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Creer en el Infierno

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Mensaje por Kath Vance 28/04/10, 12:38 am

Kathrina tampoco estaba segura de aquello.

Pero ya había pensado bastante sobre su repentino cambio de facción. O mejor dicho... ya había pensado suficiente. No quería seguir cavilando, porque sabía que lo peor no eran las pocas respuestas que hallaba en su interior, sino las muchas preguntas.

- ¿Detrás de mí? - la pregunta pareció envalentonar al, por otro lado, ya derrotado comandante, que sonrió con sorna ante la Flor. - Detrás de mí hay un ejército, furcia. Os aplastarán antes de que tengáis ocasión de escapar.

Kathrina cerró los ojos, con un suspiro. Apretó los dientes, los puños. Luego le asestó al hombre una somera patada en el vientre, haciéndole perder momentáneamente la respiración, antes de volverse hacia Ethel y Kirill.

- Me temo que tiene razón - corroboró. - Ni Zergould ni Feiran han escatimado en fuerzas para ésta operación. Si estuviéramos en otras circunstancias, señora Ethel, diría que tal vez debiérais sentiros halagada. Pero no conocen la casa, y...

Boum.

Algo hizo temblar los mismos cimientos de la casa, y Kathrina, que había atendido poco o nada a las enérgicas maniobras de la elfa, casi sintió que el corazón se le salía por la boca. Completamente alerta, se llevó la mano al cinto, pero dejó tranquila la espada al ver que, al parecer, la pelirroja tenía la situación controlada.

La Flor a la que Yshara dio la cuerda miró un par de veces en derredor, pero no vio nada donde asegurarla. Y Kathrina, que se sentía un tanto acomplejada por su falta de utilidad en aquella situación, se adelantó hasta ella, poniendo las manos en la cuerda y sujetándola con fuerza.

- ¡Vamos! - invitó.
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Mensaje por Kirill 01/05/10, 12:42 pm

Kirill se alegró de esuchar que no saldrían por las ventanas como había propuesto De Vance. Unas pocas flechas no le matarían, pero se sentirían impotente colgado como un gusano en su sedal... y aunque creía casi religiosamente en la inmortalidad de Su Señora, no era este el caso con Ethel o sus Flores, y mucho menos con Kathrina... aunque, todo fuera dicho, ella le daba mucho más igual, y dudaba de su utilidad como aliada, rehén, o incluso escudo humano.
Habría dudado de sus intenciones, pero en aquel momento no tenía tiempo ni para sospechar de ella. Debería confiar en que no resultara una carga ni tuviera intención de tenderles una trampa, y sólo más adelante preguntarse qué demonios estaba haciendo allí con ellos. La situación era demasiado apremiante como para preocuparse en exceso de aquello por el momento. Debían salir de allí, y con vida.

En un principio no supo qué estaba tramando Yshara, pero no necesitaba comprender para obedecerla; a pesar de esto, sus intenciones resultaron pronto lo suficientemente autoexplicativas. Y ser consciente de lo que pretendía Nadyssra le hizo de alguna forma sentirse un cobarde.
"Pondrá como señuelo a los soldados enemigos, obligando así a los arqueros a revelar su posición para matarlos." Pero el engaño no duraría tanto, ni llamarían tanto la atención los cuerpos sin vida al resultar grandes marionetas difíciles de manejar. Mientras que él...
Él podría moverse; él no moriría aunque le atravesaran veinte flechas. De los presentes, nadie sería mejor distracción y señuelo.

- Mi Señora Nadyssra - comenzó...

Pero pareció dudar de lo que iba a decir y volvió a cerrar sus labios, dando al segundo media vuelta para encaminarse hacia el agujero que se había abierto en el suelo. Nadyssra no necesitaba su ayuda aquella vez, se dio cuenta. No necesitaba que se hiciera el héroe y saliera por la ventana para atraer el fuego enemigo. Pero si algún dia la situación en que debiera hacerlo se daba... lo haría, sufriría las heridas que fuera como patético señuelo si aquello ayudaba a Su Señora, si permitía escapar a la aliada de Nadyssra que era Ethel...

Al pensar aquello, con expresión grave miró a De Vance y asintió con la cabeza.

- Permitid que baje primero y compruebe que la zona está despejada - dijo, y sin esperar respuesta agarró la cuerda para deslizarse con cuidado hasta el piso inferior. Intentó ser rápido, porque en el fondo dudaba que Kathrina pudiera con su peso mucho tiempo.

Una vez abajo, volvió a desenfundar la espada y comprobó rápidamente que no había nadie en la habitación... por el momento. Dud enemigos ya se estarían movilizando tras el ruido de la explosión. Volvió a guardar su arma y miró hacia arriba por el techo derrumbado.

- Rápido - urgió; y miró a Kathrina -. Cuando quedes sólo tú por usar la cuerda, salta y yo te cogeré.
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Mensaje por Ethel 03/05/10, 07:27 pm

La sonrisa sombría de Teresa no se hizo esperar con la respuesta del Comandante y se ensanchó con el golpe que le diera Kathrina, en simultaneo con el aumento en la fuerza con la que enterraba su zapato en la palma de la mano.

Con las palabras de la condesa, en efecto, el ego de Ethel se engrandecía, pero sabía que no eran del todo ciertas. Zergould se había curado en salud al parecer, al dejar asistir a la masacre solo a la carne de cañón; si en realidad no hubiera escatimado en gastos, habría dejado venir a otro pecado. No, algo más se cocía en todo el asunto, algo al nivel de una ¿prueba tal vez? Los ataques habían sido coordinados, cometiendo un desastroso error en la ciudad, pero habían sido orquestados en simultaneo., no de forma casual sino a propósito y ellas no lo habían visto ni sospechado.

Algo lo había motivado a seguir adelante en su contra. Interesante.

A partir de ese pensamiento todo se movió muy rápido.

- Deja de maltratarlo - le dijo la Flor de Lis, mirando a las que tres que había requerido Yshara. Fue solo un sutil movimiento de cabeza, con el que de inmediato se pusieron en acción, cada una haciendo lo que se les había pedido con bastante eficiencia, sin hacer preguntas y sin dudar, como si entendieran exactamente el plan de la elfa. El tiempo apremiaba y ninguna de sus Flores, incluyéndose ella, caería en desperdiciarlo con debates que no llevarían a nada. Si Yshara tenía un plan más elaborado que el de ella misma, era muy bien recibidoo, por eso, se dio la vuelta, dando la espalda al punto en que tiró las canicas incluso antes que estas hicieran explosión, moviéndose con pasos tranquilos y haciendo señas a las asesinas restantes para que tomaran posiciones en lo que las otras tres trabajaban.

Un agujero más, un agujero menos en su casa, no había diferencia, aunque atrajera la atención. Qué mas daba? A final de cuentas sería cuestión de tiempo para que la estructura de la casa colapsara, por si sola o con ayuda. Si el comandante tenía razón, aunque por sus envalentonadas palabras lo ponía un poco en duda, detrás de la bola de polvo y tierra que se formaba tras la explosión venían más hombres. Sacó de nueva cuenta su daga ceremonial y se la entregó a Teresa

- Márcalo - la orden fue tajante venida justo después de la explosión, y esta lo dejó de pisar; sabía exactamente que hacer, le entregó el arma al tiempo que pasaba junto a ella en dirección de la elfa hacia la ventana, cruzándose con Kirill y lo que fuera que intentó decirle antes de volverse hacia la salida que les abría. Sus pasos calmados se hicieron mucho más largos, acortando rápidamente la distancia entre las dos, hasta que puso la mano en su hombro desde la espalda y empezó a susurrarle al oído cada indicación que necesitaría para llegar al acceso del pasaje si los llegaba a perder.

Confiaba en que si ellos perdían el camino, fuera lo suficientemente fuerte para sobrevivir y salir del lugar aun sin ella. Le retiró la mano y se volvió sin esperar la respuesta o la reacción de su amiga, topándose con el descenso de Kirill, un Comandante con un runa graba de forma muy burda sobre la armadura con la daga que le había entregado a Teresa, sus Flores listas para saltar y el problema, el eterno problema, de Canción.

A lo que el mago dijo que estaba despejado, y mientras le daba instrucciones a Katharina, las Flores restantes saltaron por el agujero al piso inferior y al caer apuntaron con las ballestas en diferentes direcciones; Teresa sujetaba la improvisada cuerda para usarla como apoyo y hacer descender a Canción a la espera que la recibiera Kirill.

Estando abajo se retiraron rápidamente del orificio y tras el fuerte sonido del golpe contra el metal del Comandante que se rehusaba a seguir ordenes este se desplomó a encontrarse con los demás. No recordaba la última vez que había pateado a alguien, pero fue gratificante para la bruja haberlo aventado hacia el vacío después de obligarlo a levantar, con algo de ayuda de la runa que se le hacía dibujado, claro está.

Solo cuando todas estuvieron abajo, a excepción de las tres que asistían a Yshara, bajó Ethel, aferrándose a la cuerda, pero saltando desde donde estaba. Miró hacia arriba.

- Movámonos - abrió el camino para llegar al pasadizo. Pero Teresa la detuvo.

- Ethel... - la bruja la miró de tal forma que de inmediato la soltó y dio un paso atrás - Ya están todas fuera, pero... que pasará con Davianna? - había ansiedad en su voz; la bruja suspiró y puso la mirada en Kirill, como si acaso él tuviera la respuesta. Maldita fuera. Davianna. Por extraño que pareciera se había olvidado de ella, por completo. Odio con más ganas a ambos reyes y fue el Comandante quien posó la rodilla en el suelo adolorido al punto de llevarse la mano al pecho; tendría que dejar a Davianna, sin hacerle más daño, sin matarla.

- Movámonos - repitió enfurecida sin levantar la voz.


fdi: estoy asumiendo que el hueco es.. grande Shocked
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Mensaje por Yshara 16/05/10, 02:22 am

La luz del incendio hendía la oscuridad de la noche.

Incluso para la vista de los elfos, aquellas condiciones no eran idóneas para ver. Daba igual, en realidad. Yshara no estaba ahí para ver nada. Esperó apenas unos instantes; lo justo para que, detrás, se organizara la forma en que el resto bajaría.

Una vez hecho éso, Yshara abrió fuego.

No fue gran cosa. La elfa se posicionó cuidadosamente en un lado del ventanal, de forma que el muro le ofrecía cierta protección, y comenzó dándole una somera patada a los cristales, que cedieron al metal de la puntera de su bota. El vidrio coloreado se esparció por la estancia y el exterior con gran estruendo, y la pelirroja, con rapidez, realizó dos disparos.

El primero eran flechas mágicas. Dejaron un surco rojo sangre en el cielo, y estuvo segura de que al menos una de ellas traspasó a un hombre. El segundo era un disparo completamente normal, lanzado muy a mala idea contra alguien que trataba de alcanzar la casa. A aquella distancia acertar era muy difícil, incluso para ella, pero matar soldados no era su prioridad, sino llamar la atención.

- ¡Tiradlos!

Imagínalo desde fuera.

Al repentino aluvión de disparos, que sorprendió a más de uno - especialmente al que murió por efecto directo de los disparos - de pronto se le unió un espectáculo curioso. Varios cadáveres salieron despedidos por las ventanas, rodando por los tejados inferiores de la casa hasta caer, desmadejados, al jardín. Uno de los siguientes disparos que provenía de la ventana dejó una estela amarilla en la noche, y se clavó en uno de los cadáveres. ¿A modo de desafío?

- Sacadlos de ahí - gruñó uno de los comandantes enemigos, desde entre los árboles. - ¡Derribad al arquero! ¡Que suban a la planta más alta!

En el interior del edificio, Yshara sonrió.

- Ahora podéis hacer dos cosas - le dijo a las flores. - Saltar por el agujero y marcharos con las demás, o agarrar ballestas, echaros al suelo y quedaros conmigo hasta que ésos hijos de puta encuentren ésta sala.
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Mensaje por Kath Vance 16/05/10, 02:44 am

Kathrina asintió con la cabeza.

No sabía quién era el hombre, pero entendía que, en aquella situación, tenía bastante autoridad. Kirill, ¿No? No había oído hablar de él, no se le había mencionado en la misión. Aunque quizás oyó un nombre parecido entre los que se dirigían a las ruinas.

Tomó la cuerda y la sujetó con fuerza mientras las Flores se organizaban para bajar. A pesar de su condición física y de su complexión, la fuerza de Kathrina era engañosa. Sus brazos estaban acostumbrados a llevar una espada y un escudo. No era hercúlea, pero tampoco era débil. No le costó sostener a las primeras Flores sin mover un músculo...

Pero sus ojos estaban puestos en el espectáculo del comandante.

Se le revolvieron las entrañas, pero no supo por qué. ¿Le daba... lástima, lo que le estaban haciendo? ¿O le dolía de rabia recordar su traición? ¿Le importaba saberlo? No, en el fondo lo sabía. Le dolía no entender. Le dolía no saber por qué estaba ahí. Pero el episodio terminó pronto. La mujer, Ethel, pateó al hombre al interior del agujero* y...

- Señora Ethel...

... no, no importaba. Cuando pasó por su lado, la voz de Kathrina apenas fue un murmullo, un hilo. Ni siquiera ella pudo escucharlo, murió en sus labios. No había nada que decir. No había preguntas. No habría respuestas hasta que pasase un tiempo. No podía permtirse dudas.

Aquello la volvería loca, pero no podía pensar en lo que estaba haciendo. Quizás, si lo hiciera, descubriría que no era lo correcto, aunque lo sintiera como tal.

Una vez que toda la comitiva hubo descendido por la cuerda, Kathrina la recogió, como para indicarle a Kirill que había terminado. Se volvió hacia la elfa, que había comenzado a abrir fuego con saña hacia el exterior, y después miró hacia el agujero. Como, en cierto modo, no se fiaba del todo - no de aquella gente, sino de que aquella gente confiara o entendiera que estaba realmente con ellos - se dejó caer, sí, pero apoyando las manos en el borde medio quemado del suelo para reducir el impacto de la caída, si es que el hombre no la agarraba como había prometido.

*Imaginé a Ethel gritando "THIS IS SPARTA!".
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Mensaje por Kirill 24/05/10, 11:38 am

Al haber descendido el primero, Kirill no llegó a ver nada de lo sucedido por lo siguiente en el piso superior. Una vez comprobados los alrededores, recogió a Canción cuando la dejaron caer y recibió a Kathrina como había prometido. No pasó por alto la maniobra que realizó De Vance para disminuir la distancia de caída, pero lo achacó a un cierto miedo a la altura, y no al temor de que él pudiera incumplir su palabra; la depositó en el suelo sin hacer el menor comentario al respecto, y por un momento desocupado pudo al fin prestar atención y escuchar lo que se decía en el piso superior.

