto de los piratas había cesado. En sus oídos resonaba todavía, cada vez más cerca, exacerbando su miedo, haciéndola correr aún más rápido, sin mirar ni a izquierda ni a derecha, sin volver la vista atrás, casi sin ver lo que había delante suyo. Corría hacia el sur, la dirección por la que había venido, pero en lugar de mantenerse pegada a la linde del bosque, como había hecho entonces, avanzaba, sin darse cuenta, en forma diagonal, adentrándose en él.
Conforme avanzaba, el bosque se tornaba cada vez más espeso y su desplazamiento se hacía cada vez más difícil. Ya casi no se podían distinguir senderos entre los árboles y arbustos y le resultaba difícil conservar el equilibrio en el suelo cubierto de hojas, ramas caídas y raíces sobresalientes, en el cual ora resbalaba, ora tropezaba, tambaleándose peligrosamente, pero sin llegar a caer.
Con todo, seguía corriendo tan rápido como podía – lo que era cada vez menos debido tanto al cansancio como a los obstáculos del camino – con el corazón golpeando violentamente contra sus costillas y respirando cada vez más afanosamente, indiferente a las ramas que golpeaban su cuerpo y arañaban su piel, con un único pensamiento fijo en su mente: huir. Mientras, el cielo se había encapotado por completo y el viento soplaba en ráfagas furiosas, haciendo volar su túnica y su larga trenza.
Al entrar en un angosto sendero, su volante trenza se enredó en un arbusto espinoso y su frenética carrera se vio interrumpida de golpe. De haber ido tan rápido como al principio, el tirón le hubiera roto el cuello, pero como su velocidad se había reducido notablemente, lo que experimentó fue un repentino dolor y un tremendo sobresalto.
Durante un eterno segundo, creyó que alguien la había atrapado por el cabello y el pánico la paralizó. Se quedó inmóvil, como una estatua, hasta un que destello de lucidez iluminó su mente, haciéndole comprender lo que realmente había sucedido y permitiéndole reaccionar. Temblando debido al cansancio y la tensión, sacó unas tijeras de su bolso y, sin vacilar, cortó su trenza justo bajo los hombros.
Ya libre, reanudó su huída, pero no fue demasiado lejos. El esfuerzo de la carrera y el shock de sentirse atrapada habían acabado con sus fuerzas. A poco andar, sus piernas fallaron y se desplomó sobre el suelo con un lamento. Incapaz de volver a levantarse, permaneció tendida, sollozando débilmente. Ahora sí oía lo que pasaba alrededor y por sobre el ruido del, escuchó la bronca voz de un hombre dando instrucciones.
- Está delante nuestro. Desplegaos, a ver si le atrapamos antes de que empiece a llover.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Beck estaba cansado, pero la diferencia entre la chica y él era que no se había agotado con la carrera aún. Había mantenido un ritmo constante, aunque a veces las rodillas amenazaban con fallarle y se daba cuenta de que era más que probable que al final no consiguiese arreglar nada. Pero ya era tarde para cambiar el rumbo de lo decidido. Era cada vez más consciente de que los piratas le estaban alcanzando, pues era muy fácil seguir el trastro de la chica, que había ido partiendo las ramas con las que se chocaba por doquier. En un punto, había resbalado y casi caído, y Beck, que debería haber estado más atento, al agacharse para determinar si se había hecho alguna herida y si había sangre, que por fortuna no era así; se escurrió y se cayó de bruces. Otro hombre habría intentado parar la caída con las manos y probablemente se habría hecho bastante daño, pero él se dejó caer sobre el hombro derecho, para dar una voltereta que le llevaría a estar de pie. Sin embargo, aunque tuvo éxito, se rozó con una rama justo debajo del ojo, y se hizo una fea herida, pero nada profunda. No se hizo mucho daño por lo demás gracias a la capa de hojas, pero bien que se clavó algunas piedras en la espalda. Incapaz de detenerse ahora, creyendo que quizás alcanzaría a Lisandot enseguida, hizo caso omiso del escozor en su cuenca ocular y siguió avanzando, retomando el trote.
Le asombraba cuanto había corrido la chica, pues lo había hecho bien y al internarse en el bosque habría dificultado la búsqueda de no ser por que había sido descuidada. Pero Beck sabía qué hacer para darse tiempo. “Vamos, vamos, vamos” se susurró a si mismo, aunando nuevas fuerzas, e iba a salirse del rastro de Lisandot, cuando vio algo por el rabillo que le llamó la atención. La luz se reflejaba en algo plateado, entre las ramas a la altura de su cabeza, algo más adelante. Extrañado, corrió hacia lo que le había llamado la atención y se sorprendió al ver qué era: La trenza del hermoso cabello de la chica. Le había llegado casi a la mitad de la espalda, y ahora estaba entre las ramas de aquel árbol. No le hizo falta más de un segundo para ver que había un corte limpio, como hecho por un cuchillo muy afilado, y supuso que se había enganchado entre las ramas apiñadas y había tenido que soltarse. “Esta chica los tiene bien puestos", se dijo mientras cogía la trenza entre los dedos, apreciando su tacto, que tenía algo de peculiar que no sabía identificar, un segundo antes de arrancarla de un tirón.
Entonces, escuchó un ruido de uno de los perseguidores detrás suya y recordó el poco tiempo que le quedaba. Rápidamente, ocultó como pudo el rastro que había dejado Lisandot en aquel sitio, eliminando unas pisadas suyas y salió corriendo hacia la izquierda, con despreocupación, dejando un rastro voluntariamente fuerte y haciendo mucho ruido. Pero Beck no pensaba en un sacrificio personal, en atraer la persecución hacia sí, ese no era su estilo, desde luego: preparaba un engaño. A los pocos metros, dejó caer un trozo de cecina que había recuperado y aún avanzó medio centenar de metros, haciéndose pequeñas heridas en la cara y las manos por la prisa y la brutalidad con la que apartaba la vegetación en su camino mientras cruzaba la zona más densa que había podido encontrar, con lo que pretendía dificultar la marcha pirata cuando le siguiesen. Justo en ese momento, una voz extrañamente familiar dio una orden bastante cerca:
- Está delante nuestro. Desplegaos, a ver si le atrapamos antes de que empiece a llover.- el tono era grave y la voz cargada de poder. Era la voz de un jefe de tribu, de alguien que sabe que la desobediencia a sus órdenes es la muerte.
“Mierda, los tengo encima” se susurró mientras se daba cuenta de que podía haber hecho un sacrificio por la chica y acabar muerto. Se maldijo tres veces seguidas, en tres lenguas diferentes. Pero ya había pasado la parte más densa del bosque, y eso les detendría un poco. Enganchó su pañuelo, el que había usado para intentar comer con Lisandot, en una rama, mientras seguía corriendo, cada vez más agotado, pero haciendo el máximo esfuerzo. Sabía que se agotaría muy muy pronto con aquel brutal ritmo, pero si todo salía bien, pronto podría dejar de correr. Echó un vistazo alrededor y se alegró al ver a la izquierda que la pendiente ascendía, hacia un promontorio rocoso. En apenas dos minutos, lo alcanzó, y entonces sacó su último señuelo: la trenza de la mismísima Lisandot. De nuevo, apreció el suavísimo y peculiar tacto, y finalmente, tomando una decisión no muy razonable, siguiendo simplemente un pronto, volvió a guardar la trenza y en su lugar se rasgó la manga y dejó el trozo allí, a la vista. Tras eso, se metió entre las rocas, fingiendo inicialmente seguir un curso recto. Pero en las rocas apenas se dejaban huellas, y Beck sabía bien no dejar marcas en la vegetación, así que en cuanto subió una pizca, torció hacia la izquierda y comenzó a andar despacio y tranquilamente, recuperando el aliento, casi en cuclillas (a pesar de que su instinto animal le seguía exigiendo que corriese), sin dejar rastro alguno para un ojo no experto, de manera que podría hacer una semicircunferencia y volver, alejándose de por donde los piratas dejarían atrás el rastro de Lisandot.
