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Mensaje por Rose Riadh 30/08/09, 11:04 pm

[F.D.I.: Continúa la historia de Rose.]

Faltaban pocos días para el comienzo del invierno.

En la hora que precedía al alba – cuando el frío, tanto en invierno como en verano, está en su apogeo – el cielo de la noche, surcado de estrellas, limpio de nubes salvo por un par de retales distantes que parecían arrancados de una gran masa y lanzados al viento para volar hasta donde llegasen, aparecía del color rojo granate apagado del vino.

Era un cielo que presagiaba tormenta. Presagiaba lluvia, y nieve, pero por encima de todo presagiaba frío. Frío de invierno, de ése que congela la sangre en las venas y entumece la piel hasta que se amorata, hasta que habita en ella y no hay una capa lo suficientemente gruesa como para hacerte entrar en calor.

Frío que viaja junto con el viento del invierno incipiente, ése que entonces soplaba fuerte, aullaba al atravesar las montañas y al mecer las copas de los árboles, y traía consigo la cuchilla punzante del hielo, el frío arrebatador, mientras mecía suavemente el barco, haciendo crujir sus maderas.

Era un barco pequeño, quizás demasiado pequeño.

Feiran había insistido, y Aldar le secundaba, en que la peor forma de viajar cuando quieres ser discreto es llevar una fragata enorme con escolta, como algunos de los capitanes habían sugerido antes de abandonar el puerto. Por práctico que pudiera parecer, la fragata se habría estrellado irremediablemente contra el bloqueo que las naves de guerra invasoras habían levantado en la desembocadura del río que flanqueaba la capital de Feirastradh.

Habían partido poco antes del amanecer. La oscuridad les había ocultado de los cañones y las balistas de la flota invasora; su pequeño tamaño les había permitido salir rápidamente a mar abierto. Incluso a plena luz del día, no fueron perseguidos cuando divisaron barcos de guerra. Navegaron al este, como muchos otros pesqueros, huyendo de la batalla.

Había pasado algo más de una semana desde entonces.

Y lo cierto es que una semana a bordo de un pesquero no es bonita ni divertida para nadie. Aunque el barco era de una envergadura suficiente como para permitir bastante movilidad a sus seis tripulantes, las cosas que se pueden hacer en un barco son limitadas.

El Almirante Gamaill había insistido en que llevasen consigo al menos a dos soldados en aquella travesía suicida que debía llevarles al Reino de las Cascadas. Los soldados del rey que habían sobrevivido a la caída de Feirastraidh se habían ocupado de preparar una magra flota de barcos, y llenarlos de víveres y enseres necesarios para la supervivencia. No fue fácil convencerles de que les dejasen partir, pero finalmente debieron separarse. Mientras las fragatas del ejército del Reino marchaban río arriba, cargadas de lánguidos soldados, supervivientes y refugiados que tendrían que huir a las ciudades fortificadas de las montañas septentrionales para tener una posibilidad de supervivencia, el sencillo pesquero del príncipe Feiran se lanzó a una misión que era mucho más complicada: Encontrar un aliado.

Con ésa idea en la mente, habían puesto rumbo al Reino de las Cascadas.

Según Feiran, su padre solía hablar siempre del rey Eskalibur. Un elfo del agua, noble, un caballero de ideales prístinos, un aliado, un amigo. Aunque su Reino pasaba por dificultades, como todos; mientras que Aldar estaba convencido de que el Reino de las Cascadas estaba inmerso en una guerra, y que no se sabía nada del rey Eskalibur desde hacía algún tiempo, Feiran aseguraba que todo aquello era agua pasada, y que los emisarios de su padre habían regresado pocos días antes del asedio con saludos y buenas noticias por parte del soberano. Fertch no sabía nada al respecto, y aunque a Rose le parecía extraño todo aquello, consideraba que llegar al Reino era... una esperanza.