El ruido de los cristales al romperse, aquella simple orden - "Tiradlos"-, le hicieron comprender rápidamentre que había supuesto erróneamente cuál era la estrategia ideada por Nadyssra. Ethel hablaba y ordenaba marchar, pero Kirill no prestaba atención a sus palabras. Miraba expectante hacia el piso superior, esperando escuchar de un momento a otro cualquier cosa que le indicara lo que iba a hacer su señora a continuación; algo que en su interior ya adivinaba.
Y la confirmación no tardó en llegar.

- Ahora podéis hacer dos cosas. Saltar por el agujero y marcharos con las demás, o agarrar ballestas, echaros al suelo y quedaros conmigo hasta que esos hijos de puta encuentren esta sala.

En aquel momento debió abrir los ojos de forma desmesurada. Había dado por supuesto que Yshara planeaba una diversión temporal, no que se quedaría a plantar cara hasta el final. Aquello que había considerado él - quedarse como cebo - lo haría finalmente ella sola con, si acaso, algunas Flores.

Todo aquello estaba al revés, se dio cuenta. Él debería quedarse con Nadyssra, y las Flores seguir con Ethel. Tenía eso claro, pero al mismo tiempo sentía que era su obligación quedarse con Ethel y protegerla por cada Flor que quedara con Nadyssra... Al menos por el momento.
De cualquier forma no podía volver a subir por el agujero ahora que habían retirado la cuerda. Tuvo que dejar de mirar hacia el piso superior y seguir a Ethel hacia el pasadizo, frustrado por haber cometido la insensatez de abandonar a Nadyssra, extrañamente tranquilo al saber que, ocurriera lo que ocurriera, Su Señora sobreviviría.
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Mensaje por Ethel 27/05/10, 09:53 pm

Sin mediar palabra alguna, las tres Flores que quedaban en la sala tiraron los cadáveres de los soldados que habían llegado hasta ahí, siguiendo la secuencia de 2 -1 hasta que se acabaron los cuerpos, e incluso lanzaron alguno de sus compañeras sin que esto pareciera moverles algo en su interior. Se movían muy marciales, acatando las órdenes y la idea de Yshara sin inconveniente alguno.

Para cuando las opciones que expresara Yshara fueron dichas, estas solo fueron sopesadas, en apariencia, por dos de ellas, que ya la tercera ya se había tirado al piso, ballesta en mano. De las otras dos, una miró ansiosa hacia el agujero, mientras la otra aun se movía por el lugar hacia los cuerpos que quedaban de sus compañeras, despojándolos de sus armas; le lanzó el cargador de municiones de la ballesta de una de las muertas a la que miraba al agujero que lo atajó en el aire mientras se acercaba a la ventana y de inmediato se echó también al suelo, y se guardó el otro para ella.

No necesitaban hablar entre ellas para coordinarse ni para entender lo que pretendía la elfa. La primera que había apuntado al exterior, tenía mas municiones en su ballesta, las otras requerían un poco más; la que aun se movía, fue a por uno de los tapices que estaban en la sala, lo descolgó violentamente y lo tuvo listo por si era necesario cubrir la apertura en el piso en algún momento; no se demoró demasiado tiempo y acto seguido tomó también su posición.

Además, aun sin abrir la boca tenían claras varias cosas que las llevaban a acatar lo que se les decía. Yshara no iba a aceptar una sugerencia por parte de ellas para alcanzar en ese momento a Ethel y ellas iban a cubrirle la espalda a su Señora a como diera lugar; si los soldados le daban alcance a esa sala, lo que les hicieran a ellas no sería nada en comparación a lo que pasaría si dejaban sola a Yshara; y, por último, sabían entre ellas que si la cosa se ponía muy fea obligarían a la elfa a huir siendo ellas el cebo.

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

Por otro lado, si acaso Ethel llegó a escuchar el murmullo de Kathrina, pasó de este despectivamente; lo que tuviera que decirle bien podía hacerlo en el piso inferior y si tenía algo que decir, proponer, preguntar u objetar tendría que hacerlo en un tono de voz que fuera audible al menos para sí misma.

Sin embargo, la verdad sea dicha, no la escuchó, de la misma forma que no escuchó lo que decía Yshara en el piso superior por estar entretenida con las palabras de Teresa, quizá dichas en ese momento para atraer la atención de la bruja hacia ellas y no llegara a enterarse de las intenciones de Yshara. Por supuesto que no se lo haría permitido en lo absoluto de haber sido así. Lo último que iba a permitirse era que su amiga se sacrificara por ella, cuando estaban tan cerca de lograr salir del lugar.

Abrió la marcha, consciente que todo aquello, material, que dejara atrás, incluyendo el ángel de alas negras, bien podía darlo por perdido. Caminaba haciendo su mejor esfuerzo por no ver los cuerpos de las niñas caídas en los diferentes corredores, mientras las Flores hacían todo lo contrario.

Estas se desplegaban por las zonas donde se movían cubriendo prácticamente todos los ángulos y así evitar un ataque por cualquier flanco y se turnaban para quitarle a sus ex compañeras sus armas y municiones de ballesta, hasta cuando ya no tuvieron mas espacio donde cargar armas y entonces, según su especialidad y potencia las iban variando. Teresa iba dos pasos detrás del Comandante, pero su tarea no era vigilarlo, era arrastrar a Canción por la vía que llevaban.

El Comandante por su lado, parecía que llevara puesto un collar con su respectiva cadena y que esta fuera tirada por Ethel, lo que lo obligaba a moverse en la dirección en que ella iba, y cada vez que se retrasaba se quejaba de alguna forma obligándose a mantener el paso firme y constante de la bruja. Su expresión sombría no se movía del frente, para mirar a los lados estaban las Flores, caminaba sin fijarse si por los pasillos que cruzaban, uno tras otro, había algún soldado. Solo en una de las habitaciones se encontraron con invasores y estos fueron reducidos por las muchachas antes que abrieran la boca unos o tomaran sus armas otros

Por fin llegaron a una sala llena de cuadros, de todos los tamaños y estilos, algunos con marcos impresionantes otros estando solo en el lienzo; los dos mas grandes estaban enfrentados en paredes contraria y simplemente eran gigantescos, uno era fresco de la puerta de un castillo con soldados montados sobre Pesadillas; el otro era un paisaje de un lago, con un pequeño muelle y seis niños jugando por aquí y por allá entre los arboles. En el lugar había varias poltronas y escaparates junto a grandes espejos, en los que, fuera lo que fuera que estuviera ahí había sido saqueado. Un par de soldados y una Flor mas allá, todos muertos, delataban que ya habían pasado por ese cuarto. Además, los espejos rotos, no por combate sino por vandalismo (o por conocimiento) dejaban ver que de alguna forma habían “terminado”

La hechicera se paró en la mitad de la habitación y Teresa detuvo el camino del Comandante para que la dejara sola, haciéndole una seña a Kirill y a De Vance para que hicieran lo mismo, mientras se acercaba a esta última.

- Raro comportamiento para personas que están luchando contra el mal, no? –susurró, señalando con la vista la habitación.

Un mandala de luz se extendió en el suelo hasta casi tocar las paredes, brilló tenuemente y los cuadros hicieron a su vez lo mismo, pero solo el gran cuadro con el paisaje del lago permaneció iluminado al decrecer el mandala. La hechicera caminó hacia el que tenia el castillo y puso su mano sobre este, acariciando una Pesadilla y se giró enérgicamente hacia el otro, lugar al que caminó velozmente. Estando a dos pasos de este, mientras aun caminaba, estiró los brazos y con esto se formó un nuevo mandala, esta vez de color rojizo que por la distancia ascendió sobre el cuadro y…

No pasó nada.

Ni un chasquido, ni luces, ni nada. Como si se hubiera equivocado de cuadro, como si, en efecto, el hechizo no funcionara. El mandala se replegó hacía ella y repitió la operación, esta vez concentrándose más, con el mismo infructuoso resultado.

El comandante estalló en risas y Teresa lo golpeó con toda la fuerza que había recuperado, en el abdomen, pero Ethel le dedicó una mirada severa a Kirill, prolongada, como si estuviera molesta con él, por supuesto no era con él, solo que si alguien la podía ayudar de los presentes era él.

- Se me había olvidado – reconoció. No tenía energía suficiente para abrirlo.
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Mensaje por Yshara 03/06/10, 08:11 pm

La elfa observó la mirada resuelta en las tres mujeres.

Ninguna de ellas se movió. A Yshara se le escapó una sonrisa. Ethel sabía granjearse la fidelidad de sus chicas. Podría haberles dicho: "Nos quedaremos aquí a dar la vida por Ethel", y le habrían hecho caso.

Pero, por supuesto, los planes de Yshara Nadyssra no incluían morir... al menos, no esa noche. Ya habría tiempo para todo en algún momento, pensó, y su sonrisa se volvió fúnebre. Le pasó el dedo índice de la mano derecha por la punta de la nariz a una de las Flores, casi sin darse cuenta de que lo hacía.

- Perfecto - susurró.

Casi como si aquello fuera una señal, las tres mujeres se movieron al unísono. Algunos de los soldados fallecidos llevaban ballestas y flechas, y apenas tardaron unos segundos en armarse por completo. Yshara realizó un par de disparos más, de advertencia más que de castigo, y se quedó mirando la oscuridad, observando desde dónde se devolvía el fuego.

- Hay media docena de arqueros - dijo, sin mirar a las Flores. - Quizás más. Escucha. Tú - señaló a una de las chicas. - Cuando yo dispare, quiero que te fijes bien en dónde lo hago. Usaré magia, y la flecha estallará cuando toque el suelo. Evita mirar a las llamas. Trataré de incendiar aquellos árboles de allí. Tú fiíjate bien en dónde se esconden los que escapen. Y vosotras dos, estad atentas y tumbad a todo el que podáis.

No hizo falta matizar nada, ni repetir nada. Eran profesionales. A Yshara le gustaba trabajar con las chicas de Ethel. Claro que le gustaba más trabajar sola, pero éso no significaba que no supiera gobernar un grupo. Susurró algo entre dientes, y una de sus flechas adquirió un tono verdoso enfermizo. Una runa se dibujó en el metal de la cabeza, y la elfa tensó con rapidez el arco, y efectuó un disparo.

Tenía la suficiente templanza como para no desviar el tiro, pero no como para no sorprenderse. Tan pronto como se asomó, una flecha de ballesta golpeó contra el brazo de su arco, rompiendo uno de los tendones de cuero, y rebotó sonoramente. Yshara disparó, como prometió, y el infierno se desató en la arboleda. Hubo un puñado de gritos, alguno de ellos satisfactoriamente agónico, y las Flores empezaron a disparar.

Yshara se ocultó de nuevo junto a la ventana, y respiró hondo.

Qué paradójico que justo ahora, en toda la noche, fuese el momento en el que más cerca había estado de morir.
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Mensaje por Kath Vance 03/06/10, 10:39 pm

...

Kathrina avanzó tras la comitiva, en silencio, con su espada desnuda por si eran víctimas de algún ataque. No se dio el caso. Seguía sintiéndose fuera de lugar en todo aquello. ¿Qué pasaría si se detuviera, si no caminase un paso más...?

Seguramente nadie se daría cuenta de su ausencia. Pero, ah, claro. Los soldados de Feiran la cogerían, y... en fin, ya se imaginaba el resto. Se forzó a recordarse a sí misma por qué estaba allí. Pero su avance fue cerrando el del resto del grupo, vacilante. No quería ir a la par de nadie. Esquivó a toda Flor que hizo el más mínimo amago de ponerse a su lado... que no fueron muchas.

No estaba allí, pero allí estaba. Las dudas la estaban devorando, y no sentirse parte de aquel grupo no ayudaba demasiado. Cuando Ethel le habló, o al menos pareció dirigirse a ella, alzó la cabeza, saliendo de su distracción, pero no acertó a contestar.

La sala era... hermosa. Kathrina se descubrió a sí misma devolviéndole la mirada a lo que parecía ser el retrato de una mujer noble, que sostenía una espada, y cuyos cabellos rubios estaban recogidos en una larga trenza que le caía a la espalda. Sabía que no era un retrato de su madre, pero Kathrina no pudo reprimir un escalofrío. Tampoco pudo reprimir acordarse de su tierra natal...

Y por un momento, los recuerdos la embriagaron hasta tal punto que se quedó mirando aquel cuadro en silencio, completamente ajena al mundo a su alrededor.
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Mensaje por Kirill 17/06/10, 05:23 pm

Kirill se sentía tonto, inútil, avergonzado, y ante todo terriblemente confundido. Por un instante sentía que había obrado decididamente mal al separarse de Nadyssra y al segundo siguiente se recriminaba por osar pensar que ella no podría sobrevivir por su cuenta; si no le había llamado a quedarse allí con ella era por algo... pero al mismo tiempo, ¿no debía mejor desobedecer órdenes si era por el bien de su Señora? ¿Aunque con qué derecho determinaba él lo que le convenía más a la que había jurado lealtad? Con un nerviosismo febril impropio de él ya se estaba decidiendo por encontrar una escalera al piso superior lo antes posible, y ejercer así de inesperado refuerzo que por la espalda atacara a sus enemigos. Si tenía que sacrificarse en el intento, tanto mejor; sería una muerte honorable que le purgaría de la vergüenza que sentía en aquel momento.
Tenía ganas de pararse a darle puñetazos a la pared más cercana, y la forma en la que apretaba los puños y torcía el gesto lo revelaban casi como si Kirill lo hubiera dicho en voz alta. Quedaba bastante evidente que se estaba concentrando demasiado poco en fijarse en por dónde iba y en si algún enemigo se encontraba acechante, pero entre el cansancio y sus preocupaciones no podía evitarlo.

Practicamente ni siquiera se dio cuenta de que habían abandonado la carnicería de los pasillos para pasar a una sala mayor. No le prestó atención a los cuadros: nunca le había llamado la atención el arte... aunque parecía que aquellos óleos guardaban mayor secreto del que se podía apreciar a primera vista. Si aquella era la salida, pronto podría abandonar a Ethel, a salvo con las Flores que ya habían demostrado ser hábiles guerreras y perfectas escoltas. Casi temblaba de impaciencia, deseoso de volver con su Señora...
Cuando el mandala de Ethel no surgió efecto lo primero que pensó fue que un enemigo había contrarrestado su magia o saboteado de alguna forma los cuadros. Al dedicarle la bruja una mirada que al mago le pareció reprobadora, hasta le pareció comprender que sospechaba de él.