Entonces, pudo escuchar a lo lejos el grito del hombre que había encontrado su pañuelo. “¡Por aquí! Se ha metido entre estas densas plantas, el maldito”.Estas palabras hicieron sonreír a Beck por su éxito, de momento, mientras se arrastraba de vuelta hacia donde calculaba que Lisandot debía de estar. Solo esperaba que ella no corriese por error en dirección a los piratas. También deseaba que se hubiese detenido, pues de lo contrario la podrían oir y sería su fin. Se movió sigilosamente, invisible para los piratas acostumbrados a la alta mar gracias a la distancia, la espesura y su habilidad, y entonces vio aparecer al primer pirata por donde él había pasado. Beck se sorprendió de modo mayúsculo, abriendo los ojos como platos, y se dio cuenta de que al fin había pasado: Había perdido la cordura del todo, porque aquél hombre era una clara representación de Magot, vestido de pirata, un delgado hombre de nariz aguileña y carácter mezquino al que había matado y al que siempre utilizaba cuando se inventaba a maleantes, para darse más transfondo a la hora de interpretar su papel.
Aterrorizado, se quedó mirándolo pasar, y finalmente se dijo que era una pura casualidad, un parecido razonable, una mala jugada de su subconsciente. La parte pragmática de su mente, que era la mayoritaria, le dijo que daba igual, que era mejor ignorar aquello y salvar a la chica. Poco a poco, volvió y a penas habían pasado quince minutos del momento en el que había comenzado a correr como un loco dejando un rastro falso, cuando volvió a estar ante el verdadero rastro de Lisandot, y se continuó acercando, temiendo que la chica chillase al verle, o que se hubiese marchado en dirección a la izquierda, lo cual no era probable, porque debía de haber escuchado como los piratas se alejaban. Como mucho, se habría alejado a la derecha, pero podría alcanzarla. Tenía que hacerlo porque estaba agotado, y además, solo el primer engaño solía funcionar bien. Había ganado tiempo, solo eso, estaba agotado, magullado, toda su cara y manos arañadas por las ramas y, lo que era peor, se le agotaban los trucos.
-------------------------
FDI: Perdona el post tan largo, pero tenía muchísimas ganas de escribir. Acabo de venir de aprobar un examen y estoy pletórico ^.^
Le asombraba cuanto había corrido la chica, pues lo había hecho bien y al internarse en el bosque habría dificultado la búsqueda de no ser por que había sido descuidada. Pero Beck sabía qué hacer para darse tiempo. “Vamos, vamos, vamos” se susurró a si mismo, aunando nuevas fuerzas, e iba a salirse del rastro de Lisandot, cuando vio algo por el rabillo que le llamó la atención. La luz se reflejaba en algo plateado, entre las ramas a la altura de su cabeza, algo más adelante. Extrañado, corrió hacia lo que le había llamado la atención y se sorprendió al ver qué era: La trenza del hermoso cabello de la chica. Le había llegado casi a la mitad de la espalda, y ahora estaba entre las ramas de aquel árbol. No le hizo falta más de un segundo para ver que había un corte limpio, como hecho por un cuchillo muy afilado, y supuso que se había enganchado entre las ramas apiñadas y había tenido que soltarse. “Esta chica los tiene bien puestos", se dijo mientras cogía la trenza entre los dedos, apreciando su tacto, que tenía algo de peculiar que no sabía identificar, un segundo antes de arrancarla de un tirón.
Entonces, escuchó un ruido de uno de los perseguidores detrás suya y recordó el poco tiempo que le quedaba. Rápidamente, ocultó como pudo el rastro que había dejado Lisandot en aquel sitio, eliminando unas pisadas suyas y salió corriendo hacia la izquierda, con despreocupación, dejando un rastro voluntariamente fuerte y haciendo mucho ruido. Pero Beck no pensaba en un sacrificio personal, en atraer la persecución hacia sí, ese no era su estilo, desde luego: preparaba un engaño. A los pocos metros, dejó caer un trozo de cecina que había recuperado y aún avanzó medio centenar de metros, haciéndose pequeñas heridas en la cara y las manos por la prisa y la brutalidad con la que apartaba la vegetación en su camino mientras cruzaba la zona más densa que había podido encontrar, con lo que pretendía dificultar la marcha pirata cuando le siguiesen. Justo en ese momento, una voz extrañamente familiar dio una orden bastante cerca:
- Está delante nuestro. Desplegaos, a ver si le atrapamos antes de que empiece a llover.- el tono era grave y la voz cargada de poder. Era la voz de un jefe de tribu, de alguien que sabe que la desobediencia a sus órdenes es la muerte.
“Mierda, los tengo encima” se susurró mientras se daba cuenta de que podía haber hecho un sacrificio por la chica y acabar muerto. Se maldijo tres veces seguidas, en tres lenguas diferentes. Pero ya había pasado la parte más densa del bosque, y eso les detendría un poco. Enganchó su pañuelo, el que había usado para intentar comer con Lisandot, en una rama, mientras seguía corriendo, cada vez más agotado, pero haciendo el máximo esfuerzo. Sabía que se agotaría muy muy pronto con aquel brutal ritmo, pero si todo salía bien, pronto podría dejar de correr. Echó un vistazo alrededor y se alegró al ver a la izquierda que la pendiente ascendía, hacia un promontorio rocoso. En apenas dos minutos, lo alcanzó, y entonces sacó su último señuelo: la trenza de la mismísima Lisandot. De nuevo, apreció el suavísimo y peculiar tacto, y finalmente, tomando una decisión no muy razonable, siguiendo simplemente un pronto, volvió a guardar la trenza y en su lugar se rasgó la manga y dejó el trozo allí, a la vista. Tras eso, se metió entre las rocas, fingiendo inicialmente seguir un curso recto. Pero en las rocas apenas se dejaban huellas, y Beck sabía bien no dejar marcas en la vegetación, así que en cuanto subió una pizca, torció hacia la izquierda y comenzó a andar despacio y tranquilamente, recuperando el aliento, casi en cuclillas (a pesar de que su instinto animal le seguía exigiendo que corriese), sin dejar rastro alguno para un ojo no experto, de manera que podría hacer una semicircunferencia y volver, alejándose de por donde los piratas dejarían atrás el rastro de Lisandot.
Entonces, pudo escuchar a lo lejos el grito del hombre que había encontrado su pañuelo. “¡Por aquí! Se ha metido entre estas densas plantas, el maldito”.Estas palabras hicieron sonreír a Beck por su éxito, de momento, mientras se arrastraba de vuelta hacia donde calculaba que Lisandot debía de estar. Solo esperaba que ella no corriese por error en dirección a los piratas. También deseaba que se hubiese detenido, pues de lo contrario la podrían oir y sería su fin. Se movió sigilosamente, invisible para los piratas acostumbrados a la alta mar gracias a la distancia, la espesura y su habilidad, y entonces vio aparecer al primer pirata por donde él había pasado. Beck se sorprendió de modo mayúsculo, abriendo los ojos como platos, y se dio cuenta de que al fin había pasado: Había perdido la cordura del todo, porque aquél hombre era una clara representación de Magot, vestido de pirata, un delgado hombre de nariz aguileña y carácter mezquino al que había matado y al que siempre utilizaba cuando se inventaba a maleantes, para darse más transfondo a la hora de interpretar su papel.
