Vicisitudes

Muy tarde registró Ysen las palabras "es un secreto". Mucho después de salir del claro, justo cuando cayó del sueño diurno en el que el beso de Kraneia lo había sumido. Se dio cuenta entonces que nunca podría sacarse la intriga acerca del secreto de la foca flaca, pues ningún varón puede entrar al claro de la hamadríade sin invitación explícita… y él ya había sido despedido por ella.

Nunca, nunca podría olvidar… ¿Eso era una libélula? ¡Había que seguirla!

-Ysengwen no es exactamente un custodio… sólo llegó a ti mucho antes que mi mensajero. Sé que es una persona difícil de tratar, me disculpo en su nombre por los inconvenientes que quizá… - carraspeó, o quizá rió por lo bajo -…de seguro te trajo.

La hamadríade se acercó un poco más a Yshara, y le hizo un gesto de invitación hacia las raíces que, obedeciendo su voluntad, habían salido del suelo para formar dos asientos. Asientos que, si bien cómodos a primera vista por el musgo que se apresuraba a crecerles encima, tenían el mismo deje reseco y mustio que el resto del claro y que la "ropa" de Kraneia.

-Supongo que estarás cansada… ¿hambrienta, quizá? -su tono era cordial, pero no podía de sacar el regusto a tristeza de su voz.

Respondiendo a una orden tácita, al terminar de hablar la señora del bosque, algunas dríades vinieron desde el bosque hasta el claro, portando bandejas con alimentos. Vestidas con flores y hojas se movían con gracia y gentileza. Sin decir una palabra dejaron las bandejas en una mesita que creció entre los asientos que ocupaban Yshara y Kraneia y se retiraron con una venia. Frutas de diversos tipos, setas e hidromiel eran las dádivas que ofrecía el bosque a la huésped de su Hama.

Saciar el hambre y la sed de su invitada era el primer deber que la hospitalidad le imponía a la hamadríade; el segundo era satisfacer su curiosidad. Ella quería saber donde estaba, algo muy natural y comprensible.

-Te encuentras en mi bosque, joven elfa. Pero... - le sonrió, de nuevo dejando ver el velo de tristeza y preocupación que cubría todas sus acciones - ...como náufraga, supongo que querrás saber algo más que eso. Fuiste a dar a la isla de Pulau Sihir, un logro en sí mismo...

Kraneia tomó una fruta y la mordió delicadamente, invitando a la elfa a hacer lo mismo. Por un momento, sus ojos se perdieron en el vacío y todo el bosque pareció suspirar, pero sólo fue un momento. De inmediato, tornó a ser una cordial y atenta anfitriona.

- ¿Adónde te dirigías cuando llegaste aquí?

Una demostración muy interesante de poder.

Kraneia era la voluntad del bosque, aparentemente. Yshara había oído hablar de los poderes de las hamadríades, pero no había sido testigo de ellos con anterioridad. No era una elfa clásica, después de todo. Obediente y respetuosa, la pelirroja se sentó en el asiento que se le ofrecía, sorprendentemente cómodo, y descubrió, ante la pregunta de la mujer, que efectivamente estaba tan cansada como hambrienta.

- Lo cierto es que sí - respondió. - Ha sido un día... difícil.

Una parte del malestar que le había quedado tras despertar, y presumiblemente tras naufragar, se había esfumado, devorada por la adrenalina; pero aun así Yshara se encontraba mal. No pudo disimular el hambre ni la sed cuando las dríades trajeron hidromiel, setas y frutas. Nunca le había estado tan agradecido a la madre naturaleza... que parecía estar sentada junto a ella, por cierto.

No fue descortés, y esperó a que la hamadríade le invitase a tomar la fruta, pero tampoco fue tan delicada como ella. El hidromiel le supo a gloria, y la primera fruta que tomó, sin saber bien lo que era, le pareció deliciosa. Por supuesto, que su anfitriona la llamase joven elfa no le pasó desapercibido, pero no estuvo segura de si era porque no había captado su edad real o porque, al contrario, ella - Kraneia - tenía la suficiente como para permitirse llamarla así. En cualquier caso, Yshara sabía cuándo era un buen momento para callarse y parecer tonta.

- Pulau Sihir - repitió. - Creo que el nombre no me dice nada...

No mentía. Tampoco podía saber qué extraordinario era encontrarse en ésa isla, aunque es probable que no le hubiera dado demasiada importancia de haberlo sabido. La otra pregunta fue más difícil de responder; ¿Adónde se dirigía? No recordaba gran cosa. Hizo un esfuerzo por traer a la memoria lo que había ocurrido antes del naufragio...

