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Cruce de caminos III

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Mensaje por Lohengrin 21/10/15, 09:13 pm

Apenas habían podido dormir tres horas cada uno. Durante el breve viaje hasta las costas, los exigentes turnos de guardia para vigilar a los piratas no les habían permitido descansar en condiciones, y ambos estaban exhaustos. Luego de arribar a tierra con una pequeña barca de remos y despedirse de sus amigos, Lohengrin señaló las cercanas luces de Kuzueth. "Mi casa." , indicó vagamente con el brazo.

Ambos se pusieron en marcha, y tras una breve caminata, pero aún así agotadora para sus condiciones, entraron en la ciudad. Tenía todo el aspecto de una ciudad portuoria venida a menos, y las sombras que proyectaban las oscuras casas de madera no contribuían a mejorar su imagen. Aqui y allá habia algun farol proyectando una luz mortecina y triste, y pocas almas vagaban por sus calles. Un borracho, quizá buscando pelea, profirió algunos insultos a la pareja.

Vestidos con gruesas capas y mantos, y sendas capuchas cubiendo sus cabezas, Lisandot y Lohengrin ofrecían todo el aspecto de una pareja de desharrapados ladrones, por lo que el caballero pidió a la Dama que les ahorrase un incómodo encuentro con la guardia de la ciudad. "La guerra también alcanzará este sitio..." Lohengrin tosió, fatigado. "Pero Daosh no tiene ninguna importancia militar ni económica. Este es un villorrio de muy poca importancia, Lis. Está alejado de todas las cosas que ocurren en el resto de las Islas, y me gusta que siga siendo así. La gente aqui solo quiere vivir de la pesca y la madera. Y protegerse de todo lo que hay en la jungla."

Lohengrin tomó la mano de Lis y la guió a través unos cuantos callejones estrechos y oscuros. Una pareja de piratas o ladronas, dos mujeres que apestaban a alcohol, salieron a su paso con gesto desafiante, pero Lohengrin apartó su manto para dejar al descubierto la empuñadura del tosco machete que tan bien le había servido en el barco. "No buscamos pelea". Algo en su voz debió ser suficiente para convencer a ambas mujeres de que era mejor no meterse en problemas con la pareja, y a regañadientes doblaron una esquina y desaparecieron. En buena hora, pues Lohengrin no estaba en condiciones de presentar batalla.

El caballero lamentó que a horas tan tardías no hubiera una taberna abierta donde comprar algunas viandas, así que no tendrían una cena esa noche. Las malas calles dieron paso a lo que parecia ser un tranquilo barrio de comerciantes y artesanos, y en poco tiempo cruzaron el pueblo hasta llegar a una apartada cabaña de troncos. "Aquí es", indicó el caballero, señalando una puerta pintada de rojo. Era una cabaña hecha de gruesos troncos de madera cubiertos por un oscuro barniz. De planta rectangular y con un tejado a dos aguas, y una chimenea en uno de los laterales, ofrecía un aspecto sólido y confiable. "Quiera la Dama que nadie nos haya visto llegar", musitó Lohengrin. Se apoyó con ambas manos en una de las paredes exteriores, jadeando de puro cansancio. Mirando a Lis, mientras recuperaba el aliento, le dijo: "Este es un puerto seguro".


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Mensaje por Lisandot 08/11/15, 02:55 pm

Lo que realmente ella quería era estar en  Móselec, registrando  la isla palmo a palmo por si, ahora sí, encontraba aquella elusiva pista que le indicaría donde estaba su amado. Pero su cuerpo – exhausto tras el naufragio y la contienda con los piratas –  ya no obedecía los mandatos de su corazón y no había tenido más remedio que aceptar la generosa oferta del paladín, quien le había ofrecido pasar unos días en su casa para descansar y recuperarse de todos los trabajos vividos.

Le atormentaba la idea del retraso que en su obsesiva búsqueda esta pausa suponía – perdóname, amor mío, no te abandono, es que  ya no puedo más – pero sus fuerzas apenas si alcanzaban para realizar aquella caminata a través de las calles de Kuzueth.  Reuniendo hasta la última miaja de voluntad para no desfallecer en el trayecto y no convertirse en un peso muerto para su acompañante – qué alivio fue cuando él le tomó la mano y pudo apoyarse un poco -  no le prestó atención alguna a los lugares por los que transitaban  ni a la gente con la que se  cruzaban, e incluso las palabras del caballero parecían llegarle desde  muy lejos.

-Ojalá la guerra  tarde mucho en llegar aquí.