Aterrorizado, se quedó mirándolo pasar, y finalmente se dijo que era una pura casualidad, un parecido razonable, una mala jugada de su subconsciente. La parte pragmática de su mente, que era la mayoritaria, le dijo que daba igual, que era mejor ignorar aquello y salvar a la chica. Poco a poco, volvió y a penas habían pasado quince minutos del momento en el que había comenzado a correr como un loco dejando un rastro falso, cuando volvió a estar ante el verdadero rastro de Lisandot, y se continuó acercando, temiendo que la chica chillase al verle, o que se hubiese marchado en dirección a la izquierda, lo cual no era probable, porque debía de haber escuchado como los piratas se alejaban. Como mucho, se habría alejado a la derecha, pero podría alcanzarla. Tenía que hacerlo porque estaba agotado, y además, solo el primer engaño solía funcionar bien. Había ganado tiempo, solo eso, estaba agotado, magullado, toda su cara y manos arañadas por las ramas y, lo que era peor, se le agotaban los trucos.
-------------------------
FDI: Perdona el post tan largo, pero tenía muchísimas ganas de escribir. Acabo de venir de aprobar un examen y estoy pletórico ^.^
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
(FDI: No te preocupes, es un excelente motivo para esxribir mucho. Además, el post está muy bueno)
Aquel grito tuvo por virtud silenciarla por completo. ¡Los piratas se acercaban y ella ya no podía seguir huyendo! Instintivamente, se hizo un ovillo en el suelo, en un fútil intento por ocultarse y se quedó ahí, temblando violentamente, en el paroxismo del terror, al borde del colapso.
No colapsó, sin embargo. No tenía características de combatiente y no tenía gran fortaleza física pero, pese a ello, era una sobreviviente. Cuando su miedo hubo alcanzado el límite máximo y ya no pudo seguir aumentando, algo se despertó en ella, una fuerza latente, una acendrada voluntad de sobrevivir. No era que el temor se hubiera desvanecido, en absoluto; era más bien como si hubiera quedado en un segundo plano, permitiéndole a su mente recobrar su claridad.
Fue consciente de que, por alguna razón, los piratas se habían alejado en lugar de acercarse a ella. Claro que eso no significaba que estuviera a salvo, era sólo una tregua. Una tregua que debía aprovechar lo mejor posible y lo primero que debía hacer era encontrar un escondite mejor que estar hecha un ovillo en el piso; necesitaba tiempo para recuperar fuerzas y pensar en lo que iba a hacer.
Penosamente, se incorporó hasta quedar sentada y miró alrededor. No había allí nada ni remotamente parecido a una caverna en la cual refugiarse, sólo árboles y arbustos por doquier. Ocultarse entre los matorrales era en ese momento la mejor alternativa. Todavía sin fuerzas para levantarse, avanzó a gatas hasta los que quedaban más cercanos y se arrastró hasta meterse en medio de ellos.
Jadeante por el esfuerzo realizado, se sentó abrazándose las rodillas, procurando ocupar el menor espacio posible para que nadie la notara. El viento soplaba con fuerza agitando el ramaje de los arbustos, que la golpeaba, al igual que su cabello, ahora corto y suelto. Su cabello podía delatarla, era fácilmente visible desde lejos, tenía que cubrirlo. “¿Qué dirá Akira cuando me vea sin la trenza? ¿Le seguiré gustando?”, pensó incongruentemente mientras buscaba un pañuelo oscuro y envolvía su cabeza con él, pero fue un pensamiento fugaz, desterrado rápidamente de su mente por la urgencia de la situación.
Estar oculta entre los matorrales era mucho mejor que estar enrollada en el piso, pero no era un escondite perfecto. No podía mantener la posición en que estaba por mucho tiempo y si los piratas regresaban y revisaban minuciosamente el lugar, acabarían por encontrarla. Tenía que pensar en un escondite mejor, ya que no tenía ninguna posibilidad de seguir corriendo. Estaba demasiado cansado incluso para andar. Tenía que recuperar fuerzas, no podía seguir moviéndose a gatas por el bosque.
No podía permitirse un largo descanso para recobrar las energías perdidas y tampoco tenía comida. Era preciso que echara mano de sus conocimientos y los recursos médicos de los que disponía para ayudarse. En su morral sólo llevaba lo necesario para practicar los primeros auxilios, pero en el pequeño bolso de apariencia sencilla que colgaba de su cintura portaba un equipamiento médico completo. Además de diversos tipos de vendajes e instrumental quirúrgico llevaba una amplia variedad de ungüentos, cremas, emplastos, tinturas, polvos, pociones, bebedizos, jarabes y tónicos, para atender todo tipo de lesiones y enfermedades. Entre todos esos productos farmacéuticos, un cordial que una maestra elfa le había enseñado a preparar hacía muchos años atrás, destacaba por su propiedad de combatir el agotamiento y restaurar la vitalidad.
Con movimientos suaves, para no hacerse muy notoria, buscó la botella color ámbar que lo contenía, se la acercó a los labios y bebió un largo sorbo. Con los ojos cerrados, sintió como el verde líquido, de un sabor ligeramente ácido, se extendía por su cuerpo, comunicándole una grata sensación de calor y fuerza.
Por asociación de ideas, pensó en Beck. Él estaba débil y cansado y el cordial le hubiera sentado muy bien. ¿Dónde estaría? En un primer momento, dominada por el miedo, había pensado que estaba en connivencia con los piratas y había huido tanto de de él como de ellos. Pero ahora, con la cabeza más fría, las dudas se hacían presentes. Beck había visto la ruta que tomaba en su huída, eso era seguro. De haber sido cómplice de los piratas, no hubiera tardado en decírselos y ya la hubieran atrapado. ¿Y si el miedo la había hecho equivocarse? Él había dicho que había desertado de una galera pirata… ¿Y si era cierto? ¿Y si esos piratas venían en su busca para castigarle? Tembló de angustia y remordimiento. Había dejado a su suerte a un hombre debilitado y agotado, sin siquiera considerar si podía ayudarle en algo. ¡Qué cobarde era!
Pero no sacaba nada con recriminarse y lamentarse ahora. Tenía que pensar en un refugio donde ocultarse y terminar de recuperarse y luego buscaría a Beck y procuraría ayudarle. Si encontraba un lugar seguro, podría realizar un viaje astral y no tardaría en encontrarle y ya vería como socorrerlo si se encontraba en problemas. Pero, ¿Qué lugar lo bastante seguro podía encontrar cerca de ahí?
A nivel de suelo, nada; ya lo había comprobado. Si no era en el suelo, tendría que ser sobre él, en los árboles. Sí, eso era lo mejor. Difícilmente los piratas mirarían en las copas de los árboles, sobre todo si eran altos. Eso era lo que necesitaba, un árbol alto, corpulento y frondoso y no tardó en encontrarlo. Un magnífico roble de unos cuarenta metros de altura, a una docena de metros de donde ella estaba.