Estaba Ethel, estaba... no, estaba mezclando momentos. Todos los detalles del viaje estaban mezclados en su mente, confusos, dolorosamente confusos, y no se sintió capaz de desenmarañar aquella bola de recuerdos, pero sí sabía adonde se dirigía el barco.

- Trinacria - murmuró. - No... no estoy segura. Me dirigía a Jasperia, pero no se bien a qué parte de ella.

También sabía a qué. No supo vocalizarlo, ni rememorar el concepto exacto, pero la sensación fue más fuerte que todo lo demás. Además... Ethel. Ethel estaría por allí, intentaría llegar a Trinacria... igual que ella. Cerró los ojos, dolorida por el esfuerzo.

- Maldita sea - susurró para sí misma. - Debo llegar allí.

-Si el nombre de mi isla no te suena, es porque eres de muy lejos… -no había orgullo en su voz, solo sorpresa. Todos en Jasperia habían escuchado nombrar Pualu Sihir… que algunos asumieran que la isla que se movía era una leyenda sólo por no haberla visto nunca, era un tema totalmente separado. -Pero no estás lejos de Trinacria. Fuiste a dar al mismo continente, y eso es más de lo que una náufraga puede pedirle a su suerte…

Kraneia comía poco. A medida que pasaban los minutos, la primera fruta que había tomado iba y venía entre sus dedos, subía hasta sus labios para ser apenas saboreada, y volvía a bajar casi del mismo tamaño que antes. No se mostraba inquieta ni nerviosa, No porque intentara ocultarlo sino porque no lo estaba. La hamadríade se sentía sencillamente triste, y lo expresaba en cada una de sus palabras, en sus movimientos, en el perfume del aire y en el sonido del viento.

Recibir náufragos en Pulau Sihir era extremadamente raro, pero no inaudito ni mucho menos imposible. Pero que la elfa hubiera llegado justo en ese momento…

-Tranquilízate, joven elfa. -La llamaba así porque, a sus ojos y su experiencia, lo era. Pero no lo decía por marcar una diferencia, no era su intención establecer algún tipo de superioridad frente a la invitada. Era solo que ni sabía su nombre ni pensaba pedírselo, pues si no se lo había dado desde un principio, sus motivos tendría para guardárselo. Y ella no era quién para juzgar a nadie -Si realmente tienes que llegar allí, lo harás. Por ahora, tómate este momento para recuperar fuerzas y sanar de tus heridas.

Llenó su copa con hidromiel cuando se hubo vaciado, y se mantuvo atenta a la cantidad de comida que quedaba en la bandeja. Un solo gesto hizo que no estuviera dedicado a su invitada, y fue al pajarillo mensajero que dejó escapar un trino muy parecido a un carraspeo impaciente.

-Hay algo que necesito preguntarte, antes de seguir acallando tus dudas. Y necesito que me mires a los ojos al responderme… -dejó la fruta casi sin tocar en la mesa, a un lado de la bandeja, y clavó en la elfa una mirada que reflejaba la experiencia de milenios, tan antigua como la propia isla y, al igual que ella, atemporal. Los ojos de Kraneia se veían tan oscuros y tristes como un bosque en invierno, con sus pupilas tan opacas y sin vida como un cielo encapotado de gris, con las ramas desnudas de los árboles en forma de venas de cansancio y arrugas de preocupación, agitadas por el viento de su tristeza y desesperanza. Esa mirada era en sí misma una duda, pero no acabó de formularse ni en sus ojos ni en sus labios cuando hablaron. -¿Cómo llegaste a mi isla?

[F.D.I.: Siento el retraso]

Obviamente, Yshara no tenía elección.

Que acabaría llegando adonde se proponía, no le cabía duda. Los humanos a veces dicen que siempre acabamos llegando adonde nos esperan, e Yshara, en su caso particular, era buena abriéndose paso. La elfa sonrió; el problema era que, mientras tanto, estaba en la isla. Atrapada. Y a merced del bosque, y de la hamadríade, por muy amable que se mostrase. Una prisión de oro sigue siendo una prisión.

En realidad, Yshara estaba esperando que, en cualquier momento, la mujer le propusiese un trato, o le dijera un precio por su 'libertad'. Y, ¿Qué podía hacer, sino pagarlo?