Tardó unos segundos más en comprender en qué radicaba el verdadero problema. Su semblante se volvió grave.

- Yo no sé abrirlo - dijo. El mecanismo mágico empleado se le escapaba en aquel momento, y se sentía demasiado cansado y agobiado como para comenzar a desentrañarlo. Y aquello le dejaba con una única alternativa.

Siempre había odiado la transferencia de magia. Si había algo que a Kirill se le diera mal, esto era usar su magia innata como medio para sentir, localizar, ayudar. Además, todo aquellos que requiriera un refinamiento de la magia a una forma más benigna le parecía un desperdicio de energía del que él se sentía incapaz.
¿Pero qué remedio a parte de ése les quedaba ahora? Una de esas muchas ironías de la vida. Odiaba admitir que había algo que no pudiera hacer, y sin embargo no podía activar el cuadro por sí mismo.

No dijo nada más, pero se concentró para iniciar el transpaso; cabeza gacha, manos posicionadas ante él, extendida la palma y separadas la una de la otra unos pocos centímetros; ojos cerrados. En el hueco entre ambas comenzó a brillar una tenue luz, su magia concentrada, naturalmente luminosa por mucho que los hechizos de Luz le hubieran quedado vedados para siempre. Parecía que entre sus manos sostuviera una brasa llameante que iluminara su rostro, cada vez con mayor potencia.
Aquél era un paso preliminar.

Esperó que Ethel comprendiera lo que intentaba, aunque no sabía si el transpaso de magia era una práctica común en otros reinos. La teoría era simple: transferir potencia mágica aún no utilizada de usuario a usuario, permitiendo su uso por parte del segundo; se basaba en el mismo principio que la magia curativa. En la práctica se trataba de un proceso algo más complicado, al menos para el mago. La magia de cada uno es por naturaleza extraña a cualquier otro usuario, e introducida en alguien sin procesar equivaldría a un ataque mágico. Y, obviamente, Kirill no quería dañar a Ethel, y si hubiera querido hacerlo cualquier otro medio habría sido cientos de veces más efectivo.
Para evitarlo acumulaba su magia, la refinaba, quitaba capa tras capa de potencial ofensivo - demasiadas, debido al poco control que tenía del proceso - para obtener una material que pudiera ser introducida sin peligro en el cuerpo de la bruja. Una vez lo hubo obtenido una primera cantidad la envió con cuidado hacia ella, pidiéndole a su modo permiso para iniciar la transferencia al mismo tiempo que preparaba más energía. "No la rechaces" decía sin palabras a través de la magia que enviaba. "Permítela pasar".

Daba por supuesto que aceptaría el transpaso. No les quedaba otra alternativa.
Kirill
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Mensaje por Ethel 28/06/10, 01:50 am

El cuadro que obsevaba Kathrina, no era de ningún familiar de ella, de hecho, era de alguien bastante lejano y mas bien residente de esa isla. O al menos lo había sido cuando vivió. El mundo suele ser un pañuelo y las casuladesdes que unen las caminos y los destinos, así sea por un misera intantes de insginificante repercusioes, no tienen porque ser profundas y mas bien suelen ser casi irosorias: el cuadro, era el retrato de la madre de una de las apredices (no de las disciplulas, aprendiz) de Ethel.

Pero la hechicera no prestaba atención a esto, ni a nada difernte que no fuera la respuesta y la posible ayuda que pudiera darle Kirill. Todo lo demás carecía en absoluta de importancia, incluso el Comandante, de momento.

Sin embargo, su expresión inicial solo trajo mas preocupación para la bruja, aunque no dio muestras de eso, al menos no hasta que dijo no saber abrir el cuadro, momento en que abriendo un poco la boca, mientras bajaba la vista y la cabeza, se mordió el labio. Las Flores presentes sabían lo que significaba: estaban realmente jodidos.

- Tch - dijo el comandante prisionero, con una sonrisa sardónica. - Tanto mago y sois todos una panda de inútiles. - Teresa se tardó en golpearlo, de hecho, no lo hizo, Ethel tampoco le hizo nada. Necesitaba pensar, hacerlo muy rápido. Solo con magia se podía abrir el portal, romper la pared con la cabeza del Comandante, solo los haría llegar a la habitación contigua.

Necesitaba energía. Miró a sus Flores y la mirada de cada una reflejaba la ignorancia de lo que se pasaba por su mente. Miró a Kathrina. Si iba a sacrificar la energía vital de alguien, que fuera de la de ella.

No. Yshara parecía interesada en ella y sacar un banco de información de su cabeza antes de drenarla requería más energía que abrir el portal. Pero había sido tentadora la idea.

No había opción, tomaría parte de la del Comandante y sacrificaría a una de sus niñas. Una mas, una menos... fijó su vista en Kirill de nuevo, algo estaba haciendo que perturbaba de forma sutil el tejido mágico y... qué hacía con las manos extendidas hacia ella?

Le tomó un momento comprender, pero sus facciones no mostraban confusión. Estuvieran solos, hasta habría enarcado la ceja, pero con el Comandante y Kathrina ahí, las cosas eran diferentes. Sin embargo, cuando la luz empezó a brillar, suspiró. Estaba tan acostumbrada a ser ella quien tomara la energía de otros, que una donación se le hacia extraña.

Movió la mano para llamar la atención de las Flores e hizo señas. Se apostaron en las puertas y levantaron sus ballestas hacia el exterior, mientras Teresa con tres golpes en las piernas del Comandante lo ponía de rodillas. Solo quedaba el asunto de la condesa, pero... tendrían que confiar, no había mas opción.

Ethel se sujetó el cabello con ambas manos, no recordaba muy bien como hacer lo que haría continuación. Tomó aire de forma profunda y segun la concentración de magia de Kirill aumentaba, ella liberaba cada uno de los conjuros y rituales magicos de defensa que tenía. Chisporroteaban en el aire con diferntes colores y se desvanecían como mariposas, siendo los mas llamativos aquellos que confirmaban las acusación con las que habían convencido a De Vance a participar: chispitas violetas de la mas pura magia negra.

A nivel magíco estaba totalmente indefensa a un ataque sorpresa. Cerró los ojos y extendió las manos, con humildad, hacia el mago para recibir lo que le ofrecía. Se concentró en su energía mágica, en sus matices, los colores que le daba Kirill, cada hendidura en ella como si de una huella digital se tratara y con una paz y serenidad que muy pocos le conocían, la recibió dejando que pasara desde la punta de sus dedos y la palma de la mano expuesta hacia el mago, pasando por sus brazos, su pecho e inundando su ser.

Al no ser ofensiva, se sentía cálida, diferente al no haberla tomado a la fuerza. La sentía iluminar todo en su interior, llenando ese espacio vacío que había dejado cada uno de los hechizos del día. No se sentía plena, pero si renovada y.. la escencia de Kirill era para la bruja, a falta de una palabra mejor, una delicia.

Un pequeño mandala se trazó a sus pies al completar la transferencia y su sonrisa, mas que de alivio, fue de placer y la mirada a Kirill, lasciva. Sin dar tiempo a nada, se giró al cuadro y el mandala se extendió, volviendose rojo y absorviendo los colores del cuadro, hasta dejar ver los ladrillos que componían la pared y luego una pared de roca que no encajaba con la habitación y tras esta, oscuridad que fue disipada por el brillo del mandala mostrando una caverna que no se extendía hacia el fondo, sino en forma vertical.

En esta, había una escalera de caracol con un descanso en frente de ellos, pero que ascendía y descendía. La estructura que la sostenía era en metal, pero este se encontraba oxidado por el paso de los años, mientras las maderas que hacian los escalones, se veían relativamente estables, pero llenas de enredaderas y musgo.

- Gracias, mi estimado Kirill, ha salvado el día - sonrió con cierta inocencia y a un movimiento de mano el Comandante empezó a toser con agonía, con las manos al cuello - Muevanse - Las Flores mas cercanas entraron al sitio, bajando los peldaños gracias a la luz residual del mandala, Teresa tomó de la nuca al Comandante y lo obligó a pasar y Ethel le hizo un ademán de paso a Kathrina y Kirill para que siguieran, dejando que las Flores restantes cerraran al grupo.

Al pasar, de la pared de roca, Ethel tomó una antorcha que se encendió por sí misma e iluminó el camino para todos. Dejando tal vez la incognita de a donde llevaban esas escaleras hacia arriba. Con el paso de la última Flor, la puerta volvió a ser solo un cuadro, que esta vez si era una ilusión que volvería a ser real, solo cuando Yshara pasara... si es que pasaba.

El camino de descenso fue bastante largo, el equivalente a seis o siete pisos, rodeados siempre por un cilindro de roca sólida, un burdo, pero efectivo, trabajo enano que los llevó hasta una caverna irregular, con suelo de arena de mar y que seguía en sentido descendente por varias docenas de metros y luego empezaba a emerger, cada vez con mas enredaderas en las paredes de piedra y un poco mas de musgo hasta que el aire se hizo más fresco, más forestal.

El tunel llevaba al bosque que se hayaba detrás de la casa, por detrás del grupo de soldados que incursionó desde ese lugar. El bosquesillo en ese punto, era un poco pantanoso y lo tupido de sus arboles daba una cobertura perfecta para no ser atacadas, por ahora, aunque las Flores siempre estaban alerta. Sin embargo, aunque no permitía ver la casa con nitidez, si que debaja ver como las llamas hacían de esta su banquete.

- Malditos, lo que le hicieron a mi casa... - dijo con cierta melancolía y antes que el Comandante dijera algo, Teresa ya le daba un golpe bajo que le cortara el aire - Condesa, ahora usted guía - dijo con marcialidad, sin mirarla, con la vista fija en la casa que ardía y explicandole donde estaban exactamente, para ubicarla espacialmente.



Ethel
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Mensaje por Yshara 13/07/10, 10:00 am

Caos.

Aquella palabra era prácticamente la única que podía definir de forma más o menos correcta la situación en la casa que habían dejado atrás. Como pronto demostraron, la coordinación entre Yshara y las flores era muy buena, y la batalla subsecuente fue tan rápida como a la elfa le hubiera gustado.

La estrategia no era muy elaborada, pero funcionaba. Las llamas que siguieron al disparo de Yshara hicieron huir a un puñado de hombres, que se deshicieron de sus arcos y avanzaron hacia la casa con espadas, solo para caer víctimas de certeros disparos de las ballestas de las Flores.

La elfa se unió a los disparos pasados los segundos en los que su autocontrol se enfrentó a la necesidad de pánico, una batalla que se resolvió satisfactoriamente para ella. Entre las cuatro, derribaron a seis o siete hombres antes de que pudiesen acercarse lo suficiente como para ser un peligro.

Entonces, Yshara volvió a disparar.

La explosión se produjo tan cercana a la pared principal de la casa que sacudió los cimientos de ésta, e hizo que una de las Flores tuviese que agarrarse para no caer de su escondite. Con un alarido desgarrador, tres o cuatro hombres salieron precipitados hacia el exterior, envueltos en llamas salvajes que amenazaban con consumirles. Haciendo caso omiso de los lamentos, Yshara se apartó de la pared, adentrándose en el cuarto vacío que habían dejado tras de sí.

- Ya está - murmuró. - Suficiente. Hora de irnos.

Ahora ya no podían retrasar más el asalto, pero sus orejas le dijeron que había cumplido el otro objetivo que tenía en mente. Los soldados buscaban una habitación en la tercera planta, y perderían todo el tiempo del mundo accediendo a ella. A estas alturas, seguramente Ethel ya había escapado de allí, pero Yshara quiso asegurarse. Mientras avanzaba hacia la puerta, sacó un trozo de hilo de su bolsa, y le hizo un rápido nudo a una de sus flechas. Tras cerciorarse de que no había nadie fuera, disparó a un lado de la puerta, y luego al otro, tras murmurar unas palabras.

Dos flechas quedaron, pues, hundidas en el suelo de madera, una a cada lado de la entrada, y ambas unidas por un delgado hilo fácil de romper por alguien que entrase de forma apresurada en la cámara. Y las flechas brillaban con una ténue pero perceptible luz rojiza, que hacía preveer lo que pasaría cuando alguien tuviese un accidente con el hilo. La elfa se volvió para llamar la atención de las Flores sobre el detalle.

Las Flores.

Bien, ahora empezaba lo divertido. Yshara tenía que sacar de allí a aquellas tres chicas. De haber estado en solitario, no habría tenido problemas en saltar por la ventana, pero cuatro personas son menos desapercibidas que una sola. Si conocía a Ethel, habría usado un pasadizo que la condujera hasta su refugio del bosquecillo. Tenía que llegar allí.

- Un acceso al tejado - le dijo a una de las Flores. - ¿Dónde hay uno?

La muchacha se movió con la rapidez de la profesionalidad, y la elfa y las otras le siguieron sin dilación. Recorrieron unos cuantos pasillos a toda prisa, y pronto se encontraron en una parte de la casa donde la primera de las chicas se apoyó en la pared y saltó para bajar una especie de escalinata muy bien disimulada del techo.

Yshara subió la primera, y las Flores le siguieron muy de cerca. La última de ellas tiró de una especie de cadena, y comenzó a elevar la escalinata por detrás de ella. Sin embargo, mientras lo hacía, la casa volvió a sacudirse, y se le escapó la cadena.

- Han llegado a la sala de Ethel - dijo Yshara desde arriba. - ¡Corre!

Aunque estaba nerviosa, la muchacha lo hizo lo mejor que pudo, y cerró la escalinata. Yshara examinó el lugar en el que ahora se encontraban; una especie de templete de mármol con columnas, cerrado pero provisto de ventanas que dejaban entrar la luz anaranjada del incendio. Tenía dos alturas, lo que disimulaba la existencia de la escalera; en la superior había una puerta que Yshara supo que conduciría a la parte superior del edificio.

Y así era.

La elfa se imaginó que habría sido una de las primeras zonas donde los invasores habrían accedido, una vez las Flores de Ethel se habían retirado, y no se equivocaba. Alrededor del tejado había una plataforma con balaustradas y gárgolas, que era adonde la puerta conducía. A la luz de la luna, no era difícil ver que había enemigos. Al parecer, habían registrado el pequeño templete, pero no vieron el acceso a la casa. No obstante, se habían quedado cerca. Tan pronto como uno de ellos vio que la puerta se movía, dio un grito de alerta.