Aunque era ágil, era impensable subir al árbol agarrándose al tronco; iba a necesitar una escala de cuerdas, así que, procurando tranquilizarse tanto como fuera posible, cerró los ojos y la soñó. Pocos instantes después, una sólida escala de cuerdas, apareció firmemente atada a las ramas superiores del roble. Sin saber cuanto podía demorar en subir, estaba lejos de haberse recuperado del todo, se permitió soñarla algunos minutos, para asegurarse de que no desaparecería mientras subía.
Cuando estuvo satisfecha, se arrastró fuera de su escondite, se puso en pie algo tambaleante y se dirigió al árbol, comenzando a subir por la escala.
Aquel grito tuvo por virtud silenciarla por completo. ¡Los piratas se acercaban y ella ya no podía seguir huyendo! Instintivamente, se hizo un ovillo en el suelo, en un fútil intento por ocultarse y se quedó ahí, temblando violentamente, en el paroxismo del terror, al borde del colapso.
No colapsó, sin embargo. No tenía características de combatiente y no tenía gran fortaleza física pero, pese a ello, era una sobreviviente. Cuando su miedo hubo alcanzado el límite máximo y ya no pudo seguir aumentando, algo se despertó en ella, una fuerza latente, una acendrada voluntad de sobrevivir. No era que el temor se hubiera desvanecido, en absoluto; era más bien como si hubiera quedado en un segundo plano, permitiéndole a su mente recobrar su claridad.
Fue consciente de que, por alguna razón, los piratas se habían alejado en lugar de acercarse a ella. Claro que eso no significaba que estuviera a salvo, era sólo una tregua. Una tregua que debía aprovechar lo mejor posible y lo primero que debía hacer era encontrar un escondite mejor que estar hecha un ovillo en el piso; necesitaba tiempo para recuperar fuerzas y pensar en lo que iba a hacer.
Penosamente, se incorporó hasta quedar sentada y miró alrededor. No había allí nada ni remotamente parecido a una caverna en la cual refugiarse, sólo árboles y arbustos por doquier. Ocultarse entre los matorrales era en ese momento la mejor alternativa. Todavía sin fuerzas para levantarse, avanzó a gatas hasta los que quedaban más cercanos y se arrastró hasta meterse en medio de ellos.
Jadeante por el esfuerzo realizado, se sentó abrazándose las rodillas, procurando ocupar el menor espacio posible para que nadie la notara. El viento soplaba con fuerza agitando el ramaje de los arbustos, que la golpeaba, al igual que su cabello, ahora corto y suelto. Su cabello podía delatarla, era fácilmente visible desde lejos, tenía que cubrirlo. “¿Qué dirá Akira cuando me vea sin la trenza? ¿Le seguiré gustando?”, pensó incongruentemente mientras buscaba un pañuelo oscuro y envolvía su cabeza con él, pero fue un pensamiento fugaz, desterrado rápidamente de su mente por la urgencia de la situación.
Estar oculta entre los matorrales era mucho mejor que estar enrollada en el piso, pero no era un escondite perfecto. No podía mantener la posición en que estaba por mucho tiempo y si los piratas regresaban y revisaban minuciosamente el lugar, acabarían por encontrarla. Tenía que pensar en un escondite mejor, ya que no tenía ninguna posibilidad de seguir corriendo. Estaba demasiado cansado incluso para andar. Tenía que recuperar fuerzas, no podía seguir moviéndose a gatas por el bosque.
No podía permitirse un largo descanso para recobrar las energías perdidas y tampoco tenía comida. Era preciso que echara mano de sus conocimientos y los recursos médicos de los que disponía para ayudarse. En su morral sólo llevaba lo necesario para practicar los primeros auxilios, pero en el pequeño bolso de apariencia sencilla que colgaba de su cintura portaba un equipamiento médico completo. Además de diversos tipos de vendajes e instrumental quirúrgico llevaba una amplia variedad de ungüentos, cremas, emplastos, tinturas, polvos, pociones, bebedizos, jarabes y tónicos, para atender todo tipo de lesiones y enfermedades. Entre todos esos productos farmacéuticos, un cordial que una maestra elfa le había enseñado a preparar hacía muchos años atrás, destacaba por su propiedad de combatir el agotamiento y restaurar la vitalidad.
Con movimientos suaves, para no hacerse muy notoria, buscó la botella color ámbar que lo contenía, se la acercó a los labios y bebió un largo sorbo. Con los ojos cerrados, sintió como el verde líquido, de un sabor ligeramente ácido, se extendía por su cuerpo, comunicándole una grata sensación de calor y fuerza.
Por asociación de ideas, pensó en Beck. Él estaba débil y cansado y el cordial le hubiera sentado muy bien. ¿Dónde estaría? En un primer momento, dominada por el miedo, había pensado que estaba en connivencia con los piratas y había huido tanto de de él como de ellos. Pero ahora, con la cabeza más fría, las dudas se hacían presentes. Beck había visto la ruta que tomaba en su huída, eso era seguro. De haber sido cómplice de los piratas, no hubiera tardado en decírselos y ya la hubieran atrapado. ¿Y si el miedo la había hecho equivocarse? Él había dicho que había desertado de una galera pirata… ¿Y si era cierto? ¿Y si esos piratas venían en su busca para castigarle? Tembló de angustia y remordimiento. Había dejado a su suerte a un hombre debilitado y agotado, sin siquiera considerar si podía ayudarle en algo. ¡Qué cobarde era!
Pero no sacaba nada con recriminarse y lamentarse ahora. Tenía que pensar en un refugio donde ocultarse y terminar de recuperarse y luego buscaría a Beck y procuraría ayudarle. Si encontraba un lugar seguro, podría realizar un viaje astral y no tardaría en encontrarle y ya vería como socorrerlo si se encontraba en problemas. Pero, ¿Qué lugar lo bastante seguro podía encontrar cerca de ahí?
A nivel de suelo, nada; ya lo había comprobado. Si no era en el suelo, tendría que ser sobre él, en los árboles. Sí, eso era lo mejor. Difícilmente los piratas mirarían en las copas de los árboles, sobre todo si eran altos. Eso era lo que necesitaba, un árbol alto, corpulento y frondoso y no tardó en encontrarlo. Un magnífico roble de unos cuarenta metros de altura, a una docena de metros de donde ella estaba.
Aunque era ágil, era impensable subir al árbol agarrándose al tronco; iba a necesitar una escala de cuerdas, así que, procurando tranquilizarse tanto como fuera posible, cerró los ojos y la soñó. Pocos instantes después, una sólida escala de cuerdas, apareció firmemente atada a las ramas superiores del roble. Sin saber cuanto podía demorar en subir, estaba lejos de haberse recuperado del todo, se permitió soñarla algunos minutos, para asegurarse de que no desaparecería mientras subía.