No sólo suya, sino una esperanza para todos. Si podían encontrar a ése Eskalibur y pedirle ayuda para la gente del reino…

Dejaron encallar al barco cerca de la tierra, en la parte más baja del acantilado que se dibujaba junto al perfil de un bosque. Era un lugar tan apropiado como cualquier otro al norte del continente de Nyarath. Aldar les advirtió de que los únicos puertos viables se encontraban al Oeste, y que por allí podían encontrarse fácilmente con bandidos y piratas provenientes de las llamadas Islas Malditas, que les pondrían en apuros siendo solo seis, aunque fuesen vestidos como pescadores y nadie esperase que supiesen blandir armas.

Ahora, las aguas sacudían las rocas con fuerza, llevando las olas hasta la orilla, hundiéndolas en el interior de la playa llena de rocas afiladas, mientras el cielo clareaba, sin perder su toque rojizo.

Aldar dejó el último barril en el suelo, hundiéndolo con fuerza en la arena, y se apoyó sobre la tapa para secarse la frente con el dorso de la mano. Estaba sudando por el esfuerzo. Había apenas cuatro barriles rescatados de la cubierta; uno de víveres, dos de agua dulce, otro con las armas y armaduras que sus disfraces les habían exigido ocultar. No obstante, habían sido difíciles de transportar.

- No queda mucho más – advirtió. – La cubierta está vacía. Los víveres nos llegaran para dos o tres días, pero teniendo un bosque cerca, podemos procurarnos caza. El agua será un asunto más delicado. Debemos llenar los odres ahora y confiar en que nos duren hasta que atravesemos la floresta.
- Me parece correcto – respondió Feiran.

El Príncipe estaba pálido. Su rostro aparecía un tanto desmejorado, adornado por una barba incipiente; su pelo dorado estaba revuelto y algo mugroso. Tenía oscuras bolsas bajo los ojos, y la mirada cansina de alguien que no había descansado bien en algunos días. El mar no le había tratado bien.

- No conozco éste sitio más que de oídas – siguió diciendo el comandante, al que el resto de los hombres habían escuchado durante todo el viaje, incluso el Príncipe. Aldar era un líder nato. – Si estamos en Nyarath, y estamos al Norte, como creemos, es el lugar al que llaman el Bosque Oscuro. Y si lo que dicen es cierto, es un lugar peligroso y tendremos que estar preparados para luchar con bestias, y quizás bandidos. Sugiero que cojáis todo el agua que podáis en los odres y uséis el otro barril para asearos y poneros las armaduras. Vais a necesitarlas. ¿Dónde está Rose?
- Ha subido a las colinas – explicó Fertch, señalando en dirección a las lomas que se recortaban contra el horizonte bañado por la línea dorada del amanecer inmediato. – Dijo que iba a reconocer el terreno.
- Entonces que alguien le lleve su…
- La lleva – agregó el soldado. – No se ha separado de la dichosa espada en todo el viaje.

Aldar asintió con la cabeza. Sí, lo había visto, y además se lo había supuesto. La pelirroja era demasiado celosa con su arma. Él sabía por qué, pero al resto de la tripulación, por supuesto, le parecía algo bastante ridículo.

- Ya bajará – murmuró el comandante. – En fin, tendremos que explorar los alrededores. Tú – señaló a uno de los soldados recién incorporados a la extraña comitiva. – Llévate a Kholm y seguid la línea de la costa hasta donde podáis o hasta que os alejéis una o dos millas. Si es segura…
- No lo es – dijo Feiran. – Lo vimos desde la costa. Tendremos que atravesar el bosque.
- ¿Seguro? – preguntó Aldar. – El bosque es peligroso, Alteza. Deberíamos…
- Estoy completamente seguro de lo que he visto, comandante – repuso lentamente el Príncipe Feiran. – Estamos en un golfo. Las costas bordean el bosque hacia el norte, y nos harán caminar muchos días dando un rodeo gigantesco si decidimos seguirlas.

Aldar asintió.

- Muy bien – dijo. – En ése caso…
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Mensaje por Rose Riadh 30/08/09, 11:31 pm

Dorado sobre negro.

