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Mensaje por Yshara 16/08/09, 11:29 am

Nombre: Yshara Nadyssra ("Canción del Caos")

Raza: Elfa

Edad: De su aspecto se deduce que es una elfa adulta.

Descripción física:

"... Sí, sí que la ví. ¿Cómo podría olvidarla? Su mirada era la de un cazador, tan serena y al mismo tiempo tan fiera que no pude evitar el sentirme presa. No había en ella una belleza frágil, la etérea gracia inmortal tan famosa de las damas de los elfos; todo en ella era animal y salvaje, desde su pelo del color del vino hasta su piel bronceada por la intemperie. Sus movimientos eran precisos y felinos, silenciosos a la par que enérgicos, de manera que parecía que fuese a saltar sobre una presa que sólo ella podía ver. Me inspiró el más profundo de los pavores, el mirar a sus ojos castaños moteados de color sangre y ver la muerte reflejada en ellos; el sentirme frente a una criatura que tenía el poder de arrebatar la vida, y cuyos ojos me transmitían una advertencia.

Se cubría con una capa, pero advertí bajo ella un cuerpo ágil y proporcionado que debía medir metro setenta de estatura; un cuerpo que no pude evitar admirar pues era hermoso, como solía corresponder a las mujeres de su raza, pero no adornado con joyas ni abalorios de ningún tipo, sino construído por la intemperie y la batalla, por la naturaleza y la guerra hasta convertirlo en la belleza de los felinos, en un cuerpo que era un arma, por hermoso que pudiese parecerme. Me fijé en que unos finos tatuajes le cubrían la piel en los brazos, el pecho y la espalda - aquello que pude discernir bajo su atuendo; - dibujos entrelazados que en su mayoría no me sugerían ningún motivo que hubiese visto con anterioridad, y que me dieron la sensación de ser algo más que un simple adorno. También le cubrían una parte del rostro, en especial la frente, antes de cruzar sus ojos y perderse en las mejillas. Para ser tatuajes, parecían formar parte casi natural de su piel.

Se marchó sin decirme su nombre, y no la volví a ver jamás. Y quizás fuese lo mejor para todos."


Descripción psicológica:

Retraída, seca de carácter, silenciosa, aplicada en aquello que hace. No es una mujer sociable, pero es eficiente. No es habladora ni simpática; es brusca, cínica, sarcástica y huraña. La mayoría de la gente la evita, tengan las razones que tengan, lo que la ha convertido en alguien poco proclive a las conversaciones. Su pasión es su oficio, al que se entrega sin tapujos; tal vez lo que haga no sea agradable, pero ella lo adora. Si tenemos en cuenta que dicho oficio es el de asesina, tal vez se pueda comprender de qué manera el reflejo de la muerte en sus ojos y el desdén que parece sentir, tanto por la vida como por las leyes que protegen el llamado bienestar de las personas, hacen que su presencia resulte a menudo incómoda y amenazadora para las personas a su alrededor. Evita las multitudes, evita a la gente - sobre todo a otros elfos - y en general se limita a realizar su trabajo sin más ceremonia. Es inteligente, astuta y perceptiva; su larga vida como elfa también le ha dado una cierta sabiduría, aunque es algo inconsciente, y sobre todo bastante distinta de lo que se entiende como elfo estereotípico. No cree en nada parecido al bien ni el mal, sino que sigue sus propios dictados, que convierten su moralidad en algo bastante flexible en lo que pocas cosas son pecado. Es desconfiada por naturaleza y cruel, profundamente cruel cuando las circunstancias son propicias, una faceta suya que casi nadie que logra presenciar vive luego para relatar.

Habilidades y armas:

Es toda una experta en rastreo, supervivencia y combate - predominantemente con dagas, tiro con arco, espadas medias, ballestas y armas arrojadizas. Conoce las Artes Arcanas, de las cuales practica abiertamente las Ars Tenebrae con una cierta tendencia hacia la demonología. Se cree que podría tener a una serie de espíritus malignos atados - esclavizados - a su voluntad, espíritus obligados a servirla mediante sólo los Dioses saben qué rituales y vínculos escritos con la antiquísima Magia de Sangre de los elfos. Al menos, hay quien afirma con toda rotundidad que es capaz de convocar a éstas pesadillas para azuzarlas contra sus enemigos. También es una armera de cierta pericia, con capacidad para forjar, reparar e incluso encantar (recordemos que conoce y quizás domina, aunque no lo sepamos, formas antiguas de magia) toda clase de armas y herrajes; así como una iniciada de la alquimia y la herboristería, con marcadas tendencias - como a nadie sorprenderá - hacia los venenos. Es muy versátil y polifacética; las artes corporales como la danza y las acrobacias se le dan considerablemente bien. Por supuesto, tiene puntos débiles, pero es improbable que permita que se den a conocer.