Cuando estuvo satisfecha, se arrastró fuera de su escondite, se puso en pie algo tambaleante y se dirigió al árbol, comenzando a subir por la escala.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
El hombre que casi gateaba echó un vistazo en derredor, evaluando la zona. Los árboles eran peculiares, había varios tipos, árboles tristes parecidos a falsos pimenteros, una especie peculiar de abetos de hoja perenne y dura y unos árboles muy altos y peculiares que no había visto nunca antes. Crecían anchos y rectos y a una altura de dos veces un humano, quizás algo más, se abrían, dividiéndose al menos en cuatro ramas y dando paso a unas cargadas copas. En el suelo había multitud de rastrojos y hierbajos, pero también matorrales densos cargados de zarzas y algunos que otros cargados de flores, pero igual de impasables. Fugazmente, recordaba haber pasado frente a estos tipos de plantas cuando corría, así que quizás debía estar cerca de donde había comenzado su maniobra de despiste. Iba a pasar al lado de un enorme zarzal, cuando pisó unas hojas que se escurrieron y la rodilla le falló. Normalmente habría rodado hacia delante o un lado, pero esta vez no pudo, pues en la dirección en que rodaría se chocaría contra el zarzal. En su lugar, alzó ambas manos y cayó sobre ellas, tratando de posarlas en el suelo, pero el zarzal también crecía a ras de suelo, y su mano derecha fue a caer sobre las dañinas plantas. Notó inmediatamente como una decena de agujas se clavaban en su piel y apretó los dientes y el rostro con fuerza para contener un gemido. Trató de sacar su mano y la notó atrapada, asustado, dio un tirón más fuerte, haciéndose un pequeño desgarro en el dedo índice, que empezó a sangrar profusamente. Cuando pudo observar como había quedado su mano, tenía una herida pequeña pero que sangraba mucho en el dedo, y si su mano se había quedado atrapada es porque una enorme espina se le había clavado en la suave carne de entre el pulgar y el índice, quizás un par de centímetros a través. La espina seguía ahí, brillando con su negro color manchado de sangre. Beck se rasgó un trozo de tela del bajo de la camisa, y con soltura propia de la práctica se vendó la mano, tras extraerse la espina sin muchos miramientos. Decidido a no detenerse, pues se jugaba mucho, avanzó por donde creía que llegaría al rastro de Lisandot, mientras acallaba esa parte de su ser que le decía que era hora de rendirse, que era hora de descansar, porque estaba muy cansado y ya no podía más.
Cuando encontró el rastro de la chica, llevaba su mano apretada bajo el antebrazo de su otro brazo y parecía que la leve hemorragia se había detenido. Utilizó la mano izquierda apoyándose en los árboles al avanzar, mientras seguía notando como las piernas le fallaban cada vez más. Pero el rastro estaba ahí, así que avanzó algo más, atento sólo al suelo y a sus alrededores, hasta que en un momento, el rastro concluyó con una extraña marca en el suelo. ¡Ella había estado allí tirada! Por un segundo pensó que la habrían capturado, pero entonces se dio cuenta de que no había más muestras de pasos ni forcejeo alguno. Incapaz, debido a su cansancio, de ver el tenue rastro que Lisandot había dejado al esconderse se dejó caer sobre las rodillas y pensó qué diablos podía hacer ahora y donde podría estar la chica, mientras se secaba una gota de sangre de la herida de su rostro y se ajustaba la chapucera venda de su mano derecha. Tenía que hacer algo, pero se sentía tan agotado que se sentía como si cada fibra de sus músculos le estuviesen gritando pidiendo piedad. Quizá si Beck hubiese sabido lo cerca que estaba de su objetivo... pero él no sabía que ella había terminado de trepar y se encontraba apenas a una decena de metros, entre la poblada copa de uno de esos extraños árboles que crecían con fuerte tronco y luego se bifurcaban, casi incapaz de verle por la frondosidad que también era la que la ocultaba y protegía. Las nubes, poco a poco, los cubrieron, y al segundo cayó una primera y solitaria gota de lluvia.
Cuando encontró el rastro de la chica, llevaba su mano apretada bajo el antebrazo de su otro brazo y parecía que la leve hemorragia se había detenido. Utilizó la mano izquierda apoyándose en los árboles al avanzar, mientras seguía notando como las piernas le fallaban cada vez más. Pero el rastro estaba ahí, así que avanzó algo más, atento sólo al suelo y a sus alrededores, hasta que en un momento, el rastro concluyó con una extraña marca en el suelo. ¡Ella había estado allí tirada! Por un segundo pensó que la habrían capturado, pero entonces se dio cuenta de que no había más muestras de pasos ni forcejeo alguno. Incapaz, debido a su cansancio, de ver el tenue rastro que Lisandot había dejado al esconderse se dejó caer sobre las rodillas y pensó qué diablos podía hacer ahora y donde podría estar la chica, mientras se secaba una gota de sangre de la herida de su rostro y se ajustaba la chapucera venda de su mano derecha. Tenía que hacer algo, pero se sentía tan agotado que se sentía como si cada fibra de sus músculos le estuviesen gritando pidiendo piedad. Quizá si Beck hubiese sabido lo cerca que estaba de su objetivo... pero él no sabía que ella había terminado de trepar y se encontraba apenas a una decena de metros, entre la poblada copa de uno de esos extraños árboles que crecían con fuerte tronco y luego se bifurcaban, casi incapaz de verle por la frondosidad que también era la que la ocultaba y protegía. Las nubes, poco a poco, los cubrieron, y al segundo cayó una primera y solitaria gota de lluvia.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Ni el camino hacia el árbol ni el ascenso por la escala fueron fáciles para ella. Pese al cordial bebido aún estaba muy cansada y, pese a haber recuperado la claridad de pensamiento, muy asustada. Temblaba como una hoja y sus movimientos eran vacilantes y torpes pero, finalmente, consiguió llegar hasta la copa del árbol. Recogió rápidamente la escalera – iba a esfumarse muy pronto, pero era mejor no correr el riesgo de que alguien apareciera antes de que eso ocurriera – y se acomodó en la rama a la que había llegado. No tuvo problemas para hacerlo, la rama era tan gruesa y larga que no los hubiera tenido ni aún siendo mucho más alta y corpulenta de lo que era.
Confiada en la protección que el espeso follaje del árbol y la elevada altura a la que se encontraba le dispensaban, los primeros instantes los dedicó sólo a descansar. No se durmió, pero permaneció en una suerte de trance, vacía la mente de todo pensamiento, de toda preocupación. Ese estado no duró mucho, sin embargo. Estaba segura y, hasta cierto punto cómoda, en su refugio pero, desde luego, ese no era su hábitat natural y, además, seguía siendo una presa potencial. No podía quedarse ahí para siempre, tenía que resolver lo que iba a hacer.
Y ese era el problema precisamente, no saber qué hacer. No tenía la menor idea de donde estaban los piratas; le había parecido que iban hacia la izquierda de donde ella estaba, eso era todo. No tenía noción de si se habían detenido ahí o de si seguían avanzando o si se habían devuelto. Tampoco sabía cuantos eran. Ni siquiera sabía ya donde se encontraba ella misma; sabía que se había adentrado en el bosque en su carrera, pero no sabía cuánto ni qué dirección exacta había tomado.
La frondosa copa la protegía de miradas ajenas pero, al mismo tiempo, le impedía ver y ese aislamiento, pese a la seguridad que implicaba, empezó a alterarle los nervios. No poder saber siquiera lo que ocurría bajo ella la hacía sentir extrañamente desvalida, sin un mínimo control de su propio destino. Necesitaba ver lo que sucedía o no sucedía en el suelo, aunque para ello tuviera que correr algún riesgo.
Tendida boca abajo en la sólida rama, empezó a cortar parte de la hojarasca para crear una ventana que le permitiera observar con cierta comodidad y amplitud la zona bajo ella, pero mantuvo cerca un número de hojas suficientes como para tapar el hueco si alguien acertaba a mirar en su dirección.