El amanecer no era más que una estrecha franja de oro que nacía en el horizonte, oscuro, velado por las sombras, y moría apenas unos centímetros más arriba, bajo las nubes que se arremolinaban por encima de la línea de las montañas al este.

Pero aquella claridad era más que suficiente.

Desde la improvisada atalaya que era el roble solitario que crecía en lo alto de la colina, Rose Riadh desvió su vista por un momento del hilo de oro que dibujaba el cielo para posar los ojos sobre la fascinante extensión de tierra que tenía delante. Lo llamaban el Bosque Oscuro, y seguramente quien le puso el nombre tenía razón. Despedía un aura macabra, rayana en lo hediondo, y estaba surcado de presencias.

No tenían por qué ser maléficas, pero eran presencias inquietantes. Podía ver agitarse los arbustos, de vez en cuando, escudriñando la oscuridad entre las copas de los frondosos árboles. Oía un gruñido, un quejido, un crujido, y después silencio.

La naturaleza es salvaje, y la vida y la muerte se turnan en un ciclo en su interior. Pero aquello… le pareció más salvaje de lo que debería ser.

La medio elfa se acercó todo lo que pudo al borde de la rama sobre la que se encontraba, apoyando las manos en los tallos tiernos y húmedos de rocío que tenía a su alcance para no perder el equilibrio, y se asomó para ver cuán lejos le llegaba la vista.

La oscuridad no le acompañaba, por desgracia. El bosque se perdía, difuminándose y confundiéndose con la negrura, antes de que la claridad del día naciente le diese campo visual sobre toda la extensión de la floresta. No obstante, se hizo una idea de cuál debía ser la extensión de lo que veía.

Y no le hizo mucha gracia.
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Mensaje por Rose Riadh 30/08/09, 11:35 pm

- Ahí estás – rugió la voz de Aldar.

La muchacha alzó la cabeza al escuchar la amonestación del comandante, y examinó sus alrededores con cuidado.

No había campamento. Debían moverse, así que era inútil que hubiesen montado uno. Los barriles habían sido aprovechados al máximo, y los soldados tomaban cada uno un petate de víveres, colgándoselo a la espalda, y dos pellejos de agua. Estaban preparados para irse, seguramente la esperaban a ella. Rose lo entendió, y saludó respetuosamente al comandante.

- Lo siento, señor – se disculpó. – He estado mirando los alrededores.
- ¿Hay algo interesante?
- Hay un árbol gigantesco en aquella dirección – dijo, señalando hacia el sur. – Pero está a varios días de camino.
- ¿Días? – preguntó Feiran, alzando la cabeza.
- El bosque es muy grande – respondió Rose. – Habría tenido que esperar al amanecer para hacerme una idea completa, pero calculo que podemos tardar dos o tres días en atravesarlo. Me pareció menos frondoso hacia el sur. Al parecer hemos rodeado una pequeña península que nos ha ahorrado algo de camino.
- Entiendo – dijo Aldar. – Muy bien, entonces tened cuidado. Recordad que la prioridad es proteger al Príncipe. El resto…

Los soldados asintieron. Todos tenían muy claro su deber, sin necesidad de que el comandante se lo recordara. Aldar asintió con la cabeza, dándoles la espalda mientras se encaraba con los primeros árboles del Bosque, desafiante, orgulloso. Los dedos de su mano derecha tamborilearon sobre el astil de la lanza que blandía.

- Muy bien – musitó.
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Mensaje por Rose Riadh 30/08/09, 11:36 pm

La lluvia caía a plomo desde las copas de los árboles.

Era pesada, y estaba helada. Cada vez que una gota le recorría la mejilla, dejaba escapar un quejido, y sentía un nuevo escalofrío recorriéndole la dolorida espalda. Le parecía que sus jadeos resonaban como el eco de las pisadas de un elefante, y el vaho que su aliento formaba cada vez que lo
expulsaba le parecía una niebla.