Normalmente viaja bien armada, llevando varios puñales, una espada larga, delgada y curva, un arco compuesto largo de acero y una buena provisión de flechas. Le cubren el brazo izquierdo una hombrera y un brazalete de metal plateados: El brazalete tiene una parte de metal gruesa que sirve como pequeño escudo, además de que las piezas metálicas que corresponden a los dedos están adornadas con una especie de reborde delgado a modo de cuchilla, lo que la hace quizás la más letal - por sorpresiva - de las armas que porta. Pero no siempre va armada de la misma forma, ya que cada viaje es diferente y trae consigo sus propias sorpresas.
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Mensaje por Yshara 16/08/09, 11:30 am

Historia: (No me cabía en un solo mensaje)

La reunión de los elfos de Shahar Beyrin era un evento fuera de lo común.

La mujer se derrumbó débilmente, sin fuerzas para sostenerse sobre sus piernas, tan pronto los brazos que la sujetaban la hubieron soltado. Emitió un quejido ahogado, y quedó de rodillas. Una miríada de ojos elfos se posaron en silencio sobre ella, analizándola con frío cuidado y desinterés.

Soplaba un viento frío a través de las hojas aquella tarde. El Sol arrojaba sus últimos rayos diáfanos y rojizos antes de sumirse en el anochecer; los árboles arrojaban largas sombras, y sumían el bosque en hondas tinieblas que se dibujaban, como un círculo, en torno al lugar en el que se encontraba ella. Un ave al vuelo no habría visto a nadie más.

La chica miraba hacia el suelo, con los ojos entrecerrados, y su aspecto era deplorable. De rodillas, se tambaleaba al borde de la inconsciencia; el pelo de color rojo oscuro le caía por delante de la cara, sucio y enmarañado, cubriendo los ojos hinchados. Apenas unos harapos destrozados cubrían su menudo y ágil cuerpo. Varios hilos de sangre le manaban del interior de la boca, deslizándose por su barbilla y goteando hasta caer y perderse en la tierna hierba que cubría la tierra, tiñéndola de rojo. Sus brazos, apoyados frente a ella como para evitar que se desplomase hacia delante aun a pesar de estar atados con cuerdas por las muñecas, temblaban por el esfuerzo de sostener su peso; aparecían surcados de cortes y hematomas, como el resto de la piel de su cuerpo medio desnudo, y casi se podía jurar que el derecho estaba roto por el antebrazo, a juzgar por la curva que describía. La espalda presentaba las más que evidentes marcas del látigo, surcos en diagonal teñidos aún de sangre, que a más de un elfo le dolían con tan sólo echar una mirada.

La examinaban, sí, pero muchas de las miradas se apartaban de ella tan rápido como se posaban. La muchacha estaba al borde de la muerte; y su aspecto les recordaba, quizás de forma demasiado vívida, que los elfos también pueden morir.

El silencio era un murmullo casi escandaloso; cada par de ojos fascinados era un grito, cada elfo que tenía que apartar la mirada y cerrar los ojos, un alarido. El constante zumbido de la magia, cuando los mensajes se desplazaban de mente en mente sin horadar el silencio, hacía erizar el vello de los presentes. Ninguno estaba acostumbrado a las reuniones, como el pueblo fuertemente individualista e independiente que conformaban. Algunos conocían a la chica; la mayoría se preguntaba si era una intrusa o pertenecía a la raza. Sus orejas puntiagudas no eran una respuesta concluyente a ésta pregunta.

El silencio se recrudeció – aunque, en cierto modo, se hizo – cuando de entre las sombras emergió la figura de uno de los elfos, un varón de porte altivo al que sus cabellos canos delataban como un Antiguo, uno al que todos los elfos conocían, si no en persona, por referencias; el Ungido, señor de la Tribu.