Cuando estuvo lista, desde su privilegiada atalaya empezó a otear el piso del bosque y lo primero que vio, a pocos metros de su árbol, fue al hombre caído de rodillas. Era Beck. El sobresalto que experimentó al reconocerlo se desvaneció pronto al observar más cuidadosamente al hombre. Estaba a demasiada altura como para poder distinguir las heridas de su rostro y de su mano, pero su postura era elocuente. No se trabaja por años sanando gente sin aprender a leer lo que dicen sus cuerpos.
Y el cuerpo de Beck hablaba de debilidad, de agotamiento, incluso de derrota. Su postura no era la de un depredador, era la de una presa que ha llegado al límite de sus fuerzas. Se había equivocado respecto a él pero, ¿qué hacía allí? ¿Por qué no había seguido su camino? ¿Su fuga lo había llevado por el mismo camino que ella? ¿O sería que la había seguido, para ayudarla o pedirle ayuda?
Como fuera, no parecía ser capaz de seguir adelante y ella no debía, no podía dejarle ahí inerme y seguir en su seguro refugio como si no lo hubiera visto; tenía que bajar a buscarlo. No estaba en óptimas condiciones, pero por lo que podía ver, estaba bastante mejor que él. La escala que había soñado ya se había desvanecido, así que se dio a la tarea de procurarse otra; debía materializarla lo bastante fuerte como para resistir el peso de ambos y soñarla bastante tiempo para que durara lo suficiente como para permitirle bajar, llegar hasta Beck, traerlo hasta el árbol y subir con él hasta la copa.
Bajaba ya la escalera cuando cayó la primera gota de lluvia. Con paso mucho más seguro que antes se dirigió adonde estaba el hombre arrodillado, sacando de su bolso la botellita de color ámbar mientras caminaba. Apenas estuvo frente a él se inclinó para que pudiera reconocerla y le tendió la botella.
- Bebed, os ayudará a recuperar energías – le indicó – Encontré un refugio en la copa de un árbol y tengo una escala de cuerdas para subir a él – explicó, concisa – pero debemos darnos prisa, no durará mucho tiempo.
Su voz era suave, pero firme; no daba lugar a réplicas o preguntas. Mientas, la solitaria gota inicial se había convertido en una lluvia cada vez más copiosa.
Confiada en la protección que el espeso follaje del árbol y la elevada altura a la que se encontraba le dispensaban, los primeros instantes los dedicó sólo a descansar. No se durmió, pero permaneció en una suerte de trance, vacía la mente de todo pensamiento, de toda preocupación. Ese estado no duró mucho, sin embargo. Estaba segura y, hasta cierto punto cómoda, en su refugio pero, desde luego, ese no era su hábitat natural y, además, seguía siendo una presa potencial. No podía quedarse ahí para siempre, tenía que resolver lo que iba a hacer.
Y ese era el problema precisamente, no saber qué hacer. No tenía la menor idea de donde estaban los piratas; le había parecido que iban hacia la izquierda de donde ella estaba, eso era todo. No tenía noción de si se habían detenido ahí o de si seguían avanzando o si se habían devuelto. Tampoco sabía cuantos eran. Ni siquiera sabía ya donde se encontraba ella misma; sabía que se había adentrado en el bosque en su carrera, pero no sabía cuánto ni qué dirección exacta había tomado.
La frondosa copa la protegía de miradas ajenas pero, al mismo tiempo, le impedía ver y ese aislamiento, pese a la seguridad que implicaba, empezó a alterarle los nervios. No poder saber siquiera lo que ocurría bajo ella la hacía sentir extrañamente desvalida, sin un mínimo control de su propio destino. Necesitaba ver lo que sucedía o no sucedía en el suelo, aunque para ello tuviera que correr algún riesgo.
Tendida boca abajo en la sólida rama, empezó a cortar parte de la hojarasca para crear una ventana que le permitiera observar con cierta comodidad y amplitud la zona bajo ella, pero mantuvo cerca un número de hojas suficientes como para tapar el hueco si alguien acertaba a mirar en su dirección.
Cuando estuvo lista, desde su privilegiada atalaya empezó a otear el piso del bosque y lo primero que vio, a pocos metros de su árbol, fue al hombre caído de rodillas. Era Beck. El sobresalto que experimentó al reconocerlo se desvaneció pronto al observar más cuidadosamente al hombre. Estaba a demasiada altura como para poder distinguir las heridas de su rostro y de su mano, pero su postura era elocuente. No se trabaja por años sanando gente sin aprender a leer lo que dicen sus cuerpos.
Y el cuerpo de Beck hablaba de debilidad, de agotamiento, incluso de derrota. Su postura no era la de un depredador, era la de una presa que ha llegado al límite de sus fuerzas. Se había equivocado respecto a él pero, ¿qué hacía allí? ¿Por qué no había seguido su camino? ¿Su fuga lo había llevado por el mismo camino que ella? ¿O sería que la había seguido, para ayudarla o pedirle ayuda?
Como fuera, no parecía ser capaz de seguir adelante y ella no debía, no podía dejarle ahí inerme y seguir en su seguro refugio como si no lo hubiera visto; tenía que bajar a buscarlo. No estaba en óptimas condiciones, pero por lo que podía ver, estaba bastante mejor que él. La escala que había soñado ya se había desvanecido, así que se dio a la tarea de procurarse otra; debía materializarla lo bastante fuerte como para resistir el peso de ambos y soñarla bastante tiempo para que durara lo suficiente como para permitirle bajar, llegar hasta Beck, traerlo hasta el árbol y subir con él hasta la copa.
Bajaba ya la escalera cuando cayó la primera gota de lluvia. Con paso mucho más seguro que antes se dirigió adonde estaba el hombre arrodillado, sacando de su bolso la botellita de color ámbar mientras caminaba. Apenas estuvo frente a él se inclinó para que pudiera reconocerla y le tendió la botella.
- Bebed, os ayudará a recuperar energías – le indicó – Encontré un refugio en la copa de un árbol y tengo una escala de cuerdas para subir a él – explicó, concisa – pero debemos darnos prisa, no durará mucho tiempo.
Su voz era suave, pero firme; no daba lugar a réplicas o preguntas. Mientas, la solitaria gota inicial se había convertido en una lluvia cada vez más copiosa.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
-"Estás agotado, no has comido en casi doce horas, y tampoco has bebido a penas, si no fuese por la poca agua que te dio la chica, sin embargo, si que tragaste mucha agua de mar y eso no es bueno. Estás casi acabado, amigo. Más te valdría empezar a pensar como vas a evitar que los piratas te cuelguen"- razonó una parte de su cabeza. Tenía parte de razón, eso no podía negarlo, pero no tenía ganas de rendirse, y tampoco quería acabar ocultándose entre piratas, si es que conseguía que le aceptasen en vez de degollarlo o venderlo como esclavo. Ya se había ocultado entre bandidos y nunca le había agradado hacerlo y no creía que le vendiesen como esclavo, estaba demasiado débil y valdría poco, salvo quizas para alguna mina de carbón.
Trató de ponerse en pie, pero le fallaron las fuerzas y entonces fue cuando escuchó que alguien se acercaba. Echó mano a la falcata en su cinto y se giró bruscamente, aún de rodillas, pero en vez de encontrarse con un peligro se encontró con la sorpresa de que al final era la chica la que le había encontrado a él. Durante un segundo temió que ella siguiese creyendo que estaba en su contra, pero sus gestos decían lo contrario, se acercaba rápida, segura y abiertamente. Con un soberano esfuerzo, se alzó sobre una pierna, aún teniendo la otra hincada en tierra. Ella le ofreció algo, un pequeño vial con un líquido entre dorado y anaranjado y Beck lo tomó, con la mano diestra, arropándolo con su mano y la venda que la cubría y se lo llevó a la boca. El líquido tenía un sabor único que nunca había probado antes, y se deslizó por su garganta abajo trayendo una cosquilleante sensación de bienestar que se enfrentó rápidamente con el agotamiento de sus entumecidos músculos, expandiéndose por todo su cuerpo. El hombre se preguntó si aquello sería mágico, y rezó porque no fuese así, porque sino pronto comenzaría a notar los efectos secundarios.