Las piernas casi no la sostenían. Estaba agotada, adolorida. Un millón de arañazos le recorrían la piel; de rasparse con ramitas, con zarzas, con el tronco de los árboles sin darse cuenta. La túnica de color negro que llevaba estaba raspada, destrozada en algunos puntos, dejaba al descubierto sus piernas arañadas y sangrantes. El lodo que se formaba con la tierra que le manchaba y el agua que caía incesantemente del cielo enrojecía cada arañazo, hacía que le escociesen como si estuviese lloviendo limón.
Y lo peor de todo es que ya no sabía por qué corría.

¿Estaba huyendo? No, no era eso. Se lo había preguntado a sí misma varias veces, pero sabía que no era la respuesta. Pero entonces, ¿Qué? ¿Por qué corría? ¿Estaba… buscando?

No sabía qué debía buscar. Todo había sido tan repentino. Deberían haber hecho caso a Aldar y mantenerse juntos.

Aldar. Eso era lo que estaba buscando. Corría en círculos, lo sabía. Estaba desesperada, y ya había perdido la orientación hacía mucho rato. Había visto los cadáveres de los dos nuevos soldados, tendidos de boca sobre el cieno que la lluvia formaba incesante sobre la tierra del suelo, pero no estaba segura de qué era lo que había pasado. Animales salvajes, había dicho Fertch antes de que se separaran, pero sus heridas se asemejaban a dagas y puñales.

El agua helada que le corría por el rostro le impedía darse cuenta de que lloraba.

Tal vez de miedo, tal vez de rabia, quizás de impotencia. Corría, y las piernas ya le fallaban, y más de una vez se tropezó o simplemente trastabilló o sus rodillas no quisieron sostenerla y se vino abajo con un sollozo, golpeándose contra alguna rama o hundiendo las manos en el fango que la lluvia formaba sobre la blanda tierra del bosque.

Pero se levantaba, y seguía corriendo para un lado, y para otro. Llegó a pensar que sin rumbo.

Peor aún, llegó a pensar que sin propósito.

Cuando ése pensamiento le tocó la mente, fue cuando se dio cuenta de que lo que le recorría las mejillas no era lluvia. Y se reprendió a sí misma por ponerse a llorar.
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Mensaje por Rose Riadh 30/08/09, 11:39 pm

Rose se agitó.

Apartó la cara cuando sintió el segundo golpe, sin darse cuenta de lo que significaba. Adormilada, se limitó a protestar, dejando escapar un gruñido que le hizo hervir la garganta, enrojecida por el frío y la lluvia que aún ahora le azotaban el rostro.

Tardó todavía unos segundos en abrir los ojos, sobresaltada. La lluvia le cayó enseguida en el interior de los párpados, nublándole la vista y haciéndoselos cerrar de nuevo, pero enseguida sintió la voz junto a ella.

- ¿Estás bien? – preguntó.
- Aldar – gimió, llevando la mano hasta donde pensaba que estaba su rostro, tocando tan sólo el aire, abriendo los ojos para ver sólo las formas que la lluvia cayendo sobre sus ojos desdibujaba. – ¿Dónde…?

Estaba ronca. El frío y la humedad se habían cobrado su precio en su garganta. La sequedad se le acumulaba en torno a las cuerdas vocales, como si tuviese un millón de cuchillos clavados en la laringe. No era algo a lo que no pudiese sobreponerse, pero le molestaba. Sintió la frente ardiendo, y supo que su problema enfocando la vista no venía solamente de la lluvia.

Un brazo se deslizó por detrás de los suyos, separándola del barro, alzándola febrilmente en un esfuerzo. Puso el brazo derecho en torno a los hombros de Aldar, quien le sujetó la cintura para evitar que volviese a caer. La empujó hacia delante con urgencia, apremiándola a que caminase. Rose sólo tardó unos instantes en correr a su misma velocidad, aunque estuvo segura de que si el comandante la hubiese soltado, se habría derrumbado sin más.

- ¿Qué ha pasado? – preguntó mientras avanzaban a través de los troncos del bosque.

El rumor del agua ya no era tan fuerte como antes. Rose tardó algunos instantes en darse cuenta de que ya no llovía, al menos ya no caía agua de las nubes; lo que goteaba era el agua acumulada en las hojas de los árboles, en los tallos, que ahora se precipitaba lentamente hacia el suelo, creando una segunda lluvia. Asimismo, los árboles eran más grises, más delgados, más bajos.