Claro que, antes de que hubieran pasado un par de segundos caía ruidosamente por el costado de la casa, embadurnando la pared con la sangre que le chorreaba por una herida abierta en el cuello, pero para entonces ya era tarde. Yshara calculó que había bastantes más enemigos a los que podían hacer frente, y dio orden a las Flores de que se movieran rápidamente y en dirección contraria.

- ¿Qué fachada de la casa da al bosquecillo? - le preguntó a una de las Flores, que le contestó señalando con la mano. - Vamos. Corred.

Ahora era peligroso quedarse allí. En cuanto doblaron una de las esquinas de la terraza con el tejado, encontraron a un soldado que acudía al grito del que acababa de morir, e Yshara, que iba al frente, tuvo que esquivar un disparo. Se arrojó de inmediato sobre el cuello del hombre, y le abrió la garganta sin miramientos, arrodillándose sobre su pecho. Luego se puso de pie, y se volvió hacia las flores.

- ¡Vamos! - dijo.

Las Flores la miraron, pero ninguna de ellas se movió. Ni siquiera Yshara. La flecha había atravesado a una de ellas por la cadera, y la mujer estaba haciendo un esfuerzo considerable por no gemir, ni llorar, a pesar de que se desangraba rápidamente por la pierna.

- Mierda - gruñó la elfa.
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Mensaje por Kath Vance 13/07/10, 10:28 am

En cierto modo, fue útil que Ethel le hablase a Kathrina en ése mismo momento.

La Condesa no había estado muy atenta a lo que había sucedido durante los últimos minutos. Perdida en sus cavilaciones internas, volvió al mundo al son de las palabras del comandante, para castigarle con un golpe de la empuñadura de su espada justo detrás de la oreja, como mil y una veces se había hecho en el ejército para callar a un prisionero.

Luego, mientras le sostenía la mirada con desdén, sintiendo la burla en los ojos de él, viendo todo lo que el hombre sabía y ella no oculto en sus pupilas, llegó la orden. Usted guía, Condesa. Kathrina volvió la mirada hacia Ethel.

- ¿No esperamos a...? - No, parecía obvio que no. - Bien.

Observó. No tenía ni santa idea de en qué parte se encontraban, pero las indicaciones de Ethel serían suficientes. La playa se encontraba a no mucha distancia, al otro lado de la ciudad, pero no sería prudente dejarse ver por las calles. Podían rodear la ciudad... pero sólo había visto los mapas, así que ignoraba qué accidentes geográficos podrían encontrar.

A no ser que...

- Bien - repitió. - Por aquí.

No conocía el bosquecillo, pero señaló en dirección a donde estaba bastante segura que habrían de dirigirse. Antes de ponerse en marcha, se dirigió al comandante prisionero, y le quitó uno de los guanteletes de forma enérgica, haciéndole sorprenderse. Lo tiró al suelo sin apenas mirarlo, y se volvió para comenzar el trayecto. Si la pelirroja y las otras tres chicas iban a tener que encontrarlas, lo suyo era que dejasen al menos una pista de dónde se encontraban, aunque ya no estaba segura de qué era lógico en presencia de una hechicera.

Kathrina no tenía experiencia con la magia. Supuso que tendrían alguna forma de lanzarse indicaciones mágicas, o algo así. Daba igual. Así estaba más tranquila.

En cualquier caso, guió y se dejó guiar a partes iguales en la dirección que había señalado. En las partes en las que el avance era difícil, dejó que fuera una de las Flores quien tomase la delantera, que parecía conocer bien el bosquecillo. Y no tardaron demasiado tiempo en llegar hasta la costa de la isla, donde no había nada, lo que hizo a la rubia morderse el labio, nerviosa. Hasta que pudo ver, gracias a la ténue luz de las estrellas, que algunos metros al norte había un pequeño embarcadero raído donde se encontraban unas cuantas barcazas.

- Allí - señaló. - Podemos usar éso para acercarnos a los barcos principales y tomar uno.

Se preguntó si ahora era un buen momento para esperar a quienes faltaban.
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Mensaje por Kirill 21/07/10, 08:18 am

Sintió cómo poco a poco su energía mágica escapaba de él para alojarse en el cuerpo de Ethel. El proceso duró quizás un par de minutos, el tiempo que Kirill preparara y transfiriera suficiente energía para la bruja, más de lo estrictamente necesario, por supuesto, para que abriera el pasaje, pero en ningún punto se planteó el parar hasta que de repente no consiguió que más magia saliera de él.
Con cierta sorpresa interrumpió el proceso. Abrió los ojos, preparado para fruncir el ceño y comentar algo sobre que parecía que ya no podía dar más, pero en lugar de eso volvió a cerrarlos y, tambaleante, se apoyo contra la pared más cercana. Al volver a abrir los ojos miró con insitencia al suelo con las esperanza de anclarse a él de alguna forma, y que así dejara de girar el mundo a su alrededor. Si le dijeron algo no lo escuchó: le pitaban los oídos y le latían las temples. Hasta tenía ganas de vomitar, y estaba demasiado ocupado evitando hacerlo como para prestar atención a otra cosa.

Algo avergonzado de su debilidad, se reincorporó y se mantuvo en pie con dudosa estabilidad. La transferencia había acabado de agotarle, y perder tanta energía mágica de golpe en su estado de cansancio, la única que le quedaba, había sido un duro golpe para su cuerpo. Necesitaba descansar, pero aquello era lo último que podía permitirse en aquel instante, y tampoco estaba dispuesto a permitir que nadie le ayudara. Por ello lo mejor que pudo hacer fue ignorar las náusas y avanzar tanto en linea recta como le era posible.

¿Pero quería avanzar? Nadyssra quedaba detrás. Y al mismo tiempo él no estaba en estado de ir a ayudarla. Sabía estas dos cosas pero no conseguía pensar en mayor profundidad. Sólo era consciente de la atenazante sensación de desasosiego que lo invadía, la inseguridad y un leve pánico; demasiado para él en aquella situación. Algún mecanismo de su mente optó por dejarse llevar, y antes de que pudiera ser consciente de ello había seguido a Ethel por el pasaje, sin vuelta atrás. Decidió que dejaría de pensar un rato hasta que volviera a existir un camino que le llevara a Nadyssra, pero cuando éste llegó en el bosque no lo tomó. Era demasiado tarde, estaba demasiado cansado. Soy un cobarde, se dio cuenta en el fondo, pero sin fuerza suficiente para lanzarse a morir matando, cuando nunca podría llehar hasta su Señora ni serle de utilidad en aquel acto.

Se dejó guiar mientras volvía a reunir fuerzas.
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Mensaje por Yshara 22/07/10, 06:44 pm

[F.D.I.: Con la venia de Ethel, le cambio el orden de los turnos para ésta vez]

La herida era grave, pero la chica era fuerte.

Cuando la elfa se acuclilló frente a ella, observando con detenimiento el lugar de la herida, la mujer, sostenida en posición incorporada por sus compañeras, la miró con aire de desafío, seria, distante, resistente, atrévete a decir que he gruñido, que he rechinado los dientes, decían sus ojos, aunque una lágrima la había traicionado. Yshara no se lo tuvo en cuenta. Cuántas veces no habría llorado de dolor ella misma.

No había mucho que hacer en aquellas circunstancias. No podía sacarle la flecha, porque la muchacha iba a desangrarse. No podía dejarlo así, porque, de todas formas, la muchacha iba a desangrarse. Yshara cortó tres jirones de la ropa del soldado al que acababa de matar; luego buscó en su capa, en su zurrón, y acabó encontrando una petaca de metal mediana.

- Agarradla fuerte - dijo a las Flores. - ¿Cómo te llamas?

La pregunta, igual que la petición, cogieron a la chica por sorpresa. Estaba pálida, sus ojos reflejaban reticencia, y su voz era un hilo cuando contestó.

- Ce... Cecilia - dijo, simplemente.

Yshara, que no era una mujer particularmente refinada, masculló algo entre dientes a modo de respuesta, mientras partía un pedazo de tela. Hizo una bola con él, y la mojó en el líquido de su petaca; después se lo dió a oler. Era... olía como el whisky, pero mucho más fuerte. Casi le dió una arcada.

- Vale, Cecilia - dijo, mientras partía la flecha de golpe, procurando que no se moviera. Dejó únicamente un trocito del astil dentro de su cuerpo, volvió a partir el trozo que había roto, le colocó un pedazo de madera entre las mandíbulas. - Muerde ésto. Escucha, ésto va a doler un montón, pero se que eres fuerte. Aguanta, ¿Vale?

Cecilia la miró, nerviosa, mientras cortaba sus ropas con una daga. Asintió con la cabeza, aunque estuvo a punto de rechistar. Yshara era demasiado enérgica, demasiado determinada como para decirle que no, pero la chica, que era ante todo una Flor, ante todo leal a Ethel, a punto estuvo de decir que no quería, que su deber era dejarse morir, hacer de señuelo para que las otras escapasen.

No hizo nada de éso. En su lugar, gimió.

Yshara hundió el trapo con fuerza en la herida, el licor enano reaccionó de inmediato en contacto con la herida. Cecilia nunca había sentido un dolor tan punzante, tan penetrante, en su vida; ardía como si le hubiesen prendido fuego. Yshara había hecho bien en pedir a las chicas que la agarrasen, se revolvió tan fuerte como pudo, enloquecida por aquella repentina quemazón.

La elfa trató de no prestarle atención. Era normal que se revolviera, había visto a mucha gente orinarse encima tan pronto le aplicaba aquel devorador de hígados. Siempre se preguntaría cómo los enanos conseguían bebérselo. Cecilia aguantó lo mejor que pudo mientras Yshara enrollaba el trozo de tela en el astil de la flecha, asegurándose de que estaba en contacto con todos los puntos de su herida. Luego utilizó el resto de la tela para vendar a la chica con fuerza, alrededor de las caderas, sujetando el pedazo de tela empapada tan fuerte como pudo contra su cuerpo.

Era lo único que podía hacer, lo mejor. Cuando Cecilia, cansada, dolorida, con las comisuras de los labios mojadas en una delgada película de espuma, pareció ceder, Yshara llamó la atención de una de sus compañeras.

- Acaba de vendarla - ordenó. - Ahora vuelvo.

Y desapareció casi de inmediato.

- - -

No había luz en el cielo. Las nubes obstruían la claridad de la luna, el edificio era una miríada de sombras oscuras y pedazos apenas visibles de azul oscuro. El tejado era un rectángulo de piedra enlosada, rodeado por una cadena de columnas cuadradas y verjas de hierro labrado que no alzaban un metro del suelo, que enmarcaba una sección del tejado, dos mitades inclinadas con tejas de barro, una gran chimenea que sobresalía del conjunto por un lado, el cobertizo de yeso y ladrillo que era el acceso al tejado por el otro.

Las sombras no resaltaban contra el escenario en aquel paisaje, ni se distinguían las unas de las otras. Era un sitio de tamaño considerable, teniendo en cuenta la envergadura del edifcio; desde donde se encontraban las Flores, habría sido difícil captar siquiera el sonido de tres sombras que se desplazaban con cuidado hacia adelante, al otro lado, al amparo de la oscuridad, midiendo sus pasos, mirando alrededor, tanteando el terreno.

- Ha sido aquí - dijo una voz.

- Pero aquí no hay nadie - contestó otra. - ¿Estás seguro de que...?

- Lo estoy - respondió la primera. - He oído un grito.

Una tercera voz dejó escapar una risotada.

- ¿Qué es un grito en mitad de ésta confusión? Estamos perdiendo el tiempo. Mientras hablamos, no sabemos si las arqueras se han--

Mala suerte.

El dueño de la voz, un hombre de cabellos oscuros, corpulento y enérgico, ya estaba cayendo al suelo cuando se produjo el siguiente ataque. Sus compañeros habían oído el zumbido de la cuerda del arco, habían visto la flecha pasar entre ellos, pero no cómo atravesaba la garganta del tercero. Echaron mano a sus armas de inmediato; para éso estaban ahí, como soldados, después de todo, para deshacerse de las arqueras de Ethel.

Eran un hombre y una mujer, y ella llevaba una espada al cinto, y él una ballesta a la espalda. Ambos alcanzaron sus armas de inmediato, pero el de la ballesta no fue lo suficientemente rápido. Una sombra se precipitó sobre él como un puma, súbita, violenta, garras rasgando el pecho, un grito, sangre. Su compañera golpeó las sombras, sin encontrar un blanco, ya se había movido, pero no la vio a tiempo de evitar una patada en los tobillos que le hizo perder pie, caer de espaldas al suelo, golpearse la nuca con el pavimento. Resopló, dolorida; la sombra se levantaba y alzaba la pierna derecha hasta la verticalidad en un solo movimiento, fluido como mercurio. La escasa luz de la luna hizo brillar el talón de su bota, remachado de metal, la chica se preguntó para qué un instante, la respuesta enseguida: para ésto, la pierna cayó como una guillotina y le reventó el cráneo contra el suelo.

Yshara no se detuvo a celebrar nada; no había nada que celebrar. Ni siquiera se limpió de sangre la bota. Volvió a subirse al tejado, se tendió en el vértice superior, escudriñó la oscuridad. Su vista de elfa le permitía ver mucho mejor que cualquier humano.

Había sombras, pero no todas eran las que buscaba. Tomó su arco, cargó una flecha. Una de las sombras, solitaria, esquiva, desplazándose lentamente por una de las zonas laterales, cayó en silencio, rodó, se llevó las manos a la garganta, dejó de moverse. Yshara buscó más presas, en silencio. Realizó tres disparos más. Tres sombras más que dejaron de moverse.

Finalmente, se alzó un poco. En la parte del tejado que daba a la que había señalado antes Cecilia, la del bosquecillo, había una persona más. Aparentemente, el mando de las tropas había ordenado a un contingente de soldados que se apostaran en los tejados y que, desde allí, acabasen con las ballesteras y arqueras que habían diezmado a las tropas desde los primeros minutos del combate. Había Flores muertas aquí y allá, y también otros soldados. Realizado éste cometido, los soldados vigilaron, y cuando se hizo patente que la batalla estaba ganada, se relajaron. El tipo al que la elfa miraba fumaba tranquilamente una pipa de caoba, apoyado en una de las columnas cuadradas. Debía ser su jefe.