Quizás en otro momento, Beck se habría cuestionado algo, pero en ese momento estaba demasiado agradecido, y simplemente le devolvió el botecito a Lisandot, mientras le sonreía más con la mirada que con la boca y le daba las gracias. Enseguida, ella comenzó a dirigirle hacia el árbol mientras la lluvia se convertía poco a poco en una cortina continua de agua, que quizás podría tapar sus huellas, aunque sobre todo los calaría y a saber como afrontarían el frío de la noche y la madrugada si no encontraban un refugio decente. Cuando llegaron al árbol, Beck había recuperado la fuerza justa como para poder continuar moviéndose sin tener que realizar una continua pugna de voluntades entre su determinación y su agotamiento. Entonces, vio la escala. Parecía normal, completamente normal, pero sin embargo le llamaba la atención de una manera directa. Si hubiese estado más atento, quizás se habría planteado donde llevaba Lisandot la cuerda, si su equipaje no era tan grande y debería haber notado el bulto de la escala de cuerdas completas, pero en ese momento no estaba demasiado lúcido. Insistió en que Lisandot pasase primero, pues ella estaba en mejor forma y él se notaba cada segundo más seguro, prefería esperar, y agarró la cuerda para mantener fija la escalera y evitar que se bambolease con el peso de la muchacha. La cuerda, en sus manos, tenía un tacto peculiar, era normal, perfectamente normal, y sin embargo, la notaba bajo sus dedos como algo extraño. No lograba comprenderlo, aunque Beck a menudo tenía esta clase de “intuiciones” que a veces no llegaban a nada así que tampoco se preocupó. Sin embargo, cuando comenzó a escalar, le vinieron a la mente los extraños ojos de Lisandot cambiando de color, el cosquilleo peculiar que había sentido cuando le curaba, el hecho de que el pirata pareciese salido de su imaginación, y esto unido a la extraña percepción que su tacto le daba de la cuerda que sujetaba le hizo atar cabos, justo mientras comenzaba a subir la escala, cuando iba por el segundo escalón. Se paró de golpe, preocupado por las implicaciones de lo que se le estaba fraguando en la cabeza. Se obligó a mirar hacia arriba mientras subía otro peldaño y vio que ella tenía su cabeza girada hacia abajo, quizás con preocupación, con su cortado cabello libre cayendo alrededor de su rostro. Beck, casi hipnotizado por la mirada de la chica y la repentina idea preguntó, en el mismo momento en que sus miradas se tocaron:
- ¿Eres una hechicera?- su sonó preocupada y casi se le quedó en la frase la boca por la sequedad de su lengua, pero aún así, fue audible, bajo el ruido de la abundante lluvia.
Trató de ponerse en pie, pero le fallaron las fuerzas y entonces fue cuando escuchó que alguien se acercaba. Echó mano a la falcata en su cinto y se giró bruscamente, aún de rodillas, pero en vez de encontrarse con un peligro se encontró con la sorpresa de que al final era la chica la que le había encontrado a él. Durante un segundo temió que ella siguiese creyendo que estaba en su contra, pero sus gestos decían lo contrario, se acercaba rápida, segura y abiertamente. Con un soberano esfuerzo, se alzó sobre una pierna, aún teniendo la otra hincada en tierra. Ella le ofreció algo, un pequeño vial con un líquido entre dorado y anaranjado y Beck lo tomó, con la mano diestra, arropándolo con su mano y la venda que la cubría y se lo llevó a la boca. El líquido tenía un sabor único que nunca había probado antes, y se deslizó por su garganta abajo trayendo una cosquilleante sensación de bienestar que se enfrentó rápidamente con el agotamiento de sus entumecidos músculos, expandiéndose por todo su cuerpo. El hombre se preguntó si aquello sería mágico, y rezó porque no fuese así, porque sino pronto comenzaría a notar los efectos secundarios.
Quizás en otro momento, Beck se habría cuestionado algo, pero en ese momento estaba demasiado agradecido, y simplemente le devolvió el botecito a Lisandot, mientras le sonreía más con la mirada que con la boca y le daba las gracias. Enseguida, ella comenzó a dirigirle hacia el árbol mientras la lluvia se convertía poco a poco en una cortina continua de agua, que quizás podría tapar sus huellas, aunque sobre todo los calaría y a saber como afrontarían el frío de la noche y la madrugada si no encontraban un refugio decente. Cuando llegaron al árbol, Beck había recuperado la fuerza justa como para poder continuar moviéndose sin tener que realizar una continua pugna de voluntades entre su determinación y su agotamiento. Entonces, vio la escala. Parecía normal, completamente normal, pero sin embargo le llamaba la atención de una manera directa. Si hubiese estado más atento, quizás se habría planteado donde llevaba Lisandot la cuerda, si su equipaje no era tan grande y debería haber notado el bulto de la escala de cuerdas completas, pero en ese momento no estaba demasiado lúcido. Insistió en que Lisandot pasase primero, pues ella estaba en mejor forma y él se notaba cada segundo más seguro, prefería esperar, y agarró la cuerda para mantener fija la escalera y evitar que se bambolease con el peso de la muchacha. La cuerda, en sus manos, tenía un tacto peculiar, era normal, perfectamente normal, y sin embargo, la notaba bajo sus dedos como algo extraño. No lograba comprenderlo, aunque Beck a menudo tenía esta clase de “intuiciones” que a veces no llegaban a nada así que tampoco se preocupó. Sin embargo, cuando comenzó a escalar, le vinieron a la mente los extraños ojos de Lisandot cambiando de color, el cosquilleo peculiar que había sentido cuando le curaba, el hecho de que el pirata pareciese salido de su imaginación, y esto unido a la extraña percepción que su tacto le daba de la cuerda que sujetaba le hizo atar cabos, justo mientras comenzaba a subir la escala, cuando iba por el segundo escalón. Se paró de golpe, preocupado por las implicaciones de lo que se le estaba fraguando en la cabeza. Se obligó a mirar hacia arriba mientras subía otro peldaño y vio que ella tenía su cabeza girada hacia abajo, quizás con preocupación, con su cortado cabello libre cayendo alrededor de su rostro. Beck, casi hipnotizado por la mirada de la chica y la repentina idea preguntó, en el mismo momento en que sus miradas se tocaron:
- ¿Eres una hechicera?- su sonó preocupada y casi se le quedó en la frase la boca por la sequedad de su lengua, pero aún así, fue audible, bajo el ruido de la abundante lluvia.
Beck- Cantidad de envíos : 694
Re: Hoy va a darse un entierro (Parte 2)
Estando tan cerca, era imposible no advertir las heridas en el rostro y la mano de Beck, mucho mayores que los arañazos que ella había recibido; tendría que volver a curarlo, pero sería una vez que hubieran trepado al árbol, ese lugar no era seguro. El benéfico efecto del cordial no tardó en manifestarse en el organismo del hombre y ella dio gracias, una vez más, por aquel bolso mágico que le permitía llevar sin problemas cuanto era necesario para enfrentar cualquier situación. Sin ese cordial, Beck no hubiera tenido la energía necesaria para moverse y ella carecía de la fuerza suficiente para transportarlo.