La pregunta, sin embargo, la pilló por sorpresa. ¿Cómo...? Era una buena pregunta, sin duda. La elfa apartó la mirada un momento, pensativa, pero luego, como la hamadríade esperaba de ella, le miró a los ojos. Tenía el ceño ligeramente fruncido; no porque le enfadase responder a la pregunta, sino porque le molestaba abrirse paso de súbito por entre las lagunas de su memoria. No se había recuperado del todo.

- No estoy segura - contestó. - Viajaba en barco. Y en algún momento, dejé de hacerlo.

Recordaba vagamente un momento de tensión. Viajaba con Ethel, con Kirill y... no estaba segura de con quién más. ¿Qué había sido de ellos? Recordaba haber sido atacada, haber... ¿Derramado sangre? ¿Qué habría sido del barco? Con suerte, ¿Habrían llegado a la misma isla?

- Por accidente - resumió, de pronto. - ¿Soy la única que ha llegado a éstas costas?

Había un deje de esperanza en su voz, pero difícil de discernir, tal vez visible sólo por su momentánea debilidad, y por haber dado un repentino paso contra aquella incertidumbre.

-Sí -respondió Kraneia, con absoluta seguridad, casi tajante pero aun siendo amable. De todas formas, se dio cuenta de que su estado de ánimo se había interpuesto con su tarea de anfitriona, por lo que relajó su rostro en una triste sonrisa al aclarar -Pero últimamente sólo haz llegado tú, pequeña.

Suspiró profundamente, la vista ahora perdida en los límites del claro, aunque parecía estar escuchando más que viendo. Varios segundos pasaron, quizá tantos como para hacer sentir incómoda a su invitada, definitivamente los necesarios para que el pajarillo trinara nervioso, volviendo luego a mirar a la elfa.

-Te creo -dijo con sencillez. -No serías la primera en llegar así a mi isla… aunque es raro. Y difícil…

De nuevo un silencio, pero ni de cerca tan largo como el anterior. Su expresión oscilaba entre una triste sonrisa y una preocupada seriedad, y su atención parecía dispersa por momentos… pero en ningún momento dejó de atender a las necesidades que pudiera tener la invitada, ya fuera comida en su plato o bebida en su copa.

-…más que difícil, es improbable -continuó, como si no se hubiera dado pausa alguna. -Te ayudaré a llegar a tu destino, joven elfa. -El pajarillo trinó, alarmado, pero Kraneia lo acalló con un sencillo gesto de la mano. -Hay algo que debo pedirte, sin embargo… un favor.

Un viento frío agitó la hierba del claro, haciendo que las ramas resecas del cerezo susurraran con la misma congoja que destilaba la hamadríade. Parecía estar juntando valor para lo que diría a continuación… pero evidentemente, necesitaba más del que había logrado reunir en esos escasos momentos, pues su tono cambió drásticamente al seguir hablando.

-Si aceptas ayudarme o no, no cambiará mi decisión de ayudarte a llegar a donde quieras ir. Pero estaré en deuda si me ayudas, y serás libre de pedirme cualquier cosa que yo pueda ofrecerte. -En su voz, antes segura, vibraba ahora una velada súplica.

Mierda.

No, no le importó el silencio. Kraneia podría haberse quedado una hora callada; Yshara no lo habría notado. Los pensamientos de la elfa se derramaron con rapidez en torno a los pocos datos que tenía sobre su situación; había naufragado - aparentemente - y había llegado a aquellas costas. Sola. Ni rastro de Ethel, ni de Kirill, ni de la fireña que les acompañara en la travesía.

Alzó la cabeza repentinamente al escuchar hablar a Kraneia, como si se diera cuenta, de repente, de que la dríade estaba allí. Recuperando la compostura - o la conciencia de situación, si se prefiere - Yshara apoyó los antebrazos sobre las rodillas, adoptando una pose entre lo pensativa y lo resignada mientras miraba a Kraneia.

- No pasa nada - musitó, divertida. - No se cómo he llegado a tu isla y mucho menos sabría cómo llegar una segunda vez. Si éso te preocupa, pierde cuidado.

No creía realmente que fuera lo que le preocupaba. Tampoco había el menor tono de crítica o reproche en sus palabras. Si la isla era suya, bien libre era Kraneia de tener o echar a quien quisiera de ella. Yshara solo necesitaba salir, pero...

- Te ayudaré - respondió por instinto, antes de pensar. - Siempre que esté en mi mano hacerlo, claro.

[F.D.I.: Siento muchísimo, muchísimo la tardanza. Espero que podamos continuar v_v]