Era un comentario soso, pero no tenía mucho más que decir. Hasta el momento, la guerra había sido para ella algo ajeno,   un telón de fondo  a tener en cuenta  sólo en la medida que obstaculizara  su infructuosa búsqueda. Ella, que había consagrado gran parte de su vida a aliviar los sufrimientos de los demás, parecía ahora insensible a las consecuencias que el conflicto acarreaba para aquella gente con la que solía vivir y trabajar, totalmente  egoísta en medio de su tragedia  personal.

Un tenue suspiro de alivio escapó de sus labios cuando Lohengrin anunció que por fin habían llegado, cada metro que habían andado se había convertido en un kilómetro para sus miembros fatigados. Apoyándose con todo el cuerpo, para no caerse, en uno de los muros de la cabaña – tan sólida y acogedora, que ya su sola presencia reconfortaba – asintió con un movimiento de cabeza al comentario del caballero, que estaba  tan agotado como ella y tardó algunos momentos en recuperarse y abrir  la puerta.

Con un último esfuerzo cruzó el umbral de la vivienda y tuvo una fugaz visión de una amplia habitación débilmente iluminada por la luz de las lunas, antes de caer desfallecida, como una marioneta a la que se le han cortado los hilos que la sostenían.
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Mensaje por Lohengrin 28/01/16, 09:38 am

Si bien el cuerpo de Lisandot era liviano como una pluma, recogerlo supuso un gran esfuerzo para el caballero, oportunamente situado tras ella, aunque a duras penas lograba sostenerla, como si fuera un gran peso. Sin poder cargarla en sus brazos, Lis casi colgaba a un lado, apenas sostenida por la cintura. Avanzó casi a tientas por la casa, derribando uno o dos taburetes a su paso, hacia la que era su habitación. Por suerte no tenía una puerta, sino una cortina que pudo sortear con facilidad. La cama, si bien modesta, era confortable, un colchón de lana sobre una pequeña plataforma de madera para aislarlo del suelo, y un solitario pero cómodo almohadón..

Así pues, la dejó caer sobre la cama con todo el cuidado que pudo. Luego de tomarse un momento para descansar, y aún con la mente nublada, procedió a acomodarla en un lado de la cama. Quitó sus zapatos y el manto que la cubría, y aún su vestido, ya sucio y rasgado por mil sitios, pero decidió dejar toda la ropa interior en su lugar, ya que aún en una situación como esa, la decencia imponía ciertos límites.

Hacía algo de frío en la casa, pero aunque tenía aún algo de leña almacenada, ni se le pasó por la cabeza encender la chimenea por el esfuerzo que le supondría, de manera que se acercó a uno de los arcones que había en la habitación y extrajo una gruesa manta, con la que cubrió a Lis. No le quedaba mucho ya para descansar, pero se percató de que había olvidado cerrar la puerta. Con un quejido arrastró su cuerpo hacia la misma, cerrándola con dos vueltas de la llave.

Se desprendió luego de su machete y de su manto, símplemente dejándolos caer al suelo. Sentía un punzante dolor en las sienes, y todo a su alrededor parecía borroso, de manera que desistió de cualquier otra tarea y se encaminó de vuelta hacia la habitación, para dejarse caer en su lado de la cama, junto a la durmiente Lisandot.

Su educación de caballero le hizo pensar en el decoro una vez más, considerando incluso poner su espada entre ambos cuerpos para separarlos, aún de manera simbólica, pero no tardó en desechar ese pensamiento. Estiró sus miembros doloridos a lo largo de la estrecha cama para acomodarse, cuando se percató de que aún llevaba puestas su ropa y sus botas. Sería su último esfuerzo del día, pero... el caballero cerró un momento los ojos, y el mundo se desvaneció por completo, con un último pensamiento...  "Mañana... mañana será otro día..."


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Mensaje por Lisandot 27/02/16, 09:49 pm

Si el caballero no hubiera tenido fuerzas más que para arrastrarla por el piso, ella ni siquiera lo hubiera notado, exhausta como estaba. Ni los sueños – sus eternos compañeros de ruta, que tantos dolores y amargura le habían provocado desde la desaparición de Akira – fueron capaces de trasponer las profundas tinieblas en que su total agotamiento la había envuelto. Y en esa oscuridad absoluta, tan parecida a la muerte,  pudo por fin encontrar paz y descanso y su organismo lenta, muy lentamente, tímidamente, emprendió el camino de la recuperación.

Durante horas yació así, sin que nada la perturbara, sin siquiera percibir ese cuerpo junto al suyo, solamente descansando. Pero los sueños son pertinaces y no resignándose a alejarse de ella, regresaron una y otra vez hasta que lograron abrir una pequeña brecha en ese muro de sombras y por ella se colaron hasta la mente de su dama.