Yshara saltó al otro lado del vértice, descendió a saltitos por entre las tejas. Sus pies no tocaron ninguna, no rompieron ninguna, no hizo ningún ruido que no pudiese ser confundido con el del viento; al llegar al final, al bajar a la pasarela embaldosinada, dio un salto para colocarse junto a la figura. Si alguien les hubiera estado mirando, recortados contra el cielo, serían solo dos sombras que se unieron en un abrazo un solo segundo.

- Ésto - susurró la noche - Ésto, es por Ethel, hijo de puta.

Un gemido horrible rasgó la noche, un alarido ahogado de dolor, de agonía. Yshara, que llevaba los brazos y los muslos desnudos, por su atuendo, se manchó de sangre. Movió los brazos deprisa, a ciegas en la oscuridad. Su nar'yara comenzó a llamear ligeramente, el pelo del hombre se chamuscó. Yshara tiró de él, alzó la mano, le abrió desde los genitales hasta el pecho, luego le empujó con la mano en la que llevaba el infausto brazalete.

Había atado un pedazo de cuerda en torno a su cuello, el espectáculo estaba servido. El cuerpo se balanceó, cayó, se incendió, y enseguida, por el golpe al acabarse la cuerda, se quedó ahí, balanceándose, ahorcado, incendiado, destripado, un montón de intestinos en llamas colgando, una visión grotesca, una advertencia, un gesto mudo de venganza. Y también, una distracción.

Cuando llegó al lugar en el que se encontraban la herida y sus dos compañeras, ambas desenvainaron sus armas y apuntaron en su dirección. Yshara se acercó sin vacilar ni un momento y enseñó las manos en alto, como diciendo que era una amiga. Su mirada era para Cecilia; más tranquila, sentada, la espalda contra la pared, respirando más despacio.

- ¿Puedes caminar, Cecilia? - preguntó.

Los ojos de la chica brillaron cuando la miró. La luna se reflejó en ellos, y también en sus lagrimas. Eran azules.

- S... sí - gimió. - Éso creo...

- Perfecto.

Se volvio hacia las otras.

- He despejado toda aquella zona - dijo, señalando. - En aquel lado de allí hay un hombre colgado. Arderá un rato y atraerá miradas. En ésta esquina - señaló a otra - hay una canaleta que baja a una zona... discreta, de la casa. Poned allí una cuerda por la que podamos bajar. He dejado una daga clavada delante de la zona.

Las chicas asintieron. Una de ellas, la que llevaba en su bolsa una cuerda larga y resistente, se adelantó; la otra la siguió de cerca. Acostumbradas a seguir órdenes rápidas y precisas, sonrió Yshara. Las Flores no habían cambiado tanto. Ethel no había cambiado tanto. Yshara ayudó a Cecilia a ponerse en pie, a apoyarse en su hombro. Tardaron un poquito en alcanzar a las otras dos; lo primero que hizo Yshara fue recuperar su daga.

- Empezad a bajar - pidió, cuando hubieron terminado. - Cuando estéis abajo, quiero que una se quede ahí y me ayude a bajar a Cecilia. La otra, quiero que bordee el bosquecillo y vaya a avisar a Ethel. Que le diga que estamos vivas, que vamos hacia su posición y que llevamos una Flor herida.

Sobre todo que especifiquen que ha sido una Flor[i], pensó. [i]Bastante tiene Ethel como para que le hagáis creer que estoy herida.

En cualquier caso, las chicas iniciaron el descenso con la misma diligencia. Y, por su parte, Yshara... Yshara se llevó una sorpresa. Cuando las chicas hubieron desaparecido de la terraza, cuando Yshara se volvió hacia Cecilia para intentar acomodarla de forma que pudieran bajarla luego, la chica le dio un abrazo.

- Gracias - casi gimió.

... y la tosca y ácrata elfa pelirroja, perpleja, no supo qué contestar, ni cómo corresponderla.


Última edición por Yshara el 22/07/10, 09:40 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Ethel 22/07/10, 08:15 pm

Una de las Flores sí había tratado de ayudar a Kirill a tenerse en pie, pero supo mantener su distancia. Por respeto, por prudencia, por autoconcervaciòn, por lo que fuera, pero lo había hecho, pero mantuvo los ojos en el mago durante todo el camino por el tunel y estaba dispuesta a seguir haciendolo hasta que estuvieran a salvo en un barco.

Sin que nadie se lo dijera, se asignó la protecciòn del mago, manteniendo su distancia, claro está.

- Por supuesto - respondió Ethel a la pregunta inconclusa de Kathrina. Esperarían, pero eso no implicaba que dejaran de moverse. De esa isla, en bote o chalupa o barco, no se irían sin Yshara y sin sus Flores.

Las Flores que estaban con Ethel se desplegaron estrategicamente, para cubrirlos de un posible ataque por arte de soldados que no hubieran visto, con la comitiva solo quedaron dos y las demás practicamente se perdieron en la maleza. Se movían casi como soldados, radicando el casi en que lo hacían como asesinas. Una de las que estaba con la comitiva era la iba al paso de Kathrina para ayudarla a sobre pasar parte de la maleza.

Moverse por el bosquesillo era complicado una vez se habían superado los linderos, el terreno era pantanoso y la flora podía ser bastante engañosa, como si además de ser flora fuera fauna en simultaneo. Tal vez, esa era la razón por la cual muy pocos se adentraban en el bosque.

Ethel, segun iba avanzando, acariciaba hojas y troncos, con mimo y en ocasiones se detenía por un instante a acomodar la corteza. No se necesitaba ser muy brillante para entender que les dejaba un camino de migajas, pues tampoco estaba siendo muy sutil al
hacerlo.

Pronto, más de lo que le hubiese gustado a la hechicera, llegaron a la playa, antes de lograr salir, uhna de las Flores que hacía de exploradora anunció que estaba despejado y luego las palabras de la condesa dejaban un poco claro cual era el plan de acción.

- Bien, es ahora cuando esperamos - miró a sus Flores y todas menos Teresa y la que "cuidaba" de Kirill, se perdieron entre la maleza del bosquesito.

Nuevamente se desplegaban en forma de abanico y avanzaban mas y mas en dirección a la casa, manteniendose las unas y las otras en contacto visual y a la espera.
* * *
El camino recorrido por la Flor que bajó por la cuerda, fue bastante érratico. Guiandose por las indicaciones dadas por Yshara, se hacía una idea de hacia donde podía dar el pasaje, pero la idea era tan ambigua que bien podía equivocarse de forma tragica. Trataba de no internarse demasiado en el bosquesito, para no perderse, pero lo suficiente para no ser vista desde la casa.

Se movía con agilidad y diligencia y pronto su esfuerzo, aunque por azares del destino, fue recopensado. Un guantalete en la mitad de la nada, lejos de donde hallaban los soldados, incluso para ser arrojado o para haber pertenecido a alguien arrastrado.

Señalaba en una dirección. Lo recogió y borró su marca en el piso antes de correr en esa vía, en la que pronto encontró detalles sutiles. Un camino. Les habían dejado un camino. Tocó una de las cortezas de arbol con su mano, a medida que la acercaba se hacía mas nítida. No, era una trampa.

Se alejó y cuando quizo cambiar de dirección se lo ocurrió algo. Acercó el guantale, despacio, alejandose ella en la medida de lo posible. La marca era muy confusa, casi no parecía estar ahí. Se acercó ella y fue clara. Entendió. Si era su camino.

Empezó a seguirlo, debía hallarlas cuanto antes, corrió, mirando apenas las marcas y de pronto, dio un bote en el piso, sacando su espada en el proceso, la cual detuvo un segundo tajo de otra arma, se levantó y regresó el ataque sin enfocar aun del todo a su rival. El acero resonó entre la maleza y cuando se iba a dar el sieguiente ataque se vieron. Pilar reconoció a su compañera de armas a tiempo, antes que chocaran de nuevos las armas o alguna resultara herida. El suspiro de alivio de ambas fue notorio.

- Las estamos esperando - dijo apremiante y Pilar le dio el mensaje de Yshara a su compañera. Entre ambas intercambiaron indicaciones y cada una volvió por su camino.

* * *

- Mi señora - dio cuando volvió donde Ethel - ya vienen en camino - no pudo evitar cerrar el anuncio con una sonrisa, identica a la que esbosaba Ethel, de alivio - pero tienen una herida, no, no es la Señorita, pero eso las puede retrasar -

- Busquenlas - dijo aun con su sonrisa

- Pero ... -

- Busquenlas - esta vez fue mas tajante y la Flor obedeció con una reverencia.
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Mensaje por Kath Vance 23/07/10, 08:24 am

En cuanto a lo que, en ése período de tiempo, hizo Kathrina, era una pregunta fácil de responder: ¿Qué podía hacer, aparte de nada?

No estaba segura de que Ethel o el hechicero, Kirill, fueran a apreciarlo si les ofrecía su ayuda, y las Flores la miraban como si fuera un perro sarnoso cada vez que se acercaba un paso en dirección a la señora. ¿Dónde se había metido?, se preguntó una vez más, y suspiró, despacio.

Se dió la vuelta. La cabeza le ardía, tenía demasiados pensamientos, demasiadas inquietudes. Es cierto, a menudo no podemos resolver en el momento en el que nos encontramos las cosas que nos atormentan, pero no por éso podemos dejar de darles vueltas, de pensar en ellas, de tener dudas. Y las dudas eran, ahora mismo, lo que le llenaba la cabeza.

Desenvainó su espada, un par de Flores se volvieron hacia ella como esperando una indicación para atacar, pero no les prestó atención. Hundió la hoja en la tierra blanda, se quitó el cinto y lo colgó del brocal del arma. Se levantó la falda, que estaba destrozada por abajo, la anudó para que no llegara más que hasta sus rodillas. Luego se metió en el agua.

Las embarcaciones no estaban lejos. Alcanzó una en cuatro o cinco pasos, se subió de un salto y miró en su interior. Los remos estaban colocados en el fondo, había humedad, como era normal, pero no había ninguna grieta, ninguna fisura. Kathrina tomó los remos, los montó sobre sus soportes y remó un par de metros hasta llegar a otra de las embarcaciones. En cada una cabrían cinco, quizás seis personas, si dos remaban. Había una cuerda; se la echó a la otra embarcación, la trajo hasta sí, saltó de una a otra. Ésta también estaba intacta, y también tenía remos. De nuevo, los montó sobre sus soportes, y volvió con ella a la orilla, remando hasta dejarla junto al malecón, arrastrando la otra con la cuerda.

Volvió hasta donde se encontraba su arma. Una de las Flores, que no se había dado cuenta de que había dejado las embarcaciones, la estaba mirando, con curiosidad, acariciando el brocal. Se dio cuenta de que las chicas de Ethel habían partido, y habían quedado solo dos. Una para Ethel, otra para Kirill. Sonrió con tristeza; no necesitaba una escolta, pero se dio cuenta de que tampoco esperaba que la contasen como una de ellos. La Flor dio un respingo cuando cerró la mano en torno a su espada.

Recuperó su cinto y el arma, la limpió con cariño en su falda, y la envainó de nuevo. Había movimiento entre las Flores, pero no le prestó demasiada atención. Se desplazó hasta donde se encontraba Kirill, y se sentó cerca, a la vista del mago. Iba a saludarle, a hacerle una pregunta insulsa, de ésas que se hacen para buscar conversación, pero luego pensó en lo que tenía a su alrededor, y un poco dolida después de todo, pensó, para qué.
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Mensaje por Kirill 23/07/10, 03:34 pm

El camino por el bosque no fue agradable para el mago.
Tenía una bota empapada de fango después de habérsele deslizado un pie y haberse hundido en el barro, y varias veces necesitó el apoyo de una rama para no caer... o lo que a él siempre le pareció una rama pero que, demasiado mareado aún, no supo ver que era una Flor que con mucha discreción procuraba ayudarle. A pesar de todo consiguió ser discreto, considerados sus estándares habituales, y ni maldijo ni fue demasiado evidente la torpeza y el entumecimiento que le invadían: seguía manteniéndose mucho más recto de lo que era necesario, como hacen los que estando embriagados quieren disimularlo, pero poco a poco fue recuperando el control sobre sí mismo a medida que el mareo inicial remitía. No por ello era menor el cansancio; las ganas que sentía de coger una rabieta, sentarse en una roca, cruzarse de brazos, y decretar que él ya no se movía más no eran despreciables, y de hecho se agrandaban cada vez que en su camino aparecían como barrera unas zarzas, un foso repleto de ellas o una pendiente de suelo inestable que a cada paso parecía querer desprenderse.

Fue una pequeña alegría llegar a la costa y poder parar la marcha por unos instantes. Sintió el aire en la cara, removiéndole a duras penas el pelo que no le había quedado adherido al rostro por el sudor o que caía con el peso de la sangre reseca, y agradeció el olor a salitre. Con un leve cambio del viento notó que tenía la mejilla húmeda, y al llevarse la mano sintió la calidez y viscosidad de la sangre. Varias ramas bajas le habían arañado el rostro durante el camino; apretando los dientes con frustración, se frotó le mejilla con fuerza, esparciendo sin quererlo más la sangre por su rostro.

- Ahí va mi vida - gruñó entre dientes. Al escucharse decir esto, frunció más el ceño y chasqueó la lengua con descontento -. Mi Señora Nadyssra no puede tardar en llegar.

Y de hecho a estas palabras siguió una mensajera; Kirill se giró de golpe, expectante, y su alivio fue enorme cuando escuchó lo que venía a anunciarles. Algo más fuerte a pesar de la caminata, se cruzó de brazos a la espera de la ahora segura llegada de Nadyssra, observando la costa mientras lo hacía. Con la poca energía mágica que había recuperado frenó mecánicamente la pequeña pérdida de sangre de su mejilla, y se mantuvo en silencio, de alguna forma agradeciendo los suaves ruidos nocturnos y el ronroneo de las olas.
De Vance volvía a poner pie en la orilla después de haber reunido las barcas.

- Bien hecho - le dirigió, sin condescendencia, cuando pasó cerca.

Por alguna razón, estaba sonriente y de buen humor. Se llevó a la boca la palma con la que había limpiado su sangre antes y la chupó distraídamente.

- Tienes más vitalidad en ese cuerpo del que parece a primera vista.