Mientras caminaban hacia el árbol, la lluvia arreciaba y ella se preguntaba si el follaje del árbol sería lo bastante denso como para protegerlos del agua si esta caía con más intensidad. Llevaba un par de mantas en el bolso, eso ayudaría, pero probablemente no sería suficiente; lamentablemente jamás había podido conseguir una capa de seda élfica, de las que tanto había oído hablar y que le hubiera sido tan útil en esas circunstancias.
Posiblemente tendría que atreverse a soñar delante de Beck, después de todo. Siquiera algo de comida caliente. Ambos la necesitaban y le tomaría poco tiempo, el riesgo era menor. Esperaba no necesitar soñar un refugio, eso requeriría mucho tiempo y no quería permanecer tanto tiempo indefensa; despierta tenía al menos la posibilidad de huir. Pese a que había entendido que no estaba aliado con los piratas y, por lo mismo, había bajado a ayudarle, no conseguía confiar del todo en él.
El corto trayecto hasta el árbol, realizado forzosamente a paso lento, se le hizo eterno. No tanto por el miedo a que los piratas aparecieran de improviso como por el temor a que la soñada escalera se esfumara de repente, dejándolos sin poder subir hasta la copa o, peor aún, haciéndolos caer desde varios metros de altura. Soltó un suspiro de alivio cuando por fin llegaron y Beck agarró la escala invitándola a subir primero.
Había trepado unos cuantos escalones cuando notó que Beck se detenía de golpe. Preocupada, se detuvo a su vez y giró para mirarlo. Al comenzar el ascenso se veía en muchas mejores condiciones, pero quizás había tenido algún malestar. Sin embargo, el hombre, que subía otro escalón, no parecía estar peor. ¿Qué le pasaría? No tardó en saberlo.
La pregunta, especialmente por el tono con que había sido hecha, la sobresaltó trayéndole reminiscencias de preguntas semejantes que habían derivado en acusaciones, persecuciones y fugas. ¿Por qué había preguntado algo así? ¿Sería él uno de aquellos que temen y odian a brujos y hechiceros y tratan de destruirlos cuando los encuentran? ¿Estaría llevando a un enemigo a su refugio, después de todo? Sus ojos, que se habían aclarado un poco al menguar su miedo, se oscurecieron de golpe nuevamente, y permaneció en suspenso por un instante, sin saber qué contestar. No era una hechicera, pero hacía magia y para algunos, era lo mismo. Si negaba que hacía magia, no podría utilizarla para ayudarse y si lo admitía, quizás él la atacaría. ¿Qué hacer? Se había equivocado al pensar que estaba aliado con los piratas, quizás se equivocara al pensar que era un enemigo de hechiceros pero, ¿por qué hacía esa pregunta?
Como fuera, no podía seguir detenida en la escalera, aún quedaba mucho por subir y no sabía cuanto más podía durar.
- No, no soy una hechicera. ¿Por qué preguntáis? ¿Les teméis a los hechiceros?
Sin aguardar la respuesta, se volvió y siguió subiendo, lo más rápido que podía. El tiempo apremiaba.
Mientras caminaban hacia el árbol, la lluvia arreciaba y ella se preguntaba si el follaje del árbol sería lo bastante denso como para protegerlos del agua si esta caía con más intensidad. Llevaba un par de mantas en el bolso, eso ayudaría, pero probablemente no sería suficiente; lamentablemente jamás había podido conseguir una capa de seda élfica, de las que tanto había oído hablar y que le hubiera sido tan útil en esas circunstancias.
Posiblemente tendría que atreverse a soñar delante de Beck, después de todo. Siquiera algo de comida caliente. Ambos la necesitaban y le tomaría poco tiempo, el riesgo era menor. Esperaba no necesitar soñar un refugio, eso requeriría mucho tiempo y no quería permanecer tanto tiempo indefensa; despierta tenía al menos la posibilidad de huir. Pese a que había entendido que no estaba aliado con los piratas y, por lo mismo, había bajado a ayudarle, no conseguía confiar del todo en él.
El corto trayecto hasta el árbol, realizado forzosamente a paso lento, se le hizo eterno. No tanto por el miedo a que los piratas aparecieran de improviso como por el temor a que la soñada escalera se esfumara de repente, dejándolos sin poder subir hasta la copa o, peor aún, haciéndolos caer desde varios metros de altura. Soltó un suspiro de alivio cuando por fin llegaron y Beck agarró la escala invitándola a subir primero.
Había trepado unos cuantos escalones cuando notó que Beck se detenía de golpe. Preocupada, se detuvo a su vez y giró para mirarlo. Al comenzar el ascenso se veía en muchas mejores condiciones, pero quizás había tenido algún malestar. Sin embargo, el hombre, que subía otro escalón, no parecía estar peor. ¿Qué le pasaría? No tardó en saberlo.
La pregunta, especialmente por el tono con que había sido hecha, la sobresaltó trayéndole reminiscencias de preguntas semejantes que habían derivado en acusaciones, persecuciones y fugas. ¿Por qué había preguntado algo así? ¿Sería él uno de aquellos que temen y odian a brujos y hechiceros y tratan de destruirlos cuando los encuentran? ¿Estaría llevando a un enemigo a su refugio, después de todo? Sus ojos, que se habían aclarado un poco al menguar su miedo, se oscurecieron de golpe nuevamente, y permaneció en suspenso por un instante, sin saber qué contestar. No era una hechicera, pero hacía magia y para algunos, era lo mismo. Si negaba que hacía magia, no podría utilizarla para ayudarse y si lo admitía, quizás él la atacaría. ¿Qué hacer? Se había equivocado al pensar que estaba aliado con los piratas, quizás se equivocara al pensar que era un enemigo de hechiceros pero, ¿por qué hacía esa pregunta?
Como fuera, no podía seguir detenida en la escalera, aún quedaba mucho por subir y no sabía cuanto más podía durar.
- No, no soy una hechicera. ¿Por qué preguntáis? ¿Les teméis a los hechiceros?
Sin aguardar la respuesta, se volvió y siguió subiendo, lo más rápido que podía. El tiempo apremiaba.
Lisandot- Cantidad de envíos : 941
Página 1 de 4. • 1, 2, 3, 4
Temas similares
» Hoy va a darse un entierro (Parte 1)
» En busca de un barco a cualquier parte
» El primer paso del fin [Trama] Parte I.
» Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
» En busca de un barco a cualquier parte
» El primer paso del fin [Trama] Parte I.
» Diversos problemas con el concepto de "propiedad ajena" (Parte I)
Página 1 de 4.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
14/11/24, 09:56 pm por Alma Swann
» El Vals de los Enmascarados
11/11/24, 09:24 am por Luthys
» Adonde me lleven los sueños
04/04/18, 08:55 pm por Lisandot
» Sentimientos encontrados
22/02/18, 10:03 pm por Songèrie
» El fin de un viaje y el comienzo de otro.
04/02/18, 03:16 pm por Florangél
» Vini, saquei, marchi
30/01/18, 06:23 pm por Narrador
» Rumbo a Moselec (Trama 3)
30/01/18, 06:01 pm por Narrador
» Trama 3 . Se reclutan piratas y maleantes varios
30/01/18, 05:58 pm por Narrador
» Vestigios del pasado
30/08/17, 06:51 pm por Auria