Se sintió inclinada a creer que habían abandonado las profundidades del bosque, pero no se creyó tan afortunada como para pensar que estaban en el lindero. Aldar no la permitió dejar de correr en ningún momento.

- He sido un imbécil – dijo el comandante, enfadado. – Durante todo éste tiempo me he preguntado cómo ha sido posible.
- ¿El qué? – preguntó Rose, desubicada.
- Todo – respondió él. – La caída, la muerte de Nerian y los hermanos. Todo.

Rose tragó saliva, sin entender.

- ¿Qué…?
- No he sabido anticipar nada de lo que ha sucedido – se lamentó.
- ¿Anticipar?

La chica se sintió idiota. No hacía más que preguntar, pero es que no tenía idea de lo que estaba hablando el oficial. Tenía una idea rondándole la mente, y estaba más o menos segura de lo que era, pero no se atrevía a decirla en voz alta, y al parecer Aldar tampoco. El comandante negó con la cabeza mientras corrían, como reprochándose a sí mismo.

- Tenemos que escapar de éste bosque – dijo con parquedad. – Tenemos que avisar a ése Eskalibur. El reino debe ser vengado.
- ¿Y… y Feiran? – preguntó ella. - ¿No estará…?
- No lo sé – admitió Aldar. – Ahora mismo sólo me preocupa que nosotros nos pongamos a salvo.
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Mensaje por Rose Riadh 30/08/09, 11:46 pm

Corrieron hasta que les dolieron las piernas.

Corrieron hasta que las preguntas no tuvieron sentido, hasta que el cansancio era demasiado grande como para que pudieran hacer otra cosa, hasta que sus jadeos no les dejaban hablar, hasta que el aire les escocía en los pulmones cuando salía de ellos convertido en un vaho mas espeso que la niebla que les rodeaba.

Corrieron durante horas.

Con el tiempo, los delgados árboles dejaron paso a una gran explanada. No tuvieron muy claro por dónde habían atajado el camino, pero lo cierto era que habían atravesado el Bosque Oscuro, aunque aquello no importase demasiado teniendo en cuenta todo lo que dejaban atrás. Pero fue reconfortante, al menos, mirar al cielo anaranjado y ver el sol de la media tarde brillar sobre ellos, dándoles un calor exiguo y rápidamente ahogado por el ambiente gélido, por el frío que, al perder el resguardo de los árboles, les golpeó como una navaja.

La sombra corrió hacia ellos en cuanto les vió salir. De alguna forma, estaba ahí, delante; como si esperase que llegaran en cualquier momento.

- ¡Comandante! – exclamó.

Rose reconoció enseguida la voz de Feiran.

Estaba demasiado extenuada, demasiado febril, demasiado adolorida como para preguntarse nada, así que simplemente aceptó lo que le decían sus ojos y sus oídos, y esbozó una sonrisa tenue. Era Feiran, ¡Estaba vivo! Y también Fertch, de pie, a su lado. Los dos hombres de inmediato se acercaron a ellos.

Como esperaba, en el momento en el que se desasió de Aldar, las rodillas de Rose temblaron y se vino abajo, teniendo que apoyar las manos magulladas y llenas de cortes en el suelo para no caer redonda. Escuchó el silbido familiar de un arma al salir de su funda, y alzó los ojos un momento, sorprendida.

- Fertch – susurró el comandante. – Tú les mataste.

La sonrisa del hombre calvo se congeló al instante.

- ¿Comandante? – preguntó, dando un paso atrás. - ¿Cómo diablos…?
- No pudo ser otra persona – susurró. – Tú vendiste el Reino. Tú envenenaste a los soldados de la muralla. Tú, o aliados tuyos, o quien quiera que fuese, levantasteis el rastrillo y dejásteis pasar a los invasores a la Ciudad. Tú…
- ¿No estamos yendo un poco deprisa, comandante? – respondió Fertch.