- ¿Conoces los cargos que pesan contra ti? – preguntó a la muchacha, y el sonido de su voz fue como el aullido de un cuerno rompiendo el silencio. Los pájaros salieron volando de sus escondrijos en los árboles cercanos, y los sonidos del bosque enmudecieron momentáneamente en espera de una respuesta.

Pero no se produjo.

Durante varios segundos, el bosque entero contuvo la respiración; la esperada respuesta de quién era ella desplazada por la aún más importante de qué había hecho. A ningún elfo le quedó ya la duda de que la reunión se trataba de un juicio. Pasados unos instantes, cuando pareció evidente que la muchacha estaba demasiado aturdida, o demasiado avergonzada como para contestar, otra de las sombrías figuras que conformaban el corro de miradas acusadoras salió de entre la penumbra detrás de ella, otro varón de porte fuerte que se adelantó hasta donde se encontraba y, sin ningún tipo de miramientos, la asió fuertemente por el pelo a la altura de la coronilla y tiró de ella para que sus ojos se alinearan con los del Ungido. Le arrancó un gemido casi inaudible, que quedó ahogado en el murmullo de sorpresa que provino del bosque.

El rostro de la muchacha tenía varias marcas a la altura de la frente. Una de ellas era producto de la magia; y todos los elfos la conocían, pues la habían visto alguna vez, aunque fuera en sus libros y enseñanzas. La llamaban idu’a-maith, o fuilcealg; la Marca de la Sangre. Sólo podía significar que sus manos habían derramado la sangre de un hermano o hermana de la tribu. La otra marca era todavía más espeluznante; parecía un símbolo rúnico, quizás un nombre – los más avezados de entre los elfos, que conocían los caminos más oscuros de la magia ritual, reconocieron un nombre de demonio; - pero sobre él había una palabra escrita en élfico antiguo, una única runa que le habían grabado en la frente a cuchillo, y que todavía sangraba profusamente, al igual que la nariz rota y los labios partidos; la palabra “Traición”.

Más que eso, significaba que aunque la muchacha estuviese siendo públicamente ajusticiada, ya había sido castigada con anterioridad, castigada con una crueldad no muy común entre aquellos sombríos elfos. Sus heridas eran testimonio.

- Dado que no me contestas – siguió el Ungido, cuando hubo pasado un minuto completo de silencio – te los anunciaré, para que tus hermanos sepan cuál es el crimen por el que se te juzga.

Levantó una mano para pedir silencio una vez más, aunque no hacía falta. Los ojos absortos de la multitud se clavaban en la cara ensangrentada de la muchacha, que parecía consciente sólo a duras penas. Ya no podía sujetarse con los brazos, no por lo maltrechos que estaban, sino porque el hombre que la sostenía del pelo la había levantado aún más hasta que sus manos no tocaban el suelo. Parecía evidente que la mano del elfo en sus cabellos era lo único que evitaba que se desplomara, y aun así, no parecía inmutada en exceso por el dolor.

- Has vertido la sangre de los nuestros sobre el suelo sagrado del bosque. – siguió el Ungido. – Peor aún; has llamado a las fuerzas de la Oscuridad mediante la sangre que has derramado, como las marcas en tu cabeza demuestran. De no haberse interrumpido tu ritual en el momento en el que se interrumpió, ¿A qué horrores nos estaríamos enfrentando en éstos momentos? Eres una pagana y una asesina; una diabolista y una traidora, y ningún castigo que se te imponga es suficiente para que pagues por lo que has hecho. De manera que sentencio que vivirás, porque la muerte tan sólo te liberaría de los sufrimientos a los que has de enfrentarte.

» Te condeno al destierro en primer lugar – siguió. – Vagarás por el mundo de los humanos durante el resto de tus días; y por el poder de la Madre Diosa, te arrebato el nombre que tu madre te dio cuando naciste, Etheia, Hija del Viento, pues nunca volverás a ser lo bastante digna como para llevarlo.

El hombre que la sostenía por los cabellos, a una seña del Ungido, volvió a tirar de ella, hasta ponerla de pie, haciendo que la sangre que le goteaba por la barbilla le salpicase el pecho; y aún un poco más, de nuevo, hasta que la muchacha se tuvo que poner de puntillas. El dolor la hizo gemir otra vez, pero no el dolor que le provocaba la presa del elfo, sino el de uno de sus tobillos, evidentemente roto. Al fijarse en eso, el elfo que la sostenía, sin ningún miramiento y con un profundo desprecio, le propinó una fuerte patada en el otro tobillo, desplazándoselo hacia delante y aplastándolo bajo su bota para rompérselo también. La muchacha aulló de dolor un instante y volvió a caer de rodillas, con un ahogado lloriqueo.