"Y será mejor que yo no sea menos que ella".
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Mensaje por Yshara 25/07/10, 12:53 am

[F.D.I.: Creo que los turnos deberían seguir cambiados de momento. No he podido consultarlo con Ethel*, así que podría ser que editase, no prometo nada.]
*(Y mira que me duele no haberte visto hoy...)


Los momentos así no duran demasiado. A veces, incluso están de más.

El abrazo de Cecilia fue breve. No pareció sorprenderle la falta de respuesta de Yshara. La Flor sabía que era fría, que era dura, que estaba entrenada para la guerra. Por un momento envidió a Ethel, ella era la única que podía sacarle un pensamiento a aquella mujer.

Notó las manos de la elfa, pero no le estaba devolviendo el abrazo. Le palpaba la herida, evaluaba su gravedad. Sus ojos reflejaban la tenue luz de la luna; la miró, asintió con la cabeza. Luego, se volvió hacia la barandilla, donde la cuerda se estaba frotando contra los barrotes. Las Flores habían bajado, y desde abajo, tiraban de la cuerda. Yshara se acuclilló, tiró una sola vez, esperó a que la Flor la soltase y comenzó a recogerla con rapidez.

Rapidez era la palabra clave. El cadáver en llamas hacía su función, todos los soldados de fuera lo habían visto, pero tenía un inconveniente. Sabían qué había pasado en el tejado, y quizá creyendo que Ethel se encontraba allí, enviarían fuerzas. Yshara pareció pensarselo un momento; cuando tuvo la cuerda, miró a Cecilia, luego miró hacia abajo. Se mordió el labio inferior, pensativa, y se apoyó en la barandilla.

- Siéntate - le dijo.

Obediente, Cecilia se sentó en la barandilla. A la escasa luz, Yshara se fijó en la cantidad de sangre que le había recorrido el costado, pero evitó exteriorizar su preocupación. Le pasó la cuerda a Cecilia para que la sujetara, sacó el último jirón de ropa del soldado muerto y enrolló la tela en torno a una parte de la cuerda; luego, hizo a la Flor separar las piernas, y le pasó la cuerda acolchada por entre ellas, atándole la cadera con una especie de nudo corredizo. Tiró; la cuerda pasaba por entre la tela, no abrasaría a la chica. Tiró el cabo de la cuerda, agarró el principio con las manos y se colocó de espaldas a la muchacha.

- Agárrame por las caderas - dijo. - No te sueltes. Pon los pies en la pared cuando nos acerquemos.

Tan pronto como la chica asintió con la cabeza y rodeó la cintura de Yshara con los brazos, la elfa retrocedió un paso, y saltó la barandilla, quedándose de pie al otro lado. Cecilia giró para seguir agarrada a ella, y la elfa saltó, arrastrándola. El primer tirón casi hizo que la chica se cayese, pero cerró los brazos en torno a la mujer con fuerza. Dejó escapar un quejido, Yshara se agarró con todas sus fuerzas. El brazalete impidió que la cuerda le abrasara la mano, pero se deslizó hacia abajo por el peso. Tenía los ojos cerrados, los dientes apretados.

- Au - se quejó Cecilia.

Yshara gruñó por toda respuesta.

El descenso era sencillo, un mero ejercicio de rápel, soltar cuerda mientras uno se impulsa con los pies. Pero el rápel nunca se hizo para dos personas, si una tiene que aguantar el peso de la otra. Yshara lo hizo lo mejor que pudo; no fue un descenso perfecto, pero, afortunadamente, abajo estaba la otra chica. La cuerda no era tan larga, así que se quedaron sin ella cerca del final. Cecilia se soltó, la muchacha la agarró, Yshara se dejó caer. La Flor esperaba que cayese de pie, pero no lo hizo.

- ¡Señora! - gimió cuando vio a Yshara desplomarse.

Corrió a socorrerla, pero no era necesario. Yshara levantó la mano, como indicando que estaba bien. Tenía los ojos cerrados, respiraba muy fuerte, estaba sudando. La Flor sabía reconocer a una persona extenuada cuando la veía. Parecía haberse hecho daño en un hombro, pero no le permitió acercarse.

- Llévate a... Cecilia - jadeó. - Os... os alcanzaré en... un rato.

La Flor asintió.

La parte de la casa en la que se encontraban estaba resguardada. Como Yshara había previsto, daba al bosquecillo, pero rodeaba el jardín trasero. Era uno de ésos caminos a través de los que salir sin ser visto, separado del cuerpo principal del jardín por un alto seto. Flanqueado por el seto y la pared exterior, un sendero de tierra partía en dirección al bosquecillo y se internaba en él por una zona distinta. No parecía peligroso dejar a Yshara a solas allí; sería difícil que alguien la encontrase. La Flor, que era, se fijó la elfa, pelirroja igual que ella, agarró a Cecilia lo mejor que pudo, tampoco la chica estaba en las mejores condiciones. Cecilia estaba cada vez más lívida, o quizás Yshara lo estaba viendo todo con menos color.

La elfa tenía la nuca apoyada en el suelo, veía todo cabeza abajo. Estaba tendida de espaldas, con los brazos abiertos en cruz, las piernas flexionadas, el pelo sucio extendido alrededor de su cabeza como una mancha de sangre. Hizo un esfuerzo supino, de verdad que lo hizo, para levantarse, pero el cuerpo no le respondía. Dios, pensó, estoy desentrenada.

Se dio la vuelta con lentitud hasta quedar boca abajo, y se apoyó con los brazos hasta que pudo ponerse de rodillas. La Flor pelirroja y Cecilia se adentraban en el sendero, y casi habían conseguido llegar al bosquecillo cuando la elfa consiguió ponerse de pie. Sus primeros pasos fueron bastante vacilantes, pero se conocía lo suficiente como para saber que mejoraría a medida que fuera andando. Antes de haber recorrido diez metros, ya estaba corriendo. El problema fue cuando la lanza emergió del seto.

Yshara no estaba preparada para aquello. Una parte de su mente le había dicho, ya está, misión cumplida, escapar y listo, y se lo había creído. Dejó escapar un gemido, la esquivó por muy poquito, echándose a un lado. Rodó por el suelo, notó que a pesar de todo le había hecho sangre en un costado. Como apareció, la lanza se retiró al otro lado del seto.

- ¡Un grito! - dijo una voz al otro lado. - ¡Señor, están detrás del seto!

Gaaah. La elfa volvió a incorporarse, quedó con una rodilla en el suelo. Buscó a tientas la bolsa que llevaba en el cinto, metió la mano, esparció dos o tres puñados bastante generosos de cuentas de colores frente al seto. Al otro lado había movimiento, escuchaba armas. El seto era tan espeso que no podía atravesarse simplemente, a no ser que uno fuera una lanza. Iban a cortarlo, los hijos de puta. Escuchó dos o tres golpes, un poco de follaje cayendo al suelo, varias lanzas atravesándolo en puntos aleatorios. El pasaje no era tan ancho como para esquivarlas bien.

Yshara empezó a correr, pero era inútil. Ya había un par de agujeros en el seto, alguien se asomó. ¡Es solo una!, oyó decir, Cogedla, pagará por las demás, le contestó alguien. Un virote de ballesta se estrelló en el muro exterior, cerca de su cabeza, Yshara se sobresaltó y no vio el astil de una lanza que acababa de aparecer en su camino. Tropezó con él, rodó sin darse cuenta, otra lanza atravesó el seto y hubiera atravesado a Yshara, de no haber estado en el suelo, el tropiezo le salvó la vida.

Al parecer la gente del otro lado llevaba un rato buscando supervivientes. Eran bastantes; dos lanzas más justo delante de ella. Yshara se levantó y echó a correr de nuevo, una más justo donde estaba. Una segunda le cerró el paso, la elfa se apoyó en ella y rompió el astil sin más miramientos. Para entonces habían acabado de cortar una parte del seto y dos hombres se habían introducido en el pasaje, uno de ellos recargando la ballesta que acababa de disparar, el otro iba en su dirección con espada y escudo. Gente de Zergould, reconoció. No había dejado de correr, pero cuando estaba a punto de llegar al otro lado una lanza hizo, por fin, blanco. Yshara dejó escapar un grito, la hoja le rasgó la cadera. Los diablos no quisieron que la atravesase, pero estuvo cerca. La elfa cayó al suelo, rodó, gruñó y gritó de dolor, cogiéndose la herida con las dos manos, había dejado un rastro de sangre.

El tipo de la espada se le echó encima justo en ése momento. El cansancio y el dolor jugaban en su contra, y la elfa estaba en una desventaja muy grande; esquivó el primer golpe por poco y contraatacó con una patada en los genitales, muy útil en cualquier circunstancia. El hombre se dobló, pero la patada no había sido lo bastante fuerte. Atacó tres veces más, con la rabia que le confería el dolor; Yshara rodó para esquivar la primera estocada, detuvo la segunda con su brazalete y, finalmente, recibió un espadazo en el vientre mientras trataba de ponerse de pie. De nuevo, no era profundo, pero sí una herida más que sumar a las que ya llevaba encima. Sacaré cicatrices de ésto, pensó con ironía, Si salgo.

Por fortuna, el hombre cometió un error grave; más preocupado de devolver el daño causado que de su integridad, se acercó a Yshara y la cogió violentamente del pelo, tirando de ella. Dolía, pero al menos le sirvió para ponerse en pie; la elfa agarró el brazo del hombre, estaba demasiado dolorida como para inmovilizarle, pero al menos le hizo un corte serio con su brazalete. El hombre gimió, Yshara le saltó al cuello. El tipo de la ballesta disparó como precaución, atravesando el hombro de su compañero, cuya garganta estaba siendo destrozada por una enrabiscada y enloquecida Yshara.

- I'nai! - gritó.

Las cuentas que había derramado un momento antes entraron en juego. A ésas alturas, ya había varios soldados que habían atravesado el seto, y la explosión los tomó con violencia. Hubo un alarido generalizado, el olor de la carne quemada; gente que perdió un brazo, o ambos, o los ojos, o la vida. Yshara había depositado muchas de sus canicas, y el resultado fue salvaje. Una parte del muro se vino abajo sobre los supervivientes, el polvo del camino se levantó y cubrió el sendero, se escucharon gritos. Nadie pudo distinguirlo de los demás, pero uno de ellos era de Yshara.

Estaba de rodillas.

El cadáver se desangraba delante de ella, con lentitud, pero la elfa no estaba en una buena posición. Estaba embadurnada en sangre, suya y ajena; el brazo izquierdo bañado en ella casi hasta el hombro, la cara, el cuerpo, las piernas. Sabía que la hemorragia que le corría por la pierna era suya, y estaba sangrando por la boca. Se había lastimado el hombro en la caída, y empezaba a doler más de lo que podía soportar. Ponerse de pie una vez más le costó un mundo de dolor. Ésta vez, estaba demasiado cerca del bosquecillo como para meterse en problemas.

Pero, por supuesto, había problemas. El bosquecillo no era un lugar seguro, nada lo era en aquel sitio. La casa ardía en llamas al borde de su línea de visión, el seto ardía en llamas que pronto se propagarían al bosquecillo, los cuerpos ardían en llamas. Yshara encontró el brazalete que hacía de guía enseguida, y también un rastro de sangre. Avanzó cuanto pudo antes de caer de nuevo de rodillas. Había un círculo de personas delante de ella.

No reconoció a las Flores que la estaban buscando, por orden de Ethel. Veía borroso, y su atención estaba concentrada en dos de las figuras. La chica pelirroja estaba igual que ella, de rodillas. Sangraba. Ahora entendía por qué no había ido a ayudarla. A sus pies, estaba Cecilia, tendida. ¿Viva, muerta? Eso no lo podía saber, pero le pareció ver una lágrima en la mejilla de la muchacha pelirroja. A su alrededor había otros cadáveres, soldados, le pareció; les habían encontrado, habían muerto. Qué importaban ahora.

Una de las Flores se acercó a ella.

- ¿Se... señora? - se sorprendió.

Yshara la agarró del brazo, tan de repente que la chica se sobresaltó y a punto estuvo de dejar caer a la elfa. Las Flores, en general, eran mujeres fuertes, pero ésta nunca había visto nada como lo que encontró en la mirada de la pelirroja. En la suya, había una mezcla de miedo y respeto difícil de ver en una seguidora de Ethel.

- Llévame con Ethel - dijo.

La voz de la pelirroja era un hilo, pero era... autoritaria. La soltó, solo para llevarse las manos al vientre, doblada de dolor. Quiso que la Tierra se la tragase, que el dolor y el cansancio la venciesen, pero no se desmayó, incluso aunque ya no pudiese avanzar más y fuesen las Flores quienes tuvieran que llevarla.
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Mensaje por Ethel 04/08/10, 08:16 pm

La Flor corría de regreso, en busca de Yshara. Por la forma en que habían sido entrenadas, criadas algunas, no se podía decir que también regresaba por sus compañeras. La prioridad, les gustara o no era la elfa. Si podía salvar en el proceso, si lograba llevarlas a la playa, se sentiría muy feliz y realizada, pero sabía algo que también las otras dos: podía llegar sin sus compañeras y asumir las consecuencias de la perdida, podía no llegar nunca ella, pero no podía llegar sin sin la elfa.

Así que corría.

Los ojos de alguna de sus hermanas la iba siguiendo, desde cada uno de sus escondites, según avanzaba hasta que dejó atrás el cordón que formaban las restantes para proteger la retaguardia del grupo en la playa.

Algo que podía afirmarse, es que la Condesa era proactiva. Cosa que le llamaba la atención a Ethel y que a su forma valoraba. La situación aun era tensa, pero le gustaría cruzar un par de palabras con ella, en algún otro momento.

Desde su posición, miraba la actividad de cada uno, las barcas ad de Flor al acercarse a la espada, el cansancio de Kirill, la existencia de Canción. una Flor herida... Si volteaba mirar a trás, buscaría la forma de recuperar energías y regresar a la casa. Lo mejor era centrarse en el problema que tenían en manos. Una Flor herida y un viaje por mar. Su mirada se posó, altiva, sobre la del Comandante.

Estaba solo, Teresa se había unido a la orden de buscarlas. Pero no huiría, ni haría nada tonto, para eso era la runa que se le había plantado. La conversación él, mientras viajaban por el mar iba a calmar sus ansias de dañar, su mente se fue lejos en el tiempo futuro hacía lo que le haría y al regresar a la realidad y el presente, este la miraba con burla, con las palabras humillantes listas a salir por su boca, pero entonces Ethel le sonrió, elegante, sádica... y él, desvió la mirada.