El Príncipe Feiran dio varios pasos hacia el comandante, que le apartó con la mano echándole detrás de sí. Rose no necesitó una orden. Sacó fuerzas de donde no las había, de donde no las tenía, y se acercó al noble con la espada ya desnuda, tomándole por la muñeca y apartándole uno o dos pasos, acercándole a sí.

- No cabe otra explicación – dijo Aldar.
- Pero es imposible que yo lo haya hecho – respondió el hombre calvo, dando un paso hacia el comandante, que blandía su maza con aire amenazador. – Por favor, señor, entrad en razón. ¿Qué gano yo con…?
- No sé – respondió Aldar. - ¿Qué ganas tú con ésta traición, Fertch?

Sucedieron tres cosas, y sucedieron muy rápidamente.

La primera de ellas fue que se escuchó un silbido. La segunda fue que Aldar apartó la mano que sostenía la maza, dejando escapar un borbotón de sangre. La tercera fue que el soldado se abalanzó sobre él. Aldar gimió, y se llevó las manos al vientre de inmediato mientras daba un paso atrás. Fertch no se lo pensó dos veces y volvió a aprestar el cuchillo que sostenía en la mano, dispuesto a dar un tercer golpe, pero Rose fue más rápida. La espada estaba entre el cúbito y el radio antes de que hubiese acabado de levantar la mano.

El soldado dejó escapar un grito, y le dio a la chica un puñetazo formidable en la mandíbula como única respuesta a su golpe, desclavándose la espada del antebrazo y quitándosela de la mano, haciendo que el arma se clavase en la tierra. Rose trastabilló al retroceder, y en contra de su voluntad cayó de espaldas al suelo, arrastrando al comandante Aldar en su caída. Su bufido se confundió con el de Fertch, herido, que retrocedió un puñado de pasos.

Se hizo un silencio tenso e incómodo en la escena.

A Rose le costó un horror volverse para apoyar las manos en el suelo. El cansancio, el dolor, la extenuación, la fiebre, se conjuraban hasta tal punto que hacía falta un espíritu sobrehumano para seguir moviendo su cuerpo. Además, cuando consiguió hacerlo, lo primero que vio fueron los ojos grises del comandante Aldar, que la miraba desde el suelo, tendido boca arriba en un charco de su propia sangre, incrédulo. El puñal le había rajado el vientre desde la cadera hasta casi el ombligo.

- Rose – susurró, sin fuerzas en la voz.

La chica alzó la mano que le había apoyado en el estómago. Estaba húmeda. Roja. Siguió su pecho con la vista hasta encontrarse con la herida recién abierta. Nada más verla, las lágrimas se agolparon en sus ojos, derramándose inmediatamente sobre sus mejillas.

- Dios, no – se lamentó, poniendo las manos sobre los hombros de Aldar. – [color:6185=redSeñor, no. Por favor, no. Aldar…[/color]
- Te he fallado – susurró el comandante.
- [color=red]No – repitió ella, con la voz quebrada por el dolor. – Aldar, no. Por favor, no. Te lo suplico.
- Debería haber sabido anticipar todo lo que ha ocurrido[i] – musitó el hombre, sin dejar de mirarla a los ojos. Las lágrimas de Rose goteaban desde sus mejillas a las de él, sin pausa, como un torrente. – [i]Debería… debería haber…
- No podías – le disculpó ella. – [color=red]Mi señor…

Cuando cerró los ojos, sintió la picazon de sus lágrimas contenidas durante un segundo, como si tuviese la sensación distante de que no iba a dejar de llorar nunca. Rose era huérfana, y Aldar había sido como un padre para ella desde los doce años. El dolor que sentía en el corazón era mucho más poderoso que el que le recorría el cuerpo. La rabia, la impotencia, se confabulaban para hacer manar más lágrimas.

- No puedes imaginar cuánto lo lamento – dijo Aldar, lentamente.
- Mi señor – lloró Rose. – No hay nada que lamentar. No hay ninguna culpa, mi señor…
- Ni perdón – dijo el comandante. – Te he fallado, Rose. Yo...