Soñaba ahora y al hacerlo las tinieblas se poblaban de colores y sonidos, olores, sabores, sensaciones, texturas. Se movió en medio de sus sueños y entonces, sí, su mente dormida percibió aquel cuerpo junto al suyo e incorporó ese hecho al tejido de su soñar. Su amado ausente, a quien buscara con desesperada esperanza durante meses, estaba junto a ella.

- Amor... -
susurró e instintivamente, como lo hiciera en tantas madrugadas felices con Akira, sin siquiera despertarse, amoldó su cuerpo  al del caballero, lo rodeó con sus brazos,  recostó la cabeza en su pecho y siguió durmiendo, feliz, con una sonrisa dibujada en sus labios.
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Mensaje por Lohengrin 27/07/16, 07:44 am

Lohengrin también se había sumido en una blanda negrura, durmiendo sin apenas mover un músculo, durante muchas, muchas horas. Al principio sus sueños se poblaron de dolor y sangre, y del crujido de las tablas de un barco, pero pronto dieron paso a la tranquilidad de una playa, aún bajo un oscuro cielo cubierto de nubes. Sigió durmiendo un sueño tranquilo, hasta que de pronto despertó sobresaltado cuando sintió otro cuerpo junto al suyo, rodeandolo con sus brazos. Durante un momento sus músculos se tensaron dolorosamente, queriendo estar de nuevo dispuestos para el combate. Sin embargo, pronto se relajaron, sintiendo que se trataba de una presencia amiga y cálida, y Lohengrin se dejó invadir por ella, abrazándola instintivamente justo antes de volver al mundo de los sueños.

Debió dormir así durante un par de horas más, hasta que lo despertó de nuevo la tenue luz que se filtraba por las rendijas de los cuarterones que cerraban las ventanas. Se percató de que aún estaba abrazado a una mujer, que respiraba lentamente y parecía sonreír. Con mucho cuidado estiró sus miembros doloridos, y trató de recordar. El naufragio, el improvisado hospital, los piratas, sus nuevos amigos, la pelea a bordo del barco, y sobre todo, Lisandot...  Todo comenzó a cobrar sentido lentamente, y Lohengrin se supo en su casa y a salvo.

Se estiró con cuidado, y trato de deshacer cuidadosamente el abrazo en que ambos se habían fundido sin querer. Tuvo éxito, pero cuando estaba sentado al borde de la cama dispuesto a levantarse, el cuerpo aún dormido de Lis volvió a reclamar su abrazo. Tomó su mano durante unos minutos, hasta que ella volvió a dormirse, y después la soltó lenta y cuidadosamente.

Después de levantarse y ordenar todos sus pensamientos, se percató de que estaba hambriento. Ambos debían estarlo, pero sabía que no tenía nada de comer en la casa. Puesto que ya estaba vestido, y aún con las botas puestas, resolvió salir primero a buscar agua del pozo, y también algo de comer, aún sin dinero en el bolsillo. Por suerte encontró a los pocos pasos un carro de comidas que debía ir hacia la plaza del mercado. Conocía al joven tendero, y así pudo sacarle algunas tiras de tocino y un pan redondo. Volvió a casa con su exiguo botín, y comprobó que Lis aún no había despertado.

La miró en silencio, y vio a una mujer en ropa interior, sucia, despeinada y cubierta de sangre seca, pero aún hermosa, con un rostro bello y honesto. Lohengrin no solía despertarse abrazado a mujeres como aquella. De hecho, hacía años que no despertaba junto a ninguna mujer. Ese pensamiento le turbó durante un momento, y decorosamente cubrió a Lis con la manta. Dado que su vestido estaba hecho jirones en el suelo, consideró apropiado proporcionarle algo de ropa. Abrió un pequeño arcón, y extrajo de el una blanca túnica de caballero, sin mangas y abierta a la altura de la cintura, con dos faldones a cada lado. Y la imagen de la empuñadura de una espada en la pechera, bordada en color negro. Su túnica de la Orden. Poco le importaba a estas alturas cometer alguna clase de sacrilegio, asi que dejó el ropón al lado de Lis para cuando despertara.

Sintió una punzada en el pecho, y una mancha oscura y negra comenzó a extenderse por su raída camisa. Una de sus muchas heridas se había abierto, de manera que se sentó en un taburete y se quitó la prenda para examinar la herida. No tenía buen aspecto, y sus poderes no habían regresado aún, de manera que tendría que improvimsar un vendaje. Suspiró, mientras sacaba del arcón su única camisa limpia para componer su vendaje. Necesitaría lavarse primero. "Por la Dama", pensó... "¿Cómo ha podido ocurrir todo esto?"
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