Tenía que moverse. Llamó a Canción y le dio una orden sencilla de seguir, limpiar una sección de la playa, un rectángulo que trazó con la funda de una de sus espadas y que la marioneta empezó a ejecutar. Se sentó sobre la arena, en posición de loto, las manos sobre la rodillas, ojos cerrados. Iba a necesitar mucha energía para cuando ellas regresaran.

Era el turno de Pilar para correr. desparecía el camino de migas que dejó Ethel para las demás y mientras lo hacía, daba señales a las compañeras para que se movieran con ella y se acercaran. Una a una recibió las ordenes de Ethel y renuentes a dejar ese cordón de seguridad que presuponían ser ellas, emprendieron la búsqueda.

Solo debían encontrar a la exploradora, lo demás sería sencillo. Por supuesto, debía encontrarla sin que se cruzaran con posibles rastreadores en el bosquesillo. Les había sacado ventaja muy rápido y de pronto, su rastro se perdió, no había seguido el camino. No estaban lejos de la casa ya y hacia unos instantes atrás había escuchado una explosión muy cerca, del bosque, de la casa, de ellas. Cuando se detuvieron para pensar que hacer, Teresa desde la espalda de ellas, como una sombra que no había notado, dio la orden de separarse: un grupo hacia la casa, otro en busca de la Flor perdida.

Quienes siguieron el camino, pronto dieron con lo ya esperaban encontrar: un grupo de soldados se divertía jugando al gato y al ratón atrapado con dos Flores, la pelirroja que le llevaba la delantera a Yshara y Cecilia. La pelirroja, a quien llamaremos Tatiana, se batía a duelo con dos de los hombres mientras Cecilia, en muy mal estado, le cubría la espalda hasta que fue tomada de rehén, tanto tiempo como ellas mismas solían hacerlo, es decir como una distracción momentánea y una provocación que en esta oportunidad no tuvo mucho exito. Sí, se distrajo cuando le llamaron la atención pero antes de ceder a la provocación, dandolo todo por perdido, uno a uno los hombres empezaron a caer. Para cuando el ultimo soldado tocó el suelo, Tatiana también se dejó caer y se acercó a gatas hasta Cecilia, pero fue solo cuando una de las Flores le preguntó por Yshara, que levantó la vista y empezó a llorar.

Ese fue el cuadro que encontró Ysha a lllegar, a Cecilia le había cortado el cuello, Tatiana también estaba herida pero ella misma no parecía haberse dado cuenta, las otras, montaban guardia y Teresa permanecía resagada, apoyada contra un árbol mirándolo todo con mortal seriedad. Esos malditos. Ya estaban vencidas, por qué seguían adelante? Ni siquiera ellas llegaban al extremo de extermino al que estaban llegando estos hombres.

Ya no tenían una Flor herida, tenían una elfa herida, entendía lo grave que era eso, las Flores que alarmadas corrían en su auxilio también lo entendían. Yshara no tenía que decirlo dos veces, ni siquiera una, ellas la llevarían con Ethel, cuanto antes...

- Nos están cercando - dijo otra Flor, recién llegada, con la espada en la mano. A varios pasos de ella pero desde el mismo punto salieron las otras, incluyendo a la exploradora - de nuevo - susurraba tan alto como podía. Prácticamente todas giraron sobre su eje, mirando hacia el exterior del circulo que suponían ellas.

- Carguen a la elfa, borren las huellas - Teresa hablaba y caminaba entre ellas hasta llegar a Tatiana y Cecilia - No te separes de ellas - le dijo a Tatiana y le dio la mano para que se levantara, mientras entre dos Flores mas levantaba con tanto cuidado como permitía la urgencia de moverse y se la ponían a tuta sobre una tercera que sin esperarlas empezó a alejarse en dirección a la playa. Teresa hizo exactamente lo mismo con el cuerpo sin vida de Cecilia; su herida aun no estaba del todo recuperada, pero las fuerzas le daban para cargarla y así, dejaba libres las manos de las otras para defenderlas.

Las demás, como había dicho, borraban los rastros de sangre y huellas para que no fueran seguidas, mientras se mantenían alertas por el cerco que se les había anunciado.

Las Flores en la playa, de un momento a otro voltearon la vista hacia el bosquecillo en forma bastante evidente y sin motivo aparente, por su lado Ethel abrió los ojos, pero más allá de eso no se movió.

Había movimiento en el bosque. Las Flores regresaban con lo encomendado, pero no era solo el regreso lo que les había llamado la atención, era el cruce de metales. Demasiado cerca para sentirse cómodas y a salvo. Despacio sacaron sus armas y se acercaron al lindero del bosque, buscando espacios en los cuales resguardarse de las armas de rango.

Al interior, el cerco se había cerrado demasiado. Hábilmente, las habían dejado avanzar, pero entonces alguien cometió un error y el plan de ser guiados hasta un grupo mayor o tal vez mas importante que un puñado arrastrando tres heridas, se fue al traste. Al cometer ese error, y delatarse, perdieron de vista, sin saber cómo, a un par de ellas. Fue entonces que atacaron.

No eran muchos soldados, pero ellas tampoco eran muchas, y ademas, dos de las asesinas llevaban pesos muertos, otra parecía que ya había sido herida así que tenía la ventaja, siempre y cuando se dieran prisa y lo hicieran antes que las otras dos regresaran.

Lo sombrío y húmedo del bosque no era una carta favor de ninguno, tal vez la neblina que se formaba en la parte baja si lo era, pero el movimiento, la lucha y el viento al ser cortado cuando las espadas se movían en dirección del contrincante pronto la disiparon.

Tatiana, herida y todo, actuaba como escudo para la que cargaba a Yshara, la otra Flor no se preocupó por Teresa, sino que trató de matar, uno por por uno, a los soldados. Tersa por su lado, sin haberse recuperado aun, soltó el cadaver de Cecilia y desplegó su cadena que, describiendo una curva en el aire, fue a enrollarse en el cuello de otro clavando sus filos antes que ella la tirara hacía sí, sin soltarla.

Entre la espada y la fuerza de uno de los soldados, Tatiana fue a dar al piso, en donde un segundotrató de rematarla. Pero ninguno de los dos llegó a donde debía al ser alcanzados por las saetas de las otras dos Flores. La que había quedado entre Tatiana y Teresa, aun peleaba con otro tratando de ganarle su espacio vital y al lograrlo sacó su daga la clavó en la garganta. Resultado, dos flores heridas, una más que la otra y un rastro que llevaría a cualquiera que no se perdiera en el bsque hasta la playa.

- Adelántense - dijeron las de las ballestas y todas obedecieron. Ellas se encargarían de ocultar los muertos, la sangre y las huellas de las otras. Tomando el cadaver de Cecilia, se apresuraron a llegar a la playa.

El lindero del bosque tenía una vegetación diferente, era, como toda playa tropical, coronado por palmeras, arbustos bajos y la tiera lodosa y llena de hojas variaba a una arena suelta, llena de pequeñas ramas que se convertían en troncos mas grandes pero que según se acercaban a la orilla del mar iban desapareciendo para dejar conchitas.

La primera en alcanzar la playa, la FLor que cargaba a Yshara, fue recibida por el filo del a espada de una de las que aun estaba ahí, faltando muy poco para que le cortara el cuello. Estaban nerviosas y no era para menos. Una a una fueron saliendo del bosque y la sorpresa se hizo cada vez más grande al ver el estado en que llegaban y por supuesto, una juramento se le escapó a una al ver que uno de los heridos era la elfa.

- LLevala con Ethel - susurró Teresa, dandole una mirada a DeVance y luego a Kirill, para después seguir caminando hacía la orilla, en donde dejó a Cecilia, arrodillandose frente a ella y con una mano en el pecho de la difunta. La otra Flor no perdió mas tiempo se dirigió a donde estaba la hechicera quien ya se había puesto de pie y la esperaba, pero sus ojos no estaba en la Flor, estaban en Tatiana, la miraba visiblemente ansiosa y su expresión de espanto no se hizo esperar al reconocerla como una de las suyas.

Rápidamente buscó mas puntos rojos entre las que llegaban, sin econtrarlo y entonces, puso los ojos en lindero del bosque... nada mas venía. PAsó saliva y se llevó una mano al corazón aterrada. Donde estaba Yshara?

- señora... - susurró la Flor frente a ella. A Ethel le costó enfocar la vista en ella, estaba pálida y al hacerlo, se puso aun más. No dijo nada, no podía decir nada, tenía algo atravezado en la garganta. Cómo era posible? decían sus ojos, sus manos se deslizaron por el brazo de la elfa.

Dio un paso atrás, sentía que le faltaba el aire. Cómo era posible? se lo seguía repitiendo. Sentía como se le fragmentaba el alma. Se giró de pronto.

- No estorbes!! - le gritó a Canción y el ente se quitó del rectangulo que había estado haciendo, ocupando su lugar Ethel. De rodillas en el piso empezó a trazar simbolos en la arena, miraba al cielo y volvía atrazar, concentrada, miraba a Yshara y sentía que las lagrímas se le venían a los ojos, volvía a la arena. Susurraba cosas y trabajaba, respiraba por la boca, no podía hacerlo por la nariz - Vamos, ponla aquí... CON cuidado... - la Flor obedeció. Con tanta delicadeza como pudo la depositó sobre el arreglo, en lo que las otras Flores terminaban de acercarse.

No tenía energía suficiente para curarla... pasó la mano por su frente, quitandole el cabello sudado de la cara y las lágrimas cedieron. No tenía tiempo suficiente para hacer un ritual... apretó los dientes, con rabia, con dolor. Al diablo con el tiempo, al diablo con los soldados y su tonta persecución, que hicieran lo que quisieran, que llegaran si les daba la gana, esto era mucho mas importante, mil veces más importante... De la bota sacó su cuchillo y se cortó el brazo, fue la expresión de profundo dolor al hacerlo lo que impidió que las lágrimas siguieran corriendo.

Con su propia sangre, trazó íineas transversales sobre las heridas abiertas, susurrando palabras arcanas, pero sabía que todo eso llevaría mas tiempo.

Ethel
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Mensaje por Kath Vance 07/08/10, 04:53 pm

Vitalidad.

Qué lástima, pensó Kathrina para sí misma después de mirar a Kirill un instante con perplejidad. No era vitalidad lo que la movía. La caballero estaba derrengada, y sentía que, si se tumbaba, podría dormir mil años.

Pero no quería pararse.

No quería ponerse a pensar de nuevo. Todas las piezas del puzzle estaban dando vueltas en su cabeza, y dolían. El príncipe, Fertch, Riadh, su familia, su gente, todo lo que había pasado durante los últimos meses. Creía haber aparcado el dolor que le había traído la muerte, creía que la idea de la venganza le había dado otro tipo de fuerza. Se equivocaba.

- Ojalá - contestó, con aire decaído, cruzando las piernas para sentarse en pose de yoga. - No estoy haciendo la mitad que vosotros.

En ese momento, el cansancio le ganó un punto.

- Ni siquiera se lo que estoy haciendo...

Había agachado ligeramente la cabeza, y la frase había sido amarga, una queja. Enseguida se reprochó a sí misma. No sabía si podía confiar en aquella gente, aunque si estaba allí y, después de todo, parecía que pensaban huir con ella, supuso que ya eran, al menos, "socios". Pero otra cosa era mostrar su cansancio, su debilidad, sus dudas, su--

Se alzó de repente, como un perro de presa que huele sangre. El sonido del metal hizo reaccionar a varias de las Flores, pero Kathrina fue la primera que desenvainó la espada. Y no estuvo muy segura de por qué, pero se puso entre Kirill y el bosquecillo al otro lado de la playa.

Nadie dijo nada. El estado de alerta fue completamente silencioso, pero hubo un despliegue. Kathrina se quedó en el último eslabón de la cadena, junto a Kirill y junto a Ethel. Pasados unos instantes, alguien atravesó el perímetro, y fue recibido con el filo de una espada. Era una de las Flores. Kathrina reconoció el bulto que llevaba en las manos.

- Dios - susurró.

Incluso si no conocía a la elfa, podía entender que el momento era grave. La reacción de Ethel le dijo todo lo que tenía que saber sobre la relación que las unía, la que tenía con Kirill ya la imaginaba. Kath se detuvo un momento, cuando dejaron a la elfa a su lado, para mirarla. Tenía el dolor en el rostro, y las heridas eran serias.

Entonces, Ethel se abrió el brazo con un cuchillo.

El acto sobresaltó a la rubia, y se quedó pálida al ver la sangre derramándose y a Ethel dibujando símbolos y runas con ella. Había oído hablar sobre la magia y la sangre. Que la sangre podía ser un sustituto para la energía cuando ésta se agotaba. Pero jamás había visto algo así. Viendo que todo el mundo parecía tener la atención demasiado desviada, y que el metal seguía sonando en el bosquecillo, Kathrina decidió que su mejor opción era conseguirles un poco de tiempo para sanar a la mujer.

El lugar no era tan grande como para tardar mucho en alcanzar el bosquecillo, y se internó sigilosa y rápidamente entre varios árboles. Observó que una de las Flores la seguía, y también que el sonido de la pelea estaba cerca. Había unos cuantos soldados de Zergould muertos, algunos de ellos con los ojos todavía brillantes, cuerpos en los que la vida y la muerte se debatían con rapidez en un último estertor.

Apenas se habían adentrado unos metros en el bosquecillo cuando se encontró, de repente, y de frente, con el origen del sonido. Y todavía tuvo tiempo de palidecer un poco más.

- ¡T... tú! - exclamó.
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Mensaje por Kirill 12/08/10, 08:13 pm

Estaba demasiado confiado. Mi señora no tardará en llegar, se decía; estará en perfecto estado, habiéndose llevado por delante a cien soldados sin haber sufrido un rasguño. Creía tan ciegamente en ello... Y sin embargo cuando vio llegar a las Flores, heridas, el corazón le dio un vuelco y buscó a Nadyssra con la mirada, verdaderamente asustado. De alguna forma lo sabía: algo le había pasado. No necesitó distinguirla entre las figuras que salían del bosquecillo para sentirlo.

- ¡Mi Señora!

¿Había gritado, o lo había pensado con tanta fuerza que todos los demás podrían haberle oído? ¿Funcionaba en aquel momento su voz? ¿Por qué el suelo parecía moverse? ¿Habían cambiado las leyes universales que regían el mundo y la magia?
...¿Qué en el mundo habría podido herir a Nadyssra?