Rose le abrazó.

Casi sin fuerzas, el brazo de él le rodeó la espalda, acercándole a sí. La chica no pudo contener los sollozos, y lloró con amargura, hundiendo el rostro en su pecho. El dolor no le dejaba hablar, no le dejaba pensar. Aquel hombre era todo cuanto tenía. Le abrazaba como si quisiese aferrarle a la vida, como si quisiese mantenerle cerca de ella, impedir que su alma abandonase su cuerpo. No aceptaba que se estuviese muriendo. No podía ser. Simplemente no podía ser.

- Tienes que proteger a Feiran – deletreó con cuidado, llevando lentamente la mano desde su espalda hasta su nuca, revolviéndole los cabellos rojos, asegurándose de que le miraba a los ojos. Los de ella estaban empapados por completo de lágrimas, las mejillas enrojecidas de llorar. – Tienes que…



Cuando su mano tocó la hierba, Rose sintió que su corazón se quedaba vacío.

Agachó la cabeza, apretando los dientes con fuerza, y se dio cuenta de que no podía reprimir las lágrimas, hiciera lo que hiciera. Salían de su alma, de su alma vacía, de su corazón roto. En el momento en el que rebasó la barrera entre el amor y la desesperación, supo que el dolor se había aferrado a ella como una pesa, arrastrándola. Supo que el dolor la había vuelto loca.

Volvió la mirada hacia Fertch. Sus lágrimas brillaron con el destello de un fuego nacido en el alma, tan intenso como el de una estrella.
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Mensaje por Rose Riadh 30/08/09, 11:50 pm

El hombre se alzaba a cinco pasos escasos de donde se encontraba ella, con una sonrisa peligrosa dibujada en los labios. Divertido - ¡Divertido! – ante la escena que tenía lugar entre Rose y Aldar, incapaz de interrumpirla hasta que el comandante finalmente expiró.

La chica sorbió los mocos que le taponaban la nariz, haciendo un esfuerzo sobrehumano por ponerse en pie, por dar un paso atrás, tambaleante, vacilante. Cerró la mano en torno a la empuñadura de su espada, que había quedado clavada sobre la hierba, y la levantó con dificultad hacia el hombre calvo, mientras casi empujaba a Feiran con la espalda, no queriendo ponerle al alcance de un ataque de Fertch.

Se dio cuenta de que, si se moría ahora, el príncipe sería la siguiente víctima del traidor. Que acabaría con el reino. Que Aldar… que le habría fallado. Tan, tan profundamente.

- No puedes sostener ésa espada en alto – rió Fertch mientras se agachaba para recoger la maza de Aldar. – Sabes, voy a disfrutar matándote. Vas a pagarme muy cara ésta herida.
- Quedaos detrás de mí – le pidió Rose al Príncipe, a la desesperada. – Por favor, Alteza, no…

Cerró los ojos de pronto.

La punzada fue casi demasiado dolorosa como para soportarla. El dolor, frío, punzante, sordo, se apoderó de ella de inmediato, y al intentar tomar aire, cogida por sorpresa, sólo consiguió gemir. Apretó los dientes para soportarlo, pero fue inútil. Sintió cómo se le escapaba la espada de la mano, clavándose en la hierba, y ella no cayó detrás sólo porque un brazo le rodeó el cuello con fuerza, echándole la cabeza hacia atrás.

- Sabes – dijo la voz de Feiran, como desde el otro lado de un sueño. – Ha sido muy emotivo. No me imaginaba que...

La chica le miró patéticamente. Sus ojos color índigo, incrédulos, estudiaban los suyos sin creer, sin querer creer, sin poder creer. Feiran sonrió mientras le besaba los labios reticentes, sin que Rose hiciera nada por apartarse, por detenerle.