- Te condeno, además – prosiguió el Ungido sin hacer caso de la agonía de la muchacha – a vivir bajo los efectos de ésta maldición…

Y no pudo proseguir.

El lloriqueo de la muchacha se convirtió en un gemido lastimero, en un cántico de dolor atroz que la hizo retorcerse durante unos instantes, soltándose de la férrea presa de su custodio para caer hacia delante, apoyándose con las manos en la hierba manchada de sangre. El gemido se convirtió lentamente en un aullido mientras el dolor la hacía convulsionar; en un gruñido cuando volvió a ponerse de rodillas, en un alarido cuando arqueó la espalda hacia atrás en una violenta sacudida.

La congregación dio un paso atrás, involuntariamente, cuando el repentino silencio de la muchacha se vio contestado a lo largo y a lo ancho de todo el bosque por los aullidos a la muerte de los lobos, por el sombrío canto de las lechuzas, y por el horrible gruñido de criaturas a las que nunca antes habían escuchado llorar. La oscuridad se tiñó de ojos rojizos que se dibujaban contra las sombras, y un clamor de furia ahogó los gritos que enseguida provinieron de la muchedumbre...


Se despertó con un espasmo, sintiendo el cuerpo empapado de un sudor frío y desagradable que le dio un escalofrío; y al principio la oscuridad se le antojó como una continuación de la pesadilla, un instante antes de que la realidad volviese a apoderarse de sus sentidos y pudo volver a pensar con claridad.

Respiró fuertemente unos instantes, hasta que logró calmarse, y reculó hasta que su espalda se apoyó en el tronco de un árbol cercano. La luna brillaba con fuerza en el cielo, atravesando las copas de los árboles hasta iluminar con su tenue brillo azulino el mar de hierba esmeralda que se agitaba con la fuerte brisa nocturna del otoño. A su alrededor, la hierba estaba manchada de sangre.

Se llevó las manos a la cabeza un instante. Había sucedido hacía ya tanto tiempo, y sin embargo aún lo seguía soñando en noches como aquella, a la intemperie, cuando el viento era parecido, cuando atravesaba las antiguas tierras de los Shahar Beyrin. Tenía una idea vaga de lo que había pasado a partir de ése punto, después de que se desmayase. Pero sí que sabía con certeza que prácticamente todos los elfos habían muerto. Salvo ella, tal vez la tribu Shahar Beyrin había dejado de existir.

Irónicamente.

Sus manos buscaron a tientas la bolsa de lona manchada de sangre que había dejado junto a ella cuando se había echado a dormir. Quizás sería adecuado que continuase su camino, habida cuenta de que le sería imposible descansar – aunque pudiese dormir – en aquellas tierras. A veces, pensaba que eran los espíritus de los elfos que habían fenecido aquel día los que le enviaban aquella visión; quizás para hacerla sentir mal, aunque lo cierto es que le importaba bien poco. Pero tenía que admitir que era una molestia… menor.

Aun así, pensó con una sonrisa terrible, si hubiera creído que los espíritus de los elfos habían sobrevivido... estaría segura de que no se habrían atrevido a meterse con ella.

Ya de pie, se echó al hombro el zurrón y la mochila, y después se cubrió con el grueso manto oscuro que la protegía del viento. Recuperó el cinturón con sus armas, se colocó con cuidado los dedos en forma de cuchilla de su brazalete, y se colgó del hombro el arco, antes de continuar su camino hasta la ciudad humana, aunque se detuvo cuando no había dado ni cinco pasos. Miró atrás, pensativa, y no pudo evitar la tentación de abrir la bolsa de lona antes de proseguir.

Tenía gracia, pensó mientras enrollaba los dedos de la mano derecha en torno a los lacios cabellos lacios y rubios y tiraba de ellos. Era la sangre lo que le había valido los eventos de aquella noche, la que le había causado el destierro. Alzó la mano, hasta que el cuello pegajoso de la cabeza se despegó de la lona; y la sostuvo por los cabellos frente a sí, mirando a los ojos opacos y muertos del desdichado caballero.

Resultaba tan tremendamente irónico que, en las tierras de los humanos, fuese a través de la sangre como conseguía sobrevivir.
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