Se lanzó hacia ella con aún un resquicio de esperanza. Esperaba que la elfa entrara en movimiento de repente, se levantara y demostrara que era inmortal; que nada podía con ella. Pero no lo hizo, y Kirill sintió el peso de la impotencia, del arrepentimiento, de la rabia... de la soledad. Ethel rompió a llorar y la sangre empezó a correr.

- ¡Mi magia aún corre por tu cuerpo, Ethel! Tu sangre es más poderosa que la mía, pero la mía también está en resonancia contigo... ¡Y yo tengo la sangre de veinte hombres! ¡La de cincuenta, quizás! ¡No lo sé, pero aunque sólo fuera la de uno, por favor, usa la que sea necesaria!

Esperó, con una rodilla clavada en el suelo, mirando fijamente a Ethel. Si su aporte era necesario, sólo pedía que una hoja cayera sobre él. Pero al mismo tiempo temía desconcentrar a la bruja, y sabía que era posible que ella ni siquiera llegara a mirarle. En tal caso, Kirill sabía que sería más útil cogiendo su espada y preparándose para defender a la bruja mientras el ritual durara.
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Mensaje por Ethel 17/08/10, 12:30 am

Ethel no oía, no veía, no sentía, no percibía nada en absoluto que no fuera proveniente de Yshara. Una vez que empezó a trazar líneas sobre sus heridas, que como bien había supuesto Kathrina eran la base para símbolos arcanos, toda su concentración se enfocó en cada detalle, por mínimo que fuera, su respiración, sus heridas, su ritmo cardiaco, su esencia de vida.

No podía creer que Yshara quedara en tal estado y lo que menos entendía era por qué no había seguido su indicación para llegar al pasaje secreto, si era mucho más sencillo llegar ahí que a cualquier otro punto de la casa.

El resto del mundo, sus problemas, el tiempo, el escenario, las personas que las rodeaban, habían desaparecido. Sus voces no existían, menos aun sus movimientos. Sus dedos, untados de sangre, se movían ágilmente de una herida a la otra y cada traza había más notorios los símbolos. El seño fruncido, los labios apretados al hacer las pausas en lo que fuera que recitara.

Solo levantó los ojos ante Kirill, mirando a través de él y sus ojos y sin mediar palabra entre ellos, tomó su cuchillo y le hizo un corte superficial en la pierna. Con la mano que no tenía su propia sangre tomó de la de él e hizo un tercio de un símbolo sobre el corazón de Yshara que completaba una parte del arreglo iniciado con su sangre y lo que quedaba de lágrimas; se limpió los dedos contra su ropa, tomó sangre de la herida mas grande de la elfa y terminó el símbolo en su corazón, simbolismo de vida y salud. Con la misma sangre de Yshara trazó otro símbolo sobre la herida de Kirill y la propia.

No necesitaba mucha mas sangre de Kirill, su deseo de ayudar, su angustia por salvarla, su lealtad y su sangre sobre el corazón bastaba para su ritual, para el cual continuó recitando.

Desde el punto intermedio entre las dos se empezó a extender un mandala que no era un arreglo mágico, sino hermosos pétalos de varios tonos de verde. Se extendían girando lentamente, como si estuviera floreciendo.

- Winacure leutn lsdorff is-shar'rah, rhashfa dins vidikuria - dijo en voz alta extendiendo los brazos, una letanía que repetía una y otra vez mientras los pétalos se iban abriendo y la sangre de los símbolos se iba secando. La única Flor que se había quedado con ellos, pues las otras habían ido con Kathrina, dio un salto atrás donde no la tocara el mandala, cosa contraria a la que hizo Teresa que tiró el cuerpo inerte de Cecilia, a los pies de Yshara.

Los pétalos del mandala terminaron de abrirse y Kirill, Yshara y Ethel, unidos por la sangre, quedaron dentro mientras los pétalos cada vez brillaban más. No lo hacían con la intensidad que deberían, no tenía suficiente energía propia para hacerla, se estaba terminando de gastar la que Kirill le había dado, tal vez no funcionara, pero uno de los pétalos fue sensible a la fuente (muy mínima) de energía que eran las células en proceso de necrosis de Cecilia.

- ... leutn lsdorff is-shar'rah, rhashfa dins vidikuria- hacia mucho tiempo que no utilizaba ese hechizo, que no recurría a esa parte de su energía y su magia. Se hacía una idea de las consecuencias, más aun cuando en ese momento no tenía suficiente fuerza… pero la clase de acción que solo haría por una persona, por quien lo hacía en ese momento.

Cuando dijeron que una de sus Flores estaba herida y le pidió a Canción que limpiara un rectángulo, había pensado en una versión mucho, mucho menor de ese ritual, con la mitad de la energía. Solo se le había dicho que estaba herida, no tan grave y lo que tenía en mente solo serviría para controlar el sangrado y poder movilizarla donde pudieran atenderla bien sin que la sal del mar fuera un suplicio.

El ritual, la energía del muerto, la de Ethel, la de Kirill, hicieron terminar de florecer el mandala, sus pétalos se esparcieron por el suelo y sus puntas apuntaron al cielo, buscando el rocío nocturno, erguidos casi desde la mitad. La luz se iba haciendo mas intensa, bañando la playa en un vistoso color verde que se fue volviendo un haz de luz en ascenso al cielo.

Si Kirill podía fijarse, que sería el único por la cercanía, vería a Ethel más y más pálida, las heridas de Yshara dejaban de sangrar, las superficiales se iban cerrando lentamente con finísimos hilos de luz verde, las grandes parecían estabilizarse, sin empezar a cerrar y mientras la hechicera seguía recitando la herida en su brazo y la de la pierna de Kirill se iban cerrando en la medida que su vida se mantenía en este plano y solo cuando sus signos vitales dieron señas de mejoría y estabilidad, estás empezaron cicatrizar.

El cuerpo de Cecilia se pulverizó y de pronto, la luz, en un momento en que era obvio que no había terminado, pues las heridas no habían terminado de cerrar, comenzó a menguar y Ethel cayó de espaldas sobre la arena, sin una gota de energía.
Ethel
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Mensaje por Yshara 20/08/10, 02:12 pm

Nada.

Mirases en la dirección que mirases, no había nada. La conciencia de la elfa se movía poco a poco por una especie de yermo de la razón, una miríada de sus ideas desorganizadas y caóticas fluyendo de acá para allá.

Y entonces, un punto de luz.

Todo estaba borroso cuando abrió los ojos, pero reconocía, más o menos, lo que veía. El cielo era azul, las nubes de un siniestro color amarillo parduzco; las aves que volaban por él eran pequeñas, y lo hacían graznando, perseguidas por la sombra de un gran depredador oscuro. A lo lejos, las montañas perfilaban bruscamente el horizonte; por debajo de ellas se extendía una especie de bosque de color rojo apagado, separado del prado por un riachuelo.

Todo ésto podía verlo desde lo alto de una atalaya, una torre. No necesitó girarse a verla para saber dónde estaba, y si le quedaba cualquier atisbo de duda, solo tenía que seguir con la vista la línea de las montañas, dejando a la izquierda al sol que se ponía lentamente, hasta mirar al norte.

Allí había un lugar al que los ojos bien podían no dar crédito. Lo veías de repente, tanto que a veces tenías que pestañear simplemente para descartar que no fuera una ilusión óptica. Las líneas, blancas, brillantes y delgadas, se materializaban en el aire como si estuvieran dibujadas, como si alguien las hubiera dejado ahí atadas en el aire, y se entrecruzaban formando una maraña blanquecina, una red resplandeciente de malla, como un capullo tan alto como la torre, en cuyo interior había... algo que su vista desenfocada no alcanzaba a penetrar. Pero si lo mirabas fijamente, durante un rato, te dabas cuenta de que no era que los hilos brillantes surgieran de la nada para envolver aquello en mitad del aire.

No, en realidad era justo al contrario. De aquella cosa, que estaba suspendida en la nada, nacían los hilos. Y a medida que se aproximaban al suelo, se hacían más espesos, más frecuentes. Formaban una pared... una barrera que se hacía visible cuanto más cerca estaba del suelo, pero que si te fijabas lo suficiente, estaba en todos lados, cercando por completo el lugar.

La contemplación solo se vió interrumpida al sentir el tacto de unas manos suaves, pero frías, que se aferraron desde detrás, donde no podía ver a su dueño, a su cintura. Conocía bien el tacto de sus dedos, el circuito que recorrían alrededor de su cuerpo. Una voz sibilina y susurrante le dijo algo al oído, pero no lo escuchó. Toda su atención estaba puesta en aquella cosa envuelta en hilos resplandecientes. Cuando la presencia que la acariciaba la abrazó, envolviéndola desde atrás, la elfa cerró los ojos y dejó caer la cabeza, queriendo apoyarla sobre su hombro.

No lo encontró.

Y se sobresaltó, y abrió los ojos de repente, para encontrarse... cayendo. La torre había desaparecido, y también el objeto, y el prado, y el cielo. Ahora todo lo que podía ver era negrura, oscuridad. Olía con fuerza a azufre y a humo, y escuchaba un sonido burbujeante. Sus manos estaban tiznadas de negro, y sentía la piel sudorosa. Sintió un repentino y punzante dolor en el vientre, y se llevó las manos a él con un quejido; pero era tan intenso que la dobló, y la hizo caer de rodillas a un suelo que no se había dado cuenta antes de que estaba ahí.

Cuando apoyó las manos en el suelo, sintió el tacto árido y ceniciento del lugar. La luz fue regresando a sus ojos poco a poco, y se dio cuenta de que había estado de pie sobre una especie de humareda negra que le quitaba la visión. Con los ojos llorosos se arrastró para salir de allí, tosiendo, y se quedó en el extremo de lo que parecía un arroyuelo, pero cuyo líquido era negruzco y estaba salpicado de vetas anaranjadas. Levantó la vista, y entre las sombras y humos miró a lo lejos, hasta el final de lo que podía ver. Allí estaba la torre, ahora negra, retorcida; y también la barrera.

Una nueva punzada de dolor en el vientre le retorció las entrañas, y le hizo llevarse de nuevo las manos al abdomen, echándose hacia adelante hasta tocar la ceniza del suelo con la frente. Dio un grito que era a medias de dolor, a medias de pánico, a medias de sufrimiento, que no es lo mismo que el dolor a pesar de que pueda parecérnoslo.

Y entonces, se despertó.

Estaba muy agitada cuando lo hizo, y las imágenes todavía estaban dando vueltas en su cabeza. Y como quiera que en los sueños a menudo aceptamos cosas que sabemos que no son reales, de repente se dio cuenta de que todo aquello ya no existía, que era parte de un pasado distante, y que ahora estaba... dolorida, de nuevo. Esta vez no era el vientre, sino... todo su cuerpo. Las heridas comenzaron a cobrarse de nuevo su precio, pero estaban... era diferente.

La elfa se incorporó un poco, sin estar segura de dónde se encontraba ni por qué. El olor le dijo enseguida que las cenizas se habían acabado, que estaba cerca de... Ethel. Recordó, y la buscó con la mirada, alrededor, para verla tendida en el suelo junto a ella, sin energía, sin... vida. Y se asustó mucho, tanto como, sin que lo supiera, se había asustado la propia Ethel al verla llegar.

- Mierda - gimió, dolorida, cansada, mareada. - Ethel. ¿Ethel...?

Le puso la cabeza sobre el pecho, en busca del latido de su corazón, y casi respiró de alivio cuando sus finos oídos lo encontraron. La abrazó como pudo, una escena bastante patética, una mujer aún destrozada por las heridas abrazándose a otra que parecía muerta, y conteniendo las lágrimas, apretando los dientes de dolor, y de rabia.

Recordó algo más.

- K... Kirill - llamó. - ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

A él no le veía. Sabía que estaba ahí, pero no se había vuelto para verle, ni sintió que en ese momento pudiera hacerlo. La magia obraba con lentitud, y el dolor con rapidez. Y la sombra de la inconsciencia todavía estaba ahí, y el eco del sueño, y el del cansancio. Yshara dejó escapar un quejido del dolor más genuino, el dolor simultáneo del cuerpo, de la mente, del espíritu, el de la impotencia, el de la confusión.
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Mensaje por Kath Vance 21/08/10, 02:05 am

Ajena a todo lo que estaba sucediendo en la playa, la pelea en el bosquecillo acababa de llegar a su clímax.

Los soldados de Zergould estaban bien entrenados, pero los bosques no parecían su fuerte. La escaramuza fue rápida y cruel. Las Flores cazaron a un buen puñado de ellos antes de que decidieran replegarse y tratar de flanquearlas. Para cuando lo hicieron, se encontraron con una barrera de metal que los redujo con rapidez. Golpes secos de espada y de martillo, cadáveres destrozados abandonados a la suerte de los carroñeros. No merecían nada mejor.

Los ejecutores se volvieron a reunir al borde del bosquecillo, donde habían intentado reagruparse los hombres de Zergould. Para entonces, era estúpido intentar ocultarle su presencia a las flores.

Cuando Kathrina salió del bosquecillo, estaba seria. Llevaba la espada desnuda y sucia en la mano derecha, mojada hasta el codo en sangre que no era suya. Es posible que nadie de los que estaban en la costa le hubiera prestado demasiada atención, pero algo en ella había cambiado. Finalmente, había elegido un bando. Había decidido matar.

Se detuvo tras dar unos cuantos pasos, aún a quince o veinte metros de donde se encontraban Kirill, Yshara y ahora una inconsciente Ethel. Detrás de ella, los soldados emergieron de entre los árboles.

Kathrina levantó la mano, ordenándoles detenerse tras ella.

Eran unos ocho, pero había más entre los árboles. Las armaduras que llevaban, así como sus armas, no se correspondían con el ejército de Zergould; y tampoco con ninguno que hubiese participado en la batalla. Kathrina no había esperado verles más, pero no se puede traicionar la lealtad de un soldado. Después de todo, eran sus hombres. Habían visto la guerra a su lado. Era una batalla más.

Por supuesto, la aparición de hombres armados enervó a algunas de las Flores, que tomaron posiciones defensivas en torno a Ethel e Yshara. La rubia suspiró con tristeza, pensando que ahí quedaba la confianza que parecían tenerle.

Pero si la tropa estaba pensando en atacarles, no dio señales de ello. Se quedaron a una distancia prudencial, pero llevaban las armas, sucias de sangre, desenvainadas.

- El bosque está limpio - sentenció la rubia. - ¿Qué le ha pasado a Ethel?
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