- Mi pequeña niña devota y silenciosa - susurró separando los labios de los suyos apenas un milímetro, aún con la nariz sobre la suya, los ojos inamovibles perforando su mente. – Me decepcionas tan, tan hondamente. Durante años, pensé que llegado el momento te pediría que fueses mi reina, y en tu estúpida lealtad me aceptarías.  Aunque después de ver ésta escena... sólo es de suponer lo que me contestarías. La gente como tú no tiene ambición. Ni... cerebro.

Apartó la cara.

Tenía los labios manchados de sangre. Rose miró la gota carmesí un instante, sin acabar de comprender que era suya, que se la había llevado de sus propios labios. Al tragar, sintió que el paladar le sabía a sangre. Tenía la boca adormecida por el golpe que le había dado Fertch, y no había sentido el manar de la sangre tibia desde su boca, resbalando por su barbilla. Afortunadamente, no sentía el dolor de la herida más que como un eco distante, igual que las palabras de plata de Feiran, derramándose, sensuales, traicioneras, por sus delgadas orejas apuntadas. La chica cerró los ojos con una mueca de dolor.

La daga, introducida por la espalda justo por debajo de las costillas, estaba fría. Irónicamente, era la suya, la que le había dado a Feiran para que se protegiese durante el triste episodio del colector de aguas. El Príncipe se la retorció en la herida, arrancándole un grito de dolor, haciéndola apretar los ojos y perder la poca fuerza que le quedaba en las piernas. Se le escaparon las lágrimas, de nuevo; ahora no de tristeza, sino de puro dolor. Sus percepciones estaban muy mermadas, y en ése momento no pudo saber que, durante unos instantes, el dolor fue tan intenso, tan punzante, que se orinó encima sin poder evitarlo. El Príncipe la sostuvo repentinamente por el cuello, extendiendo el brazo para mantenerla en alto, y la volvió hacia Fertch, que se acercaba poco a poco con una sonrisa en el rostro.

- Anímate – dijo el noble, palmeando el hombro de la semielfa. – Al menos has cumplido tu objetivo. ¡La venganza está servida! El soberano de éste reino, el hombre que derrocó a Eskalibur, me ayudará a volver como un héroe triunfante a Feirastradh. Es una lástima que mi hermano muriese durante el ataque, ¿No crees? Eso me deja a mí como único heredero.

Rose escuchaba... pero todo daba igual. Lo que le decía no eran más que palabras que ya no tenían sentido para ella. La niebla de la inconsciencia se cernía pesadamente sobre su cabeza, y aunque tenía un millón de preguntas, no atinó a hacer ninguna de ellas. No entendía. Todo se desvanecía.

Vió a Fertch, como a cámara lenta, pasarle la herida del brazo por delante del rostro, gritarle algo desagradable, tal vez reírse de ella, y por último abofetearla. Le vió levantar la maza. Y sólo superficialmente, sintió cómo el pomo de acero del arma le golpeaba la sien una sola vez. El rojo de la sangre le nubló la vista, y la oscuridad se apoderó de sus percepciones finalmente, ahogándolas.

El golpe fue tan tremendo que le hizo girar sobre sí misma y caer al suelo con una pierna sobre la otra, inconsciente de inmediato aun a pesar de que la herida del cráneo no era tan grave. Pero estaba débil, estaba herida, estaba apuñalada, estaba exhausta, estaba…

… vacía.

Qué le importaba a ella lo que los hombres hicieran a continuación. Qué le importaba que el soldado todavía se atreviera a acercarse a su cuerpo, a darle patadas, a escupirle con asco antes de apartarse, antes de que los dos recorriesen el prado campo abajo, dejando los cadáveres tras de sí.

Qué le importaba morirse, si era verdad que Aldar le había fallado, y ella le había fallado a él. Qué le importaba morirse, si ya no le quedaba absolutamente nada, nadie, ni un mal propósito al que aferrarse, ni más vida que la que se le escapaba por la herida de la espalda a borbotones, manchando la hierba del mismo color carmesí de su pelo revuelto y manchado de tierra.

Qué le importaba.


[F.D.I.: Éste tema nunca llegó a acabarse. A partir de aquí vamos a otra historia. Si has llegado hasta aquí, gracias por leer.]
Rose Riadh
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