Mis memorias (Edmund Dyrle)

Las Memorias de Edmund Dyrle:

Khamar, la capital de Magic Kingdom (Etapa antes del viaje hacia Mar de Jaspia):


Mar de Jaspia:

- No todos los espiritus son amables - (Tema en curso)

Extras:

- Cronicas de un futuro incierto I -

Cronicas de un futuro incierto I:

Un hombre se encontraba en frente de una fogata, bajo la luz de la luna de esa fría noche. Se podía ver en sus ojos, brillando de un color verde rojizo, una extraña nostalgia, seguída por un vacío que helaba. El viento hacía que su cabello, antes rubio, ahora extrañamente grisaceo, se moviese. El improvisado campamento estaba al lado de un lago, por el cual caminaba la acompañante de éste.

Era muy bonita, no parecía pasar los 25, pero era mas vieja que cualquier humano vivo. Caminaba descalza, por la orilla del lago. Cada tanto miraba al de los cabellos grisaceos y sonreía. Sus ojos eran rojos sangre y su cabello plateado, brillando con la luz de la luna. Era hermosa, y a la vez oscura, como él siempre dijo, desde que la conoció.

Éste aún rehuía de los atrocez actos que cometía de pueblo en pueblo. Muerte, muerte era todo lo que lo rodeaba, todo por esa tonta necesidad humana de saber mas, la curiosidad. Su cuerpo, atletico y en forma, ahora estaba marcado de cicatricez. Su conciencia, destruída, cada tanto oía los gritos de dolor de hombres, de mujeres y niños, que pedían por su vida, antes de que esta fuese arrebatada por su mano. Noches enteras no podía dormir, esta era una de ellas, en la cual se le venían a la cabeza, como flashes, las imagenes de sus victimas.

Ya tenía 28 años, pero sentía que había vivido durante cientos. Desenfundó su espada y la contempló, con ese extraño placer que le hacía sentir, y con odio. Odio a si mismo por haberse dejado llevar por la maldición, odio por haberse convertido en un asesino.

Mientras la sostenía con una mano, acarició el frío y reluciente acero con la otra. Su compañera se acercó por detras, y como siempre hacía, se colgó de su espalda, sacando la cabeza por un costado. Ésta no dijo nada, solo sonrió, como lo hacía siempre cuando él contemplaba su majestuosa espada.

La noche paso lenta, dolorosa, pero por fin terminó, y al comenzar a amanecer, el hombre levantó su vieja mochila y se puso en pie. Su compañera, la cual estaba recostada a su lado, lo imitó, y colgandose de su brazo, caminaron hacia el siguiente pueblo, hacia su siguiente objetivo.